Menos pregunta Dios… El espíritu navideño continúa presente en cartelera cinéfila con un tinte de comicidad y renombradas figuras como parte del elenco. En esta ocasión es el realizador John Hamburg quien suma al desfile de comedias trilladas su último trabajo ¿Por qué Él? (Why Him?, 2016) y juega todas las cartas a repetir la ecuación que mejor resuelve: entretener. Su nueva entrega ofrece al espectador un interesante cóctel con un dejo tinte risueño similar al que utilizó en Mi Novia Polly (Along Came Polly, 2004), una pizca de la rítmica de la saga Los Fockers, y como frutilla del postrem el mítico y osado personaje Zoolander (2001), que anima la gala. Así de simple: quien haya visto Fiesta de Navidad en la Oficina (Office Christmas Party, 2016), cuya premisa pareciera rondar si logrará la magia Navideña salvar la firma que está a punto de quebrar, aquí verá algo parecido. Ahora la pregunta será: ¿logrará Laird (James Franco) entrar en la familia y pertenecer al clan antes de la fiesta de Navidad? Sin mayores expectativas que resolver esa cuestión, la trama avanza en torno a cómo actúa un padre sobreprotector frente a un yerno que no cumple con sus expectativas. Ned (Bryan “Walter White” Cranston) visita a su hija en Standford para conocer al multimillonario de Silicon Valley, Laird, quien desde el primer momento intentará ganar la aprobación de su suegro para casarse con la joven. FIN. Tranquilamente el análisis del film podría terminar ahí ya que la narrativa no ofrece nada nuevo y, a grandes rasgos se asimila -quizás por demás- a La Familia de mi Novia (Meet the Parents, 2000). Sin embargo, por momentos tiene gags que funcionan y hay un detalle que rompe la estructura: la incorporación de la tecnología como naturalización social y cómo esta es puesta en juego para adaptar lo viejo con lo nuevo, lo dado con lo moderno, etc. Este costado resulta interesante en el siglo XXI, más aún si se lo extrapola al campo de análisis terapéutico, donde es materia de estudio la dificultad de ciertas personas para adaptarse a los tiempos que corren. Así se ve cómo Ned no encaja en la casa de Laird, que cuenta con una batería de objetos tanto muebles como inmuebles, que hacen todo por él, y mientras le da el confort de gozar de su tiempo libre, lo atonta intelectualmente. Pero es Ned quien se sentirá un tonto al no poder utilizar el inodoro electrónico mientras un soft que controla la casa mediante sensores y un software todo lo escucha y todo lo “ve”. Párrafo aparte para el elenco. Hamburg pensó muy bien cómo vender la película y encontró la solución en los dos protagonistas, Bryan Cranston y James Franco, no solo porque se los ve impecables en los papeles, sino porque siguen sorprendiendo y demuestran, una vez más, su enorme potencial actoral. Se meten de lleno en la piel de estos personajes cómicos y logran salir de sus roles atípicos y emblemáticos como cada uno en sus papeles más emblemáticos. Ambos se lucen, pero asombra cómo el carismático personaje principal, Laird, roza lo chabacano y recuerda al padre de Greg Focker (Dustin Hoffman) mediante los comentarios inapropiados que hace de su suegra y su constante asociación de temas con la sexualidad. De igual modo ocurre con Cranston respecto al Robert de Niro de aquella saga. ¿Por qué Él? aporta su granito de arena a las comedias norteamericanas circundantes en esta playa de surfistas, pero no logra alcanzar la cresta de la ola. ¿Será que el orden de los factores altera el resultado? ¿O que, como suele ocurrir, esta nueva comedia recuerda aquellas genialidades, pero no las supera? “Es hora de adaptarse a los nuevos tiempos que corren”, algo que quizás John Hamburg debería comenzar a replantearse en trabajos futuros. Quizás con un simple cambio de paradigma obtenga un mejor resultado frente al espectador que parece salir ofendido de la sala en lugar de gozar y reír con este mix que está a un paso de resultar un verdadero combo explosivo y dejar al director fuera de carretera.
El dinero no es todo Como todos los años el mes de diciembre se viste de Santa Claus para empapar de espíritu navideño la humanidad y renovar la cartelera cinéfila con propuestas plagadas de mensajes con buenos augurios y próspero año nuevo. Tal es el caso de El Expreso Polar (The Polar Express, 2004), donde Tom Hanks se convierte en caricatura y comanda un extraño tren con destino a la casa de Santa, o a Jim Carrey con un make-up impecable para interpretar el mítico Grinch que busca robarse la Navidad de los absurdamente felices Whos en El Grinch (Dr. Seuss´How The Grinh Stole Christmas, 2000). Y cómo olvidar la bella comedia romántica Realmente Amor (Love Actually, 2003), escrita y dirigida por Richard Curtis, con varios personajes que creen en la magia de la Navidad. Lo cierto es que todas estas historias remarcar cómo el espíritu navideño puede cumplir los deseos al ritmo de la canción de John Lennon “Happy Christmas, War is Over”. Sin embargo, en esta ocasión y en sintonía con los famosos Gremlins aguafiestas, llega a los cines Fiesta de Navidad en la Oficina (Office Christmas Party, 2016), una atípica comedia negra de los realizadores Josh Gordon y Will Speck donde todo parece estar débilmente hilvanado por hilos -que están a punto de cortarse- en una desorbitante empresa familiar a punto de quebrar. ¿Logrará la magia Navideña salvar la firma? Esta atípica premisa es una buena propuesta, diferente al ritmo de los renos y las campanas cascabelescas. Vale recordar que esta dupla de realizadores, Gordon-Speck, funcionó correctamente en films como Papá por Accidente (The Switch, 2010) y Patinando a la Gloria (Blades Of Glory, 2007). Sin embargo, la co-escritura del guión de Justin Malen en conjunción a Laura Solon -Ganadora del Perrier Comedy Award en 2005 y conocida mayormente por su trabajo en la serie Laura, Ben & Him (2008) y el corto Tooty´s Wedding (2011)- está cargada de dos visiones antagónicas que parecen no terminar de encontrarse en el relato. La trama gira en torno a una empresa familiar, Zenotek, locación que no sólo resulta poco creíble artísticamente y deja cabos sin atar en materia producción, sino que reina durante el 80% del film y denota que la producción contó con poca creatividad para enfrentar el poco presupuesto del proyecto. Lo cierto es que Zenotek