Hermanos por siempre Gabi on the Roof in July (2010) es la tercera película del ciclo Tres: un ciclo de la compañía Tren compuesta por tres films del nuevo cine independiente que abordan el tema de la juventud. Así como Flores del mal (Le Fleur du mal, 2010) lo hace en Francia y Tilva Ros (2010) en Serbia, el film de Lawrence Michael Levine se sitúa en New York, e intenta representar un momento en la vida de Gabi (Sophia Takal), una joven veinteañera artista y mentalmente abierta a la experimentación, desprejuiciada y ávida por burlar los tabúes sociales. Gabi, una atractiva joven de veinte años, viaja a New York durante sus vacaciones para quedarse en la casa de su hermano Sam (Lawrence Michael Levine), un artista plástico con escaso trabajo. Este, a su vez, vive con dos amigos y tiene una conflictiva relación con Madeline (Brooke Bloom). Gabi estudia arte pero no quiere ser artista, pues rechaza “la concepción burguesa del arte como algo separado de la vida”. Sam tratará de enderezar a su hermana y Gabi boicoteará dichos intentos. Tiene una relación con una chica pero experimenta sexualmente con hombres, los amigos de Sam, e incluso lo intenta con su propio hermano. La relación entre ellos es clave en el film y ambos funcionan como sus propios espejos. Lo interesante del cine denominado independiente suele ser su otra mirada, aquella que el cine comercial prefiere evitar o, al menos, mostrar de forma más sutil y vendible. Desde aquí se puede leer el film, pues lo raro, lo otro, lo distinto está presente desde el inicio: su protagonista se proclama lesbiana, feminista y antiartista y tiene una ambigua relación con su hermano; los demás personajes están, o fuera del sistema, o bien tienen algunas cualidades de perdedores. Este universo puede ser retratado por cualquier tipo de cine, pero la construcción de esa mirada, de ese otro universo necesita de un director dispuesto a superar la convención y los prejuicios. Sin llegar a los extremos, claro está, pero sí intentando independizarse de lo ya conocido. La película también ahonda en otros conflictos como la inestabilidad de los vínculos amorosos, no solamente en la juventud y la padecida madurez. La banalidad con la que el director retrata esto es sólo aparente. El film está atravesado por una constante incomodidad, algo que Levine hace sentir con la incansable cámara en mano y las imágenes fuera de foco. La forma de lidiar con los demás, con el afuera y con la sociedad que tienen los personajes es descentrada, desequilibrada. Y allí está la cámara para reafirmarlo (si bien por momentos se parece menos a un recurso y más a un cliché del cine independiente). Si Sam desea enderezar a su hermana, Gabi quiere todo lo contrario, pero su relación traspasa los límites de la fraternidad. Y sobre eso es el film: todos los personajes, deseándolo o no, encuentran su límite. De esos choques (o aprendizajes) perpetuos que tiene la vida trata esta película.
