Una pareja recién mudada a una casa nueva: una vida por abrir. Como las cajas que se amontonan, esperando señal de aterrizaje. Pero Alejandro (Rafael Spregelburd) se va de viaje de trabajo y Clara (Elisa Carricajo) se aburre, luego se distrae y finalmente va descubriendo que esos días en soledad le permiten dudar de lo que parece que quiere. Esta comedia, ópera prima dirigida por una mujer, cuenta el viaje interior de ese descubrimiento,hecho de encuentros con distintos personajes que van apareciendo mientras la voz de Alejandro, en el teléfono, se pone cada vez más inoportuna. Simpática, entretenida y algo posmoderna, la película mantiene un humor desmarcado, pero que está siempre ahí, ideal para encarar historias de crisis existenciales.
Un atentado terrorista deja a Katia sin marido y sin su pequeño hijo. Es un preámbulo desgarrador, difícil de soportar como espectador, frente al rostro desencajado de Diane Kruger, la bella y talentosa actriz alemana, en un papel que le valió el premio a la mejor actriz en Cannes. Es una crónica del duelo desesperado que no ahorra detalles, como el regreso de ella a la pared ensangrentada después del atentado o los cambios físicos que experimenta por el golpe. Una especie de segundo acto se ocupa del juicio, en el que los autores del crimen, neonazis, son increíblemente absueltos. Semejante injusticia, por parte de una corte que tampoco los admite como culpables, sino que dicta sentencia por falta de pruebas contundentes, deja a Katia al borde, del suicidio o la venganza, y da paso a una clara tercera parte de la película que no hay que contar. Un film duro para un tema duro, cuya narración podría haberse beneficiado de una mayor sutileza. Y uno que utiliza un asunto, el de la violencia ultraderechista contra los extranjeros y migrantes, para contar su cuento sórdido, sin meterse de veras en lo político y mencionando su correlato con el horror del terrorismo islámico actual así, como al pasar.
En el Teatro San Martín, un director colombiano egresado de la escuela de cine argentina, abre con esta película la temporada de la sala Lugones, recientemente renovada. Un film curioso y original, incluso en el formato, apaisado y estrecho, que deja fuera de cuadro, en los primeros planos, buena parte de la cara y la expresión de sus actores. Parece algo caprichoso, pero sólo al principio. Adiós entusiasmo tiene la capacidad para llevar al espectador al universo de esos personajes, que van llegando al relato, entre juegos de hermanos, coqueteos sexuales y una relación con una madre que siempre está pero nunca se ve. En esa especie de mosaico brillan algunos personajes y algunas escenas, de un absurdo y una comicidad con raíces en lo cotidiano. Y así, junto a su muy buen elenco, naturaliza una excentricidad que podría ser algo vacua.
El notable Paul Thomas Anderson cierra, si es cierto que esta es la última película de Daniel Day Lewis, una colaboración artística con broche de oro. Nunca mejor dicho, pues El hilo fantasma está centrada en un diseñador de moda, Reynolds Woodcock, en la Londres de los cincuenta. Uno de esos señores obsesivos, mandones y atormentados que regala el actor, condimentados con su sonrisa juvenil. Este se dedica a crear fastuosos vestidos para señoras de la alta sociedad, en una maison imponente de la que apenas se escapa la cámara de Anderson. Es el mundo del personaje, su reino íntimo, al que sólo tiene acceso su hermana y mano derecha. Un universo que funciona con el ritmo y la medida de sus tiempos y deseos, como si todo estuviera orquestado para no importunarlo. Y un reino que se agranda cuando conoce y trae a Alma, una camarera de talle perfecto que será su musa y su extraño amor. PT Anderson hizo una película de gran belleza, que funciona como un mecanismo de relojería, en la que todo salió bien y, parece, tal y como quería el realizador. Sus tres actores principales, extraordinarios, están a la altura de las circunstancias: concebir un retrato, o más bien una inquisición, acerca de la naturaleza del talento y del deseo, una exploración, a través de sus extravagantes criaturas, de las distintas formas de amor. Acaso fría, como su protagonista, El hilo fantasma regala un espectáculo de pura tensión hitchcockiana hasta su inolvidable final, con escenas cuya atmósfera podría cortarse con una tijera: basta una mirada, un ruido al masticar en el desayuno, un tono de voz, para desatar pequeñas tormentas. Cine. Del bueno.
Si tenés ganas de un gran elogio de la violencia y la justicia por mano (dura) propia, esta película es lo tuyo. La excusa argumental ya la viste mil veces: el asesinato de la esposa y ataque a la familia transforma al padre en un vengador letal. Celebrado mediáticamente por actuar allí donde la policía no, y capaz de una crueldad y un sadismo alucinantes, tan del gusto del director de Hostel. Es Bruce Willis, que deja su bata de médico para abrazar la ametralladora y manejar los cuchillos como un matarife. Camila Morrone, hija de Lucila Polak y actual novia de Di Caprio, es la bella hija.
