La secuela de la exitosa saga que se inició en 1997, con Tommy Lee Jones y Will Smith, tiene a Europa como escenario. Y un elenco vistoso, encabezado por el ex Thor, Chris Hemsworth. Como contrapunto, ese juego gracioso que sucedía entre los dos protagonistas de antes, aquí está Tessa Thompson, una chica que sueña desde niña con entrar a ese cuerpo especial y secreto del FBI que se encarga de lidiar con fenómenos alienígenas. Una especie de MI6, comandado por otra mujer (Emma Thompson), en el que rápidamente demostrará que es capaz de ganarse el puesto de titular. La aventura, que tiene una vuelta de tuerca bastante previsible, los llevará por distintos lugares del mundo, que en realidad podría ser cualquiera, porque no tienen un peso real en el argumento. Claro que ese no es el principal de los problemas de este relanzamiento, otra vez generoso en pruduct placement, chistes (no muy eficaces) y efectos especiales nacidos del cómic que le da origen. Como divertimento simpático y no mucho más, MIB cumple, aunque no es demasiado entretenida y tiene menos gracia de la que promete. A tenerlo en cuenta para enfrentar sus casi dos horas.
Basada en una elogiada novela, Un amor imposible es un dramón de los que se desarrollan a lo largo de una vida, a través del tiempo. La vida de Rachel (Virginie Efira), una mujer guapa y simple, de pueblo, trabajadora, que conoce y se enamora de un chico sofisticado, burgués e intelectual. La relación es intensa, apasionada, hasta que ella se queda embarazada y nace su hija, Chantal, y él desaparece. Por cuestiones de clase, por desconfianza, y acaso también por misteriosos motivos que ni la protagonista ni nosotros alcanzamos a saber, el hombre se niega, a la distancia, a reconocerla. Pero Rachel es una mujer empeñada en ser feliz, y la cría como madre soltera, aunque no renuncia, casi obsesivamente, a lograr que algún día la reconozca. Son los años cincuenta, en la Francia interna, y quiere evitarle el bochorno de que su documento diga padre desconocido. La directora relata el devenir de estos tres personajes a través de las décadas. Con encuentros esporádicos de lo que por momentos esboza una imagen parecida a la de una familia. A medida que el tiempo pasa y la hija de convierte en una mujer. Con una puesta sobria, Corsini usa el fuera de campo con sutileza y elegancia. Y la dureza de ciertas situaciones, si bien cargan aún más peso y densidad al largo drama, puede digerirse como parte del todo. La crónica de una mujer enamorada de un hombre malo, afecta a la humillación. Intensa, atrapante, y con una estupenda interpretación de su protagonista.
Comedia romántica y política, la curiosa Long Shot/Ni en tus sueños es la historia de una secretaria de Estado con aspiraciones presidenciales (Charlize Theron), que contrata a un viejo conocido de la adolescencia para que le escriba los discursos. ¿Por qué? Porque se lo encuentra por casualidad y el tipo (Seth Rogen), además de aspecto de perdedor, es un periodista de principios, un idealista que prefiere quedarse sin trabajo antes que continuar escribiendo para un holding que adquirió su periódico. El director Levine (50/50, Mi novia es un zombie) saca provecho de sus protagonistas y de la química entre esos personajes. Pero también de todo lo que le ofrece el asunto, y su contexto, en las tramoyas de la alta política. Hay diálogos filosos, observaciones mordaces -el presidente es el genial Bob Odenkirk, que también protagoniza un show televisivo- y muchas situaciones divertidas. Mientras los protagonistas pasan cada vez más tiempo juntos y, claro, el romance aparece. Irreverente, romántica, entretenida, la película reserva incluso buenos momentos también para esos tramos más previsibles, como una escena que arranca con un baile de tango y termina con otro, íntimo, al son de Roxette.
Are you talking to me?, bromea uno, en los primeros minutos de este thriller argentino. Acaso como un homenaje a Taxi Driver, el clásico de Scorsese, o una versión criolla, Blindado es la historia de un tipo traumatizado y medicado, que encuentra contención en las oraciones de un pastor evangélico y consigue trabajo, por esas cosas, como chofer de un camión de caudales. En las vueltas conoce a una mujer maltratada (la brasilera Aline Jones) que tiene un hijo: dos personajes que se parecen a la pesadilla de sus sueños traumáticos, vinculada a la pérdida de su familia. Y decidirá ayudarla. Con logradas escenas de acción (es el tercer largo de su director), que la incluyen en el género de atracos, poco transitado por el cine argentino. Sin embargo, Blindado adolece de algunos problemas, como niveles desparejos de interpretación, que le restan poder de convicción.
Desde la temblorosa voz de la protagonista/directora/escritora Romina Paula en off, esta película, ópera prima, se pregunta si la melancolía no será acaso patrimonio de la juventud. Un lujo de los que tienen tiempo por delante. La que pregunta es una madre primeriza que también es hija. Ocupa el doble rol en un momento de quiebre, marcado por la maternidad flamante y la crisis (de pareja, de proyecto de vida) que la acompaña. De visita en casa de una madre que habla alemán, grabando y escuchando sus audios, aprovechando la oportunidad para hablar con amigas, mientras el pequeño Ramón da vueltas por la casa, la vereda, la plaza, seguido de cerca por madre y abuela. Con una trayectoria importante en teatro y con novelas publicadas, Paula es una creadora sensible e inteligente. Lo demuestra aquí, en este breve y sutil retrato de mujer en transformación. Y en las muchas buenas ideas que brotan de su texto, plagado de reflexiones profundas, en un lenguaje por momentos sobre intelectualizado, que, sin embargo, juega con gracia con lo que se ve. Imágenes que cruzan fotos de archivo, diapositivas, ficción y realidad de una historia familiar. Otra valiosa película argentina de una creadora interesante que ojalá pueda tener una oportunidad de encontrar a su público en este estreno.