Juntos a la par El film de Eric Toledano y Olivier Nakache es una historia basada en hechos reales sobre dos hombres muy distintos que consiguen una relación de amistad entrañable y única. La enseñanza de vida está implícita desde el comienzo, y no pretende invisibilizarse. Con alguna escenas mejores logradas que otras (el comienzo del film por ejemplo), esta historia recurre al sentimentalismo, la moraleja. Aún así, Amigos intocables (Intouchables, 2011), es una comedia que busca divertir y conmover al espectador, sin caer en golpes bajos y con muy buenas actuaciones. Philippe (François Cluzet) es un hombre viudo y adinerado, pero como consecuencia de un accidente su cuerpo perdió la motricidad y la sensibilidad. Vive sus días sentado en una sofisticada silla de ruedas, rodeado de enfermeras y asistentes mujeres. Así es como Driss (Omar Sy) aparece en su vida, cuando Phillipe busca un hombre que lo asista en sus diferentes necesidades. Driss será mucho más que eso en poco tiempo y el vínculo entre ellos se convierte en el centro de la película, marcado fundamentalmente por el buen humor de Driss y su mirada hacia Philippe, ausente de cualquier tipo de lástima. La película intenta equilibrar el protagonismo de los dos personajes y están juntos en la gran mayoría de las escenas. Sin embargo, es Driss quien produce el movimiento, tanto al film como a la vida de Philippe. El negro “poco fiable” que cambia la vida de un blanco es ya un arquetipo, por lo que hacerlo funcionar es un todo un desafío. Los directores lo resuelven apoyándose en la ambivalencia del personaje de Driss: sí, hay que temerle, es violento y prepotente pero tiene buen corazón, es inteligente y bienintencionado. Omar Sy parece ideal para el rol y supo explotar esta doble faceta que lo aleja del estereotipo. Lógicamente que de François Cluzet se puede hablar mucho también, pero lo más interesante de su personaje es que no está acotado a su incapacidad. Y por eso la relación entre ellos puede crecer, porque Driss le enseña a Philippe otras maneras de ser feliz alejadas de la mera intelectualidad, y en estos intercambios los dos se tratan como iguales, sin dramatizar las obvias diferencias. La historia verídica en la que se basa Amigos intocables es propensa a los tipos de films que apelan a la emoción y a las moralejas. Es difícil correrse de ese estilo de “lección de vida”. Si bien no se hace tan evidente, eso es lo que más molesta de la película y que por momentos entorpece su andar. Porque consigue escenas frescas y cómicas con una gran simpleza (en la ópera por ejemplo), pero también otras muy obvias y de relleno. El equilibrio entre el drama y la comedia favorece mucho al relato, pero son principalmente los actores los que consiguen transmitir el in crescendo del vínculo. Eso es lo que el film supo explotar, y allí reside su principal atractivo.
Los olvidados El puente que menciona el título del film es el que une Argentina con Paraguay, un proyecto inicialmente concebido por los gobiernos de turno para generar la unión territorial y económica de las regiones comprometidas en el proyecto. El título es perfecto porque condensa casi todo el sentido del film y el director trabaja el espacio del puente como aglomerador de situaciones que superan la territorialidad. Eduardo Schellemberg nos muestra a través de las historias de tres personas de qué manera ese proyecto ideal del Mercosur se degeneró hasta convertirse en un espacio de libre tránsito para el narcotráfico, la corrupción y el delito. Por un lado, aparece la historia de la viuda de un gendarme que muere durante una persecución a contrabandistas en circunstancias confusas. Su lucha es la búsqueda de justicia y conseguir que el caso llegue a juicio oral. Por otro lado, está la historia de un ex fiscal retirado a la fuerza de su cargo por cumplir su deber en la lucha contra el narcotráfico. Por último, el director acompaña a un abogado penal que trabaja por los derechos humanos y que intenta mejorar una legislación artificial sobre la aduana del puente para bajar el delito y los conflictos sociales de la zona. El panorama que construye el film abre cada vez más incógnitas acerca de las verdaderas intenciones de los gobiernos para con su gente. El director nos muestras de qué manera trabaja el encubrimiento y la impunidad dentro de la Gendarmería. La viuda del gendarme es la mujer que busca justicia, pero, de acuerdo a lo que vemos, es la única. Ella sola se mueve buscando testigos y pruebas que le ayuden a demostrar que su esposo fue asesinado por los gendarmes. Toda la estructura de gobierno simplemente está corrompida y lo que de a poco nos deja entrever el film es que la pelea de estas tres personas es la de Don Quijote contra los molinos de viento, algo imposible y que deja a las personas agotadas y abatidas. La cercanía con la que el director registra a los protagonistas es importante porque con ella nos propone conocer sus historias personales, sus familias, su vida cotidiana a pesar de ser víctimas de situaciones injustas que le cambiaron la vida para siempre. De esta manera el documental es sobre ellos, sobre su lucha, sobre lo que los dignifica y los hace seres humanos. A la vez que esto sucede somos testigos del exterior contaminado que deben afrontar día a día y casi al final del film empezamos a pensar en un Estado que olvida, que permite la decadencia de los pueblos de frontera, que ayuda a que los menores se conviertan en “mulas” y que arriesguen su vida por 50 pesos. Cuando un film se busca documentar la injusticia, la corrupción, la marginalidad, como es el caso de El silencio del puente (2011) propone un cine de denuncia, combativo. Este es el cine que no debe dejar de existir, porque si bien hoy en día la televisión suma programas de este estilo, el espacio cinematográfico es único para llegar al espectador y lo hace desde el arte, apelando a la sensibilidad desde lo estético.
