Apología del sinsentido A principios del Siglo XXI, Todd Phillips ganó cierto renombre con una película zafada y ridícula llamada Old School (anteriormente ya había hecho Viaje censurado) en donde a tres amigos entrados en los treinta (Luke Wilson, Will Ferrel y Vince Vaughn) se les da por descontrolar cuando se hartan de lo mal que les va en sus vidas y aprovechan sus redimida libertad para volver a convertirse en los imbéciles inmaduros que alguna vez habían sido. Muchos años después Phillips volvió a las primeras planas cuando lanzó ¿Qué pasó ayer?, una buena comedia "juvenil-zafada" que sorprendía desde su narración intrigante y que llegó a ser considerada por muchos como una suerte de resurrección de la comedia estadounidense junto a las de la Factoría Apatow. A partir de ese momento, Phillips pasó a ser un nombre importante, un sello publicitario, una firma conocida dentro del género que sirve de respaldo desde la producción y atrae a los espectadores con solo aparecer de alguna forma en algún cartel de una película espantosa como puede ser Proyecto X. Proyecto X es la historia de una fiesta que -redes sociales mediante parecería insinuarse aunque nunca se aclara- se sale de todos los límites posibles de prever. Con la excusa de contar esa historia, el guión pone de protagonistas a tres estúpidos adolescentes y a un cuarto ser extraño que los filma durante el transcurso de la fiesta en lo que se supone que será un regalo para el cumpleañero Thomas una vez que todo haya acabado. Este tal Thomas (Thomas Mann) ofrece su casa para la fiesta cuando sus padres se van de viaje para festejar su aniversario de casamiento. Los clichés comienzan desde temprano con los tres personajes estereotípicos (el cancherito al que no le importa nada, el gordito nerd y el más centrado y culposo) y las primeras escenas del filme (el padre que le subraya "¡Que no le pase nada al Mercedes!"). De todos modos, esos estereotipos se van disolviendo rápidamente y sus marcas características terminan por desaparecer: los rasgos emblemáticos de cada uno (clichés, pero humanos al fin) se van homogeneizando y se transforman todos en entes inertes y faltos de sensibilidad a quienes nada en la vida parece importarles un comino. La fiesta que organizan tiene un motivo particular y nadie lo oculta: organizar una joda de proporciones los hará populares, ser alguien, que los reconozcan en el colegio, tener un nombre. No es una temática nueva para el cine (en especial el yanqui), pero cuando el filme nos remarca y subraya constantemente que lo único que vale la pena en sus vidas es la popularidad, que el ser reconocidos avala las transgresiones más insólitas y que todo lo que se destruya por el mero hecho de que "es una fiesta, viva la joda, rompamos todo" es en pos de que sepan tu nombre, ahí es cuando este filme se aleja de todos los filmes similares y pega el salto fundamental para convertirse en basura cinematográfica. Descontrolados Desde lo narrativo, este filme es un compendio de falencias. La historia no es la historia de sus personajes sino que es simplemente la historia de la fiesta. Sus personajes no importan, porque no nos interesan, porque son completamente vacuos, porque no nos generan la mínima empatía y menos aún simpatía (cosa que no sucedía en Old School, por ejemplo). Son tres idiotas con deseos de popularidad que están -cada vez más a medida que avanza el metraje- dispuestos a todo y no temen a las consecuencias. Precisamente esta falta de temor por las consecuencias, este borramiento de los rasgos de humanidad de los personajes (en especial del protagonista, al principio preocupado porque la fiesta se sale de control y luego simplemente le sigue el juego, disfrutando de las mieles de la popularidad) es lo que genera que la película no nos interese. Porque cuando el descontrol se sale de los límites es demasiado obvio que nada puede pasar, que no habrá consecuencias, que no hay nada que temer, que no hay motivos para seguir viendo la película porque lo único que mínimamente causa curiosidad es ver como todo el barrio termina prendido fuego (cosa que nos muestran en el trailer). Ni hablar de la vil excusa de pensar un filme siempre bajo la perspectiva de la cámara en mano del extraño muchacho que los filma durante la fiesta. Otra idea ganchera que no se sostiene desde el vamos y que cuando vemos el transcurso del relato descubrimos alimañas narrativas insalvables como que de repente aparezcan mechadas imágenes de celulares de otras personas, o contenido intercalado de un noticiero... ¡que encima cuenta con música extradiegética! La dirección de Nima Nourizadeh es torpe y hace demasiadas concesiones al tipo de relato que el mismo eligió. Eso sumado a que el filme en sí no tiene merito alguno, pone al novel director directamente en mi lista negra (ya puede acompañar a Eli Roth, Jason Friedberg, Aaron Selzer, Carlos Mentasti, Rodolfo Ledo y otros realizadores infames). "Se nos fue un poquito de las manos..." El filme no solo es berreta, carente de historia, estúpido en sus argumentos y un rejunte de imágenes puestas con idea de enganchar al espectador sin ningún sentido, sino que comete el peor pecado que puede cometer una comedia: no es gracioso en absoluto. A menos que te guste escuchar a tres amigotes adolescentes decirse groserías. A menos que te resulte gracioso ver como la juventud estadounidense elige reventarse sin motivo alguno, destruir sin motivo alguno, traicionarse sin motivo alguno, atar un perro a una docena de globos de helio solo para verlo volar. Ah, cierto. También incurre la presentación ininterrumpida de todo tipo de bajezas imaginables: vómitos por borrachera, chicas desnudas en una piscina porque "según el cartel, las chicas tienen que entrar desnudas en la piscina", drogas de todo tipo (el encuentro fortuito de un centenar de pastillas de éxtasis como si salieran de una enorme piñata es una invitación inevitable para los invitados de la fiesta que deciden unánimemente que las drogas gratuitas son una posibilidad que no pueden dejar pasar... ni siquiera sus tres protagonistas, que se bajan las pastillitas con unos tragos de birra). Y como si todo esto no fuera lo suficientemente molesto, Proyecto X también busca atraer público (¿o risas?) con el metodo Tinelliano/Gran Hermaniano de introducir un personaje enano (bien podría haber sido un ciego bailarín, un hermafrodita conflictuado) para encerrar en un horno o para que golpee a una decena de invitados en la ingle. Piscina sólo para chicas desnudas Sin ánimos de volvernos fundamentalistas, es necesario decir que Proyecto X es una película patética, aburrida y hasta peligrosa por los valores que difunde: la popularidad como dios y único anhelo, el renombre y lo cool como el único lugar al que pueden apuntar las miserables vidas de los adolescentes. Sobre lo que sería el epílogo del filme se llega al punto más triste de todos, cuando nos damos cuenta de lo que significó la fiesta para estos tres personajes. Proyecto X es basura, es humillante, difunde la ideología de la superficialidad y la exacerba como nunca antes haya visto, sin el menor atisbo de crítica al estado de situación de las cosas. Y lo peor de todo es que no es graciosa ni por asomo.
