Lo primero que uno se pregunta cuando empieza a ver “Medianeras” es qué le vieron los franceses a esta película para que permanezca más de 15 semanas en cartel en los cines de París. La respuesta es que la historia que nos cuenta es universal. Martín (Javier Drolas) y Mariana (Pilar López de Ayala) son dos seres que están hechos el uno para el otro, pero nunca lo van a saber. Son dos seres desangelados que están en esta gran ciudad todo el tiempo muy cerca (apenas los separa una medianera) y no lo saben. Los primeros quince minutos de película son brillantes. Diálogos y observaciones a lo Woody Allen, comparaciones mordaces y ácidas que nos hacen ver el reflejo de lo que somos. A pesar de las computadoras, el chateo, los twitter y los aparatos de comunicación, en el fondo, estos personajes están muy solos. “Medianeras” tiene muy buenas actuaciones, si bien son participaciones chicas merecen destacarse las apariciones de Carla Peterson, Inés Efron, con su voz aniñada, y Rafael Ferro. Hay en cada uno de ellos un halo de ser mejores y una gran preocupación por tratar de relacionarse. Se trata de una realización que no sólo tiene ficción, también plantea en el medio un documental que hace que se desvanezca la historia por momentos. Sin embargo, la excelente fotografía, la música, y esas buenas actuaciones logran una interesante historia. Para muchos podrá ser una película histérica, irritante y abúlica. En el fondo refleja nuestro hábitat. El vivir rodeado de gente sin saber quien vive al lado
Este documental de Juan Dickinson intenta mostrar a esos seres desangelados que deambulan por la estación Constitución durante todo el día. La cámara muestra todos los recovecos habidos y por haber. Por allí están los vendedores, maquinistas, funcionarios, oportunistas, linyeras y prostitutas. Conociendo Constitución la película resulta demasiado edulcorada. Aquí no se ve la violencia que sí sabemos hay en ese lugar, tampoco están retratados los chicos del paco y los robos violentos. Un día en Constitución no refleja lo que quizás ocurra durante la noche y durante el día. Su realizador propone más que nada ser imparcial y no jugarse mucho por lo que verdaderamente se vive. La fotografía y las imágenes son de excelente calidad, pero el guión y lo que se quiso contar no refleja la realidad.
Quizás esta sea la película más peronista del cine argentino de los últimos tiempos, o de la historia del cine nacional, y no está nada mal que así sea. Paula De Luque su realizadora centró la historia en el amor de Juan Domingo Perón y Eva Duarte antes de ser Evita. Todo comienza con el famoso festival que se realiza en el Luna Park para las víctimas del terremoto de San Juan. Es ahí donde Perón conoce a Eva Duarte, una joven actriz de radioteatros, hasta ese momento una más del montón. Perón viudo, joven, con gran porvenir en la política, muy buen mozo y seductor, conquista a esta actriz yendo a verla a la radio ante las miradas de envidia de las colegas de Eva. Aquí arranca esta historia de amor que llegará hasta el 17 de octubre de 1945. Todavía Eva no es Evita y hay en ella mucha admiración y respeto hacia Perón. Osmar Nuñez personificando a Perón se destaca por algunos rasgos muy parecidos. Es de destacar que aquí no hay una imitación en la voz y eso hace que la película gane en credibilidad, de lo contrario se convertiría en una personificación bizarra. Otro tanto ocurre con esta Eva encarnada por Julieta Díaz. Una vez más esta actriz nos vuelve a sorprender con la caracterización de quien es una de las mujeres más fuertes de la historia argentina. Animar a Perón o Evita no es fácil para ningún intérprete. Se puede caer en el ridículo o en la caricaturización, y aquí los dos protagonistas salen airosos. La fotografía, el vestuario y la dirección de cámaras son impecables. Se puede discutir y no estar de acuerdo con ciertas situaciones que se narran, pero no podemos negar que aquí lo que interesa es cómo comenzó este amor y esta historia política. “Juan y Eva” es una realización cálida donde se destacan Alfredo Casero, Fernán Mirás y Karina K entre los integrantes de un gran elenco. Que el cine argentino vuelva a incursionar en cómo nació el peronismo, y cómo nace el amor entre estas dos figuras de nuestra historia política argentina, es necesario. Las nuevas generaciones podrán ver qué fuerte ha sido este movimiento y porqué hoy después de tantos años se sigue escribiendo la historia. Buena elección para ver, creer o no creer. Como dice la canción, si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia. Y esto recién empieza. Muy pronto llegará a los cines “Néstor”, una película de Pablo Trapero, que mostrará la vida de quien fue otro de los hacedores de que los jóvenes vuelvan a creer en la política.
