Los padecientes es un thriller, basado en un best seller, que sólo busca el éxito y nada de lo que hace lo hace bien. El cine argentino con ansias evidentes de masividad (por producción, marketing, reparto), de un tiempo a esta parte, se está convirtiendo en una vergüenza. Ajena. Porque todos los involucrados siguen apostando a él (aunque a veces los números no los acompañen como esperaban) y aseguran que están haciendo bien su trabajo. Claramente: ciegos que no pueden hacer sino estos engendros. Los padecientes llega al cine, basado en la novela homónima de Gabriel Rolón (también coguionista y actor del filme), con gran elenco, los productores de éxito, una distribuidora internacional y dirección de Nicolás Tuozzo (Próxima salida, Horizontal/Vertical). Roberto Vanussi (Luis Machín) fue asesinado y su hija mayor Paula (Eugenia “la China” Suárez) se acerca a un psicoanalista exitoso y gran vendedor de libros, Pablo Rouviot (Benjamín Vicuña), para que sea perito de parte y firme la inimputabilidad de su hermano, Javier (Nicolás Francella) -un joven con evidentes problemas psiquiátricos-, acusado del crimen. Vanussi era un empresario millonario que hizo su fortuna merced a negocios sucios e ilegales (una red de prostitución de lujo) cuyos clientes poderosos lo sostienen y encubren. Rouviot, mientras juega a ser un detective de macchietta con todo el saber omnisciente al alcance de sus palabras (porque si hay algo que se hace en esta película es hablar y sobreexplicar todo), se involucra con la familia -especialmente con Camila (Angela Torres), la hija menor-, en procura de hallar la verdad que a la larga desanudará un entramado de secretos tan morbosos como previsibles. A la película no le interesa desarrollar una trama interesante ni personajes complejos y ambiguos ni reflexionar sobre nada. Todo está masticado y predigerido. Y recurre a los clisés y lugares comunes del thriller y del drama familiar tocando” temas importantes” (incesto, abuso, poder y delito, traumas, etc. etc.) y pretendiendo que las escenas sexuales son un signo de adultez cuando en verdad son pura búsqueda de venta de entradas. Expuesto desde la primera escena quién es culpable (la misma puesta lo “descubre”) del asesinato -porque tampoco importa saber qué paso con ese ser despreciable así descripto desde el comienzo y sin un solo matiz-, el resto es tratar de entender por qué se filmó este producto y no sonreír ante la mayoría de las actuaciones endebles (Osmar Nuñez sale airoso con su oficio, Pablo Rago se defiende y Angela Torres demuestra solidez) o ciertas resoluciones de guion o puestas en escena que sólo buscan demostrar el dinero que se usó. Escenarios grandilocuentes (mansiones, departamentos, clínicas, estudios) que exudan supuesto buen gusto y son cache, música clásica en conciertos en teatros importantes que son una tilinguería, parrafadas de discursos que pretenden ser profundos y literarios -lo que igual sería un error porque es cine y nadie habla como en los libros- y son falsos, artificiales, con una erudición de resumen de Wikipedia e imposibles de decir, menos de actuarlos y muchísimo menos de creerlos para un espectador que se tenga un poco de respeto. Todo es berreta. Increíble. Insufrible. Sin alma, sin corazón, pero con billetera. El cine argentino que no nos merecemos. Aunque haga millones.