El mundo del revés Desde los créditos iniciales, Drive sorprende. Llama la atención desde su música estridente y su tipografía pop, de un color fucsia furioso y aún más pop. Ganadora del premio a mejor director y nominada a la Palma de Oro en Cannes, aplaudida por la gran mayoría de sus espectadores, Drive se fue ganando un lugar y un renombre entre las películas del año y su director, Nicolas Winding Refn (Valhalla Raising, Bronson, Pusher) un merecido espacio entre los realizadores que no pasan desapercibidos (ya sea por méritos positivos o negativos, es innegable que lo ha logrado). Ryan Gosling (Diario de una pasión, El umbral, Lars y la chica real) protagoniza este curioso filme romántico y de acción en donde encarna a un conductor de escenas de riesgo para el cine que utiliza sus habilidades tras el volante para poner a salvo a maleantes luego de algún hecho delictivo que merezca la pena un escape rápido dentro de la ciudad de Los Angeles. Cuando el muchacho conoce a una joven camarera y a su hijo y los quiere sacar de un problema, los problemas se le vienen encima a montones. No me hagan enojar que tengo un martillo... Drive es una película con estilo: cada plano, cada color, cada nota musical que aparecen durante el metraje no están puestas azarosamente. El tratamiento de imagen, la fotografía y la composición de planos son ampulosos, complejos, a veces recargados, pero siempre imponentes y distantes del promedio de películas de acción que suelen verse en nuestros cines. Y la musicalización, siempre fulgurante y upbeat parece querer sacarnos de contexto constantemente. Porque si hay algo que es Drive es una película de contrastes, de Gosling y Mulligan, a su ritmo contrapuntos, de constantes descentramientos: un mundo del revés cinematográfico. Y eso también sucede cuando prestamos atención a su narración minimalista (los diálogos son escasos y las escenas mantienen caprichosamente a los personajes en silencios y demoras que la mayoría de las veces no parecen evocar más que el tedio de las vidas de los personajes. Ejemplo: "¿Saldrás conmigo?" Silencio. "Sí". Sonrisa. Silencio. Plano asfixiante, incómodo, pequeño. La sonrisa permanece y la escena perdura en la nada unos 30 segundos más.). Y todos estos elementos nos hacen pensar que en realidad no estamos frente a un filme de acción, ni a un thriller, ni a una cinta de suspenso y gangsters sino que la acerca a un drama al estilo europeo. Y cuando ya uno se acostumbra a los climas densos, a las escenas estiradas y al tratamiento estético "cool", acaece una violencia exacerbada de cabezas que estallan en pedazos al disparo de una Ithaca. Casi todo en este filme nos corre del lugar de donde nos acomodamos como espectadores, nos descentra, nos sorprende. Y en definitiva, Drive no es tanto una película de acción, sino una historia romántica de las más clásicas, de un caballero a bordo de un corcel motorizado intentando salvar a su sufriente doncella. ¿Sorpresa? Estridencias. El guión de Hossein Amini (Las cuatro plumas, El ave negra) no termina de cerrar, demasiado preocupado por su pretensión de estilo nos propone un final con toques lyncheanos no sin antes enredarnos más de la cuenta en idas y vueltas que no suman en suspenso y proponiendo un desarrollo del climax algo previsible (justo cuando debería, la historia no nos sorprende). La dirección del danés Nicolas Winding Refn, por su parte, es notable (principalmente porque se hace ver, llama la atención, pero también porque logra imprimir en el filme todas las características que ya hemos descripto y que son las que hacen de este un filme especial) y lo vuelven un director a seguir para cualquier cinéfilo que se precie. El ascendente Ryan Gosling estuvo bien elegido para este papel sombrio y austero, violento y caricaturesco (campera con escorpión, palillo entre los dientes, pocas palabras) y su chica, la bella Carey Mulligan (Enseñanza de vida) también convence desde su lugar de víctima irremediable. Pero lo mejor del casting está entre los chicos malos y no tanto, los que -por una razón u otra- tienen las manos sucias, como bien dice Bernie Rose el personaje del capo mafia muy bien logrado por Albert Brooks. Lo acompañan su socio Nino (Ron Pearlman, también conocido como Hellboy) y un allegado, Shannon (Bryan Cranston, protagonista de la estupenda serie Breaking Bad). Bryan "Breaking bad" Cranston, presente Drive es un filme donde todo parece mostrarse al revés de como suele ser. Con muchísimo mayor tratamiento estético que narrativo, mucho más preocupada por ser "cool" que por entretener, tendrá fanáticos acérrimos y detractores implacables y cada uno tendrá razones válidas para argumentar. Yo sólo les puedo recomendar que la vean y tomen partido.
