Juana, la más rockera de todas las santas. El nuevo delirio de Bruno Dumont, tal efecto narcótico es tan reiterativo como adictivo. A pesar de que las formas de los cuadros musicales se repiten, siempre estamos esperando el siguiente. El argumento es simple, la película recrea la infancia de Juana de Arco en clave musical. Desde que tiene apenas 8 años, hasta que se convierte en la joven estoica y guerrera que hará lo imposible por defender a su patria. Entre canción y canción, y ruegos a Dios, vemos como se gesta la personalidad de esta niña que en un futuro se convertirá en la heroína francesa por excelencia. Rebelde, desprejuiciada, audaz… ya de pequeña los arcángeles y los santos le hablaban en su ¿imaginación? Utilizando la luz del día, Dumont aprovecha el espacio despojado para crear cuadros musicales que si bien no son perfectos (los protagonistas desentonan y están fuera de sincro), no dejan de ser cautivantes. A través de la cotidianidad desacraliza la figura religiosa y genera empatía con el espectador. ¿Y cuál es la mejor forma que encuentra para hacerlo? Convirtiendo los textos en una ópera punk-rock. Los personajes cantan, agitan sus cabezas y cabelleras, bailan al ritmo del heavy metal, del rock, del pop, del hip hop, y hasta levitan en el aire. Nada más representativo para una mujer adelantada a su época, incomprendida, que como castigo a su inteligencia murió quemada en la hoguera. La película respira libertad, la mismo que Juana, y a través de una puesta en escena tan simple como compleja -Dumont dispone de dos dunas, unas cabras y un río atravesando el lugar para coreografiar sus cuadros terrenales e imperfectos-, logra trascender los límites del género y crear un rara avis cinematográfico alucinante y original.
Viejo lobo solitario. Western, como el género, es embriagadoramente masculina. Nos vemos más que hombres sudorosos, rudos y conflictuados, trabajando…tratando de sobrevivir. La trama sigue a Meinhard, un obrero alemán, que junto a su grupo de trabajo se trasladan a una zona rural de Bulgaria, para construir una central hidráulica. Una vez instalados, las diferencias con los lugareños no tardarán en salir a la luz. La incomunicación por cuestiones netamentes idiomáticas, sumado el cierto aire de superioridad por parte de los alemanes, hará que los resquemores emerjan. Con excepción de Meinhard, un viejo lobo solitario (un ex combatiente) que de a poco irá ganando la confianza de los ruralistas. Un hombre de pocas palabras, duro, que reclama afecto. Solo basta ver la relación que entabla con un caballo. Si, Meinhard es un cowboy con conflictos existenciales modernos, que en vez de batirse a duelo busca un lugar de pertenencia, para sentirse protegido y amado. Todo esto se resume en el revelador final, cuando el rígido cuerpo del obrero se comienza a mover al ritmo de una melodía folklórica búlgara. Estamos ante una película de personaje, Meinhard respira y transita la historia con su caminar parco y su cigarro encendido. Un relato moroso, lento que da cuenta de los tiempos bucólicos y de la introspección del protagonista, al cual le es muy difícil manifestar sus emociones. Grisebach logra escrutar las relaciones humanas en un contexto determinado, explorando cuestiones como el machismo, los prejuicios y las diferencias culturales.