está a punto de quebrar y su gerente, Clay Vanstone (T.J. Miller) intenta establecer relaciones comerciales para sacar a flote la empresa y enfrentar a la CEO de la compañía, Carol Vanstone (Jennifer Aniston), su propia hermana, a quien poco le importan los deseos de sus trabajadores y le impone a su hermano un deadline para achicar números y reducir personal si no revierte en una semana la situación económica. Sus empleados se enteran la noticia y deciden ayudar a Clay, que tras consultarle a su socio y amigo Josh (Jason Bateman) decide, cual manotazo de ahogado, salvar la firma mediante una épica fiesta navideña con invitados de lujo que aporten dinero para financiarla. Nada más alejado de la dulcinea temática navideña que entretiene a los amantes de este género. ¿Podrá la economía de la firma salvarse en abrir y cerrar de ojos? Aquí todo se sale de control y la creatividad del cerebro de la dupla se contamina por las ideas contrapuestas de sus guionistas. Por un lado se ve el intento de centrar el film en la psiquis de sus personajes (los empleados), mientras el gerente intenta hacerles pasar una nochebuena para correrlos de la vorágine negativa, y por otro, la necesidad implícita de cerrar un negocio en esa noche para que salve la empresa. Se optimizan los elementos navideños; los colores rojo, verde y blanco están presentes, pero lejos de Santa Claus y sus duendes, cual efecto camaleón, se mimetizaron con la onda Chilli Peppers (Ajíes Picantes), y la mágica nochebuena en lugar de polvo de estrellas tiene polvo de cocaína. Aquí se bifurcan estos conceptos narrativos opuestos, y la idea original del film desaparece de un plumazo. Se entremezclan subtramas entre los personajes, como amoríos de una noche de alcohol, sexo y drogas al estilo The Night Before (2015), y aparecen los efectos de esta sustancia peculiar en plena fiesta. Irónicamente, eligieron salir de lo establecido y dar comienzo a un próspero año nuevo mediante un exceso de efectos alucinógenos que poco convence y satisface al espectador cuando los empleados intentan atentar el reglamento del departamento de Recursos Humanos. Aquí el arte y la musicalización roza la esencia de Papá por Accidente y, aunque cuenta con un guión más entretenido que el de Allan Loeb, la dupla Speck-Gordon no sorprende. Una vez más apuestan a un elenco sólido y popular con renombradas figuras a la cabeza como Jennifer Aniston y T.J. Miller –Deadpool (2016); dupla que funciona de maravillas con los pertinentes gags entre hermanos que no se llevan bien y se pasan factura en lugar de limar sus asperezas, pero que no llena y resulta indispensable nutrir -quizás por demás- de su relación con los personajes secundarios para ganar el interés del púbico. Allí aparecen entonces como parte del repertorio secundario Jason Bateman y Olivia Munn –X-Men: Apocalipsis (X-Men: Apocalypse, 2016), aportando el enfoque romántico -casi tirado de los pelos- al estilo de Realmente Amor, y Kate McKinnon, de Cazafantasmas (Ghostbusters, 2016), entre otros. Fiesta de Navidad en la Oficina cumple con lo esperado: entretiene. Apuesta a un Clay con traje de Santa Claus que, esperanzado, intentará mover cielo y tierra para salvar la empresa de su padre. Sin embargo, se pierde la esencia de la premisa que plantea el avance y deja con ganas de más. El guión no va más allá de una simple fiesta que, a las claras, contrapone las miradas de los guionistas. Avanza en función al descontrol que allí sucede a raíz de la droga en cuestión y el desborde de alcohol toma protagonismo para llevar a sus participantes a realizar actos que podrán, o no, ser juzgado post-fiesta en función a un tema controversial: ¿La droga como diversión, apogeo, escape o solución?
Voces por la justicia: el extraño caso de Edward Snowden ¿Héroe para la ciudadanía o traidor de toda una nación? Es la eterna pregunta retórica que ronda en el curioso universo de las TIC´s y pone a sus aficionados en un aterrador estado de alerta frente al uso de las mismas. Quizás por eso el productor y director Oliver Stone, a días de las recientes elecciones democráticas en las que Donald John Trump fue elegido Presidente, busca con este material reabrir -o al menos evidenciar- el nulo avance en materia seguridad informática que tanto inquieta al gobierno de Estados Unidos desde 2013, cuando se dio a conocer el emblemático caso de Edward Snowden. Este joven ex técnico de la CIA fue exiliado de los Estados Unidos tras denunciar el espionaje masivo que realizó el gobierno de su país para recopilar información bajo el manto de combatir el terrorismo internacional. Como el documental Citizenfour (2014), de Laura Poitras -que recopila información en primera persona del caso-, este biopic es una cronología fiel a los hechos. El eje está puesto en mostrar a un muchacho que acciona según sus ideales, ingenuos, de servir a la nación, hasta que se decepciona cuando descubre lo que sucede detrás de ese speach de “garantizar la seguridad a los ciudadanos” y realiza la denuncia -en términos criollos, destapa la olla- con el afán de cuestionar por qué la Casa Blanca cruzó el límite legal, a través de un programa de inteligencia cibernética, para vigilar las comunicaciones (fijas, móviles y de Internet) de millones de ciudadanos a nivel mundial sin previo consentimiento. Las escenas didácticas, de escasa artística y musicalización, son una copia fiel de lo sucedido. Joseph Gordon-Levitt, de magnífica interpretación, se pone en la piel de Snowden para recorrer desde sus primeros pasos por las Fuerzas Armadas, donde sufrió el accidente de salud que lo incapacitó para seguir allí, hasta su labor como consultor de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), que lo llevó a ascender hasta conseguir encerrar en una micro SD, con un simple copy-paste en apenas 3 minutos, las pruebas necesarias para comprobar que aquello que denunciaba era cierto. Es aquí donde, a las claras, Stone toma partido por la defensa del implicado; lo presenta como un joven hacker brillante y audaz que enfrentó y ridiculizó al sistema de seguridad de la nación al escapar del país con la información que, curiosamente llevaba en la memoria SD oculta en su cubo mágico y, posteriormente, escapó del país -al recibir la orden de captura- mediante un documento que gestionó en