La culpa y el perdón El lúgubre paisaje de la Patagonia Argentina es el escenario en el que Francisco Paparella decidió ambientar su ópera prima, un western sobre los pecados y expiaciones de un hombre preso de sus secretos. Zamora (Diego Alonso), es un empleado rural que guarda un secreto (desconocido para el espectador) y cuya culpa intenta purgar trabajando rudamente y en silencio, mientras que en paralelo una serie de femicidios pone en vilo a toda la región. Paparella se nutre para Zanjas (2016) no solo del paisaje como elemento decorativo sino que también lo aprovecha para trabajar sobre una serie de simbolismos y alegorías sobre la culpa y la redención: el agua como purificadora, el puente que arregla a diario nexo entre el bien y el mal, las montañas como símbolo de elevación que lo harán llegar al cielo y conseguir el perdón. Una serie de alegorías teñidas de religiosidad y mística que construyen el purgatorio en el que se encuentra el personaje. El punto de vista que maneja la trama es el del Zamora y dentro de esa lógica el fuera de campo es un determinante para entender la psicología del personaje. Todo el contexto solo se ve por el televisor que Zamora tiene prendido en su casa o aparece en charlas con los pocos compañeros que posee. Es en esos momentos donde la información aparece a cuentagotas para así entender que lo atormenta, aunque tratado desde la ambigüedad y generando más dudas que certezas. El novel director aprovecha al máximo el espacio paisajístico y esto hace que por momentos la película no consiga transmitir el clima de opresión del personaje pecando de abyecta. Pese a esto Zanjas no es un mal debut, tal vez peque de cierta pretenciosidad en lo estético contradiciéndose con las miserias que cuenta pero tampoco es tan grave.
El editor, la empleada, su mujer y la amante Con una filmografía que incluye 21 obras, El día después ((Geu-hu, 2017) es recién la segunda película del surcoreano Hong Sang-soo que se estrena en la Argentina luego de En otro país (Da-reun na-ra-e-suh, 2012). Habitual presencia en los festivales más importantes del mundo, la llegada de su último opus, presentado en el 70 Festival de Cannes, es toda una celebración, tanto para sus seguidores como para aquellos espectadores que quieran disfrutar de una comedia dramática atípica que reflexiona sobre la atracción, el deseo, la mentira y los celos. El día después se centra en Bongwan, un crítico literario devenido en editor que mantiene una relación paralela con su asistente. La relación se fractura, la amante todoterreno abandona su trabajo y aparece una nueva empleada: Areum. Es ahí cuando la esposa se entera del engaño y confunde a la nueva empleada con la amante, que regresa repentinamente para querer volver a ocupar ambos puestos. Todo esto en el término de 24 horas. Hong Sang-soo filma una clásica comedia de enredos amorosos pero no desde el lugar común al que muchas veces se apela sino desde la crisis interna que afecta al protagonista, poniendo el acento en la confusa situación emocional que lo abate en cada uno de los encuentros que mantiene con su mujer, la nueva empleada y su amante. Para hacerlo recurre a una puesta en escena mínima (un departamento, la editorial, un restaurant), utiliza una fotografía en blanco y negro, planos largos, con solo algunos movimientos de cámaras y evita todo tipo de cortes, para que los diálogos tomen vital importancia como también la construcción de las atmosferas que envuelven cada una de las escenas. Se pasa del humor al drama (o viceversa) con la naturalidad que solo el surcoreano puede hacerlo. El día después no apura las situaciones, ni utiliza pirotecnia visual alguna como relleno. La trama, narrada en dos tiempos, va y viene permanentemente evitando todo tipo de referencias sobre el presente y el pasado, provocando una confusión adrede en el espectador, casi la misma que sufren los personajes que deambulan en ese espacio. Hong Sang-soo mantiene ileso su estilo, forjado en el rigor del plano largo y fijo, con la indiscutible sensibilidad del trazo y la penetración en los personajes que atestiguan la mano y la voz de un maestro, un brillante retratista del comportamiento humano.
