Saquemos de la ecuación dos o tres cosas antes de abordar el comentario de “El sorprendente Hombre Araña”. Una es el apuro. ¿Qué llevó a Marvel, y a toda la gente involucrada, a llevar al cine por cuarta vez en una década, luego de tres buenas adaptaciones, volver todo a foja cero? Las tres Spiderman de Sam Raimi ya habían dicho todo lo que se podía decir sobre Peter Parker y su mundo, pero además las tres circulan incansablemente en el cable y en la tele de todo el mundo, con lo cual hay una sensación a “tema saturado”. Un pequeño antecedente podrían ser las dos Batman de Tim Burton contra las tres de Christopher Nolan. No sólo la de 1989 esta separada del nuevo comienzo en 2005 por más de 15 años. En ambos casos hubo una seria revisión del personaje, sus conflictos y el aprovechamiento de la riqueza de contenido del comic. O sea, con Batman todo volvió a empezar con una óptica tan distinta que dejó a las de Burton como un juego de niños. Y eso que ya aquellas habían pateado el tablero contra la serie y película de Adam West de los ‘60. Otro es la innovación tecnológica y los efectos especiales empleados para contar la historia. En este sentido el público “pochoclero” ya está acostumbrado a que esté bien realizado. Si sacamos estos factores del camino estamos ante el comienzo de una nueva saga del arácnido que para aquellos fanáticos del comic que hayan visto las anteriores no habrá absolutamente nada nuevo, en todo caso pueden cuestionar algunas licencias respecto de la historieta. Cada secuencia será esperable. La presentación del personaje, la relación con el tío Ben, la picadura etc. No falta nada, excepto por el inefable editor del “Daily Globe” que odiaba al héroe a los gritos. Entonces el mayor desafío de esta producción pasa por cómo narrar nuevamente el relato sin aburrir. Peter Parker es un estudiante de secundaria delineado como el típico nerd víctima del “abusador” de turno. También le gusta sacar fotos, pero esta habilidad por la cual esperamos su pasantía en el diario no es luego utilizada por los guionistas. Allí conoce a Gwen (Emma Stone), quien sí tiene una pasantía en un laboratorio, cuyo nombre Peter relaciona con los asuntos de su padre que debió abandonarlo (esto tampoco está en la historieta), para dejarlo de muy chico al cuidado del Tío Ben (Martin Sheen) y de la tía Mary (Sally Field). Curioso, el joven se mete en el laboratorio y es picado por la famosa araña. Lo demás ya lo sabe. Podríamos decir que las diferencias sustanciales están planteadas y trabajadas sobre el protagonista y su personalidad. Ser un adolescente impetuoso, quien vivirá basando su existencia sustentada en el principio que “con un gran poder viene una gran responsabilidad”, la que se suma a la importancia dada a los vínculos familiares. En este caso la historia desarrolla mucho más la presencia de los dos en función de la imagen paterna, como asimismo la relación con Gwen. En este aspecto Andrew Garfield provee matices mucho más interesantes que el compuesto por Tobey Maguire en la trilogía anterior. El villano de turno será el Dr Connors, alias El Lagarto, (Rhys Efens), personaje que estuvo mucho más presente en los dibujos animados de la tele que en el papel, aunque aquí aporta lo suyo. También hay un acierto con Emma Stone (¡que linda es!), no sólo por su cualidad interpretativa; sino porque en esta ocasión un guión la saca al personaje de una la tontita inocente. Finalmente, las secuencias de acción y desplazamiento del héroe tienen mucho vértigo y atendibles efectos. Incluso hay varias tomas en subjetiva que combinadas con el 3D están plenamente justificadas. Se puede decir que hay momentos en los que se evidencia alguna falla (más de dedicación que de presupuesto), por ejemplo cuando el héroe va por los rascacielos; pero en todo caso también se notaba en las anteriores sin que esto interfiera con el entretenimiento. En resumen, es que con todos estos aciertos parciales que “El sorprendente Hombre Araña” logra salir airosa, pero eso sí... de sorprendente no tiene casi nada.
