Cuatro -o cincopersonajes que se cruzan en una ciudad (Córdoba) en un fin de año. En realidad son varias historias que, como prisma, muestran el costado dificultoso de lo cotidiano, lo que construye una especie de épica en clave menor, sin crueldades ni altisonancias. Bellamente fotografiada en blanco y negro, lo que otorga enormes matices a las historias, resulta un acercamiento del cine a esa cosa tan extraña, la vida común de todos los días.
Alguien pensó “¿Y si hacemos El planeta de los simios pero con dinosaurios?” y aquí estamos: misión de búsqueda de una nueva Tierra termina estrellada en la Tierra de hace 65 millones de años. Sobreviviente y niña se enfrentan a tiranosaurios y otros bichos, y tienen una chance de sobrevivir. Lo bueno de esta película es que tiene solo esos elementos y los exprime con un realismo -oh, paradoja- solo posible con los efectos especiales y el gran trabajo de Adam Driver, que se lo cree todo y permite que creamos. Solo hay un defecto en esta catarata de efectos: todo es demasiado serio, casi imposiblemente solemne por momentos, cuando un poco de humor aligera las corridas y suele darles sentido. ¡Es un astronauta perseguido por dinosauros, gente, tomemos la fantasía con la debida felicidad! Salvo eso, una perfecta demostración de que la clase B puede convivir con grandes presupuestos.
Menos mal que todavía hay gente que considera a los superhéroes como lo que son, fantasías épicas luminosas, no pocas veces con sátira incluida. Eso era la primera Shazam!, que tomaba el principio de Quisiera ser grande (un adolescente que se convierte en superhéroe “adulto” en este caso) y hablaba de lo que significa formar una familia, sin evitar toda clase de momentos fantásticos y cómicos (y algunos muy tristes). En este caso volvemos a la matriz y hay unas vengativas diosas (qué bien sabe divertirse Helen Mirren) que amenazan el mundo, etcétera. Lo interesante es que lo que vemos en pantalla respeta mucho del humor, la ternura y el elemento ostensiblemente “cuento de hadas” de la historieta original. Dragones y unicornios, poderes mágicos y, como en todo cuento de hadas, algunos huérfanos que logran crear su propia familia, su propia sociedad. El aspecto visual es todo lo espectacular que debe ser, pero son los diálogos y el tono que utiliza Zachari Levy (un gran comediante) para ser un “adolescente en cuerpo de adulto” lo que le otorga un sabor especial a esta película que es infantil en el sentido más noble y perfecto de un término que suele utilizarse demasiado mal
El dío Olpin-Gillett nos dio hace un par de años la original comedia negra Boda sangrienta, y, luego, Scream 5, que intentaba relanzar la serie del asesino de la máscara creada por Kevin Williamson y Wes Craven. Recordemos que Scream era una especie de comentario sobre las películas de terror y el chiste consistía en esa relación “meta”, de burlarse de los clichés sin dejar de respetarlos hata que todo se tornaba absurdo. Esta nueva serie sí, amigos, tiene “eso” que era el motor de la -digamos- “clásica” y también un buen grado de inventiva visual a la hora de los crímenes. El problema es que se refiere a nada. Es decir: estamos juzgando en estas líneas cuán hábil es una película para asustar durante su desarrollo, no si es o no una buena película. Pero una buena película, ya que estamos, es aquella que nos da algo más, la que va más allá de lo que cuenta. Aquí la novedad es que transcurre en Nueva York, y que oh, cuán violenta es la ciudad. Y nada mamás. Cumple con lo que promete: sustos y corridas y sangre rodados con pericia. Pero -por ejemplo- la ligazón con el melodrama y la tragedia griega que planteaba la (aún insuperada) Scream II, se las debemos. Dicho de otro modo: si Ant-Man es la Montaña Rusa, Scream VI es el Tren Fantasma. Y nada más que eso.
Un montón de actores que saben cómo hacer lo que hay que hacer en la pantalla en una comedia de enredos donde “gente mayor” todavía tiene vida sexual (caramba la novedad, ¿verdad?) mientras dos jovencitos entran en duda respecto de casarse. Nada que no pueda verse en necfli cualquier noche, por cierto, salvo que con más gracia. Ah, y mucho, pero mucho mejor -y más honesta- que ellas hablan. Acá hacen otras cosas además de hablar. Ellas y ellos.
