No pasó mucho en las boleterías cuando “Zoolander” llegó a los cines en 2001. Fue mucho más importante lo sucedido después, cuando se editó en DVD y se transformó en una película de culto pasada de fanático en fanático. Algo en la estupenda dirección y guión de Ben Stiller (a quien ya hemos ponderado mucho por su obra como realizador) dejaba un sabor extraño. Ese sabor que da la observación y crítica aguda sobre el mundo de la moda, y el de la industria textil por añadidura. ¿Y por qué sucedía esto? La película derrochaba acidez sobre las campañas publicitarias con modelos, con momentos sobresalientes que desbordaban creatividad. También estaba repleta de cameos, desde Lenny Kravitz, en la escena de la entrega de premios al mejor modelo, o la de David Bowie, haciendo de jurado en un enfrentamiento clandestino entre Hansel (Owen Wilson) y Derek (Ben Stiller). Una película casi perfecta era “Zoolander”. Nadie se explica la necesidad de una segunda parte cuando todo estaba cerrado y con moño. Es más, estaba tan bien cerrado todo que al ver “Zoolander 2”, pese a su buena factura, uno o puede dejar de pensar que muchas de los eventos puestos en escena están un poco forzados. En especial el comienzo que se agarra de un chiste puesto en la original, que consistía en el deseo de Derek de construir un: “Centro para niños que no saben leer bien y quieren aprender a hacer otras cosas buenas también”. Según el racconto del principio, el centro se desmoronó matando a su esposa, lastimando a su hijo (ahora estudiando en Roma), e hiriendo a Hansel. Este hecho tiró la carrera de modelo al tacho y cada uno se ha recluido a lugares recónditos del planeta para estar solos. Aunque les llega Netflixpor correo. Por otro lado, el malvado diseñador Mugatu (Will Ferrell) terminó preso por intento de asesinato al primer ministro de Malasia. Recordemos que aquí estaba la mejor observación de la primera parte respecto de la explotación de trabajadores textiles por parte de las grandes marcas y diseñadores del mundo en función de abaratar costos. Por razones que no conviene rebelar, Derek y Hansel volverán a verse luego de 15 años, pero ya nadie los reconoce, sus nombres e imágenes ya no pertenecen al frívolo mundo de la moda y están fuera de casi todo. Incluso de la extraña costumbre de insultar para elogiar. El guión de “Zoolander 2” pierde esa aguda y punzante observación sobre este micro mundo de la moda en favor de contar una aventura más cerca de la exageración que del género (pero sin llegar a la parodia). En este punto, las situaciones se desbalancean porque los momentos de acción son desproporcionados en relación al subtexto, con la consecuente pérdida del mismo. No es que esta secuela carezca de humor satírico, pero este se diluye un poco. Tal vez haya que reflexionar que la época en la cual llegó la original tuvo la gloria de haber sido un tremendo contraste entre la frivolidad y la tragedia que el mundo vivía, ya que fue estrenada un par de semanas después del atentado a las Torres Gemelas. Si es por esto, “Zoolander” fue absolutamente estacional y claro, circunstancias como esas se dan cada tanto. Por lo demás, es divertido ver cómo el mundo actual recibe a estos modelos que intentan la resurrección de sus carreras siguiendo cada uno su propia idiosincrasia. Hasta se podría decir que por momentos resulta una parodia de sí misma y de los personajes que conocimos, porque el contraste naif puesto en la mente hueca de los modelos contrastaba brillantemente con el resto de un elenco que por uso del raciocinio desplegaba las grandes capas de humor que tenía la primera. Los condimentos están todos, cameos, música bien puesta y coordinada, popes de la moda haciendo de sí mismos, e incluso cierto art design tiene su momento de lucimiento aquí. Es la dirección de Ben Stiller y su diseño de personajes lo que hace que la cosa funcione y llegue al final con una buena dosis de humor. Si se quiere hacer el ejercicio, vuelva a ver la de 2001. Verá que está intacta y vigente. Por eso una secuela no es tan necesaria.