Homenajes Por más que lea y relea las críticas que abundan en los medios, deslumbrados por la última película de Scorsese, no he sido capaz de hacer coincidir tantos halagos con mi experiencia durante el visionado del filme. A los que se les hace agua la boca por Hugo, hablan básicamente de tres cosas: 1) homenaje, 2) emotividad y 3) impacto visual. Solo puedo decir que coincido con el último item, pues técnicamente, La invención de Hugo Cabret es sencillamente maravillosa. El homenaje -en este caso a George Melies, uno de los pioneros del cine- está presente a tal punto que Melies es el personaje principal de la segunda mitad del metraje, lo cual evidencia algunos problemas en el guión de John Logan (también responsable de Gladiador y El aviador). Por último, suena extraño decir que la historia de un huérfano que vive escondido en una estación de trenes en Paris tratando de descubrir una forma de reconectarse emocionalmente con su padre muerto a través de una especie de robot es poco emotiva, pero es la pura verdad: la historia de Hugo es sosa y fría, la conexión del autómata con la memoria de su padre está completamente agarrada de los pelos y a eso se le agrega el "peligro inminente" de que un guardia de la estación -interpretado payasescamente por Sacha Baron Cohen- lo atrape y lo envíe a un orfanato. Todo en la historia de Hugo es rebuscado y poco convincente aún para una película con tintes fantásticos. Padre, hijo y autómata: una relación caprichosa No es difícil elogiar a Scorsese, un verdadero maestro del cine contemporáneo, que con esta incursión en las películas aptas para todo público (¡y en 3D!), ya se puede decir que lo ha hecho todo. Y tampoco es difícil halagar a un filme que homenajea a un artista fenomenal, al primer tipo que pensó el cine como una forma de entretenimiento: George Melies inventó los efectos especiales, la compaginación y hasta podríamos decir la ficción en el cine que hasta ese momento tenía una función experimental y más ligada a lo "documental". La recreación de sus películas dentro de este filme es, sin dudas, sensacional y es un placer poder disfrutar de fragmentos (ya sean reales o reconstruidos) de aquellos filmes de fines del 1800 y comienzos del 1900. Sin embargo, no es suficiente como para aseverar que Hugo es una gran película, en especial porque toda la historia de este huérfano genio es una excusa para contar la historia de Melies. Tal es así que el protagonista pierde terreno sobre el final y es desplazado por la figura del viejo cineasta. No queda más que quitarse el sombrero con el apartado técnico del filme: el diseño de los escenarios y el uso del 3D es simplemente majestuoso. Scorsese juega mucho con planos secuencias y travellings larguísimos que atraviesan cosas, pero principalmente le da gracia a cada plano con una profundidad de campo impactante que nos hace sentir que el artilugio de las tres dimensiones es algo más que objetos flotando fuera de la pantalla. Muuuuucha profundidad de campo en las escenas, lo mejor del filme. El elenco cumple una muy buena tarea: cada intérprete logra hacer lucir a sus personajes pese a que el marco general en el que interactúan no les brinde tanto espacio para el lucimiento. El ejemplo más claro es el de Sacha Baron Cohen, quien logra un personaje simpático pese a que no tenga razón de ser dentro de la historia. La amenaza del guardia y su perro, apuntada hacia lo grotesco aunque resulte un peligro que se supone serio para el protagonista, no parece haber sido construída de la mejor manera, puesto que este doble juego entre cómico y peligroso termina por no funcionar ni para un lado ni para el otro. Mientras tanto, la posibilidad de un interés amoroso para este hombre es un hilo que el guión abre caprichosamente, tan solo para que sobre el final el personaje pueda demostrar la compasión que no tuvo durante todo el resto del metraje. Si Hugo no genera emoción es porque su guión es trunco e intermitente y carece del vuelo narrativo necesario. Claramente no es por culpa de Asa Butterfield (El chico del pijama a rayas), que hace todo lo que debe para generar empatía con un personaje que, en definitiva, nos deja de importar a medida que avanza el relato. Algo similar sucede con Chloe Moretz (Kick-Ass, Let me in, 500 días con ella) quien también logra un buen trabajo como para confirmar que no es una casualidad la cantidad de elogios que ha cosechado durante sus últimos filmes, pero cuyo papel termina siendo de mero instrumento dentro de una historia que está hecha para otro. Su personaje termina narrándonos la historia con una voz en off que nunca antes apareció durante el filme, lo que nuevamente demuestra un capricho de guión innecesario y difícil de explicar. Finalmente, Ben Kingsley y Helen McCrory, como Melies y su esposa, quienes logran las performances más eficaces, no porque sus performances sean tanto mejores a las de los demás, pero sí porque el guión les brinda la posibilidad de tener situaciones protagónicas de mayor dramatismo. Sin embargo, el peor pecado del guión no son sus caprichos, su arbitrariedad, su falta de emoción y hasta de aventura (¿lo peor que le puede pasar a Hugo es que ese guardia tontuelo lo atrape?), sino su falta de sorpresa. La invención de Hugo (¿qué invención? ¿acaso inventa algo?) es una película absolutamente predecible en donde sucede todo lo que se supone que va a suceder, pero con un ritmo denso y carente de fuerza. Visualmente imponente, Hugo es un filme digno de verse, sin duda, pero que adolesce de todo tipo de atractivo narrativo como para sostener tamaño artificio estético.
