La figura de la princesa Diana por Pablo Larraín Desde una estética particular, grandilocuente y a la vez sobria se construye un relato intimo que, sin ser una representación histórica, logra ser una propuesta atractiva, de marcada emoción. Spencer (2021) mezcla un gran espacio arquitectónico con la frialdad de las relaciones entre los personajes para darle la tensión necesaria a un relato que también presenta aspectos de tinte psicológicos y oníricos y así tratar de mostrar a un personaje sumergido en un entorno inestable. La familia real va a pasar la navidad en la propiedad de la reina Isabel II (Stella Gonet) en Sandringham. El matrimonio de la princesa Diana (Kristen Stewart) y el príncipe Carlos (Jack Farthing) está en un momento de crisis, entre la separación y próximo al divorcio. Sin embargo, para la festividad han decidido reunirse todos en aquel lugar, una especie de tregua donde se verá a Diana frente a toda la realeza y su mirada hacia ella. Entre grandes habitaciones, comidas y vestidos para cada situación y sirvientes que van y vienen, Diana entrará en un momento reflexivo sobre su vida y su matrimonio. Lo cual la llevará a tener un comportamiento de cara a lo que planea para su futuro. Es interesante la construcción teatral, de darle al espacio su protagonismo necesario. Se vuelve importante para la historia. Además, está para mostrar la idea de realeza y lo que significa. Y todo empieza desde lo material, desde los objetos que llegan a la cocina, las paredes, puertas y enormes pasillos. Así mismo las comidas y vestimentas, el movimiento rígido de los cocineros y de los sirvientes. Darle a todo, una mayor expresividad. En ese punto aparece también lo psicológico, con una cámara todo el tiempo con Diana. A veces es estática y presenta grandes planos en los interiores y en los espacios abiertos, largos travellings que se mezclan entre las paredes. Pero también la cámara se aproxima, trae la inestabilidad, incluso de una cámara en mano, y que está muy cerca de sus protagonistas. En este aspecto muestra que es un relato desde la mirada, de lo que Diana imagina y piensa sobre los demás, que a la vez la observan y saben lo que siente o sufre al encontrarse rodeada y vigilada. Sin embargo, siempre es como percibe ella a los integrantes de la corona. La idea de fábula que se plantea al inicio se percibe en las figuras de los personajes secundarios, cada uno con un estilo y comportamiento frio, distante y a la vez extraño. Un relato de cuento de hadas con cierta oscuridad y personajes que marcan el peligro como el Mayor Gregory (Timothy Spall) y otros que son de protección como el caso de algunos sirvientes como Maggie (Sally Hawkins), el chef Darren (Sean Harris) y los hijos de Diana, Willian (Jack Nielen) y Harry (Freddie Spry). Asimismo, es atractivo la idea de lo onírico que llega con el fantasma de Anne Boleyn (Amy Manson), una antigua reina que parece ser la representación de lo que sucede con Diana y su matrimonio. Finalmente, es una película que apela al encadenamiento de imágenes acompañados de un estilo musical particular para mostrar los giros y cambios de su protagonista. Y así, adentrarse en lo que piensa. Una forma de mostrar sus reflexiones de índole existencial. La música que va desde el jazz, clásica y contemporánea, le da el ritmo para construir elementos simbólicos. Todo enfocado en ella y en la decisión que va a tomar. Y todo empieza por el espacio, la casa familiar centrada en su apellido Spencer, frente aquella casa de la realeza, y luego siguen los pensamientos de Diana sobre la infancia y la adultez, el antes y el después de su vida, la idea de pasado y futuro, de rebeldía y, sobre todo, de libertad. Sin lograr cierta perfección, y desde una altiva interpretación de Kristen Stewart, Pablo Larraín (Jackie) vuelve sobre un personaje femenino, en una historia que opta por ser una versión imaginaria, oscura y a la vez luminosa, y también onírica sobre una adaptación de lo que pudiera haber sucedido en aquel tiempo.