Nieve negra bucea en el thriller para narrar los secretos familiares que tiñen la blanca superficie en el sur del mundo. Las familias son un lugar de confort y/o de incomodidad. A veces más una cosa, a veces más la otra. Y en algunas oportunidades las dos cosas a la vez. Luego del deceso del pater familias, Marcos (Leonardo Sbaraglia) debe retornar al hogar, después de muchos años, para cumplir con su última voluntad: enterrar sus cenizas junto al cuerpo del hermano menor, muerto en un extraño accidente de cacería, y realizar algunos trámites, lo que trae aparejado el reencuentro con su hermana Sabrina (Dolores Fonzi), internada en un psiquiátrico y, especialmente, con su hermano mayor, Salvador (Ricardo Darín) con quien arrastra conflictos evidentes, no resueltos y no explicitados. El hogar familiar es una cabaña que ahora ocupa como un ermitaño el primogénito, que queda en mitad de la nada en el sur patagónico y asentada en un terreno con una oferta pendiente y generosísima por su venta. Este tema obliga al encuentro no deseado por Marcos, casi del que ha huido yéndose a España, hallando allí tanto un refugio cómodo como una esposa, Laura (Laia Costa), que lo acompaña, embarazada, en el regreso: una ajena a la familia que oficiará de tercera imparcial hasta que deje de serlo. Bajo este esquema Martín Hodara, -en ésta su primera película en solitario, luego de codirigir con Darín La señal-, patina de thriller (un género que debemos acreditar está contaminando todo el cine argentino de alta producción) un drama familiar donde la codicia, el resentimiento, la mentira y la violencia, han conformado y luego sustentado los vínculos afectivos. Nieve negra funda su valía en un desarrollo sin estridencias y sin echar mano, en gran parte de su narración, a los golpes de efecto ni a los giros puro artificio (salvo en un final acelerado y explicativo donde las pistas dadas, sutiles, imperceptibles, se explicitan a pura palabra descreyendo del poder de las imágenes, cerrando con fórceps todos los resquicios y subestimando, de algún modo, al espectador), en apostar a un tiempo para que las situaciones se desplieguen a su propia necesidad, que no es el de esta coyuntura acelerada y videoclipera que ha (de)formado a las nuevas audiencias (excepto, otra vez, y como ya dijimos, en la conclusión), y confía, quizá en demasía, en el uso de los flashbacks (igualmente muy bien insertados) como modo de ir revelando el misterio. Si bien algunos enigmas se adivinan fácilmente para un público avezado (víctimas y victimarios “verdaderos”), ciertas causas originarias mantienen su ambigüedad hasta el final develado (los motivos que “crearon” a esas víctimas y victimarios) y es destacable por sugestivo el desarrollo del personaje de Laura, que cada vez se va apropiando más de la trama, menos por su originalidad que por lo que quiere “decir”(nos) con sus decisiones. Los destacados rubros técnicos, un paisaje que es otro personaje más (y que tiñó con su gelidez la personalidad y el obrar de los protagonistas humanos) y unas actuaciones convincentes en el trío protagónico (los secundarios están bastante desaprovechados),- con esa carga de tensión requerida sin exteriorizaciones fáciles ni gestos ampulosos-, suman para hacer de Nieve negra un exponente interesante pero algo fallido (según las observaciones realizadas) de una industria cinematográfica nacional, que no es tal, lo sabemos. Pero también por lo que deja ver asomándose en su superficie: una batalla ganada por los productores y el marketing (se intuye que han intervenido en demasía) en desmedro del cine mismo. Pero eso trasciende la crítica de una película. ¿O no?
Fuga de la Patagonia, una película de género que cruza la biopic y la aventura. En 1879 el joven Francisco Moreno era un naturalista en viaje expedicionario por el sur para delimitar los límites fronterizos e investigar la fauna y flora del lugar. Es entonces apresado por los mapuches, juzgado y condenado a pena de muerte por creerlo espía del gobierno nacional. Logra escaparse y, sorteando innumerables escollos, humanos y propios de la naturaleza, salvar su vida. La opera prima de Javier Zevallos y Francisco D’Eufemia cuenta ese interregno de varios días en clave de aventuras con un comienzo estremecedor y muy bien resuelto en términos de puesta de cámara (la huida en una balsa de troncos junto con otros dos personajes por los rápidos del sur) y un final también destacable (un duelo menos western que criollo con facones y cuchillos, cuerpo a cuerpo, como aquellos guapos que añorara Borges). Entre ambos puntos transcurre una narración que conjuga más luchas y escapadas (cruce con cuatreros, soldado desertor, masacres varias) pero especialmente escenas de transición no demasiado logradas. Diálogos informativos, con tendencia a mezclar en un mismo párrafo lo declamativo y el anacronismo de un lenguaje que no respeta su tiempo histórico y actuaciones que hacen lo que pueden y no siempre pueden. Tiempos muertos que amesetan la atención conseguida y desmerecen las virtudes de una producción que hace del defecto virtud logrando visualmente muy buenos resultados. La fotografía de Fuga de la Patagonia también es de destacar tanto a cielo abierto con el uso de la luz natural cuanto de los momentos nocturnos con su trabajo en posproducción.