Ser padres hoy El film de Jennifer Westfeldt adopta algunos temas (y clichés) muy en boga por estas épocas: la crisis de los matrimonios, las nuevas parejas del siglo XXI, la posibilidad e imposibilidad de amistad entre el hombre y la mujer, los hijos y los amigos. Todo esto, aunque interesante, está mediatizado por el tono de la comedia romántica, para así conformar a un amplio público. Aunque con escasa innovación argumental, la directora propone una comedia dinámica y entretenida. Jason (Adam Scott), un neoyorquino soltero de Manhattan vive en el mismo edificio que July (Jennifer Westfeldt), otra soltera treintañera. Sus vidas no son sólo cercanas por la distancia física sino que los une una amistad de casi veinte años. En medio de una cena con sus dos parejas amigas, todos acuerdan no modificar su forma de vivir si llegaran a tener hijos. Cuatro años después todo resulta al revés y las dos parejas ven revolucionadas sus vidas y su relación. Jason y July permanecen invictos, pero reconocen que no desean eso para su futuro. Deciden entonces tener un hijo juntos para evitar los típicos conflictos matrimoniales. Su plan perfecto llevado a la práctica generará la desconfianza de sus amigos y los conducirá a ellos a situaciones impensadas, no contempladas por su ideal de padres, supuestamente, deserotizados. Plan Perfecto (Friends with kids, 2011) tiene resonancias de las conocidas series norteamericanas (y, específicamente, neoyorquinas) como Friends o Sex and the city, sobre todo en la manera de retratar los vínculos: siempre tan endogámicos y llenos de humor, ironías, y frescura; pero dentro del marco estandarizado, y políticamente correcto, de las clases medias altas, tan ajenas al contexto sociopolítico y cultural más que por algún chiste sobre Bush. Sin embargo la directora utiliza esos rasgos tan característicos para plantear el tema de los hijos concebidos fuera del matrimonio, y los cuestionamientos que dicha postura produce en un círculo de amigos que se dicen progresistas. Westfeldt intenta mostrar que algunas estructuras no se cambian fácilmente. Aunque enraizada en la comedia, construye un guión donde enfatiza los conflictos y las tensiones que le sirven a su argumento, y consigue que los diálogos adquieran nivel dramático en los momentos apropiados. Sufre el mal de este tipo de comedias que se preocupan por una estética agradable (tanto en los escenarios como con los actores) sin mostrar algo que pudiera resultar de mal gusto, y que terminan banalizando alguna historias que podrían ser innovadoras o, al menos, distintas.