Joyas, robos y vestidos lujosos Es cierto que las comparaciones son odiosas, pero en este ¿spin-off, reboot? del grupete de galanes que atracaban con ingeniería un casino, se nota que falta la mano de Soderbergh a la hora de generar nervio y suspenso. Aquí, una de sus protagonistas Debbie Ocean (Sandra Bullock y la hermana de Dany en la ficción), sale de la prisión después de que un ex novio le juega una mala pasada. Es así que se unirá a su antigua socia de andanzas, Lou (una espléndida Cate Blanchet), y conformarán un equipo de mujeres de lo más hábiles para el robo de guante blanco. El plan: sustraer un collar Cartier excesivamente caro, en la Gala del Met, el evento benéfico súper exclusivo que da inicio a la exposición de moda anual del Instituto del Vestido del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Si bien la cinta sigue la tónica de la franquicia, el plan ideado por estas bellas mujeres sale tan perfecto, que se pierde el ritmo y la acción adrenalínica de la historia. Parece que Gary Ross, el director de Ocean´s 8: Las Estafadoras, diera por sentado que ya vimos sus predecesoras y no se le cae una idea original, salvo que ahora las protagonistas son mujeres. Misma fórmula, pero con un despliegue aún más superficial que el de los chicos piolas y guapos. Aquí también el montaje se va estructurando plano a plano, para mostrarnos todas las tretas, y también complejidades, que deben sortear las estafadoras a la hora del robo maestro. La sobre explicación excede, encima hacia el final aparecen situaciones y personajes que nunca tuvieron un dejo de complicidad con el espectador, como sí se venía dando a lo largo del relato. También es cierto que los personajes tienen un desarrollo tan pobre, que conocemos muy poco sus motivaciones, situación que no ayuda nada a la hora de generar empatía. Las marcas, la ostentación… vemos una New York glamorosa, enmarcada con un reparto de lujo que salva algo de esta historia reciclada y ya tan vista, que por momento nos lleva al sopor.
Tensión arrítmica y placeres culpables. Nos encontramos ante la secuela de Los extraños (2008), aquella película de Bryan Bertino, protagonizada por Liv Tayler, que bien nos supo poner los pelos de punta, generando un ambiente agobiante, consecuencia de la persecución de enmascarados locos y salvajes. Repitiendo la fórmula, está versión en vez de tener a una parejita de enamorados de protagonistas, se ocupa de una familia. La scream quenn adolescente y rebelde, peleada con el mundo; un hermano deportista, y los padres de los jóvenes: una pareja canchera que no sabe cómo dominar a la petit sauvage de la familia. Como solución se les ocurrirá enviar a la adolescente a un internado, por su puesto en contra de su voluntad. Una vez presentados los personajes y el componente dramático, inmediatamente nos trasladaremos a una especie de pesadilla, que como todo mecanismo onírico tendrá asociaciones delirantes y reinarán los sin sentidos. Todo comenzará cuando la familia vaya a las afueras de la ciudad, a una especie de acampado de tráilers, a buscar algo de “paz”. Es como si el director antes de irse a dormir hubiera vistos varios slashers ochenteros y noventeros, mientras su novia escucha Total Eclipse of the Heart, de Bonnie Tyler y Making Love Out of Nothing At All, de Air Supply. El resultado: un patchwork donde las cosas suceden de manera impulsiva, sin generar demasiada tensión. Es cierto que cuesta la identificación con los personajes, si a eso le sumamos los asesinatos que se suceden abruptos, sin ningún tipo de conciencia emotiva o motivacional, sobre todo por parte de los killers enmascarados. Esto le quita ritmo, hasta por momentos parece una parodia del género. Por otro lado, es atractiva la estructura narrativa circular en que está sumergida la historia. Cómo si una especie de fuerza magnética hiciera que los protagonistas circulen en ese espacio homogéneo, sin poder salir de allí. Otro notable es la escena de la piscina, donde las luces fluorescentes y la música de los noventa, apacigua la lucha mortal cuerpo a cuerpo, con elementos punzantes, que se sucede bajo las aguas cristalinas. Tomas y movimientos de cámara que bien evocan a los maestros del horror que inauguraron el slasher. En Los extraños: Cacería de noche, la fórmula se repite sin demasiada reelaboración, y el guion es bastante endeble, pero tiene algo ambiguo y kitsch, que nos hace disfrutar de ese grado de imperfección subrayada y autoconsciente.
