Madre Dolores El día que me muera. Mi gran velorio (2019) es una comedia desopilante e hilarante a más no poder, hasta el punto de no saber qué tan en serio tomar lo que vemos, sobre todo cuando agarra un drama denso como son los problemas familiares entre madres e hijos para generar un hibrido convertido en un eterno gag teatral, de comedia blanca y ligera que si bien alcanza situaciones risibles se queda en un juego sobre la exageración. Dina (Betiana Blum) es una madre que asiste a clases para superar su trauma a volar. Quiere visitar a sus hijos que viven en el extranjero pero ellos nunca quieren visitarla. Hace de todo por convencerlos para que vengan para una reunión familiar sin éxito. Entonces finge su muerte para que sus hijos vengan por fin a Buenos Aires. Junto a sus amigas arman este plan mientras descubre la historia oculta de cada uno de sus hijos y verá si puede reconstruir la familia. Si hay algo que llama mucho la atención en este film dirigido por Néstor Sánchez Sotelo es su postura estética. Un estilo televisivo que sigue una corriente muy de moda como es la comedia donde la ocurrencia surge de un diálogo o acción repentina y nada más. Es decir, el ir de un gag tras otro. En esta película, además, los personajes se desenvuelven sobre un mundo impostado donde parece que tiene que traslucirse el hecho de que se está actuando. Dicho así suena interesante, como si uno pudiera ver el artificio de una obra absurda, pero aquí le falta para convertir el recurso en un arma atractiva. Le gana el exceso y solo utiliza el cine como un elemento de cambio de escenario. No aprovecha demasiado la narración visual más que para insertar el humor, demasiado preocupado por el gag, incluso en los inserts que son imágenes oníricas. No se le puede negar a esta propuesta que presta atención a los personajes. Ante todo los actores tienen nivel para aportar lo necesario, pero la trama se queda en el cruce entre ellos. Es cierto que se está tocando temas importantes como son la separación y fragmentación de la familia, la ausencia de figura paterna y los hijos que emprenden sus propias vidas dejando a sus madres. El drama de la madre que es rechazada por los hijos dentro de una comunidad como la judía en Argentina se queda en un tono ligero, siempre por el hecho de solucionar todo por un comentario sufriente de la madre, y entonces pierde matices. Se queda en lo humorístico propio de cada escena de una comedia sobre la vejez y la muerte. Genera gracia, pero la gracia de un stand up o una revista cómica, donde el humor funciona a veces más y a veces menos. Por ello cuando desciende a niveles de seriedad le cuesta sostenerse y tiene que volver a la sobreactuación. Ahí retoma pero se queda en cierta monotonía.
Yo, recuerdo Esa película que llevo conmigo (2019) es un documental dirigido por Lucía S. Ruiz centrado en la forma del recuerdo personal, la subjetividad puesta como una posibilidad de reconstrucción, de crear a partir de piezas e historias dispersas la vida de un hombre, de un antepasado. Un trabajo íntegro sobre la memoria y el tiempo para intentar unificar el esbozo de un momento particular que resultó trascendental para la historia. Lucía en el año 2000 realizó un viaje a Europa con sus abuelos, Pepe y Heber. Llegaron a Paris y a Madrid. Todo lo registró en VHS y eso fue todo lo último que quedó. El fallecimiento de Pepe (Juan José Ruiz) hace que Lucía se postule la idea de comenzar a reconstruir el pasado de su abuelo. Volvió a viajar a Europa y con ello se abrió el pasado familiar que desconocía: el exilio, la Guerra Civil Española, el franquismo, la política, los viajes, los amigos, las ciudades. Aparece todo un pasado histórico. Bajo la forma de entrevistas, como quiso hacer su abuelo, vuelve sobre los lugares que le llevan los recuerdos y así hace su viaje personal para hilvanar la imagen de quien fue su abuelo, pero también la memoria de una España que parece seguir ahí. Interesante como se le otorga al documental la forma y la figura lúdica y a la vez alegórica de un árbol genealógico y un mapa geográfico. España desplegada desde vínculos familiares. Como si la memoria se desenvolviera desde la familia y no solo como un viaje en el tiempo sino también como un viaje espacial, de cambio constante de territorio y ciudad. No solo la posibilidad de que