Cayendo al vacío. La última película de Néstor Sánchez Sotelo (Los Nadies, Testigos Ocultos) propone inicialmente una premisa original: Julia (Muriel Santa Ana) cae literalmente al patio de su vecino Alejandro (Peto Menahem), del piso de abajo. Ahora bien, cómo se desarrolla dicha idea es el punto flojo de la película, presentando personajes (e incluso actores) demasiado estereotipados, sin aparente construcción en una historia que se queda en lugares comunes y para colmo en un género como la comedia romántica que necesita destinos algo más valientes. El relato se centra en Alejandro, un ser depresivo, solitario, sin aparente conexión con el mundo exterior más que por su trabajo; y en Julia, otro ser solitario aunque algo más enérgico, quien de la nada cae en el patio de Alejandro. Así comienza entonces la historia que los une y que los llevará a un desenlace nada sorpresivo, dejando poco lugar para el desarrollo de temas tales como la soledad y la necesidad de conectar con el otro, los cuales seguramente hubieran dado como resultado un film más completo. Alejandro trabaja como sonidista y toca la batería, sin embargo su vida es puro silencio, su mundo interior es nulo, vacío; todo lo contrario a lo que sucede con los diálogos, donde se habla mucho y se dice poco. Siguiendo la dicotomía silencio/ sonido, se suman escenas en relación al trabajo de Alejandro en una obra de teatro donde solo se escucha silencio (esos momentos parecen híbridos ya que no se los aprovecha ni desde el lado de la comedia ni desde una posible metáfora). Muriel Santa Ana interpreta un personaje que sabe de memoria, el guión no le pide ni le exige mucho más de lo que ella sabe hacer tan bien: es una excelente actriz con no muchas posibilidades de destacar en esta historia. En el caso de Menahem, queda de manifiesto su trabajo actoral tan bien desarrollado en el stand up pero no alcanza para dotar a su personaje de esa soledad que se intenta mostrar, convirtiendo al protagonista en un ser algo torpe y poco convincente (incluso algo forzado en varias escenas). Queda la reflexión sobre la relación entre el cine argentino y la comedia, o tragicomedia bien lograda: existen historias que atrapan al espectador desde su concepción original, pero lamentablemente en la mayoría de los casos no logran mantenerse a lo largo del relato y así se pierde el interés por lo que podría haber sido una gran película, estancándose en tan solo una buena idea.
Oda al cliché. Existe un interminable debate sobre los títulos con que se estrenan las películas en las salas nacionales, en torno a las razones acerca de si es necesario o no cambiar el original, con el fin supuesto de adaptarlo a una localía cinéfila o convocar desde una excusa marketinera a una mayor cantidad de público. En el caso de Mother’s Day (“El Día de las Madres”), la película del director Garry Marshall (Mujer Bonita, Día de los Enamorados, Novia Fugitiva y tantas otras comedias rosas), cuya denominación argentina es Enredadas… pero Felices, hay algo de ambos títulos en lo que se refiere al argumento y cómo se lleva a cabo. La historia nos convoca con el pretexto de la llegada del Día de las Madres y despliega un muestrario de personajes de construcción argumental floja, con diálogos absurdos, actuaciones acartonadas y todos los estereotipos más ridículos que cualquiera pueda imaginar. Entonces allí sí encontramos un punto en común con el título local: esta película es un completo “enredo” desde el momento inicial hasta un final que parece nunca llegar. El director que supo lanzar a la fama a Julia Roberts como una prostituta enamorada de un multimillonario parece haber olvidado cómo darle un trato cordial tanto al relato como a sus protagonistas, en este caso demasiados y con historias trilladas y superficiales, lo que hace imposible sumergirse en el relato. Hay una gama de personajes para todos los gustos, o los disgustos: una mamá divorciada con dos hijos y un ex marido (muy sobreactuado), un supuesto dandy con una nueva relación (por supuesto con una mujer más joven, bella y muy bien dotada), un viudo con dos hijas que se encargan de la casa (dado que sigue aferrado al recuerdo de su mujer) y dos hermanas (una casada con un “indio” y otra con