Sebastián Perillo se vuelca en Amateur, su opera prima, al cine de género con evidente placer y pericia. Amateur es un thriller con múltiples referencias al cine clásico y a filmes de culto argentinos pero también al cine mundial. Un editor de televisión descubre casualmente un video de porno amateur y a la vez conoce a quien resulta ser su protagonista: la esposa del dueño del medio donde trabaja (un millonario que además le alquila un departamento ya que está sin casa luego de sus separación). Obsesionado con lo que ve trata de establecer un vínculo con ella que devendrá en un hecho fatal. A partir de eso se desata una investigación policial, un chantaje y un secuestro que confluirán en un desenlace violento. Crimen, violencia, deseo sexual y traumas del pasado convergen y se desatan como pasiones sin límites. La puesta en escena, los movimientos de cámara, los desnudos, la musicalización remiten al cine de los 80 postdictadura (el argentino y el primer Almodóvar, por ejemplo), la cita a Sangre de Vírgenes de Emilio Vieyra no es gratuita, los nombres de los personajes, la construcción del personaje del policía Saslavsky con su ingenuidad y su bonhomía, el abrupto final para un protagonista (al estilo del Hitchcock de Psicosis) no son sólo un procedimiento que se regodea en su propio juego sino un estilo que es un plus pero también viste a la historia que se cuenta. Las reglas del género hacen que quizá innecesariamente se trate de “justificar” cierto accionar de la protagonista que se mueve entre la respuesta a un trauma o una pulsión de muerte, pero es apenas un detalle comprensible. Amateur tiene buenos climas, buenas actuaciones tanto del reparto protagónico: Alejandro Awada, Jazmín Stuart, Esteban Lamothe y Eleonora Wexler como de los secundarios terminan redondeando una película que remite a otras tantas pero con vida propia.
Regresa el mundo de Harry Potter, pero antes de su existencia, en el inicio de esta nueva saga cinematográfica llamada Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Newt Scamander (Eddie Redmayne, un poco exagerado en mohines y tics en su actuación) es un magizoólogo, (mago que se especializa en animales fantásticos) que viaja a Nueva York para llevar a cabo algunas necesarias “reparaciones” para la vida de estos excéntricos bichos. Estamos en 1926 y de este lado de ultramar no se aceptan estos animales y además los magos deben permanecer ocultos ante el mundo o, por lo menos, no llamar la atención en virtud de mantener la paz en la que viven con los humanos (aquellos llamados muggles en Harry Potter). Newt encuentra a uno de ellos Jacob Kowalski (Dan Fogler) -que quiere abandonar su empleo rutinario y cumplir con el sueño de poner su negocio de panadería- de casualidad y por un equívoco de maletas y también halla a dos hermanas que trabajan en el Ministerio norteamericano de hechicería Porpentina “Tina” (Katherine Waterston) y Queenie Goldstein (Alison Sudol). Algo parece suceder en la gran ciudad que está poniendo a todos recelosos, especialmente a Percival Graves (Collin Farrell), el Director de Seguridad y mano derecha de la Presidenta, algo que finalmente ocasionará muertes que pueden desatar una lucha sin cuartel. El cuarteto de marginales o marginados (un joven tímido echado del colegio, una auror desplazada de su cargo, un no-maj y una joven voluptuosa y enamoradiza que lee la mente) deberá unir fuerzas para salvar de la acusación a los animales y desentrañar los misterios de las fuerzas maléficas que están por desatarse. Animales fantásticos y dónde encontrarlos es una suerte de spin off de Harry Potter (se nombra a Hogwarts, a Dumbledore y a la familia Lestrange, a través de Leta el primer amor de Newt) que permite volver o seguir desarrollando todo ese universo con nuevos personajes. J.K. Rowling, en su primera intervención como guionista, consigue mantener viva la llama de su imaginación y David Yates, el director, le da continuidad a la estética oscura y gris de las últimas cuatro películas de Potter tiñendo a ésta de la misma pátina de colores y tono, especialmente cuando se desata la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, de una forma cruenta y violenta, que “anticipa” lo que ocurrirá con la aparición de Lord Voldemort, que en este caso se llama Grindelwald (un personaje del que se habla y que aparecerá breve pero poderosamente para