Viaje a la Suecia profunda Ante unas nominaciones a los Oscar bastante peculiares, ya es hora de que este blog intente -humildemente- hacer algo de justicia: que David Fincher no esté nominado como mejor director por La chica del dragón tatuado y Alexander Payne sí esté nominado por Los descendientes es una burla tan grande como la que habrán sentido la mayoría de los trabajadores del cine que no consiguieron ninguna nominación y ven que una película menor como Damas en guerra está ternada en varias categorías. Una vez más, Fincher nos lleva por el camino del suspenso y la intriga, en búsqueda de un asesino o del esclarecimiento de una muerte. Como ya lo había hecho a lo grande en Pecados capitales (una de mis preferidas en el género, con un guión atrapante, un elenco estupendo y un final para el infarto) y en Zodíaco (la famosa historia del asesino serial conocido con ese mismo nombre, protagonizada por Jake Gyllenhall, Robert Downey Jr. y Mark Ruffalo), aquí nos metemos en el mundo de Mikael Blomqvist (Daniel Craig), un periodista que queda en el centro de la escena cuando un empresario le gana un juicio por calumnias e injurias y debe apartarse de la revista en que trabaja por un tiempo. Justo cuando decide alejarse de su empleo, un viejo millonario (Christopher Plummer) lo contrata para que investigue -así como hizo con el empresario que lo acusó- un asesinato cometido en la familia hace unos 50 años. Investigación mediante, se cruzará con Lisbeth, una taciturna y extrema joven que se dedica a asuntos similares. Cuando Blomkvist aún trabajaba... El guión, adaptación del best seller La chica del dragón tatuado, del difunto escritor Stieg Larsson, fue escrito por Steven Zaillian quien continúa cosechando elogios luego de una interesantísima carrera que incluye Despertares, La lista de Schindler, Pandillas de Nueva York, Gangester americano, El juego de la fortuna, entre otras. Aquí se nota que el libro original tiene una atractiva historia para contar (lamentablemente no he leído la novela ni he visto el filme sueco como para hacer las comparaciones pertinentes), pero también se nota la mano de un director consagrado, capaz de hacer de cada escena algo bello,llamativo, atractivo y hasta hipnótico (anímense a decir lo contrario de esa apertura monstruosa durante los créditos, con la música de Trent Reznor y Atticus Ross interpretando Inmigrant Song de Led Zeppelin). La chica en cuestión, una genial Rooney Mara Merece la pena mencionar al director de fotografía, Jeff Cronenweth, quién ya trabajó con Fincher en varias ocasiones (entre ellas Red social y El club de la pelea). Sin tener una carrera descollante como la de Zaillian, Cronenweth se está haciendo su lugar en el olimpo del séptimo arte, con estas intervenciones junto a Fincher. Es preciso nombrarlo porque mucha de la oscuridad que exuda este filme es su responsabilidad. Pero no sólo eso: parte de la belleza de las imágenes mencionada anteriormente es también mérito de él. Lisbeth y su tutor, una tortuosa relación El elenco funciona muy bien: cada uno de los personajes está muy bien logrado por su intérprete. Desde Daniel Craig en el papel protagónico (un rol muy distinto a Bond: este es un “héroe” temeroso y falible), hasta Christopher Pummer como Henrik Vanger, (el viejo que lo contrata) y Yorick Van Wageningen, como el tutor legal de Lisbeth y Stellan Saarsgaard como uno de los misteriosos familiares de Vanger. Pero sin dudas es Rooney Mara (quizás la hayan visto en Red Social, de Fincher, como la novia que abandona a Jerry Zuckerberg y lo impulsa a idear lo que luego será Facebook, aunque seguramente no la reconozcan) en el papel de Lisbeth Salander la que se lleva absolutamente todos los aplausos. Su oscurísima Lisbeth es avasalladora, desgarradora, culposamente cautivante. Un papel totalmente jugado para esta joven actriz que le pone el cuerpo como si fuera fácil. La chica del dragón tatuado es una experiencia cinematográfica poderosa, una gran historia, realmente atractiva desde el punto de vista visual y con un pulso cinematográfico que sólo decae un poco en el epílogo, demasiado vago como para resolver tamaña película.Otra vez desde el relato de investigadores, otra vez desde el descubrimiento y la intriga, desde el thriller y el suspenso, Fincher sobresale y nos entrega un filme apasionante, de lo mejor de los últimos meses.
¿En busca de la felicidad? La múltiple ganadora de los Globos de Oro (mejor película dramática, guión y actor protagónico) fue la halagada Los descendientes, de Alexander Payne (Entre copas, Sr. Schmidt), un drama “sobre la vida” que abarca temáticas tan vastas como el amor, el odio, el rencor, la muerte, la familia, los legados, los engaños, la adolescencia, la madurez, la venganza, el desamor... ¿Demasiado para un solo filme? Parecería que sí, aunque Payne resuelve bastante bien sus premisas sin voces declamatorias. “La gente que no es de acá cree que los que vivimos en Hawai nos la pasamos en la playa, surfeando. Yo no me he subido a una tabla en décadas”, dice Matt King (George Clooney) por medio de una bastante injustificable voz en off, que aparece arbitrariamente a lo largo del relato y deja de aparecer de repente. Con esa frase King ilustra que es un hombre ocupado, a cargo de grandes decisiones, como la venta de un terreno familiar de los primeros terratenientes de la isla perteneciente a todos los herederos de su familia. A pesar de esa frase, la primera escena del filme nos muestra a una mujer viajando felizmente en una lancha a alta velocidad, lo que justifica el pensamiento que King quiere desterrar. La mujer es su esposa y en la siguiente escena nos enteraremos de que ha sufrido un accidente en ese viaje y ha quedado en coma, por lo que King deberá encargarse de algo de lo que se ha mantenido ajeno toda su vida: el cuidado de sus hijas, Alexandra (Shailene Woodley) de 16 y Scottie (Amara Miller) de 10 años. La pandilla va en busca de la verdad. A partir de esos disparadores, Payne trata las temáticas mencionadas anteriormente a través de un guión muy consistente por momentos, bastante cómico en determinadas escenas, pero también casi ridículo en algunas ocasiones. Básicamente, el guión funciona muy bien en la estructura general, en la gran mayoría de las situaciones dramáticas. Por otra parte, centra su arsenal cómico en el personaje de Sid (Nick Krause), el amigovio de Alexandra, la hija mayor (la escena dentro del auto es hilarante). Y sin embargo, se torna excesivamente extraña e inexplicable en la repetición de un recurso que se utiliza mucho en el cine, pero que aquí está usado de una manera rara y retorcida: varios personajes deciden hablarle a la mujer que permanece postrada y en coma. Lo inusual es que nunca son discursos en privado, sino en presencia de algún tercero. Y nunca son palabras bonitas, sino insultos, lo que implica que el tercero presente tenga que intervenir. Es probable que se trate de un recurso buscado con intención humorística, pero francamente le quita al relato mucha de la verosimilitud y de la seriedad con la que se desarrolla durante el resto del metraje. Shailene Woodley, un gran descubrimiento. La actuación de Clooney es muy buena y por eso se lo ha elogiado desde cada crítica que he leído. Pero también es cierto que Clooney desde hace rato viene demostrando que no es un actor del montón. Su performance en la atrapante Michael Clayton no tiene nada que envidiarle a esta, por nombrar sólo una. Vale la pena nombrar al resto del elenco, encabezado por Woodley (muy interesante, para poner atención a esta promisoria actriz) y Miller, pero también por Robert Forster como el suegro de King. Y por qué no mencionar a Krause cuyo personaje es increíblemente tonto, pero que concentra en su papel todo el contenido cómico del filme y logra hacernos reír bastante. El tipo de plano con el que Payne me aburre. Si bien el guión de Payne es muy llevadero y atractivo, se le nota su falta de tino tras las cámaras. Su nominación a mejor director es realmente exagerada y una injusticia para Fincher que no está ternado por La chica del dragón tatuado. Payne cansa con sus primero planos centrados, con personajes dirigiéndose a cámara (hablan y caminan hacia ella) y con imágenes poco cuidadas y faltas de estética. Promediando el metraje se puede hallar una escena en la que varios personajes miran una playa lejana desde lo alto de una colina. Luego de un paneo por sus rostros, Payne opone otro paneo general, en la dirección contraria y desde lo alto que no solo resulta excesivo o inútil desde lo descriptivo, sino que llega a ser algo chocante por la confluencia de movimientos de cámara. Los descendientes es una película interesante, llevadera y entretenida. También es profunda por momentos y llega a conmover. Es un filme que propone mucho y que nos mete de lleno en los personajes, nos identifica con ellos. Cuenta con un guión sólido y, esporádicamente, se vuelve muy graciosa. Sin dudas es una buena película y es muy recomendable, aunque tenga algunas falencias. Esas falencias son suficientes como para que no se trate de un filme deslumbrante o memorable. Pero no estuvo tan lejos.
The Help, una de las nominadas a los Oscar, tiene bastante en común con Vidas cruzadas (Paul Haggis, 2004) además de un nombre muy similar: por empezar porque ambas películas tratan sobre el racismo. Mientras que Historias cruzadas se atiene solamente a la discriminación hacia la raza negra en Mississippi durante los años 60, Vidas cruzadas trataba el racismo a más grandes rasgos en Estados Unidos y en la actualidad. Vidas cruzadas terminó siendo la inesperada ganadora del Oscar el año de su estreno batiendo a pesos pesados como Capote, Munich, El secreto en la montaña y Buenas noches buena suerte. Puede haber sido inesperado para muchos críticos, pero en mi caso, fue uno de los premios que más festejé en los últimos años. El comienzo de una gran amistad... Se ha dicho que, como El juego de la fortuna, Historias cruzadas logró ser estrenada en el país a fuerza de elogios y nominaciones a premios. Sin embargo, no debería ser una sorpresa que una película de estas características se estrene en nuestro país. Si bien el racismo en Estados Unidos posiblemente no sea el tema preferido para un cinéfilo argentino, lo cierto es que estamos frente a una muy buena propuesta, un filme muy agradable, que difunde su mensaje pero que también cuenta historias particulares atractivas y que hacen que el espectador se interese, tanto por el desarrollo de la historia en general como de los personajes en su especificidad. Historias cruzadas cuenta la historia de Skeeter (Emma Stone), una joven que quiere convertirse en periodista o escritora y que decide contar la historia de las criadas de Jackson, Mississippi, todas mujeres negras que prácticamente continúan bajo un régimen esclavista que debió haber terminado hace rato. Estas mujeres se acostumbran a criar niñas blancas, rubias y de ojos claros, a enseñarles todo lo que sus madres no quieren o prefieren evitar y con el pasar de los años terminan trabajando para esas niñas que con el tiempo han crecido para ser madres y estar al cuidado de una casa. ¿Tu mucama va al mismo baño que vos? ¡Horror! Si hay algo que se destaca claramente en Historias cruzadas son sus personajes, construidos con la simpatía suficiente como para interesar al espectador y ejecutados de manera brillante por todo el elenco, principalmente por las multinominadas Viola Davis (una vez más sorprende con una performance sobrecogedora) y Octavia Spencer (ganadora del Globo de Oro a mejor actriz de reparto), pero también por Jessica Chastain, Sissy Spacek y Bryce Dallas Howard -estas últimas quizás con papeles más burdos, demasiado exagerados, pero no por ello muy bien logrados-. Otras