Increíble que haya tanto contenido en una pregunta de una sola palabra. Esto que suele suceder últimamente, me lo disparan algunas decisiones que no tienen que ver con presupuesto, ni con tecnología, ni con distribución. Tiene que ver con la construcción de un universo a partir de la posibilidad de filmar una película, o sea el guión. Ese conjunto de páginas que implican la búsqueda de la conclusión de una obra cinematográfica. Leí una vez que el sentido ante una obra de arte depende de quien la observa. Siempre creí que este enunciado es una apología de la subjetividad. Con este criterio todo el arte lo es, y no se puede aplicar BIEN HECHO o MAL HECHO porque entonces ¿desde donde se califica? ¿Según el gusto de quien? En el caso del cine es más simple de formular pero más complicado de desarrollar. Por ejemplo si en la primera toma tengo un plano general de un patio visto con referencia desde la puerta de una casa (se escucha una gallina fuera de campo), y luego un tipo que carnea una ayudado por otro; debo saber que alguien que vea eso va a tratar de decodificar lo que estoy mostrando. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo se resuelve o qué le aporta al relato? También, puedo elegir no explicar nada, total el arte es subjetivo. Así arranca “Malon”. Luego de la apertura vemos a un hombre enfrascado en su rutina. Es cocinero en un bar de minutas, practica boxeo con la misma dedicación con la que toca el acordeón, o lleva comida a una mujer que vive en la misma pensión. Es innumerable la cantidad de veces que veremos esto en distinto orden. Mientras tanto, el resto del entorno aporta conversaciones sobre la militancia peronista en los ‘70 o de cosas cotidianas. Como espectadores pacientes empezamos entonces a aislar lo que ya vimos tres veces (porque ya lo vimos) y a buscar qué se quiere contar. Qué nos estamos perdiendo por no querer, no sé… ¿leer entre líneas? Ahí aparecen algunas cosas interesantes, como la toma larga de este buen hombre viajando en el furgón del tren con actitud entre pasiva, desconfiada y reflexiva. Ayuda a construir un personaje que prácticamente no habla, y cuando lo hace casi no se le entiende. Todo lindo pero de nuevo, si la información es repetitiva y los personajes solamente están en la escena casi sin desarrollo ni fundamento todo se torna eso. Subjetivo. ¿Que se quiere contar? ¿Un lugar, una persona, un tiempo? Todo eso junto es difícil de tragar porque la conexión entre el pasado de militancia utópica y su consecuente presente es un fino, finísimo hilo entre intención por parte del director e interpretación por parte de quien observa una escena en la que el buen hombre, vaya a saber por qué, se va a una manifestación política en el centro de Buenos Aires. Es cierto, hay algo llevadero en la película porque se genera cierta curiosidad por entender quién es este hombre y por qué hace lo que hace. Cuando nos damos cuenta que todo va hacia un final que no es tal, pero tampoco es el principio de nada (ni siquiera de una reflexión), resulta que estuvimos presentes en la sala esperando que pase algo. Y pasa, nomás. Se prenden las luces y la gente se va.
