Reencuentro esperado. La grandeza del existir se encuentra en la simpleza que nos rodea. Pequeñas historias, enormes adversidades a transitar y cuando nos damos vencidos por el cansancio que da la batalla, la sabia vida nos regala otra oportunidad, una genuina amistad es un bello y eterno ejemplo. El realizador Neil Burger (El ilusionista, Sin límites, Divergente) dirige el remake estadounidense de la exitosa comedia dramática francesa Amigos intocables (Intouchables, 2011), en la que aborda el desarrollo de la amistad entre un millonario que quedó parapléjico después de un accidente, Phillip (Bryan Cranston) y Dell (Kevin Hart) un desempleado con antecedentes criminales que es contratado como enfermero auxiliar. La asistente ejecutiva de Phillip, Yvonne (Nicole Kidman), no considera que esté calificado para el puesto. Estos dos personajes muy diferentes en apariencia, pero cercanos en lo más íntimo, se volverán amigos y cada uno sacará la mejor parte del otro que hasta ese momento, estaba escondida bajo las barreras del enojo, la incomprensión y la frustración, -funcionando como perfecto espejo el uno para el otro-, para observarse a uno mismo, aceptarse y volver a ser feliz, a pesar de las circunstancias dadas. Amigos por siempre (The Upside, 2017), en verdad funciona porque el encuentro de los protagonistas se da en un momento muy particular y vulnerable de sus vidas. Ambos se sienten víctimas de una realidad injusta y se reconocen como luchadores, dato que no es menor, puesto que ambos tienen una alta resistencia a la entrega y confianza de su corazón, ya que fueron muy golpeados por la vida, de diferentes maneras y parados desde un lugar completamente opuesto –de ahí el nombre original del film-, sólo ellos pueden ayudarse, siendo Dell el indicado para Phillip y viceversa, desde el momento en que Dell no espera su turno para ser atendido -desestructurando todo- y le saca una sonrisa a Phillip, sabemos que nacerá este amor en forma de amistad entre ellos, que los sanará del enojo antiguo que arrastran, del sentimiento de impotencia e injusticia por tener una vida que no creen merecer, porque les gustan la adrenalina y excentricidades, pero sobre todo porque son auténticos. Las actuaciones son impecables y acompañan de manera extraordinaria al excelente trabajo del director y de los guionistas, que se aventuraron con esta remake de la original francesa adaptada de un caso real, dado que se necesita de gran conocimiento y claridad con respecto a lo que se quiere contar y la manera, ya que coexisten aquí un gran drama con comedia, perfectamente balanceados y que fluyen como la amistad de estos diferentes y no tan distintos personajes. Es una fuerte y divertida historia que se recomienda ver a corazón abierto y quizás, al tratar con humor, realidades fuertes de una enfermedad que solo conoce el convaleciente o la cruda injusticia de un hombre que ama a su hijo y lucha porque no lo puede ver, nos demos un permiso para reflexionar sobre cómo nos encontramos aquí y ahora y aprendamos la lección: todo se puede superar, el camino se allana y se hace más liviano si pedimos ayuda y estamos acompañados por personas que nos aman como somos. Un mensaje importante y poderoso para todos -que vale la pena repetir- y comenzar el año de manera positiva.