dos que merecen una mención especial son Eleanor y Emma Henry, dos pequeñas hermanitas que interpretan a Mae Mobley, la beba que Aibeleen (Davis) tiene que cuidar. En dos o tres breves apariciones las pequeñas logran emocionar, lo que en realidad habla muy bien de la dirección de actores (por algo este filme tuvo tantas nominaciones a "mejor elenco"). Tate Taylor, director con poca trayectoria, adaptó el libro de Kathryn Sockett (Criadas y señoras) y se puso tras las camaras de este filme candidato al Oscar. Se le objeta haber tratado el tema demasiado banalmente, que sus personajes son caricaturescos y extremos (la mala nefasta de Dallas Howard y la buena buenísima de Chastain lo ejemplifican perfecto), sin embargo, todo parece indicar que la idea de Taylor era hacer una película agradable con un mensaje y no un manifiesto antiracista. Supongo que los críticos también nos ponemos extremos cuando se trata de temáticas serias y debemos tomar posición clara. En este caso no lo haré: The Help pasa del momento más dramático y duro de digerir al chiste más inocentón y ese tratamiento edulcorado y poco serio no me parece suficiente como para defenestrar al filme. Al contrario, es cierto que hay películas que tratan el tema del racismo de una manera mucho más lograda, profunda y seria, pero si todas tuvieran un enfoque similar terminaríamos criticando que se parecen demasiado o que no está a la altura de la del pasado. Celia trata muy bien a Minny ¿Sus personajes son caricaturescos y exagerados? ¿Llevados al límite absoluto? Sí. Pero gracias a esos personajes, el guión logra sacarle el jugo a las situaciones para hacerlas realmente cómicas. A fin de cuentas y pese a la gravedad de algunas escenas, The Help es una película que logra hacer reír de la mano de personajes como el de Chastain -una hiper inocente mujer casada con un millonario- o como el de Spacek -una mujer mayor, casi senil, pero con arranques de lucidez muy oportunos-. De todos los caracteres, quizás el más criticable sea el de la madre de Skeeter, que por no ser extrema si no cambiante, termina desentonando en un filme tan lineal. Sus comportamientos terminan resultando ambiguos y carecen de verosimilitud, por distanciarse de sus actitudes anteriores. Ante la estabilidad y linealidad del resto de los personajes, lo que termina resultando poco creíble es el cambio redentor. Quizás Historias cruzadas no sea el documento al cual acudamos para entender el racismo en los '60 en una versión cinematográfica. Pero sí podría ser una primera aproximación para alguien completamente desentendido que no busca información como para una tesis pero que sí quiere pasar un momento entretenido frente a la pantalla. Historias cruzadas es una película fácil de criticar, pero también es fácil de disfrutar si uno baja la exigencia y se divierte con su maravilloso elenco.
Una de las comedias revelación de los últimos meses, que llegó a nuestras carteleras con muy buenas críticas alrededor del planeta fue 50/50, escrita por Will Reiser (productor de varios programas cómicos con poca repercusión aquí, de entre los que se destaca Da Ali G show, con Sacha Baron Cohen) y dirigida por Jonathan Levine (un realizador con cierto renombre por ser responsable de The Wackness, una historia de un psicólogo adicto a la marihuana -Ben Kingsley- y un paciente con el mismo problema), y protagonizada por Joseph Gordon Levitt y Seth Rogen. Kyle tampoco lo puede creer Adam (Gordon Levitt) es un joven de 28 años que no fuma, hace ejercicio y "hasta recicla" como él mismo le aclara a su médico cuando este le informa sin eufemismos que le han detectado un cáncer en el pulmón y sus posibilidades de sobrevivir son, como dice el título, 50 y 50. El filme trata pues de las repercusiones que le genera al muchacho saber que puede morir en poco tiempo. Esta película, basada en la historia real de su escritor Will Reiser tiene otro paralelo con la realidad ya que Seth Rogen -que interpreta a Kyle, el mejor amigo de Adam- es realmente amigo de Will Reiser y lo acompañó durante su enfermedad así como lo hace en el filme. Pese a la seriedad del tema que trata, 50/50 no deja de ser una comedia simple, algo vulgar (Seth Rogen hace casi el mismo personaje de siempre) y en donde toda la comedia pasa por dos lugares: 1) chistes soeces más que nada disparados por situaciones de "levante" (el personaje de Rogen parece tener el único interés de seducir mujeres y trata de distraer a Adam con esos asuntos); y 2) situaciones desafortunadas en las cuales el espectador decidirá reír para no llorar: algo así como reírse de las desgracias. En terapia Gordon Levitt brilla una vez más y se va afianzando como uno de esos intérpretes que nos dan ganas de pagar la entrada de cine para ver. Seth Rogen simplemente sirve de partenaire y Anna Kendrick (Up in the air) está desaprovechada en un personaje demasiado soso (está claro que la psicóloga que interpreta es muy inexperta, pero los diálogos durante las sesiones son realmente pobres y superficiales). Por su parte, Anjelica Huston hace una gran labor como la dolida madre de Adam, dentro de una relación madre-hijo muy particular. También participa la muy ascendente Bryce Dallas Howard en un papel que le sienta bastante bien. Gran vuelta de Anjelica El guión oscila constantemente entre chistes algo zonzos y situaciones dramáticas que los terminan tiñendo. La más lograda de ellas, sobre el final, en la camioneta, es realmente conmovedora. 50/50 es la más dramática de las comedias que han tenido presencia en cartelera en los últimos años. Con un buen elenco, un guión aceptable, pero un tema importante e interesante de tratar (sumado a la conexión obligada con la realidad del autor), esta comedia termina por destacarse mínimamente del promedio de películas que podamos encontrar entre lo que se ofrece usualmente. No brilla, pero vale la pena una mirada.
