EL PRÓXIMO MOCKUMENTARY MUESTRA MI SUICIDIO Las modas son nubarrones que no se sabe cómo vienen y menos cómo se van. En el arte comprenden una marca generacional o una total falta de confianza. El caso de Chronicle, con un título español que me rehúso a mencionar, se inscribe en el segundo rubro. Su obligación por ser un falso documental cubre de hongos la amabilidad de su idea hasta dejar un masacote putrefacto listo para tirar a la basura.
INSULTO AL CINE Exponente de pobreza intelectual y desesperación imaginativa, El Artista es un sinsentido consagrado por esa Gran Culpa de desenchufar el respirador del abuelo moribundo.
DERECHO A LOS ANIMALES Yatasto es un contrasentido. Documental y ficción no se complementan, riñen. Esto crea una paradoja artística a veces bella y otras tediosa.
JODANSÉ Se estrenó hace un mes. Amigos fanáticos de Capusotto no la vieron. Yo fui a la función de las 10.30 el mismísimo jueves 26 de enero, día de estreno. Desde entonces rogué que la vean. “Muy cara la entrada con eso del tres dé, vos porque sos prensa”. Volví a verla pagando los 41 pesos que te cobran esos cerdos con pústulas de pochoclo salidos de Chernobyl. Insistí más furiosamente: ¡vayan a verla! Es un jaque mate discursivo; experimento de antipelícula, nihilismo cinematográfico, seducción intelectual devenida en estafa feliz. Pagar la entrada es parte de su estrategia autodestructiva.
Olvidemos ese logo de cacahuate flotante del cine cordobés. Olvidemos la angustia ética de todo periodista regional enfrentándose a esta crítica. Olvidemos la euforia colectiva por esta inyección de adrenalina que recibieron los cineastas de La Cañada. Olvidemos que filmar un largometraje te hipoteca la casa y arrastra a la demencia. Olvidemos el término malintencionado de ópera prima, sinónimo insolente de promesa o inmadurez.
MÍA usa un plano recurrente: Camila arrastra un carro lleno de cartones y chucherías. Metáfora del acabado artístico: una actriz superior empuja una narración destartalada.
MONOGRAFIAME ÉSTA, JUDITH BUTLER Almodóvar y una supuesta metamorfosis. Algunos críticos se enojan por este devenir artístico, pero para mí que altere sus elementos estéticos es necesario y consecuente. ¿Qué prefieren, un cineasta tartamudo u otro curioso y movedizo? Dicen que el de los noventa pierde el despilfarro del ochentoso y que éste del nuevo milenio se empaca con el preciosismo de su puesta en escena. Como un gen delirante que se activa en directores seniles que ya no saben qué contar. A los que piensan así, aprovecho el espacio ofrecido por Bitácora de Vuelo para desearles una vaginoplastia dolorosa. Y que se les infecte la cicatriz. Peor, que la cicatriz se les raje, se desangren y un cordero sarnoso les lamba la entrepierna para que después un enano desnudo los vuelva a coser con alambres. Pedro Almodóvar alcanzó su estado de gracia. Un estado de gracia implica no tener que demostrar ser Pedro Almodóvar. La Piel Que Habito es la plenitud de una obsesión sin referente, que sin proponérselo contamina su universo. El autor acá no se exalta, no se precipita; sus glándulas kitsch dejan de brotar como pústulas porque están metabolizadas. La secuencia del Hombre Tigre, por ejemplo, no está filmada con la locura que amerita; Almodóvar narra con la impasibilidad de quien se habituó a estar loco o ser un narcisista depravado. Y sabemos que un loco desprejuiciado intimida más que un chillón histérico. En La Piel Que Habito nadie grita ni se las juega de telenovelesco, pero todo lo que sucede sí es patético, asqueroso, rebuscado y melodramático. La virtud de esta película es la asepsia que encubre lo almodovariano para hacerlo omnipresente e intangible. Hombres enamorados de mujeres lesbianas que se enamoran de hombres luego de que estos hombres los convierten en mujeres. Reemplazos de reemplazos que regresan sobre un original apócrifo. El retorcimiento de la historia no solo aterra, genera el estupor de lo inverosímil, ese no saber qué sentir hasta el último cambio de plano que ofrece la película. Encima la mutación personajes/situaciones se combina con una anti-estructura narrativa que hace de La Piel Que Habito una coherencia fílmica absoluta y deslumbrante. Transexuales de la LGTB: no se la pierdan. Lectores en general: estén atentos que pronto publico una reseña sobre La Purga, esa serie que está revolucionando la producción cordobesa y la pasan los miércoles a las 23 por Canal 10. Estén atentos.