De todas las sagas de películas animadas hechas en Hollywood aparentemente “La era del hielo” es la que más ha crecido en términos de recaudación, razón por la cual no hay por que pensar que dejaran de hacerlas. Es curioso como se las arreglan los guionistas para ir desgastando y agotando todo como si quisieran sacarle más jugo a lo que ya es una cáscara sin siquiera un poco de pulpa. Pasó con Shrek y sucederá con el resto también, aunque en el caso de “La era del hielo” podríamos decir que actúan son mayor viveza. Agregan personajes, sí, pero nunca se apartan de la constante principal que es el viaje. Manny, Diego, Sid y compañía siempre viajan huyendo de los terremotos y de la naturaleza en general. El gran monstruo que finalmente terminó por exterminarlos. Pueden agregar más o menos personajes, e incluso hacerlos desaparecer sin explicación. El hombre, por caso, dejó de participar en la saga después de la primera. En este trasladarse es donde va naciendo la aventura. Esta vez las placas teutónicas hacen que un pedazo de hielo que se desprende del continente deje a los tres amigos, junto a la abuela de Sid, flotando con rumbo incierto, mientras la hija de Manny y su mamá Eli quedan para tratar de llegar a un punto X, salvarse, y de paso servir a la sub trama. Dijimos que son cuatro a la deriva, la mitad de los “8 a la deriva” (1944), de Hitchcock. Si tan sólo el guión de esta cuarta parte fuese también la mitad de ingenioso no veríamos un hielo (léase barco) pirata comandado por el Capitán Tripa, un simio igual al Jack Sparrow de Johnny Depp, pero menos amanerado y mucho menos gracioso. A partir de aquí pasa todo lo que pasa en una de piratas, y cada uno tendrá su lección. Como siempre el eje está puesto en la familia y en la comunidad, donde todos cuidan de todos. Decía más arriba que son más vivos, porque vuelven a contar la misma historia una y otra vez. Claro que si un chico tenia 7 años cuando se estrenó la primera en 2002, hoy acusaría 17 abriles de manera tal que no irá al cine a ver esta producción.. Acá es donde entra en juego el axioma el público se renueva. En definitiva. Esta realización cumple con repetir el esqueleto narrativo de las anteriores. Para los chicos funciona bien y, en suma, es lo que importa a la hora de usar la billetera. Syd sigue siendo el ingenuo del trío y el generador de casi todos los momentos de humor. La otra parte la aporta la insistente ardilla que una vez más esta persiguiendo la bellota por todos lados, ocasionando todos los desastres ecológicos de la historia. Lejos lo mejor del film. Para los grandes, saber que Estados Unidos está como está, y que en una escena se hable de llegar a una tierra mejor y mas libre; mientras se muestra una ardillita tallada imitando la estatua de la libertad, quizás sea demasiado. Para todo el público la proyección está precedida por un corto de “Los Simpsons” con Maggie como protagonista. Bastante flojito para lo que estamos acostumbrados a ver en la serie televisiva de Matt Groening. Ni eso funciona.
Puede que sea conicidencia pero hay algo en la elección de dos o tres películas de Les Avant-Premières que sigue un criterio común: el de mostrar la vida jóven aún con conflictos disímiles. Agregarle a la palabra café (o cafetín en términos locales y tangueros) el prefijo “cyber”, indica en dónde está puesto el foco y es ahí donde nace esta historia mezcla de policial y drama con dos chicos Vincent (Cyril Descours) y Rebecca (Nina Meurisse) que se enamoran a primera vista. Un asesinato y una desaparición resulta en una investigación que conecta a los investigadores con su propia existencia. Mermoud usa esta cisrcunstancia para hacernos conocer a cuatro personas y sus motivaciones. A lo mejor se estira un poco el final al punto de cuestionar la conveniencia para relatar la historia pero es anecdótico ante una buena película que mira de reojo al cine negro contemporáneo.