"Fayó" dividido Pablo Fayó fue calificado a mediados de los años 80 como una de las jóvenes promesas del comic nacional pero, de la noche a la mañana, casi en silencio y con el mayor sigilo posible, colgó los botines y tomó otro rumbo: el de la música. Santiago García Isler (A vuelo de pajarito, 2014) reconstruye en su segundo largo documental la vida y obra del "personaje" de quien aún hoy se sigue esperando un regreso, ya no como joven promesa sino como artista consagrado. Los inicios de Fayó se remiten, como la de muchos artistas, a no ganar un concurso que le abrió las puertas para publicar sus historietas en los primeros números de Fierro. Casi de inmediato consiguió el reconocimiento, no solo de los lectores sino también de colegas y personalidades vinculadas al mundillo del comic. Pero Fayó poco a poco dejó dibujar y un día cerró para siempre el cuaderno para ponerse una guitarra al hombro y dar comienzo a una nueva aventura. En Algo Fayó (2017) García Isler formula una pregunta que atraviesa toda la trama: ¿Qué pasa en el entorno de una persona que tiene todo para triunfar pero que oponiéndose a lo que se espera de ella decide tomar otro camino? García Isler reúne desde colegas, amigos, una ex mujer y hasta la hija de Pablo Fayó para interpelarlos frente a la decisión que tomó un artista del que se esperaba todo, y de esta manera no solo encontrar una respuesta a la pregunta inicial, sino a la vez construir un retrato íntimo de Fayó, casi como si se tratara del personaje de un comic. Pese a ser un documental de los llamados de cabezas parlantes (y a priori para fanáticos, aunque esto no sea así) García Isler logra imprimirle una estructura dinámica, en la que se mezclan elementos visuales y narrativos característicos del comic con otros del género documental, pero cuyo principal capital resulta ser el propio Fayó, un personaje con un carisma y un bagaje digno de una película.
Viaje por el tiempo Luego de El fruto (codirigida por Patricio Pomares, 2010) e Intemperie (2015), que versaba sobre el artista plástico Eduardo Stupía, el realizador Miguel Baratta aborda en su nueva película el misterio que se esconde tras las máscaras a través de la figura de la escritora Luisa Valenzuela. Cuando Luisa Valenzuela es invitada a realizar una muestra de su colección personal que contiene más de 250 máscaras en el Museo de Arte Decorativo de Buenos Aires Baratta ve la oportunidad de una película, pero no sobre la trastienda del montaje o la realización de la exposición propiamente dicha sino sobre el misterioso mundo que rodea a las máscaras. Baratta ancla Galpón de máscaras (2017) en Valenzuela, quien es la encargada de llevar adelante el relato y darle cierta cohesión, pero las verdaderas protagonistas son cada una de las máscaras a través de sus historias. Cómo en el libro Diario de máscaras, la película puede verse como una road movie que recorre el mundo donde los paisajes y las situaciones son producto de la imaginación que despierta cada una de esas máscaras. A través de un relato observacional, casi voyeur, donde el director funciona como un espía que juega con su propia imaginación y la del espectador, Galpón de máscaras se convierte en un apasionante viaje a través de los siglos y las diferentes culturas que poblaron el mundo con sus máscaras.