¿CINE CORDOBÉS? Tonada comechingona. Fernet. Camisetas de talleres. Cuarteto. Negros de mierda. Barrios de Córdoba. Boliches de Córdoba. Calles de Córdoba. Todo explícito, enganchado como una escarapela. Película cordobesa. Made in Córdoba, ¿se entiende? Regionalismo militante. Cine de acá a la vuelta. Entonces aparece el misterio. ¿Cómo es posible que De Caravana haga de lo cordobés apenas un trasfondo? ¿Qué embrujo hace la película para que uno reconozca bares y calles sin distraerse? ¿Qué sucede para que La Mona sea una anécdota inofensiva? ¿Cómo es posible que el cuarteto te caiga bien y sea natural y consecuente? ¿Cómo hicieron para que esta película tenga simpatía usando tanta flora y fauna? De Caravana nunca se convierte en una postal o una sociología del interior. La prensa local quizá la estigmatice como película icónica por su decorado, pero a Rosendo Ruiz le chupa un huevo el cariño autóctono o la palmadita del intendente. De Caravana se manda a narrar con todo y quiere moverse hasta caer desmayada. El éxtasis de contar una aventura, de hacer de un rodaje una aventura. Si se filmó en Córdoba fue una casualidad porque actores y técnicos estaban acá, deliraban imaginando situaciones acá. De Caravana no cuestiona un ser cordobés, nadie se intimida por la hegemonía porteña. Es Córdoba y bueno, qué importa, es Córdoba. Sólo por sus coordenadas el localismo está presente. Si Francisco Colja vive en Las Rosas y Yohana Pereyra en General Bustos es porque la ciudad funciona en estado de inconsciencia. Las referencias no seleccionan un público, son guiños para que los cordobeses se rían un poco más fuerte de lo que ya todos se están riendo. Y esto porque Rosendo Ruiz está excitadísimo con su historia, no con su etnografía. Ahí aparece otro punto interesante: De Caravana no baraja figurines sociales; De Caravana traza PERSONAJES con un crayón grueso. Personajes tan impregnados en el cuerpo de sus actores que apenas entran en escena se comprenden. Y luego se profundizan hasta ser perfectos, coherentes, abrumadoramente espontáneos. Los actores se creen todo, absolutamente todo lo que dicen. Mérito gigante de la puesta. Rosendo Ruiz planifica encuadres y movimientos de cámara para que los actores hagan la suya tranquilos. Nunca el coitus interruptus del montaje. Es asombroso que este estilo en ningún momento se convierta en teatro filmado o registro televisivo. Magia cinematográfica, guión escrito con agudeza y libertad para interpretarlo y rellenarlo. La película ve a sus personajes como semejantes. Esta igualdad de condiciones, esta colectividad artística, logra que un diálogo larguísimo entre Rodrigo Savina y Yohana Pereyra comiendo choripán se sostenga aunque esté filmado con dos tiros básicos de cámara. Uso una metáfora que me da vergüenza por lo obvia pero igual sirve: ver De Caravana es como salir de caravana. Mientras dura, estás frenético, no sabés qué está pasando y menos con quién estás. Cuando termina, quedás mareado y feliz y te dormís donde sea. Al despertarte, recordás hechos bizarros conectados por la certeza de haberte divertido. Buscarle moraleja o contenido a una noche de caravana es inútil. La diversión no tiene profundidad ni sentido; no alecciona, es un estado dionisíaco, caos placentero. De Caravana hace de la irresponsabilidad pura destreza fílmica. Un flash ; )
ENTRE EL 1 Y EL 10 Una película desaprovechada irrita más que otra decididamente mala. Medianeras es intermitencia pura. Si esta cualidad mutante fue usada a conciencia porque la posmodernidad está de moda, no me importa, quedó horrible. Medianeras tiene la incómoda habilidad de ser un garabato de obra maestra. Excelente sin pulir, tirada a la calle como un cascote. Grandiosa en potencia, de una inestabilidad insoportable. A climas brillantes le suceden escenas de chatura indignante. A latigazos de humor perverso y sutil le suceden chistes berretas sacados del testamento de Rodolfo Ledo. Esta película la vi con P., amigo tan neurótico como yo, y nuestras risas jamás coincidieron con las risas de la sala. Ése fue