tiempo récord de refugiado de paso de parte del Gobierno de Ecuador. Asimismo, Stone incluye la faceta sentimental y pivotea los hechos con la historia de su gran amor por la joven fotógrafa, Lindsay Mills (Shailene Woodley), y los embrollos que le trae a la relación tener semejante profesión. Luego de este parate, vuelve de lleno al meollo de la cuestión. Lisa y llanamente, Snowden carece de una trama novedosa, se ajusta a lo conocido. Es un extenso largometraje, innecesario, donde lejos de aquel Stone creativo que transmitía emociones en trabajos como Expreso de Medianoche (Midnight Express, 1978) -que adaptó para la pantalla; fue dirigida por Alan Parker-, se ve un Stone paranoico, hasta quizás preocupado por sus excesivas películas denunciando a los Estados Unidos. Pero vale la valentía de exhibir en la pantalla grande estos casos que para aquellos que no estén empapados en el tema servirá como una especie de documento Wikipedia. Idóneo hubiese sido cambiar la rítmica, jugar más con flashbacks y avanzar en la materia; profundizando qué sucedió luego de la famosa denuncia tanto en la vida de Snowden como en materia jurídica. Hubiese sido interesante mostrar cómo aún permanece refugiado en Rusia, luego de tres años del gobierno de Obama. No obstante, es un buen camino repensar cómo la vigente era tecnológica puede ser vista como el yin-yang, con su lado bueno y su lado malo. Apenas dos meses atrás el mundo Pokemon Go había atrapado a más de un niño, en contraparte es gracias a la tecnología que se crean impresoras 3D para realizar prótesis y salvar vidas.
El desierto no se conquista Estamos ante la ópera prima de los directores Javier Zevallos y Francisco D´Eufemia, que debutan tras lograr la aceptación del público marplatense en la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Fuga de la Patagonia, como anticipa su título narra un capítulo oscuro y triste de la historia nacional: la mal llamada Campaña de la Conquista del Desierto, con sus graves consecuencias y secuelas en materia política y sociocultural. Lejos de ser un desierto y un lugar a conquistar, estaba habitado por pueblos originarios. El guión es fiel al relato del joven explorador y cartógrafo Francisco “Perito” Moreno (Pablo Ragoni), quien cuenta cómo en 1879, mientras comandaba una expedición por la Patagonia, es capturado por el Cacique Consejero de una tribu Mapuche, Valentín Sayhueque, que lo sentencia a muerte, acusándolo de espía y traidor a la patria. La trama gira en torno a cómo esta tribu mapuche lleva adelante la persecución del joven por el hijo del Cacique, el mapuche Francisco Sayhuegue (Gustavo Rodríguez), mientras pivotea con un Moreno que durante seis días se enfrenta a sobrevivir los inminentes peligros de los bosques sureños, capturados a la perfección por la cámara de Lucio Bonelli con juegos de travellings y mucha steadicam. Así, los realizadores a medida que avanzan los minutos, enfatizan miradas adversas que coexisten sobre -y en un- mismo territorio: la del explorador que, en su afán de descubrir tierras por el sólo hecho de curiosear, traza mapas que luego servirán de guía a los militares para aniquilar a los mapuches; la de los cuatreros que buscan sacar provecho de lo que puedan, y la de los pueblos nativos u originarios que desean permanecer viviendo allí en paz. Este último hecho, pese a que los directores remarcan hasta el cansancio que su intención no fue juzgar la historia ni hacer una bajada de línea, intenta al final del film reivindicar -un poco- su figura, citando que no comandaba los ejércitos ni traiciona a los mapuches, sino que este personaje histórico (y a la vez, polémico) también es idolatrado por muchos amantes del medio ambiente, ya que aportó a la preservación de los parques nacionales, los cuales también fundó -razón por la cual hoy llevan su nombre gravado-. Sin embargo, las escenas marcan a las claras la existencia de un conflicto sociopolítico, y que gracias a los mapas de Moreno fue posible la Conquista del Desierto durante la presidencia de Julio Argentino Roca, que literalmente “Aniquiló a los indios que afloraban en la Patagonia”. Si hay algo para destacar de esta ópera prima es el plano artístico. Resulta interesante ver una película de acción enmarcada en los ríos y montañas del norte patagónico. Tanto la música de Ariel Polenta como las locaciones en escenarios naturales y deslumbrantes dieron en la tecla para la construcción de climas. Es su conjunción, la que levanta con eficacia la poca creatividad del relato, cuya narración por momentos remite a películas como El Renacido (The Revenant, 2015), de Alejandro González Iñárritu, y Jauja (2014), de Lisandro Alonso. En estos casos, donde se presentan hechos históricos, si se quiere cuasidocumentales, debe afinar aún más el lápiz y mirar con lupa todos los detalles que la conforman. Aquí, los elementos de utilería y el vestuario, lejos de ser un problema, contextualizaron efectivamente la época y enfatizaron la historia: el armamento de los indios, el hombre blanco que debe llegar al fortín con el objetivo de salvarse, la balsa donde navegan -construida para la ocasión- y los caballos tradicionales para las trilladas escenas de persecuciones, vistas hasta el cansancio en westerns. En contrapartida, algo para mejorar es la elección del elenco. Se incluyeron actores mapuches para reflejar dicha cultura a través de lo físico (los rasgos, sus rostros), pero a nivel actoral esto perdió objetividad y naturalidad. Quisieron innovar y perdieron de vista que la inclusión de algunos diálogos en idioma mapuche en personajes de rudos hombres de acción y, por lo general, pocas palabras, son innecesarios. Las actuaciones de estos nativos, en lugar de generar un tono épico, le quitaron naturalidad y credibilidad. Fuga de la Patagonia no es más que una buena idea con historias fascinantes, pero esta primera ficción de Francisco D’Eufemia y Javier Zeballos no consigue ir a buen puerto. Hay veces que no sólo basta con tener todos los elementos de un western sino ver un horizonte más allá de la acción y la aventura física, y recae en el melodrama del hombre en peligro atrapado en un territorio desconocido. Apunta a simplemente sobrevivir y, quizás, hubiese sido bueno ahondar a reflexionar sobre la visión de este personaje emblemático.
