1, 2 ultraviolento Pendeja, Payasa y Gorda (2017), no solo es el título de la segunda película de Matías Szulanski –Reemplazo Incompleto (2016)- sino también, los sobrenombres de las tres protagonistas de esta interesante y violenta propuesta cinematográfica que nos convoca. La historia trata sobre Gorda (Mirta Wons) quien contrata a dos chicas de, digamos, muy pocas luces, para hacer un trabajito, tienen que ir a buscar un muerto a lo de Martín (Germán Tripel) para sacarle los riñoñes y llevárselos. El hermano de la Gorda está enfermo y los necesita para un futuro transplante. Con una premisa tan clara y concisa, por supuesto que lo que deviene es una serie de eventos que se complican uno tras otro. Todo lo que pueda salir mal, bueno, saldrá peor. La historia principal se irá entreverando con otras de índole secundario, y el humor negro, la violencia y la comedia serán los platos fuertes de esta jugosa y valiente propuesta del cine argentino. Valiente porque es posible que no sea para el público en general (no porque no lo merezca) sino porque veneramos el género de comedia violenta, sangrienta, si viene de la mano de maestros como Tarantino pero si la afrenta es local, allí el público se reserva. Ojalá no sea la suerte de este gran film, porque tiene todos los méritos para ser no solo un producto de entretenimiento de gran calidad sino también una pieza de culto. Szulanski toma algo del gran Quentin en dividir el relato en distintos episodios, no necesariamente ordenados cronológicamente, algo así como un memento nacional, dando lugar al espectador que vaya construyendo la trama a través de estos personajes tan dinámicos que van y vienen, que obeceden pero que se la juegan por lo suyo. Allí radica lo mejor, en correrse del cuento lineal y apostar a una estructura distinta que funciona perfecto, una narrativa inteligente que cuenta en las interpretaciones de todo el elenco un apoyo fundamental. El trío femenino es impecable: Wons como Gorda construye una mujer letal, Ana Devins como Pendeja aporta una cuota de ingenuidad y comedia cruda digna del aplauso, y Flor Benítez como Payasa completa una terna formidable de interpretaciones tan reales como efectivas. Una celebración encontrarse con esas historias pequeñas con un enorne trabajo detrás, un contar distinto al borde de lo bizarro, pero alineado con un género que cada vez pisa más fuerte en nuestro cine argentino y que merece el reconocimiento y el apoyo de la sala llena.
Un papá singular: El regreso de Walter Mitty. Ben Stiller vuelve a la comedia con tintes de drama y de reflexión continua. Un género que si bien no es el que mejor le queda, resulta bastante interesante. Lo primero que debe decirse sobre la película del director y guionista Mike White es que su traducción del idioma original nada tiene que ver con lo que la trama propone. Sí, hay un papá (Ben Stiller) pero el mote de singular no es exactamente lo que identifica a este hombre de 47 años, con una crisis existencial que bien puede tener que ver con la inminente ida de su hijo a la universidad o tal vez con un posible balance sobre qué logros ha obtenido en casi la mitad de su vida. El título original Brad´s status es en sí lo que define el relato, ya que su protagonista homónimo parece estar en esa instancia de comparación continua con el resto de los mortales, ya sea su mujer, sus amigos de la universidad y hasta su propio hijo. El viaje, literal y metafórico, comienza con Brad acompañando a su hijo Troy (Austin Abrams) a la ciudad de Boston, en plan de visitar todos los campos de las distintas universidades donde Troy, un músico prodigio, podría aplicar. Tras una confusión de fecha por parte de este talentoso, pero algo distraído joven, la cita más importante con el decano de Harvard se ve truncada y es su padre quien deberá salir al rescate y poder lograr que su hijo sea entrevistado. A lo largo del argumento veremos como la crisis de Brad se acentúa cada vez más, mediante un replanteo que implica dudar si hizo bien en casarse con su actual esposa, (alguien a quien parece juzgar por conformarse con la vida que lleva), la incertidumbre que conlleva su trabajo en una organización sin fines de lucro, mientras todos sus amigos son exitosos, millonarios, brillantes y, al menos para él, extremadamente felices. El tono constante de negatividad de Brad se sortea gracias a la impecable labor de Ben Stiller, quien si bien se mueve más cómodo en el género cómico, sabe como dominar y sacar provecho de estos personajes melancólicos, por momentos algo patéticos, que buscan constantemente respuestas. Hay una similitud demasiado marcada con su anterior personaje de mismo índole, aquel Walter Mitty, quien se la pasaba imaginando e imaginándose en distintos escenarios o situaciones fascinantes, con Brad sucede lo mismo aunque el efecto imaginario puede ir desde situaciones hiper felices a momentos de puro drama. Una comedia dramática, algo agridulce, con un elenco parejo, donde destacan Stiller y Abrams, en una relación padre e hijo que por momentos logra emocionar y llevar a la reflexión al espectador, desde el rol que le corresponda.
