Con semejante popularidad en el inconciente (visual) colectivo no extraña una realización sobre uno de los artistas más populares de Argentina de los últimos tiempos. Difícil que haya alguien en nuestro país que de una manera u otra no se haya cruzado con algún dibujo, pintura, muñeco, mural o cualquiera de las presencias en libros, diarios y TV. Este buen documental cumple con creces la idea de ser un retrato que ponga en conocimiento de la figura de Milo Lockett como artista, pero también sobrepasar la barrera de la popularidad para mostrarlo en su esencia de hombre solidario, empresario con autogestión, emprendedor, y como persona arraigada a su tierra, su gente y su pasado. Paralelamente a un muestrario repleto de colores, planos detalle del trazo simple del artista, o momentos con sutil animación poniendo las criaturas en movimiento, la cámara lo va acompañando en su vida cotidiana. El primer puñado de minutos se plantea como un contraste entre el Chaco (incluido un momento con chicos con síndrome de down), y su ingreso a la muestra de arte de Buenos Aires con toda la pomposidad que emana de la clase media alta entre cócteles, vestidos de noche y cierto glamour. Resulta interesante ve como Federico Bareiro va tomando decisiones sobre la figura que retrata en su película. “Rey Milo” se centra en el hombre para, a través suyo, lograr comprender la magnitud de un trabajador incansable del arte. Las imágenes lo muestran casi todo el tiempo haciendo o pensando qué hacer, como si se tratara de un constante desborde creativo, pero a la vez toman al arte como forma de vida para trascender en todos los aspectos. Lejos de un intento de salirse de la estructura convencional “Rey Milo” aporta al espectador lo que habitualmente se busca en un documental sobre alguna personalidad destacada: Saber quién es, de dónde viene, qué hace y por/para qué lo hace. El documental responde todo eso más allá de lo que uno imagina que pueda haber quedado fuera del corte final. Alcanza con eso y está bien.
Desde “Loco por Mary” (1998),pasando por “Locura de amor en Las Vegas” (2008), “La cosa mas dulce” (2002), o incluso “Malas enseñanzas” (2012), con un personaje más oscuro, Cameron Díaz ha demostrado tener pasta para la comedia con elementos que la sacan de ser sólo la cara bonita y la lleva a debutar en el cine en los ‘90. También tiene cierta intuición a la hora de elegir los guiones, por eso extraña verla en “Mujeres al ataque”. Carly (Cameron Díaz) es una bella y exitosa mujer con novio incluido. Al enterarse que Mark (Nikolaj Coster-Waldau) es casado, justo antes de caer en la depresión, se reúne con Kate (Leslie Mann), la ex, para salir a flote anímicamente y descubrir que en realidad tienen mucho en común, los cuernos entre otras cosas, porque un rato después se enteran que Mark anda con otra futura ex, Amber (Kate Upton), una rubia despampanante que ostenta otros atributos varios. Entre las tres buscarán cierto tipo de revancha. ¿De dónde sacaba tiempo éste hombre, cómo hacían las tres para no sospechar nada pese a presentarse como personajes nada tontos, y cuál es la razón para algunas acciones más cercanas al despecho adolescente que a mujeres adultas?, es algo que se le debería preguntar al señor verosímil cuando se le ocurra aparecer. Mientras tanto, a conceder se ha dicho. Difícil no encuadrar esta comedia en la tendencia del humor americano de la última década, sobre todo por una recurrencia a la escatología como falso refugio en lo que supuestamente funciona en el paladar estadounidense. Si fuera sólo por eso, los guiones dejarían de existir para convertir las historias en meras excusas para un sin fin de gags carentes de sustento. Ya lo han hecho con las parodias de las películas de terror, en donde lo qué se narra es lo de menos, y ahora esto lo traducen a la comedia. La historia suena conocida, en especial por algunos gags y remates calcados de aquella “El club de las divorciadas” (1996), que no era una maravilla (era una triple venganza contra tres maridos), pero al menos el elenco (Bette Midler, Diane Keaton y Goldie Hawn) se ponía al hombro lo endeble del guión con mucho más oficio, soltura y picardía que Cameron Díaz, Leslie Mann (la mejor del trío) y Kate Upton, quien como actriz es muy linda.¡Ah!, y sonríe bien. Nick Cassavettes, que ya había dirigido a Cameron Díaz en “La decisión más difícil” (2009), aprendió muy poco del oficio del padre, pero triunfa cien por ciento al hacer todo lo contrario. Una filmografía errática que va de un drama bien construido como “John Q” (2002) a una adaptación del meloso Nicholas Sparks como la insoportable “Diario de una pasión” (2004). Su última producción amaga con ser una comedia agridulce sobre la infidelidad, con una primera media hora en la cual la construcción de los personajes y su entorno comienza a funcionar y contrastar muy bien entre sí. Un contexto en el cual se logra relativizar la vara con la que se mide el éxito, el status, e incluso el prestigio. Algunos primeros diálogos tienen pinceladas jugosas y buen timing, pero luego se desbarranca cuando todo apunta a “ir a lo seguro” abandonando la bifurcación del camino al cual llegan los personajes dejando al espectador con ganas de otra cosa. El público se renueva, es cierto. Probablemente “Mujeres al ataque” encuentre su público. Lástima que el reciclado de ideas cada diez años vaya en desmedro de propuestas un poco más jugadas.