una mujer). Aquí un comentario importante que no debe dejar de hacerse: ¿cómo un director experto en la construcción de personajes cae en el chiste burdo del indio oscuro y la mujer lesbiana con pelo corto y actitudes varoniles? Estas hermanas comparten padres, los cuales según nos muestran son homofóbicos y racistas (sus hijas -de hecho- les ocultan sus relaciones amorosas), pero al llegar de visita sorpresa a su casa, se convierten en unos padres comprensivos y bondadosos: otro de los muchos fallos que tiene el relato. Por último, otra historia sin sustento es la de una pareja joven con una hija pequeña, el muchacho le pide constantemente matrimonio pero ella tiene miedo de dar el “sí” debido a que es adoptada y no está segura de su identidad. Sí, esa sería la razón por la que no quiere casarse con el padre de su hija… Uno de los pocos momentos donde se llega a sonreír es un gag interno en referencia a Mujer Bonita, donde el personaje de Julia Roberts y el de Héctor Elizondo -en esta ocasión- siguen la charla de cuál es el tenedor correcto para la ensalada, un chiste para memoriosos. Estamos frente a una comedia coral de esas que se olvidan pronto, donde un excelente reparto de primeras figuras y comediantes exquisitos quedan subordinados a una historia con muchas subtramas que no tienen nada interesante para contar, o al menos nunca logran dar con el tono correcto para hacerlo.
En el último lugar del mundo. Sebastián Borensztein vuelve a dirigir luego de la exitosa Un Cuento Chino, cambiando completamente de género y enfoque cinematográfico. Esta historia está situada en aquella época nefasta de la dictadura militar, y centra su atención en el piloto de la armada Kóblic, un aviador que participó de los llamados “vuelos de la muerte”, a quien su conciencia lo remuerde una y otra vez. Con el fin de esconderse, un amigo lo albergará en un pueblo que pareciera estar situado en el fin del mundo, allí -lejos de hallar la paz que tanto desea- se encontrará con un infierno personal, el cual se incrementará a medida que interactúe con los habitantes del pueblo, exponiéndose a todos esos demonios que lleva dentro. Ricardo Darín brilla actoralmente en el papel principal: su personaje busca redención, una personal no social, y el intérprete convence de manera extraordinaria. La película adopta la premisa de “no hay dónde escapar cuando lo que nos persigue es la conciencia”, sin embargo al llegar a este pueblo cuasi abandonado, y tras algunas situaciones de encuentros desafortunados, el argumento se establece más en un género que da algunas ideas de western, con persecuciones y romance (este es el punto más flojo de la película, donde todo en el guión está muy bien marcado y desarrollado, y este romance -que sugiere una pasión que no condice con lo que se cuenta en pantalla- parece no terminar de encajar). La crisis interna que atormenta a Kóblic se topa con menesteres del propio pueblo en sí: el romance mencionado, con un desenlace forzado, y el encuentro con el Comisario del pueblo, un ser nauseabundo, completamente rechazable (el trabajo de Oscar Martínez es impresionante, desde su caracterización hasta su modismo en el habla logran una de los mejores interpretaciones del actor). Existe un trabajo de casting excelente, con caras que no se han visto anteriormente, la participación de la española Inma Cuesta (logra un acento argentino impecable) suma y completa un elenco que acompaña de manera formidable a los dos monstruos de la actuación que lideran el relato. Monstruos en la actuación y monstruos en sus personajes; adhiero a una colega en la idea de que el personaje de Darín nada tiene de medias tintas, y quizás se hubiese apreciado una decisión más firme de llevarlo al extremo. Pocas películas han tratado el tema de los vuelos de la muerte en sus guiones; en esta oportunidad el hecho funciona como disparador para dar lugar al resto de la historia. Kóblic no llega a ser un antihéroe; es sólo un hombre atormentado, tratando de sobrevivir y haciendo lo que sea necesario para lograrlo. Estamos ante una buena opción del cine nacional, el cual necesita cada vez más de historias que atrapen y mantengan al espectador frente a la pantalla, absorto ante lo que se le presenta.
