Vamos aclarando algo de entrada para aquellos que todavía estén confundidos sobre el género al que pertenece esta película (más allá de lo que dijo el director el día de la presentación en las flamantes salas del Centro Cultural General San Martín). “El Camino del vino” es una ficción que utiliza elementos de un documental. Para ser más precisos, la cámara en mano que registra hechos reales (cuyo "metraje" luego se emplea para construir la ficción), y la utilización de hombres y mujeres que no son actores, hacen de sí mismos pero sometidos a situaciones de ficción guionada. Aclarado este punto, estamos ante la historia de Charlie Arturaola, un sommelier que en un determinado momento "pierde el paladar", en tanto pierde su capacidad para catar vinos, actividad que para él y su mujer representa un medio de vida. Hablando de este tema, "el vino es vida" no es un concepto inventado por quien escribe. Hay textos bíblicos que hablan de ello, y hasta el Dr. René Favaloro dijo que una copa diaria hace bien al corazón. Para tratar de recuperar su habilidad Charlie se sumerge en el mismísimo núcleo de la elaboración del vino visitando bodegas y haciendo tareas que nunca hizo, como cosechar uvas, irónicamente, el elemento del cual depende su profesión. Lentamente vemos como en esa búsqueda el catador se va encontrando con su propia esencia. Precisamente en este punto es donde encontramos una historia realmente agradable, con mucho humor nacido de la espontaneidad de los "interpretes", especialmente cuando el protagonista dialoga con el cocinero Donato de Santis. A veces, sutilmente, la espontaneidad está teñida de momentos que por ser funcionales al guión (diálogos que a criterio del realizador deben existir) contrastan con los otros y parecen algo forzados. Son pocos y esparcidos en la duración por lo cual no empañan el hecho de asumir el desafío de animarse a contar la historia de esta manera. En Charlie encontramos un personaje con características de entrañable. Uno de esos tipos con los cuales uno querría compartir un asado, pues encontramos un perfecto y graciosísimo equilibrio entre un gran profesional con buenas dosis de "chantún", no por no saber de lo que habla, sino por tener que "dibujar" lo que sabe, dada su inesperada condición. Nicolás Carreras, en su ópera prima, tiene algo valioso a favor de cualquier artista: confiar en lo que hace. Se nota y se puede disfrutar con una sonrisa. Vaya confiado. El vino y la vida pueden tener muchas variantes. Esta es más que interesante. ¡Salud!
Supongamos que usted se encuentra con un amigo. Un buen amigo, o sea alguien de sus afectos. Éste le cuenta que está en una situación terrible (o inmejorable, para el caso es lo mismo). Seguramente usted se interesará por saber cómo llegó a esa situación, cómo la está llevando y, probablemente, cómo seguirá adelante. Son preguntas que nos salen en forma natural, espontánea. Bien. En el cine pasa lo mismo. Si alguien registra imágenes será natural querer encontrarles un sentido, algo que nos lleve a construir el universo que se nos propone para poder creer en el y luego dejarnos llevar. La película El sol tiene poco de esto. Propone un lugar post apocalípsis, guerra nuclear o devastación. Narración mediante, a cargo del Dr Tangalanga, entendemos que todo se fue al tacho y parece que Buenos Aires está desierta. En ese contexto Once (voz de Jorge Sesán) y Checo (voz de Sofía Gala), dos jóvenes sobrevivientes, andan por el mundo sin rumbo, puteando mucho y hablando con impronta callejera. Están recorriendo caminos mientras se van encontrando con diversos personajes. Algunos dificultan un poco la cosa, otros pasan por allí y salen algunos chistes. Sólo en esto y en una supuesta incorrección política se apoyan los realizadores Ayar Blasco y Martín Castro para salir al ruedo con una película animada en Flash 2D, la técnica más básica que existe Lo cual no tendría nada de malo si el guión estuviera mejor escrito. Muchos de los gags y situaciones están como fuera de timing, la música se torna por momento muy densa, poco acorde, y el trabajo de post producción es bastante flojo, comenzando por la mezcla de sonido que por su deficiencia hace disociar la actuación de voces de las imágenes. Supongamos que soy yo y que “El sol” tiene un tipo de humor poco convencional, entonces probablemente los fanáticos de series como South Park (1999) puedan disfrutarla.
