Bajo la sombra de los gigantes. Ya existe el complejo de inferioridad, pero el director Gareth Edwards sabe llevarlo a un nuevo extremo con su interpretación de Godzilla. Por un lado, está la razón obvia: sí, esta nueva visión del rey de los monstruos hace que la humanidad se vea como un hormiguero indefenso ante la voluntad de los dioses. Dejando su marca arrasadora en todo el mundo y convirtiendo ciudades plenas en pirámides de polvo y escombros con sólo minutos de paso, las criaturas llenan el requisito apocalíptico que establece su figura, y que satisface a los derramadores de pochoclo. Pero lo que ahora establece el joven cineasta (ya casi un experto en las secuelas de las bestias fantásticas tras su anterior y primer largometraje Monsters, que con unos escasos 500 mil dólares de presupuesto mezcló el enganche de una premisa sci-fi con sátira política y un trágico romance de opuestos), es la personalidad de los kaijus fuera de la destrucción, al mismo tiempo que los implanta en un mundo que, para bien y para mal, sufre con esta plaga. Tras unos créditos cubiertos con información comprometida que establecen el misterio elaborado durante la primera mitad del film, nos encontramos en el año 1999; curiosamente, es el año después del desastroso intento anterior por occidentalizar a Gojira, aunque si es o no una referencia a ese horrible robo infantil a Jurassic Park cometido por Roland Emmerich quedará al criterio de cualquiera. En Filipinas, un par de científicos interpretados por Ken Watanabe y Sally Hawkins son llevados a un descubrimiento oculto en las profundidades; algo de proporciones colosales. Mientras tanto, un catastrófico temblor en un pueblo de Japón hace que el físico nuclear Joe Brody (Bryan Cranston) y su hijo Ford pierdan todo. Las autoridades dicen que fue otro terremoto y que la zona está contaminada nuclearmente, mientras que la increíble verdad queda enterrada. Quince años después, encontramos al pequeño Ford (Aaron Taylor-Johnson), quien ahora está bastante crecido. Tras volver de un tour como soldado a su esposa (Elizabeth Olsen) y su hijo, lo menos que él quiere es perder tiempo. Pero cuando llega un pedido de ayuda por su ya distanciado padre, el ex-combatiente se lanza en el primer avión de San Francisco hasta Tokio, iniciando la criminal cadena de coincidencias que lo posicionarán como protagonista del film. Arrastrado a su custodiado viejo hogar por Joe, quien desde hace años trata de descubrir la verdadera causa de la tragedia, él queda atrapado en el momento y lugar equivocado, con un mal monumental suelto en nuestro mundo. Es algo que llama la atención de una legendaria bestia expectante desde hace una eternidad en las profundidades del océano. Es hora de que cierto lagarto titánico salga a escena a arreglar las cosas. Godzilla-Slice1 Al ver la hora inicial de la película, uno no puede evitar notar la forma en que Edwards y el guionista Max Borenstein (ayudado por varios escritores no acreditados, incluyendo a Frank Darabont, de Sueños de Libertad y La Niebla) buscan jugar con nuestras expectativas. Tomando su tiempo bajo los ejemplos de Steven Spielberg en Tiburón y Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, la producción nos tiene esperando por un vistazo entero de Godzilla, quien finalmente aparece en toda su gloria a los 50 minutos de metraje. Y aún así, la batalla entre él y sus enemigos toma su tiempo, evitando mostrarse explícitamente hasta el final. Es un ejercicio peligroso, que esta era de superproducciones premeditadas por comité hace ver como radical en comparación. Por un lado, es refrescante ver una obra que guarda sus cartas hasta el mejor momento, especialmente ahora que, entre tanto genocidio metropolitano vía pixels mostrado por productos sin alma como El Hombre de Acero y El Sorprendente Hombre Araña 2, uno siente que todos los especialistas en efectos visuales tienen un programa específico llamado MasacreUrbana 2.0 o algo así. Pero, a la vez, el intento por balancear la intriga del film de 1954 con la manía de lucha libre monstruosa ejecutada por sus secuelas palidece en un punto específico, a la hora de darle el protagonismo a los humanos. Originalmente posicionándose como un drama de padre e hijo encajado en una gran intriga conspirativa, la historia se agarra a las figuras del desesperado Cranston y el precavido Watanabe (quien interpreta al equivalente de Takashi Shimura con frases para el trailer, en resumen), que abrazan la cursilería del material dado con aplomo suficiente para registrarlo de emociones. Pero a la media hora, el paso del foco sacado del ex-Walter White y entregado al olvidable Taylor-Johnson, testea nuestra paciencia. Con el encubrimiento argumental no causando mucho impacto y quedando flojo al lado de los terrores post-Hiroshima de la película original, todo depende de nuestro héroe caucásico, quien rebota de casualidad a casualidad con tanta ilusión como personaje de Emmerich, mientras que mantiene su única expresión facial. No es muy dotado Kick-Ass. Y a sus colegas no les va mucho mejor, tampoco. Elizabeth Olsen, uno de los mejores nuevos talentos femeninos, es reducida al rol estereotípico de cónyuge preocupada. Sally Hawkins, recién nominada al Oscar por Blue Jasmine, queda limitada a hacer caras consternadas y taparse la boca. Y mejor ni desarrollar el desperdicio de Juliette Binoche. Suena justo decir que la pata de Gojira causa más excitación que el elenco entero. godzilla-review Pero cuando Godzilla entra en escena, todo se olvida. El coloso no pide perdón, sólo ahogando a cientos de personas en un tsunami causado por su mera salida del mar. Desde ahí, su misión es simple, concreta y brutal, con un espectral paralelismo esbozado con la vida del soldado que se une en el masivo y verdadero climax, la obliteración de San Francisco. Allí, Edwards mezcla la sensación microscópica de la gente (culminada con la excelente y pulsante mirada del salto de una tropa en paracaídas mientras los engendros radiados sacuden el lugar y arrancan edificios, todo al ritmo de este track de 2001: Odisea del Espacio) con el anticipado conflicto entre los titanes escamosos, que hace que cualquier fan se quiera parar a aplaudir. Ese desenlace salva a la nueva Godzilla, que gracias al talento de Edwards se vuelve una de las mejores entregas y un excitante reinicio. Una verdadera sinfonía de destrucción.