continuar la saga que ya se anunció compuesta de cinco filmes). El otro tono, más lúdico y juguetón, es para contar todo lo que tiene que ver con los animales extraños que pululan en la película y a los que hay que recuperar una vez que se escaparon de la maleta del protagonista. Y también para mostrar el desarrollo de la historia de Kowalski y Queenie que se van ganando un lugar más que importante en el filme y casi robándose la atención. Son además de cierta función de comic relief, la trama romántica que funcionaría como el otro lado de la de los protagonistas que nunca alcanzan a desplegarla ante la importancia más solemne con la que se los construyó, al menos en esta primera entrega. Más allá de cierta dificultad para desarrollar con la misma fluidez y lograr encadenar las historias en juego (especialmente la de la familia poderosa: padre dueño de los medios, un hijo político y el otro ninguneado, que parece asomar y se queda a mitad de camino o en la sala de montaje), o de “multiplicar” los finales, el inicio de esta saga (que en su origen sólo fue un pequeño libro a modo de enciclopedia que listaba animales -escrito con fines benéficos-, y de ser nombrado como texto escolar en los primeros años de colegio de Harry) Animales fantásticos y dónde encontrarlos es una interesante puerta de entrada para seguir disfrutando de más magia.
El contador, un thriller adulto que apuesta a una historia original y puede ser leído como una mirada sobre los superhéroes. Christian Wolff (Ben Affleck) es un hombre que ha conseguido superar el autismo (Síndrome de Asperger) que se le ha diagnosticado de pequeño y se gana su vida como contador. A partir de su habilidad e inteligencia con los números tiene como clientes a grupos criminales a los que ayuda a “limpiar” sus fortunas mal habidas, razón por la cual es investigado obsesivamente por el encargado de la División del Crimen del Departamento del Tesoro, Ray King (J.K. Simmons). Cuando se topa con el encargo de una firma familiar para descubrir algunas diferencias en los balances conoce a Dana (Anna Kendrick) y cuando su auditoría es abortada de repente y la damisela ve en peligro su vida, el tímido, reservado y apocado profesional se convertirá en un hombre de acción mezcla de soldado y espía inquebrantable (que supo sacar partido de un padre militar y sus” enseñanzas” un tanto especiales), desatándose una lucha sin cuartel, llena de violencia y muerte, y por la que se reencontrará con el pasado que creía perdido. Gavin O’ Connor construye este thriller dramático con pulso firme y buen sentido de la acción especialmente en su segunda mitad cuando ya los personajes han sido presentados y ciertos secretos del protagonista han sido expuestos (algunos otros no serán revelados sino hasta el final). Los toques dramáticos (el autismo, los conflictos familiares, etc.) y el romance no pasan de ser un mero ornato decorativo resuelto con trazos gruesos y giros propios de un culebrón que si no muestran más su falta de profundidad es gracias al registro seco, distanciado, de suma parquedad y concisión que siempre se elige para contar (salvo una escena que trabaja con el agregado de información y el suspenso pero se repite innecesariamente en tres oportunidades! Y dos de ellas casi pegadas). Registro que permite que Affleck salga airoso en su rol al sacar provecho de su hierático modo de actuación pero que por otra parte deja en evidencia el desaprovechamiento de algunos personajes que se mueven más al ritmo de la funcionalidad requerida por el guión para avanzar que por un desarrollo profundo de los mismos (el caso paradigmático es el de Anna Kendrick) y cierta subestimación sobre los saberes del espectador (el cuadro de Pollock por ejemplo). El contador resulta un entretenido filme, menos como una observación verista sobre la posibilidad de “vencer” al autismo, -y seguramente resulte simplista y peligroso en su particular mirada sobre el tema-, que como una relectura del género de superhéroes: protagonista con un pasado traumático y padres ausentes o “especiales”, el freakismo que los caracteriza, la soledad y la doble vida, el equipo que lo ayuda desde las sombras, la filantropía culposa por la fortuna conseguida y el objetivo de hacer el bien y ayudar a los más débiles. Un guión original para reversionar un tipo de cine que hoy por hoy se multiplica en las pantallas.