Felices juntos los dos El director Frédéric Mermoud se permite filmar un policial con una estructura poco tradicional, y donde los personajes se construyen más allá de la investigación en sí misma, quizás con una mayor sutileza, donde los sentimientos de los personajes son tan importantes como sus acciones. El cuerpo de Vincent (Cyril Descours), un joven taxi boy, aparece tirado en el río con marcas de violencia. El caso es investigado por dos detectives: Herve Cagan (Gilbert Melki) y su compañero Karine Magine (Emmanuelle Devos) que intentarán resolver quién lo mató. A lo largo de la investigación se suman nuevos elementos y personas: Rebecca (Nina Meurisse), la novia de Vincent, Thomas, su proxeneta, y clientes del muchacho. Todos ellos se convertirán en los posibles asesinos. La historia de Vincent previa a su muerte corre paralela a la investigación policial, pues está narrada por sucesivos flashbacks que permiten al espectador conocer la verdad, más allá de lo que la policía sabe o investiga. De acuerdo con lo expuesto, la estructura alternada de la investigación y la vida de Vincent es lo que permite crear el suspenso en la película. Las idas y vueltas del pasado al presente no solo que conforman una manera ágil y distinta de plantear una investigación policial sino que permite que el relato se diversifique con la historia de amor entre Vincent y Rebecca. La pureza e ingenuidad de su relación se contrapone al estilo de vida que lleva él, donde debe acostarse con hombres casados para conseguir una diferencia económica significativa. Rebecca se apiada de él y lo acompaña, y su forma de relacionarse va más allá de lo que hacen para vivir. La película también focaliza en los dos detectives, en su soledad, en sus frustraciones, en la tristeza que los acompaña en cada trabajo. Esa manera de construir a los dos agentes ligados a la policía, tan humana, no tienen absolutamente nada que ver con los arquetipos que suelen verse en la pantalla grande. Por momentos juegan al pin pon, se ríen, hablan de sus miedos, son tan humanos como los jóvenes que tienen que investigar, sólo que vieron y vivieron mucho más. Estas características de los dos detectives, serán determinantes para el desarrollo de la trama. El director no se excede en detalles morbosos, en situaciones violentas o en tramas policiales complicadas. No hay imágenes o informaciones que sobren o entorpezcan. Tiene los elementos justos para ser un thriller de calidad y original.
Mentiroso mentiroso Esta coproducción argentino española apuesta al talento de dos actores, Fernando Tejero y Diego Peretti, para convertirse en una comedia. Los enredos y situaciones ridículas que protagonizan son los momentos del film que ganan en frescura y humor. La historia de la película, aunque bien contada, consigue un plano secundario, pues no pretende ir más allá de una comedia liviana y sin demasiada ambición argumental. Diego (Diego Peretti) es un médico ginecólogo quien a temprana edad vio frustrado su deseo de convertirse en futbolista profesional. Su tío, principal causante de dicha frustración, es ahora representante futbolístico de las ligas inferiores. Un inminente infarto le impide viajar a España a cerrar el paso de Gustavo Cesar (Ricardo "Chino" Darín), uno de sus jugadores, al club español Real Madrid. Por tal razón le pide a su sobrino que viaje en su lugar con el muchacho y se haga pasar por su representante. El problema comenzará cuando se encuentre con Javi (Fernando Tejero), otro representante deportivo de segunda quien también firmó contrato con los padres del chico tiempo atrás. Su relación se tornará forzadamente cercana y de allí nacerán las mejores escenas del film, principalmente generadas por las aventuras que deben transitar juntos para conseguir el tan preciado botín. No es la primera vez que a Diego Peretti le toca interpretar un personaje que se ve circunstancialmente obligado a ser alguien que no es –Tiempo de valientes (2005), Música en espera (2009)-. Entre la torpeza, la ingenuidad y sus formas despistadas, logra que estos seres adquieran una gracia natural que conquista al público. La dupla que conforma con el actor Fernando Tejero en este film, donde este último encarna un personaje mentiroso y ventajero, potencia la diferencia con la inocencia desprevenida de Peretti, y la química que se produce es instantánea. Imposible no reírse de los modismos y las formas del español, y dicha ventaja se aprovecha en el film. En cuanto a la historia que se propone desarrollar el director David Marqués, se puede notar un intento por mostrar una faceta del fútbol claramente descarnada y salvaje, que en nada tiene que ver con el sentimiento que este deporte despierta. Este tópico no deja de ser un cliché dentro del film pues no está más que para dar pie a una historia que apunta a otra dirección y no a profundizar en las bondades o maldades de un ambiente del que hace tiempo se conocen sus ribetes más mezquinos. Por otro lado, tampoco consigue un mayor despliegue argumental en las historias secundarias de “amor”, pues funcionan más de relleno y para dar pie a las moralejas finales que para lograr giros dramáticos interesantes en la película. Aunque con ciertos detalles un tanto vetustos para el género, este film logra entretener por sus destacables actuaciones protagónicas y su agilidad en el relato. Y, para el público futbolero, el film presenta unos elocuentes guiños que le suman color a la historia.