De algún sótano de cosas abandonadas en la Marvel salió Deadpool. De la nada prácticamente, porque aún aquellos seguidores del cine producido en estos estudios no tienen ni la menor idea de quién es ni a cuál de los sub mundos pertenece. Lo cierto es que recién desde el anuncio de la adaptación al cine la cantidad de consultas en Google y otros buscadores se multiplicó por millones, dada la cantidad de espectadores dispuestos a pagar una entrada sea por el superhéroe que sea. Considerando lo estrenado en éste siglo, todo el universo marvelse divide en varios sub-grupos: Los vengadores, El hombre araña (que por ahora se corta solo), Guardianes de la galaxia y los X-Men. Éste estreno “pertenece” al último grupo (sub dividido a su vez en “nuevos mutantes”), así como Ant-Man (del año pasado) va con el primero mencionado en esta lista, e iremos viendo varios más porque, como algunos sabrán, el plan Marvel se dividió en tres fases que terminarán por aunar conceptualmente todo. Estamos en la mitad de la segunda fase, aproximadamente, pero esto es harina de otro costal. Ahora: ¿Quién demonios es Deadpool? Dentro de las historietas del imperio de Stan Lee, es bastante joven porque se creó a principios de los ’90, Wade Winston (Ryan Reynolds) pertenece a una legión clandestina de matones a sueldo a quienes por lo general se les asignan tareas de defender utopías y matar a "los malos”. De ahí que su hábitat natural está en la línea entre el bien y el mal. En realidad reniega de ambos mundos. Al descubrirse un cáncer terminal, su vida vale menos todavía y por eso se somete a un experimento que, al ser gestado con el poder curativo de Wolverine, adquiere poderes de mutante, aunque detesta a los X-Men y hasta los ningunea. Imagine una historieta en la cual el personaje cada tanto se da vuelta hacia el lector y lo interpela, y le tira un chiste alegórico a la situación. Eso es Deadpool. De dónde sale el nombre es uno de los buenos gags de esta brillante adaptación al cine hecha por Rhett Reese y Paul Wernick, dirigida por el novato Tim Miller. Entre estas tres personas y el trabajo del actor principal está el secreto de lo que podría ser la sorpresa de esta temporada. Dicho esto, es importante destacar que si algo diferencia éste producto del resto es la irreverencia con la cual se aborda un personaje que no solamente rompe con los estereotipos, sino que además se mofa expresamente de los superhéores en general, y de Marvel en particular. Su modo está fundamentado en la utilización de mucho humor negro y violento (emparentado con aquellos dibujos de Tex Avery), observaciones cínicas, chistes sobre sexo, y otras menudencias que en realidad construye su psiquis y le da credibilidad con o sin la máscara. Adicionalmente, “Deadpool” es una catarata casi cocainómana de chistes salidos de material de stand up, acción prodigiosamente filmada y una constante (y saludablemente equilibrada) ruptura de la cuarta pared, para dejar al espectador como un virtual testigo y cómplice del andar aventurero. Es así. La conexión con los fanáticos es inmediata y no sería de extrañar que termine como personaje de culto en poco tiempo, cuando el boca a boca en el cine empiece su camino epidémico. Desde el punto de vista del elenco Ryan Reynolds se consagra a una química tanto física como verborrágica, y da a la perfección con un papel que pareciera haber sido escrito para él. Similar a lo ocurrido entre IronMan y Robert Dowey Jr. Una suerte de revancha luego de la solemne composición hecha en la no menos solemne y aburrida “Linterna Verde” que protagonizó para la competencia (DC Comics) en 2012. El resto se suma muy bien, sobre todo Morena Baccarin como la novia de turno. Mientras se cuece la segunda parte (el guión está casi listo) lo aconsejable es disfrutar mucho de éste debut, incluyendo los créditos hasta el final. Ahí, Deadpool se disfraza de Matthew Brodderick en “Experto en diversión” (1987). Los que se acuerden sabrán por qué.