Sacá al panda que hay en vos… Los directores Jennifer Yuh y Alessandro Carloni nos vuelven a fascinar con la tercera entrega de la historia de Po, ese panda torpe y adorable, fanático del kung fu y poseedor del espíritu más entusiasta y amigable que el mundo de la animación nos haya regalado. En esta ocasión, Po deberá salvar no solo a la aldea donde vive con su padre adoptivo, el ganso Señor Ping, y donde convive con sus mejores amigos, los Cinco Furiosos y su Maestro Shifu, sino que hoy la historia retoma allá donde la segunda parte nos dejó impacientes, a partir de la aparición de su padre biológico Li y junto con él toda una aldea de perezosos y payasescos pandas, los cuales también estarán en peligro. La historia incluye al personaje más malvado de toda la saga, Kai, un antiguo guerrero que llega desde el mundo de los espíritus al plano de los mortales para robar el “chi”, la energía y el poder que cada uno posee en su interior. Kai irá en busca del chi de todos los antiguos guerreros, incluyendo el del Gran Maestro Oogway, a quien se lo robará en el reino del más allá. Seguirá en su proeza hasta quedarse con el de todos los maestros del kung fu, en especial el del Guerrero Dragón, Po. La propuesta enfatiza aún más la descripción de la cultura china y está dotada de paisajes de belleza suprema; es destacable la dirección de arte, no solo en esta tercera parte sino en sus predecesoras también: la animación es impecable, el uso de la comedia -casi tragicomedia- está más presente que nunca, y realmente funciona y saca más de una carcajada por escena. Ante el desafío de formar un ejército de -ahora sí, como el nombre lo indica- “kung fu pandas”, y de aprender a encontrar el chi, Po deberá mostrar toda su valentía y semblanza para proteger a los suyos. El film es una celebración de colores, paisajes, enseñanzas, virtudes técnicas y de guión, similares o superiores a las de la tan aclamada Intensamente, ganadora reciente del Oscar a Mejor Película Animada. Definitivamente este oso guerrero es siempre un deslumbre visual para chicos… y grandes que anden en busca de su chi.
Libertad bajo tierra. La ópera prima de Alejandro Magnone es una celebración del cine como tal, abocándose a una historia de sencillez clara pero con un trasfondo de imponente brillantez: un relato sostenido por una dirección acertada y un elenco impecable encabezado por un Héctor Bidonde que merece ser aplaudido de pie, en su primer -y vale decir, demasiado tardío- protagónico en pantalla. El argumento nos regala a Tadeusz, un inmigrante polaco, quien a fines de los años treinta, luego de participar como voluntario en la Guerra Civil Española, esquiva volver a su querida Polonia, donde compatriotas le informan que los soldados son tratados como mercenarios, razón por la que decide instalarse en Argentina. Allí comenzará a trabajar bajo tierra en el subte, una manera sutil de esconderse de sus miedos, de todo aquello que perdió, de la vida que deseó y no pudo cumplir, y allí donde no brilla el sol, pasará casi todos sus días. Los años pesan en él, lucha contra los recuerdos de las mujeres que amó, los cuales lo invaden constantemente, un médico que insiste en que tome pastillas, que a su entender le restan motivación en la vida sexual, y un viaje entre presente y pasado que ocasiona desorientaciones continuas y angustias repetidas. El relato de extrema ternura nos habla de un hombre de noventa años y maestro del ajedrez, tal vez no sea casual que lo sea en un juego donde se batalla en solitario en busca de conseguir su reina y derrocar al rey. Él ya ha vivido eso en la realidad, sería una buena metáfora repetirlo una y otra vez en el tablero en busca de ese final feliz que antes no pudo conseguir. Afirmando nuevamente la versatilidad de Bidonde (quien nos emociona en cada palabra, en cada mirada perdida entre presente y pasado), este film argentino merece las buenas críticas que ha cosechado y aun más, la posibilidad de seguir en cartelera un mayor tiempo que el que se le suele dar a las producciones nacionales. Posiblemente si esta fuera una película extranjera correría mejor suerte en la cartelera y muchos críticos serían más benévolos con ella; lo cierto es que Subte – Polska es una gran propuesta, dotada de algo fundamental: una buena historia para contar, con un director que sabe lo que quiere transmitir y cómo hacerlo, encontrando en su equipo y elenco grandes cómplices para logar un resultado positivo y placentero de ver.