Tiempo hacia que el género policial estaba desaparecido del cine argentino. En realidad, técnicamente hubo un par de producciones cercanas (que quede claro, cercanas), como “El secreto de sus ojos” (2009) y “El gato desaparece” (2011), quizá también “Carancho” (2010). Pero lo que se dice policial. Nada. Al menos ninguna destacable y se sabe que la mente tiende a borrar malos recuerdos. “La plegaria del vidente” no va a cambiar la historia, pero en términos generales se presenta como algo saludable a la hora de analizarla. Bilbao (Gustavo Garzón) es un policía con códigos de incorruptible, sin llegar a ser un Sérpico. Digamos con dos o tres actitudes que lo eximen de culpa pero... Siempre hay un pero en estos casos y, fiel al cine negro, algo de su pasado no esta muy claro que se diga. Justo cuando se daba por vencido en la vida aparece un caso que lo despierta una vez más. Alguien comete asesinatos en serie a las prostitutas en la zona de Mar del Plata, y no parece haber mucho en común entre si. De hecho, desde el comienzo se instala la intriga en el espectador con el elemento complementario de recordar que existió realmente un caso recordado como el del “loco de la ruta” en esa misma zona. Por qué las están matando y por qué Bilbao quiere investigar, algo que mediticamente afectará la temporada veraniega y funcionará en el guión como un latente conflicto de intereses entre el poder político y la justicia. De por sí un factor que siempre juega a favor del buen cine si se saben manejarlos apropiadamente. Aquí es donde el director saca chapa de claridad de conceptos. La plegaria esta narrada por un periodista, Carlos Riveros (Vando Villamil) quien, fascinado y obnubilado por el oscuro mundo de la noche y de las criaturas que la viven, toma estos asesinatos como el aliciente perfecto para motivar su investigación. La elección de Gustavo Garzon es otro de los puntos fuertes. La determinación de su personaje le viene al pelo para desplegar su trabajo y lograr con el una rápida conexión con la propuesta estética, otro factor influyente en esta realización. Podemos discutir si la decisión de mostrar el lado “oscuro” de la noche marplatense es abandonada por algo más universal o no. Lo importante es que funciona. Los diálogos y un montaje vertiginoso, dejan ver un modo interesante de manejar un concepto más moderno. A su vez, la combinación de elementos fantásticos, cuando las riendas del protagonismo las toma el vidente Mauro Bramuglia (Juan Minujin), representan un riesgo del cual el realizador sale airoso. Por momentos “La plegaria del vidente” se acerca a productos del género como “Pecados Capitales” (1995) o “El coleccionista de huesos” (1999 ), por tomar dos ejemplos de montaje, música y fotografía oscura. Un cine que por su sencillez de ideas abre la puerta para darle una chance al entretenimiento bien filmado y casi sin fisuras. Es cierto, no descubre la pólvora y habría que recordar la importancia de no dejar algún cabo suelto, pero entre tanto cine experimental, a veces excedido en metáforas, esta realización queda en un lugar destacado del catalogo argentino en lo que va del año.
Si en Amor de Familia (2008) Remi Bezacon nos mostraba momentos importantes y significativos en el transcurrir de los lazos y afectos de una familia, en Un Suceso Felíz se ocupa de narrar la construcción de la misma con una mirada jóven, fresca e inevitablemente tonal. El texto cinematográfico va de colores vivos a grises a medida que Bárbara (Louis Bourgoin) y Nicolas (Pio Marmai) se conocen y forman pareja con proyecto de vida incluido. La gran performance de ambos actores mas la acertadísima fotografía y música hacen que los conflictos de ambos se transformen en historias y la buena mano del director hace que un guión casi sin conflicto derive en que la película toda es el conflicto per sé. Vivir la vida con sus frutos y consecuencias.