El desarraigo, la pérdida y sobre todo la búsqueda del amor, son los tópicos que giran alrededor de esta gran película. De repente Frida, una niña de seis años, ve que llegan sus tíos a la casa de sus abuelos. Se escuchan susurros, mientras le acomodan el equipaje. Su madre acaba de morir en el hospital y ella se irá a vivir con Esteve y Marga, a una zona rural de Cataluña. Mientras se monta en la parte trasera del auto, sus amigas la despiden con gritos y saludos. Este será el comienzo de una nueva vida. Frida se tendrá que adaptar a la campiña española y a convivir no solo con sus tíos, sino también con su encantadora primita Anna. Una nena más pequeña y muy curiosa. Más preguntas que respuestas hay en la cabeza de Frida, que a pesar del afecto que le brindan, no logra comprender todo lo que conlleva una muerte. Basando el film en su historia autobiográfica, la directora logra narrar con precisión y mucha intimidad un relato desde el punto de vista de una niña de seis años. El trabajo con las actrices pequeñas es extraordinario, sumando la química que tienen ambas cuando interactúan frente a cámara. Todos las sensaciones que Frida experimenta en este doloroso duelo se transmiten con una efectividad que abruma: el desarraigo, el extrañar, el malestar, el enojo… toda una bomba de emociones que estallan en ese llanto tan sentido y desgarrador de la última escena. Los primeros planos en ese rostro cándido, los divertidos juegos, así como los diálogos entre las nenas, están captados con una calidez y una sensibilidad pocas veces vista en la pantalla grande. Chapeau! Carla Simón.
Amor fraternal y pura adrenalina en el reboot de nuestra saqueadora de tumbas. Cuando nos enteramos que saldría a la luz otra versión de Tomb Raider, aquella película de acción basada en el famoso videojuego noventero, vale señalar que nos costó hacernos la idea de una nueva Lara Croft, ya que Angelina cumplió con creces las expectativas. En este nuevo episodio cinematográfico, a Alicia Vikander le tocó a asumir el personaje de esta mujer que lleva la aventura en las venas. El resultado: más que satisfactorio. En la cinta nos retrotaemos a los inicios de nuestra súper heroína; cómo llego a convertirse en esa mujer que defiende al mundo de logias secretas que tratan de dominarlo a cualquier precio, y que no le tiembla las manos a la hora de defender a la humanidad. Por lo que en un principio vemos a una Lara citadina, más terrenal, que pierde una lucha cuerpo a cuerpo mientras práctica el deporte, y sobre toda reniega de su millonaria herencia, ya que no asume que su padre desaparecido haya muerto. A raíz de una especie de puzzle de madera chino legado por su padre, la protagonista descubrirá su arriesgada vida paralela. Es así que irá tras sus pasos y se sumergirá en la aventura fundante que la transformará en la mítica heroína que hoy día sigue siendo, y que se destaca por su destreza física e inteligencia. El film resalta dos aspectos. Uno relacionado al origen del personaje, presentando su contexto y su estructura emocional; y el otro que se vuelca por completo a la acción y a la aventura física. En este tramo de la cinta, cuando nuestra heroína llega a la isla donde reside una tumba maldita, el despliegue de efectos especiales es apabullante, sin por este motivo abrumar el relato. La historia está bien contada, los elementos genéricos se conjugan en dosis equilibrada: hay mucha fisicidad y aventura, hallazgos arqueológicos, sumado el factor sentimental; condimentos que estructuran el mito. Mientras las flechas vuelan por el aire, dirigidas a su blanco con gran precisión, Vikander se prepara para otorgarle muchas más aventuras a esta power girl de armas tomar.