Un drama sobre la familia y el tiempo de María Clara Escobar Dirigida y escrita por María Clara Escobar esta coproducción brasilera construye una estética y atmósfera particular, marcada por una idea poética en cada una de sus imágenes. Entre lo experimental y lo documental el film se convierte en una obra de ficción que indaga sobre la posibilidad de observar a sus personajes y un trabajo sobre el paso del tiempo tanto visual como en la manera de organizar el relato. En una familia de Brasil, Laura (Carla Kinzo), una madre joven ha desaparecido luego de irse de viaje dejando a su familia, sobre todo a su esposo Israel (Otto Jr.), muy abatidos. Lentamente se va mostrando que ella ha fallecido en Argentina y su esposo tiene que ir a repatriar el cuerpo. Se encontrará con problemas burocráticos y a la vez tiene que lidiar con la noticia entre los demás familiares. De la misma manera sostener la relación con su hijo Lucas (David Lobo) que ha quedado a su cargo. Finalmente, la película muestra el camino que transitó Laura (Carla Kinzo) hasta el final de sus días en presencia de Julio (Rómulo Braga). Desterro (2020) es atrapante por su estilo contemplativo y sus movimientos de cámara, que varían entre la rigidez de planos fijos y planos secuencias de larga duración, creando una atmósfera donde la historia se cuenta desde lo visual. La película tiene un interesante trabajo poético sobre el tiempo y el paso del mismo. El espacio escenográfico y urbano también se convierte en un personaje importante para la composición de los planos. Así mismo la organización de las imágenes tiene algunos momentos que podrían ser semejantes a películas de Michelangelo Antonioni o de Jean-Luc Godard, sobre todo en la idea del montaje entre planos fijos para una conversación, obviando el plano y contraplano y, además, intercalar primeros planos, muy cercanos, para mostrar al personaje que observa o realiza una acción. También el uso constante de planos detalle sobre el cuerpo, como la mano y los ojos, y así con ello se logra que surjan distintos matices. Lo mismo sucede con el tema de los personajes y su manera natural y no natural para relacionarse. Produce extrañeza y a la vez profundiza el drama cuando todos se quedan inmóviles o miran directamente a cámara. De otro lado, están las escenas de conversación, la de la pareja protagonista en tono íntimo y reflexivo, y la de otros personajes que suceden con suma naturalidad como si fueran extractos documentales. Finalmente, resulta emotivo la estructura que presenta esta historia. La idea de mostrar un antes de que la madre se vaya y a la vez, ver lo que sucede con el padre cuando ella ya no está. Por un lado se cuenta el proceso burocrático del padre para repatriar el cuerpo de su esposa desde otro país, y la relación con su hijo, y por el otro se narra la historia del viaje y los días finales de la madre. Generando así que el tiempo mismo sea una metáfora sobre la vida y a la vez, una abstracción.
El amor y el paso del tiempo según Claude Lelouch El legendario director francés regresa con los protagonistas de “Un hombre y una mujer”, Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant, para hablar del reencuentro de una pareja 50 años después. Esta secuela de Un hombre y una mujer (Un homme et une femme, 1966), que a su vez tuvo una continuación llamada Un hombre y una mujer: 20 años después (Un homme et une femme, 20 ans déjà, 1986), hace un registro sutil sobre el presente y termina por construir una película intima sobre la memoria. Jean-Louis Duroc (Jean-Louis Trintignant) vive en una residencia de ancianos. Tiene problemas de memoria y la única a quien recuerda es a Anne Gauthier (Anouk Aimée), con quien tuvo un romance en su juventud. Ella tiene una tienda y vive con su hija y su nieta. Sin embargo, el hijo de él la contacta para que lo ayude a recuperar a su padre. Anne irá a visitarlo, pero él no la reconoce en un principio, aun así conversan hasta que finalmente ella le dice quién es y así emprenden un camino juntos para rememorar todo lo que sucedió entre ellos. En el pasado él fue un piloto de carreras y ella trabajaba en el cine como script. Los años más bellos de una vida (Les plus belles années d'une vie, 2019) es una historia construida desde el diálogo. Es la palabra la que permite acceder a lo que sienten los personajes y nos transporta a las imágenes de Un hombre y una mujer donde se los ve jóvenes. Imágenes alternadas con las conversaciones en la residencia, que reconstruyen el presente y lo vivido antes de separarse. La relación constante entre films (la mezcla entre colores y texturas visuales) resulta emotiva y particular, mientras que la combinación entre líneas temporales, se convierte en una metáfora sobre la vejez y el paso del tiempo en el amor, confrontados frente a la juventud. Sin duda lo más relevante es volver a ver a los actores interpretar a sus anteriores personajes. Jean-Luc Trintignant se muestra en vigencia dando la emoción necesaria para su personaje en distintas escenas de humor, al igual que Anouk Aimée. Un drama romántico que reflexiona sobre las decisiones y el camino en la vida, tanto de los actores como de los personajes que componen a lo largo del tiempo.