Laberintos bajo la nieve. Es más que curioso que el estreno en Argentina de La Sospecha (Prisoners, 2013) coincida con la celebración del Día de Acción de Gracias en Estados Unidos. Parece una cruel broma, considerando como esa fecha de reunión familiar es el punto de partida de la historia, cuando la desaparición de dos chicas transforma una ocasión de celebración en un viaje sin retorno al fondo de la oscuridad que existe en todos nosotros. Aún fuera de la ficción, la película logra lanzar un último y maldito escalofrío. Lo peor es que se lo gana. Considerando como la pérdida de un ser querido puede cambiar la vida de alguien para siempre, vale más aún revisar a gente como Keller Dover (Hugh Jackman), quien está al borde de lo socialmente aceptable. Verán, él es un hombre religioso, pero del tipo que en realidad le teme a Dios. Obsesionado por estar listo para sobrevivir a lo que sea, el hombre imparte a su familia sus conocimientos de cazador primitivo, incluso preparando un refugio en caso del apocalipsis. Pero a pesar de todo, él no está preparado para el diluvio personal que es la pérdida de su hija. Con su esposa (Maria Bello) destruida, su pareja amiga (Terrence Howard y Viola Davis) confundida y unida en la tragedia, y el único sospechoso (Paul Dano) dejado en libertad tras la falta de evidencias y su pobre estado mental, Dover se precipita a actuar antes de que sea tarde para las dos nenas. Su idea es simple pero brutal: secuestrar al casi incriminado, y torturarlo hasta que cante la ubicación de las niñas. Ese será sólo el primero de los pasos hacia la locura que emprenderá, todo mientras el detective Loki (Jake Gyllenhaal), cae en abismos similares mientras trata de resolver el críptico caso. la-sospecha-3-locoxelcione De esta manera, el director canadiense Denis Villeneuve (responsable por otro intenso y violento drama familiar, Incendies) plantea esta historia, que no está tan enfocada en el descubrimiento de los culpables, sino más bien en el choque ético contra la falta de opciones, y las líneas que cruza uno para pasar de víctima a victimario. Por un lado, está Dover, quien está tan decidido que incluso llega a fabricar un letal artefacto, encerrando a su moribunda presa hasta la máxima incomodidad y duchándola en agua hirviente. La agudez de los gritos y el constante vapor que se fuga por el único agujero de luz dicen tanto como decenas de golpes. Mientras tanto, está la postura de Howard y Davis, los otros padres perjudicados, quienes se sienten asqueados por el plan de su amigo, pero no evitan el desastre. Y, en otra parte, está Loki, atrapado en la jurisdicción, que le corroe la paciencia hasta llevarlo a su propios abismos. La idea de “¿cuánto haría para proteger a alguien?” se balancea sobre todos ellos. Todo esto ocurre en el escenario del estado de Pennsylvania, poblado de items religiosos y de una vida macabra. Es inevitable darle crédito al gran Roger Deakins, quien sigue siendo de los pocos directores de fotografía que hoy manifiestan identidad propia en Estados Unidos. Esta vez, el virtuoso de la lente le da la atmósfera sombría a una locación que cobra vida propia, usando la blancura de la nieve y las tumbas congeladas para ser la perfecta cómplice de secretos, delitos y serpientes (tanto metafórica como literalmente). la-sospecha-2-locoxelcine Pero, aún con todo esto, el film es sobre todo un show actoral, y con ese elenco, es uno de los mejores del año. Ante nada, hay que olvidarse del miserable musical de Tom Hooper, porque este es el verdadero mejor trabajo de la carrera de Hugh Jackman. Su entrega al rol de un padre sin alternativas es tan hipnotizante como brutal, mostrando más ira en dos minutos de pura destrucción que en sus seis apariciones como mutante de Marvel. Pero él no es el único protagonista del cuento, ya que Jake Gyllenhaal es más que un fuerte contrapunto a la bestia australiana. Todo eso queda claro en el último tercio, donde la atención pasa sin inconvenientes a su historia, un único espacio de humanidad en este espectáculo de miserias. Por supuesto, ambos manifiestan fuerte apoyo del resto de los intérpretes, desde los conflictuados Howard, Davis y Bello hasta el aislado Dano, quien encima está acompañado por una escurridiza Melissa Leo. Bajo estas lentas pero cautivadoras condiciones, el drama, el thriller y el policial se mezclan sin problemas para crear un producto de densa psicología que ya no aparece tanto en Hollywood. Entre tantos giros, conflictos y dramas, los monumentales 153 minutos pasen en un respiro, esa única toma de aire que permite la película al terminar. Claro, no todo es perfecto; el final sufre el síndrome de la sobre-explicación, mientras que se puede notar que los últimos segundos no concuerdan con la lúgubre dirección de todo lo anterior, haciendo sospechar de un manotazo ajeno. Pero como está, La Sospecha merece compararse con los grandes thrillers de la última década, a la altura de Río Místico y Zodíaco. Esa último producción tenía un lema interesante: “Hay más de una forma de perder la vida por un asesino”. Tiene toda la razón.