Amar a cualquier precio. Una vez más Paul Thomas Anderson nos deslumbra con una cinta exquisita y ambiciosa, que se equilibra tanto desde su flanco formal como argumental. La historia se centra en el diseñador de modas británico, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un personaje obsesivo; un perfeccionista cuyas confecciones eran muy solicitadas por la alta sociedad de Londres a mediados de los años cincuenta. Junto a su hermana Cyril (Lesley Manville) poseen un pequeño imperio de la moda, que funciona de modo esquemático e imperturbable. La figura materna en Reynolds, será una referencia vital a la hora de crear, y parece que su hermana ha venido a ocupar ese lugar consintiendo al exigente diseñador en todos sus excéntricos rituales. Pero la vida de los hermanos dará un giro de 180 grados cuando en una escapada al campo, Woodcock conozca a Alma (Vicky Krieps), una humilde mesera que se convertirá en su musa y amante. Ambos concretaran una relación dependiente y enfermiza que transformará sus existencias. Primero bajo la forma autoritaria del diseñador, y luego bajo el influjo de Alma, que se hará de unas recetas mágicas para dominar tanta pasión. Con una puesta en escena precisa y hasta pictórica, sumada una notable dirección de actores (las interpretaciones son todas sublimes), y un guion inescrutable, Paul Thomas Anderson muestra una vez su destreza como narrador, superándose film a film. Como en un reloj de ingeniera suiza, todo funciona a la perfección, sin por esto quitar pasión e ímpetu en las imágenes. La química entra la pareja protagónica es indescriptible, ambos se aman en sus silencios, sus obsesiones… solo basta un primer plano de sus miradas para transmitir el amor desbordado y anárquico, que se encuentra contenido bajo las formas de la sociedad burguesa de la Inglaterra de la época. El realizador diseña una pieza sutil que resulta impredecible. El hilo de su entramado (si bien no lo es) parece invisible, ya que bajo las apariencias se entreteje un mecanismo de conductas humanas de lo más complejas, donde residen todo tipo de traumas, que más tarde emergerán como síntomas buscando alcanzar la satisfacción de un deseo incontrolable. Después de todo, la moda solo será un pretexto para dar cuenta de hasta que punto pueden ser dificultosos los vínculos entre las personas.
Crónica de una adolescente sola. Ely está cursando su último año en el colegio. Ely trabaja medio tiempo en una veterinaria. Ely vive con una madre ausente y depresiva. Ely tiene una amiga, un amante…Ely se siente muy sola. Con austeridad, Giorgelli decide retratar el derrotero de una adolescente que no tiene muy en claro su futuro inmediato. El conflicto surge, cuando la joven se entera que está embarazada. A partir de este suceso deambulará por farmacias buscando pastillas abortivas a una clínica que lo practica. La decisión es difícil, encima su madre no tiene trabajo. Sin juzgar a su personaje, el realizador se limita a mostrarlo con sumo naturalismo, pero detrás de esta observación casi de registro documental, solapadamente da cuenta de las inexistentes políticas de prevención sexual que hay en nuestro sistema educativo, así como la necesidad de discutir la ley del aborto. En nuestro país ciento de mujeres mueren en clínicas clandestinas. El rostro de Ely parece impasible, pero la procesión va por dentro señores. Esa tensión contenida detona en gestos mínimos y simples como acostarse y abrazar a su madre o romper en llanto mientras abraza su vientre. Giorgelli nos muestra un drama estilizado, desde la cálida y necesitada mirada de su protagonista.
Ecos violentos de una sociedad resquebrajada. La acción comienza casi por inercia. Mientras Mildred (Frances McDormand) recorre una ruta semi abandonada con su viejo auto, observa tres anuncios gráficos que hace años no son utilizados. En un primer plano, por los gestos de su rostro, nos damos cuenta que se le ha ocurrido una idea brillante. A continuación, vemos a la mujer hablando con el encargado de la agencia de publicidad, responsable de rentar estos anuncios ruteros. El hecho es que han pasado siete meses del atroz asesinato de la hija adolescente de Mildred, y la policía todavía no ha encontrado ningún sospechoso. La rabia, la impotencia y el dolor llevan a la mujer a poner tres mensajes, contenidos en los carteles, dirigidos a las autoridades del lugar en los que cuestiona su inoperancia. Este hecho será la excusa perfecta para desplegar una especie de neowestern tragicómico, que no solo presentará situaciones y personajes hiperbólicos