Mejor acompañado que mal solo Las películas actuales (o bien las que con más facilidad consiguen pantalla) están protagonizadas y dirigidas a un público adolescente. Los protagonistas de este film, así como el público al cual se dirige (aunque no excluyentemente) se encuentran en un rango etario olvidado por muchas historias contadas por estos días: los mayores de 60 años. Con esta premisa generacional, El exótico hotel Marigold (The Best Exotic Marigold Hotel, 2011) propone algo distinto para reflexionar sobre la naturaleza humana. Siete personajes con vidas independientes y disímiles son presentados al inicio del film. Cada uno de ellos en un momento de crisis de sus largas vidas, determinado, principalmente, por la soledad. Debido a diferentes circunstancias, todos emprenden el mismo viaje de Inglaterra a la India y (¡oh casualidad!) terminan hospedados en un mismo lugar: el exótico hotel Marigold al que alude el título del film. Al ser los únicos huéspedes, sus vidas inevitablemente se conectarán de distintas maneras: amistades, enemistades, vínculos amorosos y demás situaciones modificarán a estos seres, quienes, al promediar el film, ya no serán los mismos del comienzo. Cualquier película que se filme en la India y sepa sacar provecho de ese mundo tan peculiar, de gran exquisitez visual, corre con una ventaja. La gente, la ciudad, el idioma, los olores, la comida, las costumbres, todo, absolutamente todo, resulta extraño. Depende de cada uno encontrar lo positivo o negativo de ello. En este film, todos los personajes, a su manera, toman contacto con ese alrededor que se les presenta al principio ajeno pero que luego se tornará un personaje más entre ellos. El director consigue una forma armoniosa de incorporar el ambiente al relato, como si este fuera parte natural de la historia. Logra esto a través de resaltar sus particularidades y diferencias; convirtiéndolo en un escenario visualmente estimulante. El argumento del film gira en torno de la búsqueda del amor, la soledad, la muerte, la amistad, la ancianidad, la esperanza; construyendo estos tópicos por medio de las pequeñas historias conectadas que muestra la película. Pero muchas partes se abusan de ciertos recursos en extremo sentimentales. Esto se percibe con mayor nitidez hacia final, donde todo resulta un poco artificial en el uso exagerado de la coincidencia abusiva (aunque sin desentonar con la progresión dramática buscada). La obra es, igualmente, ágil y entretenida. Muchas escenas tienen diálogos que incorporan el humor, mayormente un humor naif, simple, sin búsquedas rigurosas. Si bien por momentos resulta forzado, a los fines del argumento, esta comicidad le otorga a los personajes la jovialidad que necesita el relato -la historia de Sonny (Dev Patel), el joven dueño del hotel, soñador y enamoradizo, se acopla con este sentido a la totalidad-. A pesar de cierta obvia demagogia, la calidad del producto final es incuestionable. El director John Madden logra una película ampliamente disfrutable, y con impecables actuaciones.