Una realidad asfixiante. Muchas personas valiosas se desperdician por problemas de adicción, se trata de individuos que, por lo general, presentan características que se diferencian desde la niñez. Lo importante quizás no sean éstas características en sí, ya que varían; sino más bien, una tendencia a alejarse de ciertos hábitos culturalmente aceptados, muchas veces impuestos, desde las construcciones sociales. Estos tienden a no aceptar las normas establecidas y muchas veces buscan desesperadamente no sentirse parte de un rebaño. La sociedad los estigmatiza y trata de mantenerlos aislados, ya que representan un “problema” al intentar ir en contra de la corriente. Reflexionar acerca de las demás adicciones, que, si bien están camufladas y aceptadas en esta “hipócrita sociedad”, no dejan de alienar al sujeto, convirtiéndolo casi en un robot manejable, mediocre y carente de originalidad. David Sheff (Steve Carell), es el padre de Nicolás (Timothée Hal Chalame), un joven que se destaca en deportes, con una cultivada preparación académica y que, a los 18 años de edad, parece tener una carrera universitaria de prestigio como escritor. El mundo de David se derrumba cuando se da cuenta de que Nick comenzó a consumir drogas en secreto a la edad de doce. Como consumidor ocasional, Nick finalmente desarrolla una dependencia a las metanfetaminas y nada alcanza para sacarlo de su adicción. Al darse cuenta que su hijo se ha convertido en un completo extraño con el pasar del tiempo, David decide hacer todo lo posible para salvarlo. Enfrentando sus propios límites y los de su familia en el afán de ayudarlo; será su esposa Karen (Maura Tierney), la que lo haga reaccionar y reconocer con impotencia que no está en sus manos sacarlo de allí. El director y guionista Felix van Groeningen, enfoca este drama familiar desde un punto de vista diferente y realista, alejándose de convencionalismos muy trillados, que muestran el morbo de la destrucción en forma explícita, evitando así dar golpes bajos, lo cual resulta un acierto, ya que ésta podría haber sido una película más sobre adicciones. Deberíamos replantearnos como sociedad, si suma catalogarlos como “drogadictos”, ya que esto se convierte en un facilismo para desterrar o no ver el problema, muchas veces, auto promovido por sociedades que desean invisibilizar a cierta parte de la población por considerarlos una molestia, excluyéndolos así del sistema. En el caso de Beautiful boy nos encontramos con un adolescente inquieto, curioso, muy bien interpretado por Timothée Hal Chalame que claramente se rebela hacia lo establecido por lo externo y hasta por su propio padre, quien se ve desbordado por una situación que excede el límite de su comprensión. A pesar de la buena relación que existe entre ellos, el amor que transmiten, la química y la dulzura de esos momentos únicos e íntimos entre padre e hijo, al verlo crecer, compartir música, tener códigos; aparece aquí un claro mensaje para reflexionar acerca de los verdaderos motivos que generan una adicción no aceptada socialmente, sobre todo en los casos de personas que poseen una sensibilidad y curiosidad que les impide concebir algunas cuestiones que, para la mayoría, simplemente funcionan. Quizás tenga que ver con la incertidumbre sobre el lugar que van a ocupar en la sociedad. Tal vez, la asfixia que genera el hecho de que su padre haya depositado tantas expectativas en él, dado su rendimiento académico brillante, invita a la reflexión no sólo sobre las adicciones, la lucha eterna, honesta y solitaria de los que padecen esa enfermedad y otras, sino a preguntarnos cómo llegaron a ser víctimas de la ganancia para narcotraficantes, generando otro círculo vicioso y despistándonos quizás de la verdadera solución, ya que estas víctimas deben escaparse o adquirir estas sustancias en lugares marginales en donde su vida corre peligro.
El llamado de la intuición. Una nueva versión del terrorífico relato de brujería y ballet, historia de fantasía y horror al estilo gore con un trasfondo histórico social y político. Esta coproducción de Italia y Estados Unidos es un film de larga duración que, sin embargo, nos atrapa hasta el final. Intrigante, extraño, raro y hermoso a la vez, con imágenes y escenas muy sensibles. Suspiria (2018), es una remake de la película homónima de Dario Argento (1977) en la que el director Luca Guadagnino (Call me by your name, 2017) nos presenta una historia dividida en 6 actos y un epílogo ambientada en una Berlín dividida en 1977. Susie Bannion (Dakota Johnson), una joven bailarina estadounidense, viaja a Berlín con la esperanza de