Un alumno más Luego del premiado corto Las arácnidas (2015) el venezolano radicado en Argentina Tom Espinoza debuta en el largometraje con Arpón (2017), un drama social con impronta de thriller que bucea sobre las vidas de dos seres de diferentes generaciones, que buscan pertenecer (con toda la ambigüedad que ese verbo implica) sin importar las consecuencias. Arguello (otra impecable actuación de Germán de Silva) es el director de un colegio secundario en Berazategui cuya principal cualidad es el autoritarismo. No tiene ningún prurito a la hora de revisar mochilas casi a diario, tomar bruscamente a los alumnos de un brazo o agredir verbalmente a un colega. Cata es una alumna de 14 años a la que un día le encuentran una jeringa con una especie de líquido que se inyecta en los labios para lograr un mayor grosor. Un accidente en el río, una madre ausente y la obligación de hacerse cargo de la muchacha pondrá a ambos personajes en una situación límite que cambiará sus vidas para siempre. En los primeros minutos la cámara sigue a Arguello, lo acosa desde atrás, interpelando sus acciones autoritarias, sus agresiones, generando en el espectador una apatía que más tarde se repetirá con Cata. Es en esa forma de presentar a los personajes y de alejarlos de toda condescendencia con el espectador, molestándolo ante la ausencia de carisma, que la historia se vuelve creíble ante situaciones que pueden dar la sensación de inverosímiles. Hay una incomodidad manifiesta. Espinoza ancla el relato en aparentes opuestos para hablar de dualidades. Dos generaciones que enfrentan los mismos problemas es el eje de un relato del que se desprende un abanico de temas que abarcan desde la trata de personas, las adicciones, el culto a la belleza, la pedofilia, la falla del sistema educativo, el despertar sexual, el abuso de poder y el abandono, y es en ese afán de querer hablar de todo donde Arpón pierde. La historia, en vez de potenciarse, va haciéndose cada vez más endeble y esa fuerza arrolladora del principio se vuelve volátil. Sin ser una obra compacta, y pese a sus vaivenes, Arpón, al contrario de sus personajes, no tiene la necesidad forzada de encajar dentro de un sistema cinematográfico que muchas veces se repite. Y esa diferencia hace de Espinoza un director a tener en cuenta.
Rey sol Reconocido y premiado por sus cortos, La Reina (2014) arrasó en casi todos los festivales que participó, Manuel Abramovich debuta en el largometraje con una ópera prima que sigue con el estilo que venía trabajando, donde prevalecen la solvencia narrativa y la originalidad de la puesta en escena. Solar (2016) son dos películas dentro de una. Por un lado tenemos la historia de Flavio Cabobianco, al que algunos recordarán y otros ni siquiera habrán escuchado nombrar. Flavio fue un mediático niño que a principios de la década del 90, con apenas 10 años, publicó el libro Vengo del sol, un fenómeno en ventas de la literatura new age. Veinte años después el libro está a punto de ser reeditado y Abramovich intenta hacer una película documental sobre su historia. La palabra “intenta” en este caso no está usada peyorativamente sino que es literal, porque en el intento de hacer ese documental, el director, se topará con un montón de situaciones que harán que la película termine transformándose en un documental sobre el detrás de lo que iba a ser la primera película. Cine dentro del cine. Por un lado tenemos la historia primaria de Flavio, su hermano Marcos (encargado de velar por la sabiduría del niño prodigio) y sus padres. La trama busca explicar el fenómeno del impacto social y personal que tuvo la edición del libro. Pero por otro lado hay un director (Abramovich) que pierde el control de su película y a un protagonista que pretende asumir ese rol. El conflicto puede hacer que todo quedé trunco y uno de los dos debe ceder. Sin lugar a dudas la gran virtud de Abramovich es la de encontrar historias donde otros no las ven. Otro director tal vez nunca se hubiera corrido de la idea original y no habría visto que el anclaje de la verdadera historia estaba en otro lugar. La dolorosa frustración de un fracaso muta en un posible éxito. Solar es un verdadero hallazgo dentro del cine documental que muchas veces no puede escaparse de sus propios cánones y estructuras. Abramovich rompe con todo eso y ofrece una película fresca, descontracturada, original, con mucho humor y que reconfirma que todas las expectativas que había sobre él eran acertadas.