En una comunidad religiosa aislada del mundo, un grupo de mujeres se pregunta qué hacer: durante años las han drogado y violado para después echarle la culpa al diablo. Así que, cansadas, hartas, desesperadas, debaten qué hacer. Es decir, el tipo de películas que nace blindada a la crítica porque el tema es “importante” y dice “cosas fuertes”. El crítico que diga que es mala, que aburre, que es un festival de sobreactuaciones y que carece de sutileza, podría ser tildado de, bueno, el diablo, que ahí está para echarle la culpa. Pero arriesguemos: sí, es bastante mala. Son actrices haciendo un show teatral a veces demasiado declamado cuyo sufrimiento en pantalla es de la misma naturaleza artificial que la telaraña de Spiderman. Con una diferencia: a Spiderman uno le cree el balanceo entre edificios. Aquíe el proyecto didáctico-esclarecedor es tan evidente y en primer plano, que se fagocita a sus criaturas. No hay un mundo propio: solo un marco para el discurso. Al diablo con ella.
Pareja en casa heredada, casa embrujada, exorcismo y bebé desaparecida. En cualquier orden que unan estos elementos, tendrán la película que, cercana a una noble clase B de género, se apoya en el realismo y en el clima mucho más que en la historia, que parece realizada solo para sostener la performance de los actores y probar nuevos y viejos métodos de crear miedo. Nada mal para una película que no pretende más que sostener nuestro interés por hora y media.
Habría que preguntarse, a esta altura de la tecnología, cuál es el mérito de un actor maquillado con píxeles. No hablamos de los personajes ostensiblemente falsos (los Na'vi de Avatar, o el brillante Gollum de El Señor de los Anillos) sino cuando el filtro masivo de imagen tiende a contarnos una historia “realista” (o algo así) como en La Ballena, la historia de un tipo (profesor, él) totalmente obeso que busca recuperar algún contacto con el mundo. Los que siempre creímos que Brendan Fraser era un gran comediante nos encontramos con el lugar común de “haré un drama para volver”, aprovechado por el cambalachero Darren Aronofsky para dar alguna lección sobre el mundo y alrededores. Sí, Fraser está bien porque, a pesar de las intenciones seudo vanguardistas (léase “viejísimas”) del realizador, encuentra la humanidad de su criatura y sabe transmitirla. Lo mejor de la actuación de Fraser no son los kilos digitales, pues, sino cómo mira, algo que va más allá de la tecnología y es totalmente humano. Si tiene una nominación al Oscar (merecida) es más por esa manera de mirar y transmitir emociones con lo mínimo que con el maximalismo creado por una computadora tan obesa como el protagonista del film.
Ingenioso thriller, diría un crítico de otrora, donde una joven trata de encontrar a su madre desaparecida con el uso de la inteligencia y muchas, pero muchas pantallas de celulares, computadoras y tablets. Más allá de que la historia de base no es más que un compendio bien disfrazado de lugares comunes, lo que nos importa es el cómo se llega a una conclusión plausible. Por eso “ingenioso”, aunque no siempre “inteligente”, que no es lo mismo.
La saga derivada de Rocky (incluso con altibajos una de las mejores series cinematográficas de la historia, ad maiorem gloriam Stallone) suma otro capítulo ahora dirigido por su estrella. Una historia de barrio (ex amigos que se encuentran en el ring, con peligro para uno de ellos, con viejos rencores detrás y contextos sociales diversos) que termina con pelea espectacular, la fórmula funciona. Pero hay elementos que molestan un poco. Primero, que Sylvester haya dicho “no, esta vez dejá, hacela vos”. Segundo, que aquella sabiduría ingenua de la serie original donde la bajada de línea o era tan simplona que no molestaba (Rocky IV) o tan sutil que llevaba a la obra maestra (Rocky Balboa) aquí es un imperativo atado a la insoportable agenda woke. Y tercero, estamos esperando las trompadas y se nota la artificialidad de cada trompada. Tiene momentos donde el cine, ese arte del movimiento, impone sus reglas. Aunque por puntos, no por knock-out.