los relatos sirvan para unir distintos puntos de vista sino también espacios y, por supuesto, historias. Sin duda una técnica literaria que en este caso le da un aire novedoso y atractivo. Sobre todo, porque va construyendo a partir de la figura de un personaje y una ciudad, Manzanares, y un país, España. Y otra forma literaria que también utiliza y que le permite viajar es la forma del diario. Un documental que aprovecha la estructura del uso de la voz subjetiva de dos formas: para reflexiones propias y también para mensajes dirigidos al abuelo Pepe como si se charlara con él o se le escribieran cartas imaginarias Una combinación que eleva, junto con la música, todo para un lado más onírico y sublime. Como todo trabajo sobre la memoria, lidia con la problemática de la dispersión, se generan los vaivenes de muchas historias que se abren hacia más personajes. Se refuerza y se vuelve más emotivo cuanto resulta personal, cuando más aparece el circulo entre padres e hijos y sobre todo, cuando se centra sobre un personaje ausente, pues siempre hablar de alguien que no está genera mayor intriga, y además porque a veces la muerte se convierte en un interesante disparo creativo y despierta la necesidad de comenzar a recordar.
Máxima tensión Hotel Mumbai: El Atentado (Hotel Mumbai, 2019) es un drama violento que se asoma como una figura controversial sobre los tiempos actuales. Después de los atentados a EEUU en 2002, y Paris en 2015, se asumió la idea de que el terror en el mundo es un hecho que puede suceder en cualquier momento y lugar. Una película que no deja de ser impactante y emotiva por ser directa y no dilucidar sobre lo que aborda sino jugarse a la fuerza de choque entre todos los que se encuentran en un mismo espacio y lugar. Esta película dirigida por Anthony Maras está basada en atentado perpetrado en la India en el Hotel Taj Mahal en el 2008. El lujoso lugar de la ciudad de Mumbai sucumbe a la fuerza de un grupo yihadista, llegado desde Paquistán, que atenta contra toda persona que se les cruce. Empiezan en una estación de tren hasta llegar al lugar que será el centro de todo. Aquí empieza la película desde el mismo momento que todos los protagonistas van a confluir y entrecruzarse. Una película coral donde todos (de distintos estatus sociales, y con distintas historias) quedarán recluidos ante la idea de sobrevivir, ya que solo les depara la muerte. Una de aquellas historias y central del film, es la de Arjun (Dev Patel) uno de los camareros que no puede descuidar su trabajo ya que tiene una familia que mantener. Ese día llega como cualquier otro, agitado y con problemas y así tendrá que convertirse en el héroe – junto a su jefe el chef Oberoi (Anupam Kher) - que intente salvar a los comensales que quedan atrapados en un restaurante. Entre ellos está la pareja compuesta por dos turistas extranjeros (Armie Hammer y Nazanin Boniadi) que han dejado un bebé a cargo de una niñera en su habitación y la de un ejecutivo de gran rango (Jason Isaacs). Sin duda el aire de tensión que se genera desde el inicio es lo mas atrapante. La alegoría apocalíptica llega a la ciudad, simbolizada en estos jóvenes que vienen a esparcir el destino divino -y fatal- guiados por un hombre de quien solo se escucha su voz. Pero cabe señalar que el film los representa como “robots” aprendices que se divierten con lo que hacen y parecen querer demostrarle a dicha voz que son muy buenos. Sin duda ese efecto terrorífico es lo que más se impregna, una especie de juego de suspenso al máximo y puesto al espectador, con una distancia alejada del estereotipo tratando de generar la empatía con los rehenes que intentan sobrevivir y a la vez de los asesinos que se muestran naturales y frágiles a pesar de su despiadada obra religiosa. Y ante eso es interesante que no le escapa a la idea del montaje paralelo para tener los dos puntos de vista, la idea del tiempo que avanza en un hotel que poco a poco parece también desmoronarse. A la vez la información se nutre de los medios. De manera que no solo se trata de un evento aislado, como todo atentado de nuestros tiempos y por ello su actualidad, la población externa está muy involucrada. Así se genera un drama directo y global. Es controversial la idea de cómo interpretar a los que perpetran un atentado. Siempre hay una línea muy fina entre