Bertrand (Mathiew Amalric) está pasando por un mal momento. No tiene trabajo, su mujer lo hace sentir una carga, le cuesta conectar con su rol de padre de familia. Deprimido, acosado por su tiempo libre, encuentra una especie de salvavidas cuando conoce a un grupo masculino de nado sincronizado. Dirigidos por una mujer, el grupo de hombres de su edad, con problemas cercanos a los suyos, funciona como un espacio de contención y placer al que paulatinamente se irá comprometiendo. Por qué hombretones de pelo en pecho como estos se enganchan con una actividad en apariencia ridícula, es una preocupación de los otros. Ellos lo viven con la mayor de las naturalidades, y así se transmite en esta comedia amable, poco ambiciosa, que sin bajar línea hace de ese "¿y por qué no?" su fortaleza.
No me gusta la autoficción, dice un personaje, en una escena particularmente emotiva de Dolor y gloria, la última, y más descarnadamente personal, película de Pedro Almodóvar. Que puede entenderse como una especie de autoficción cinematográfica, en uno de los múltiples meta-juegos que propone. Entre lo biográfico y lo imaginario, entre lo confesional y lo universal. Es la historia de Salvador Mallo (un extraordinario Antonio Banderas, profundo y vulnerable). Mallo es un director de cine al que hace un tiempo le pasó el cuarto de hora. En su piso de Madrid, todo colores y estética pop, almodovariano, el hombre se dedica a leer y a convalecer, entregado a una neurosis hipocondríaca y depresiva. No tiene ganas de nada. Casi se arrastra, moviéndose achacoso, hasta la casa de un viejo amigo actor, con el que no se ve desde que se pelearon, treinta años atrás. Lo empujan los pocos que lo rodean porque tienen una excusa para sacarlo de su ostracismo: la presentación de una versión restaurada de su película, ahora de culto, Sabor. Almodóvar se rodeó de amigos para contar esta historia tan pegada a la suya. Algunos que, como los protagonistas, estuvieron distanciados del manchego durante largo tiempo, como el diseñador argentino Juan Gatti, a cargo de gráficas y animaciones. O Cecilia Roth, que tiene un breve papel al principio, como link para ese reencuentro. Puede pensarse que casi todos los personajes, junto al efecto de la droga que consume, operan como gatillo para que se abran capas de vida del protagonista. Mientras Mallo hace su viaje introspectivo: Dolor y gloria va y viene entre su pasado, su infancia, y este presente en pausa. Está escrita, además de con una gran carga emotiva, con inteligencia y sutileza. Las escenas de hoy y ayer como piezas que encajarán en e rompecabezas de una biografía en continuado. Una vida que aún sucede, aunque no parezca, y tiene capítulos por llenar. Hay en ese relato momentos de gran belleza. Desde la primera imagen, con las lavanderas que cantan en el río (Rosalía, una de ellas). A la revelación del primer deseo, en una casa cueva donde el calor del verano marea. Mientras el guión baraja secuencias como cartas, en las que los recuerdos se mezclan con el azar. Como el que hace aparecer a un viejo amante (Leonardo Sbaraglia), acaso para despertar ciertas zonas muertas del protagonista. Pero no conviene, no hay que contar más. Si se lo piensa como autohomenaje, Dolor y gloria es uno que entrega exactamente eso. Y que después de La mala educación o La ley del deseo, en las que Almodóvar también ajustaba cuentas con su pasado, llega más lejos. Ahí donde duele.
El prolífico Santiago Loza (dramaturgo, escritor, cineasta), conmueve con esta Breve historia del planeta verde. Que es por cierto breve, apenas 75 minutos. Y que tiene un fantástico trío protagónico, encabezado por una actriz trans, Romina Escobar. También puede definirse con ese término -fantástico- al corazón de esta película. En torno de su amistad y su aventura, que consiste nada menos que en cuidar y trasladar, a través de distintos paisajes y distancias, a un extraterrestre debilitado, en una valija. Con sus personajes entrañables, vulnerables, Loza propone también un alegato, creativo y sensible, en favor de la libertad y la tolerancia.
A primera vista, El árbol de peras silvestre, del turco Nuri Bilge Ceylan, es larga y lenta. Si vale la pena meterse en sus más de tres horas es porque la historia del escritor que regresa a su pueblo rural atrapa con una hondura que requiere su tiempo. El tipo es joven, bastante egoísta y desapegado, y está empeñado en publicar su libro, vinculado a su lugar, y en encontrar quien se lo financie. Con una puesta austera y extensas escenas de diálogos, entre intimistas y folclóricos, El árbol se detiene en imágenes de gran belleza poética. Cuando, por ejemplo, una conversación de reencuentro es interrumpida por una ráfaga de viento que revuelve el cabello de una mujer hermosa. Con estupendos actores, es también un relato sobre la carga emotiva de irse (o de ser), y de volver, al lugar de uno.
Hablando de cuestiones remanidas, cuesta entender el sentido de Gozdilla 2-El rey de los monstruos. Un regreso sobrecargado de CGI, sobre el monstruo de origen japonés, en una película tan de fórmula que da risa. Cruce de drama familiar, reduccionismo científico y cine catástrofe, del reiterativo y sin ideas. Que encuentra ahora a los científicos, un grupo estereotipado que cumple con todos los cupos de diversidad y corrección política, enfrentando no a una, sino a unas cuantas bestias gigantes.