Lo primero que llama la atención de Damas en guerra es su protagonista: Kristen Wiig (también responsable del guión, como aclaramos en el prólogo) no es una cara conocida por nuestros pagos y sin embargo posee una química en pantalla que engancha al espectador de inmediato. Salida de la hiperprolífica cantera de Saturday Night Live (al igual que su coprotagonista Maya Rudolph), esta muchacha no sufre ningún pánico escénico a la hora de saltar a un protagónico en la gran pantalla y, sencillamente, se come la película. En una comedia esencialmente femenina y muy "moderna" (con ese estilo tan despreocupado y tan semi improvisado de las películas humorísticas de estos tiempos), su simpatía es el primer rasgo destacable del filme y que hace que Damas en guerra sea una película que uno puede recomendar, con reservas. La historia dice que Lillian (Maya Rudolph, protagonista de Away we go) se va a casar y su amiga de toda la vida Annie (Kristen Wiig) va a ser su dama de honor, junto con otras 4 mujeres, entre las cuales se encuentra Helen Harris (Rose Byrne), una amiga de la novia que se ha hecho muy cercana en los últimos tiempos. Annie era repostera, pero tuvo que cerrar su tortería cuando las cuentas dejaron de cuadrar. Y su novio la abandonó. Y se tuvo que mudar y compartir un departamento con un inglesito bastante peculiar, que llevó a vivir a su hermanita al hogar pero no quiere que contribuya con la renta. Y trabaja en una joyería convenciendo a cada pareja que va a comprar alianzas que en realidad el amor nunca es para siempre. Y su madre le recuerda que "lo bueno de estar en el fondo es que no se puede seguir bajando"... Cuando Annie conoce a Helen, la nueva preferida de Lillian, una cheta agrandada y superficial que se la pasa fanfarroneando de sus viajes y sus billetes, no puede más que odiarla. Y el asunto empeora cuando los planes de cada una para organizar los eventos previos a la boda empiecen a contradecirse. A partir de allí comenzarán los clásicos enredos que toda comedia tiene que irán increscendo a medida que avanza el metraje. Como no puede ser de otra manera en una comedia estadounidense, el espectador es sometido a -cuanto menos- una escena de humor escatológico: si esto no sucediera, no estaríamos frente a una comedia yanqui (¿será una regla impuesta por las productoras?). En este caso, la secuencia llega a límites insospechados (se incluyen vómitos, vómitos sobre vómitos, una mujer subida de peso haciendo sus necesidades en un lugar insospechado y frente a otras damas muy paquetas... en fin) y posiblemente sea la más recordada del filme: ustedes sabrán catalogar eso como bueno o malo. Los personajes secundarios que acompañan a la historia (en especial el resto de las damas de honor) contribuyen con algunos momentos cómicos en el filme aunque su desarrollo en sí no esté del todo logrado: dentro del conjunto tenemos a Rita (Wendi McLendon-Covey), una mujer harta de su matrimonio y, especialmente, de sus salvajes hijos; a Becca (Ellie Kemper), una recién casada hiper inocente y positiva -estos dos personajes tienen un pico de protagonismo y se esfuman sobre el final-; y esencialmente Megan (Melissa McCarthy, de la serie Mike and Molly), la desquiciada cuñada de la novia, una indescifrable mujer dispuesta a cualquier cosa y cuyos intereses nunca están demasiado claros. También forma parte del elenco el irlandés Chris O'dowd (protagonista de la serie The IT crowd, que se transmite por I-Sat, por lejos el mejor canal del cable convencional) como el muchacho común que puede enamorar a Annie y sacarla de sus miserias. ¿En qué falla Damas en guerra? Principalmente en el largo de su metraje (más de dos horas para una comedia tontuela siempre parece demasiado, y aún más si el resultado final es tan igual a todo el resto de las comedias que podamos encontrar) y en un guión que acierta más en el desarrollo de cada conflicto que la disposición de los mismos. ¿Y por qué acierta en el desarrollo de los conflictos? Porque en cada uno de ellos aparece una Kristen Wiig brillante, atractiva, chispeante, alocada. Su personaje sí está bien desarrollado, sí tiene profundidad, sí logra preocuparnos y hacernos sentir empatía. Tanto en su personalidad explosiva (Annie puede discutir como una niña con una adolescente en su puesto de trabajo o destruir todos los arreglos de una lujosa fiesta -ojalá esa sea la escena más recordada del filme- y siempre nos ponemos de su lado), en sus celos ante Helen, en su desconcierto ante sus extraños compañeros de casa o ante el amor abrasivo de su madre o en su desconfianza para con todo el género masculino, el personaje siempre nos da algo con lo que nos podemos identificar. Damas en guerra es todo lo buena que es porque Kristen Wiig está en ella y es todo lo mala que es porque ella misma falló al desarrollar el guión. Con esos elementos en la balanza, termina pesando más el primero y, con reservas, podemos decir que estamos ante una buena comedia. Entretenida, a veces chistosa y con una humorista muy talentosa en pantalla durante casi toda la historia. Y con eso nos quedamos.
