Los “guardianes” del título son Papá Noel, el Conejo de Pascuas, el Hada de los Dientes, etcétera. El mundo está amenazado por un hipervillano poderoso y allá van estos personajes legendarios para solucionar el asunto. Es cierto, nada original o casi, y lo más interesante de esta película visualmente atractiva es menos lo que es que lo que no llega a ser. De hecho, se trata de un film de superhéroes con fondo paródico (no tenemos Iron Man, sino Papá Noel, digamos; o la voz en inglés del Conejo de Pascuas es la de Hugh Jackman) que trata de contradecir todos y cada uno de los lugares comunes del (ya) género superfuerte. Pero hay un punto en el film donde empieza la aventura, comienza la acción y la película se desliza hacia la aventura. Y curiosamente, aunque el humor no escasea nunca (tampoco da siempre en el blanco, que quede claro), se vuelve un film más de género, salvo que sus personajes en lugar de aparecer en el papel impreso provienen de las creencias populares. Así las cosas, lo que pudo ser es un poco más interesante de lo que fue. Mientras tanto, el film no aburre, lo que ya es en sí mismo un valor importante.
Cuando se pensaba que no iba a volver a trabajar frente a las cámaras, Clint Eastwood regresa a un protagónico e incluso cede la dirección (el film es puro Eastwood) a su habitual colaborador, Robert Lorenz. Aquí es un veterano cazador de talentos del béisbol que está quedándose ciego y debe recibir la ayuda -a regañadientes- de su hija (Amy Adams), una joven abogada a punto de volverse socia de su bufete. En ese viaje con el padre, además, encontrará el amor en otro joven cazatalentos (Justin Timberlake). Puede pensar que son todos lugares comunes, que se vieron mil veces, etcétera, y tendrá razón. Pero la película es también de una placidez (y un placer) notables, que inscribe esta historia de familia en el marco de las presiones del mundo laboral. De hecho, el gran tema de la película es si uno tiene derecho de vivir de acuerdo a sus propias reglas, de trabajar de aquello que le da gusto. En el fondo, es un film sobre el mundo estadounidense y sobre la validez de sus tradiciones en un universo que se tecnifica cada vez más, que se vuelve cada vez más inhumano. Y además están los paisajes, los bares, la extraordinaria chispa de la Adams y la química que establece con Timberlake (sin contar ese talento genial llamado John Goodman), Hay pocas películas que aúnen perfección técnica y narrativa clásica con una búsqueda del placer. “En Curvas…” eso sucede para los personajes y para los agradecidos espectadores.
Cine dentro del cine, la historia de un director que, por una (absurda) apuesta debe hacer una película mala llena de estereotipos. El problema reside en que el film descansa solo en su idea, sin construir nada más. O, para decirlo de otra manera, gira y gira alrededor de lo que podría ser gracioso sin que lo logre. Entre las curiosidades de esta coproducción, se encuentra que Luciana Salazar es más natural al mirar a cámara que María Grazia Cucinotta. Y que está Geraldine Chaplin.
Una comedia un poco alocada (un poco, y eso es una lástima) que transcurre en un transatlántico, sobre un escritor popular en crisis (Castro) envuelto en amores y peligros más o menos a reglamento. La búsqueda de la comicidad o del momento “mainstream” hace que la posibilidad de micromundo kitsch del barco se disuelva. Todo se vuelve una historia a reglamento que se parece a mucho cine ya demasiado visto.
Los films de Carlos Sorín adolecen -en general, en medidas diferentes de acuerdo con el alcance de cada trama- de una paradoja: cuando sus personajes y ambientes convocan la emoción, Sorín suele filmarlos buscando el ángulo más bello, que no siempre es el ángulo más emotivo. Como si el oficio de publicitario, que ha ejercido mucho y con éxito, se interpusiera ante el impulso estético del cineasta. En Días de pesca tiene una historia pequeña y bien cincelada, la de un ex alcohólico que, en tren de refundar su vida, viaja a la Patagonia con el objeto de participar de la pesca del tiburón y de reencontrar a una hija a la que ha ignorado, historia que es excusa para la aparición de otras en germen, pobladas de personajes curiosos y queribles. Pero por algún misterio de la puesta en escena, el film se ve más “lindo” que “bueno”. Otra vez la Patagonia, el territorio que Sorín más recorre, aparece impenetrable en su misterio: nos quedamos -como respecto de las emociones de los personajes- en sus bellas, insatisfactorias orillas.