Abre tu mente Pasaron 53 años desde que Doctor Strange apareció por primera vez en el número 110 del cómic Strange Tales (1963) para defender la humanidad ante amenazas místicas. Hoy estamos ante el pleno apogeo del movimiento oriental espiritual, donde afloran los mantras y las palabras de salvación como consuelo. El mundo se cae a pedazos, consecuencia de los abusos del hombre en la naturaleza en pos de un incesante consumo materialista. Es en este mismo mundo donde llega a las salas una propuesta acertada dirigida por Scott Derrickson y protagonizada por Benedict Cumberbatch, que adapta el cómic con el objetivo de reflexionar sobre nuestro aquí y ahora. Sí, sabemos que el Universo es definido por la ciencia como la unidad espacio-tiempo de todas las formas de la materia, energía, átomos y galaxias, sostenidas por leyes físicas que las mueven. Sin embargo, los fanáticos del género fantástico afirman que existe otro universo: El Universo Cinematográfico Marvel (UCM), creado por el editor de historietas estadounidense, Martin Goodman, bajo el nombre Timely Comics en 1939 y rebautizado en 1961 como Marvel Comics. Allí habitan un sinnúmero de criaturas de apariencia humana con poderes extramundanos anclados en la fortaleza de alguna destreza humana. Tal es el caso de Bruce Banner, más conocido como Hulk, cuyo genoma humano en combinación con la exposición a los rayos gamma y los nanomeds incrementan su fuerza; a él se suman Anthony Edward “Tony” Stark, más conocido como Iron Man, quien construye una súperarmadura de hierro con la que escapa de la Guerra Fría y combate el terrorismo. Por último pero no menos importante, Capitán América. Estos poderes, que anualmente reinventa la editorial bajo el propósito de salvar la humanidad del caos con la finalidad de construir un mundo mejor, convierte a sus personajes en superhéroes idolatrados por miles de generaciones que no sólo comparten sus ideales e imitan su vestuario sino que, cual fieles peregrinos, siguen sus andanzas tanto en los cómics como en la pantalla grande. En este escenario de fanatismo y ansiedad hoy debuta el nuevo personaje de la familia Marvel Comics, el neurocirujano Stephen Strange, más conocido como Doctor Strange, que buscará alterar las leyes que rigen la realidad. La trama, a grandes rasgos, gira en torno a cómo este neurocirujano, laico, millonario, de gran intelecto, es admirado profesionalmente por sus colegas con quienes se muestra como una persona exitosa que todo lo puede y todo lo sabe. El Dr. Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) de nula vida social, se jacta de dichoso por su habilidad para manejar sus propias emociones -producto de su profesión- y, en consecuencia, no involucrarse sentimentalmente con nadie. Se piensa autosuficiente y no tiene deseos de cambiar. Sin embargo, un buen día, sufre un grave accidente de tránsito donde queda unos minutos inconsciente y al despertar manifiesta poderes místicos. Este giro de 180 grados cambia su vida por completo. Así es como su sanación depende únicamente de un milagro: abandonar su gran ego para pedir ayuda y salvarse. Así el guión desafía y apela, de manera introspectiva, a lo más profundo del ser para apartarse de la ciencia y redescubrir que la fuerza interior que lleva consigo pero ignora, a veces, es el único camino de sanación. Es entonces cuando en este marco místico aparece su mentora, Tilda Swinton, en el monasterio Tibetano. Ella lo guiará al camino de la iluminación pero será él quien deberá lograr, convicción mediante, confiar en sus poderes para hacer realidad su deseo y transformar la realidad. ¿Cómo? Guiando correctamente su mensaje al universo para que surta efecto. Así Stange, conocerá el camino de la iluminación y en conjunción con sus conocimientos obtendrá la apertura del tercer ojo. Mutará de aprendiz aséptico e inexperto en la materia a poderoso hechicero bajo la tutela de un místico, el Antiguo Uno (Tilda Swinton) gracias a quien conoce el camino de la autoayuda mediante el poder curativo de palabras como Dharma (que significa protección), Sutras (enseñanzas a través de los siglos llevadas por sus discípulos), Jarma (Energía transmitida por el acto de las personas), Nirvana (estado de liberación Sangha (Comunidad) y Bardo (estado de transición entre la vida y la muerte) que netamente apelan al interior del ser. ¿Podrá Dr. Strange salvarse? Aquí, en esta dimensión mágica y ancestral donde todo es posible amerita hacer una observación detallista y positiva del arte visual, cuya producción se luce haciendo uso y abuso, del bueno, de la tecnología para lograr impactantes escenas en las montañas asiáticas y el monasterio tibetano, permitiendo así que el espectador se sienta partícipe de la historia. Estos magníficos efectos visuales están a cargo del gran del diseñador francés Stephane Ceretti, supervisor de Efectos Visuales (VFX) de Capitán América: El Primer Vengador (Captain America: The First Avenger, 2011), Thor (2011) y Guardianes de la Galaxia (Guadians of the Galaxy, 2014), película con que logró su nominación al Oscar. Aquí, nuevamente, saca a relucir su formación en artes y física para mezclar a la perfección, la misma magia creativa que utilizó en la saga Matrix (1999) y también en Harry Potter y el Cáliz de Fuego (Harry Potter and the Goblet of Fire, 2005). De esta manera logra la estética experimental que posee el cómic original de 1963 -época en la que Estados Unidos vivía una etapa de movimientos anti bélicos, violencia política y el uso de drogas alucinógenas que derivó en expresiones como el arte psicodélico-y junto al director Scott Derrickson, recuperan la impronta del dibujante Steve Ditko y mantienen la esencia del cómic, creado y escrito por Stan Lee, logrando que la magia del film rodado en Londres, Nueva York y Hong Kong se mezcle con el mundo físico, como las locaciones de los dibujos. En esta línea de detalles psicodélicos observamos planos al estilo “Escher” -como en El Origen (Inception, 2010) de Christopher Nolan donde los edificios se hunden, los planos giran y