Agustina Vivero, alias Cumbio, fue, hace aproximadamente tres años, la abanderada de la cultura flogger. La cultura flogger integra lo que llamamos las tribus urbanas. Aquella etapa de Cumbio, seudónimo que se ganó por su gusto a la cumbia, es reflejada en su vida cotidiana. Vida para nada desconocida por parte de los fanáticos que la siguieron a través de los programas mediáticos, de los fotolog y los diferentes formatos de comunicación computarizada. Se hace mucho hincapié en su sexualidad, como si fuese la única diferencia, y se la muestra a Cumbio junto a su familia. Este documental de la realizadora Andrea Yannino humaniza la figura de Cumbio y la podemos conocer más a fondo. Sin lugar a dudas deja demostrado que la fama es puro cuento, y de qué manera todo lo que sube rápido baja con similar rapidez. Vemos las imágenes de Cumbio en los principales programas de TV y toda la fiebre que generó en sus seguidores, y hoy, a tan sólo dos o tres años, poco es lo que queda el personaje ya es historia. En la actualidad Agustina no es tan adolescente, lo mismo sus fans que hicieron cola para comprar su libro. Quizás esta producción sea el cierre de lo que fue Cumbio para la cultura flogger. Dentro de unos años este documental va a resultar toda una curiosidad para las nuevas generaciones, tal como ocurre hoy cuando vemos el nacimiento de los hippies en la Argentina, o cuando observamos que ya no queda nada de esos punks que en la última dictadura militar se reunían en Cabildo y Juramento. Cumbio crecerá, sus seguidores también, y todo esto se convertirá en recuerdo de juventud. Esa juventud que nunca se pierde y se lleva en un rincón del corazón. Una realización para ver y analizar estos fenómenos que se dan de vez en cuando, y que con el paso de los años forman parte de las anécdotas de geriátricos.
Este interesante documental que dirigen Pablo D'Alo Abba y Cristian Harbaruk desnuda la otra cara de los políticos y los negociados que hay detrás. Narrada en off por la actriz Julieta Díaz, los 83 minutos nos hablan de una triste realidad que, por más que pase en Esquel, provincia de Chubut, ocurre en la Argentina, a lo que no podemos permanecer indiferentes. En Esquel, Patagonia Argentina, una empresa canadiense obtiene los derechos para extraer oro y plata de una mina ubicada a 7 km de la ciudad, usando enormes cantidades de agua y cianuro. El emprendimiento minero parece ser la gran solución para el 50 % de la población que vive por debajo de los límites de la pobreza. “Vienen por el oro, vienen por todo” narra la victoria épica de este pueblo patagónico que logró vencer al poder económico y político, impidiendo que se llevara a cabo un emprendimiento que hubiese favorecido el bolsillo de los políticos. Como bien muestra la realización no sólo estaban en juego los intereses monetarios, pues la salud de la población era otro de los problemas graves que hubiesen provocado muchas muertes. Las escenas de escrache al gobernador quien dice “me da pena por mi madre”, cuando le expresan en su cara “¡Hijo de puta!”, es tragicómica. Los pobladores desesperados no se amilanan ante los gobernantes y ejercen el derecho de gritar ¡NO!, en una nación democratica. Una producción que no hace más que refirmarnos que la República Argentina no termina en la Avenida General Paz.
He aquí un filme que nos recuerda por momentos a la “Guerra de los Roses” (1989). Un terapeuta familiar (Juhani Helin), de 35 años, y la consultora empresarial Tuula Helin, de 34, deciden divorciarse de una manera civilizada y mudarse a casas separadas. A partir de esta situación podremos ver como los celos de ambos harán estragos en la convivencia. Cuando Tuula invita a la casa a Marco, un amante ocasional, y Juhani se venga contratando a Nina, una prostituta que maneja su medio hermano y proxeneta Wolffi, para que se haga pasar por su novia, y de esta manera obligar a Tuula a dejar la casa. La caja de Pandora de su matrimonio se abre y deja salir las plagas de amor y odio. Esta producción no plantea nada nuevo en lo temático ni en su entramado, pero por momentos genera buena dosis de humor negro y ácido. Correctas actuaciones, buen ritmo durante casi todo el metraje, excepto en los últimos 40 minutos en donde se mezclan muchos conflictos y el realizador navega en un maremagnum con final previsible. Es una lástima que una película que prometía ser diferente, a pesar de asemejarse a otras que plantean la separación y la convivencia bajo el mismo techo, termine de una manera previsible.