unirse a la famosa compañía de danza Helena Markos. Madame Blanc (Tilda Swinton), la coreógrafa, impresionada por su talento, elige a Susie para que interprete el papel principal en “Volk”, la principal pieza de la academia. A medida que se intensifican los ensayos del ballet final, las dos mujeres se acercan cada vez más. Ahí es cuando Susie descubre aterradores secretos sobre la compañía y los que la dirigen. Dakota Jonhson, se destaca en el papel de Susie, la niña amish que de adolescente se convierte en una talentosa bailarina y se va de casa. Guadagnino combina con astucia: seducción, sumisión, masonería, rituales, metafísica, dominación y contorsionismo de cuerpos que agonizan en éxtasis. Bajo un clima hostil de lluvias, frío y nieve, sobresale la dirección, fotografía, locaciones, vestuario, paleta de colores lúgubres y escenografía, generando una atmósfera esotérica, puesto que se trata de una secta escondida tras la fachada de una academia de danzas; con cierta reminiscencia al film El bebé de Rosemary (1968). La construcción de personajes e interpretaciones son acertadas. En la original de 1977 se trataba de un sueño febril lleno de colores violentos y sonidos estridentes; la película de Guadagnino acentúa su extrañeza por encima de los sustos y el gore con una paleta diferente. Además, existe una constante discusión en radio y televisión sobre el terrorismo y el grupo Baader-Meinhof para denotar el escenario social en el que transcurre la historia. La música juega aquí, un importante papel, con banda sonora propia, realizada por el músico Thom Yorke que explicó: “Fue un proceso extraño desde el principio. Suspiria es una de esas bandas sonoras legendarias. Parte de mi mente decía: “Por favor, no quiero escuchar esto nunca más. Eso fue realmente genial. Hay una forma de repetir en la música que puede hipnotizar. Seguí pensando que es una forma de hacer hechizos. Así que cuando estaba trabajando en mi estudio estaba haciendo hechizos. Fue una especie de libertad que no he tenido antes. No he trabajado en el formato de arreglo de la canción. Sólo estoy explorando”.
La familia se elige Una película que sin dejar de ser simple aporta valiosas enseñanzas, invitando a una reflexión sobre las emociones y trasfondos del comportamiento socialmente correcto e hipócrita de cierta parte de la sociedad japonesa versus la calidez de personas excluidas y deshonestas -de corazón sensible y atento al infortunio de los demás-, unidas por la injusticia y marginación, donde el dinero escasea y algunos métodos para obtenerlo se vuelven permisibles. Somos una familia (Manbiki kazoku, 2018), es el último film del director y guionista japonés Hirokazu Kore-eda (Nuestra hermana menor, 2015; Después de la tormenta, 2016), película que tuvo su estreno en el 71 Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro. Kore-eda es un cineasta completo que refleja en sus trabajos un sentido de humanidad diferente, con puntos de vista profundos y logrando conmover al espectador desde la simpleza. Este es el caso de Somos una familia, en el que nos relata la historia de una familia de ladrones y algo más… Al regreso de un robo, Osamu (Lily Franky) y su hijo Shota (Jyo Kairi), recogen en la calle a Yuri (Miyu Sasaki) una niña que, al parecer, se ha quedado sola en medio de una fría noche. Al principio, la esposa de Osamu, Nobuyo (Sakura Andô), se resiste a darle refugio, pero luego acepta cuidarla al ver la dura realidad en la que vive y da cuenta que están conectadas y unidas por las mismas cicatrices. A pesar de la pobreza y de sobrevivir con escasos recursos, esta familia parece vivir feliz, hasta que un incidente revela brutalmente sus secretos más terribles. Los amantes del cine oriental, se sentirán satisfechos con esta conmovedora película que se aleja de la demanda comercial. El guion es sincero y permite que las historias de esta singular familia se desarrollen con naturalidad; la elección de los actores es correcta y las actuaciones verosímiles; conformando una armonía en cada elemento del film, logrando que el espectador se involucre en la trama, empatizando con cada personaje e inquietándolo, a partir de cuestionamientos que surgirán, puesto que no se trata de un cine “obvio”, ya que establece un trabajo de introspección. Imprescindible ver en pantalla grande, historias honestas como esta permiten reencontrarnos con nuestro origen, en donde la vida sucede de manera espontánea. Vaciarnos para recomenzar siendo como somos realmente, sin planteos ni prejuicios, tarea difícil para el cine como herramienta, sin embargo, posible para Kore-eda.