Bueno, digamos que esta, por ser la última película y porque ya no se puede seguir “robando” con la adolescencia como foco de los amores teen, es la mejor película de esta serie desvaída. Finalmente Bella es una vampiro -ya lo saben-, tiene una hija mestiza vamp-humano que se vuelve rápidamente “grande”, Edward es un padre responsable y Jacob se transformará en una especie de ángel de la guarda. Digamos que no hay nada imprevisible y, como corresponde a cualquier historia melodramática de estos tiempos, todo termina a épicas trompadas. Lo bueno de esta película es que, a la larga, la insistencia en construir el mundo de la saga nos hace a los personajes simpáticos, aunque dificilmente icónicos. El vampirismo y la licantropía no son ni metáforas ni símbolos, simplemente son mecanismos de la trama; lo que importa en todo caso es qué pasa con esa familia muy normal que conforman estos seres fabulosos. Quién sabe: quizás cuando pasen otros veinte años, Edward, Bella y Jacob cambien sus nombres por Homero, Morticia y Lucas. No se puede pedir -ni se busca- originalidad o emociones fuertes, y en ocasiones el suspenso cuasi terrorífico que proveen ciertos personajes atados a la mitología del miedo, funciona bien. En otras, la cámara se dedica al paneo publicitario sobre los rostros o pectorales de sus protagonistas. Pero está bien, hay un público (creciente) que adora esta saga y busca eso. Y la película es generosa, lo que dista de ser algo malo.
No cabe duda de que las películas de David Cronenberg basadas en libros a los que respeta demasiado son lo peor, lo más débil de una obra en general fascinante. “Cosmópolis” no es la excepción: aquí se trata de un hombre que viaja en limusina, un especulador bancario cuyo mundo se disuelve minuto a minuto en el caos sin que le importe, porque definitivamente vive en otro mundo: la alienación lo lleva directamente a lo zen. Ok, el film está basado en la novela de Don DeLillo; ok, el precedente literario es pesado. Ok, a Cronenberg siempre le interesa ver cómo un nuevo universo fantástico y visceral surge de las entrañas (a veces literalmente) de este. Ok, este film no descarta en modo alguno nada de aquello que formó siempre parte de su temática y estilo. Pero, como sucedía con “Almuerzo desnudo” y con la mucho mejor –pero igualmente “respetuosa”– “Crash-Extraños placeres”, estamos ante un “Cronenberg para críticos y/o especialistas y/o literatos”. Y, como pasó con “Un método peligroso” (una película con mucho más humor que esta supuesta sátira), con una lectura superficial de un texto en lugar de una interpretación personal. Bien, puede que Cronenberg crea que hoy solo es posible leer superficialmente y que el mundo es demasiado explícito. Sea: en ese caso, tenemos un buen film para discutir teorías fílmicas y seguir abonando las discusiones “d’auteur”. Pero será confundir, pues, “sesudez” con inteligencia. El caos del mundo aparece de modo mucho más inteligente en “Duro de matar”.
Historia femenina, amistad entre dos mujeres unidas por el secreto de una violación ocurrida en la adolescencia de ambas y enmarcada en un paisaje natural. El film tiene enormes altibajos, especialmente la forma en la que el drama de personajes se desliza hacia el policial, pero tiene el muy buen trabajo de Victoria Carreras con un personaje que daba para sacarle mucho más jugo, pero que de todos modos inunda la pantalla.
Dos comediantes más que buenos (Will Ferrell y Zach Galifianakis) hacen de políticos: uno profesional, otro novato; uno cínico, el otro idiota, y ambos en pugna por un escaño parlamentario. De no ser porque estos dos tipos conocen al dedillo los secretos del tempo cómico, esto sería demasiado aburrido, dado que lo único que tenemos son los lugares comunes más repetidos de la sátira sobre los políticos en campaña, a esta altura un espectáculo más cómico (y penoso) que una sátira al respecto.
Tim Burton vuelve a dirigir un film de animación y eso es una buena noticia. Frankenweenie es la traslación al largometraje de un corto que realizó en 1984 con actores y la anécdota del niño que revive a su perrito con un experimento científico que parodia y homenajea a Frankenstein sigue siendo deliciosa. La historia se ha expandido y vuelve a mostrar un mundo hipertrofiado por el descontrol y la estupidez, al tiempo que vuelve a reivindicar la necesidad de que exista la diversidad entre las personas, a criticar el universo utilitarista y a rescatar la necesidad del cuento, del humor y de la fantasía. Pero, por una vez, el diseño está por encima del alma de sus personajes: lo que ayer, actores mediante, implicaba la aparición del contraste al mismo tiempo terrorífico y satírico, aquí es todo uniformidad en la diferencia. La sorpresa intelectual está ausente, y si la película se disfruta de cabo a rabo es porque aún Burton es capaz de sacar un conejo gigante de la galera y regalarnos una sonrisa.