Un hombre ante un mundo espiritual y moralmente al borde del desastre Se cierra otra de las sagas históricas del cine. De esas que quedan para siempre arraigadas en la cultura popular, que dentro de la historia del genero fantástico (adaptado de historietas) será el referente natural a la hora de revisarla. Christopher Nolan se baja de la saga dejando la posta para que alguien más siga la carrera taquillera de Batman, pero se baja tranquilo, habiendo hecho un trabajo pensado, sentido, y de profunda convicción a la hora de dar su visión. La tercera entrega de Nolan confirma el hecho de que siempre fue Bruce Wayne el eje de todo. Si de las tres obras extrajésemos imaginariamente los pasajes en donde él aparece, y dejásemos las escenas de acción de lado, estaríamos ante un complejo retrato sobre un hombre que pese al paso de los años no puede resolver la ausencia de los padres y se recluye en una soledad tan absoluta, que aun rodeado de gente de clase alta y reuniones filantrópicas su vida transcurre vacía, sin gusto. Dura como el frío más intenso. Este hombre inmensamente millonario y solitario tiene, a lo largo de los años y en sus distintas versiones desde 1939, una inmensa riqueza como personaje de ficción. Habría que buscar realmente con lupa cuantos, dentro de este género, ofrecen una complejidad tan generosa para cualquiera que se moleste en conocerlo y desarrollarlo. Si la anarquía y el odio al mundo eran los factores que movían los engranajes del mal en “Batman: El caballero de la noche” (2008), a través del extraordinario Guasón de Heath Ledger, en esta oportunidad el motor es la venganza. Quizás sea el amor lo que da un halo de esperanza ante el odio más profundo, pero Bruce Wayne también pierde eso en la anterior. Además de que su alter ego queda marginado y perseguido con el mote de enemigo público. Luego, el guión de esta última parte, transita por llevar al personaje (y al espectador en el mismo tiempo cinematográfico) a descubrir cuales serían las motivaciones de “ambos” para seguir adelante. También hay lugar para cuestionar la existencia de la justicia como valor universal, la necesidad como sociedad de estar bajo control (que no es lo mismo que controlada) y, definitivamente, un lugar para meterse de lleno en el odio humano buscando llegar al núcleo que lo compone. Una vez allí, el realizador se despacha con una lección de manejo de los tiempos y los climas del relato, mientras va dosificando la información sobre cada uno de los personajes. Quizás sea este el punto más alto de “Batman: El caballero de la noche asciende”. En ningún momento se permite a ninguno de los personajes alzar la bandera de héroe o justiciero. No hay buenos ni malos en esta saga. Sólo seres con más o menos falencias en un mundo que ideológica y moralmente se cae a pedazos. Algo similar a lo que planteó Clint Eastwood con aquella superlativa e indispensable “Los imperdonables”, de 1992. Así, cada quién tendrá lugar para establecer su posición en la vida en la misma aldea de siempre, aunque resultan raras las tomas en donde ya Ciudad Gótica deja de serlo y se transforma (sin que sea dicho; sino mostrado) en Manhattan. En la opinión de quien escribe, es probable que nunca se pueda hablar del cine de Nolan incluyendo esta saga. Es una reflexión que sólo puede demostrarse en el futuro; pero, salvo por “El origen” (2010), y hasta ahí nomás, nada de su filmografía se ve en la trilogía. Apenas alguna sutileza del "deseo de ser" del protagonista de “Memento” (2000). Apenas. Este realizador ha convertido una historieta en un relato con características de cine épico. No sólo por la resolución final, sino por haber sido capaz de leer y subrayar en su texto cinematográfico la interpretación de que el mundo actual sobrevive al borde de una debacle espiritual, ideológica y, por carácter transitivo, del sistema político-financiero. Después de todo, el ataque principal que deriva en una posible catástrofe se produce en Wall Street. El mundo según Nolan en realidad es el mundo según Wayne (aunque parezca un juego de palabras sobre aquella comedia con Mike Myers). También es inherente al director su visión de la sociedad occidental. El entiende, a través de las tres películas, que los valores nobles del ser humano están en plena desintegración. Como si la lealtad, el amor, la solidaridad, y sobre todo la compasión, implícitos en el alma humana, fueran como una roca que va siendo erosionada inexorablemente por el paso del tiempo hasta confundirse “como lágrimas en la lluvia”, evocando aquella frase inolvidable de Rutger Hauer en “Blade Runner” (1982) Para los fanáticos de las bandas de sonido, Hans Zimmer llega a un punto álgido de su carrera. Lejos de los experimentos pegándole a caños para darle hierro sonoro al Japón industrial de “Lluvia negra” (1990), y alejándose de la partitura identificatoria de “Gladiator” (2000), por poner ejemplos brillantes, su resumen musical de la saga se vuelve tan épico como la obra. Consagrado Hans Zimmer con la banda de sonido (esta vez sin la colaboración de James Newton Howard), el resto del equipo técnico funciona como un relojito creando las atmósferas opresivas y desesperanzadas pensadas por el realizador. Tal cual sucede en las anteriores, Christian Bale, Morgan Freeman, Gary Oldman y Michael Caine (este último aparece tres veces y se roba las escenas) consolidan un elenco demoledor. Difícil imaginar el futuro de estos personajes sin estos actores. También los nuevos aportan sin desentonar. Ann Hattaway compone una Gatúbela enigmática que despierta sensaciones encontradas durante toda la narración. También Tom Hardy (Bane) y Marion Cotillard (Miranda Tate) se integran con gran solvencia a la química del resto. Sería injusto (y erróneo) comparar esta realización con la anterior. Aquellos que entiendan que forma parte de una misma saga conceptual, con altas dosis de dramatismo en las tres, y cuyo pico máximo de tensión está perfectamente planificado, sacarán la mejor tajada de este espectáculo. Es cierto, el archienemigo fue y será siempre el Guasón, pero a los efectos de la lectura del Batman de Christopher Nolan es simplemente uno más de todos los catalizadores que mueven a Bruce Wayne a salir o recluirse; buscar venganza o redención; asumir su rol o renunciar a él y, finalmente; errar o perdonar. Todos estos planteos ya han sido abordados en el cine. Puede que no sea nuevo. Pero un viejo maestro me enseñó que muchas veces, los mensajes llegan de la forma menos esperada. Simplemente hay que estar atentos... perceptivos... y disponibles.
Si no fuera por un cierto exceso de minutos utilizados en subrayar más de una vez lo que ya se vio, y comprendió con creces, estaríamos ante un documental que bien podría tener un lugar en el podio del género en lo que va de año. La introducción de “El silencio del puente”, hecha con un gran poder de síntesis, nos indica que la idea del puente San Roque de Santa Cruz, que une Posadas, capital de Misiones, con la ciudad paraguaya de Encarnación, era utópica. Abrazar Argentina con la hermana Paraguay, entrelazar costumbres y comercio, dar trabajo y bienestar. En fin, otra de las tantas falacias que engordaba la famosa, y jamás puesta en práctica, "revolución productiva" del gobierno menemista. La política interior y económica que llevaba adelante aquel gobierno derivó en una zona de alta desocupación, abandono del Estado y decrecimiento de la calidad de vida. Las changas pasaron de ser "pasar algo por el puente" a contrabando y tráfico de drogas. En este contexto social Eduardo Schellemberg focaliza su atención en tres pilares que, cada uno a su manera, dará cuenta de su visión sobre el pasado y la actualidad. Aurora Lucena busca desde hace años, e incansablemente, aclarar en la justicia la pérdida de su marido, uno de los dos gendarmes que murieron en circunstancias extrañas en la zona del puente. Eduardo Petta (acaso la parte más interesante) nos va contando como llegó a fiscal y como fue degradado cuando el ejercicio de su profesión lo llevó a investigar la red de contrabando que crecía entre Posadas y Encarnación. Por último, Ricardo Rodriguez es un abogado que defiende mayoritariamente a aquellas "mulas" que llevan y traen todo tipo de cosas. Metiéndose con mucha paciencia en la rutina de cada uno, el realizador logra el objetivo de dejar en claro que la burocracia existe en todos lados, pero en este lugar es además funcional a la corrupción y la impunidad. Los tres protagonistas sirven como el botón de muestra de una situación que imaginamos se multiplica por cientos. Ciudadanos rehenes de una estructura casi imposible de derribar. El lugar que quedaría para entregar un dejo de perseverancia es precisamente el momento en el que la redundancia de información conspira con el interés creado a pura imagen y encuadre en la primera hora. Como si el poder de síntesis del comienzo no hubiera podido repetirse al final. Los méritos de todos modos no están empañados por esto. “El silencio del puente” funciona por la audacia de abordar un tema que se desconoce en el resto del país. Luego estará en cada uno ver que hace al tener conocimiento de estos hechos.