Es irónico. Sólo sabiendo que es Argentina, pero sin tener la menor idea del contenido, uno escucha “Mujeres con pelotas” como título y pensaría que es una de Porcel y Olmedo, o un espectáculo de teatro de revista porteña, sabiendo además el lugar que ocupa la mujer en esas producciones. Tan cerca, pero tan lejos de eso. Testimonios de hombres públicos comos Gastón Recondo o Víctor Hugo Morales, la palabra de jugadoras de fútbol femenino, amateur o profesional, y opiniones de hinchas de fútbol (hombres), sobre estos tres pilares enunciados en los títulos, es que se desarrollará “Mujeres con pelotas”. Gabriel Balanovsky y Ginger Gentile siguen a un grupo de mujeres que, tanto en off como frente a cámara, van relatando su experiencia como fanáticas jugadoras del deporte más popular de nuestro país, y del mundo. Estos relatos son, para el texto cinematográfico, el intento de derribar los prejuicios, los mitos, y de paso denunciar el asqueroso machismo que deben soportar cuando tratan de jugar un partido en un campito metido en medio de la villa 31. La intolerancia, el ninguneo con cierta saña e incluso la discriminación, quedan plasmadas en imágenes como si estas fuesen la banda visual de las voces denunciantes, como muestra la escena en la cual las mujeres juegan en el campito mientras hombres de todas las edades pasan por el medio caminando o en bicicleta. El documental se va metiendo un poco más en la intimidad de las mujeres que practican éste deporte y se lo toman tan en serio como los hombres. Así conocemos algunas jugadoras de Estudiantes de la Plata, Boca Juniors, Aliadas de la 31, y otros equipos. Las realidades no son muy distintas de la que viven los jugadores de Fenix, Flandria o cualquier otro equipo de la D o del Argentino A. Gente que trabaja para luego ir a entrenar, o terminar un partido para ir a cuidar a los hijos… Aun así es increíble como una realización que no sale de lo convencional en su estructura, logra dibujar una realidad escondida detrás de toda la parafernalia del fútbol masculino: la nuestra es una sociedad predominantemente machista y acaso discriminadora. “Andá a lavar los platos” es la frase que las jugadoras escuchan cada vez que alguno pasa cerca. Por momentos “Mujeres con pelotas” logra incomodar, con lo cual el claro objetivo se cumple pese al convencionalismo de la construcción de la obra. Sería inútil preguntarse si el hecho de que las entrevistadas estén a la derecha, a la izquierda, o en el centro de la imagen obedece a una decisión estética “para que se vea la cancha de fondo”, o a querer contar algo con esos encuadres. Tal vez los directores no se plantean contar con las imágenes porque el tema requiere otro tipo de urgencias para declarar sus principios. Lejos del paladar preciosista de algunos especialistas, la producción apunta, a través del fútbol, a marcar claramente algunos defectos de nuestra sociedad. Si es por eso, el objetivo central se cumple.