El pollo farsante Es posible que el público de corta edad al escuchar sobre Condorito no sepa más que lo que refleja el trailer promocional de la película. O sea, la historia de un pájaro algo desfachatado y atorrante, quien pasa sus días entre sus amigos del barrio, su querido sobrino Coné, su hermosa novia Yayita y la familia de ésta, con quien no se lleva tan bien (sobre todo con su suegra Tremebunda), y su rival de siempre, Pepe Cortisona, quien intenta continuamente robarle a su amada Yayita. Pero Condorito es mucho más que un pájaro y su circunstancia: es el emblema del comic chileno y es, junto con la formidable Mafalda de Quino, la historieta sudaméricana con mayor difusión en Latinoamérica. Su creador, René Ríos Boettiger (mejor conocido como Pepo) dio vida a su famosa criatura allá por el año 1949, y desde entonces las aventuras del pájaro y sus amigos se han convertido en un ícono de la cultura latina. Con la importancia de tal personaje, la espera y ansiedad por darle vida animada se hizo desear, y tras algunos intentos de capítulos animados y adaptaciones a diversos formatos, llega finalmente la película con tecnología 3D, la cual supera ampliamente las expectativas en relación a la calidad técnica pero deja mucho que desear en la línea argumental. Si algo destacaba en las clásicas historietas era ese humor llamado blanco; es decir, aquello que se resolvía con situaciones desopilantes, de una manera ridícula o extraordinaria, a través de los estereotipos bien marcados de cada personaje. En la apuesta cinematográfica, el estilo de humor se mantiene pero no funciona, si bien la presencia del protagonista y sus rasgos característicos se siguen al pie de la letra: un pájaro buscavida que solo quiere pasárselo bien, unos amigos que siempre están allí para acompañarlo y salvarlo, el tonto, el borracho, el intelectual, el compañero, y claro su escultural novia y el enemigo adinerado que busca arrebatársela. Retomando con la trama, el guión propone iniciar desde un antepasado de Condorito, dueño de un amuleto poderoso, quien mucho tiempo después es anhelado por un torpe y ambicioso extraterrestre, Molosco, el cual planteará la misión que ocupa casi todo el relato. Condorito, junto a su sobrino Coné, deberá embarcarse en la aventura de conseguir dicho amuleto para intercambiarlo por su desagradable suegra y recuperar al amor de su novia. No sucede mucho más que chistes equívocos, momentos de torpeza narrativa, personajes forzados, homenajes que se vuelven tan expuestos que bordean el plagio (la escena donde los alienígenas se llevan a Tremebunda es copia exacta del capítulo de Los Simpsons donde los seres del espacio intentan llevarse a Homero y el sobrepeso de éste se los dificulta). También hay referencias a distintas películas clásicas como la saga de Star Wars, Titanic (1997), Señales (Signs, 2002), La Momia (The Mummy, 1999), Top Gun (1986). Este detalle denota un equipo joven a la hora de guionar la propuesta, pero que poco pudo captar de la esencia gloriosa que envuelve a Condorito, esas historias de barrio, de picardía, el bar con amigos, la ingenuidad, la torpeza devenida en situación disparatada, toda la magia que la tira cómica supo regalarnos durante años y que en esta oportunidad brilla por su ausencia.