Antes del estreno de “El secreto de Albert Nobbs” sabíamos que Glenn Close estaba nominada al Oscar como mejor actriz, rubro en el que competía con Meryl Streep por su trabajo en “La dama de hierro”. Luego vino todo un cúmulo de información irrelevante como que esta idea fue antes una obra de teatro y otras yerbas. Lo cierto es que ambas tienen en común la construcción de un “traje a medida” en términos de actuación en desmedro del producto final. El secreto en cuestión no tarda en develarse al espectador. Albert Nobbs debe su existencia a una mujer que encuentra “disfrazándose” de “él” una manera de abrirse paso en una Irlanda del siglo XIX, en la cual la mujer no juega prácticamente ningún papel. Sin doble discurso, digamos que es un hombre incluso parco, temeroso de estar vivo, tomar decisiones y sobre todo de ser descubierto. Adivinamos también la mujer que lo encarna (el personaje, que encarna a su vez un personaje) también actuaría de la misma manera pero con muchas menos oportunidades. Oculta celosamente el dinero que obtiene en calidad de propinas en el hotel donde trabaja empleando como caja fuerte un sector del piso de la habitación en que vive, soñando con algún día establecer un negocio, independizarse, comenzar una vida más digna y llevadera e incluso constituir una familia. La complejidad gestual y corporal de Nobbs precisaba de una estupenda actriz como Glenn Close. Aquí es donde podría cuestionarse la conveniencia de algunas decisiones sobre la construcción del ser. Sabemos que Albert es Glenn Close y hay pocos momentos en los que no la vemos a ella actuar como hombre. Es decir, la obra requiere varios momentos de la complicidad del espectador para aceptar llegar al punto que pretende el director, mostrar que para realizarse en este mundo, para trascender más allá de los hechos, la mujer debe “no ser”. La entrada de un hombre que hace changas como carpintero y albañil será lo que funciona como disparador afirmativo de la esperanza de éxito para el plan de Nobbs. Todo juega a favor de un guión correctamente construido en el que queda poco lugar para las preguntas, y menos aún para la reflexión. La reconstrucción de época, el vestuario y un destacado maquillaje ayudan a crear el mundo frío e indiferente en el que se mueven los personajes. Con todo armado para el lucimiento de la actriz de “Relaciones Peligrosas” (1988) “El secreto de Albert Nobbs” termina por auto consumirse en su propio jugo, dejando una actuación de colección respecto de una obra de menor valía al someterla a un examen riguroso.
Ver “Ánima Buenos Aires” (2012) disparó para los que vemos mucho cine por año la imagen clara de reconocer que en el cine argentino falta algo de identificación con nuestra idiosincrasia más tradicional. De la pantalla grande han desparecido el mate, el colectivo, la política y sobre todo el fútbol, en definitiva los temas que nos identifican en lo cotidiano. Este párrafo no intenta reclamar nada pues está dicho en los términos más generales. Como prueba reconozco la presencia del bondi en “Un mundo misterioso” (2011), o el mate en “Las acacias” (2011). Pero estos actos no están representando una coyuntura como imagen de nuestra sociedad; están puestos como circunstancias que no superan lo anecdótico. Entonces el tríptico de Raul Perrone, por ejemplo, se me viene a la mente como una parte denunciante de esto que menciono, y sin embargo no hay ficción en ninguna de esas tres obras (“Luján”, “Los actos cotidianos” y “Al final la vida”, 2012). Desde este lugar le doy la bienvenida a “Fuera de juego”, más por el sentido de la oportunidad que por contenido, pero bienvenida al fin. Salvando las distancias las primeras tres palabras que se escuchan en “Plata Dulce” (1983) son “¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!”, gritadas por Julio de Grazia. En dos minutos ya estábamos en clima futbolero y triunfalista. “Fura de juego” arranca en 1982 en un picado que establece por qué el personaje de Peretti odiará el fútbol por el resto de su vida aunque luego, este interesante concepto relacionado con la falta o el desaprovechamiento de las oportunidades, no se sustente en el recorrido de la trama. De hecho la historia se desvía hacia otros recovecos. Va más allá de las fronteras de la pasión por el deporte más popular y se instala bastante lejos de Buenos Aires, y en la periferia de este mundillo del césped y la de cuero para focalizar su atención en los representantes de jugadores, uno de España (Fernando Tejero) y otro de Argentina (Diego Peretti) que, en este caso, dirimen cuestiones económicas sobre la comisión correspondiente al posible fichaje de una “joven promesa” por parte del Real Madrid. Las subtramas del guión están a cargo del jugador en cuestión (“chino” Darín), el chico que ve pasar el juego de intereses de los adultos por encima de su