El amor después del amor Los hechos reales que inspiraron Votos de amor (The vow, 2012) tienen claramente una fuerte dosis de melodrama. ¿Qué tópico más novelero que hacer que uno de los protagonistas pierda la memoria? Este film se aferra de los datos no ficticios para construir una ficción melodramática ciento por ciento, aprovechando la impronta de la historia verídica. La combinación perfecta de romance y sufrimiento le otorga a este film un encanto particular. La primera escena de la película nos presenta Leo (Channing Tatum) y Page (Rachel McAdams), una pareja feliz, en la plenitud de su vínculo amoroso. Pero el comienzo del film es también el final de esa felicidad: un accidente automovilístico cambia sus vidas para siempre. Page pierde la memoria de los últimos años vividos junto a su esposo y ni siquiera lo puede reconocer. Leo intentará desesperadamente recuperar el amor de su mujer a pesar del estado de ella. Al mismo tiempo, Page se reencuentra con su familia, de quien se había separado años atrás. Pero este regreso al pasado le significará a Leo otro obstáculo más para acercarse a su esposa. A lo largo del film, la voz en off de Leo es la que marca el principal rumbo que el director desea adjudicarle a la historia. Según las palabras del protagonista, los impactos son los que otorgan el verdadero sentido a la vida de la personas. Con esta mirada, el film también determina un subtema: la identidad. El impacto no se produce solamente a nivel amoroso sino que también modificará y hará a Page replantearse su profesión, sus vínculos y su estilo de vida. Algo así como una segunda oportunidad, siguiendo un poco el planteo del film. Un planteo poco novedoso y ya usado pero que sigue dando buenos resultados. Dicho esto resulta casi obvio entender que la película utiliza todo el tiempo los clichés románticos y los tópicos del melodrama más conocidos. Pero siguiendo dichos pasos el film se sostiene y se consolida. Básicamente, consigue lo que quiere. A saber: la construcción de la pareja feliz, perfecta y linda al comienzo del film consigue que el golpe sea más difícil de asimilar; para los protagonistas, claro está, pero sobre todo para el espectador. Porque en definitiva, lo que verdaderamente importa no es si Leo recupera el amor de Page, sino que el espectador esté todo el film deseando dicho reencuentro, llorando en cada desencuentro y suspirando en cada escena romántica. Nada más ni nada menos.
Cuando la suerte trae felicidad Una película romántica que muestra el cuerpo de Zac Efron en unas cuantas escenas ya se asegura la visita de unas cuantas adolescentes (y no tanto). Si a esto se le suma un poco de amor, optimismo, y escenarios visualmente coloridos la combinación puede resultar atractiva para cualquier espectador que guste del romanticismo al estilo Holywood. Logan Thibault (Zac Efron) es un Sargento de la Marina de EEUU quien en el medio de un combate encuentra la foto de una mujer. Esa foto le trae suerte (el título original del film en castellano es “El afortunado”) y regresa con vida a su casa cuando otros no lograron sobrevivir. Al terminar la guerra Logan decide buscar a la mujer de la foto que le salvó la vida. Cuando finalmente se encuentra con Beth (Taylor Schilling) no puede decirle la verdad y acepta trabajar en su criadero de perros cuando, en la confusión, ella piensa que busca trabajo. La relación entre ellos se hará cada vez más cercana, pero siempre bajo la mirada y la amenaza de su ex marido, el sheriff del pueblo, y la sombra del secreto de Logan. Es conocido por todos el papel preponderante que juega el azar en el amor. Este tópico, en el cine, suele rondar casi todas las películas románticas. La idea de la predestinación y las almas gemelas son entonces los derivados argumentales más comunes que estos films suelen adoptar. Pero, seguramente, la intencionalidad de la película cambiará la forma en que estos son mostrados. En Cuando te encuentre (The Lucky One, 2012), claramente, la idea de la predestinación adquiere un papel decisivo y determina la narración en todo momento. ¿Cómo se le podría ocurrir a un espectador que los protagonistas no terminen juntos dadas las circunstancias? Las expectativas románticas de cualquier persona que se acerque a ver este film deberían ser concretadas, o, al menos, la película debería hacernos creer que así va a ser. Y sobre estas reglas básicas se apoya este film. Sobre las reglas de un género que el cine norteamericano no pretende modificar porque son efectivas y venden. Con esta escueta aclaración, caer en las mismas críticas hacia las “películas de amor yanquis” sería redundante. Es algo obvio y conocido por todos que a partir del trailer o bien del afiche del film se sabe con cierta certeza qué tipo de producto veremos en la pantalla. Por eso sería difícil que alguien salga de la sala de cine sintiéndose decepcionado. Porque es una película que vende lo que es y que en ningún momento pretende correrse de los lugares comunes del género. Sin embargo, sí se le puede criticar cierta falta de pretensión al momento de incorporar algún giro narrativo de cierta originalidad. El melodrama que incorpora la línea argumental de los combatientes de la guerra no resulta del todo verosímil y por momentos aparece forzado. Pero, si de ir a ver una película de amor se trata, la pregunta pertinente sería: ¿por qué no?