Recuerda que fuiste niño. Se trata de una película para toda la familia, con el protagonismo indiscutido de la magia, los números musicales que seguramente deleitarán a los amantes del género y a los fans de Mary Poppins, aunque quizás no sea tan llevadera para niños pequeños debido a su larga duración, exceso de escenas musicales y poco diálogo. Michael Banks (Ben Wishaw), trabaja en el banco donde trabajaba su padre, y aún vive en la misma casa con sus tres hijos, Annabel, Georgie y John, y su institutriz Ellen. Jane Banks (Emily Mortimer), lucha por los derechos de los trabajadores y ayuda a la familia de Michael. Cuando la familia sufre una pérdida trágica, Mary Poppins (Emily Blunt) reaparece mágicamente en la vida familiar. Con la ayuda de Jack (Lin-Manuel Miranda), el siempre optimista lamparero, Mary hará todo lo posible para que la alegría y el asombro regresen a sus vidas. También les presentará personajes nuevos y emocionantes, incluido su excéntrica prima Topsy (Meryl Streep). Se trata de una secuela directa de la original, manteniendo la estructura y cambiando el contenido. Vale decir que funciona dado el estilo visual y estético de color y locaciones del director Rob Marshall, quien se especializa en el género, logrando aquí un excelente trabajo, armonioso entre la performance de los actores, vestuario, escenografía, fotografía y coreografía, manejando con cintura los tiempos para incluir la música entre los personajes y el tipo de historia que se está contando. Las animaciones asombrarán a los más chicos, sin lugar a dudas. La interpretación de Emily Blunt es remarcable, con un tono de ironía, simpatía y sarcasmo, nos regala su propia versión del personaje, tan amado por todos, homenajeando a Julie Andrews, aunque sin intentar copiarla. Se la extraña un poco al final, ya que en el comienzo resulta avasallante. Con respecto a Meryl Streep, cabe decir que tanto su personaje como su musical son entretenidos y bien logrados -quizás nos quedamos con ganas de disfrutarla un poco más-, quedando claro en este caso el mensaje a transmitir: hay que mirar la vida desde otro punto de vista. Probablemente darle menos protagonismo al farolero, hubiese sido una buena elección. La banda sonora no recupera las canciones originales, resultando esto un acierto y muy inteligente; con canciones nuevas, que conservan la esencia de las originales y que probablemente obtengan a futuro el mismo impacto que las clásicas. Al aparecer Mary Poppins en la misma casa de los niños Banks, ahora adultos, nos damos cuenta de que no sólo regresó porque los hijos de Michael necesitan ayuda, sino también los adultos Banks. Ella sólo partirá, cuando se abra “esa puerta”… Este film va a entretener y asombrar a niños y adultos, y nos refrescará algunas cositas que debemos recordar más a menudo: … nada es imposible… para ser feliz debemos reencontrarnos con nuestro niño interior… la vida es un juego… la magia existe sólo si crees en ella… siempre hay esperanza… los seres queridos que ya partieron, siempre estarán con nosotros… nada se pierde, solo se transforma… y recordar que fuimos y somos niños en el fondo. Sólo depende de nosotros acercarnos a nuestra esencia.