la parodia exagerada y un simple representación alejada de todo ello. ¿Cómo se debe llevar a cabo la imagen corporal de los terroristas? En este caso y si bien se cae por momentos en cierta exageración entendible por tratarse de una película de acción casi militar, los jóvenes resultan convincentes. Hay una escena llamativa donde uno de ellos ante una herida mortal llama a sus padres y aquí se toma la idea sobre el Yihad y cómo estos actos implican otras cuestiones además de la violencia por sí misma. Hotel Mumbai: El Atentado intenta ser realista, con el estilo de una película en tiempo real, giros dramáticos de parte de los rehenes que hacen sacrificios por salvarse y de los terroristas por cumplir su misión, incluso la policía se suma al drama con sus fuerzas mermadas que poco a poco encuentran apoyo, pero al final es una película que cierne todo en un desenlace explosivo pues no se puede negar que se está ante una película de acción. No obstante, cada punto resulta atractivo, más cuando ya no interesa qué pasó sino si lograrán salvarse y salir de ahí. Cumple con cada parte necesaria y resulta actual en cada momento, incluso tratándose de un hecho ocurrido hace mas de 10 años.
La pampa y la estrella La experiencia judía, de Basavilbaso a Nueva Amsterdam (2019) es un documental dirigido por Miguel Kohan que invoca la travesía de los judíos que llegaron a América del sur, en especial a una región de Argentina, una provincia donde se respira aire gauchesco. Un apartado de la historia que parece haber recaído en ese lugar y desde donde el relato va redescubriendo una historia que viene a contarle a los pobladores su pasado. Todo empieza con la búsqueda personal de Miguel Kohan quien tiene una herencia de gauchos judíos. Para comenzar su viaje llega hasta Jersusalén para que la historia de la diáspora sefardi sea contada por Mordechai Arbell, quien vive allá. A través de una entrevista comenzará a narrar sobre los judíos que llegaron a América del Sur, particularmente de la sabana en Surinam y lo que sucedió con muchos de ellos en España, que ante la presión religiosa los obligaron a convertirse al catolicismo. Algo que también sucedió en América del Sur. Entonces la mayoría de los habitantes de muchos lugares tienen pasado judío y así lo fueron dejando atrás y expandiéndose. Kohan hará el recorrido para mostrar a los judíos históricos, llegará hasta Brasil pasando por Paramaribo y la isla de Eustaquio, lugares de gran aglomeración judía que, con todas sus riquezas y conocimientos, comenzaron a asentarse. Es decir, que en las montañas de las Guyanas hay pasado judío. Pero todo empieza en Basavilbaso, el lugar que elige Kohan para iniciar un viaje sobre lenguas, migración e historia judía, con gauchos y niebla pampeana. Siempre escapando, siempre bajo la figura de una diáspora Resulta interesante que la película se convierta en un viaje a una zona inhóspita y poco vista como las islas Guayanas. Sobre todo, para hablar de un tema controversial como la expulsión de los judíos de Europa. Solo su mención despierta curiosidad, tantos años después de decretos y guerras, expulsados de España y Portugal llegan al Caribe. Kohan diseña este viaje como un mapa. En realidad, es un mapa literario como una cartografía que sigue el curso de las pistas que obtiene de su oráculo, el historiador Mordechai Abell quien lo va guiando para mostrar que entre cada urbanización y pueblo sudamericano hay una sinagoga perdida o pobladores que desconocen su pasado judío. Esta vez el viaje no es para sobrevivir sino para descubrir. Resulta atractivo que el viaje esté contenido de alguna forma en una conversación u entrevista. Como si el hilo estuviera en lo que dice Abell y mientras tanto vamos siguiendo los distintos lugares que a la vez tienen nuevos guías que dan cuenta que el judaísmo está en cada uno de ellos. Así es que un viaje espacial (porque los mapas son viajes espaciales y a veces desplazamientos imaginarios) se convierte en un viaje en el tiempo, como entrar al museo y encontrar capas de pasado, muertos y fantasmas de otros lugares y otras eras. La migración pura. La clave se intenta destramar desde la posición de Kohan con su visión en primera persona, y aquí el diseño literario de un punto de vista que sirve para describir un mundo religioso que siempre estuvo presente.
