Atracción fatal Monsieur Devereaux (Gérard Depardieu) tiene una irrefrenable tendencia a violar a cualquier mujer que se acerque a menos de un metro de distancia. En Nueva York, como parte de una visita diplomática, el aspirante a presidente de Francia pasa una noche de lujuria y a la mañana siguiente, insaciable, quiere un regalo de despedida de la mucama. El incidente dispara su detención a bordo del avión que lo llevaría de regreso a París y Devereaux, que resulta inmediatamente privado de su libertad, es por poco el bocado (o para ser precisos, dada la absurda circunferencia abdominal de Depardieu, la bomba de crema) de un puñado de presos del Bronx. Aparece entonces su mujer, Simone (Jacqueline Bisset, bella aun a los 70), que logra sacarlo de prisión pero nunca de sus mañas. Inspirado en el arresto de Dominique Strauss-Kahn, un escándalo de proporciones ocurrido en 2011 y hoy casi olvidado, Abel Ferrara (Un maldito policía) delinea los procederes de una auténtica bestia, con maestría en la dirección y una iluminación impecable, de chillones tonos cálidos que devuelven el lado oscuro de la Gran Manzana. A no dudarlo, Welcome to New York es el film de horror del año.
Terror a control remoto Patrick no está muerto, aunque parece. Es el comatoso de lujo en una oscura clínica de la Australia profunda y su director, el doctor Roget, lo usa para realizar experimentos en telequinesis. El problema para Roget (Charles Dance), y para sus asistentes, es que Patrick (Jason Gallagher) es un psicópata y usa sus poderes para algún que otro asesinato. Con su última enfermera muerta, Roget contrata a Kathy (Sharni Vinson), cuya belleza no escapa a nadie, menos a Patrick. El aspecto más interesante de esta película de terror australiana es la relación de enfermera y paciente: mientras Kathy intenta ayudar a Patrick a salir de su estado vegetativo, Patrick desea a Kathy de todas las maneras posibles. En el medio, el muchacho querrá eliminar a cualquiera que interfiera en su amorío, desde el novio de Kathy hasta el mismo doctor Roget. Con su mente en control remoto maneja autos a distancia, levanta el voltaje de aparatos y habla por boca de otros (en el clímax, todos los pacientes comatosos despiertan gritando: “Patrick quiere su pajita”). La película es una remake de un film australiano de culto de 1978 y, pese a un buen empleo de los efectos especiales, no escapa a todos los clichés del film de género.
Yira, yira Tras concitar la atención de la crítica con Te creís la más linda (pero eris la más puta), el director chileno Ché Sandoval vuelve con un segundo largo que aborda los valores en jaque, como en su ópera prima. El protagonista es Naza (Sebastián Brahm, también productor del film), un hombre de treinta y pico con un abultado apéndice nasal (de ahí el apodo) y promisoria calvicie, momentáneamente separado de su mujer, Elisa (Catalina Zahri). Elisa está becada en Barcelona (la separación es una elipsis) y chatea con Naza para que le permita viajar al hijo de ambos. En tanto, Naza se queda a vivir en la oficina de su pyme y deambula por las calles de Santiago, rumia sobre lo que escriben en el Facebook de Elisa, busca sexo casual, sexo pago, una discusión, una línea de cocaína. Uno de los ejes es la relación con Camilo, el hijo, que, inconscientemente, Naza cree que Elisa le quiere arrebatar, pero que al mismo tiempo, a sus 13 años, ya tiene vivencias adultas, algunas que su padre ni imagina. Aparte de plantear el resquebrajamiento de la tradición, Soy mucho mejor que vos (la frase que se repite Naza, en su rol dominante herido) despliega una sentida mirada sobre la noche en la capital chilena y sus suburbios, tanto que es casi posible verla a través del deambular del protagonista.