Rocky Balboa (Sylvester Stallone) ya es indiscutible como ícono cultural. Son cuarenta años. Uno más que Star Wars y, salvando las instancias de marketing, el nombre está claramente arraigado en el saber popular (aunque en los ‘80 era difícil entrar en la pieza de los pibes de 14 ó 15 años y no ver el poster de alguna de las cuatro hechas hasta esa década). Rocky se convirtió en ídolo de masas dentro y fuera de la pantalla. Era el representante de una clase baja algo marginal que llega a la cima a los golpes y con mucho trabajo. El triunfo del espíritu, el corazón en llamas, el hambre de gloria seguido de algunos excesos. Lo vimos ganar el título, perderlo, volverlo a recuperar… También lo vimos exponerse a la hostilidad de la guerra fría y subirse al ring para vengar a su amigo Apollo Creed (Carl Weathers). Como espectadores fuimos siguiendo la carrera del boxeador hasta verlo perder todo su dinero por negligencia de su cuñado Paulie (Burt Young). Siempre con la fiel Adrian (Talia Shire) a su lado, bancándolo en las más difíciles. A empezar de nuevo. De cero. Y como ya no podía pelear por las lesiones había que entrenar a algún pollo con hambre para reivindicar su vigencia. Ya en la era de los videojuegos e internet, el “semental italiano” tiene un restaurante. En ESPN lo comparan con el actual campeón y ahí se arma otra exhibición. Rocky es al cine lo que Maradona al fútbol: siempre están volviendo. Sin dudas “El Diego” y Balboa serían muy buenos amigos. Y está de vuelta nomás. Se estrenó “Creed”. o “Rocky VII”, como prefiera el cinéfilo. Desde chico Adonis Creed (Michael B. Jordan) anda de correccional en correccional. La calle es su universidad y ahí se aprende a las piñas o nada. En una de las tantas, lo va a visitar Mary Ann (Phylicia Rashad) para decirle que su padre fue el gran Apollo Creed y que su vida puede ser distinta. Pero la sangre tira, y si bien eventualmente el chico endereza el camino, lo cierto es que tiene alma de guerrer, de manera tal que sólo nos quedará ver cómo desanda la historia hasta llegar a nuestro Rocky para pedirle que lo entrene y lo saque campeón. El guión de Ryan Coogler (también director) y Aaron Convington tiene dos grandes aciertos. El primero, contar con la complicidad del espectador para unir toda la saga con pequeñas sutilezas que a los más viejos les va a encantar: “Entiendo que hubo una tercera pelea entre mi viejo y vos ¿Quién la ganó?”, pregunta Adonis en referencia al final de Rocky III, y así pasaremos por muchas otras que van a amalgamar la serie de manera tan concreta como nostálgica. El segundo acierto, es correr a Rocky del centro de atención hasta que sea absolutamente necesaria su aparición, haciéndolo ir y venir en el relato hasta instalarse como partícipe necesario para llegar al clímax final. Además, esta lateralización del ícono, permite a Sylvester Stallone relajarse y disfrutar el tránsito de su personaje, al punto de merecer una nominación este año a mejor actor secundario, el mismo papel por el cual lo estuvo en 1977 como protagonista. Un antecedente que no se daba desde Paul Newman (por “El color del dinero” en 1987) quién repetía el mismo personaje compuesto en “El estafador” varias décadas antes. Seamos honestos. Stallone hace un trabajo correcto al volcar su personaje hacia el costado dramático apoyándose en la voz de la experiencia frente al brío de la juventud, pero esta nominación se entiende más por el lado del mimo de la academia que por la calidad del trabajo, lo cual alimenta aún más la polémica por el segundo año consecutivo sin nominaciones para actrices o actores negros. A fuerza de repetición de la fórmula “Creed” es un relato tradicional sobre el resurgimiento de las posibilidades (si uno sabe aprovecharlas) y la fuerza de las convicciones sobre la lealtad y la honestidad. Todo esto, por supuesto, en el código que maneja la saga desde sus comienzos. ¿Ya vimos este relato antes? Sí, claro. Por eso volvemos al cine a ver a Rocky.