Taxi gris 1100 (2019) dirigido por Diego M. Castro, es un drama rosarino que se centra en la construcción de climas alrededor de la vida anodina de un melancólico personaje. Sin embargo evita ser una película convencional y da un giro al alejarse de las historias urbanas que tanto abundan en el cine. Con un estilo propio y más personal, se va ganando una voz propia. Leo (Santiago Ilundain) es un taxista que tiene un infortunio: un pasajero se descompone y debe llevarlo al Hospital. Ahí se da cuenta que el pasajero olvidó un paquete. Entonces regresa a llevárselo. Pero no lo hace bajo ninguna intriga ni suspenso sino acompañado por el desvarío de que le haya tocado esa mala suerte. Mientras tanto Leo pasa su vida silenciosa con su novia Lorena (Cecilia Patalano) con quien atraviesa una crisis y que de a poco se va descubriendo hacia el final. Desde luego hay dos puntos para tener en cuenta en esta película, por un lado, es la vida ordinaria, lenta y aburrida de un personaje que parece consumido por la rutina. Llama la atención que sea joven por ser apagado y gris. Y, sin embargo, tiene una profesión que, previsiblemente, resultaría conversador, más despierto y locuaz. Pero es todo lo contrario. Incluso la curiosidad ni lo corroe, pues cuando tiene el paquete ni lo abre ni le genera nada particular. Quizás su pecado sea ser honesto, pero la película asume ese estilo visual más de testigo donde el montaje no es incisivo sobre cada uno de los elementos que rodean al protagonista. Es una suerte de Taxi Driver (1976) pero sin el alma de alerta psicológica, sin la oscuridad y sin la brillantez de un protagonista que se sosiega sobre sus palabras. Por supuesto que el propósito es otro, que la intención es conseguir un efecto distinto con el relato. Y eso le juega a favor y en contra. Sobre todo, porque conserva un ritmo muy lánguido sobre elementos que no son del todo atrapantes para el género que intenta esbozar, puede caer en la dispersión y desapego del espectador. Cabe señalar que una narración en posición de testigo ya de por sí genera un suspenso que en este caso no siempre se cubre. Nuevamente se observa que se entiende que el propósito es diferente, pero genera sentimientos encontrados. Leo tiene situaciones un tanto aburridas y que no producen ningún giro marcado, quizás hasta el final. Por otro lado, la película tiene la particularidad de no querer volverse un thriller previsible, pero sí concentrarse en construir climas que hablen más de la ciudad y el ambiente urbano, muy distinto a Buenos Aires. Trasmite información al espectador a través de un film contemplativo. El espectador es quién deduce la soledad y el aburrimiento del protagonista con cada pasajero, la turbulencia del hogar con las obras en la casa vecina, el poco diálogo, o la relación con su madre que hace de todo por retenerlo. Todo se resuelve de manera visual y esa es su virtud a pesar de cierta languidez general. Al final genera un efecto que llama mucho la atención en el protagonista: su silencio y sus movimientos robóticos acompañados todo el tiempo por la noticia del asesinato de una mujer, le da un trasfondo interesante al relato. Como si estuviéramos viendo el hundimiento y formación de un personaje oscuro y a punto de hacer algo fuera de sí.