Por un puñado de dulces Una vaquita de San Antonio es la peculiar protagonista de este film de animación sin diálogo, una coproducción belga y francesa dirigida por el guionista Thomas Szabo y la artista visual Hélène Giraud, hija del recordado Moebius. El desafío más importante de la película es poner en marcha una historia en donde lo fundamental resulta de la interacción entre los gráficos y la banda sonora (ambos de excepción), y Minúsculos, si bien no consigue entretener a la altura de Pixar, sí en cambio gratifica por sus recursos e imaginación. La película empieza cuando el personaje (sin nombre, como todos los demás) recibe el embate de unas moscas bullys y queda con sus alas averiadas. Sin poder volar, cae dentro de una caja de dulces, remanente de un picnic, y es adoptado por un grupo de hormigas que traslada el botín a un terraplén, donde vive la colonia. En el camino, las misioneras son sorprendidas por un equipo de hormigas coloradas que, recelosas por el botín, organizan una invasión al terraplén de sus enemigas. Aunque no funciona de manera consistente (sobre todo al inicio, cuando la sintonía del espectador debe habituarse a la microscópica trama), Minúsculos es notable por el trabajo estético de la compañía Futurikon (famosa por la primera incursión de Minúsculos en formato televisivo). La fotografía paisajista es imponente y se mezcla de modo casi imperceptible con las animaciones, mientras la música de Hervé Lavandier remarca el tono hollywoodense de graciosos enfrentamientos que remiten al cine de Chaplin y Buster Keaton. Entre varios momentos logrados se destacan los sueños de la vaquita, recordándose entre pares, volando para despertar impedida y rodeada de hormigas; o el ataque de las hormigas coloradas a la fortaleza, que evoca un asedio medieval con un intercambio de letales hisopos y escarbadientes. Este estreno comercial es una oportunidad para quienes se perdieron la primera proyección del film en nuestro país, en el último Bafici.
Nos habíamos amado tanto Tras el estreno de Caché, quizá su primer gran éxito comercial, el austríaco Michael Haneke declaró haber elegido a Daniel Auteuil, el protagonista, por su rostro; “el rostro de alguien que oculta algo”. Auteuil y la actriz anglo francesa Kristin Scott Thomas, con quien Philippe Claudel, ante todo novelista, debutó como director en Hace mucho que te quiero, forman una pareja que sortea sus últimos obstáculos hacia la tercera edad. Y aquí la cara de póquer de Auteuil vuelve a ser preponderante. Paul (Auteuil) es un neurocirujano que, inesperadamente, empieza a recibir flores de una desconocida, hasta atar cabos y concluir en que la sospechosa es Lou (Leila Bekhti), una joven inmigrante a quien en sus inicios operó de peritonitis. Inicialmente sorprendido, luego ofuscado, Paul finalmente acepta los embates pero intenta encaminar la relación hacia algo incierto, no precisamente sexual. Sin embargo, los encuentros secretos, las visitas a hurtadillas, terminan provocando celos en su esposa Lucie (Scott Thomas), de quien, para retribuir sospechas, Paul cree que mantiene relaciones con un amigo común, Gérard (Richard Berry). Antes del frío invierno logra atrapar, con un ida y vuelta entre el thriller y la comedia dramática en la línea de Claude Sautet y algunos films de Claude Chabrol.
Honor de caballería Canoso, avejentado, casi irreconocible, pero ahí está él, José Sacristán, figura ubicua en el cine español posfranquista. Y para enrarecer aún más su reaparición en la cartelera local, el protagonista de Solos en la madrugada no hace cualquier drama, no. Sacristán protagoniza una road movie por el noroeste argentino a bordo de un vetusto pero fiel Ford Galaxy, que tiene nombre de caballo, para realizar una última tarea que no cumplirá. En el camino, en una estación de servicio en Rosario, Santos (Sacristán) conocerá a Erika (Roxana Blanco), una compañera que lo asistirá y lo proveerá de drogas para paliar los dolores de un cáncer de páncreas terminal. El director español Javier Rebollo (Lo que sé de Lola, La mujer sin piano) inventa un cruce entre Easy Rider y las andanzas del manchego más famoso, y pese a que Santos tiene poco de Quijote, su moral vetusta, anacrónica, y algunas de sus alucinaciones, sobre todo tras probar paco a falta de heroína, provocan alguna que otra escena simpática, que compensan la falta de rigor narrativo.
Cuesta abajo Scarlett, una investigadora inglesa (Perdita Weeks), está convencida de que la legendaria piedra filosofal se esconde en las catacumbas de París. Así que la investigadora arma un equipo junto a su ex novio George, su amigo Benji, un guía francés llamado Papillon y dos asistentes. No bien llega el equipo al lugar, con linternas y GoPro (sí, es otro film found footage), estalla una bomba de humo y todos caen, incluso George, que prefería quedarse. Así arranca la expedición, en el primer subsuelo de las catacumbas, pero después la troupe se cruza con los cánticos de una secta, con la secta (obviamente fantasmagórica), con un teléfono viejo, tipo Siemens, que no para de sonar y cuando Scarlett atiende le habla una voz que dice conocerla. Y pese a todo, la troupe avanza (o, en este caso, desciende). Un vicio recurrente de los recientes films de terror, particularmente los que usan la técnica narrativa found footage, que crece en forma geométrica, es la idea de que los personajes siguen adelante incólumes, sin ninguna explicación racional, lo que muestra a las claras la influencia del videogame. El resultado es que films como este no causan terror, sino la sensación de estar expuestos a un (mal) experimento.