Es 14 de diciembre, y Santiago (Gonzalo Heredia) observa el calendario. Sabemos lo primero, pero no por la acción mencionada. Es porque los constantes carteles temporales invadieron el borde inferior derecho de la pantalla por suficiente tiempo como para que hasta el espectador hundido en el balde de pochoclo entienda el punto. Sin embargo, el sacerdote sigue mirando las semanas. El 10 del mismo mes, el psicólogo Patricio (Carlos Belloso) se le confesó, casi con alegría, sobre un doble asesinato que cometió, el primer acto monstruoso de una serie de homicidios que se reanudará cada cuatro días. Si son veloces, sólo les bastará con estas últimas líneas para notar la importancia de la primera fecha. Pero, al parecer, Santiago necesita analizar la agenda por un minuto, enfocándose tanto en el objeto que sostiene que uno casi podría decir que lo penetra con los ojos. Todo esto, una construcción de intriga de aproximadamente un minuto, para anunciar lo que la sala entera ya conoce: el asesino va a atacar ese día. Puede parecer una escena menor, pero ese breve fragmento resume las pretensiones de Omisión (2013), un thriller que frustra en las formas que presume ser distinto a los demás, cuando en realidad está hundido en el convencionalismo. No es que no tenga un mal planteo inicial, de todas formas. Arrancando, el film se centra en estos dos personajes, o más bien, en como encajan en la sociedad moderna. No hace falta entrar demasiado en como cada día, millones de personas se entregan a otra fuerza para buscar una salida a sus dilemas. Por supuesto, la institución clásica es la religión, por la cual gente puede aprovechar la ventaja moral de la fórmula; ejemplo siendo el catolicismo, en el cual por una confesión y un número de rezos, la infracción sale de los registros. Pero en los últimos siglos, el giro brusco hacia la fe en la ciencia dejó con el rol de descargo a las pastillas y a los psiquiatras, que vuelven la desaparición de la culpa interna un servicio comparable a pagar las cuentas. Con tanto descargo, pocos piensan en los roles de la gente detrás de la respuesta, personas que deben mantener un voto de silencio, sin importar las atrocidades que oigan. Por eso, el argumento prometía un interesante enfrentamiento de estos dos lados de la moneda, jugando con las restricciones morales que tocan día a día. afiche-horizontaafiche Pero no, en realidad todo termina siendo una excusa para otro juego de gato y ratón con una premisa de alto concepto: esencialmente, el conflicto de Santiago entre denunciar los crímenes y colgar los hábitos, o no romper el sigilo sacramental y cometer la omisión del título. Esto funcionó antes, como prueba el film de Alfred Hitchcock cuyo nombre local adorna la cima de esta crítica. Y hay algunos temas clásicos del maestro del suspenso en la obra del escritor y director Marcelo Páez Cubells (cuyo único otro crédito de relevancia es el guión del film de Boogie, el aceitoso), quien tiene una buena mano para la puesta en escena, pero que a la vez no confía en que la audiencia entienda este relato de otro crimen perfecto. Es por eso que su producción se baña en obviedades, siendo clichés narrativos o estilísticos. Hay desde melodramas sobre chicos perdidos en la vida de las villas hasta amores no correspondidos, e incluso suena un tema en piano que se escurre cada vez que aparece una escena emocional, que casi empuja a la gente a pensar “Acá me debo sentir alegre/melancólico/triste” (es multiuso), como esas instrucciones que le dan al público con el que se graban ciertas sitcoms. Este es el mundo que habitan Santiago y Patricio, el ambiente que los arrastra como si fueran marionetas. Es que no hay consistencia, ya sea en el tono de la película (que varía entre el policial comercial y el exploitation) o en los personajes, que sufren del control omnipotente: en otras palabras, no actúan por sus personalidades o las acciones de quienes los rodean, sino porque el guión lo ordena. Esto lleva a inconsistencias y muchos momentos de incredulidad, como una (algo graciosa) escena donde los dos protagonistas, conociendo el uno sobre el otro y sabiendo que ambos ya conocen sus intenciones, se encuentran en el diván del doctor. Si uno espera un choque de verdades, va a salir sorprendido. No, se hablan como si nunca se hubieran conocido, pero a la vez tiran pistas de lo que están haciendo. ¿Por qué? Porque se necesita esta escena de tensión aún si no tiene sentido y, de nuevo, el guión lo ordena. En el medio de todo, los actores quedan con la tarea de levantar los cimientos y, por la mayor parte, salen bien. Escondiendo su figura de galán de telenovela detrás de la sotana y una barba bien crecida, Heredia es competente como el sufrido hombre de Dios, aunque su interpretación es atacada por lo chato que es Santiago, básicamente un blando santo. Mejor le va al siempre magnético Belloso, quien nunca deja de ser un placer al hacer de un sociópata en acción, aún cuando su Patricio se va de los rieles en el tercer acto. Por desgracia, no corre con la misma suerte Eleonora Wexler, quien es desperdiciada en un papel de interés amoroso/receptora y emisora de exposición. Su malgaste es un símbolo de la forzadez y obligatoriedad que arrasan con la producción. Y es una lástima ver que esto no funcione, porque de verdad se necesitan más proyectos argentinos de este tipo de géneros en los grandes cines (como probaron exitosamente Diablo y Hermanos de sangre). Lamentablemente, aún siguen resultando películas como Omisión, que encima de perder, pecan de soberbias.