El alma de mi madre y yo Dirigida por Alejandro Rath (¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), Alicia (2018) es una película sensible sobre una situación límite. La historia vira hacia un sentido místico cuando las creencias religiosas y políticas se ponen en juego al acechar la muerte de manera desenfrenada. Una manera de juntar distintos elementos a partir del arte. Jotta (Martín Vega) es un muchacho, militante, que vive en Buenos Aires. Está atravesando una situación desfavorable: su madre (Leonor Manso) sufre una enfermedad fatal. Tiene que desarmar la casa donde ella ha estado viviendo mientras los recuerdos de la lucha y militancia compartida se abren de par en par. Jotta desea que su madre muera en la cama de su casa pero tendrá que enfrentarse al hecho de estar hospitalizada. No obstante, comienza una especie de “viaje” hacia la nostalgia y hacia sí mismo, pues tendrá que estar con ella hasta el final y ahí, a la vez, abrir espacio a la sobrevivencia, la abstracción y el mundo espiritual hasta la llegada de la muerte. Resulta interesante que la película mantiene un límite entre dos formas: La primera es la idea documental que sirva para indagar sobre el sistema médico, el dilema sobre lo público y lo privado, y de las creencias religiosas en el medio social: la peregrinación urbana y el espacio de la iglesia popular. Ambas miradas desde el lado más tradicional. La segunda es la forma de la ficción para unir estas piezas documentales y darles un cierre en la película. La peripecia de Jotta porque su madre termine sus días en su casa trasladando todo el drama del hospital al hogar es lo que termina por hacer que las dos formas se retroalimenten para dar una mirada profunda y emotiva al conjunto. Es verdad que resulta arriesgada la comparación entre la muerte de un ser querido con la burocrática dentro de un hospital, y la algarabía del movimiento masivo en las calles y las iglesias populares. Filmar la muerte como lo más directo y concreto resulta llamativo. Así como, al mismo tiempo, tener el riesgo de enmascarar cierta mirada documental desde los ojos de un relato de ficción. La película se enfrenta al desafío y sin duda consigue la emoción necesaria para lo que busca. Surge su referencia más notoria, señalado por su director, como es Nanni Moretti, pero también hay ligeros acercamientos, obviando las distancias argumentales, con Michael Haneke, Denys Arcand y Alejandro Amenábar. Directores que han ahondado el tema de los pacientes terminales envueltos en un registro documental. Sin duda, al final, el dueto formado entre Jotta y su madre, sin caer de manera excesiva en el melodrama, mantienen el suspenso y cierran de manera justa el arco emocional.
Lo que podemos reconstruir El hermano de Miguel (2017), dirigida por Mariano Minestrelli, es un documental que ahonda sobre uno de los desaparecidos previo a la llegada de la dictadura militar. La más atroz de las tantas que vivió Latinoamérica durante los años 70 y 80. Documento sólido y valioso sobre la búsqueda de un personaje central. Las pistas diversas son las piezas ausentes para reconstruir lo único que siempre queda que no es más que un resquebrajo de la memoria. De un estilo atrayente y de aire renovado estamos ante una mirada alternativa sobre un tema tan tratado y que siempre seguirá volviéndose a contar. Sergio Dicovsky fue detenido en un enfrentamiento con la policía el 19 de noviembre de 1974, durante el gobierno de Maria Estela Perón, y desde entonces está desaparecido. Su hermano Miguel Dicovsky hace la investigación inmiscuyéndose en el último día que lo vieron a Sergio o el último lugar de detención. Lo único que encuentra son datos, testimonios, rostros, lugares vacios y preguntas sin responder. Sin embargo, no solo será una búsqueda sufrida y angustiosa sino que Miguel también tendrá que enfrentarse a distintas posturas y versiones sobre las acciones de su hermano antes de desaparecer. Como es innegable todo material centrado en una búsqueda y que dicha búsqueda es lo importante del relato, resulta desde ya cautivante. Es decir, si la investigación, la acumulación de pistas y mezcla de voces resultan ser el eje