el suelo pasa a ser el techo) en los momentos de acción y lucha. Y si observamos, aún más bajo lupa el arte propuesto, cabe destacar la utilería y el vestuario ya que la famosa capa de levitación del superhéroe es un elemento clave para el personaje. Al igual que el mundo de Harry Potter y Avatar (2009), los elementos eligen al mago, tienen vida propia y personalidad. En este caso se crearon más de 18 capas reales con la ayuda de Framestore para que la tela mágica se sienta como un personaje real, al igual que en Guardianes de la Galaxia y lo lograron con creces. Párrafo aparte merece el protagonista, Benedict Cumberbatch, que logra a la perfección meterse en la piel de un personaje tan complejo y de fuerte personalidad. Su impronta fue vital para esta película así como Robert Downey Jr., fue para hacer de Tony Stark en Iron Man (2008). A él le sigue su mentora, la actriz Tilda Swinton, que podría haberse lucido más en su rol pero que su look le quedaba fantástico. Los gags de sus diálogos hacen de esta historia una buena combinación. Otro punto a favor fue la elección del villano, Kaecilius -interpretado por Mads Mikkelsen, el danés de la serie Hanibbal-, presente en las peleas con el hechicero. Sin embargo, el combate entre dos cuerpos astrales queda en un segundo plano para remarcar que el eje del film marcar que la verdadera lucha es contra su ego. Así, a grandes rasgos es Doctor Strange, la nueva joyita de Marvel Comics que no sólo es sinónimo de garantía de confianza para sus adeptos sino que también se amplió al mundo místico y mágico, en conjunto con Walt Disney Company. Su director, Scott Derrickson, claramente entiende el juego y toma la posta. Avanza hacia una nueva dimensión, poco explotada, para iluminar la nueva era. ¿Logrará ganar las buenas vibras de su público? Esperemos que no siga los pasos de El Hombre Araña (Spiderman, 2002) con una saga que deforme la originalidad narrativa ni tenga una secuela con actores que alejan al público sino que supere, con creces, el legado de Capitán América que fue récord mundial de ventas en 2011. ¿Un consejo? Si les atrapó este Universo Marveliano no se levanten de la silla hasta que enciendan las luces, hay una escena final que deja el final abierto. ¡Bravo, Marvel!
Ver para creer A un año del lanzamiento del exitoso best seller La Chica del Tren, de la escritora inglesa Paula Hawkins, llega al cine su adaptación cinematográfica a cargo del director Tate Taylor. Si el thriller tiene la misma suerte de esta novela policial, que en tan solo un año vendió 11 millones de ejemplares y hoy es furor en e-Books y Amazon, habrá un antes y un después en su carrera… ¿Lo logrará? El guión, al igual que la novela, gira en torno a la desaparición de una mujer en Nueva York: Megan (Haley Bennett). Se cree que está muerta y, al parecer, la única testigo de su última aparición con vida es una mujer alcohólica, divorciada y sin trabajo, Rachel Watson (Emily Blunt), quien desde hace un año deambula diariamente en un tren y retrata en dibujos -desde su asiento- lo que observa por la ventana del vagón: la aparente felicidad de su amado ex marido Tom (Justin Theroux), que tiene un bebé con Anna (Rebecca Ferguson), su actual mujer con quien reside en la casa que compró junto a Rachel. Los minutos avanzan, y mientras crece la obsesión de Rachel por conocer la vida de Tom y recuperarlo, se revela mediante flashbacks que Megan era vecina y niñera del bebé de su ex. Así, con estos datos y los diálogos presentes en la trama, se genera a cuentagotas el suspenso que atrapa lentamente al espectador. Un buen día, Rachel, atravesada por su permanente estado voyerista producto del alcohol, y desconociendo que Anna la había denunciado por espiar a su pareja y su bebé, le confiesa al FBI que vio a Megan desaparecer en un túnel. Este hecho, sumado a que afirma tener miedo de sí misma porque nunca recuerda con exactitud sus actos la convierten en principal sospechosa. Así avanza unidireccionalmente esta adaptación de Tate Taylor que utiliza la misma ecuación, tanto artística como narrativa, de su película Historias Cruzadas (The Help, 2011): pone la lupa en las relaciones humanas que mantienen sus personajes y cómo estas son afectadas por las emociones que atraviesan. Sobre todo, cuando un hecho lamentable puede tocarnos de cerca. Artísticamente, la película no cumple con los parámetros de la novela: no se filmó en Londres sino en Nueva York (más precisamente, en Manhattan) y, curiosamente, para la filmación de las escenas no se usó un tren verdadero sino un camión de rodaje equipado con cámara verde y fotos ploteadas. Sin embargo, la conjunción de estos elementos, acompañados por una correcta fusión de música, encuadre e iluminación, genera un verdadero clima de suspenso. Otra diferencia con la estética de Hawkins es la imagen de Rachel: no es una mujer obesa sino flaca escuálida y pálida, decisión más que acertada por Taylor para generar la atípica imagen de heroína desbastada por el alcohol. Por último, cabe destacar el elenco y el rol protagónico logrado por la actriz londinense Emily Blunt, que logró enterrar completamente aquel personaje de asistente en El Diablo se Viste a la Moda (The Devil wears Prada, 2006) y encarnar a la perfección a Rachel. Esta metamorfosis es la que le regaló los elogios de la actriz Julie Andrews y le abrió la puerta a protagonizar la nueva versión de Mary Poppins, a rodar en 2017. A grandes rasgos, La Chica del Tren dista mucho de la rítmica que promete en el trailer. Sin embargo, pese a sus confusos vaivenes temporales, en una interesante propuesta y contiene el mismo giro inesperado de la novela, y logra ese impacto final mediante escenas fuertes en materia: sexo, violencia física y verbal detona en una reflexión sobre aquello que pensamos, que vemos y no vemos, lo que pensamos que recordamos y no recordamos… y la delgada línea entre el grado de credibilidad que puede, o no, otorgársele a un orador que padece los efectos del alcohol. ¿Será posible reconstruir el hecho a partir de su testimonio?