Ellas, las comehombres. La catarsis es algo peligroso para Álex de la Iglesia. Por un lado, el arte motivado por la furia siempre es fuente de grandes pasiones dignas de ver. Por el otro, estamos hablando del mismo hombre que se hizo un lugar en el nicho del culto gracias a su hábito por la farsa extrema, con clásicos como Acción mutante, El día de la bestia, La comunidad, Muertos de risa y Crimen ferpecto; dicho de otra manera, hacer que actúe bajo la influencia de la furia es correr el riesgo de quien le da azúcar a un chico hiperactivo. Es por eso que, al oír sobre como el próximo proyecto del ibérico divorciado iba a ser un relato fantástico sobre la maldad de las mujeres, sonaba normal alarmarse. Sin embargo, por la mayor parte de Las Brujas (2013), el realizador logra volver al hermoso ritmo de sus viejos delirios, hechizo que por desgracia también tiene una hora de desvanecerse. El frenetismo no se tarda en llegar. A los pocos minutos de iniciado el film, se lleva a cabo un suceso que funcionaría como la perfecta entrada a un chiste: una estatua viviente de Jesús, un soldado verde y un grupo de muñecos disfrazados entran a un local de empeño en la Puerta del Sol, sacando armas a lo loco y robando todo el oro. De este atraco y la subsecuente persecución con la ley (en la cual ni siquiera Bob Esponja se salva de la balacera), salen de Madrid el mujeriego Tony (Mario Casas) y el separado José (Hugo Silva), quien, ante la situación de poder ver a su hijo en escasos horarios, decide llevarlo en su fuga a Francia. Pero para alcanzar su destino, todos tienen que tomar el coche del taxista Manuel (Jaime Ordóñez), un hombre dominado y creyente que decide acompañarlos en su escape… hasta que descubre que tienen que pasar por el pueblo fronterizo de Zugarramurdi. Para el fanático de los shows paranormales, el lugar tiene su historia: sirviendo como hogar del acto de fe por el cual los inquisidores españoles retuvieron a miles de personas y sentenciaron a decenas de mujeres a la muerte, la localidad sirvió como verdadera cuna del mito de la brujería, aún antes de Salem. Como es de esperarse, los criminales no le harán caso, tras lo cual se encuentran con Maritxu (Terele Pávez), Graciana (Carmen Maura) y Eva (Carolina Bang), tres mujeres que hacen lo imposible para atraerlos a sus hogares. Por desgracia para ellos, el amigo chofer tenía razón: en realidad ellas son hechiceras caníbales, inmersas en la tarea de cumplir una profecía sobre el pequeño asunto de traer al Anticristo para acabar con el mundo. Basándose en esto, el director y co-escritor español (junto a su colaborador habitual, Jorge Guerricaechevarría) establece una batalla de los sexos sobrenatural, que toca uno de los puntos menos explorados habitualmente en este tipo de relatos (y aún más en versiones fantásticas): la intimidación masculina con la mujer. Tan sólo basta con recordar el origen del concepto que adorna el título del film. Como dictó la historia, la caza de brujas fue la excusa de la Iglesia durante la Edad Media para silenciar a cualquier dama que se atreviera a expresar su pensamiento; de esa forma, el Malleus Maleficarum fue uno de los libros más mortales de la historia. La subversión principal ejercida por De la Iglesia, con sus señoras fuertes y poderosas en varias épocas de la vida, tiene buen gusto; de todas maneras, siendo quien es, el artista recalca la idea con el exceso de la comedia negra y la fantasía de sus primeras obras, empleando torturas, embrujos e incluso una Venus de Wyllendorf de 15 metros de alto, como cereza del postre. las-brujas-3-locoxelcine Pero, desde luego, todo es una excusa para el mensaje del cineasta, quien pinta a las portadoras de estrógeno como fríos, calculadores y despiadados seres que se alimentan en el aprovecho de la suprema estupidez e incoherencia de los varones. Es en este enfoque, que el bilbaíno se acerca peligrosamente al terreno de la misoginia; no ayuda que, por ejemplo, la ex-esposa de José (interpretada por Macarena Gómez), resulte ser tan brutal como las arpías satanistas que sirven como villanas de la producción. Ahí, Álex se desvía de su film y empieza a lanzar su frustración por la pantalla, amargando el gusto de todo. Por suerte, la ridiculez de su premisa ayuda a que bastante de su enojo entre en la broma de la historia; sin embargo, uno no puede evitar pensar como sus deslices en sus “películas de protesta” (como Balada triste de trompeta y La chispa de la vida, sus últimos trabajos) lo sacan más y más de control. Eso es algo que se vuelve a notar al ver la ejecución de su historia, desde el frenesí de acción y bizarrez de la impecablemente dirigida media hora inicial, hasta el desinflado desenlace, un conjunto de peleas aburridas, revelaciones sin sentido y malos efectos especiales que hace que las casi dos horas de duración se tornen un tanto interminables. Por fortuna, la diversión causada por el impecable elenco lleno de figuras del humor (fíjense que plagado de comediantes está esto, que uno tiene que mencionar aparte las apariciones de los grandes Carlos Areces y Santiago Segura, quienes se roban sus escenas con altos niveles de travestismo) y la velocidad feroz de los primeros dos actos hace que los problemas de Álex con el otro sexo queden como asunto para otro día.