Una historia en jaque. No es necesario ser un entendido o conocer mucho sobre ajedrez para que el nombre de Bobby Fischer nos suene familiar, posiblemente porque representó mucho más que a un jugador de tan apasionante juego: en los años 70 fue -posiblemente sin desearlo- un ícono de Estados Unidos en medio de la Guerra Fría sostenida entre americanos y soviéticos. Uno espera, sin embargo, que la película enfatice aquel jugador soberbio, obsesionado con el juego y sus variantes, no obstante decepciona un poco que se haga tanto hincapié en todos los puntos bajos de su persona y en su paranoia constante, temiendo convertirse en objeto de investigación, no solo de los rusos sino también de sus propios compatriotas. Tobey Maguire, en el papel de Fischer, no desentona pero tampoco aporta una actuación que pueda quedar en la memoria de muchos, sí es notable en cambio la performance de Liev Schreiber como su rival en el tablero Boris Spassky, un talentoso jugador soviético que se verá en gran medida afectado por la paranoia de Fischer y cederá ante algunos pedidos absurdos del jugador americano. La mayoría del argumento se centra en el campeonato mundial de ajedrez del año 1972, donde estos dos oponentes, simples jugadores de mesa, se convirtieron en soldados sin armas, representantes de sus países en una guerra en la cual -sin duda- solo fueron peones de un tablero manejado por gente con fines más allá del juego. El personaje de Bobby Fischer fue realmente un hombre conflictivo, para sí mismo y para su entorno, una persona llena de dilemas internos, de batallas personales, en las cuales, en contraposición a los resultados de sus partidas, se lo vio vencido la mayoría de las veces. Llegó a ser un vagabundo en su vejez, una persona no grata para ese mismo país que tanto lo expuso en el momento en el que más lo necesitaba. El film se vuelve, de alguna manera, maniqueo con el personaje que trata de retratar y nos deja con una sensación de que se podría haber contado mucho más y mejor sobre aquel pequeño hombre que quiso convertirse en rey y terminó siendo un peón de turno.
Nosotros que nos queremos tanto. En el juego de la vida, uno inicia su camino consiguiendo un trabajo, luego se casa, tiene hijos, compra un auto, una casa, paga algunas deudas, sale de vacaciones y llega al final de la meta. Nunca se sabe de ese muñequito rosa o celeste, dependiendo cual sea su género, cómo llego a ese estado de adultez. Algo así pasa con los protagonistas de Una Noche de Amor. Leonel (Sebastián Wainrach) y Paola (Carla Peterson) son un matrimonio que lleva 12 años en su haber (o en el debe, considerando en qué parte de la película nos encontremos). Tienen dos hijos, ambos son exitosos en su trabajo -guionista y psicóloga, respectivamente-; todo lo que pareciera indicar una vida feliz… o no. Una noche en la que saldrán con una pareja amiga, ésta le cancela, y se encuentran ante la disyuntiva de seguir adelante con el plan y tener una cena solos, luego de tanto tiempo, o seguir en el lugar seguro de un cómodo sillón en casa, sin riesgo alguno. Se deciden por la primera opción y la noche les traerá un tablero de emociones, situaciones y sensaciones con las que tendrán que enfrentarse y decidir qué rumbo seguir. Dirigida por Hernán Guerschuny (director de El Crítico, quien se da el lujo de hacer un fugaz cameo a lo Alfred Hitchcock y colabora también en el guión, escrito por Wainraich), esta comedia romántica es una brisa de aire fresco dentro de un cine argentino que necesita cada tanto historias cercanas, de esas que nos pasan a todos, que nos habla de trivialidades tales cómo a quién dejar a los chicos si salimos (en este caso a la abuela, interpretada por Soledad Silveyra), de ese tipo de amor que sabemos que está pero cada tanto tenemos que recordarlo; esas cosas que odiamos del otro, que quizás en el fondo sea lo primero que amamos cuando lo conocimos. Se aprecia el talento del guionista y su extenso curriculum de stand up; muchos chistes podrían perfectamente pertenecer a un número de teatro por la noche. Tal vez en su debut protagónico en la pantalla grande sintamos ese pasado del teatro o esa genialidad de los dotes radiales, pero acompaña, y bien, a su partener Carla Peterson, quien realmente es una de las actrices del momento: versátil, genuina, y sobre todo, creíble, algo difícil de lograr en las interpretaciones del cine local. Acompañan en elenco, Rafael Spregelburd, un actorazo que se roba toda la escena del bar que comparten también con María Carámbula, y son estos dos personajes los que quizás funcionen como catalizadores para dar pie a todas las dudas e incógnitas que harán a la pareja protagonista reeplantearse toda su relación. Un sutil lujo que se da el director, es la aparición de Isol Misenta (esposa en la vida de Spregelburd), talentosa dibujante y brillante cantante, en segundo plano en la citada escena del bar. Completa elenco una buena actuación de la joven Justina Bustos. Una buena opción en cartelera, donde el punto más flojo quizás sea esa fotografía del cine argentino, que a veces se vuelve media acartonada y un poco plana, pero nada opaca una buena historia, reforzada con virtuosas interpretaciones y un sólido guión. Sólo queda la invitación a reconocerse en este juego de la vida, en el que todos somos jugadores protagonistas.