Melina Terribili tiene algunos documentales sobre su espalda. Mas allá de la disparidad de la calidad final (la floja y sobrevalorada “Años de calle” (2011) vs. “Cirquera” (2012), por ejemplo), es indudable su talento técnico tanto para la compaginación como para la dirección de fotografía. En este último punto, sumado a la espontaneidad (¿ensayada?) lograda con Carmen Jiménez Fernández y Sheila Ferré Milán, es donde “Un día gris, un día azul, igual al mar” encuentra sus mejores virtudes. La idea de tomar la letra de Roberto Ternán del tema “Igual al mar” como fuente de inspiración para contar la historia de amor entre estas dos chicas no es aleatoria, pues la canción tiene un sabor agridulce entre lo positivo y lo negativo de las cosas, en este caso de la situación que ellas viven. Ambas habitan en un barrio periférico, eminentemente gitano, de una ciudad de Andalucía, pero podría ser también en una villa de la costa atlántica. La geografía no parece importar demasiado, en cambio sí el contexto social pues se trata de dos personas casi sin oportunidad de salir de ese estado. Una no hace nada (Sheila), la otra trata de estudiar un oficio para conseguir trabajo e intentar salir de su casa en la cual padece algunos mandatos, ayuda a su madre depresiva y a su padre con su aseo personal. Aquí, la fotografía se vuelve importante para desplegar un gris omnipresente logrando una atmósfera opresiva, sin esperanza. Ambas construyen su relación con mucha fluidez y apoyan su proyección soñando con huir de allí a una casa en donde poder ser felices, libres del entorno sin importar las carencias. El problema es la construcción de la historia. Siendo ambas (co-dirige Luciana Terribili) directoras vinculadas con el documental, hay vicios de los cuales no pueden escapar. Uno de ellos es la reiteración de secuencias tomando como eje la situación cotidiana de Carmen: afeita al viejo, busca trabajo, llega a su casa y consuela a su madre, se encierra en su cuarto, llega Sheila furtivamente, se acuestan y charlan de los proyectos hasta apagar la luz dejando un par de frases con gancho como para funcionar como nexo de la progresión dramática. Luego de un rato, en el cual la presencia de no actores se hace evidente (alguno que mira a cámara), las imágenes dejan de contar y la obra sí pasa a una sensación de documental innecesariamente disruptivo de una propuesta que no parecía serlo. Otra dificultad, más difícil de sobrellevar, es la escena del comienzo pese a la superlativa construcción de cuadro con un edificio de departamentos tomado en día nublado, pero con un verde de árboles y flores que resplandece (esto del vaso medio lleno, el lado luminoso de lo oscuro, etc). Luego veremos a Carmen, embarazada, sola, fumando en la ventana, para luego sumar un sobreimpreso que nos lleva a dos años antes. Con esto, luego de la primera secuencia, el guión se revela absolutamente obvio, pues con cierta capacidad de observación de esa primera escena no quedará sorpresa ni vuelta de tuerca, ni mucho menos actuaciones, que generen al menos un poco de interés mientras se resuelve el conflicto. Perdón: “conflicto”. “Un día gris, un día azul, igual al mar” se estrena como documental, pero tiene sólo algunas características porque la presencia de una narración (o un intento de serlo) es innegable con lo cual todo queda en una suerte de híbrido que atrae por la riqueza técnica más que por lo que muestra. Otro documental. Aunque no parece. Una ficción. Aunque no pretenda serlo. A veces sí, a veces no. Una de cal, una de arena. Bueno, se llama “Un día gris, un día azul, igual al mar.”
Una buena propuesta bien realizada rescata a una temática muy bastardeada Con mucha sutileza hacia el género del terror arrancaba una joven Kathryn Bigelow como directora de su segunda película, “Cuando cae la oscuridad” (1987). En aquella oportunidad el clima iba creciendo en tensión mientras se insinuaba el mundo vampírico, pero la clave estaba en el manejo y la dosificación de los elementos que iban acrecentando la posibilidad de comprobar que eso que intuíamos era cierto. Para entonces la definición de la obra se decantaba por sí misma hasta llegar al clímax. Como en aquella suerte de road movie nocturna con pandillas, “El día trajo la oscuridad” comienza con el personaje principal en estado de soledad (no en desamparo ni abandono) en un marco campestre donde la quietud y la amplitud del paisaje potenciada, por el tamaño de la casa en la cual vive y la fragilidad frente a lo desconocido, se