Comedia con toque de humor negro que destaca a un inteligente realizador Seguramente el día que se escriba un libro sobre Ricardo Darín el volumen que hable de sus trabajos en el cine serán del grosor de una guía telefónica, hasta nos podríamos quedar cortos. 36 películas lleva filmadas desde que irrumpió en la pantalla grande con su intervención en “He nacido en la Ribera”, en 1972, y la magia sigue intacta, es más, creemos que a pesar del Oscar y de sus éxitos la próxima será la mejor película de Ricardo. Por ahora la próxima es ésta, “Un cuento chino”, tercer realización de otro talento que ya da que hablar y que, probablemente, podría competir por un Oscar, me estoy refiriendo a Sebastián Borensztein (“La suerte está echada”, 2005, “Sin memoria”, 2010). “Un cuento chino” es la historia de Roberto, un hombre marcado por un duro revés que detuvo su vida hace más de dos décadas y desde entonces vive solitario, atrincherado en su mundo, hasta que un día una extraña jugada del destino logra despertarlo y traerlo de regreso. “Un cuento chino” es la historia de un argentino y un chino unidos por una vaca que cae del cielo. Este hecho fue noticia en la vida real recuerda Borensztein, “un día leí en un diario que una vaca cayó desde un avión sobre un barco pesquero japonés y lo hundió”, ese fue el punto de partida para este proyecto, “adopté la historia y la vaca cae sobre un sampán chino, velero tradicional oriental” Huang Sheng, el actor chino, es un excelente partenaire que junto a Darín hacen una dupla perfecta animando un buen guión, con diálogos desopilantes y muy efectivos. La labor de Muriel Santa Ana no desentona y se integra cómodamente a esta dupla aportando una gran interpretación. “Un cuento chino” tiene todo lo que hay que tener para convertirse no sólo en un entretenimiento genuino, sino que también abre perspectivas interesantes para el espectador, con su personal lectura, es invitado a reflexionar. En todo momento la solidaridad está presente, al igual que los buenos sentimientos. Una impecable fotografía y una serie de tomas en el barrio chino del Bajo Belgrano hacen de “Un cuento chino” una producción familiera e inteligente. El primer mérito de Sebastián Borensztein es que denota saber contar una historia. Como guionista, la desarrolla sobre la base de una cuidada estructura en su continuidad narrativa, perfil de los personajes, medida en la progresión del relato y ajustados cierres de los conflictos planteados. El segundo, lo encontramos en su condición realizador, donde se destaca como un fino estilista de la estética cinematográfica, pudiendo apreciarse una cuidada concepción de los encuadres, madura dirección de actores, apropiada empleo del tiempo y el ritmo expositivo, plasmados en escenas cortas y fluidas, ajustadas a las necesidades del relato. El joven y prometedor realizador argentino declaró que esta obra “no es una comedia, es una película emotiva, con algo de humor negro, pues el espectador llegará a divertirse con las dos tragedias que se encuentran”. Lo por él propuesto lo concretó en el producto final. Todo ello nos revela a un cineasta inteligente, imaginativo, seguro y entretenido, todo lo cual, a la hora de ver el filme, se agradece y valora.
Para no perder la memoria En su debut como realizador Pablo Yotich sale airoso al tratar un tema tan caro a nuestros sentimientos como son los desaparecidos de la última dictadura militar. Nacido en 1981, indaga en el año 1978. Ernesto, motivado por el nacimiento de su primera hija, decide ir a vivir con su novia Paloma, sin saber que los militares los están buscando para detenerlos por orden de su hermano mayor. Es llevado a uno de los centros clandestinos más peligrosos de la Argentina. Una vez detenidos, Paloma muere dando a luz, mientras que Ernesto es torturado hasta su último día. En el año 2010, Lucas, hermano cura de Ernesto y Felipe, cree reconocer a la hija de la joven pareja, Natalia. Tras contactarla, ella deberá decidir si acepta su verdadera identidad o la impuesta, con la cual aprendió a vivir durante 31 años. Con actuaciones soberbias de Juan Palomino en la piel de un cura, Raúl Rizzo, Alejandro Fiore, Agustina Posse, Dalma Maradona, Adrián Yospe, y un gran elenco, se desarrolla esta historia que no debemos olvidar. Sin lugar a dudas la participación de las Abuelas de Plaza de Mayo posibilita que la producción tenga todos los referentes históricos y testimonios homenajes a los 30.000 desaparecidos. Para tener en cuenta: La película si bien tiene mucho dramatismo, su responsable fue muy cauto a la hora de filmar escenas de violencia, las que están muy bien resueltas y no caen en el golpe bajo y el efectivismo de otros filmes. Aquí lo que está en juego es la identidad de esos bebés apropiados bajo la dictadura, y eso se plantea muy mucha claridad, sin exageraciones, con mucho respeto y, por sobre todas las cosas, con actuaciones muy medidas y muy bien logradas. La música de Víctor Heredia es otro de los aciertos. “El abismo...todavía estamos” es una producción para que lo veamos todos. La verdadera historia argentina que en muchos casos no se encuentra en los manuales del secundario. Como consejo fundamental la recomendaría para que la vean muy especialmente los jóvenes.