Dualidad extrema. La Chica Danesa es una buena película, pero podría haber sido mucho mejor si no hubiera caído en la modalidad típica de Hollywood de convertir interesantes historias en melodramas novelescos, llevados a algún punto de empalague, donde queda relegado el tema tratado. Dirigida por Tom Hooper, basada en la novela homónima de David Ebershoff, relata las vidas de Einar Magnus Andreas Wegener y Gerda Marie Fredrikke Gottlieb, un matrimonio dedicado a la pintura, en las primeras décadas del siglo XX; él gozando un poco más de fama y reconocimiento que ella, hasta que la historia dará un giro dramático que cambiará no solo esa realidad artística, sino también la vida de ambos para siempre. Einar siente un profundo apego por la vestimenta femenina. Sus atenuados gestos masculinos se transforman al rozar sus manos con vestidos, pañuelos de seda, medias de satén y todo aquello que represente la suavidad y sensualidad del mundo femenino. Este será el principio de un cambio radical: tras un juego con su mujer de posar vestido con su ropa, encontrará tanta comodidad en ello, que lo comenzará a repetir hasta convertirse en Lili Elbe, cambiando su manera de vestir y también adoptando una nueva identidad sexual. Motivado por el placer que experimenta siendo Lili, dejará de lado todo aquello que lo identifica con su rol masculino y transitará un camino cruel con el fin de someterse a una cirugía de cambio de sexo; es de hecho esta historia una de las primeras operaciones que se llevo a cabo, teniendo un nivel de riesgo altímisimo. Su mujer, contra cualquier pronóstico, permanece a su lado todo, acompañándolo en cada decisión y llevando adelante una vida con un marido que ya no siente su género masculino como válido para continuar viviendo así. Existe una belleza poética en la caracterización del actor Eddie Redmayne (posiblemente no se lleve el Oscar este año, como lo hizo por su interpretación magistral de Stephen Hawking en La Teoría del Todo), pero realmente es destacable la composición que hace en esta dualidad que presenta su personaje; tal vez haya demasiada acentuación en sus sonrisas, pero es la clave de esa felicidad interior que emerge cuando su cuerpo coincide con lo que su alma vive. Alicia Vikander, como Gerda, acompaña en su performance a la perfección, brindando una frescura actoral de alto nivel, esa misma que en algunos puntos de la historia se pierde en el relato. En la balanza del análisis, subrayamos una fotografía y ambientación de alta calidad cinematográfica, pero nos queda en un bajo nivel el compromiso con la historia. Tratando un tema de índole tan controversial, falta un contexto de época, el cual seguramente ha condenado decisiones como la del personaje principal, que lleva un tormento personal no del todo reflejado en el film.