Parece que en México no se andan con eufemismos ni sutilezas. Huevo, la metáfora tribunera del coraje y la valentía, está precisamente utilizado de esa manera en el título “Un gallo con muchos huevos” que se estrena esta semana, pues es la historia de Toto, un joven aspirante a despertador matinal de granja, que se ve, obligado por las circunstancias, a aceptar el desafío de un gallo de riña campeón que mandó al hospital sin escalas a varios de sus coetáneos. Esta es la trama central y casi exclusiva de éste producto animado que viene a ocupar los pocos espacios que quedan en la agitada exhibición vernácula. Pensada por Andrezj Rattinger junto a Gabriel y Rodolfo Riva-Palacio Alatriste (estos dos últimos, también directores) para los chicos, la película contará las desventuras que Toto (y algunos amigos ocasionales), quien sufre para poder encontrar quien lo entrene, y si se quiere, en este punto es bastante parecida a una road movie. Tal vez lo más rescatable sea el hecho de no querer parecer (ni ser) una obra profunda, sino más bien pasatista, apoyada en diálogos picados y una animación claramente televisiva e industrial. Si se quiere, en este punto también resulta efectiva, porque la sucesión de hechos y circunstancias por las que atraviesan los personajes combinan obviedades con algunas líneas bien apuntadas hacia la comedia. Los más puristas observarán algún tema relacionado con la crueldad cultural que implica aceptar la riña de gallos como una cuestión inherente a las costumbres del país de origen. Hasta se podría decir que “Un gallo con muchos huevos”, lejos de criticar esta práctica, la avala y la reivindica, pero no se puede pedir peras al olmo, y menos con una propuesta que se adivina como ignorante de la posibilidad de reflexionar en este punto. Si no están en la tele, se los puede ver en el cine. Así parece resumirse esta idea con momentos de comicidad bien logrados y otros que caen en la obviedad. El público se renueva. No es excusa, pero a veces funciona.
Para ser sincero, hubo poco tiempo de decantación respecto de éste estreno. Tal vez no salgan a la luz los avatares internos de cómo hace uno para ver todo lo que renueva la cartelera vernácula, pero a título de confesión, caro lector, esto está bastante desorganizado. Si cualquiera de nosotros le mostrase la agenda de proyecciones, usted pensaría que todo es una mentira cercana a la credibilidad de la FIFA. Cuando se supondría que un mercado competitivo leal debería permitir a todas las distribuidoras tener lugar para dar a conocer sus apuestas, antes de que estas lleguen a la sala, la experiencia indica lo contrario. Esto no supone una justificación de nada, pero hay días en los cuales, a la misma hora matinal, pero en distintas salas, se exhiben hasta tres próximos estrenos, con lo cual se hace imposible la visualización y mucho menos la decantación en función de su análisis. Para sentar un ejemplo bizarro, “Zoolander 2” (con la trascendencia que tiene esta secuela) no tendrá funciones de prensa, con lo cual, si usted lee una crítica de su estreno el día jueves 11 en algún medio gráfico, radial, digital o televisivo será: o bien una opinión producto de la imaginación del que firme la crítica (ya que teóricamente no la vio) o hay medios con privilegio. “Una familia espacial” por ejemplo, llega a los ojos de quién escribe varios días después del acostumbrado jueves de marras, cuando lo ideal sería al menos dos días antes. Poca anticipación, superposición de proyecciones, poca organización, distribución digitada… puede ser cualquier cosa, pero vamos allá; algo tendrá de ventajoso como, por ejemplo, presenciar la obra con el público al cual está dirigido esto. Volvió a la carga Enrique Gato, el director español ganador del Goya 2012 a mejor película animada, estrenada aquí como “Tadeo, el explorador perdido” (2012), puso toda la carne al asador para despacharse con un producto que lejos de parecer hecho en España por su tecnología industrial, apunta al mercado internacional para meterse en la discusión taquillera. Además, acaba de ganar el Goya 2016 con esta producción con lo cual hay varios pergaminos bajo el brazo. El millonario Carson (muy, pero muy millonario) está convencido que nadie viajó nunca a la luna. Todo fue una farsa y para probarlo va a ir él mismo a la luna a la que usará para explotar su riqueza mineral. Esta trama, de por sí planteada como una interesante aventura, sufrirá un intento de boicot por parte de Mike, una amiga y su abuelo. ¿Su abuelo? Sí, lo que pasa es que lleva años peleado y separado del papá de Mike. Cuando el espectador se entera de esto, supondrá bien al adivinar si este viaje va a ser la excusa para contar cómo Mike intentará ser el nexo para la reconciliación. Esta idea tampoco está mal, y hasta se podría decir que bien llevada es una de esas que fácilmente se pueden emparentar con la profundidad que suele ser marca registrada de Pixar. Sin embargo, el guión de Patxi Amezcua, Jordi Gasull, Neil Landau y Javier Lopez Barreira se queda en resolver el conflicto sin tomar riesgos a partir de una construcción de los vínculos que no pasa mucho más allá de lo nominal. Por otro lado, la dirección de Enrique Gato tampoco le da lugar a esa posibilidad porque está enamoradísimo del logro técnico y de las referencias a la cultura icónica norteamericana, lo cual va en desmedro del costado dramático de “Una familia espacial”. Hasta en el diseño del personaje del camaleón parece tener una mirada hacia la ardilla de la saga “La era del hielo” (2002/2012). El cuento se cuenta, por ese lado no hay problema. Tal vez, ver a chicos levantarse un rato para correr por el pasillo podría decantar en pensar sí no le sobran algunos minutos. No sabemos si el dinero hace la felicidad, lo que es seguro es que en cine no garantiza la excelencia.