Marido, padre y psicópata. Cuesta no ver a Michael Shannon como el ser atrapado en el medio de la transformación del doctor Jekyll al señor Hyde. Hay una dualidad plasmada sobre su físico: su mandíbula expectante, su postura mecánica, su mirada falta de control, son todos elementos que lo vuelven una bomba de tiempo, que en cualquier momento puede desgarrarse el traje de hombre para revelar el sadismo de una bestia. En los últimos años, las cámaras supieron aprovechar su figura, con notables roles en films como Sólo un Sueño y Take Shelter, así como en la serie Boardwalk Empire. En The Iceman (2012), Shannon regresa a su juego favorito, metiéndose en la piel de un típico padre modelo de clase media internado en los suburbios de Nueva Jersey. Padre que, por supuesto, logra esconder de su familia el hecho de que es el más infame asesino a sueldo en la historia de la mafia estadounidense. El nombre del empleado de la muerte es Richard Kuklinski, y su leyenda crece aún años después de su extinción. Después de todo, su existencia tuvo problemas desde el inicio: nacido en 1935 gracias a la unión de un explosivo inmigrante polaco y una fanática religiosa descendiente de irlandeses católicos, él pasó su juventud bajo el abuso paternal, que costó la vida de su hermano mayor Florian, así como la sanidad de su otro hermano, Joseph, que luego violaría y mataría a una joven de 12 años. Ya crecido, Dick se volvió popular por su reputación como irascible matón en la mesa de pool, que incluso asesinó gente por tan sólo mirarlo de manera equivocada. Como era de esperarse, esto captó la atención del inframundo de Jersey, dando inicio a una larga e infame carrera donde él dejaría su marca bajo distintos métodos, el más popular siendo congelar los cadáveres de sus víctimas y evitar delatar el tiempo de sus finales. Así, “The Iceman” (“El Hombre de Hielo”, apodo de la prensa) atemorizó el estado jardín hasta su arresto, en 1986. Serían los años posteriores los que lo harían un mito. Por un lado, se estimó que él se encargó de entre 100 y 250 personas (Kuklinski dijo que había perdido la cuenta). En otra parte, flotó por la atención pública que John Gotti lo había contratado para encargarse de torturar y terminar con el vecino que había atropellado a su hijo por accidente. E, incluso en su lecho de muerte, en 2006, el sicario se jactó de haber sido quien acabó con el sindicalista Jimmy Hoffa. Con un individuo de semejante riqueza, las expectativas para su paso al celuloide eran altas. Sin embargo, en el enfoque del director y co-escritor Ariel Vromen, la resolución no se puede acercar a estar a la altura de su protagonista. Es que, para su tercer film, el israelí sólo parece estar enamorado con la superficie de la propuesta. En primera instancia, su mirada permite establecer las bases de una historia épica de delito, pero el contexto en el que sitúa la película (que, fuera del constante cambio de cabello facial de Shannon y el reemplazo de actrices para hacer de sus hijas, no se distancia bastante en el trabajo de época) no es más que un collage de recortes con los grandes puntos de su biografía, unidos por la repetición de la premisa externa de “este hombre de familia es un asesino sin resentimientos”, que no se diferencia de otros films de buenos muchachos. The-Iceman-4 La relación con su esposa (interpretada por la adorable Winona Ryder) y sus hijas es aplastada para darle tiempo a escenas anecdóticas de asesinato, como cuando tortura mentalmente a un pedófilo James Franco (en uno de sus varios cameos anuales obligatorios en films indie). A su vez, aparece una subtrama sin sentido ni interés sobre Roy DeMeo (Ray Liotta, que a esta altura ya tiene memorizado este tipo de papeles) y los problemas generados con otros capos debido a su subordinado Josh Rosenthal (el ex-Friends David Schwimmer, en un rol claramente fuera de su liga), que chupa tiempo sin resolución, y entra en los típicos estereotipos del género, con gangsters que se juntan a molestarse como amigos en oficinas oscuras para luego mandarse a matar al instante. Es una producción que se baña en ese libro de clichés. Pero, aún con todo eso, la gran falla de la película es la falta de cualquier tipo de exploración en la mente de Kuklinski. Constantemente, los personajes dentro de su vida personal y laboral repiten una y otra vez, respectivamente, “es un gran padre” o “es un tipo sin culpa alguna”. Sin embargo, Vromen y el co-guionista Morgan Land jamás se paran a preguntar cómo fue que se formó esta monstruosidad, ni tratan de encontrar las pistas de violencia en su vida suburbana. Esto queda obvio en un fragmento donde Richard visita a su hermano Joseph (cameo de Stephen Dorff) en prisión. Enfrentado con la única persona que sabe todo lo que hizo, ¿qué se hace? Una mención a la infancia, flashes de su padre abusivo (en su única mención durante todo el film), un choque breve, y listo. La idea de que este corto melodrama sumado a una simple llamada al pasado (llanamente, explicando las cosas con “tuvo un mal papá”) son suficientes para profundizar décadas de trauma es ilusa y frustrante a la vez. Es por eso que el único sostén del film es Shannon, quien logra encontrar la textura en ambas caras de su personaje, creando a través de los antes mencionados detalles físicos una conexión entre padre y parca. Pero aún así, las ganas de The Iceman por abandonarse para llegar a las partes jugosas lo deja a la merced de un material que no lo merece. Quizás ese sea el peor crimen de todos.