Amistades y algo más Ambientada en dramáticos escenarios de la costa australiana, basada en la novela The Grandmothers, de Doris Lessing, con dos blondas maduras, pura estirpe de sex-symbol, enganchadas en una relación swinger con sus hijos (dos surfistas, según una de ellas, “bellos como pequeños dioses”), Madres perfectas promete una serie de fantasías que, si bien evitan el melodrama, resultan inverosímiles en la pantalla. Amigas desde chicas, Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) crecen juntas como hermanas; tras la muerte del esposo de Lil, tras el desencanto del matrimonio de Roz, las amigas y sus hijos, Ian y Tom, entran en una relación que, al principio, sienten endogámica, pero luego viven de modo intenso, oculta al exterior como una hermandad. Pero, ¿qué pasa cuando uno rompe el pacto? La traición y sus consecuencias marcan el instante más atractivo del film. El potencial ardiente, casi exótico de Madres perfectas (australianos son los escenarios y sus protagonistas), se diluye en gran parte por decisiones de la luxemburguesa Anne Fontaine, que dirige con prolijidad europea, no exenta de asepsia y cierta moralina.
Sin aliento En 1991, un oficial de la policía de Nueva York está disfrutando un día de franco cuando no le queda otra que liquidar a tres chicanos, además de una pequeña, víctima de una bala perdida. Retirado, recuperado de su adicción al alcohol, ocho años después el ex oficial Scudder (Liam Neeson) recibe un encargo al que acepta no por la recompensa, sino por una cuestión moral. La víctima es la novia de un narcotraficante que fue secuestrada y, tras el pago de su rescate, fue devuelta trozada en paquetes, meticulosamente acomodados en el baúl de un auto. En una biblioteca, revisando periódicos de la época en microfilms (es 1999, tiempo pre-Google), Scudder descubre una serie de casos similares que apuntan a dos personas vinculadas a la DEA, o con acceso a su información, que recorren Manhattan a bordo de una camioneta. En la biblioteca, Scudder se hace amigo de un ingenioso chico llamado TJ. Será su único afecto en la película. Más conocido como escritor de Hollywood (La intérprete, Malice y Minority Report son algunas de sus creaciones), en su segundo largometraje Scott Frank da prueba de su background y realiza un thriller sólido, enérgico, sin fisuras, sustentado en el confiable Neeson. Todo funciona: el clima ominoso pre 11 de septiembre, que encapsula la aberración de los crímenes (nada se muestra, pero lo que se sugiere es terrible); el aislamiento de Scudder, a quien la cámara sigue de un modo original, cual compañera al hombro. Como La sospecha de Denis Villeneuve, Caminando entre tumbas reclama de vuelta para el thriller la sed de venganza; como Zoodíaco de David Fincher (con la que además comparte un tema de Donovan en una escena fundamental), recurre al clima de época para enrarecer la trama. Las tres son un modelo del cine noir contemporáneo.
Por un puñado de pesetas Torrente sale de la cárcel en 2018 y encuentra una realidad transformada. Como parodia de la actual situación económica, todo empeoró. Apenas pone un pie fuera de la penitenciaría, hay decenas de “parados” que quieren entrar a cambio de comida; España fue expulsada de la Comunidad Europea, el euro cayó y se ha vuelto a la peseta, mientras Cataluña aprovechó la debacle y es un Estado independiente. Esta última es una de las mejores ocurrencias de la película: Torrente habrá de formar una banda para robar el casino Eurovegas y el día D debe coincidir con el de la próxima final del mundo. ¿Quiénes juegan? Argentina y Cataluña. Con la inclusión (en teoría, forzada, pero bizarramente efectiva) de Alec Baldwin como cerebro de la banda, Misión Eurovegas, quinta secuela de la saga, tiene un sinfín de gags hilarantes, pero se quiebra tras el robo y huida del casino, una exagerada broma a films de acción como Rápido y furioso. Pese a eso, un genio con síndrome de Asperger, la aparición de un travesti que seduce al dueño del casino, la reaparición de Amparito y un par de orgasmos por estrangulamiento son diversión garantizada para los fans del antihéroe español.