La demorada película con Maisie Williams y Anya Taylor-Joy El film de acción y terror retoma la saga de los X-Men desde una perspectiva juvenil y mucho más concreta en su argumento. Los nuevos mutantes (The New Mutants, 2020), dirigida por Josh Boone, trata de darle una nueva forma a las películas de superhéroes, en este caso de mutantes, centrada en el terror y en el suspenso, todo acompañado por un despliegue de efectos visuales que deja el aspecto dramático a sus protagonistas. Dani Moonstar (Blu Hunt) logra sobrevivir a un incidente extraño y terrorífico donde perdió a su padre (Adam Beach). Sin saber lo qué sucedió, despierta en un hospital a cargo de la Doctora Cecilia Reyes (Alice Braga). Ahí conoce a otros adolescentes Illyana (Anya Taylor-Joy), Rahne (Maisie Williams), Sam (Charlie Heaton) y Roberto (Henry Zaga) que son mutantes también y que están recluidos sin poder escapar. Así se irá relacionando con los demás, siendo la nueva del grupo en el que surgirá la amistad, el amor y sobre todo el miedo, dado que algo extraño se encierra en ese hospital. Ellos piensan que están siendo entrenados para ser X-Men, pero no es así y eso obliga a todos a comenzar a usar sus poderes pues algo peligroso (relacionado con la presencia de Dani y de la Corporación Essex) los acecha. Desde la secuencia inicial la película nos insertamos en el mundo de los X-Men mientras se crea la expectativa sobre las relaciones que se pueden encontrar con las otras películas de la saga. Sin embargo, la película se plantea de manera distinta, apunta más al ambiente juvenil y a la relación entre ellos, y al poder oculto de cada uno y cómo se irá develando. Se trata entonces de una película de formación inicial o sobre los orígenes de estos mutantes, enfocada directamente en el mundo interno de sus protagonistas. Los miedos de los orígines de sus poderes, surgidos a partir de algún hecho del pasado, que los hace vulnerables y que deben controlar. Un aspecto más psicológico, que le da ese toque de oscuridad al relato y que cobra mayor relevancia con hallazgos interesantes. En ese aspecto, algunos de ellos tienen mundos atractivos como es el caso de Illyana y el limbo, Rahne que se convierte en lobo, del mismo modo los poderes de Dani, Sam y Roberto que lentamente se van develando. Aunque no se terminan de explicar del todo, se puede tener una idea visual de la historia de cada uno. También se pueden encontrar referencias estéticas a otras películas de terror, lo cual le dan un estilo particular. Sobre todo, en lo referido a la idea de los demonios en los sueños y al terror surgido de ese ámbito, lo imaginario que se vuelve real. No obstante, el elemento juvenil inicial hace que el relato entre en cierta languidez y no pueda profundizar sobre la intriga y el suspenso, un aspecto que recién lo logra hacia la mitad y aún más hacia el desenlace. Finalmente, la idea de que sea Dani Moonstar el mutante más poderoso "el verdadero peligro", ya que ella domina los miedos de los demás, le da un giro atractivo y es lo que alimenta el suspenso. Al igual que la idea de que no son entrenados para ser parte de los X-Men sino con por alguna relación con la Corporación Essex. Y si bien, la historia se vuelve más atrapante hacia el final con la presencia del demonio Oso, demuestra que sin ser una gran propuesta, cumple al concentrarse en sus protagonistas y en el vínculo que surge entre ellos. Controlar el miedo será clave para salir de aquel lugar.