He aquí un documental que bien puede ponerse como ejemplo de cumplir el objetivo que se propone. Sin importar la cantidad de espectadores que puedan estar interesados, “Nicaragua...el sueño de una generación” ha sido construido casi televisivamente en estética y edición. En este aspecto puede discutirse su presencia en las salas de cine, pero uno ve que cada cosa que celebran los realizadores no presupone conocimientos previos de los espectadores. En un documental se puede explicitar parte del tema (tanto con texto como con imágenes) sin perder la capacidad creativa o artística por hacerlo. “The cove” (2010) era un formato casi de reality show donde el equipo de filmación se arriesgaba de noche, y con luces infrarrojas, para mostrar la matanza de delfines. “Figuras de guerra” (2010) tiene una mezcla de todo y logra su profundidad gracias a la enorme sensibilidad con la que se aborda el tema de la inmigración ilegal en Francia. “Arrieros” (2010), por ejemplo, falla en el cómo, pues obliga al espectador a suponer demasiadas cosas más allá de lo que las imágenes describen. Tres ejemplos de documentales estética y estructuralmente distintos. “Nicaragua...” entonces se inscribe como una cuarta opción, en la cual el racconto de la historia del país se vuelve necesario como el colchón de información en la cual el espectador descansa para recibir lo más actual. El tema abordado es la Revolución Sandinista de 1979 que terminaría con el gobierno de Somoza. El tema se bifurca en contar lo que pasó y en mostrar la influencia de aquellos hechos en el presente, aún si la información no llega necesariamente por sus protagonistas directos. Como la realización tiene una estructura básica, la información al espectador es lo que cobra mayor y mejor preponderancia por parte de Roberto Persano y Santiago Nacif. Todos salimos beneficiados y conociendo un poco más de una parte de la historia de América Latina, respecto de la cual lamentablemente no abunda información precisa y acabada.
Confieso que esta no me la veía venir. Que se hayan reciclado series de TV para versionarlas en el séptimo arte no es novedad. Hubo pruebas horribles como “Los vengadores” (1997), la serie inglesa con Patrick McNee, o “Perdidos en el espacio” (1998); otras mediocres como “Hechizada” (2005) o “Starsky y Hutch” (2004); productos bien realizados que proponían algo nuevo como “Los locos Addams” (1991), o la excelente y última adaptación de “El Planeta de los simios” (2011). Pero en casi ningún caso se probó con series tan arraigadas en el público y con tantos años en la pantalla, más de 50 desde su primera emisión sin contar las proyecciones en cine. Gracias a las repeticiones y éxito de audiencia, fue la TV la que obvió el traspasamiento generacional que va de zapping de padre a zapping de hijo. Los tres chiflados han estado siempre, mañana, mediodía o tarde, lo suficiente como para que hasta los más chicos ubiquen a Curly, Larry y Moe, es decir que será muy poca, poquísima, la gente que en la Argentina vea esta versión desconociendo de qué se trata. Un arma de doble filo, con su pro y su contra, porque automáticamente uno va a “probar” fundamentalmente dos cosas: el grado de fidelidad para con el espíritu de la serie, y el grado de parecido entre los nuevos y los viejos actores, sin dejar de lado el despliegue físico y gestual. Cada uno se llevará su impresión al respecto. Lo cierto es que por intentar ser literales los hermanos Peter y Bob Farrelly, en su décimo segunda película, caen en un argumento simple y demasiado extenso, aún habiéndolo dividido literalmente en cuatro capítulos de unos veintipico de minutos con presentación y todo. En su conjunto cuentan la historia de tres hermanos que son abandonados en un orfanato dirigido por monjas. Crecen, nunca son adoptados, y ya adultos enfrentan la posibilidad del cierre de la institución “por la crisis del país” (el mejor chiste del film), a