central, incluso si nunca se encontrará lo buscado, tanto como decir que el viaje a Itaca importa más que mostrar la llegada, el espectador siempre se mantendrá aferrado a lo narrado. Por supuesto que se requiere de cierto manejo efectivo para que ésta técnica sea bien aprovechada. Y esta película lo consigue. Sobre todo porque se vale de las ventajas del género policial que yacen en toda estructura en forma de pesquisa. El policial aparece en las pistas que por rebote te llevan a nuevos hallazgos y así en forma de cadena hasta alcanzar una multiplicidad de voces enriquecedoras. Eso es lo mejor que tiene El hermano de Miguel. Incluso el hecho de ordenarse por fragmentos numéricos, le dan a todo cierto tinte literario que contribuye a una explicación más prolija, pero también a que el procedimiento cinematográfico sea más potente. Nos atrapa desde el inicio con una música y un relato de denota un gran suspenso e incertidumbre de una búsqueda fantasmal. Por otro lado, resulta interesante la idea de reconstrucción. Es todo un trabajo sobre imágenes. Del cine reflexionado sobre sí mismo. Buscándose dentro de sí, pues lo único que tiene el protagonista son imágenes. Sean de archivo o más actuales, son las únicas que le sirven para su investigación. Particularmente porque le sirven para llevar su relato a otras personas. Como si cada imagen necesitara del relato oral. Las imágenes cuentan mucho, pero plantean dudas e inquietudes. Y es que estamos ante una película concreta y directa que además se propone salir de cierto “tratamiento clásico” para este tipo de películas. Desde luego que es un tema crucial que siempre traerá nuevas historias, pero aquí se encuentra una propia voz, estéticamente se trae al cine como partícipe de lo político, judicial y social. Construir desde la memoria y lo que se pueda indagar con el paso del tiempo.
Antonio Gil (2013) es un documental abocado al conocido lugar cerca de Mercedes donde miles de personas van todos los meses de enero a rezar y a pedir milagros al santuario de Antonio “el gauchito” Gil. Un santuario junto a un árbol. Un gaucho con una cruz. Ahí se dice que fue asesinado y que, antes de morir, auguró un milagro que luego se cumplió. Pero no estamos frente a la historia del Gauchito Gil ni a la recreación de las leyendas que se tejen alrededor de su simbología religiosa. En este caso se trata de un lugar, de un espacio a campo abierto donde llegan los peregrinos y habitan para luego, cuando terminan de rezar y de cargar la cruz, deciden marcharse. Y todo viene desde la leyenda, más difundida, que cuenta de cómo Antonio “el gauchito” Gil, nacido en la provincia de Corrientes, un día tuvo un romance con una mujer que le generó enemigos de quienes tuvo que huir, y que en esa huida, de alguna manera imprecisa, termina envuelto en una guerra contra el Paraguay. Después, al regresar, es llamado a enfilarse a un partido político para combatir en una guerra civil y que al negarse a eso, es perseguido capturado y asesinado. Lo cuelgan de un árbol, pero antes de morir anunció el milagro de la sanación de un niño a partir de los rezos que se hicieran en su nombre. Y desde que el niño se sanó, entonces todos sus creyentes, por años incontables, viajan hasta ahí. Y así como la leyenda del árbol existen otras más, pero todas confluyen en esa zona donde está el santuario y también se dice deambula el fantasma de Antonio Gil listo para acuchillar en las noches. Lo interesante es que la película recurre a procedimientos muy sencillos. Las leyendas y todo lo que sucedió con Antonio Gil son testimonios que se oyen. Uno tras otro, las voces hablan de los milagros cumplidos, de los rezos, de las ofrendas traídas y de lo que se dice que fue la razón del asesinato. Conjeturas dichas por la gente que llega pero nunca se ve a la persona que habla. La imagen, por su lado, consta de innumerables travellings laterales, que se extienden, mostrando a todos los peregrinos que arriban y hacen fila esperando su turno. El tiempo avanza y continúan los travellings, y luego se ve a la gente comiendo y disfrutando de la estancia en ese lugar. Pero en reiteradas y alternadas veces sobre la imagen se escuchan