Y el tiempo pasa… A quince años del debut de El Diario de Bridget Jones (Bridget Jones’s Diary, 2001), su directora, Sharon Maguire, recupera la magia de aquel entrañable personaje treintañero, acomplejado e inseguro, con el que cosechó mil fans mientras confesaba en su diario íntimo sus inquietudes y proyectos, propios de la edad, como dejar de fumar, adelgazar, encontrar al gran amor de su vida… y un largo etcétera que jamás llegaba a concretar. En esta nueva entrega, la realizadora y guionista, finalmente, se desapega de la novela de Helen Fielding que adaptó al formato audiovisual en sus trabajos anteriores –El Diario… y Bridget Jones: Al Borde de la Razón (Bridget Jones: The Edge of Reason, 2004)- y le da un nuevo giro, respetando el género de comedia romántica que acostumbra. A diferencia de la escritora, que la dejó viuda con 51 años, dos hijos y un amor treintañero que conoció mediante Internet, la realizadora propone otra arista: el gran amor de Bridget, Mark Darcy (interpretado por Colin Firth) no muere. De hecho Jones jamás se casó. Ni con él ni con nadie. Y, con cuarenta años, ya no cuenta en su diario su vida mientras fuma y toma alcohol sino que es una solterona que, tras varios desencuentros amorosos, decide dedicar su tiempo a prosperar en su empleo y recuperar su figura. Pero un día, cansada de la rutina, decide recuperar el tiempo perdido y cual adolescente de American Pie, se sumerge en fiestas donde reina el slogan “Sexo, drogas y rock & roll”, hasta que en medio de este estado de lujuria y alcohol queda embarazada. Su nueva misión será descubrir quién es el padre del niño que lleva en su vientre. La trama gira en torno a la resolución de este dilema entre su eterno amor Mark Darcy o su nuevo pretendiente, Jack Qwant (Patrick Dempsey), un multimillonario que predice el amor. Sin embargo, lo interesante del film es cómo consigue atrapar al espectador e identificarse en algún punto con alguna situación que atraviesa esta Bridget independiente y osada que bajó esos ansiados kilos y se consagró como Ejecutiva Editorial y productora de un informativo de televisión, mientras detrás de esa imagen de mujer independiente y autosuficiente esconde su mayor deseo: ser madre. Así el guión se ocupa, una vez más, del terreno de la psicología de sus personajes, sus vivencias y su entorno, invitando al espectador a reflexionar sobre tópicos como la obsesión por la comida como reflejo de desencantos amorosos, la autoestima que genera la belleza interna (Mente-Alma) versus la externa (Cuerpo-Materialidad), la obsesión del ser humano cuando pasa la barrera de los treinta en función al mandato social impuesto de tener una familia propia y la experiencia de ser padres, así como los retos de pertenecer, o no, a un triangulo amoroso. Este cuadro, acompañado por una artística idónea, donde los gags de los diálogos hacen brillar a los actores en escenas donde reinan como telón de fondo temas como “We are family” y “Gangnam Style”, conjunción que hacen de esta historia una sólida propuesta. Párrafo aparte para el impecable elenco conformado por la protagonista Renée Zellweger (Bridget) que volvió al ruedo hollywoodense del que se apartó tras obtener el Oscar como actriz de reparto en 2004 por Regreso a Cold Mountain (Cold Mountain, 2004). Su look, irreconocible, impactó a más de uno, sobre todo a quién le robó el corazón en su primera saga: Colin Firth (Mark Darcy) ¿Vivo? Sí, claro. Colin Firth en la ficción de Sharon Maguire es imprescindible, no sólo por tener ese don que lo llevó a ganar el Oscar a Mejor Actor en 2011 por su protagónico en El Discurso del Rey (The King´s Speech, 2010), sino porque tiene todo el perfil del eterno ex: correcto, nunca desaparece y ronda siempre en la cabeza de Bridget, quien ahora tiene un nuevo pretendiente que es todo lo contrario a Mark, como ella deseaba: Jack Qwant, encarnado por Patrick Dempsey, visto en películas como Día de los Enamorados (Valentine’s Day, 2010) y la serie Grey’s Anatomy. Este caballero, que será el tercero en discordia y también el posible padre del bebé, logra devolverle a esta historia a frescura que parecía haberse agotado en su segunda parte. Así son las cosas en el vertiginoso mundo de Bridget Jones, una comedia romántica que logra su objetivo principal: entretener. Pese a su eje (trillado) del triángulo amoroso, no supera la primera entrega. De todos modos, el reto de Sharon Maguire es válido y, en conjunción con la co-escritura del guión junto a Emma Thompson y Dan Mazer, consigue exitosamente escapar de la ficción original y superar con creces a su antecesora. Aquí redime al 100% la actitud de su personaje estrella con un aire fresco, superador y positivo, que permite dejar atrás una Bridget conservadora. Ahora bien… Esta nueva versión, ¿logrará cautivar nuevamente el corazón de su público? Esperemos que sí.