Ventana al inconsciente. Cuando nos observamos al espejo por un prolongado lapso de tiempo, suceden cuestiones inexplicables. Pocos se atreven a enfrentar su propia mirada, lo que escondemos hasta de nosotros mismos. Nuestro misterioso inconsciente, pensamientos, deseos y, en definitiva, quiénes somos realmente, la mirada del alma que no siempre es benévola. Look away (2018), es el último film del director y guionista israelí Assaf Bernstein. En esta oportunidad, nos entrega un thriller psicológico que cuenta la historia de María (India Eisley), una solitaria y tímida estudiante que se refugia en conversaciones con su propio reflejo en el espejo ante la falta de amigos y de apoyo familiar, ya que vive en una lujosa casa con su padre que es cirujano plástico, engaña a su madre con clientas, María desconoce el “calor de un hogar”. En el espejo hallará a su gemela malvada: Airam, la única que la estimula a liberarse de esa realidad en la que es rechazada, a la vez que la tienta a cambiar su vida reemplazándola; María acepta el intercambio de roles con Airam, pero esta nueva “libertad”, en vez de brindarle soluciones, le costará muy cara, -resultando presa de sus sentimientos más reprimidos y oscuros-, desencadenando una serie de terribles sucesos que no podrá evitar. Esta es una película en donde el suspenso ocupa un lugar preponderante. Cuenta con la destacada actuación de India Eisley, ya que interpreta dos roles antagónicos de la misma persona, con cierta reminiscencia a Carrie (1976), por ser la chica bonita pero excluida y maltratada en una fiesta, que buscará venganza y a Persona (1966), por los planos del rostro, la iluminación, además de la mirada de María y sus secretos. El director genera así una atmósfera atractiva desde la fotografía, la música, hasta las lúgubres locaciones -la casa de María con una decoración minimalista, el bosque nevado y caminos sinuosos-. En cuanto al guion, existen incoherencias y situaciones que quizás pueden parecer absurdas o desenlaces predecibles, no obstante, son adecuados ya que no desentonan con el género. Da la sensación de que se trata de una película más de suspenso o terror si se observa al pasar, sin embargo y con un breve análisis, nos damos cuenta que tiene condimentos interesantes: el reflejo doble de María en un espejo partido por la mitad, como indicio de que algo en ella se quebró para siempre y la atinada elección del trasfondo de la historia, para nada inocente, con el que más de un espectador se sentirá identificado.
Primero te haré fuerte. Si bien es un desafío narrar otra historia sobre un personaje tan querido y conocido, vale la pena ver a Rocky otra vez arriba del ring, ahora como entrenador, dando todo y a puro corazón, como bien acostumbrados nos tiene, dando batalla allí y en la vida. Esta historia nos entrega algo diferente, ya que los personajes evolucionan, los antagonistas tienen su propio conflicto y de alguna manera empatizamos con ellos. En Creed II: Defendiendo el legado (2018), Adonis Creed (Michael B. Jordan), hijo de Apollo Creed, se encuentra en una encrucijada, buscando equilibrio entre su vida personal y profesional. Lo que está en juego en el combate no es sólo la pelea en sí, sino un conflicto interno que debe resolver, ya que su rival ruso está vinculado al pasado de su familia. Se trata de Viktor Drago (Florian Munteanu), el hijo de Iván Drago (Dolph Lundgren), -el boxeador que mató a Apollo en Rocky IV-. Rocky Balboa (Sylvester Stallone), que también debe resolver una cuestión interna, se constituye como el entrenador más indicado para esta batalla. Adonis comprenderá los verdaderos motivos por los cuáles vale la pena luchar, descubrirá que no hay nada más importante que los valores familiares y conocerá su propio corazón para sacar fuerzas en el ring y vivir sin rencores. Con la dirección de Steven Caple Jr. nos encontramos con un impecable trabajo de puesta en escena, visualmente muy bien logrado; los primeros planos del combate son impecables, al igual que las escenas de las peleas. Y una vez más, el propio Stallone en guion, con una narración inteligente, puesto que todo el contenido dramático de los protagonistas, es justificado y respaldado con sustento, al igual que el de los antagonistas. La aparición de Drago y su hijo, no queda como un encaje comercial, resultando una atinada elección dado su sustrato dramático -logrando incluso cierta empatía en el espectador-, y restándole importancia al conflicto entre Estados Unidos y Rusia, ya que no fue la idea replantearlo aquí. Con imágenes bien pensadas y resueltas para lograr un melodrama sutil, siempre es gratificante ver a Rocky en acción. El protagonismo de Adonis y la construcción del personaje, están bien desarrollados, la conmovedora música y los entrenamientos “a lo Rocky”, están presentes. Ser agradecidos, nunca olvidar nuestro origen, respetar el proceso de aprendizaje del otro, conocer sus diferencias para potenciarlas -sumar, jamás restar-, y saber reconocer con humildad el momento en el cual la vida te presenta un espejo en el que mirarte, ya sea de luces u oscuridades o, tal vez recordarnos quiénes somos en esencia –algo que sólo cada uno conoce - quizás sean los principales mensajes del film. Nos queda claro que Rocky es y será uno de los personajes mejor construidos de la historia del cine. La pregunta sería… ¿por qué nos sigue emocionando?: es una historia auténtica, con corazón y existe una concordancia con el pasar de los años y secuelas. Rocky es un hombre común, humilde y auténtico, con los problemas que tenemos todos, pero con valores, códigos y amor propio, a los que no se le pueden poner precio. Gracias a su valentía y coraje, rompe con la estructura social que te dice que es imposible cumplir tus sueños. Es por eso que nos sentiremos identificados, en mayor o menor medida… porque en definitiva ¿de qué se trata la vida sino de una batalla constante? Ser mezquino con lo que tenemos o aprendimos, es claramente el camino inverso al verdadero aprendizaje.