menos que se consiga X suma de dinero antes de X días. Adivine quienes lo intentan y como termina la historia. Las dosis de humor están dadas por algunos diálogos que intentan ser ingeniosos, pero todo recae específicamente en los clásicos piquetes de ojo, ladridos de Curly, golpes en la cabeza con todo tipo de objetos y caídas de muñecos que luego, por montaje y continuidad de los actores, se recuperan y siguen. Por supuesto que se recurrió a toda la sonoteca clásica de efectos de la serie, más para ayudar al espectador en su proceso de conexión con los cortos de TV que por ser graciosos, pero hasta en esto falta algo porque, por ejemplo, el sonido característico de los pasos (otrora hechos con tacos de madera golpeando una mesa) no están. Así llegamos a la conclusión que los directores no parecen haberse preguntado cuanto de todo el mundo de “Los tres chiflados” funcionaría cinematográficamente. Más bien parece el resultado de discutir qué cosas no podían faltar, independientemente de su conveniencia. Un párrafo aparte merecen los actores Sean Hayes (Larry), WillSasso (Curly) y Chris Diamantopoulos (Moe). Tienen mucho de clown y una capacidad de imitación asombrosa con todos los gestos y movimientos de los originales. Realmente este trabajo es lo más destacable de una realización que por un lado los utiliza apenas para cumplir, y por otro peca demasiado de ir a lo seguro en lugar de animarse a probar variantes. Por último, es importante mencionar un acto de nobleza, y a la vez absolutamente desconectado, de un hecho artístico: luego sobre casi el final de los títulos, dirigido especialmente a los más chicos, como todo en esta producción, en un plano general muestra a sus directores Bob Farrely y Peter Farrelly frente a una mesa, donde están todos los objetos con los que el elenco se propina golpes, y uno de ellos toma un martillo y muestra a cámara que es de goma. Que no hacen daño y que bajo ningún aspecto los chicos deben copiar los actos que acaban de ver. El cine fuera del cine para bajar línea directa y de paso evitar juicios, claro.
Marco deslumbrante para reflexionar sobre el amor incondicional por la libertad Cuando un equipo creativo como el que está conformado en los estudios Pixar tiene, en su corta existencia, al menos cuatro de las obras maestras del cine de animación de todos los tiempos como “Toy Story” (1995), “Buscando a Nemo” (2003), “Wall-E” (2008) y “Ratatouille” (2007), las expectativas pueden volverse demasiado altas, lo cual no significa que lo restante esté mal hecho, al contrario. En esta nueva entrega más que nunca lo cortés no quita lo “Valiente”. En una Escocia medieval Mérida es una pequeña pelirroja amada por sus padres, cada uno a su manera. Mamá Elinor trata de inculcarle todos los protocolos de comportamiento posibles, en tanto papá Fergus es un guerrero y su hija es un fiel reflejo, sin que esto implique malcrianza. Claro, tanta rigidez y comprensión puede influenciar (y mucho) en una hija de reyes. Quizás lo más importante que prevaleció del guión de Brenda Chapman, y antes de ser reemplazada en la dirección por Mark Andrews, fue la decisión de romper con los estereotipos de princesa propuestos hasta hoy por casi todos los autores de cuentos para chicos, y sus adaptadores con Disney a la cabeza. Adicionalmente, los cuatro guionistas focalizaron el mensaje, y la columna vertebral de la historia, en la relación de una madre con su hija adolescente con una profundidad pocas veces vista. La mujer toma las riendas de todo. El hombre cumple su rol sin ser minimizado. Lo que vemos en esta princesa es un amor incondicional por la libertad, una aversión al "deber ser", y gran rechazo hacia la imposición de las tradiciones, sobre todo cuando estas son obsoletas, algo parecido se ve en el extraordinario cortometraje “La luna”, que se proyecta previamente. El mandato real indica que Mérida ha de casarse con el primogénito