Voces en silencio La realizadora Andrea Schellemberg vuelve al tema central de sus producciones, los derechos humanos; ya había abordado esta temática con el corto La Formación, perteneciente a D-Humanos (2011), y en el largometraje Santa Lucía (2012). Con Palabras Pendientes (2016) centra su enfoque en la enseñanza de los derechos humanos en el colegio militar. El pensamiento reflexivo que surge obligatoriamente es: ¿Cómo lograr que en un colegio militar donde temas como la dictadura militar, el robo de bebés y la desaparición forzada de personas no son expresados en voz alta (ni baja), pueda enseñarse sobre la importancia de los derechos humanos? No es una tarea fácil la que lleva a cabo la directora, y es en ese no decir, en lo que no puede ni quiere expresarse, donde el documental consigue efectivamente lo que se propone: dar cuenta que aún en la actualidad queda mucho por decir, mucha verdad que necesita ser descubierta, ser enunciada. El contexto nos sumerge en un colegio militar, a partir de que en el año 2008 la Ministra de Defensa, Nilda Garré, introduce cambios en los programas de educación de las escuelas militares, teniendo como objetivo la concientización de los alumnos, sobre un pasado que aún late en el presente y del cual muchos de ellos nada saben. Sin ir más lejos, los testimonios de profesores, autoridades y de los propios estudiantes afirman que muchos de ellos no están al tanto de los aberrantes hechos ocurridos en el transcurso de la dictadura. Incluso los padres y abuelos de muchos de ellos todavía son cuestionados por la justicia y, por supuesto, otros tantos de esos jóvenes no habían nacido cuando ocurrieron los crímenes de lesa humanidad. Con el fin de mostrar la dinámica de esas clases, la directora nos vuelve testigos del entrenamiento militar que reciben y de las clases a las que asisten y los exámenes que deben rendir para lograr el título deseado. Llama la atención la poderosa ignorancia con que muchos de los alumnos se enfrentan al tema de los derechos humanos, y se aprecia un nivel de exigencia básico a la hora de instruir y evaluar sobre el tema en cuestión. Esto queda expresado en una frase en voz en off de Schellemberg al decir “se dan clases, pero no todos los teman llegan al aula”. Con un trabajo preciso y correcto en los rubros técnicos, la cámara y fotografía, así como el sonido se imponen con una cuidada calidad, la investigación llevada a cabo nos interioriza en un mundo no tan conocido, donde la rigidez (edílica y humana) denota que el pasado vive allí, y que posible y lamentablemente, quede cautivo por mucho tiempo más.