vuelven factores que van operando como pistones del motor impulsor de cierta tensión, cierta incomodidad, frente al proceso de la información que nos entregan las imágenes (gran trabajo fotográfico de Nicolás Trovato). Por circunstancias bien justificadas (acordes al género) Virginia (Mora Recalde) queda al cuidado de la enorme casa en la cual vive con su padre, médico del pueblo con bastante trabajo últimamente pues la región en la cual viven está siendo azotada por una extraña enfermedad, dicen que es rabia. El hombre tiene que ausentarse pues la hija de su cuñado se contagió y debe salir a ayudar. En brazos de un remisero llega su prima Anabel (Romina Paula) quien parece tener los mismos síntomas: duerme de día y de noche se desvela al punto de necesitar abandonar la casa y deambular por el bosque. Obviamente, será la relación entre ambas el disparador para empezar a develar el misterio mientras se suceden algunos toques sutiles, sugestivos, que alimentan el suspenso, el erotismo y, por qué no, el drama psicológico. Martín De Salvo anda con pies de plomo como narrador. Se toma el tiempo necesario para que la imagen cuente y las actuaciones crezcan. De hecho, al no contar (Argentina) con actores del género (o muy pocos que lo hagan creíble) se atiene a un registro natural, casi teatral, al cual él mismo le adosa con la fotografía, el sonido y la ambientación todo lo necesario para que la cosa funcione. El mérito es mayor pues, a diferencia de la industria del país del norte que soluciona todo con efectos de sonido y música estridente, el director confía en su propuesta estética y en lo que la propia naturaleza le provee como marco geográfico para contar su historia. Tampoco hay litros de sangre ni formas estrambóticas de matar, ni diálogos innecesarios. Todo en su dosis justa para convertir a “El día trajo la oscuridad” en un sólido motivo para creer que con buenas ideas bien ejecutadas el género tiene un buen exponente. Y el cine también.
Grandes y chicos convocados para disfrutar juntos el humor sano e inteligente Desde donde dejaron en 2011, desde allí arranca “Los Muppets 2: los más buscados”. Como si hubieran puesto pausa. Algo ya visto muchas veces pero que es sólo el preámbulo para una de las canciones más irreverentes, disparatadas e irónicas que se hayan hecho sobre la industria norteamericana, clara candidata al Oscar como mejor canción (si es que la academia se banca la crítica). “Estamos haciendo una secuela / No hace falta caretear / el estudio nos considera una franquicia rendidora / Estamos haciendo una secuela / el estudio quiere más / mientras esperan que Tom Hanks haga Toy Story 4”, cantan todos a coro con Kermit y Miss Piggy a la cabeza. Mientras esto ocurre se despliega una verdadera muestra homenaje de los viejos musicales (esmoquin blanco, sombrero de copa, coreografía de Esther Williams y final a la Chicago incluidos). Los Muppets hacen una declaración de principios al permitirse una risa paródica sobre la máquina hollywoodense de hacer secuelas en desmedro de las buenas ideas. “Hacemos una secuela / se sabe que segundas partes son lo peor”, sigue uno. Otro de los muñecos aclara: “¿segunda parte? en realidad esta es nuestra séptima película”. ¡Aquí vamos otra vez! Luego de semejante introducción, la historia que justifica los siguientes 100 minutos gira alrededor de un manager de giras muy famoso (Ricky Gervais) que convence a Kermit (voz en español de Raúl Aldana) de realizar un tour en Europa, pese a la reticencia del grupo ante la falta de un show armado. Mientras tanto, del Gulag se escapa Constantine (también doblaje de Aldana), un villano muy peligroso que, salvo por un lunar en la cara, es igual a la rana. La idea es tomar su lugar y utilizar la gira como pantalla para cometer muchos robos. Las sub-tramas principales son dos: por un lado en la cárcel de Gulag (Kermit termina allí) la jefa de guardias Tanya (voz en español de Mireya Mendoza) quiere que los convictos (entre los cuales están Danny Trejo y Ray Liotta en su segunda colaboración para una película de Los Muppets) hagan un musical. Por otro, Miss Piggy (voz en español de Eric Jacobson) intenta como siempre casarse con Kermit). La investigación de todo esto estará a cargo de Jean Pierre Napoleon (voz en español de Arturo Mercado Jr.), un inspector a lo Clouseau representando a Interpol y de Sam el Aguila (voz en español de Sebastián Llapur). La dupla por supuesto es tan torpe como desopilante. Como en toda película de Los Muppets los