Por suerte en el primer estreno de origen italiano del año hay algunos argumentos que ayudan a creer en un repunte, al menos desde lo individual, en las ideas y formas de realización de una industria que en su estructura comercial se parece cada vez más a la televisión, y no sólo por cuestiones de financiación, sino también por contenido y ritmo narrativo. Bastante banal empieza todo en “Si Dios quiere”, como para instalar una molesta señal de alerta en la inteligencia, aunque luego veremos que no todo es lo que parece. Tomasso (Marco Giallini) es un prestigioso cardiólogo, pero con los suficientes aires de diva como para convertirlo en un tipo insoportablemente cínico, misógino y hasta arisco si se quiere. Como esposo de Carla (Laura Morante) tampoco da muestras de tolerancia, y como padre anda atado a los mandatos de macho alfa porque no espera otra cosa de su hijo Andrea (Enrico Oetiker) que una brillante carrera en medicina. A su hija no se la banca, y mucho menos a su yerno. Si. Estamos frente a un personaje bien presentado para quién intuimos le espera una gran lección. “¡Sonamos!”, pensamos desde la butaca. Pero donde reinan los preconceptos siempre hay lugar para un camino lateral. Tomasso pide una reunión familiar para advertir que Andrea quiere hacer un anuncio importante, y que tal anuncio tiene que ver con su inclinación homosexual, pero la sorpresa es mayúscula porque el joven da cuenta del llamado divino y de su deseo de encomendar su vida a Dios en formato de sacerdocio. El andamio paterno se cae a pedazos y allí es donde comienza verdaderamente esta comedia muy amiga de las concesiones, para poder entregar el humor que se espera. El padre decide investigar al predicador (Alessandro Gassman) que “le metió estas ideas en la cabeza”, provocando toda clase de situaciones insólitas. Está claro que el director Edoardo María Falcone decide hablarle al espectador sobre el desmoronamiento de las estructuras que provocan una dependencia emocional, pese a mantener en forma constante el registro cómico. En la actuación de Marco Giallini encontramos bastante de la vieja escuela tana de actuación, la que economizando recursos y gestos ampulosos logra una risa natural y de empatía automática con el protagonista. En éste trabajo de composición (un ejemplo de cómo sostener un personaje) y el resto del elenco que acompaña ofreciendo el registro opuesto como contraste (Laura Morante como la esposa o un muy preciso y gracioso Carlo Luca de Ruggieri como un curioso detective de pocas luces) está la clave para apreciar una historia que por básica no deja de tener buenos momentos y algunas pinceladas de la vieja comedia a la italiana. “Si Dios quiere” probablemente no tenga las características de clásico, pese a haber ganado el David de Donatello a la mejor opera prima el año pasado, pero si para pasar un rato entretenido y reírse de lo ridículo que puede verse cualquier fanático del “deber ser”.