En busca de respuestas Ganadora del premio al guión en ópera prima del INCAA, la realizadora Karina Zarfino debuta en la pantalla grande con Adiós querido Pep (2017), una historia sencilla y lograda con el propósito de reflexionar sobre temas tan trascendentales como la vida y la muerte, y el peso de la enfermedad en cada una de las personas. Tres amigas vuelven a encontrarse después de mucho tiempo. Dicho encuentro sucede con motivo de la muerte y velorio de Pep, el marido de una de ellas. El velorio será regido por las costumbres de la religión budista / hindú para despedir a una persona del plano terrenal; un tema que la directora conoce en profundidad y vuelca en la historia de manera precisa. El reparto está encabezado por Florencia Raggi (Isabel), quien llega a la casa junto a su marido, interpretado por Facundo Arana, con quien sortean algunos obstáculos y distancias de pareja que se acrecentarán más a lo largo del relato. Marian Bermejo (Pilar) llega con su pareja mujer desde España, y será tal vez la portadora de aquel pasado que alguna vez las amigas compartieron y que, por distintos motivos, han elegido dejar atrás. La relación de Isabel y Pilar se convierte en el punto de foco del argumento, en un duelo actoral entre sus protagonistas que llega a buen puerto. Raggi encarna a lo que podría ser el alter ego de Zarfino, como una mujer muy espiritual, que practica de manera ferviente la creencia de una energía que nos conecta a todos, mientras que Bermejo compone a una mujer más racional, abocada al aquí y al ahora, y a un secreto que esconde y que dará lugar a otro conflicto a resolver. Por su parte, Clara Cantero como Marla, la esposa de difunto, se mueve como hilo conector entre estas amigas que necesitan sanar tanto su pasado como su presente. Desde ya, Cantero completa una terna actoral femenina que aporta a la película y que apela, sin decirlo, a una reflexión por parte del espectador, enfatizando el punto que todo puede cambiar de un día para el otro. En aspecto técnico sobresalen un detallado trabajo de fotografía, con una paleta de colores pensada para cada escena y momento ligado a la vida y a la muerte y sus colores respectivamente, así como brilla y enriquece el trabajo de Carlos Libedinsky con respecto a la música compuesta para decir adiós al querido Pep. Un primer trabajo correcto de la directora, quien nos lleva a recorrer el relato como un viaje en busca de respuestas sobre grandes temas aplicados a momentos sencillos de cada día, al cotidiano de cada ser. Una historia simple donde la belleza radica en lo esencial de cada uno.
LEGO Ninjago: Padre e hijo, al cuadrado. Mientras los fanáticos esperan por la secuela de The Lego Movie, a estrenarse en el 2018, llega una propuesta con personajes no tan reconocidos pero igual de efectiva que sus antecesoras. Con Lego Ninjago, Warner Bros y Lego vuelven a reunirse para regalar una tercera entrega en algo que ya podría considerarse una categoría en sí misma dentro del género de animación, como lo son estas películas animadas con bloques de plástico volando por todos lados. Las anteriores propuestas (The Lego Movie y Batman Lego) ya habían encontrado una excelente recepción tanto en el público como en la crítica mundial. Ahora la apuesta se corre un poco de los personajes conocidos que presentaba anteriormente, como eran los superhéroes y sus archi enemigos, dejando lugar a los protagonistas de una serie de tv (Lego Ninjago , maestros del Spinjitzu 2011), un grupo de ninjas que deben salvar la ciudad donde viven, la cual es atacada por el malévolo, y a veces infantil, Garmadon, quien resulta ser también el padre de Lloyd, uno de los ninjas. Este grupo de chicos adolescentes divide su tiempo asistiendo al colegio y salvando al mundo cada vez que Garmadon quiere apoderarse de la ciudad. Luego de varios intentos frustrados, por parte del malvado en hacerse con su plan, y por parte de Lloyd en ser reconocido por su padre y de poder tener una relación afectiva con él, (para quien sepa mirar hay algunos guiños a la relación que tenían Luke Skywalker y su padre Darth Vader), ahora llega un peligro mayor a enfrentar y todos deberán unir sus fuerzas para dar batalla. LEGO Ninjago sigue la línea de chistes efectivos continuos y tiene un ritmo narrativo que parece nunca detenerse, algunas escenas son llevadas al extremo de saturación en vértigo y color, sin embargo no llegan a cansar, porque están dosificadas en la medida justa. Cada película de Lego parece superarse en cuanto a calidad de animación, en esta oportunidad el juego entre lo animado y lo real, se conjuga perfecto, de hecho incluye la aparición del gran Jackie Chan (quien también presta su voz para el personaje de Wuu, el maestro de los ninja) dotando a la película de un humor clásico y entretenido. Tal vez estos ninjas de bloques de plástico no aporten nada nuevo ni original de lo que ya hemos visto, pero conforman una excelente historia sobre la relación entre padre e hijo que bien puede funcionar para todo tipo de público, se anima también a tocar el tema del bullying en la escuela y la amistad en todas sus facetas, todo en un relato que nunca se detiene y entre el humor y la acción logra el disfrute del espectador.