cameos se multiplican por decenas. Desde Salma Hayek a Tonny Bennet y de Christophe Waltz a Stanley Tucci. Hay lugar para dardos hacia los críticos de espectáculos, la burocracia, los estereotipos y, por qué no, precisamente a los guionistas de secuelas. “Los Muppets 2: los más buscados” es una gran comedia que no se queda sin nada por decir. Hay momentos en los que la trama se extiende demasiad, pero en definitiva esto se suple con gags y situaciones de humor bien pensados como la guerra de chapas entre detectives, el musical de la cárcel, o la reacción del público europeo, por ejemplo. Los grandes volvemos a ser chicos junto a sobrinos, hijos o nietos. Reírnos un rato, con humor sano e inteligente. ¿Se puede pedir más? Sí, que hagan la tercera (perdón, octava)
“El otro Maradona” se inscribe dentro de los documentales que intentan con los minutos realizar una suerte de retrato humano. Puede o no ser sobre una persona famosa, porque en definitiva, se trata de llegar, por un lado, a través de las imágenes, y de lo que el personaje en cuestión dice por el otro, a un fondo de cuya base nace la empatía por parte del espectador. En éste sentido Goyo Carrizo es un perfecto ejemplo del lado B del éxito. Para no entrar en polémicas, es el éxito entendido como la fama, el reconocimiento por algún talento, y por supuesto el dinero en cantidad suficiente como para modificar sustancialmente la calidad de vida en términos de posesiones terrenales. El hombre de Villa Fiorito nació nueve días antes que Diego Maradona, y durante la infancia compartieron potrero con los “cebollitas” al punto de poder compararse al transcurrir del tiempo. Ezequiel Luka y Gabriel Amiel logran un producto sólido que marca claramente los sueños y frustraciones que se dan a partir de circunstancias determinadas. Poco a poco el espectador ira conociendo las particularidades de éste hombre hecho a pulmón. El fútbol, la familia, el barrio, todo su entorno está presente para construir el contexto en el cual se mueve Goyo, otorgándole al espectador la posibilidad de conocer bien a flor de piel como es llegar hasta allí. El “casi” de una vida llena de proyectos fundados en una posibilidad, en este caso la del fútbol. Los directores van a fondo con su propuesta tomándose el tiempo para seguir esta vida llena de lecturas constructivas. En este sentido es el propio retratado el que colabora con su transparencia. Desde el arranque podemos ver a un personaje reconocido por la juventud de una banda de rock que le dedica la letra de un tema. Es, acaso, una forma de reconocimiento a otro tipo de trayectoria. Ese que está más cerca de lo terrenal.
Todavía queda flotando en el ambiente el riesgo tomado por los productores al relanzar al Hombre Araña muy poco tiempo después que la trilogía de Sam Raimi viera la luz, sin embargo aquí está el arácnido nuevamente entre nosotros para entregar otro capítulo. ¿La razón? Porque tiene espalda para bancarse la cantidad de secuelas (se vienen dos más para 2016 y 2018), recauda muchos dólares, y porque probablemente junto con Batman sean los dos personajes (de historieta de superhéroes) mejor escritos de la historia. Desde siempre ambos pegaron fuerte en la cultura popular, tienen conflictos internos apoyados en el dilema de “querer o tener que ser”, además mucho carisma aún moviéndose con improntas muy distintas. Marc Webb es nuevamente el director luego de pasar el examen anterior, y aunque “El sorprendente Hombre Araña: La venganza de Electro” no es una obra maestra, logra superar en todos los rubros a la de 2012. Más contento e irónico que nunca, el Hombre Araña (Andrew Garfield) se pasea por su querida Nueva York saludándola y haciéndole bien en su rol de superhéroe, salvador, justiciero, etc. Además de bueno es simpático, bromista, un poco engreído, con esos comentarios a la Bruce Willis (en especial en las escenas de acción) y, por supuesto, siempre con esa ágil y ornamental forma de moverse. Durante su primera aparición anda tras un ladrón enloquecido (Paul Giamatti) a quien no será la última vez que lo veamos. El montaje paralelo mostrará a Max Dillon (Jamie Foxx) como un empleado de OSCORP tímido, introvertido y algo obsesivo a juzgar por un sospechoso fetiche con el lanza-redes. Estas pinceladas del guión en función de la construcción del villano es lo más flojito y remite al mismo estilo con el cual Joel Schumacher hizo nacer al Acertijo encarnado por Jim Carrey, casi destruyendo la franquicia de Batman en los 90 segundos. Por el