La nueva incursión en la comedia de la algo gastada Cameron Díaz (si bien su carrera tuvo altibajos, no podemos ser contemplativos con una película como Lo que ocurrió en Las Vegas...) prometía bastante: la idea de una atractiva maestra de primaria con un total desinterés por la enseñanza y sus alumnos parecía ofrecer bastante en contraste con la clásica figura del profesor comprometido que da todo por los estudiantes. A Elizabeth Hasley (Díaz) lo único que le interesa en la vida es levantarse a un tipo que le pague una vida de lujo. Y ya tenía todo abrochado hasta que su futuro marido se da cuenta y la abandona. Perdido por perdido, Elizabeth retoma el trabajo en el colegio del que había renunciado hacía tan sólo unas semanas. Sin embargo, la vuelta de tuerca que le intentan dar los guionistas de The Office (de la versión estadounidense, Lee Eisenberg y Gene Stupnisky) pareciera ir demasiado lejos: Elizabeth no sólo no le interesa dar clases o respetar en lo más mínimo a su alumnado, si no que ni siquiera pareciera hacer lo mínimo e indispensable como para conservar su trabajo. A Dewey Finn (Jack Black), el protagonista de Escuela de Rock, le pasaba algo similar, pero al menos parecía preocupado por mantener su puesto. Y con el tiempo, también se terminaba interesando por sus alumnos. Elizabeth sólo muestra entusiasmo cuando aparece por los pasillos de la escuela un apuesto y casualmente rico profesor interpretado por Justin Timberlake. Y si a eso le sumamos que otra colega es demasiado estricta con las actividades y se la pasa vigilándola, el hilo que sostiene el interés en la verosimilitud (ok, es una comedia zonza, pero no por eso debería dejar de tener un sostén creíble) decae estrepitosamente. Aún peor es el desarrollo del personaje principal que eligieron los guionistas. Si realmente lo único que le interesa a Elizabeth es un novio que la mantenga para tener una vida fácil y su desinterés por el resto del universo es tal como se muestra en el comienzo del filme (Elizabeth pasa los primeros meses de clases pasando películas en lugar de dar clases de literatura, maltrata a sus alumnos, se emborracha y se droga en la puerta del colegio, hace una exhibición pública lavando coches y se queda con los fondos recaudados...) entonces no deberían alcanzarnos 40 minutos más de metraje para convencernos de que puede cambiar... En ese despilfarro de maldad que ejerce el personaje de Cameron Díaz, algunos personajes secundarios ofrecen algunos momentos de risa: en especial el profesor interpretado por Timberlake (un idiota incurable) y la maestra que personifica Lucy Punch (que trabajó últimamente en Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen, como la novia del personaje de Anthony Hopkins), una maniática cuyo único interés es el de ser reconocida como la mejor por el resto de los profesores. Un compendio de personajes completamente exagerados en donde el único que parece un tipo común y corriente es el de Jason Segel (el protagonista de Olvidándome de mi ex, siempre parsimonioso y tristón, pero algo desaprovechado en un papel que no le da lugar para demasiadas risas. Con un guión flojo, de personajes intermitentes y vacuos, Malas enseñanzas se queda en intentos y no sé decide si quiere ser mala, vil, vengativa y egoísta o simplemente una comedia más con la historia de siempre y la moraleja sobre el final. Cuando sobre el final del metraje el peso argumental va decantando esta última idea, ese comienzo que parecía promisorio -aunque en realidad fuera una ilusión del espectador por ver algo diferente y audaz- se diluye en los clichés de siempre condimentados con alguna que otra maldad y alguna que otra incursión en lo políticamente incorrecto y nos deja con sabor a poco. Malas enseñanzas es una comedia que se vende distinta, que aparenta personalidad, pero que carece de brillo y cae en los mismos errores que la gran mayoría. Es digna de algunas risas y tiene algunas actuaciones interesantes, es cierto, pero no deja de dar la impresión de que podría haber sido mucho mejor.
Bichos no tan raros El último filme de Ana Katz podría tranquilamente considerarse entre los mejores largometrajes autóctonos del 2011. Sin grandilocuencias ni historias exageradas, pero con un guión sólido y algo escurridizo, actuaciones fenomenales, gran pulso narrativo y la cámara puesta donde debe estar, Los Marziano es un producto que cierra bien por todos lados, porque aunque parece dejar hilos sin resolver, cuenta todo lo que quiere contar en realidad. Juan sufre una extraña aflicción ¿Qué cuenta Los Marziano? Los pormenores de una familia que podría ser cualquiera: Arturo Puig interpreta a Luis, un hombre serio, de buen pasar económico, que vive en un espectacular barrio cerrado con su esposa Nena (una brillante Mercedes Morán) y que luego de sufrir un accidente al caer en un pozo hecho adrede en el campo de golf del country, dedicará todo su tiempo a descubrir a los culpables. En el otro extremo está Juan (Guillermo Francella), el hermano medio chanta, que vive pidiendo plata prestada y boya de proyecto en proyecto, de lugar en lugar, y que justo cuando todo parecía indicar que finalmente conseguiría un trabajo, sufre una extraña enfermedad que, misteriosamente, le impide leer. En medio de ellos está Delfina (Rita Cortese), una mujer separada a la que no le sobra nada, que trata de mediar en la tirante relación entre sus dos hermanos y entre Juan (que vive en Misiones) y su hija adolescente a quien no ve demasiado a menudo. El guión de Los Marziano avanza sobre esos frentes para contarnos de a poco lo importante de la historia, que es esa descripción minuciosa de los vaivenes familiares, las trayectorias de vida de sus integrantes, las decisiones de unos, las críticas de otros, los enojos, las separaciones, las recriminaciones y las mediaciones que existen en todas las familias y que se hacen más presentes cuando los hermanos ya no son solo hermanos sino también padres, tíos, tutores o encargados. A Luis lo obsesionan los pozos en su country Si hay algo que se destaca particularmente por sobre el guión es el conjunto de actores que la protagonizan, una verdadera orquesta con lucimiento tanto grupal como individual. El Luis amargado y recio de Arturo Puig es sencillamente demoledor, un personaje tan simpáticamente construido (podemos verlo obsesionado con los pozos del country, sofocado por una esposa que no le hace caso y a la que no quiere hacer caso, mezquino con el jugo de naranja y hasta desubicado al divertirse con su sobrina) como sobriamente ejecutado. Guillermo Francella vuelve a destacarse en el cine con un papel "semi-serio" (como en El secreto de sus ojos, no es payasesco aunque sobre él recaiga la mayoría de las secuencias cómicas) y le saca el jugo tanto al rol humorístico como al dramático. Mercedes Morán demuestra que el papel de señora bien le encaja mucho mejor que los miles de papeles de mujer de clase media que ha hecho: su esposa cheta, bonachona aunque mentirosa, es un verdadero deleite. Por último, Rita Cortese vuelve a dejar en claro que es una de las mejores actrices argentinas aun cuando los papeles no le exijan demasiado. Nena, genial composición de Mercedes Morán Es necesario remarcar la estilizada dirección de Ana Katz, que acierta en cada plano logrando belleza y hasta suspenso mediante la inteligencia en la elección de los planos. Los Marziano podrá no ser una película popular, ni la típica de Francella, ni una comedia desopilante y tampoco un drama intenso, y dejará a muchos con sentimientos encontrados hacia el final, pero es una gran película que describe con sinceridad y de forma entretenida los entretelones de una familia común y corriente.