Mucho ruido y pocas nueces Locos por las Nueces 2 (The Nut Job 2, 2017) es una digna secuela de su antecesora, pero no por méritos narrativos ni características positivas, sino por retomar con la línea argumental donde finalizaba la primera y sobre todo por ser igual de floja y carente de originalidad. En la primera entrega, Surly y sus amigos terminaban uniendo fuerzas para combatir a un enemigo dentro de los suyos. La película dejaba el final abierto con una tienda abandonada de nueces. En esta segunda parte, el enemigo se divide en dos. Por un lado, sus propias falencias encarnadas en la glotonería, la falta de trabajo, ya que con la tienda a su merced los animales han dejado su instinto de lado (salvo el personaje de Andy, que aquí es todavía más aburrido) y se dedican a comer todo lo que puedan, atiborrarse de comida, malgastar las reservas; una especie de livin la vida loca con la nuez como reina absoluta. Por supuesto, el paraíso no dura mucho y la fábrica explota en mil pedazos, debido a la flojera y torpeza de uno de los animales peludos. Allí es donde se da paso al otro enemigo: el corrupto y ambicioso alcalde de Oakton City y su insufrible y perversa hija. El desagradable hombre apuntará su codicia hacia el parque donde ahora vive esta diversa pandilla, y su intención será construir un parque de diversiones, fraudulento y con los peores materiales posibles, para poder seguir sumando ganancias a su acaudalada fortuna. La torpeza del guión se refleja en una historia que, incluso en el mundo de la animación, resulta demasiado inverosimil, ingenua y casi irrisoria. Los personajes principales no generan ningún tipo de empatía; de hecho, en los secundarios reside el mayor interés y son los que salvan levemente la propuesta narrativa, lo cual ya indica un problema claro que incrementa con las pocas risas que provoca, tanto en chicos como en grandes. Con una moraleja forzada, ni siquiera una banda de ratones chinos, enojados pero adorables, logran hacer de esta propuesta algo disfrutable para toda la familia.
Una especie de familia: Por los hijos, todo. La quinta película del director Diego Lerman es un crudo relato sobre el vacío legal que existe en nuestro país sobre el tema de la adopción. Entre el drama y el suspenso, una propuesta de visión imprescindible. Quien siga la carrera del director Diego Lerman sabe que temas como la injusticia social, la violencia de género, el machismo preponderante en una sociedad tibia frente a los derechos de la mujer, suelen ser foco de interés para el realizador de películas como La mirada invisible (2010) y Refugiado (2014), entre otras. En Una especia de familia, y con un trabajo intenso de investigación previa, el argumento nos pone de cara frente a la injusta realidad a la que deben enfrentarse dos mujeres, porque de ninguna manera esta película tiene una sola figura femenina, la brillante actriz española Bárbara Lennie, quien encabeza los créditos, pero sería caer en la injusticia que el mismo relato convoca, si no damos cuenta al excelente trabajo que realiza en su primera experiencia como actriz, la joven Yanina Ávila. Ellas son las protagonistas de esta historia, Lennie interpreta a Malena, una médica de clase social media, quien ante la imposibilidad de ser madre recurre a Marcela (Ávila) una mujer con un tercer hijo a punto de nacer, al cual no puede criar por las precarias condiciones en la que vive. En primera instancia pareciera que una tiene lo que la otra necesita y viceversa, Malena tiene plata pero no tiene un hijo, Marcela tiene un hijo (tres de hecho) pero no tiene los recursos para poder darle un futuro prometedor, en términos económicos claro está, ya que aunque quede a debate abierto la siguiente afirmación, no hay duda que Marcela ama a sus tres hijos, aún cuando decida entregar a uno de ellos. Uno de los primeros planos del film nos muestra a Malena detrás de un parabrisas dentro de un coche, el cual funcionará casi como un personaje más, posiblemente eso la convierte en una especie