de alguno de los jefes de los otros tres clanes que conforman el reino, punto de inflexión en el argumento que desata el conflicto madre-hija, respecto del que, finalizada la proyección, cada parte habrá aprendido algo valioso. "Todas las leyendas tienen algo de verdad" le dirá la reina a su hija, pero esta lección está dirigida a que el espectador pueda comprender que habrá un mensaje en todas las historias contadas y por contar. Un guiño tan preciado como los pequeños homenajes que tienen lugar en “Valiente”. La producción está dedicada al fallecido Steve Jobs, uno de los hombres detrás de la creación de los estudios Pixar, con un invalorable aporte tecnológico que permitió, entre otras cosas, que alguien pudiera soñar con la animación en tres dimensiones. Por eso a uno de los clanes le apellida MacIntosh. El homenaje al cine está dado por otro clan: MacGuffin. El marco visual es sencillamente deslumbrante y, definitivamente, no sería la misma realización sin la fabulosa banda de sonido de Patrick Doyle, con toda la Orquesta Filarmónica de Londres. Finalmente, es importante recalcar que “Valiente” está muy lejos de ser "una película para nenas". Acaso el merchandising y las decisiones de la gráfica puedan hacer suponer eso, pero no se aplica en éste caso. Nadie debería quedar afuera, ni de mensajes como el de esta obra, ni del cine tan bien realizado.
A ver. Uno se va curtiendo con cierto material de género. A medida que va pasando el tiempo miro para atrás y veo que, contando el último año y medio, no sólo pude ver los casi 40 documentales estrenados en el 2011, a lo que se suma todo el material visto en festivales, además de producciones aun no estrenadas. Estimo que totalizan unos 70 titulos en los últimos 18 meses. Casi cuatro cada treinta días. Créame, hay de todo. “Arrieros” es el más reciente. Las primeras imágenes intentan sumergirnos directamente en una geografía difícil y en un oficio tan duro como tradicional. Todo a la velocidad del andar casi cansino del caballo (y del camarógrafo que hace cámara en mano para subjetivizar la visión), mientras los diálogos entre un jinete y otro plantean lo cotidiano. A esta velocidad de montaje y con esos encuadres se desarrollará la totalidad del documental que forma parte de un tríptico sobre distintas regiones de Latinoamérica. El primero fue “Soy Huao” (2009), y el tercero será “Pecadores”, que tratará sobre los habitantes de una pequeña comarca del noreste de Brasil. En esta producción pareciera que la intención de documentar está disociada de la idea de transmitir. Por eso las decisiones de esquivar las estructuras convencionales (narración en off, entrevistas con discurso directo, etc.) se vuelven en contra para el espectador. Verdad es que para apreciar toda obra de arte hay que poner mucho de uno mismo. Si no se abren los sentidos, difícilmente podamos percibirla. Pues bien, “Arrieros” pretende eso, que el espectador ponga todo lo que falta. El problema es que visual y narrativamente se instala en una especie de meseta en la cual hasta los rituales más tradicionales tienen la misma importancia que una toma de relleno. El mismo ritmo. Quizás es más simple de lo que parece en estas líneas y uno es el que se complica. Vamos al punto (final): “Arrieros” está bien filmada. Hay una búsqueda de encuadres que pretende contar con la imagen al tiempo de tratar un tema interesante del que poco se sabe. Pero resulta aburrida, a veces redundante, con exceso de silencios que resultan baches en lo narrativo. En suma, uno termina con más preguntas que antes de asistir a su proyección Lo mejor que le puede suceder a un documental es que despierte el interés del destinatario por el tema y la problemática que tiene por objetivo plantearle, dejándolo con el ánimo dispuesto para recibir mayor información y conocimiento a su respecto. Lamentablemente este no es el saldo que deja la realización de Juan Baldana.