Regresan los Trolls con una película musical para ganarse a una nueva generación. Los muñecos que “nacieron” en Dinamarca en 1959 y se impusieron en EE.UU. durante la primera mitad de los ’60 convirtiéndose en los juguetes de moda, para luego regresar en los ‘70, los ‘80 y los ’90, ahora se apoderan de la pantalla grande a través de una película de animación llena de optimismo, colores y canciones. Los Trolls se caracterizan por su buena predisposición ante la vida, su tendencia a los abrazos y a la risa esperanzadora y su felicidad interminable y por ello son apresados por el pueblo de los Bertenos que no conocen la alegría salvo ese día en que celebran el Trolsticio y en el cual consiguen ser felices alimentándose de ellos. Un día el rey Peppy libera a su pueblo y logran volver a su tierra mientras que la cocinera oficial bertena es encontrada culpable de la huida y expulsada del reino. Veinte años después Poppy, la princesa Troll, es una joven feliz y optimista, el príncipe berteno Gristle sigue sin haber conocido la felicidad y Chef está a punto de descubrir el hogar donde viven los Trolls. A partir de ese hallazgo se desatan unas aventuras plagadas de descubrimientos tanto personales cuanto comunitarios que cambiarán finalmente el rumbo de los destinos de todos. Con una animación donde la técnica sigue avanzando y consiguiendo claros logros, Trolls apunta su diferencia en el estallido colorido de su paleta visual y la música dance y pop para contar y amenizar la historia. Justin Timberlake (a cargo de la voz de Ramón/Branch,- el único troll que se niega a vivir en la felicidad eterna, a los abrazos continuos y cantando permanentemente como solución de todo-), como productor ejecutivo musical consigue convertir la pantalla en una pista de baile eligiendo clásicos que cuando aparecen también “cuentan” cantando la narración. El guión adopta la forma de una fábula llena de buenas intenciones y mejores valores (el respeto a la diferencia, el sentido de grupo y de pertenencia pero, también, la mezcla y la necesidad de los Otros como prójimos, la ruptura de los prejuicios y las costumbres asumidas como naturales), recurre a los cuentos clásicos (la Cenicienta) y los nuevos (Shrek) y ofrece unos personajes que aunque esquemáticos (para su rápida y sencilla identificación) se tornan fácilmente queribles.
Hubo una vez un grupo de jóvenes que se adentraron en un bosque para filmar un documental sobre una bruja que lo habitaba según rezaba una leyenda. Todo terminaba muy mal para ellos pero excelente para el filme del que formaban parte. El proyecto Blair Witch (1999) significó tanto un triunfo en términos comerciales (costo-beneficio) cuanto en las marcas que a partir de sí crearon una tendencia a seguir: cámaro en mano inquieta con su respectiva subjetiva que proporcionaba una construcción sobre el fuera de campo acechante. Nacía el found footage. Blair Witch: la bruja de Blair pretende ser una secuela siguiendo la historia de James que busca a su hermana Heather (desaparecida en la película original), casi veinte años después, acompañado de un grupo de amigos y de una pareja algo freak (oriunda de la zona del bosque Black Hills) que ha hallado unas cintas con un material que abre la esperanza de algún nuevo hallazgo. La película intenta recuperar el éxito descomunal (inexplicable como todo éxito y más viendo lo que fue el producto final) que logró su antecesora. Con la única diferencia de actualizar la historia (mínima, básica y predecible) apenas con el avance que las nuevas tecnologías imprimieron en estos tiempos, o sea multiplicando y mejorando las cámaras, y con el agregado de drones y GPS, pero todas incansable e insoportablemente móviles, repitiendo el uso de subjetivas que no construyen sino que evitan el fuera de campo para manipular los golpes de efecto menos efectivos que efectistas en un guión que es de manual con la aplicación a rajatabla y evidente de los tres actos y los giros cada 30 minutos. Si al principio la construcción de los personajes en su presentación y sus vínculos son previsiblemente armados para lo que vendrá y el orden en que sufrirán e irán desapareciendo o muriendo, cuando la acción comience se evidencian más los cálculos y los hilos del armado que buscan la tensión y el miedo pero nunca los alcanzan. Y la resolución es definitivamente de un desgano que sólo se explica por incapacidad o subestimación para con el espectador.