percepción, y la esposa del representante español (Carolina Peleritti), quien lo sigue acompañando a pesar de todo. Hay cameos de todo tipo que incluyen a Ricardo Darín, Martín Palermo e Iker Casillas. El objetivo es ese: figurar un rato como pequeños guiños que de todos modos no terminan siendo muy útiles. Ni siquiera como parodias de sí mismos. La decisión de los guionistas hace que los personajes (y por carácter transitivo los actores) sean los que llevan adelante la historia, y sobre todo el resultado final. Es aquí donde debo decir que gracias al elenco las situaciones se sostienen hagan lo que hagan y digan lo que digan. Probablemente si presta atención a los spots publicitarios tenga un parámetro cercano a de qué la va esta producción. Después de la gran cantidad de comedias a lo largo de la historia del cine cuyo éxito dependió de los intérpretes sería injusto medir “Fuera de juego” con una posición rígida en tanto su posibilidad de aporte a la historia del séptimo arte. Me juego sin eufemismos a pensarla como un disparador entretenido y algo redundante para abordar con una mirada cómica la pasión de multitudes. Lo mejor que puede pasarle al espectador es ir dispuesto a engancharse sin preguntar demasiado. A lo mejor de esa manera podrá obtener mayores beneficios de las ganas de reírse. Si el fútbol perfecto es el Barcelona de Guardiola, esta película vendría a estar en la mitad de la tabla. No se va al descenso, pero tampoco clasifica a ninguna copa.
Relato ameno, rico en imágenes, efectivo en humor, para disfrute de chicos y adultos Dentro de la enorme cantidad de películas animadas que se producen alrededor del mundo quizás haya dos sagas fundamentales e insoslayables: “Shrek” (2001) y “Toy Story” (1995). Todas las demás se ubican en una segunda, tercer, y cuarta línea en términos de recaudación y aceptación por parte del público. Allí se instalan “La era del hielo” (2002) y, claro está, la serie de “Madagascar” (2005 y 2008), no sólo con los largometrajes; sino también con la producción de dibujos de los pingüinos sabelotodo que se desprenden de ellos. Si es por la cantidad de dólares producidos en las boleterías todo indica que tendremos varias más durante los próximos años, esperando que no vayan en desmedro en cuanto a su calidad. En el caso de “Madagascar 3: Los fugitivos”, los guionistas Eric Darnell y Noah Baumbach, y los realizadores Eric Darnell, Tom McGrath y Conrad Vernon ya conocen de memoria a sus criaturas: Marty (la cebra), Alex (el león), Melman (la jirafa) y Gloria (la hipopótamo). Es saludable porque saben hasta dónde se puede tirar de la cuerda para no caer en la extravagancia, o en la exageración de situaciones forzadas. Los animales siguen en África (como siempre), quieren regresar a Nueva York (como siempre) y a falta de la propia astucia dependen de la de los pingüinos para lograrlo (como siempre). Pero esta vez se animan a más cuando ven que las aves se las toman por su cuenta, y deciden poner garras y pezuñas a la obra para seguirlos hasta Francia, y allí convencerlos de emprender el ansiado regreso al zoológico de Manhattan. En el ínterin tratarán de escapar de la temible capitán Chantel DuBois (una policía con olfato infalible y coleccionista de cabezas de animales) uniéndose a un circo que compran con las ganancias del casino. “Madagascar 3: ...” es rica en imágenes deslumbrantes, con un notable diseño de sonido, mucho color y mucha música pop, además de la extraordinaria banda de sonido de Hanz Zimmer, tal vez en su mejor trabajo desde “Gladiator” (2000) Pero quizás el mayor acierto se lo puede encontrar en haber evitado a toda costa el centrar la historia sólo en los cuatro personajes citados, sino proceder a introducir a DuBois, uno de los mejores villanos de la década en este género, brillantemente pensado y construido, ante el cual el espectador percibe la sensación de querer verla más tiempo en acción (la escena en donde canta un tema de Edith Piaf es memorable). Algo similar sucede con los tres, o cuatro, principales integrantes del circo: una chita, un tigre, y una osa que jamás habla... pero dice mucho. La característica principal de la tercera parte es el humor. Abundan las situaciones cómicas, muchas de ellas originales y bien mezcladas, con los remates algo más obvios, pero igualmente efectivos. Como sucede en las dos anteriores, podría hacer algún ruido a los adultos el hecho de instalar si las únicas opciones para los animales son el zoológico o el circo, sin mencionar que, en cualquier caso, el resto de los seres vivientes está destinado a entretener a la raza humana. A lo mejor es hilar muy fino. El punto que a usted puede interesarle más es si vale la pena llevar a los chicos. Pues sí, hágalo tranquilo sabiendo que no serán ellos los únicos en salir del cine con una sonrisa luego de 93 minutos realmente entretenidos.