Luces del pasado Con nombre de flor (2019), dirigido por Carina Sama, es un documental biográfico centrado en la figura de Malva, una travesti de 95 años. Reflexivo y de un estilo sobrio y dinámico, es un relato personal y sincero sobre la identidad y, al mismo tiempo, es un documento histórico sobre el mundo trans. A partir de un compendio de entrevistas, se sumerge en diversos temas relacionados con el mundo cotidiano y épocas pasadas, logrando así que, desde la figura de un retrato, se pueda tener una mirada sobre aquello que marca la historia de una vida. Malva nació en Santiago de Chile. Vive en un Hogar de ancianos en la provincia de Buenos Aires y, además, tiene una casa en Villa Urquiza que visita los fines de semana. Desde ambos lugares, va a construir su relato. El tema de la identidad será central, desde la manera como recibe su nombre “Malva” en la cárcel de Devoto donde tuvo que luchar para sobrevivir por ser gay, así como todo lo que trajo consigo el hecho de estar relacionado al mundo trans. Su personalidad le da forma a la película. Su caminar, sus respuestas, sus expresiones, sus frases y los cambios de tema y, así mismo, la manera de contar sus historias marca el ritmo desde el inicio. Una mirada en retrospectiva sobre lo que ha sido su vida hasta ese momento, sus anhelos, sufrimientos y alegrías, además de las distintas facetas que tuvo que realizar ya que también es la historia de su travesía hasta llegar a Buenos Aires. Es interesante que esta película es el resultado de los bocetos de una película que estaba por venir. Y esto porque antes de empezar la película que se iba a llevar a cabo, Malva fallece. Carina Sama debe construir la historia a partir de las entrevistas que le hizo pensando en un documental que harían después. Entonces es la historia de alguien que ya no está y que dejó su historia para que sea construida. Desde ese punto, el documental también es el relato personal de su directora que estaba trabajando la manera en cómo aproximarse a Malva. La idea de ir construyendo y descifrando la información que va recibiendo de su protagonista Y si bien logra en ese camino hacer una historia sobre la identidad, la película se plantea también como un retrato sobre la vejez, un documento sobre el cuerpo que llega a esa etapa de la vida con todas sus expresiones y sus rutinas personales. Y en este punto se suma a la idea de transformación y de travestismo presentes en la vida multifacética de Malva, que se había recibido en corte y confección, era escritora y cocinera. Actividades que llevaría a cabo entre otras, desde que empezó a trabajar. Las fotografías de Malva y el material de archivo histórico que aparecen para darle mayor dinamismo a las historias consiguen darle al documental un matiz sugerente y una impronta propia. El relato íntimo se convierte en la voz de otros personajes que ya no están. El recuerdo de ellos y de una época pasada en el mundo trans. Así se llega a ver lo que ocurre en la sociedad actual frente a lo vivido por Malva. Finalmente, la película enfrenta la dificultad de contar una vida. Siempre algo se escapa y Malva elige qué historias contar y otras dejar de lado. En ese camino, Carina Sama tiene la ayuda de la referente Trans Marlene Wayar para descifrar la información que posee, y esto porque Malva ya no está y sólo queda de ella el material grabado y el archivo fotográfico. Sin embargo, se consigue hablar de un periodo histórico a partir de la mirada de un solo personaje.
Manos de tinta Los últimos (2019), dirigido por Pablo Pivetta y Nicolas Rodríguez Fuchs, es un documental de estilo retrato centrado en la figura de los estampadores de carteles y afiches quienes están entrando al ocaso de su profesión. Bajo el propósito de que no caiga en el olvido, está película se convierte en el camino para salvaguardar el pasado. Un enfoque atractivo, concreto y simple, sobre los objetos y las máquinas que van quedando atrás y como el fin de una era, resulta también la herencia de algo que aún puede sobrevivir. Bajo un trabajo estético pausado y de cámara fija, es la historia de distintos talleres de imprenta en tinta en la ciudad de Buenos Aires. Éstos siguen su rutina, pero tiene la desavenencia de que el trabajo decae y ya no siguen con el mismo ritmo de años anteriores. Lo cual los deja en camino a cerrar y vender todo. Ante este panorama una pareja de jóvenes (él, francés; y ella, al parecer, argentina) desean adquirir y seguir con el trabajo de libros impresos en tipografía. Recorren los talleres buscando las máquinas y piezas que han entrado en desuso y al negociar los precios se van dando cuenta de cómo el valor de estos objetos que en años pasados era elevado, hoy es indescifrable y casi una venta menor. Resulta interesante contar desde el punto de vista de los personajes que trabajan en cada imprenta. Las edades, las miradas sobre el negocio, el pasado y el futuro son toda una mezcla que enriquece el relato. Un mundo que deja lo manual por lo tecnológico. Sin embargo, es más atractivo cuando se ingresa en lo lúdico y prácticamente onírico. Todo centrado en las máquinas y en las piezas de imprenta, tanto como si los trabajadores y sus máquinas se fusionaran en un ritmo sincopado que nutre a la imagen de una cadencia particular, lo que trae consigo una buena forma de despegarse de lo convencional. Los objetos, las letras, las piezas y los colores ocupan todo y se vuelve un relato manierista y de tinte mecánico. Lo cual deja en claro que siempre desde una mirada neurótica se puede contar todo un mundo singular. Si bien podría haber tenido un estilo más dinámico en cuanto a las entrevistas y los espacios de trabajo, todo es directo y concreto. Deja que se cuente solo y al espectador como el testigo de un trabajo basado en el esfuerzo y la sobre dedicación. Ve al viejo hombre dominando a una máquina antigua que a la vez necesita de aquel hombre para funcionar bien. Al final, ante la percepción de cierta languidez, reflota por su desenlace que sigue la alegoría del maestro que enseña al aprendiz a dominar la vieja máquina que podría desaparecer. Una idea romántica de rescatar lo que está por perderse pero que puede interesar al público joven.