Entre caníbales El director y guionista francés Bruno Dumont lleva más de dos décadas detrás de cámara capturando situaciones cotidianas, previsibles y banales. Su elección no es casual: desde su ópera prima, La Vida de Jesús (La vie de Jésus, 1977) pone el foco en los “lugares comunes” para exhibir el feísmo e interpelar al espectador -para que reflexione- ante las normas y leyes que conforman, inherentes, la sociedad del siglo XX. Quizá por eso, muchas veces, su cine -crudo y dramático- es rechazado. Sin embargo, este año el Festival de Cannes premió su último largometraje, La Bahía (Ma Loute, 2016). Esta coproducción entre Francia y Alemania le permite a Dumont incursionar por primera vez en el género de la comedia. Se sirve de ella para mostrar el batifondo rimbombante del sistema capitalista y lo ridiculiza sin perder el ojo crítico de su exitosa miniserie El Pequeño Quinquin (P’tit Quinquin, 2014) Todo comienza en una locación: La bahía Slack Bay. Una pequeña y deslumbrante isla paradisíaca de aguas turquesas y arena blanca, ubicada en la costa Channel, que resulta el lugar idóneo para vivir o vacacionar. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y la panacea se ve amenazada por las turbulentas aguas del río Slack, cuya corriente en épocas de marea alta se une con el mar y pone en peligro la vida de los habitantes que, lentamente, comienzan a desaparecer. Hasta aquí, nada nuevo; más de un centenar de películas transcurren en una isla paradisíaca cuya tranquilidad es amenazada por un fenómeno natural. Pero la mente brillante de Dumont convierte este común denominador en una interesante propuesta donde todo se mueve al son de una tribu caníbal que convierte un sitio de relax en un lugar de supervivencia. Esa es la clave del éxito: fusiona el misterio de esta práctica antropófaga con un guiño de complicidad comunista. La conjunción de estos elementos convierte al film en una comedia negra, absurda y disparatada. Este recurso ya fue visto en películas de Jean-Luc Godard. Sin embargo, lo que sumerge al espectador en esta trama surrealista y tragicómica, empapada de situaciones delirantes que transcurren en el año 1910, es la originalidad narrativa del guión y la construcción de los personajes que, anclados a una mirada marxista de clases sociales, convierten la tranquilidad de esta isla soñada en un calvario. Introduce una suerte de disputa por el territorio entre quienes habitan su suelo y quienes allí vacacionan: En la cima de la bahía se ubica la mansión de una familia burguesa (los Van Peteghem), donde anualmente vacacionan y practican la endogamia para saciar su tiempo de ocio mientras se sirven y desprecian la clase trabajadora (la familia Bréfort: una comunidad de pescadores y granjeros de ostras) que habita la agitada zona baja de la bahía, sus costas. Esta estructura sugiere que en lo alto de la bahía está la sociedad burguesa, y en lo bajo, los trabajadores. De ahí que el clan Bréfort -los proletarios en términos marxistas- desarrolle este peculiar rencor burgués y gusto por la carne humana y, lentamente, se come a los despreciables miembros de la burguesía. Literalmente. Para Marx, “la sociedad puede visualizarse como una estructura, una totalidad orgánica con dos niveles: La estructura material compuesta por el aparato material productivo, las relaciones de trabajo, el capital y la propiedad de estos medios de producción (…) y el de la superestructura que al mismo tiempo está ‘montada’ por ‘encima’ de la estructura; como otro nivel o estrato social que establece la ideología dominante”. Este es el punto de ebullición y quiebre de la historia, que gira en función al choque de estas clases sociales y los valores morales que las dividen, al tiempo que las encuentra en el constante intercambio del mundo capitalista. Pero, ¿quién es preso de quién en esta historia?, ¿Quién se sirve de quién realmente?, y sobre todo: ¿Por qué y cómo desaparecen los turistas de la playa? Estos interrogantes son los que eficazmente logra revelar el director, quien vuelve a dar en la tecla y maneja a plena conciencia lo grotesco de la antropofagia y el incesto. Párrafo aparte para el elenco conformado por un impecable cóctel de actores debutantes (los Bréfort), donde se destaca el protagonista Ma Loute (Brandon Lavieville) -que le da nombre a la película-, en conjunción con tres de las figuras más importantes del cine francés contemporáneo: Juliette Binoche, Fabrice Luchini y Valeria Bruni Tedeschi en roles impregnados de delirio místico, represión emocional, morisquetas y griteríos milimétricamente calculados. A ellos se suman los inspectores infames que intentan descifrar/resolver el rompecabezas de las desapariciones: Machin y Malfon, que recuerdan los tiempos de Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, por su apariencia y las escenas ridículas donde, al menos media docena de veces; satiriza cómo el obeso cae al suelo de costado, de frente y de espaldas, sin poder levantarse a menos que su cadete lo ayude. Este cuadro visto en P´tit Quinquin, donde una dupla de gendarmes resuelve inexplicables homicidios. Esta nueva y desconcertante propuesta de Dumont logra desenvolver el misterio de las desapariciones con éxito y deja claro que el realizador sabe cómo interpelar al espectador alejándose del drama. Su cambio estilístico funciona a la perfección de la mano de la tragicomedia, recursos como el slapstick, fusiones entre actuaciones llevadas al extremo de la mano de una brutal música lírica y el impecable elenco, como el personaje de Fabrice Luchini. Sin embargo, hubiese sido ideal que por ser su primera experiencia con el género no fusionara tantas situaciones, dado que introduce un amorío adolescente que nace -o muere- entre Ma Loute y la hija mayor de los Van Peteghem, Billy, a quien presenta como la encarnación de la androginia que no termina de resolver. De todos modos, La Bahía cumple su objetivo y se convierte en una joyita del cine francés que se mueve al borde del delirio y la creatividad al son de la corriente de izquierda, literalmente.