Con bastantes pergaminos y premios bajo el brazo llega “La casa del fin de los tiempos”, la película de terror de origen venezolano que se estrena esta semana. Así son los avatares de la distribución mundial, porque más allá de la muestra anual del cine de ese país que se realiza aquí, el último antecedente proveniente de ese país fue la notable “Pelo malo” (2013), otrora candidata al Oscar en su momento. En la primera escena Dulce (Ruddy Rodríguez) despierta en el piso junto a algunos vidrios e iniciará, bastante asustada por cierto, un recorrido por el caserón donde vive para descubrir con horror a su marido asesinado y a su hijo “chupado” puertas adentro por una fuerza que desconocemos. Sabemos que la policía nunca cree en fantasmas, así que la señora se come treinta años en prisión, para volver luego de esa condena al mismo lugar en donde tuvo comienzo semejante pesadilla. El esquema narrativo de Alejandro Hidalgo es el de flashbacks que irán ampliando la información de lo sucedido en una serie de ellos, pese a que Dulce diga “la casa se lo llevó” en referencia a su hijo, cuyo cadáver nunca fue encontrado. Con una interesante dosis de suspenso apoyada en el manejo de travellings cerrados y el fuera de campo, la historia de fantasmas y entes misteriosos va transcurriendo por los carriles naturales del género, y hasta se podría hablar de un buen manejo de la dirección de actores que se escapan a los cánones declamatorios y gestualmente ampulosos de la televisión venezolana, cuestión que a este género no le queda para nada bien. También está claro que el dominio cultural de las películas de terror está en manos del cine norteamericano que, salvo por algunas excepciones, viene bastante mal en esta materia. “La casa del fin de los tiempos” sufre alguna contaminación de ese cine que abusa exageradamente de la banda sonora y de los “violinazos” para provocar el sobresalto, recurso que éste director no pareciera necesitar dada la pericia para generar climas desde los encuadres que mencionábamos al principio. Así y todo, estamos frente a una buena propuesta que decide deliberadamente entretener antes que funcionar como metáfora para la lectura de los turbulentos tiempos políticos que se viven por allí, cosa que el espectador agradecerá, pues en este caso, la historia se cuenta y termina cerrando una producción entretenida y bien contada.
En un 2015 récord en la taquilla vernácula en cuya olla se cocinó de todo es lógico que algunos ingredientes fuesen de factura mediocre pero muy comercial, tal el caso de “50 sombras de Grey” o de “Actividad Paranormal 5”, pésimas muestras de cine norteamericano. El actor, guionista y director Marlon Wayans vive de este tipo productos, tomando su argumento para realizar parodias satíricas. Una suerte de carroñero de popularidad si se quiere, lo cual no significa que el resultado final sea del todo convincente. La muestra más cabal del (des) aprovechamiento del recurso sería la saga de scary movie porque en “In-Actividad Paranormal” (2013) sí había una mezcla balanceada de gags, combinados con la verdadera burla a la forma de instalar códigos narrativos (la cámara en mano o las de seguridad), para luego traicionarlos, propios de la saga original. En el caso de “50 sombras negras” es como hacer leña del árbol caído. Es fácil mofarse de una película fallida que por pretenciosa cayó en el ridículo. Todavía causa risa la escena de Grey en el piano con lo cual hacer otra escena igual exagerando todo es (mucho, demasiado) más de lo mismo. Huelga ahondar en el argumento porque el guión está calcado, pero aquí se subraya todo de forma tan obvia que el espectador que haya visto la original el año pasado podrá hasta anticipar los remates de cada escena y hasta si se toma algunos segundos posteriores al chiste, idear una mejor opción. Si bien no se pueden negar algunos gags que tienen vida propia, aunque aislada del contexto, lo cierto es que la conclusión final también es obvia. Dicho de otra manera: ¿Cuál puede ser el resultado de una parodia sobre una mala película? Una mala parodia.