Unidos por la miseria. Fuera de sus dos nombres listos para pegar en los posters, cuesta creer que Tiempo de Caza (Killing Season, 2013) no esté condenada a las góndolas del material directo a DVD. Hace años, el proyecto parecía mostrar promesa: originalmente bajo la dirección del gran John McTiernan (Duro de matar, La caza del Octubre Rojo), el film iba a ser una excusa para reunir a John Travolta y Nicolas Cage tras el éxito del delirio de John Woo que fue Contracara. Pero entonces Cage se bajó, McTiernan se borró y Travolta fue el único en mantenerse en la producción, que recién años después logró sumar a Robert De Niro. Por desgracia, para ese momento Travolta y De Niro ya eran sólo sombras de quienes fueron hace décadas. Bajo la mano de Mark Steven Johnson (quien viene de los ridículos fracasos superheroicos Daredevil: El hombre sin miedo y Ghost Rider - El vengador fantasma, así como la inerte comedia romántica La fuente del amor), y un guión digno de olvidar, este duelo de actores en caída entristece bastante. Tras un breve y premonitorio (al menos, en cuestión de su temible calidad) prólogo situado en la Guerra de Bosnia, el film presenta a Benjamin Ford (De Niro, otra vez haciendo el acto de anciano gruñón en clave de sí mismo), un veterano de guerra estadounidense que vive aislado de todos en una cabaña internada en los montes Apalaches. Su soledad, causada por las heridas de guerra que aún quedan dentro de él (tanto metafórica como literalmente), es interrumpida por la sorpresiva llegada del ex-soldado serbio y supuesto turista Emil Kovač (Travolta, que interpreta a su personaje con la misma credibilidad de un antagonista de James Bond), con quien comparte una noche amistosa de historias de caza y Jägermeister. Estas escenas, que establecen la floja psicología de sus protagonistas, son lo más decente del film; decente, claro, si ignoramos como John parece salido de audicionar para ser villano de Rocky y Bullwinkle, si no le prestamos atención al sonambulismo de Robert, y si pasamos por alto la blanda dirección de Johnson. Al día siguiente, Kovač y Ford salen a capturar presas, pero el europeo no tarda en revelar su verdadera historia: en realidad, él era un criminal de guerra que el americano creyó haber matado en sus años como coronel, y que tras casi dos décadas de búsqueda apareció para combatirlo, lograr que confiese sus crímenes de guerra y despacharlo. Es así como se da inicio a la más improbable de las luchas, con los dos ancianos intercambiandose en los roles de cazador y cazado con una serie de torturas que incrementa en estupidez y inverosimilitud. Es obvio que Johnson y el escritor Evan Daugherty (Blancanieves y el cazador) fueron inspirados para estas partes por el trauma causado por films setentosos como La violencia está en nosotros y El francotirador, que emplearon el shock para estudiar la cultura moral de su época. Sin embargo, los responsables de esto no tienen idea de como hacer eso, y deciden presentar estos fragmentos como si se tratara de una secuela no autorizada a El juego del miedo. Tampoco ayuda que De Niro y Travolta no estén dispuestos de interés o físico para estos intercambios, y que el intento del realizador para cubrirlos sea inútil (el uso obvio de dobles de riesgo, cortes flojos, tomas de archivo y terribles efectos especiales es algo que plaga al film). Pero la razón por la cual todo termina de desplomarse es como los traumas de la guerra son usados como excusa para lo que, esencialmente, es un sangriento capítulo en carne y hueso de los Looney Tunes. Todo hasta los últimos veinte minutos, donde la producción se vuelve un melodrama que abusa de su público con simbolismo barato y una moraleja que parece un chiste tras lo visto antes. Así concluye una tortura, dentro y fuera de la pantalla.
Los visitantes inesperados. “¿Qué es tan especial sobre nosotros?”, pregunta Lacy Barrett (Keri Russell), mientras su cordura se termina de escapar. Su reacción es lógica. Hace semanas, su familia era sólo otro hogar de clase media estadounidense, uno de tantos lugares de preparación de banderas, barbacoas y fuegos artificiales para el 4 de julio. Pero entonces, ellos llegaron. Primero fueron incidentes casuales: ruidos en la noche, una puerta abierta. Sin embargo, las cosas no tardaron en perder sentido, con misterios tan acumulados como las torres de comida que aparecieron erguidas en la cocina, organizadas hasta el último milímetro para enseñar aquellos extraños símbolos de luz. En días, el acoso se volvió imparable: repentinos brotes psicóticos, ataques kamikazes de cientos de aves y, finalmente, ellos, los grises. Ahora, vacía de lógica y de entendimiento, ella está frente al recurso menos esperado, el investigador paranormal Edwin Pollard (J.K. Simmons), buscando entender una causa, preguntando la causa de su maldición. El experto mantiene su expresión de rutina, y responde. “Nada”. Es en esa lucha contra la imposibilidad en lo que se enfoca Los Elegidos (Dark Skies, 2013). El enfrentamiento va por dos frentes. En un lado, se encuentra el drama, en el cual Lacy y su marido Daniel (Josh Hamilton) tratan de mantener la imagen de familia perfecta, y no ser vencidos por los contratiempos económicos, mientras su hijo mayor Jesse (Dakota Goyo) se les distancia al transitar en el camino de la pubertad. Y, por otra parte, está el terror, con la invasión de criaturas extraterrestres, que causan problemas en la casa desde su contacto con el pequeño Sam (Kadan Rockett). En el medio, aparece Scott Stewart, un ex-artista de efectos visuales cuyos previos créditos como realizador incluyen el combo de Legión de ángeles y Priest - El vengador, dos derivativos y aburridos intentos de alto presupuesto para transformar a Paul Bettany en una estrella de acción. Enfrentado con la limitación de dinero (así es como funciona el nuevo sistema de terror comercial: poco presupuesto, mucha publicidad), el director y escritor vuelve a recurrir al licuado de influencias, con obvios ejemplos que van