Mr. Postman Cartero (2019), dirigido por Emiliano Serra, es un drama ambientado en los años 90 que mezcla cierto margen de documental urbano y otro mucho más oscuro y melancólico propio de la ficción misma, con todos sus gestos y referencias cinematográficas. De igual forma posee tintes literarios con una historia de aires kafkianos y un final de Dickens. Dentro de todo se encuentra su propia voz a través de un personaje solitario que se encumbra hacia la nueva era del siglo XX. Hernán Sosa (Tomás Raimondi) es un muchacho oriundo de Los Tordillos, provincia de Buenos Aires. Está en Capital Federal-Buenos Aires y consigue el trabajo de cartero. En realidad, es la historia del muchacho que consigue su primer empleo mientras estudia y así va ganándose la vida. Pero ahí conoce a Sánchez (Germán de Silva) que le introduce en el mundo desconocido y rutinario de los carteros. Hernán se adentra con alegría y, en su forma silenciosa, descubrirá que también hay códigos, elementos burocráticos y comportamientos que encierran un juego propio de todo sistema laboral. No obstante, Hernán tiene sus propios secretos que lo empujan hacia adelante hasta descubrir su propio crecimiento. Es interesante encontrarse con un film adaptado en una era ya lejana para el espectador. Sin celular, sin lo efímero de las noticias, nada del trajín de la comunicación y con una convulsión diferente a la actual. Hay un aire fantasmal que nos recuerda a las películas de Krzysztof Kieslowski, con una textura de aquellos emblemáticos films de los años 90, con la cámara en mano y que siguen a su personaje por una realidad ajena. Y es que Cartero también se puede ver como un documental sobre el mundo “desaparecido” de los carteros. Con su propia oscuridad inentendible, la de un trabajo que tenía el valor que hoy ya casi ha perdido con el surgimiento del Internet. Entonces la película consigue hacer una mirada de un oficio perdido y que tenía en sus manos las vías de la comunicación Y ahí vuelve a conectarse con Kieslowski (quien también fue un gran documentalista): la comunicación es un ente que hace a los personajes movilizarse a tomar decisiones. Hernán lleva a cabo sus decisiones por una mujer y el no poder hablarle verbalmente lo empuja al mundo escrito. Así mismo es una película sobre la ciudad. Buenos Aires queda de fondo y fuera de foco en un esbozo de sombras y grandes edificios, puertas, bares con personajes extraños sin rostro. Todo difuminado, siempre desde la mirada de Hernán como testigo privilegiado. Una técnica que nunca falla para atrapar al espectador. Y ahí empiezan las referencias a películas como Biutiful (2010) o cualquiera de Jim Jarmusch, donde los protagonistas quedan pegados a una ciudad oscura y desconocida que parece consumirlos y a la vez hacerlos crecer. Desde luego que sus virtudes también podrían jugarle en contra porque la imagen del joven Travis Bickle que entra en un rubro desconocido, dejan escenas que al priorizar su papel de testigo no hacen que se trasforme en sí (recién hacia el final). Es cierto que es lejana la idea de caer en el personaje de Taxi Driver (1976) así como no hacer un cliché del sufrimiento laboral, pero es un punto que deja que pensar. No obstante, lo mejor es que es concreta y emotiva: Al final Hernán es como un personaje de las novelas de Kafka, donde no importa su pasado, salvo detalles puntuales. Un presente donde pasan cosas que no entiende y así descubre que el sistema camina solo y obtiene golpes y heridas que parecen venir de la nada e igualmente llegan. Claro que también hay ternura y detalles de comedia negra y filmnoir, hasta la escena final de un tono a lo Dickens con su novela “Grandes esperanzas”, donde una historia de amor empuja la narración.