de road movie, dentro de un género que combina el drama social con el suspenso psicológico que se pone de manifiesto en ciertos momentos del guión. Malena inicia su viaje hacia la provincia de Misiones , allí nos enteramos luego de unos minutos que la espera el hijo que ha convenido en adopción con la madre biológica, todo parece marchar “bien“ hasta que un accidente familiar (del padre biológico de la criatura) complica todo y aparece en escena el factor dinero, moneda corriente, valga la redundancia, cuando se trata de adopción de niños. Aquí todo se dispara hacia un viaje sin vuelta atrás, Malena hará lo (im)posible para irse de la provincia con ese hijo que tanto desea y que la vida le ha negado tiempo atrás, pedirá ayuda a su ex marido (Claudio Tolcachir), se verá involucrada en distintos delitos, que quedará a opinión del público, la justificación o no de los mismos. Lerman plantea un tema por demás complicado como lo es la adopción por vías ilegales, pero lo hace con una destreza sutil y un manejo preciso para denunciar un problema presente, desde hace tanto tiempo en nuestro país, sin juzgarlo ni condenarlo, resulta difícil señalar a una madre desesperada por tener un hijo y a otra desesperada por no poder mantenerlo, no hay heroínas no hay villanas, hay deseos, hay amor por sobre todas las cosas, y hay un sistema legal ausente, que condena a los buenos y hace la vista gorda “a los malos“. Todo el elenco es impecable, Lennie impregna de intensidad la pantalla, nos desespera, nos involucra. La acompaña un reparto secundario formidable, Tolcachir, Araoz, Paula Cohen, todos componen personajes de calidad notable, y allí es donde debemos hacer mención obligada a Yanina Ávila, en el rol de la madre biológica nos conmueve con una mirada, una lágrima, con la sonrisa que no le vemos, el talento de esta no actriz es uno de los puntos más altos que Lerman logra destacar. Una especie de familia es un drama conmovedor que se reserva un plano final dotado de una soledad devastadora, al fin y al cabo parecería ser que estas mujeres que comienzan una de cada lado de la historia, se tienen al final, solo una a la otra, inmersas en un mundo injusto y por momentos, desgarrador.
Amores que matan nunca mueren Desde ya, la idea de adaptar un libro a la pantalla grande, suele tener siempre sus reparos, basados en la convincente teoría que suele resultar de mayor calidad el papel impreso que el fílmico proyectado. Si a esa tarea le agregamos que el escrito en cuestión es una novela policial a cargo de dos de los más grandes autores que la literatura argentina ha tenido, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, resulta por lo menos una aventura más que desafiante. Alejandro Maci, el guionista y director de la adaptación de Los que Aman, Odian, logra de manera correcta, aunque no sublime, entregar un buen producto cinematográfico. El guión se apoya un poco más en la descripción de sus personajes (algo superficial, vale decir) y en las relaciones que se tejen entre ellos, que en lo referido a la trama policial, que se asemejaba en las páginas de Ocampo y Casares a un cuento digno del género y de una de sus mayores exponentes, como lo fue la autora británica Agatha Christie. El argumento convoca al médico Enrique Hubermann (Guillermo Francella), quien en busca de un tranquilo y merecido descanso, se instala en el hotel Bosque de Mar, un apartado rincón en la costa argentina. Allí está a cargo su prima (Marilú Marini, quien a nivel actoral es, junto a Juan Minujín, un deleite visual), una mujer mayor que conoce todas las mañas del lugar, y posiblemente de sus huéspedes también. Coindicen en la hostería otros visitantes, entre los que se encuentra Mary (Luisana Lopilato, quien hace un esfuerzo por alcanzar en niveles interpretativos al resto del elenco y pareciera no lograrlo del todo). La historia de amor, pasión, celos, mentiras se suscita entre el doctor y esta bella mujer, con tintes de femme fatale y de niña caprichosa, quien lleva al extremo el