lado de Peter Parker, su relación con Gwen Stacy (Emma Stone) pasa El “mientras tanto” está en la familia Osborne (dueña de la empresa). Norman (Chris Cooper) está moribundo. Harry (Dan DeHaan), su hijo, y ex-compañero de secundaria de Peter, está perturbado, dolido. No hace más que escucharlo en su lecho de muerte mientras se entera que la enfermedad es hereditaria y necesita una pronta solución que tal vez se encuentre en la secreta investigación llevada a cabo en su momento por Richard Parker (Campbell Scott), la cual, eventualmente, lo llevó a la muerte por la propia gente de OSCORP. Claro, el armado del que luego será el nuevo Duende Verde, sí tiene una base sólida y mejor justificada. El realizador se rodeó de verdaderos talentos más allá del elenco. Los guionistas son Jeff Pinkner (de la serie “Lost”), Alex Kurtzmany Roberto Orci, estos dos últimos son los sólidos escritores de las últimas “Star trek”, y también de esta saga salió el director de fotografía Dan Mindel, gran trabajador de la homogeneidad entre los exteriores y lo filmado en croma. Finalmente se destaca la compaginación del enorme Pietro Scalia, ganador del Oscar por “JFK” (1992) y “Gladiador” (2000). Pocos en Hollywood hacen tan buen trabajo. “El sorprendente Hombre Araña: la venganza de Electro” cumple con creces el objetivo de entretener, pero además ofrece lo necesario para tomar la buena decisión de oscurecer un poco más el personaje para las próximas, sobre todo porque Andrew Garfield encarna un Peter Parker más trabajado desde lo actoral. Bien lejos de la incipiente tibieza natural ofrecida por Tobey Maguire en la trilogía anterior. Los hechos narrados en esta entrega dejan un terreno fértil para hacer crecer la historia. En todo caso será importante no especular con la repetición de la fórmula. Los millones de fanáticos ofrecen una fuente inagotable de recursos, pero no comen vidrio.
Tome usted cualquier documental sobre alguna especie animal, producido en los noventa (o en ésta época también, ¿por qué no?), para la National Geographic o el Discovery Channel. Particularmente sobre animales de la selva o el bosque: Recuerda? Esas imágenes panorámicas de cámara fija con paneo horizontal lento (casi siempre de izquierda a derecha de la pantalla), en las cuales veíamos tremendos atardeceres sobre el Serengueti, o algún monte reflejado en un lago de Asia. Luego el relato en off con voz de una locución tan perfecta como monocorde, y una música que iba haciendo crossfades con el sonido ambiente de la naturaleza. Un día en la Disney se levantaron pensando: ¿Cómo hacer más plata con esto apenas aumentando el presupuesto? Fácil: caracterizando los animales. Dándoles una entidad más humana aprovechando la tendencia natural a sentir ternura que tienen los televidentes, en especial cuando se trata de cachorritos. Con la tendencia natural de los documentales a “humanizar” el comportamiento animal sólo hay que escribir un guión para voz en off, cuya vuelta de tuerca consiste en olvidar la información académica, o dejarla en un segundo plano detrás de una hipotética historia. Por supuesto que es necesaria una voz trabajada en términos de actuación. El locutor no va. No vende. La voz debe transmitir sensaciones, humor, nostalgia, tristeza, etc. Alastair Fothergill deslumbró con la dirección de “La Tierra” en el 2007, lo que derivó en la creación de Disneynature, compañía con la cual comenzó una fructífera relación que empezó a facturar en el 2011 con el estreno de “Felinos de Africa”, 2012 con “Chimpancés”, y éste año con el estreno de “Osos”. Las tres a cargo del mismo director en colaboración con algún amigo. La fórmula de “Osos” es casi la misma de sus antecesoras: Madre (Sky) con cachorro/s (en éste caso Amber y Scout) a los cuales se les hace un seguimiento, ya no como objeto de estudio sino con la idea de lograr imágenes funcionales al “guión”. Como el ciclo de la vida animal siempre vuelve al mismo lugar, esta “historia” comenzará con el final de la hibernación, para retornar al punto de partida, para recomenzar un nuevo desarrollo cíclico, luego de una temporadita en las preciosas geografías de los parques nacionales de Alaska. ¿Quién no va a enternecerse con oseznos jugando entre sí, o envueltos en alguna jugarreta natural que causa gracia (la escena en la que Scout no puede desprenderse de una almeja, por ejemplo). “Sky está desesperada, temerosa de no volver a ver a su hijo”, dice el narrador. Corte a la cabecita del mismo asomando entre troncos, “¡aaaah!” suspira