testimonios. Voces y travellings, nada más. Y si al principio puede parecer tedioso, después el espectador se deja envolver, pues comienza a tener un juego entre lo particular y lo general. Un testimonio frente al total de la gente dispersa. Esa voz que cuenta algo frente a la masa indefinida que saluda a cámara. Pero con ese procedimiento se percibe tangiblemente la idea de totalidad, de un número descomunal de gente que se encuentra ahí. Como se puede deducir, los travellings de por sí son como una mirada un tanto alejada y en perspectiva, distante y descriptiva. Sin embargo, esa imagen (producida por los travellings) tiene encima a una voz que da un testimonio preciso y subjetivo, pero que no tiene rostro, y en ese caso, se uniformiza con los otros rostros desconocidos que ríen y saludan. Entonces surge aún más la sensación de una totalidad imposible de determinar. Con elementos precisos (travellings, voz en off y cámaras fijas mínimas) se logra eso y más cuando se aprecia que la directora del film, ha seguido este evento por años. Entonces la masa ya se vuelve inmensa. Es sin duda un documental extraño y atípico que de a poco se va volviendo atrapante. Y además porque se trata de un retrato espacial y no de un documental histórico de Antonio Gil, quien por estar siempre ausente -aunque si constantemente mencionado por las voces o por las figuras religiosas- asciende. Pero es el lugar lo que más importa. Aún con la gente presente este documental es sobre la multitud en un determinado espacio uniforme que no tiene mayor transcendencia geográfica, pero que cambia y muta cuando llega enero y todos van a rezarle al Gauchito Gil.
Gauchos en Jerusalén La Jerusalem Argentina (2018) es un documental contemplativo sobre la colectividad judía en una provincia de Argentina. Bajo un clima de reminiscencia histórica y de reconstrucción religiosa, se centra en las personas encargadas de evitar la desaparición y el olvido de sus antiguas costumbres haciendo que el mundo cotidiano se nutra de ellas y, a la vez, sus recuerdos sobrevivan al paso del tiempo. Sincero y concreto film sobre salvaguardar la memoria. Moisés Ville está en Santa Fe en un pequeño pueblo donde se encuentra una importante herencia de los inmigrantes judíos que llegaron a la Argentina en 1889. Esta fue una colonia fundada por sus deseos de continuar un legado agrícola y rural. Hoy ya quedan los últimos herederos de los gauchos judíos, lo que fuera una comunidad numerosa en el pasado. En el presente son los encargados de que no se pierda el recuerdo de sus antepasados a través de actividades diarias, simples y cotidianas que intentan contarle a la gente, inclusive turistas, sobre sus raíces. Sin duda que la construcción desde la memoria es tangible en este documental dirigido por Iván Cherjovsky y Melina Serber, y resulta interesante que lo haga a través de cierta contemplación onírica. Que sea el espectador el que descifre lo que está mirando. Lentamente se va vislumbrando la relación entre cada espacio y cada personaje. Entre lo que se dice y lo que se está planificando. Y de ahí surge la idea de pueblo y colectivo. Armar la figura desde la fragmentación es lo que más realza a este trabajo y mantiene su interés. Si bien puede restarle la excesiva languidez en sus imágenes, también es verdad que trata de salir un poco de cierto estilo repetido y opta por empezar de otra manera y no solo entrevistas o relatos ya antes vistos, sobre todo cuando se trata de un documental del cual uno que no conoce pueda quedarse alejado. Idea arriesgada de hacer que el espectador se encuentre con la fortaleza de sus imágenes y que interprete las actividades previas a una festividad. Y el trabajo sobre los espacios como resquebrajamientos emotivos de un pasado que subsiste entre los jóvenes y niños es una atractiva alegoría. Más aún, si la figura del museo queda como idea de ruina de fondo sobre la memoria y es la gente la que lleva el relato. Después entra en cuestiones más de juego y gracia, los personajes que desfilan tienen su propia expresividad y es finalmente, sobre todo hacia su desenlace, que encuentra una adecuada forma para generar esa idea de pueblo y colectividad.