de Encuentros cercanos del tercer tipo a Actividad paranormal (no es una coincidencia que Oren Peli, director del hit del subgénero de found footage, sea productor de este film). O y una estructura que va creciendo durante el primer acto, para luego estancarse en la nada tras adelantarse con la causa de su fórmula (esencialmente, imaginen una historia en una casa embrujada donde los fantasmas son reemplazados por alienígenas). Es una tendencia bastante curiosa que se viene dando en el terror: se presenta la premisa, se deletrea a la audiencia la locura que está siendo proyectada, y luego tenemos que ver como la gente en la pantalla resuelve el rompecabezas que ya conocemos de memoria durante la siguiente media hora. La causa de esto, por desgracia, parece un misterio para otras circunstancias. Por suerte, Stewart también se toma el tiempo de generar una sobria atmósfera de incertidumbre (escenario ideal para el terror) y hace el acierto de darle aire al dilema de sus personajes, metiendo algo de frescura a su gastado concepto con la inserción del cada vez más recurrente tema de la crisis mundial de 2008. Pero quienes aportan la ayuda definitiva a que uno se identifique y preocupe por ellos son Russell y Hamilton, que encuentran simpatía en sus roles de padres derrotistas enfrentados a los designios de la vida. Es así que, entre la competencia del director para sus protagonistas, el buen trabajo del elenco (que también se eleva con el talento del antes mencionado Simmons por un par de escenas) y un par de momentos que funcionan a la hora de provocar la piel de gallina, Los Elegidos cumple. No será nada del otro mundo, pero cuando funciona, funciona. @JoniSantucho
En el espacio nadie puede oírte gritar. Estamos a 600 kilómetros por encima de la Tierra. El globo domina la toma mediante su grandiosidad mientras, a lo lejos, se empieza a notar un punto en crecimiento. Tras unos segundos, queda claro que lo que se ve es el telescopio Hubble, unido a una nave espacial de la cual están sueltan varias personas. Una de ellas es la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), quien se trata de adaptar al nuevo entorno, mientras arregla la maquinaria del armatoste. Al mismo tiempo, el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) se propulsa con seguridad, controlando su expedición final con la nostalgia de un vaquero en su última cabalgata. Damos vueltas alrededor de ellos, mientras la voz del control de la misión (un escondido Ed Harris) se mantiene firme desde el planeta azul. La fascinación es clara, pero pronto resultará efímera. Esos trece minutos, que presentan a sus protagonistas y al ballet cósmico (la indiscutible tercera estrella de la producción), son sólo la plano-secuencia y primera toma de Gravedad (Gravity, 2013), el inicio de un decidido viaje al terror del vacío. El repentino cambio se desencadena cuando el equipo descubre que, debido a una desastrosa explosión durante un operativo ruso, hay escombros de satélite dando vueltas por la órbita, creando una reacción en cadena de destrucción. Por desgracia, ellos tampoco no tienen tiempo para actuar, porque las piezas aparecen segundos después a toda velocidad. Tras la brutal demolición, Stone y Kowalski quedan como únicos sobrevivientes, pero ya no tienen transporte ni comunicación con NASA. Cortos de tiempo y de oxígeno, ellos deberán actuar rápido para encontrar otra forma de volver a casa. De esta manera, Alfonso Cuarón presenta un impecable relato, tan grandioso y original en su escenario como sencillo y clásico en sus personajes. Le costó cuatro años, pero el director (que viene en una serie de clásicos, con Y tu mamá también, Harry Potter y el prisionero de Azkaban y la obra maestra Niños del hombre) logra mostrar una versión virtualmente espectacular del espacio: variando entre la belleza y la brutalidad que existe fuera de la atmósfera, él juega con la liberación que le dan los efectos especiales y el uso del silencio, uniendo de forma perfecta los aspectos técnicos para recrear una fuerza cada vez más sádica contra los especialistas, dominándolos y arrojándolos con extrema precisión hacia el peligro de muerte. gravedad-3-locoxelcine Como dice el amenazador texto que abre el film, en este lugar, donde lo infinito se vuelve claustrofóbico, la gente no pertenece: son hormigas, tratando de regresar a ese hogar que se ve tan cerca pero que en realidad está tan lejos. Mediante el simple pedido de Cuarón por empatizar con la lucha humana contra elementos fuera de cualquier tipo de control tecnológico, se genera suficiente tensión, que, sumada al ojo omnipresente de la cámara (que incluso se mete en el interior de los cascos de Stone y Kowalski, en tomas subjetivas que aterran más que cien películas de cámara en mano) y al uso magistral de las tres dimensiones, otorga una experiencia inolvidable. La lucha contra la soledad y la búsqueda por ayuda para levantarse, sea Dios, el control de la NASA o un campesino que sirva de oído, se hace perfectamente clara con este concepto. Sin embargo, también es cierto que el producto queda tocado de forma mixta por el guión escrito por Alfonso y su hijo Jonás, quienes agregan algo de melodrama innecesario (por favor, dejemos de usar chicos muertos como un punto argumental al azar) a y una temática a lo new age que está de más, impactando un poco contra las emociones que origina esta historia. Por suerte, Cuarón tapa esa fuga gracias al ideal casting. Por un lado, Sandra Bullock entrega una de las mejores performances de su carrera, manifestando en una mirada la confusión y la falta de seguir que no puede aterrizar en el libreto. Y, si bien George Clooney hace de… bueno, George Clooney, su ligera y calma personalidad es justo lo que necesita la producción, que lo hace instrumento de alivio para las escenas pesadas. Entre estos elementos, Gravedad es una de esas películas que hacen que uno gaste todo el diccionario de elogios. Pero, cuando uno lo piensa, todo se puede resumir en dos palabras: es cine.