un buen sensor humorístico. ¿Medianeras quiere hacer reír a viejas, a snobs o a ambos públicos? Me cago en la indecisión, que se las juegue y tome partido. Me contaron que es la extensión de un cortometraje. No lo vi pero si en menos de media hora el corto reúne lo mejor de Medianeras, debe ser una pieza arrasadora. Quiero creer que este relleno para convertirlo en largo pudrió la dignidad de la idea. No sólo la idea, también esa valentía estética que cada tanto se deja entrever pero acaba perdiéndose en una arquitectura torpe y barroca. ¿Por qué estoy tan enojado? Porque los encuadres son zarpados y algunas puestas tienen la originalidad suficiente para replantear códigos narrativos. La dirección de arte te enseña lo que es un criterio y el poder de síntesis. Pero de pronto estas armas apuntan a cualquier lado, la narración se estanca en un sinsentido de personajes secundarios, escenas prescindibles o moral de catequesis. Derroche impune de munición artística. Pero sin dudas en donde más pifia Medianeras es en el uso de la voz en off. La peor de la historia del cine argentino. Oposición absoluta a Llinás; esta voz en off no sólo tiene una sensibilidad indie patética, sino que es sucia y redundante. Mal recitada, anula el encanto de las imágenes y deja en ridículo la poesía del montaje. Sobreexplica hasta lo imposible. Un ejemplo entre varios: la protagonista es inexpresiva y decora maniquíes. Listo, chica = maniquí. Después esta chica se sienta en una vidriera y pierde la mirada por horas. Si a un imbécil se le escapó la metáfora, ya no tiene excusa. Entonces sucede algo sonoramente siniestro: la voz en off de la chica dice: “soy un maniquí”. Más grave aún es que Medianeras pretende ser ideológicamente conciliatoria pero termina absurda y confundida. Jamás distinguí si la película rechaza la deshumanización digital o busca repensar positivamente la era de la hiperconexión. Apología a la monogamia y apología a youtube, les juro que así termina Medianeras y no sé qué me quisieron decir. Supongo que por eso Gustavo Taretto deja en los créditos su dirección de e-mail.
TRUCHO Falso documental pasado de rosca. Inepto como ficción y ridículo como archivo. Apollo 18 no sabe para qué sirven los géneros cinematográficos y sus reglas, mandándose cualquiera. Está editado con la maestría de un videoclip. Hay muchos tiros de cámara y espectaculares paneos aéreos justificados por satélites vagabundos. Gonzalo López-Gallego no sólo cubre todos los puntos de vista, también filma secuencias de acción con nitidez incomprensible. Hasta la cámara en mano compone imágenes legibles. Esta prepotencia técnica es una fuerza gravitacional que no deja flotar el relato. La mano del montajista está más presente que la pizza cuatro quesos que pidieron en la sala. La prolijidad del diseño sonoro es desubicada. Los diálogos tienen la pulcritud de un doblaje. Arranca la película y un sobreimpreso dice que este video circula clandestinamente por Internet, pero su mezcla sonora es perfecta. Está mal por estar bien; el material sería de 1974 y crujidos, atmósferas, murmullos, respiraciones, circuitos eléctricos se escuchan perfecto. Los astronautas son adolescentes inmaduros; desobedecen órdenes, se largan a llorar, extrañan a la familia y compiten para ver quién se banca más tiempo en un cráter con bichitos. También encuentran naves abandonadas que despegan aunque tengan en su interior todos los cables pelados. Y si la verosimilitud aún no se pulverizó, consideremos que estos astronautas no saben hablar otro idioma que el inglés y salen a matar extraterrestres con un martillo. ¿Mencioné que en la luna de Gonzalo López-Gallego hay zombies, profecías, delirios místicos y los bichitos son, literalmente, piedras que se transforman en arañitas? El cine es una mentira pero cada película necesita mentir con lógica interna. Apollo 18 es un falso documental contradictorio, contaminado de After Effects y orden narrativo. Encima los pochoclos estaban húmedos. Aunque me asusté un poquito por los golpes musicales, en general fue un embole.