Hace algunos años se estrenó en la Argentina Hoodwinked, una película animada que transformaba el cuento de Caperucita Roja en un caso policial y cuya estructura -no se asuste de la referencia- era como la de Rashomon: cada personaje cuenta su versión del asunto. Era graciosa e inteligente, más allá de que no se tratase de una producción de altísimo presupuesto. Especialmente, rescataba la vieja tradición del cartoon americano de mediados del (ay) siglo pasado. Sin embargo, era totalmente imprevisible que esa película chica y agradable, que no fue un gran éxito en ningún lado (aunque sí uno moderado) tuviera una secuela. Pero -sorpresa- aquí está. Esta vez, la parodia va por el lado de los films de espionaje -hay una agencia secreta, hay una logia, hay que resolver el secuestro de Hansel y Gretel, hay un torpe y gracioso grupo heroico, aunque sí se juega (la tradición Sherk viene haciendo estragos) con los cuentos de hadas tradicionales. Ahora bien: cuando un film no está “obligado” a ser un tanque, parece que sus realizadores se dan cuenta y, simplemente, se divierten. Y lo que tiene este también pequeño y agradable cuento es que esa diversión se transmite. Mucho gag, claro, y si bien no todos son efectivos, muchos de ellos dan en el blanco. Y, por cierto, el personaje más interesante y cómico es el siempre torpe y equivocado Lobo del cuento. Aquel viejo cartoon, pues, en este nuevo envase.
Especie de remake de Opening Night, la obra maestra de John Cassavetes, aquí se habla de una pareja en crisis, de actores, de una obra a punto de estrenarse, de una niña. El resultado, narrado con absoluta sinceridad y concentración por Santiago Giralt, es notable gracias al trabajo de Nahuel Mutti y Erica Rivas, dos personas que parecen reales en la pantalla. El realizador se concentra en sus personajes y se despreocupa en que se “note” su mano. Y con esa estrategia precisa, acierta. Un pequeño gran film.
Nuevamente el (gran, aunque aquí no se note) cómico Rowan Atkinson hace de un agente secreto más bien paródico y torpe. Nuevamente, los chistes son mediocres, el ritmo es fallido y la trama inexistente. Cine cómico y parodia mal entendidos como una mera acumulación de gags (y muchos encima carecen del timing necesario), este Johnny English resulta uno de los films más redundantes de la actual temporada. Pobre Atkinson (bueno, vaya uno a saber el cachet...).
Y si quiere puro corazón y -también- un manejo narrativo preciso y notable, De Caravana. La película cuenta cómo un fotógrafo cordobés más bien “concheto” se relaciona involuntariamente con tres lúmpenes que trafican droga. En el medio hay amor, celos y la Mona Jiménez. Lo que no hay es pintoresquismo, mirada condescendiente, denuncia social, dedos señalando. Hay una comedia policial y de aventuras por las calles de una ciudad que se transforma en un auténtico escenario cinematográfico, hay personajes inolvidables (el traficante Maxtor, la travesti Penélope) y hay un amor absoluto por el viejo arte de contar un lindo cuento. De paso, la película se encarga de hablar (cosa rara, la de Almodóvar también, pero de un modo forzado y académico) de las relaciones entre el cine y la vida. Por supuesto y como debe ser, toma partido por la vida. La excusa de planear un secuestro de la Mona pasa de un disparate a un gran resorte dramático, resuelto limpiamente. Sea feliz, tome un fernet y salga de caravana.
Hace ya bastante tiempo que sabemos de la pericia técnica –a veces estética– de Pedro Almodóvar. Es decir: es difícil que una película suya esté mal narrada o mal filmada, que no contenga algún plano notable, algún momento inspirado. Lo que también es difícil hoy, cuando Almodóvar además es plenamente consciente de sus virtudes, es que haya algún elemento que nos emocione. Hay una barrera en sus últimas películas: vemos las emociones de los personajes y las comprendemos de un modo intelectual, pero no se nos transmiten. En este film, donde juega –aunque lateralmente– con el cine de terror y suspenso, se narra la historia de un cirujano que desarrolla una piel artificial y que mantiene en su casa-castillo encerrada a una bella mujer con quien experimenta. Pero detrás de esta situación hay un pasado lleno de dramas pasionales, de violaciones y de tristezas. Justamente ese pasado es el que aparece disuelto en el virtuosismo constante de la puesta en escena. La ironía del secreto/vuelta de tuerca de la película también pierde su fuerza emotiva en la misma medida en que el realizador muestra una enorme pericia como narrador. Quizás –solo quizás– el film sea más un acto de sinceridad del director que un acto de comunicación para los espectadores. Formalmente admirable, el film resulta un acto más cerebral que –perdón– de pura piel.