El milagro de amar. ¿Qué sucede cuando gana el amor? Una verdadera transformación en todos los aspectos de la vida y fundamentalmente el cambio radical al sentirlo por primera vez, sin importar edad ni condición. Jocelyn (Franck Dubosc) es un exitoso hombre de negocios, cincuentón, apuesto e irresistible, quien escapa de la realidad constantemente, bromeando sobre cuestiones de toda índole. Al morir su madre, en medio de una situación confusa, se hace pasar por parapléjico para seducir a una joven; lo que le representa en principio un problema, para luego dar un giro inesperado cuando la señorita le presenta a su hermana Florence (Alexandra Lamy). Florence vive con una profundidad y sentido que llena el enorme vacío de Jocelyn, puesto que detrás de ese exitoso hombre, sólo coexiste un inerte corazón. Ahora deberá conquistarla con la fuerza de su amor, algo que, a su edad, aún desconoce. Él se siente atraído inmediatamente por ella, admira su genuina felicidad y varios talentos. Es que se trata de una luchadora que supo vencer los obstáculos que se le presentaron en la vida y transformarlos en logros. Franck Dubosc es protagonista, director y guionista de esta comedia romántica francesa, que trata un delicado tema como es el de la discapacidad con total respeto, lo cual es muy admirable; y, por otro lado, emocionante transitar junto a él esa real transformación, hábilmente. Tratándose de un proceso y no de un cambio abrupto, el desarrollo resulta creíble. El film es divertido, tierno, sorpresivo, y, en este mundo tan frívolo, -de amores y relaciones vacías y al paso- es bellísimo ver en pantalla grande estos cambios tan dramáticos que ocurren en la vida de los protagonistas y en la vida real, que no pueden pasar desapercibidos por el espectador y nos brindan lecciones sobre la especial sensibilidad que poseen las personas con discapacidad y el milagro del verdadero amor. Son destacables las actuaciones de Franck Dubosc (Disco) y Alexandra Lamy. Nos llevamos varios mensajes, entre los cuales destaco el siguiente: se puede ser feliz con cualquier tipo de discapacidad, siempre y cuando recuerdes usar tu corazón sin miedo ni reglas. Quizás no utilizarlo sea la mayor discapacidad como podría atestiguar el mismo Jocelyn.