Art-man Por amor al arte (2017), documental de Marcelo Goyeneche, sigue el relato de una figura histórica para el cine, heredera de una época dorada del cine argentino donde se forjaron grandes figuras y había una manera de trabajo diferente. También es la historia dentro de otra historia, porque en este trabajo asistimos al proceso de filmación de una película sin doblegar su propósito. Bernardo Arias cumple 90 años y está en el proceso de filmar su nueva película “Por amor al arte", un manifiesto sobre el arte que lo lleva a hablar sobre su concepción desde las vanguardias hasta nuestros días. Empezará filmando a su admirado amigo artista, pintor y escultor, Antonio Pujía, con quien dialoga y utiliza como protagonista para hacer un postulado sobre lo que más le apasiona: cine, pintura o cualquier manifestación artística, pues cita incluso a Marcel Duchamp y sus ready mades. Pero todo este proceso lo registra Marcelo Goyeneche como un testigo cercano. Entonces el documental es sobre Bernardo y su preparación, sus anécdotas y sus días hogareños, y a la vez, es la película que hace Bernardo. Una suerte de caja china donde entramos y salimos hasta convertirse en un solo compendio, una película dentro de otra película. Un retrato en paralelo sobre un hombre de arte. Es indudable que lo más enriquecedor es Bernardo Arias. Entrañable, dueño de una vitalidad perenne, atiborrada de experiencia, demuestra que soporta toda la película para nunca hacer que la misma decaiga, y termina como empieza, con la misma entereza. Tener un personaje así de querible y que cause afinidad, asegura que el esbozo de retrato quede impregnado de la mejor manera. Pero el film también alcanza otros matices: Primero, es un postulado sobre la edad, sobre la vida de matrimonio a los 63 años. Bernardo y su mujer Lucy hacen una imagen figurativa de lo que es el amor después de tantos caminos. En segundo término, es también la mirada de un cineasta que hizo películas en el Perú, en Argentina, que tuvo un alma de revolución y que vivió muchas épocas políticas e históricas. Es sobre todo una mirada a la industria del cine que ha cambiado con los años y, al final, esboza una mirada manierista y atractiva sobre el arte, sobre la objetivación de la obra de arte. Una mirada quirúrgica, obsesiva, que permite un acercamiento al aura alrededor de la obra como escribía Walter Benjamin. En ese camino nos recuerda a la búsqueda que hacían Chris Marker y el propio Jean-Luc Godard, y aquí una pequeña alusión a su película El Desprecio (1963), donde también se está filmando una película sobre el arte (como en muchas de Godard) tratándose de aproximar al aura del arte clásico y su historia. Claro que salvando las distancias, se puede encontrar aquí un punto de inflexión muy interesante. Dentro de todo lo mencionado existe un gesto que tal vez podría haberse profundizado y que tiene que ver con el material de archivo. Este no agrega demasiado cuando más didáctico se presenta y se dedica a contar sobre corrientes artísticas como si abriésemos una enciclopedia. Tal vez la búsqueda podría haber sido de otra manera, sobre todo porque lo mejor de la película es ese juego un tanto infantil y onírico que se desprende de la mezcla de ver el interior de un proceso creativo y el resultado de la película llevándose a cabo. Sin embargo, es el propio Bernardo el mejor recuerdo de un documental de emotivo valor cinematográfico.