Un comienzo demoledor. Pocas veces se ve algo así. Suena el Himno Nacional Argentino mientras vemos material de archivo (visto mil veces, pero aqui necesario), de las escenas más violentas de la historia política argentina. El bombardeo a Plaza de Mayo, la noche de los bastones largos, el cordobazo, el proceso militar, hasta llegar a nuestros días, con aquel horroroso diciembre del 2001. Terminado el himno, la cámara se planta en la quietud trascendente del cementerio de la Recoleta, como si toda esa violencia estuviera ya enterrada en un pasado de geografía actual. Luego, el resto del “Tierra de los padres”, presenta su “qué”. Se trata de la noble intención de recorrer la historia con gente común leyendo una especie de libro de actas, donde se citan frases y dichos textuales de varios personajes de la historia argentina. Este es el “cómo” elegido para transitarla. Una forma que va tiñendo toda la obra de algo sectario y absolutamente discursivo. La idea es demonizar a algunos y ponderar a otros, para darle un marco de “verdad total” a una ideología política en desmedró de la propuesta inicial: mostrar que la historia y sus protagonistas políticos han construido todo esto en un marco de violencia física e intelectual extrema que todavía hoy nos rige. Cada lector se para delante de las tumbas históricas y lee algo de lo que tal o cual dijo en su momento, rescatando de cada uno sólo lo funcional al discurso. Así, podemos escuchar todo lo que Sarmiento opinaba sobre el gaucho o el indio. Sólo eso, lo demás que haya hecho no importa. De todos modos es tal la cantidad de lecturas que componen el texto del guión que la redundancia y aburrimiento visual sólo se ven interrumpidas por intercalaciones de escenas donde vemos a los cuidadores del cementero hacer su trabajo, o mitigando la rutina con algún mate o hablando del sueldo. También veremos gatos y alguna paloma. Es cierto, a su favor se puede decir que el contenido es provocador y la idea es original. Difícil que no le suceda nada (a partir de engancharse con la propuesta), o que algunas fibras íntimas permanezcan impasibles ante la búsqueda de la definición de violencia política en Argentina. En todo caso, lo interesante sería que el debate quede abierto. Al menos es mejor que quedarse con la idea equívoca de que los hombres de nuestra historia están definidos sólo por estas frases o, peor aún, por esta película. Por cierto, gran secuencia final relacionada con los cementerios. Los que tienen alcurnia y los improvisados por mentes horrorosas.
El director de “Whisky”, Pablo Stoll (codirección con Juan Pablo Rebella, en 2004), tiene la virtud de saber construir un mundo y las criaturas que lo habitan; pero además tiene muy en claro cuál es el mensaje que quiere transmitir con sus obras. En el caso de “3”, hablamos de una familia en proceso de disgregarse. Separarse inexorablemente como si fuera casi por mandato. Padre, madre e hija. Tres. No parece un número aleatorio y sin embargo tiene una impronta estadística. Rodolfo (Humberto de Vargas), el papá, se está separando de su mujer. Es dentista, pero parece no poder disfrutar de su profesión. Algo parecido pasa con Graciela (Sara Bessio), una esposa enfrascada en su rutina y con una tía enferma (que nunca vemos) a la que va a visitar al hospital. Por su lado Ana (Anaclara Ferreyra Palfy, pichona de actriz), la hija de ambos, está en el colegio secundario atravesando este presente de su familia y descubriendo su sexualidad, sumado al resto de los conflictos propios del adolescente. Los integrantes de este mundo no parecen poder desarraigarse del todo de su circunstancia, pero están seguros de no querer vivirlas. Sólo algún esfuerzo físico parece unirlos, pero en todos los casos funciona como una boca de descarga de tensiones. Rodolfo se junta para a jugar al fútbol; Graciela va al gimnasio; Ana practica deportes para el equipo del colegio. A partir de este planteo “3” se convierte en una producción profunda sobre los lazos familiares, y la forma inconsciente en la que los mecanismos para intentar dañarlos conspiran contra el discurso externo. La realización, impecable desde lo técnico, propone un espejo para que cada uno aborde las situaciones como quiera. No es extraño escuchar risas por un lado y congo por otro, porque justamente estos son los matices con los que juega Stoll. Claro, para poder encarar una obra de estas características, el elenco se torna fundamental. La organicidad de los actores supone no solamente talento y química, sino mucho trabajo de ensayo, ya que el realizador sabe eligir claramente cuando es necesario que digan algo y cuando no. Imposible saber cuál será su suerte en la cartelera, pero bien vale la pena darle una oportunidad cuando uno se lleva bastante más de lo que fue a buscar.