Sueños de amor francés Con tan solo cinco películas a sus espaldas, Samuel Benchetrit ha logrado desmarcarse claramente. En tanto que director, presenta a menudo personajes cómicos que intentan sobreponerse a infortunios y decepciones, y nos atrae hacia mundos de fabliaux pícaros. Mundos en los que todos son pecadores o locos pero en los que al final nadie resulta perjudicado. La comunidad de los corazones rotos (Asphalte, 2015) se compone de tres historias ligadas entre sí por un bloque de pisos deteriorado y lúgubre. Vemos a seis personajes, todos ellos solos y cómicos, que poco a poco van formando pares. Los solitarios encuentran amantes, los hijos encuentran madres y la película explora así con gran acierto el impacto social de los proyectos de viviendas públicas. Después de todo la primera imagen es la de un bloque de pisos a medio derruir. Los bloques de pisos de Benchetrit están atrapados (con la nostalgia que lo caracteriza) en algún punto incierto entre los años ochenta y el presente. Sus típicos grises, marrones y beiges también proliferan en casi todos los planos (en concordancia con el título), y los personajes están a menudo filmados desde atrás. El resultado es un interesante y abrumador sentimiento de la condición de dislocación y separación de este mundo, emitiendo así una suave crítica. Pero la predecible obsesión del director con las crisis humanas (a menudo masculinas) y con los personajes cuyos nombres acaban en "Stern-" no resulta en absoluto aburrida. Todos sus fabliaux poseen un estilo de montaje atractivo y contundente que se añade al gran manejo del humor visual que lleva 14 años demostrando. Sigue recurriendo con gran maestría a actuaciones exageradas y brillantemente incómodas por parte de su elenco francés (en una muy francesa producción), solo que esta vez introduce al actor americano Michael Pitt. Pero Pitt no es el único matiz que introduce el director. La comunidad de los corazones rotos es mucho más naturalista y comedido que sus anteriores films. Los habituales diálogos ingeniosos también se han reducido. En su lugar, el director ha potenciado todavía más las oposiciones características de los fabliaux. Así, vemos cosas cómo jóvenes se enamoran de viejos en escenas graciosas y refrescantes, mientras un astronauta americano aterriza de manera surrealista en la azotea de un bloque de viviendas sociales de Francia... Los múltiples relatos les permiten una y otra vez hacer un chiste, pasar a otra historia y luego volver para rematarlo con una frase concisa y sensiblera. Esto significa que el ingenio visual y la intensidad de su retrato social justifican sobradamente a La comunidad de los corazones rotos.
El derecho de luchar En El puto inolvidable. Vida de Carlos Jáuregui (2016), debut en el documental de Lucas Santa Ana, se toma la figura del activista por los derechos gays para contar tanto su historia como la del movimiento. La historia de Carlos Jáuregui es de por si cinematográfica y era casi una obviedad que tarde o temprano el cine se iba a ocupar de ella. Activista gay, fue el gran impulsor en los cambios legislativos otorgando derechos que hace 40 años atrás eran impensables. Que hoy se hable de matrimonio igualitario, familias homoparentales, identidad de género, y un sinfín de temas más, es gracias a una lucha que comenzó en los albores de la democracia y que atravesó los más variopintos gobiernos. Si la adquisición de derechos es una decisión política, detrás de esa decisión hay una lucha y de la que Carlos Jáuregui es sin duda la figura central, aun trascendiendo su propia vida. Lucas Santa Ana reconstruye ese batalla a través de la figura de Gustavo Pecoraro, amigo de Carlos, quien funciona como una especie de guía hacia los puntos claves de la historia. Lo hace buscando a quienes lo conocieron, fueron cercanos, compartieron la lucha o simplemente una charla. La trama se complementa con un nutrido material de archivo que atraviesa casi un cuarto de siglo de la historia del país en materia de derechos LGBTI, pero todo de manera orgánica, sin que resulte forzado, abriendo el relato a otros luchadores de la causa. La narración fluye de manera natural logrando que la historia atrape más allá de su valor sociopolítico y de nicho. El puto inolvidable. Vida de Carlos Jáuregui es un documental necesario, no solo para conocer la figura de un icono que en tiempos difíciles se plantó frente a gobiernos, políticos, jueces, periodistas y una sociedad que era parte de un sistema arcaico y patriarcal logrando derechos que hoy parecen naturales, sino también para entender que pese a que en épocas donde los derechos adquiridos tienden a desaparecer si existe la lucha colectiva se puede hacer algo que lo revierta.