Yo antes de ti llega a la pantalla grande para que gastemos pañuelos y para hacernos creer que ser sensible es llorar viendo este producto fríamente calculado. Lou Clark (Emilia Clarke), una chica excéntrica en un pequeño pueblo inglés, busca un trabajo y su lugar en el mundo. Su familia de clase trabajadora depende del sueldo que acaba de perder y ella es de las que viven para los demás. Por eso (las casualidades del guión -basado en un best seller de Jojo Moyes- que intentan hacerse pasar por causalidades de la vida y de los encuentros que nos depara el destino, o Dios que es su nombre religioso) cuando le ofrecen ser la compañía de William Traynor (Sam Claiflin), un paciente cuadripléjico, no lo duda un instante aún no teniendo experiencia alguna en ello ni al sentirse en inferioridad de condiciones (clasistas) al llegar al castillo donde vive el joven y sus padres. Lo que sigue es el desarrollo de la consabida receta somos-polos-opuestos-me-enamoré-sin-darme-cuenta. La cenicienta aggiornada (¡esos zapatos y esa ropa y esos gustos tan freaks!, ese look tan estrafalario para ser más directos y exactos) que encuentra a su príncipe lisiado, literal y simbólicamente, y hará lo imposible por reparar su alma herida y traerlo a este lado del mundo (para el que tiene un plazo explícito) en el que “los normales” le enseñan a “los distintos” a tolerar la falta real y aprender a convivir con ella por puro egoísmo disfrazado de amor. Yo antes de ti es de esas películas de amor y enfermedad que abundan en buenas intenciones y echan mano a todos los efectismos y golpes bajos posibles pero lo inglés de su origen posibilita cierta, si no sutileza, al menos contención ante los desbordes esperables. La corrección y el recato inglés atemperan un poco el dramón lacrimógeno que uno se ve venir. Obviamente, -como cualquier mortal puede corroborar-, si hay que sufrir es mejor hacerlo en lugares cómodos y regios y en paisajes paradisíacos y la película no se priva de mostrárnoslos para que el dolor al menos se vista bonito. Y los acompaña con una hermosa banda sonora para adquirir y volver a escuchar. Son de agradecer los comentarios de cierta incorrección y de humor negro sobre discapacidades y muertes por parte del protagonista porque arriesgan sobre el previsible tono y si bien el desarrollo de la relación entre los atribulados protagonistas tiene cierta fluidez, el conflicto de ruptura y pelea es tan abrupto que uno no puede más que aceptar que aquello se estaba estirando demasiado y hay que llegar prontamente al desenlace, aunque la dignidad esbozada se vaya al demonio. Por suerte no se quiebra tanto al punto de resolver milagrosamente lo irresoluble humanamente y el filme se permite no acabar en rosa, pero tampoco tan sombríamente. Digamos, un rosa pálido y un poco menos angustiante. Sabemos que siempre nos queda París. Párrafo aparte para el reparto seleccionado. De un tiempo a esta parte los actores encontraron en la televisión un espacio creativo más interesante que el que les ofrecía el cine. Ahora pareciera que el cine está siendo asaltado por actores televisivos, de esos que despuntan hoy día en las series. Una de las razones podría ser captar ese público joven que hoy se vuelca a ellas. Pero he aquí la prueba de que hacer televisión como si fuera cine (uno de los argumentos que blanden los defensores de las series), no es hacer cine. Y actuar en ellas, tampoco garantiza ser actor. Emilia Clarke (la Daenerys Targaryen de Game of Thrones) es la prueba más cabal de ello: llena de mohines exagerados, sonrisas multiplicadas, gestualidad exacerbada e insoportable consigue hacer confundir, en el espectador menos entrenado, actuación lograda con simpatía y empatía fácil. Lo de Claflin es un poco menos notorio porque la limitación física de su personaje le “permite” manejarse con recursos gestuales, pero tampoco es un trabajo que descolle. Ambos son bonitos y consiguen esbozar cierta química pero de ahí a sostener algo más que eso corre por cuenta de quien lo pueda argumentar. El resto del cast: Jenna Coleman, Vanessa Kirby, Matthew Lewis, Janet McTeer, Charles Dance, -también con roles en series, más o menos conocidas-, está ahí para apuntalar a la pareja protagónica y poco más.