La primera remake de Alex de la Iglesia (el original, film italiano que se estrenó aquí el año pasado) le dio, en su país, las alegrías de un gran éxito de taquilla. Esperable por la presencia de un grupo de actores notables y populares jugando al juego peligroso que jugaban los intérpretes de aquella película, dirigida por Paolo Genovese: compartir con los demás, a lo largo de una cena, el contenido de todos los mensajes que lleguen a sus teléfonos celulares. Primero, como truco para repeler el aburrimiento, según se plantea ("que pase algo"), pero a medida que la cosa avanza, cada vez con más morbo y conflicto. Contra la teatralidad estática del material (un grupo de gente sentada alrededor de una mesa o mirando el cielo en una terraza), el director de El día de la Bestia ofrece un manejo de la cámara y un dinamismo en la edición que quieren seguir el ritmo de los diálogos picados. Pero sus muy buenos actores tampoco pueden hacer milagros frente a las limitaciones de personajes que no son lo que parecen sino todo lo contrario, en un espiral caprichoso, ya presente en el original, que va restando verosimilitud a la situación toda. Como le viene pasando en sus últimas películas, lo que arranca como una comedia fresca y picante, que promete diversión segura, se va desgastando hasta la exasperación. Habrá que ver si, con estos reparos, el combo que parece tan irresistible -redes sociales, teléfonos, secretos y mentiras- vuelve a funcionar aquí tan bien como allá.
Documental colombiano centrado en la vida de una mujer que fue niña campesina y criada como guerrillera de las Farc. A través de su voz, testimonios e imágenes de archivo, que dan cuenta del desarrollo del conflicto político y militar, se arma el perfil de quien debió reinventarse, una y otra vez, utilizando diferentes nombres/identidades, para salir adelante.
Biopic de una perdedora, de la mala de la película, Yo soy Tonya ofrece dos horas de inmersión en la historia de la patinadora que cayó en desgracia, acusada de atentar contra su rival. La interpretación de Margot Robbie, intensa, entregada, tiene buena parte del mérito de pintar la ambivalencia: una mujer hermosa y horrible, vulnerable y fuerte, bruta y talentosa. Un retrato, en fin, de una hija de un contexto, la clase trabajadora suburbana, marcado por la violencia. Desde la infancia, en manos de una madre abusiva y cruel (la ganadora del oscar Allison Janney, bastante pasada de rosca) a la vida adulta, en manos de un marido maltratador y sus compinches patéticos. Un material tan rico y lleno de contradicciones hace a una película atrapante, que sacude con su aspereza. Aunque el tratamiento, entre la comedia negra y el drama, hace pensar que no del todo convencida de cómo mirar a su criatura. Una víctima, antes que villana, a la que finalmente quiere y rescata del mismo tono burlón que parece imponerle: el mundo la hizo así.
El director de la elogiada Las Acacias, Pablo Giorgelli, vuelve con un film "de rotunda actualidad": la historia de una adolescente que se embaraza y se dispone a abortar. Pero por fortuna, no hay en Invisible ni oportunismo ni panfleto, si no cine: un seco y directo seguimiento de su protagonista Ely (Mora Arenillas), una chica de pocas palabras y puras acciones, que va del trabajo en una veterinaria al sofá en el que duerme a la clase en la que se aburre. Cuando descubre que está embarazada sólo se lo cuenta a una amiga, y la nube de preocupación se percibe en la falta de atención con la que continúa esa rutina. Hay una madre enferma, depresiva, de baja del trabajo, que apenas sale de la cama, algo de sexo ocasional, y nadie más, en la vida de esta chica sola. Las opciones para un aborto ilegal, como le informan en el hospital, sin ofrecerle ayuda, la dificultad para tomar decisiones o tener acceso a las pastillas que pueden sacarla del apuro, ahondan esa sensación de soledad profunda, de intemperie, que Giorgelli describe con la creatividad de la imagen. Invisible es una película triste, dura y asordinada, pero bastante más que un film sobre el aborto que se estrena justo cuando se debate en el Congreso argentino y en el Día Internacional de la Mujer. Como cine de autor, que tiene claro qué y cómo contar, y con el aporte de su adecuada intérprete, llega más lejos, y perdura.
En la línea de El Conjuro, una veterana especialista en actividad paranormal que ha visto mil demonios, es convocada a una casa que no es otra que la de su infancia. Ahora tendrá que enfrentarse a un mal que toma las formas más terroríficas, trampeando la tecnología y la fe para registrarlo y destruirlo. Hay una buena cantidad de sustos en esta nueva entrega de la saga Insidious, dirigida por Adam Robitel, de esos que hacen que te tapes los ojos y pegues buenos saltos. No será terror profundo, ni es la más imaginativa de las películas de casa encantada, pero se beneficia, y mucho, con la presencia de la gran Lin Shaye, reina del género.