El futuro que viene Una película argentina, post-apocalíptica, que vira entre la ciencia ficción y el thriller futurista, ambientada en el Altiplano boliviano es algo a lo que el cine no nos tiene muy acostumbrados. El argentino Nicolás Puenzo presenta una ópera prima atípica, que reúne todos estos elementos y propone una reflexión sobre el poder y los abusos corporativos. Los últimos (2017) sucede en un futuro cercano luego de que la guerra por el agua acabara con gran parte de la humanidad, aunque, pese a eso, el amor y la esperanza luchen por sobrevivir. La historia de Los últimos parte de un hecho real cuando en 2016 se declaró la Emergencia Nacional por el agua en Bolivia. Los autores (Nicolás y Lucía Puenzo) narran una historia de ciencia ficción a partir de un mundo desbastado de recursos naturales, donde el poder está en mano de corporaciones que manipulan a los seres humanos para que actúen a su favor y el futuro es tan negro como el presente. En medio de ese caos Yaku (la actriz y modelo peruana Juana Burga) y Pedro (Peter Lanzani), una joven pareja, y Ruiz (Germán Palacios), un fotoperiodista de guerra, emprenden una huida hacia el Pacífico. Puenzo se nutre de una atmosfera distópica y angustiante como la que Alfonso Cuarón construyó en Niños del hombre (Children of Men, 2006) para, con el fondo de los desolados paisajes del Altiplano, crear una especie de tensión ambiental a punto de explotar. Un espacio abierto, pero desierto y decadente, gracias a la dejadez y al caos es el escenario que Puenzo elige para situar la acción de Los últimos, donde pesar de la violencia (directa o latente) que impregna toda la trama, las imágenes, lánguidas y amenazantes del paisaje urbano (fotografiadas por el propio director), expresan el estado de ánimo atormentado y desesperanzador de quienes lo habitan. Tan alegórica como encantadoramente espeluznante, si algo tiene Los últimos es un riesgo infrecuente en el cine argentino reciente, donde el diseño de producción de un mundo post-apocalíptico y la ausencia de explicaciones innecesarias son sus mayores logros, más allá del irremediable mensaje al que nos conducen sus protagonistas hacia el final.
Dos mundos opuestos En su segunda película, el director austriaco afincado en Argentina Lukas Valenta Rinner (Parabellum, 2014) filma una tragicomedia sobre la sociedad actual y la lucha de clases. Los decentes (2016), vista en el 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es una de las mejores aproximaciones cinematográficas al contradictorio mundo de los barrios cerrados y el afuera circundante que se les opone. En la primera secuencia de Los decentes se nos presentan a varias mujeres en una especie de casting para conseguir un puesto de empleada doméstica en un country ubicado en las afueras de Buenos Aires. Minutos más tarde vemos a Belén (Iride Mockert), la ganadora, ingresando al lugar habitado por familias de una clase social alta y que en la película representarán a "los decentes". Pero para sorpresa de la nueva residente de ese espacio de apariencias y superficialidades al lado de la casa que habita hay una comunidad nudista, "los indecentes", por la que Belén se siente atraída y cercana. El director trabaja desde la construcción de dos mundos opuestos. Por un lado la familia sanguinea a la que Belén sirve integrada por una madre superficial (Andrea Strenitz) y un hijo (Martín Shanly) con trastornos obsesivos. Mientras que por el otro lado hay una “familia” que pasa sus días desnuda al sol, trabajando el campo, leyendo poesía y disfrutando del sexo grupal. Los decentes e indecentes a los que el film hace referencia son la representación lisa y llana de dos extractos sociales bien definidos. Un country y un cerco que separa dos mundos: de ricos y de pobres. Los decentes es la construcción metafórica de una realidad, donde los barrios cerrados habitados por ricos se sienten protegidos de los pobres que, en la mayoría de los casos, se encuentra detrás del muro, viviendo con menos confort, mayor libertad y siendo prrovocados por un un mundo de ostentación donde lo banal predomina sobre los valores. La tensión entre esos dos mundos existe pero es a partir del pedido de la expulsión de la comunidad nudista y la muerte accidental (o no) de uno de sus miembros que la guerra estalla. La indecencia (pobreza) debe ser erradicada de las cercanías porque para ellos representa la inseguridad, el peligro, lo que no quieren ver. Rinner erige su obra sobre la lucha de clases y las relaciones humanas a través de situaciones absurdas trabajadas desde una metafórica realidad, que con un dispositivo técnico y narrativo, controlado hasta al más mínimo detalle, combina la acidez de un humor personal, libre de tabués y preconceptos, con una rigurosa puesta en escena construida a partir de la centralización de planos fijos.