Ellas contra el mundo. En los dos años que pasaron desde que la subversiva Damas en Guerra tomó por sorpresa al mundo, los cines fueron testigos del abrazo femenino al lado más grotesco de la nueva comedia americana. Así es: terminó el monopolio masculino de los chistes cargados de drogas, sustancias desagradables y perversión masiva. Por eso, no extraña que tanto el director Paul Feig como la destacada comediante Melissa McCarthy, quienes fueron cruciales para aquella comedia supervisada por Judd Apatow, se hayan reunido y sumado a Sandra Bullock para tocar otro subgénero con la firma de los varones, en la comedia Chicas Armadas y Peligrosas (The Heat, 2013). Tomando el aún vital subgénero de la buddy movie policial, la película presenta a la agente del FBI Sarah Ashburn (Bullock), quien es tan reglamentaria, detallista y capaz en su labor como es arrogante, solitaria y antisocial fuera de las horas de trabajo. Buscando deshacerse de ella, su jefe (Demián Bichir) la manda a Boston para desmantelar una organización de narcotráfico, argumentando que la considerará para tomar su posición si logra colaborar con otros. Por desgracia, al llegar a su destino ella no tarda en chocar con la oficial de policía Shannon Mullins (McCarthy), gustosa de aplicar la fuerza sin compasión y de lanzar tantos insultos como balazos. Tras esa introducción, uno puede imaginar tranquilamente el resto de la historia, porque el guión de Katie Dippold (Parks and Recreation) no se desvía de la ruta usual del film de la pareja dispareja, desde el enfrentamiento de personalidades hasta la eventual formación del equipo imparable. Y, si bien una fórmula puede funcionar, la verdad es que ya no se puede tener mucha tolerancia con un libreto como el de esta producción, que toca cada uno de los puntos vistos en películas de los años ochenta y noventa. Su predictibilidad es tan grande, que uno incluso podría armar un juego, determinando las siguientes escenas con una precisión aterradora. Pero, a pesar de que su argumento no pase de ser una pequeña versión ligera con estrógeno de Arma Mortal, el show sabe ser levantado por sus dos estrellas, quienes tienen una química decente. Por un lado, McCarthy repite su capacidad para el humor físico y el timing suelto que rindió en Damas…, así como en Ladrona de Identidades y ¿Qué pasó ayer? Parte III, aunque su personaje básico está empezando a gastarse con tanto uso. Mientras tanto, Bullock toma partes de su rol en Miss Simpatía y actúa como un buen rebote, la parte nivelada del dúo dinámico. Sumadas a la mano segura de Feig, las protagonistas hacen que Chicas Armadas y Peligrosas se vuelva un caso menor, de esos que entretienen por un par de horas, para luego despedirse de la mente apenas uno sale caminando por los pegajosos pasillos del cine.
43 millones de razones para matar. “Nunca robes un banco que esté al otro lado de la calle de una cafetería con las mejores donas en tres condados”, le dice Trench (Denzel Washington) a su cómplice Stigman (Mark Wahlberg), antes de encender en llamas el lugar donde pidieron su desayuno. Esa línea, así como la discusión de pareja entre los dos criminales que la precede, marca el terreno (en deuda a las novelas pulp de Elmore Leonard y las buddy movies escritas por Shane Black) en el que se maneja Dos Armas Letales (2 Guns, 2013), del islandés Baltasar Kormákur. Para meterse en la historia, el film sigue su momento piromaniaco con una retroceso temporal que presenta el conflicto de sus dos protagonistas, quienes viajan a México para lidiar con el temido capo de la droga Papi Greco (Edward James Olmos). Tras un encuentro que cuenta con un toro semental, varias gallinas baleadas y una cabeza decapitada, los delincuentes deciden vaciar los ahorros de su jefe. Sin embargo, ninguno de los dos sabe la verdadera identidad del otro: Trench es un agente infiltrado de la DEA, mientras que Stigman trabaja como Oficial de Inteligencia Naval. La naturaleza de sus misiones secretas chocará cuando descubran que el lugar que hurtaron tiene la sorpresiva suma de 43 millones de dólares, cantidad que los pondrá en la mira del amenazador narcotraficante, un corrupto oficial de la CIA (Bill Paxton) y enemigos más cercanos a sus vidas. dos-armas-letales-2-locoxelcine Basada en la novela gráfica escrita por Steven Grant en 2007, la película se maniobra por el terreno de la acción y la incorrección política de los films de parejas policiales que abundaban por los años ochenta y noventa, donde los chistes y los insultos volaban a la misma altura que las balas. Mediante una visión limpia, clara y por la mayor parte libre de la grandiosidad actual del cine de tiros y explosiones, Kormákur pasa la prueba en su segunda producción comercial hollywoodense. Por supuesto, la mayoría de la apuesta se basa en la química de su dúo principal, y por fortuna esta producción tiene una unión que funciona perfectamente. Por un lado, está Washington, quien juega al alternar entre su falso estereotipo de gangsta (ese del diálogo roto, los dientes de oro y las conexiones eternas) y su clásica personalidad calculadora y segura. Mientras tanto, Wahlberg (quien ya trabajó con Kormákur en el olvidable thriller Contrabando) lo complementa con una versión más ilusa de su usual personaje confiado y canchero. Juntos, ellos forman una de esas verdaderas parejas del género, aquellas que no pueden vivir ni juntas ni separadas.dos-armas-letales-3-locoxelcine Claro que, igualmente, ambos están apoyados por un elenco secundario que tiene su parte en la diversión, incluyendo a un desaforado Paxton como un sádico villano texano fanático de interrogar mediante la ruleta rusa, y a Olmos como un líder criminal que se baña en la imagen negativa del vecino del sur de Estados Unidos, incluso en un punto orinando sus propias manos por costumbre familiar. De todas formas, todo esto no quiere decir que el film no tenga sus problemas. Como entra con tantas ganas en un subgénero ya conocido, la mayoría del film es bastante predecible y no salta, y, en su intento por sorprender, la cantidad de revelaciones, vueltas de tuerca y traiciones dramáticas del tercer acto pasa de normal a molestamente innecesaria. Pero cuando Washington y Wahlberg iluminan la pantalla, uno puede estar cómodo en la butaca, dejar pasar los balazos y las burlas, y simplemente disfrutar del show. Como divertimento, Dos Armas Letales aprueba tranquila. @JoniSantucho