Pueblo chico, infierno grande El director y guionista Pablo José Meza apuesta, una vez más, a llevar a la pantalla grande los secretos ocultos en los pueblos del interior de Argentina. Sin duda, esta temática con que debutó y brilló en su primer largometraje en coproducción con Francia (Buenos Aires 100 Kilómetros, 2004) lo inspiró a llevar adelante Las Ineses (2016). En ambas películas, la trama gira en torno a descifrar la psicología de los vínculos humanos; en aquella oportunidad, entre adolescentes, y aquí, entre adultos que, a raíz de sus prejuicios, se comportan como niños. Su tercer trabajo, Las Ineses, es una comedia blanca que cuenta la historia de dos bebas que se apellidan García y, según sus padres, fueron cambiadas, erróneamente, el día de su nacimiento en el hospital. Así comienza esta increíble historia protagonizada por un elenco de primera que tiene como figuras centrales a María Leal, Brenda Gandini y Luciano Cáceres, cuya actuación se destaca porque sale del estereotipo del trillado villano para el que lo convocan directores como Daniel Capasoro (100 Años de Perdón, 2016). Aquí se ve Cáceres atípico, renovado y fresco, que incursiona impecablemente en el protagónico de un Pedro bondadoso e ingenuo. El film transcurre en 1985, cuando aún no era habitué realizar pruebas de ADN para determinar la paternidad de un niño; la llave para entender los códigos presentes en la trama la marca el pulso de la artística de las escenas. Allí se exhibe la combinación perfecta entre montaje, arte y vestuario, que permite recrear aquel entrañable cine argentino costumbrista, cuya locación era un pueblito lejano de Buenos Aires quedado en el tiempo. Comprender esto resulta crucial para poder reír con las situaciones tragicómicas que empapan al guión y dan vida a sus personajes. Es a través de este recurso, en conjunto con los modismos de sus personajes y la musicalización del film –crédito aparte para Jader Cardoso y Leo Henkin-, que el director logra eficazmente sumergir al espectador en esta premisa peculiar, donde dos familias aseguran, post-parto, al ver la tez de sus niñas que no les pertenecen: “Ésta beba es Morochita, y si usted se fija doctora, todas mis otras nietas son rubias como sus padres”, exclama, aterrada, la abuela Dominga (María Leal), mientras señala a su hija Carmen (Brenda Gandini) y su yermo Pedro (Luciano Cáceres). Entretanto, se escuchan los gritos desconsolados provenientes de la sala de parto de al lado, donde daban a luz sus vecinos, brasileros, los García. El negro Ramón (André Ramiro) acusa de infiel a su mujer, Rosa (Valentina Bassi), al ver que su niña era rubia y de ojos claros. A grandes rasgos, el guión avanza unidireccionalmente: busca resolver esta supuesta confusión de origen bajo el lema principal “La familia no se elige. O si…”. En este sentido, su corta duración (apenas 70 minutos) resulta acorde, y la trama funciona hasta que las niñas -interpretadas por las debutantes Fiona Pereira y Brisa Medina- van creciendo. Pero pasan los minutos y el eje pareciera no llegar a encausarse. Mientras las pequeñas se hacen amigas inseparables, sus familias atraviesan un híbrido de situaciones y peripecias que no se terminan de resolver. En conclusión, Las Ineses, abre demasiados frentes que no consigue cerrar en su plenitud y deja con ganas de ver una segunda parte ¿Estrategia de marketing? Tal vez.
Gloria y honor ¿Héroes y villanos? No necesariamente. Si bien esta premisa, clásica del género de espionaje, está presente en la trama, el último thriller de la directora Susanna White no tiene una visión partidaria ni política al respecto. Contrariamente, esta adaptación de la novela del autor británico John le Carré Un Traidor entre Nosotros busca desde el primer minuto definir y justificar el concepto de lealtad en un universo abierto a la subjetividad de interpretación frente a un hecho mafioso; como si intentara, en términos metafóricos, desenmascarar los dos lados de la moneda para lograr verla como un todo, como una unidad. Así, Un Traidor entre Nosotros (Our Kind of Traitor, 2016) muestra las dos caras de la mafia y pone en relieve la moral que trasciende entre los agentes que integran el servicio secreto de inteligencia. Aborda la corrupción que radica en Rusia y el gobierno británico a partir de la historia de un integrante de la mafia rusa, Dilma (Stellan Skarsgård), que se convirtió en millonario tras la disolución de la URSS y le pide desesperadamente ayuda a un profesor universitario británico, Peregrine Makepiece (Ewan McGregor), por considerarlo un hombre de honor. Y aquí es llamativo cómo Dilma elije a su opuesto como hombre de “honor”. Nótese que Perry es un joven perteneciente a una clase social media, fiel a sus ideales. Valores que llevan a Dilma a confiarle sus secretos y pedirle que lo ayude en su misión: debe enviarle al servicio de inteligencia británico nombres de funcionarios y empresarios ingleses vinculados a la mafia. A cambio, le asegura que si lleva la información a destino, tendrán protección para ellos y sus familias. El guión -o si se quiere, la obra literaria de Le Carré- entretanto, presenta otra arista para remarcar esa cualidad que lo convierte a Perry en hombre de “honor” pese a que involuntariamente se ve involucrado entre la mafia rusa y el MI6: la relación amor/odio que despierta en su mujer Gail (Naomie Harris). La joven pareja tiene la desgracia de conocer a Dilma en medio de sus vacaciones en una isla del Caribe, ya que es propietario del complejo donde se hospedaban. A partir de aquí la trama entra en un enredo del que no logra desapegarse hasta el desenlace. Cae en la famosa retórica de exhibir el “encanto y glam” del Caribe versus el “desencanto” que acarrea este desencuentro amoroso cuando Perry descuida a su pareja por pasar más tiempo junto a Dilma. Es así como, cual historia de diván, la narración comienza a perder el interés al mezclar dos aristas en paralelo e incorporar personajes secundarios que no aportan datos significativos. Susanna White, pese a su excelente elección de elenco y de la novela que la que se basa, no logra develar qué es la lealtad, ni quién es quién, ni porqué suceden de determinada manera los hechos. La trama abusa de escenas con planos excesivamente oscuros y extensos, abriendo muchos frentes sin redondear una idea más que pensar la LEALTAD como sinónimo de HONOR.