El baile del dinero Estafadoras de Wall Street (2019) es una película de acción dirigida por Lorene Scafaria de enorme vértigo, que utiliza la coyuntura de lo que fue la crisis en New York para insertarnos en una historia de nightclub donde lo más importante son las imágenes y los colores de una estética particular y sugerente. Un relato de aventura nocturna donde lo más atractivo es el desenvolvimiento de sus protagonistas. Dorothy (Constance Wu) es una stripper que está haciendo su carrera en un club nocturno de New York, pero no logra ser la gran estrella que anhela. Con el nombre de Destiny, va conociendo todo el tramado económico que se lleva ahí. Pero ahí tiene a Ramona (Jennifer Lopez) quien será su referencia para tener mayor llegada. Se convierte en su mentora para lograr un mejor espectáculo. Ramona la entrena y así su forma de vida mejora. En este punto descubrimos que todo lo que estamos viendo es una investigación periodística hecha por Elizabeth (Julia Stiles) pues algo sucedió. Se develaría que ante las adversidades económicas personales de Dorothy y sus compañeras, sumada a la crisis ocurrida en aquellos años, Ramona lleva a Dorothy y un grupo de strippers a vengarse de los hombres de negocios del Wall Street. Entonces la historia es el recuento de una venganza basada en la estafa de dinero, todo contado por Dorothy y Ramona mostrando lo que pasó y qué las llevo a hacer eso. Si bien la película tiene mucho vértigo ya que se apoya en su temática para causar mayor impacto, da por momentos la impresión de estar dentro de seguidos videoclips que apuntan a la construcción visual de la vida nocturna del night club y la relación entre las strippes. Un juego donde lo más importante es la estética corporal centrado en lo más importante de la película y lo que se puede ver. La idea de los claroscuros y el baile y la sensualidad que marcan la noche como el sustento de todo un tramado que se hila por Dorothy y Ramona quien pasa a ser el centro de atención de todo el argumento. Después el desarrollo sobre el tema de la estafa es más fiel al estilo de las películas como La gran estafa (Ocean´s Eleven, 2001) donde hay una sobrecarga visual sobre cada situación nueva, haciendo hincapié estético y estilo videoclip de relatos policiales o de robo, usando la música y su mayor conector de todo como es la voz en off, marcando los momentos claves, pero no consigue ser demasiado enriquecedor en el uso de este recurso, conlleva a ser todo muy explicativo y si bien no decae del todo pues lo mantiene ágil para el cruce de líneas temporales, deja en claro que todo está centrado en sus protagonistas. Desde luego se hace vertiginoso y hay drama y una gran interacción entre los personajes y lo relacionado a la profesión a la cual se dedican y todo lo que ello conlleva. Sin duda la idea de que estamos viendo el desarrollo de un artículo del periódico es atractivo, pero queda en ese punto sin ahondar demasiado y queda un relato que se sostiene más por las imágenes que por su argumento.