Perdidos en Puerto Rico El film de Bruce Robinson necesita una figura como la de Johnny Depp para sostener las casi dos horas de duración. En su intento por ser una comedia con contenido ideológico, logra algunas escenas interesantes aunque sólo actoralmente. Aquellas partes más banales, de corte humorístico, fallan. El argumento es inconsistente y se parece más a un film de borrachos que a una comedia. Durante los años 60, Paul Kemp (Johnny Depp), un novelista alcohólico, viaja a San Juan, Puerto Rico, para trabajar como periodista en un diario local. Allí se hará amigo de Sala (Michael Rispoli), fotógrafo del periódico, quien le cuenta que el diario está punto de ser desmantelado. Por su parte, el editor, Lotterman (Richard Jenkins), desalienta su pretensión de periodismo serio para vender el “sueño americano”. Mientras tanto, conoce a Sanderson (Aaron Eckhart) un empresario norteamericano quien lo seduce a entrar en un turbio negocio para construir hoteles en islas vírgenes. Paul querrá actuar frente a la injusticia, si bien su alcoholismo y las mujeres serán su mayor problema. La comedia es un género que le sienta más que cómodo a Johnny Depp. Películas como Ed Wood (1994), o Charlie y la fábrica de chocolate (Charly and the Chocolate Factory, 2005) son pruebas fehacientes de ello. Pero lógicamente que los buenos guiones (y principalmente una buena dirección) ayudan, y, en este caso, el mayor mérito es del actor. Por tal razón, es un gran acierto su compañero de aventuras en esta película: Michael Rispoli. La pareja consigue las escenas más risibles de la película, aunque el director haga abuso de su estado de borrachera en la mayoría de las escenas. Y, si bien el alcohol es parte de un estado de situación social que se pretende recrear, esto no resulta tan claro en el film, y así se termina banalizando (y aburriendo). Por otro lado, el director no se priva se incluir el ingrediente infaltable de cualquier comedia: la historia de amor entre Paul y la sexy novia de Sanderson, Chenault (Amber Heard). Pero su inclusión parece más una distracción visual que una línea argumental relevante. Se suma a esto que las situaciones graciosas o disparatadas, incluso con algunos gags, no consiguen que el film gire hacia un costado más humorístico. Los actores parecen estar solos sin ninguna ayuda, quedando en ellos el peso de la comedia. A pesar de que en su publicidad no lo parece, este film no tiene un contenido meramente pasatista, pues denuncia abusos económicos y políticos en Puerto Rico. Si bien lo hace situándolo en una época pasada, el planteo no queda desactualizado en el presente. Con esta intención ideológica, Diario de un seductor (The Rum Diary, 2011) se convierte en un híbrido. Porque a pesar de tener buenos actores y una producción de calidad, no consigue en ningún momento un argumento sólido. Y, ciertamente, le sobran unos cuantos minutos.