la platea. Chorrea azúcar de la pantalla. Como estas imágenes son registros de los animales durante un período, no se extrañe si la continuidad se rompe en mil pedazos porque, recordemos, que hay que contar una historia porque sino aprender es aburrido y, como en toda historia que se precie de tal, hay héroes, villanos, amor, etc. Puede que a los chicos les quede que hay osos buenos, malos, graciosos, perezosos, o que el lobo es recontra villano. Hay algo innegable siendo esa la intención de estas producciones: desde el punto de vista técnico la fotografía, cámara, encuadres, y mezcla sonora son impecable, ahora uno se pregunta ¿qué nos deja? En lo escrito por éste realizador vale asignar al reino animal todas las características humanas que ayuden a adaptarlo a nuestra forma ver el mundo. Si a eso le sumamos la partitura de George Fenton y la voz (esta vez) de John C. Reilly, cartón lleno. Claro, si escuchamos un “ti-lín, ti-lín” cuando vemos a la cachorrita Amber y un chan” cuando se le acerca algún depredador de turno es más fácil clasific a buenos y malos, aunque esto colabore espantosamente con la distorsión de la realidad y vaya en desmedro de una comprensión real de la importancia (más en esta época) de preservar los ecosistemas. No es una tragedia, es cine, pero quién escribe piensa, y firma, que pese a su corrección técnica “Osos” (y sus derivados) es un registro documental que por su afán de entretener barato falsea la identidad de la naturaleza, por ende su posibilidades de apreciarla más cercana a lo que es y representa.
Con todas las cuestiones relacionadas a la realización de una película: Producción, fechas de rodaje, actores, compromisos, superposición de estrenos, calendarios caprichosos, etc, es difícil clasificar esta época como un revivir del cine bíblico. La suerte y avatares de cada proyecto hicieron, y harán coincidir en 2014, a tres realizaciones de diferente factura como“Noé” (conocida hace un par de semanas), “Exodo” (a estrenarse en diciembre), e ”Hijo de Dios” que nos ocupa ahora. No es por aguarle la celebración de la Pascua a nadie, pero probablemente estemos frente a la más olvidable de las obras cinematográficas hechas hasta el presente sobre Jesús. ¿Hace falta decir de qué se trata? Sí puntualizar que la mayor parte del relato se centra en él, ya crecido, pasando por los hechos archiconocidos ya no por el catolicismo sino por toda la humanidad, como si fuera un cuadro sinóptico, pasamos por el “reclutamiento” de los apóstoles (sólo un par de ellos, no vaya a creer que alguna vez veremos cómo entran Andrés o Bartolomé), el desierto, la curación del ciego, Lázaro, las piedras por peces y pan, Caifás, caminar por el agua, las prédicas… no falta nada de lo visto en catecismo o en la tele. Las escenas, el vestuario de estampita, la opacidad de la fotografía, los decorados e insólitamente los efectos especiales (leve uso del CGI incluido), son de una mediocridad agobiante. Visualmente es difícil no pensar que el director depositó su entera confianza en la fuerza de la historia. Como si hubiera hecho una encuesta a la salida de una misa dominical para ver qué tipo de película quiere el público, además de creer que la corrección de su impronta como narrador sería suficiente para que los especialistas no lo destrocen. Christopher Spencer (justo ese nombre, vea usted) llega hasta ahí. Sin jugarse ni un poquito a ofrecer siquiera un relato desde el punto de vista de cualquier otro personaje. El de un apóstol de Jesús, el del burro que lo transporta a Jerusalén, cualquier opción hubiera sido más constructiva que la de hacer una remake lavada de “Rey de reyes” (1961), vista diez mil veces en la tele de antaño. Habiendo hecho documentales durante toda su carrera era esperable una floja dirección de actores, pero en este sentido el autor de “El hijo de Dios” logra superarse e inculcar a casi todo el elenco la expresividad de un omóplato. Hasta Pilatos (Greg Hicks) parece un villano de manual considerando que el personaje está interpretado por un actor que ya había participado en producciones anteriores sobre temática religiosa. Lo que será ver la miniserie, si éste es el recorte elegido para estrenar en cines. Los únicos que hacen su trabajo con compromiso hacia el personaje (y la historia) son los dos autores de la música: Lorne Balfe y Hanz Zimmer, es tan bueno lo de ambos que alcanzaría con poner el disco y leer la biblia en un sillón para emocionarse (y enriquecerse) con esa parte de las escrituras.