El gran problema de este documental no es no tomar una distancia justa de su objeto para tratarlo con ecuanimidad: incluso una pelìcula militante puede ser buena. El gran problema es que, una vez desarrollada la historia, resulta redundante. Hay momentos emotivos, y momentos bien resueltos, pero el conjunto se resiente porque la necesidad de contar y poner en pantalla todo hace que lo extraordinario, aquello que nos llama a mirar y prestar atención, se disuelva. De todos modos, interesante.
Algún estudioso sabrá por qué en este año hemos visto dos versiones del mismo cuento de hadas. El primero era en tono de comedia (Espejito, espejito), y este segundo en plan épica fantástica. En este caso el espectáculo funciona aunque se note el diseño comercial detrás (el actor de Thor, la chica de Crepúsculo, los productores de Alicia en el Paìs de las Maravillas, la ganadora del Oscar haciendo de villana, batallas y monstruos all'uso). Pero la ensalada funciona no porque alguno de estos elementos gane inusual peso, sino porque el cuento está bien contado, las secuencias de acción se entienden, y la idea “revisionista” de cambiar a Blancanieves de una doméstica de lujo a una chica que se vuelve guerrera no está del todo mal y en esta puesta en escena cuaja. Chris Hemsworth, el muchachito del cuento, no es un tipo demasiado histriónico, por cierto, pero resulta bastante mejor partido que un príncipe cantor. Un film que, detrás de su apariencia de puro entretenimiento, esconde algunas sutilezas.
Por ahora, la mejor película argentina de la temporada, una comedia dramática (categoría artificial, es cierto, pero útil en este caso) donde un drama, una situación triste y compleja se resuelve finalmente con un humor natural. Tres hermanas conviven en un caserón: alguna vcz allí hubo padres que ya no están y luego una abuela que murió poco tiempo atrás. Las tres jóvenes son diferentes: una carga sobre su espalda la obligación de ser el sostén de lo que queda de esa familia, otra desconfía y no encuentra un lugar, la tercera, la más chica, decide optar por una liberación a un clima ciertamente opresivo. Se trata, ni más ni menos, de la historia de tres personas jóvenes agobiadas por el peso de un ayer difícil y cargado de ausencias, y de las diferentes actitudes para seguir adelante. Desde el sexo o el amor (soluciones por las que optan respectivamente la menor y la mayor, aunque la segunda de modo más renuente) hasta la rebelión contra el duelo obligatorio y por decreto que, en el momento más liberador del film, encarna la del medio, la que desconfía, la que busca razones espurias para justificar una actitud de enfrentamiento. Puede leerse la película como una solución a tanto discurso seudo político sobre la memoria inmóvil, pero esto es secundario: se trata de cómo vivir después de la muerte, de qué pasa después de un duelo. En un marco de misterio y de cosas dichas a penas o mencionadas a medias, la película más liberadora del año.
Intento logrado parcialmente de alejarse del grotesco e intentar una comedia que sea “nacional” sin caer en el lugar común, esta historia de una mujer que ve su vida a punto de destrozarse y que vincula la desgracia a la aparición de una vieja amiga que –es fama- arrastra la yeta, tiene algunos buenos momentos gracias a actores que parecen seres humanos reales, y algunas bajas de tensión cuando se busca afanosamente la moraleja. Un debut interesante de la realizadora Ana Halabe.
Bueno, es así: jubilados británicos sueñan con un retiro barato pero con mucho placer en la lejana y alguna vez colonia India. El núcleo de esta historia es un hotel bastante venido a menos, pero lo que sigue es una lección de vida donde lo exótico es la cura de todos los males y hay amor y buenas ondas para todos. Es decir, una lección de autoayuda que, sostenida por buenos actores, resulta de todos modos falsa e impostada.