Fútbol y colores Todo por el ascenso (2019), dirigida por Jorge Piwowarski, es una película que toma elementos de la cábala futbolera para insertar una historia que mezcla drama y comedia. Un relato de aventura urbana que, si bien posee un conflicto muy claro, no tiene más que un relato de simples resoluciones, risibles y básicos de la comedia, y al final sólo queda la impronta de sus protagonistas. Néstor (Ariel Pérez de María) es un gran creyente de las cábalas, sobre todo las relacionadas con el fútbol, incluso si éstas rozan lo ridículo y bizarro está dispuesto a llevarlas a cabo pues la suerte es lo más importante para él. Esta vez su equipo, el Atlético, se juega el ascenso a primera división y debe viajar a Mendoza para apoyarlo. Irá con su amigo Rafa (Tomás Fonzi) y tienen todo listo hasta que aparece Fabián (Fernando Govergun), el colorado que trae la mala suerte y que ha llegado desde Colombia específicamente para viajar al partido. Entonces los dos amigos se ofrecen a llevarlo, sin saber que se trata de un plan de Néstor para impedir que llegue al partido porque, la presencia de Fabián, pone en peligro el objetivo del ascenso. Si bien la película tiene un ritmo rápido y necesario, una especie de roadmovie, tal como lo pide la comedia, centrar todo en una cábala resulta un tanto forzado. Dado que no se detiene en otra cosa, ni exagera ni entra en algo lúdico. Desde luego deja en claro lo que quiere contar, y eso puede tomarse como algo positivo porque lo hace de manera directa, pero no busca otros ápices, no hay cierta irreverencia o doble sentido. Mas si toca algo sensible como es la creencia sobre los colorados y la mala suerte, una noción intangible tan igual que la pasión por el futbol. Entonces se nutre de lo que puede resultar divertido, la aventura de sus personajes y la impronta que nos deja. Lo risible se compone de elementos ya previsibles: la droga, el dirigente corrupto, los malentendidos de la ruta, la relación entre divorciados, las mismas cábalas, la mezcla de historias que en realidad sucedieron de otra forma y así hasta poblar todo de situaciones convencionales que terminan por tener la gran mirada del futbol como telón de fondo. Y aunque sean previsibles no se les da otro matiz, solo queda la forma en cómo se llevan a cabo y eso ya es el desempeño de sus actores. Una historia costumbrista, con formato de comedia de situación actual y de visión fácil. Intenta ser un relato sobre la amistad y que derrumba el mito sobre la suerte, pero no lo termina de esbozar del todo. Pareciera entredecir que la suerte si existe y que hay gente que hace todo por la cábala, incluso llegar a la violencia. La comedia suele potenciarse cuando critica sus propias ideas, más si toca cuestiones de la sociedad aunque de manera plana todo sin dejar margen a otras cuestiones. Le va mejor cuando el trio protagonista se zambulle en situaciones no relacionadas con la suerte e intentan llevar el ritmo para generar las situaciones que necesita.
Desierto La Sequía (2019), dirigida por Martín Jauregui, es una mirada particular que intenta ser la expresión de un espacio natural a través de un punto de vista. Entre experimental y una road-movie existencial, aunque el movimiento viene dado por lo que ocurre con el personaje principal, combina elementos dispares y busca el efecto de choque entre ellos, zigzagueando entre el juego y la ensoñación. Y si bien logra ser una interesante idea, marcada por la espectacularidad y grandeza de sus imágenes y fotografía, no llega a redondear del todo su propósito de plasmar un viaje personal que en realidad es una huida y una transformación. Fran (Emilia Attias) es una actriz famosa que está pasando por un momento difícil, ha dejado su pasado glorioso por algo que le ha ocurrido. Ha ido a recluirse a un desierto, en mitad de la nada, con su vestido elegante. Sufre, además, el calor intenso y la soledad. A partir de ahí se comienzan a sucederle cosas extrañas que son producto del espacio donde se encuentra y en el cual se irá sumergiendo. Algo le molesta hasta el punto de no hablar, algo le ha molestado y eso la hace caminar y abandonarse al desierto sin importarle el clima ni la gente que empieza a aparecer. De a pocos uno podrá descubrir en qué lugar se encuentra pues los rasgos y costumbres locales comienzan a ser parte de su recorrido. Desde luego que resulta atractivo, visualmente, filmar en Fiambalá, Catamarca, además de llevar a cabo un proyecto ecológico por el uso de la energía solar, eso le otorga un tinte distinto tanto como si la película tomara el color del desierto, un anaranjado que pinta todo el clima. Lo mismo centrar todo en un personaje que no pertenece a ese lugar y que puede identificarse desde el comienzo. Sin embargo, la parte narrativa es un poco dispersa. La película desde el comienzo no llega a entregarse a lo muy experimental o la ensoñación más potente, siempre va de uno para el otro lado pero sin profundizar completamente. Los personajes que aparecen no traen más que la comedia y una que otra disputa sin ir más allá en la caricatura o el misterio local. La idea neurótica de que la imagen nunca deje al personaje principal siempre es una interesante opción. No obstante, si se toma grandes referencias del cine, aquí hace falta que además de ello, el espacio asuma la mirada de ella. Enrarecer todo a su subjetividad y que cada elemento que encuentre ya esté enrarecido de antemano por esa mirada sufriente. Lo hace por algunos momentos, pero no redondea. Es de impacto tenue. Cuanto más se centra en un inentendible sufrimiento y empiezan a fluir elementos locales y costumbristas, propios del folklore cultural argentino, resulta más atractivo. Al final, lo que más queda, es el espacio y el sonido del desierto.