Sencillez y sensibilidad para evocar un episodio en la vida de Marilyn Hollywood ha sido, y es, la industria más importante en la historia del cine occidental y, en rigor, de allí han salido dos o tres de las obras maestras que hoy sientan la base del estudio del séptimo arte. La década del ‘40 y ’50, o sea la era dorada de la post Segunda Guerra Mundial, mantenía latente el star system del cual surgieron algunas de las grandes figuras de la pantalla. De todas ellas Marilyn Monroe es sin dudas la definición perfecta del concepto de estrella. Lo que genera en nosotros supera su vida artística para incorporarse a nuestra cotidianeidad. Pero como todo ser humano convertido en fenómeno cultural si muere joven se convierte en leyenda. Por eso es que no podemos evitar proyectar el fenómeno hacia el futuro e imaginar cuanto más grande habría sido. Jimi Hendrix, Bob Marley, Luca Prodan y James Dean son algunos ejemplos. Por eso cada paso de estos artistas, de carrera corta y popularidad inconmensurable, es una historia en sí misma. Así llegamos a “Mi semana con Marilyn”. El primer acierto de esta realización esta en el guión. Adrian Hodges (guionista exclusivo de TV hasta esta oportunidad) sabía que se metía con la gran estrella, luego, en lugar de abordar el texto desde la grandilocuencia de la figura lo hace desde la admiración que provocaba por distintas razones. Allí es donde se instala el subtexto de la historia, permite el crecimiento de todos los personajes y el lucimiento de los muy buenos actores que los interpretan. Envidia, celos, admiración, obnubilación, fanatismo y varios etcéteras es lo que ello generaba. El realizador Simon Cuurtis logra transmitírselo al elenco, y al espectador por carácter transitivo. Si basta un botón como muestra presten atención a la escena en un bar inglés al que ingresa Marilyn Un simple y magistral gesto resuelve una situación memorable y establece el punto. En 1956 Colin (Eddie Redmayer), un joven aspirante al mandato paterno, consigue trabajo como tercer asistente de producción en “El príncipe y la corista”, el clásico dirigido por Laurence Olivier (Kenneth Brannag) que tiene como artista invitada a Marilyn Monroe (Vanessa Williams, nominada al Oscar por este trabajo). La historia que nos narran se centra en los avatares acontecidos durante la filmación. “Tu eres un gran actor que quiere ser estrella, y ella es una estrella que quiere ser actriz” se planteará en el momento de mayor profundidad de esta comedia dramática. Efectivamente, ese es el conflicto real sobre el que se sostienen los incidentes del relato; alimentados por las anécdotas de rodaje narradas en dos libros escritos por el propio Colin Clark. La sutileza de la banda de sonido subraya correctamente cada momento, pero todos los rubros técnicos colaboran con la obra, como el muy buen diseño de vestuario y la fotografía. En su conjunto, “Mi semana con Marilyn” aporta al espectador una buena narración, buenos momentos de humor, no cae en el melodrama, pero, sobre todo, ayuda a comprender desde la sencillez de la realización la enorme dimensión de una estrella que ha quedado para siempre en la historia del cine y de la cultura mundial.