PURA CASCARA Tini: el gran cambio de Violetta es un producto comercial. Nada más y nada menos. Y más bien tirando a menos. Un negocio con todo el aparato de Disney detrás. Luego de una gira sumamente exitosa, Violetta (Martina Stoessel) regresa al país agobiada, sin poder componer y presa de los chismes de la prensa del espectáculo que ligan a su novio León (Jorge Blanco) -que se encuentra en Estados Unidos grabando su nuevo CD- con una chica bella y arribista. Herida, anuncia su retiro y cancela todas sus actividades. Desilusionada, se recluye en su casa y su padre (Diego Ramos) le ofrece instalarse en una residencia paradisíaca sita en Italia para jóvenes artistas regenteada por Isabella (Angela Molina), amiga suya y de la madre de Violetta. Hacia allí parte la joven con ansias de encontrarse finalmente y saber quién es y qué quiere. Trama minúscula y poco original, pletórica de frases que ni alcanzarían status para aparecer en sobrecitos de azúcar, filmada como si fuera una larga publicidad aprovechando los lugares suntuosos y la belleza de los paisajes, matizada con canciones y bailes, alguna dosis de supuesto humor, una pizca de dolor ante los desengaños, y mucho mensaje new age de superación ante las adversidades (que, advertimos, no son más que las que pueden padecer los niños ricos que tienen tristeza). Como esta producción está maquinada en términos globalizados, se oirá además del español (por España, no por Argentina), el inglés (con canciones en ese idioma), un poco de francés y otro de italiano para que los fans europeos más cotizados (debemos reconocer que el Viejo Mundo se rindió a los pies de Violetta) sigan embelesados y embaucados con estos espejitos de colores. Un hato de chicos y chicas bonitos que creen que cantan, bailan y actúan bien (con la amplitud de incorporar cierto freakismo permitido) desparraman sus “artes”. Pero sólo lo creen ellos, o se los han hecho creer, porque por lo que se deja ver es bastante básico lo que pueden. En la escena de la audición que realiza Caio (Adrian Salzedo) para entrar a la Academia de Baile, ni bien comienza a moverse, uno de los encargados de decidir dice: “nada especial”. Y esa frase es lo que representa más cabalmente a este producto. Violetta atesta sus vestidos de pespuntes, encajes, tules, cintitas, puntillitas, pajaritos, mariposas y flores en una representación femenina que desde el mismo vestuario atrasa siglos y mantiene estereotipos y que cuando cambia a Tini acorta la falda, adopta las lentejuelas y los flecos. Un cambio que no es tal porque sigue respondiendo a un ideario de deseo y dominación masculino. Además colma sus canciones de lugares comunes e ilusiones (apostar por los sueños, creer que son posibles si uno quiere y los focaliza fuertemente, brillar como una estrella y bla bla bla) que sólo parecen requerir de lo mágico o de lo azaroso de un destino en manos de un Bien omnipotente para su concreción, construyendo un mundo tan irreal y falso que como mensaje es, de mínima, tonto y, de máxima, sumamente peligroso. Es toda una toma de posición ética, ideológica y política que con semejante poder de recepción comunicacional sólo se atine a frases hechas y vacías y huecas superficialidades. Siempre la boca abierta, hierática, sin recursos actorales y ni siquiera naturalidad, lo que asombra es que, a pesar de todos sus evidentes esfuerzos, la protagonista no consigue traspasar la pantalla. Es linda. Pero no tiene ángel, ni carisma alguno. Es un puro artificio. Marioneta a la que se le notan todos los hilos. Como se le notan los hilos al producto general. Martina Stoessel podrá tener millones de seguidores y millones de dólares en sus cuentas bancarias. Pero sólo eso. Y lástima, que es lo único que nos genera si somos buena gente.