Para ir de entrada a los papeles podemos decir que es una producción regular que en todo momento intenta rendir homenajes a otras del género, y que termina cayendo en un montón de lugares comunes que hacen que el espectador termine adivinando cada una de las situaciones que van a ocurrir. Julia (Belén Rueda) regresa a Bellevue con su marido para visitar a su hermana Sara, casi ciega por una enfermedad degenerativa de la que intentó operarse sin éxito. Al llegar descubren que Sara se ha suicidado y ninguno de los misteriosos vecinos se extraña por ello. Julia no sólo debe afrontar la pérdida de su hermana, sino también la pérdida de toda esperanza para detener su inminente ceguera, pues ella sufre la misma enfermedad y parece compartir su mismo destino. Así con esta sinopsis transcurre “Los ojos de Julia”, que ha dirigido Guillem Morales, planteada como película de terror y de misterio que a nadie se asusta, y todo indica que más de una vez el espectador esbozará una sonrisa que ni siquiera es nerviosa. Se pueden rescatar algunos climas que se quedan en intentos, y la música hace recordar a otras tantas que ya hemos escuchado. “Los ojos de Julia” tampoco aterrorizan, se parecen más a los de un gato que a los de un ser humano. Su realizador quiso tirar toda la carne al asador y terminó empachando a troche y moche. Hasta, por momentos, parece una sátira de alguna vieja matiné de Sábados de Súper Acción, con la diferencia que aquellas estaban hechas en muchos casos a propósito, en ésta intenta ser seria y de género. Y sino que lo diga el padrino Guillermo del Toro.
Uno tiene la sensación que se filmó una película y luego se terminó armando otra. “Familia para armar” es un intento fallido del cine argentino que prometía y termina haciendo agua por los cuatro costados. El segundo filme de Edgardo González Amer (“El infinito sin estrellas”, 2007) logra cansar al espectador. Es la típica realización que abre interrogantes y nunca empieza a desarrollarse nada. Norma Aleandro es la madre en la vida real y en la ficción de Oscar Ferrigno (h), éste último protagonista del filme que no sabe cargar sobre sus espaldas este protagónico. La historia (si es que hay una historia) transcurre en un hotel en Valeria del Mar, aparentemente fuera de temporada. La vida rutinaria de la familia se termina la noche en que Julia, la hija adolescente de Ernesto, llega desde Buenos Aires para reclamar amor paterno después de ocho años de distanciamiento. Ernesto y Julia esconden secretos trascendentes que no están dispuestos a develar y que entorpecen la relación. Los planteamientos de las situaciones familiares nunca se desarrollan, ni tampoco se explican muchas de las cosas que rodean a la historia de esta familia apática, abúlica, y por momentos inexpresiva para hacer aflorar los sentimientos. Norma Aleandro en un papel prácticamente secundario cumple con su rutina actoral, haciendo un calco de otros personajes o trabajos ya vistos. Valeria Lorca hace lo que puede, y a Oscar Ferrigno (h) le falta expresividad y convencimiento de lo que se está viviendo. Incluso hay ciertas situaciones que intentan ser una bocanada de aire fresco y terminan cayendo en lo bizarro y ridículo. Como muestras se puede observar cuando Ernesto está haciendo el amor y lo sorprenden en pleno acto sexual, otro tanto ocurre cuando un huésped algo mayor entra saltando y cantando con jovencitas que se supone fueron para hacer una partusa. En definitiva a esta familia hay que volver armarla y para eso hay que ser experto en rompecabezas. Rescatable el trabajo de los equipos técnicos que, empero, también sucumben en la desorientación general de la historia y su realización.