y al límite, sino que además invitará al espectador a repensar la decadente América profunda y su nefasta idiosincrasia. Un territorio moralmente herido, brutal, donde la justicia por mano propia es bastante usual, como sucede en las propias reglas genéricas del western. Aquí todos los personajes son potencialmente buenos y malos, víctimas y victimarios, marcados por un inmenso dolor personal, que se desprende de grandes traumas sociales. Furia es la palabra exacta. Todos están coléricos y necesitan manifestar esa ira de algún modo. La violencia física parece ser la expresión catártica por excelencia, en esta cinta que nos manipula a su antojo ante las efectistas y sorpresivas vueltas de tuerca de un guion contundente. Tres Anuncios por un Crimen también es un film coral, ya que además de la vida de Mildred, indaga la del sheriff Willoughby (Woody Harrelson), quien parece tener buena voluntad, pero se encuentra con una enfermedad terminal a cuestas, y la de Dixon (Sam Rockwell), un joven policía racista y alcohólico, que tiene una relación patológica con su madre. Una bomba de tiempo emocional. Todos atravesados por el cinismo y la incorrección. El humor aquí no descomprime, por el contrario es incómodo y molesto, pareciera que el director se mofa de la tragedia. Nos encontramos ante un universo oscuro, donde los raptos de sentido común solo lo veremos a través de unos pocos personajes, el de Willoughby, sobre todo en sus cartas post mortem (perdón por el spoiler) y el del nuevo sheriff que lo viene a reemplazar. Los demás habitantes del lugar parecen estar sumidos en un espiral de violencia naturalizada, ya que cuando hay brutales golpizas ante sus ojos, nadie parece sentirse afectado…ni hablar de reaccionar. Personas que se mueven de manera instintiva, accionan y reaccionan como animales, con motivaciones poco claras en donde prevalece el sentimiento de venganza. McDonagh concentra el humor y la violencia en un mismo plano, con la intención de provocar risas a partir de la crueldad extrema. Aquí lo impensable puede suceder, lo real está en carne viva, y por más que los personajes se rediman, el ciclo de violencia parece no cesar nunca. Ante tal propuesta es imposible salir del cine indiferente, señores despertemos, el mundo está en llamas.
Exorcizando el pasado. No es casual que la cuarta entrega de la popular saga La Noche del Demonio comience situándose en el año 1953. No solo la época en que nuestra parapsicóloga estrella, Elise Rainier (Lin Shaye), es apenas una niña que toma conciencia de sus poderes, sino también en la que cae Stalin y comienza la Guerra Fría, situación que bien se refleja en la cinta en una escena en la que el dictatorial padre de Elise, mira en la televisión como acontece este suceso. La secuencia inicial hace alusión al primer contacto de Elise con un demonio poderoso que habita en otra dimensión (con un portal de entrada en el sótano de su casa). Casa que se encuentra al lado de una prisión, en Nuevo México, en la que todos los días mueren reos condenados a la silla eléctrica. Evidentemente un lugar con una energía densa y oscura, rodeada de muerte y hechos trágicos. De allí el salto temporal hacia el presente, hacia una Elise que supo usar sus poderes psíquicos para ayudar a los demás, acompañada de su equipo cazafantasma compuesto por Specs (Leigh Whannell) y Tucker (Angus Sampson). Pero la situación se complicará cuando la señora reciba un pedido de ayuda del hombre que habita el hogar de su infancia. Sin preámbulos, ella decidirá hacer frente a su pasado pesado, del cual escapó de muy joven. Una vez instalados en la casa del demonio, se abrirá la famosa puerta que contiene historias de horror y drama, las peores pesadillas. Si bien la película comienza con un hilo narrativo sencillo, a medida que el relato avanza se va “abarrocando”, se van sumando historias donde la realidad y lo fantasmal se funde y confunde. Recurso que tornará un tanto forzada la narración. Es cierto que formalmente esta entrega no trae nada nuevo bajo el sol, es un relato remanido y cliché, pero cabe destacar su potencia dramática. El pasado con un padre abusivo y golpeador, que el hogar de Elise haya servido como lugar de tortura, sobre todo de mujeres, sumadas las referencias históricas de la época, no solo alude a las presencias sobrenaturales, también manifiestan los horrores que sucedieron en la realidad. Como un todo orgánico, ambas dimensiones se ligarán a través del temor y la fatalidad, y la única forma de superarlo será exorcizando estos hechos turbios y traumáticos.