Curiosidad: este film que trata de una familia argelina que se involucra tanto en la independencia de su país como en la mafia, causó protestas en Cannes. En realidad no pasó nada, como no pasa demasiado con el film, un relato narrado con precisión sobre política, crimen y familia, previsible aunque entretenido, sin aristas que queden en la memoria. Las actuaciones carecen de énfasis, la reconstrucción de época es lujosa y el film es como una novela por la cantidad de sus peripecias. Y no mucho más, por cierto.
Salvo por algunos minutos y una escena precisa (un militar argentino ante chicos paraguayos que se rinden en la Guerra de la Triple Alianza) nada hay para ver aquí. Mal filmada -literalmente-, mal montada, con saltos temporales incomprensibles y una protagonista que parece no comprender lo que hace ni lo que dice, La Patria... es una ensalada demasiado costosa y demasiado indigesta. Para el nostálgico de las valijas, aclaramos que la señorita Viale tiene cinco o seis escenas de sexo. Ninguna causa, siquiera, interés hormonal, lo que prueba aquello de “mal filmado”.
Película alemana, rodaje en inglés, reparto internacional. Lo que queda de la obra de Alejandro Dumas es, más o menos, el hilo narrativo (la llegada del joven D'Artagnan, el amor entre Milady y Athos, el collar de la reina y la perfidia de Richelieu, más la personalidad de cada uno de los mosqueteros están allí) y se agregan violencias y efectos especiales, una espectacular batalla de naves aéreas (del siglo XVII) y -de pie- a esa parodista de Angelina Jolie, comediante sin par de cuerpo hecho para lo imposible llamada Milla Jovovich. El film es un caramelo para los ojos pero no carece de humanidad (la relación entre los Mosqueteros, el comportamiento de la reina Ana, la complicidad entre D'Artagnan y el rey, la precisa malicia del Richelieu de Christoph Waltz). Ni siquiera en las escenas de acción: aquí se honra al cuerpo humano en movimiento mucho más que a la computadora que podría hacerle hacer lo imposible. Un circo noble y sonriente, de esos que uno disfruta con -y como- un chico maravillado.
Uno se pregunta cuáles habrán sido las razones que entronizaron, allá lejos y hace tiempo, a Steven Soderbergh como un “autor”: lo único constante en su cine es la inconstancia. Que quede claro: no implica que no tenga buenas películas, pero en cuanto a coherencia estética o visión del mundo (hablamos de algo menos superficial que decir “el gobierno es malo, los narcos son malos”, etcétera: el cine es arte, no periodismo). “Contagio” es otro más de esos films nerviosos, falsamente inquietantes, que hablan de un mal global: aquí una pandemia que se esparce por la Tierra, mostrada desde múltiples personajes (algo habitual en el realizador –recordar “Traffic”– pero no excluyente –recordar “Erin Brockovich”–). Sí, es un thriller paranoico (no necesariamente es una virtud) y funciona como entretenimiento. Eso sí: hay algo molesto, algo que suena –ya que a Soderbergh le gustan las declamaciones– a sórdido, a reaccionario incluso. El personaje más antipático es aquel que esparce la información sobre lo que está sucediendo. Como si la libertad de expresión fuera el auténtico virus que acaba con la Humanidad, lo que termina transformando el film en algo así como un alegato larvado en favor del control de los medios y la información por parte del poder (que no es solo el Gobierno). Esto se complementa con lo bien parados que quedan los laboratorios, y la única “concesión” anti Hollywood es la ausencia de final feliz (que en el cine es siempre una prueba de maestría: la vida carece de final feliz y solo el arte puede proveernos de ellos). Si quiere paranoia, ahí tiene.
Hay y hubo locos -quién lo duda- en estas tierras. Por ejemplo aquel francés que se hizo proclamar rey de la Patagonia, o por ejemplo Juan Fresán tratando, sin dinero, de filmar su historia. Este documental reconstruye ambas vidas en el lugar donde se cruzan: una película inexistente de la que -no es paradoja- han quedado imágenes. Aunque más tarde Carlos Sorín retomase (ficcionalizase) el cuento en su debut La película del Rey, este documental irónico y vivaz de Lucas Turturro tiene una dimensión -la de lo real- que lo lleva a otra parte mucho más interesante.