juego de seducción con más de uno de los integrantes del hotel. Llegará una mañana donde uno de los cuerpos aparece sin vida y otro desaparece del lugar. Aquí comienza la trama abocada al policial, que nunca llega a generar la tensión requerida. Sin ir más lejos, el final se lo anticipa casi a mitad de película, lo que vuelve todo un poco monótono y previsible. Todo aquello donde el guión encuentra algunas flaquezas, es equilibrado por los rubros técnicos: brillan por su excelencia, el trabajo de arte y vestuario es superlativo, una exquisita dirección de arte nos lleva directo a la década de los cuarenta, con la bella y sutil vestimenta de la época, y los detalles de escenografía y utilería, donde se aprecia un trabajo impecable, así como el sonido y la música se vuelven puntos fuertes de un todo que convence más por su pluralidad que por su división de partes. Los que Aman, Odian (2017) es una interesante thriller que oscila entre el género policial y dramático, sin terminar de definirse por ninguno de los dos, con un elenco atrayente y una historia de seducción continua a la cual pareciera faltarle un poco más de pasión para estar a la altura de la novela en la que se inspira.
Donde dobla el viento y se cruzan los atajos La Cordillera (2017) podría pensarse como aquel famoso libro donde uno elegía su propia aventura. Lo destacable, en este caso, es que cualquiera sea el camino o la interpretación que el espectador quiera darle a la película, el camino lleva a un mismo resultado: una propuesta magistral de una calidad técnica, narrativa y actoral para destacar. Este apertura del guión tiene que ver con dos historias desarrolladas a lo largo del relato, la que podría considerarse como principal encuentra a Hernán Blanco (Ricardo Darín) como presidente de la Argentina, en camino a una cumbre presidencial , donde varios presidentes latinoamericanos se dan cita para discutir asuntos relacionados al petróleo. Blanco asiste, quizás, como la figura más endeble: un político humilde de bajo perfil, quien llegó a la presidencia, luego de ser gobernador de la provincia de La Pampa. Sin ninguna mancha en su vida privada (a primera vista, claro), nada de escándalos, la sutil conversión de santo a presunto pecador por la que transita el personaje, hacen de la interpretación de Darín una de las más notables de su carrera, y convierten a La Cordillera en un thriller político apasionante. Por otro lado, la historia secundaria que cabalga en paralelo implica ese costado de la vida personal del presidente del que poco se sabe. Allí la presencia de su hija se vuelve de lo más inquietante, y la trama comienza a oscilar entre ese argumento político y social y un drama de tintes psicológicos donde nada parece ser lo que es. Dolores Fonzi interpretando a la hija del mandatario logra una composición brillante; alguien que ama y odia, que recuerda y olvida, un ir y venir entre un pasado y presente que mantiene en vilo constante, y que a medida que avanza la historia es imposible no sentirse atrapado y absorbido por este mundo real y onírico. La dirección de Santiago Mitre (quien puede considerarse como uno de los directores actuales más interesantes) encuentra en la dupla con el guionista Mariano Llinás un equipo contundente, donde cada aspecto es cuidado y entendido como parte de un todo magnífico. La primera línea actoral con los mencionados Darín y Fonzi, junto a una cautivadora Erica Rivas (nacida para la pantalla grande, sin duda) se complementan perfecto con todo el reparto secundario: una cumbre actoral presidida con un impecable Gerardo Romano, secundado por el brasileño Leonardo Franco, la española Elena Anaya, el chileno Alfredo Castro y una breve participación de Christian Slater. Mitre está en todos los detalles, con una puesta precisa, construye un clímax intenso, el cual pende constantemente de un hilo y encuentra en una narrativa formidable su punto más alto, teniendo por seguro que La Cordillera será una de las grandes propuestas cinematográficas del año.