A reír que se acaba el mundo. Con Mi Gran Noche vuelve el Alex de la Iglesia que muchos de sus fanáticos estaban esperando: ese cine tan característico del director español, llevando el absurdo al extremo máximo, la comedia bizarra por excelencia, actuaciones bordeando lo delirante, logrando un resultado inmejorable, para lo que uno espera del director de las exitosas Muertos de Risa, La Comunidad y Crimen Ferpecto, entre otros geniales títulos. La historia transcurre en un plató de televisión, donde desde hace una semana todos los actores, presentadores, figurantes y equipo técnico, se encuentran encerrados grabando un especial de Año Nuevo. La razón por la que no pueden salir es debido a despidos continuos y una crisis del canal: fuera del estudio se encuentra una turba de gente armadas con palos, que a toda costa quiere entrar y boicotear el show. La escena a desarrollar en el set trata sobre una fiesta de Fin de Año, con dos presentadores celosos uno del otro por quién tiene más líneas de diálogo, dos estrellas de la música tales como Alphonso (Raphael, de quien haremos una mención aparte porque realmente su actuación es fuera de serie) y Adanne (un muy caracterizado Mario Casas) como un cantante latino por el cual mueren todas las mujeres, y muchas de ellas buscarán tomar ventaja de él. Ambos disputan ser la figura que haga su show luego de las doce campanadas, sin saber que hay sobre ellos otros intereses. Alphonso, un personaje repleto de violencia para con su hijo/asistente, recibe amenazas de muerte (estas escenas son de un lujo actoral, con referencias delirantes a Star Wars y su famoso personaje Darth Vader); Adanne, por su parte, será chantajeado por sus fanáticas y tendrá que lidiar con un representante, de lo más argentino que se pueda ver en el cine español. Entre los figurantes, destaca Pepón Nieto, al cual llaman a último momento para ser reemplazo de un accidentado extra. Su relación con una de las mujeres en la mesa dará paso a escenas y diálogos repletos de sátira y lucidez. Nobleza obliga, imposible no mencionar lo fantástico que está Rapahel en su rol de Alphonso. Dicho papel, contó el director, fue escrito pensando exclusivamente en el cantante español, con lo cual si no hubiera aceptado ser parte de la película, posiblemente no se hubiese llevado a cabo. Por suerte para todo el público, dio el sí para personificarlo y logró un personaje inolvidable. El guión, con un latiguillo tras otro, no da respiro, el montaje lleva la historia a una velocidad vertiginosa, donde cada personaje brilla en lo suyo, y la historia nunca decae. No hay dudas: tome el género que tome, las películas de Alex de la Iglesia, siempre nos dejan con ganas de ver la que sigue.
Hablar por los muertos. La traducción literal del título, Concussion, sería Conmoción Cerebral. Sin embargo, ambos títulos (ese y La Verdad Oculta) hacen correcta referencia al argumento de la película. La misma trata sobre el experto neuropatólogo Bennet Omalu, nacido en Nigeria e instalado en los Estados Unidos, con el sueño de sentirse reconocido como un verdadero americano. Ese lauro y otros más llegarán tiempo después, no sin sufrir ciertas consecuencias laborales y personales. Basada en hechos reales, nos relata cómo a través de la autopsia de Mike Webster (David Morse, siempre genial), un reconocido y querido jugador de fútbol americano, el doctor Omalu descrubre el síndrome ETC (Encefalopatía traumática crónica), una lesión cerebral difícil de reconocer en los estudios típicos médicos, pero consecuente de las constantes contusiones que sufren los jugadores de este deporte a lo largo de los años. Más casos irán surgiendo a lo largo de la investigación. Will Smith (en uno de los mejores papeles que ha desarrollado al momento) contará con la ayuda y apoyo de un médico proveniente de la intimidad de uno de los equipos locales (Alec Baldwin), amigo íntimo del fallecido Webster. La batalla por dar a conocer la verdad sobre esta grave lesión será quijotesca: no sólo se enfrentarán ante una industria multimillonaria, sino que irán en contra de uno de los mayores entretenimientos del público norteamericano. Reuniendo un gran elenco, esta historia verídica es una muestra más del poder que ejercen el dinero y la política, llevándose puesto la salud tanto de esos niños que son alentados desde pequeños a realizar este deporte, como de los adultos, a quienes dejan aislados y sin contención médica ni psicológica, por lo que se producen varios casos de suicidio en el camino. Escrita y dirigida por Peter Landesman, y basada en un artículo de la revista GQ titulado “Game Brain” de Jeanne Marie Laskas, invita a la reflexión y propone una toma de consciencia. Tal vez sería una película más del montón, pero la soberbia interpretación de Will Smith la convierte en un film digno de verse.