La venganza no arranca el dolor Una mujer dañada, que deambula como si arrastrara un ancla pesada, sin relaciones armoniosas, que se vale del dinero para conseguir cosas, madre de una adolescente perdida, cuyos intercambios con las demás personas son desagradables, no sólo no es admirable ni alguien que quieras conocer en la vida real; sin embargo, sólo ella conoce sus debilidades y fortalezas y el camino recorrido para llegar a esa instancia e intentará reparar algo de tanto daño ocasionado. Destrucción (Destroyer, 2018), thriller policíaco de la directora Karyn Kusama, relata la historia de la detective de la Policía de Los Ángeles, Erin Bell (Nicole Kidman), quien en el pasado se infiltró en una pandilla criminal del desierto de California como agente encubierta del FBI en una misión que terminó en un desastre, dejándole consecuencias dramáticas e irreparables, tanto físicas como psicológicas. Cuando el líder de la banda reaparece -Silas (Toby Kebbell)-, Bell se ve impulsada a emprender una peligrosa odisea para encontrarlo y así ajustar cuentas; para lo cual, deberá remover ese tortuoso pasado, deshacerse de sus demonios y quizás, redimirse. Nicole Kidman sobresale en un rol desafiante que la lleva a una variedad de lugares extremos, tanto físicos como mentales. Lo primero que vemos, es su imagen con un aspecto degradante, con la piel reseca y los ojos en blanco, como si mirara las profundidades del infierno o se encontrase allí. Navega por una atmósfera tóxica que la ha devorado y es probable que no pueda regresar a tener una vida normal. Carga con un tremendo dolor, por haberse rendido a sus fragilidades; no obstante, su mayor fracaso, es no poder evitar que su hija siga sus pasos. Karyn Kusama nos ofrece un trabajo inquietante, ambicioso pero pretencioso que no encuentra equilibrio entre la forma y el contenido, sin novedades en cuanto a la temática de la naturaleza corrupta en la batalla entre el bien y el mal. Narra la historia con flashbacks, -en los que vemos a la otra Erin, que a veces se une con el oficial Chris (Sebastian Stan)- pero los guionistas no logran que el film funcione estructuralmente hablando, resultando poco armonioso, quizás confuso para al espectador y desalentador. Sin lugar a dudas, es una audaz actuación la de Nicole Kidman, pero en una película a veces intensa que no termina de fluir.
Un aprendizaje singular. Ariel (Shai Avivi) es un hombre de negocios que se reencuentra con Ronit (Assi Levy), una novia de su juventud, tras veinte años de su separación. Ronit, quedó embarazada y dio a luz a Adam. Debido a que Ariel siempre renegó de su paternidad, ella jamás le contó sobre la existencia de su hijo. Hasta que de manera inesperada, el protagonista tomará un papel imprevisto al aparecer en su vida Adam, su hijo. Y a partir de allí Ariel se verá envuelto en una encrucijada nunca imaginada por él y menos con fuertes lazos del pasado. El director y guionista Savi Gabizon nos entrega una reflexión aguda y comprometedora sobre la paternidad, y además ofrece otra mirada sobre la muerte y sus consecuencias entre los vivos. Ariel es un hombre afligido y solitario, cuya vida dará un giro de ciento ochenta grados a raíz de una impactante noticia. Ya en la primera escena, el diálogo entre él y su antigua novia Ronit -que arranca con una sonrisa y con un poco de vergüenza para hacerse cada vez más tenso-, nos revela el verdadero motivo de su reencuentro. Ariel, en consecuencia, deberá saldar cuentas con una oportunidad perdida. Así, emprende un camino donde intentará recomponer fragmentos de la personalidad de este hijo fantasma, que incluirán sus costados luminosos y revelarán otros algo más oscuros. Mérito del guión, los hechos se exponen poco a poco gracias a los diálogos que el hombre mantiene sucesivamente con las personas que lo trataron: su mejor amigo, su novia y Yael (Neta Riskin), la joven profesora de quien Adam estaba perdidamente enamorado, quien fuera principal fuente de sus tormentos y destinataria de poesías desgarradoras. Al drama no le faltan situaciones extravagantes y bizarras para fluir, al estilo de Emir Kusturica, en la mezcla de lo dramático con lo humorístico. Aspecto que resulta un tanto desacertado teniendo en cuenta el resultado en función de lo que realmente se buscaba. La identificación de Ariel con su hijo surge en el proceso, a veces con la necesidad de defender su honor a pesar de no saber nada a ciencia cierta. POr momentos habla de él como si lo hubiese conocido para cerrar de cierta manera aquellas asignaturas pendientes con el pasado. “¿Qué hubiera sido si…?” es la pregunta que Ariel se hace durante todo el film intentando dilucidarla. Es así que emprende la búsqueda desde el punto de partida del individualismo que signa su presente. Y eso lo transformará y aportará a su vida la sensibilidad buscada inconscientemente -basada en la solidaridad y el reconocimiento del otro- llevándolo a superar traumas y curando antiguas heridas del alma, ni más ni menos que una segunda oportunidad. El mar acompaña en ciertos momentos cruciales del film, quizás como significado de los ciclos naturales por los que todos tarde o temprano debemos atravesar.