Estamos frente a una nueva saga apuntada, dedicada e inspirada en la moda universal de exponer a chicos y adolescentes en la picota de los medios, los mandos de poder y el sometimiento físico y mental por parte de un mundo adulto que no encuentra respuestas frente a los cambios que proponen las nuevas generaciones. Para esto hay ya todo tipo de metáforas entre “Divergente” (2014), “Los juegos del hambre”(2012-2015) y “Maze runner”(2014), entre otros ejemplos. “La quinta ola” aporta un elemento más al vasto universo que se propone plantear: El marco de una invasión extraterrestre. Rick Yancey ha escrito una trilogía de libros para completar la historia de Cassie (Chloe Grace Moretz), la niña que narra estos acontecimientos en los cuales grandes naves extraterrestres estacionan en el aire sobre las ciudades del mundo, y mandan cuatro ataques mortales sobre la humanidad. Todo este principio tiene grandes reminiscencias con “Día de la independencia”(1996) en cuanto a la instalación del verosímil y el cuadro de situación. Luego vendrá la famosa quinta ola que, intuimos, será la que extermine a la raza humana por completo. Justamente averiguar las características logísticas de este último ataque (y cómo lo transitarán los personajes) es de lo que se trata esta primera parte que, por supuesto, quedará abierta. La metáfora de la que hablábamos al principio comienza a funcionar a partir de entender que el ejército norteamericano está separando los chicos de los adultos llevándolos a refugio en donde comenzarán su entrenamiento como los nuevos soldados. Más allá de las alegorías del caso, la película del casi debutante J Blakeson tiende a perder los fuertes hilos de solidez narrativa que exhibe en los primeros minutos. De alguna manera pierde dimensión de catástrofe cuando el relato comienza a tener que, necesariamente, descansar en la protagonista. La invasión a nivel global pierde fuerza por haber abarcado más de lo que puede narrar y así, una sola línea narrativa sin sub-tramas de relevancia parece muy poco para poder llevar adelante el peso dramático de la historia. “La quinta ola” se intuye más de lo que concreta, aunque en términos de la acción tiene algunas buenas virtudes. Tal vez todo vaya cobrando más fuerza con la siguiente entrega, mientras tanto queda un signo de interrogación para el cual habrá que esperar.
Volvieron. A alguien se le acabó la plata para champagne, yates y restoranes caros así que volvieron a producir otra. ¡Y va la cuarta entrega! En este caso, “Alvin y las ardillas: Aventura sobre ruedas. Alvin, Simon y Theodore disfrutan de fama y fortuna. Les va bien a las ardillitas. Son felices, tienen todo lo que quieren, y encima Dave (Jason Lee) sigue tan "buenudo" como siempre y les permite todo. Hablan hasta por los codos y lo peor, cantan. Siguen cantando. Una sola de ellas ya es irritante, las tres juntas es como tener un piquete de 70 cigarras nocturnas en el oído. “Pero a los chicos les gusta. Arrastran a los padres al cine para verlas”. Los guionistas Randy Mayem Singer y Adam Sztykiel no parecen registrar (como sucedió en las anteriores) que es casi imposible estirar un guión de 8 ó 9 minutos en algo de 90 sin aburrir. Por eso escriben que una chica aparezca en la vida de Dave. Una que le gusta tanto que hasta lo hace rumbear para Miami. Y él quiere ir para allá porque está enamorado. Al menos eso indica el código de actuación que maneja, el que consiste en mirarla con cara de idiota o de borracho de vidriera, o las dos cosas a la vez. “Pero a los chicos les gusta. Seguro que se van a reir cuando por enésima vez en la saga, Dave se ponga furioso al grito de “¡AAALVIIIIIIIINN!” La construcción de estos personajes es casi marketinera. Como si hubiese sido el fruto de dos o tres encuestas de jardín de infantes. Así, nunca tendremos chances de conocer a las ardillas realmente, sino más bien su cáscara. Lo superficial para empatizar con las nuevas generaciones. Ven Youtube, manejan videojuegos, lenguaje popular, frases “cool” y otras menudencias. Lo justo y necesario como para que se entienda un producto del siglo XXI. “Pero a los chicos les gusta. No van a andar haciéndose preguntas”. La música ha sido, y es, central en esta fanquicia, lo más pop y de consumo rápido forma parte de la banda de sonido pero, en todo caso, el tema es cómo y por qué aparecen las canciones en esta película. No hay diferencia entre cuándo es un gag y cuándo aporta a lo que estamos viendo. “Alvin y las ardillas: Aventura sobre ruedas” es la repetición de fórmula por antonomasia. Todo está bien, el dueño las ama, ellas se meten en problemas para salvarle las papas, el villano es casi de cartón, y luego de un mini conflicto todo volverá a ser como antes. Así es desde 2007 y sigue todo igual es decir, no hay nuevos aportes ni creatividad, más allá de una levísima intención de mensaje que surge más por deducción propia que por intencionalidad en el subtexto. “Pero a los chicos les gusta, estrenemos, vayamos a comprar el champagne y luego vemos que hacemos en la quinta parte”