Menos mal que, cada tanto, vuelven estos tipos. Es cierto: la antigua novedad de ver esa mezcla de ciencia ficción y comedia, de dibujito animado y juego puro de actores ya no está y sabemos a qué atenernos. Pero Barry Sonnenfeld -ocasional gran director- parece estar siempre muy seguro de lo que hace con estos agentes de inmigración extraterrestre. Hay muchos gags, Tommy Lee Jones siempre es un gran payaso que lo disimula, Josh Brolin logra capturar ese tono en su “versión joven” y Will Smith es uno de los mejores comediantes de las últimas décadas sin la menor duda. Algo más: Hombres de Negro nunca fue una “saga”, nunca apeló al drama continuado (eso que arruinó Piratas del Caribe en su tercer film) sino simplemente el retrato de las aventuras disparatadas de dos caracteres muy atractivos, de dos actores que crearon un supremo dúo cómico. Basta con haber respetado eso -comprenderlo- para tener una película fresquísima y desintoxicante, un film lleno de efectos especiales donde lo más efectivo es lo que hacen los actores.
Aki Kaurismäki, finlandés de impura cepa, es de esos nombres del cine que han encontrado la consagración en el gran circuito de festivales. Eso no implica nada, nunca -equivale a decir que una pelìcula es buena porque hace miles de millones- pero en el caso de Kaurismäki, es justo. Es de los pocos directores que han sabido combinar el mundo que lo rodea (esa Finlandia gris y rara), un ejercicio personal del cine -con esos planos que están, incluso en los momentos más dramáticops, al borde de la caricatura- y una profunda empatía con sus personajes. Ahí está como prueba la magistral El hombre sin pasado, o esta El puerto, que marca una continuidad -no una continuación- con aquel film. Aquí hay un escritor que se retira a trabajar de lustrabotas en la ciudad portuaria francesa de Le Havre y su relación con un chico refugiado africano. Dos forasteros en tierra extraña cuyo entrelazamiento no es ni automático ni forzado, y equilibra cada elemento dramático con una distancia justa que nos permite, también, ver el costado ridículo, asombroso o cómico de lo que nos rodea. Hay una puesta en escena de gran precisión (no hay nada de más) y el suspenso de saber cómo estas criaturas deciden comenzar de nuevo con sus vidas, buscar no una utopía (palabra que cada vez tiende más a marcar autoritarismos) sino el propio lugar modelado según las propias reglas. No es fácil conmover sin pegar debajo del cinturón, y aquí el finlandés lo hace con una palmada en el hombro jamás condescendiente.
Parte del Tríptico que ese icono del cine independiente argentino que es Raúl Perrone viene proyectando estos fines de semana en el Cosmos-UBA, vuelve a retratar con un ojo preciso y ecuánime la vida de un grupo de personajes en las calles de Ituzaingó, su propio mundo, que el realizador a vuelto puramente cinematográfico. Film donde los pequeños gestos repetido crean un universo, donde unos chicos se transforman en todo el mundo, es una oportunidad dorada para conocer a uno de los cineastas más importantes de la Argentina.
¿Sabía usted que el costumbrismo y el grotesco no son patrimonio argentino? Esta comedia habla de tres británicos que llevan a uno de ellos a casarse a Australia. Hay ecos -más que ecos- de Despedida de soltero (aquella en la que arrancó la carrera de Tom Hanks, sí, señor, créalo), de American Pie y de ambas ¿Qué pasó ayer? El problema es que en todos los casos uno recuerda el original. Ah...no se pierda el trabajo como suegra loca de Olivia Newton-John. O, mejor dicho, piérdaselo.
Uno se pregunta cuánto tiempo perdieron los guionistas en pergeñar el andamio narrativo de este film, que acumula lugares comunes como un estudiante crónico exámenes sin rendir. Asesinato misterioso; el modus operandi indica la reaparición de un asesino ruso que se creía eliminado; el viejo agente de la CIA que lo despachó vuelve a investigar el asunto con un novato. ¿Cuántas veces vio esta película o en cuántos films encontró estos mismos elementos? Bueno, eso mismo. ¿Y entonces? Entonces, la película es entretenida porque sus intérpretes -el cada vez más autoparódico Richard Gere y el siempre mal explotado Topher Grace- son simpáticos y uno tiene ganas de ver qué hacen con este menjunje. Y logran ese pequeño milagro que hace que uno no sienta vergüenza de pagar la entrada: que creamos que tanta cosa repetida, a sus criaturas les suceden por primera vez. De eso se trata y, si bien no dignifica demasiado, el film cumple.