Vuelven los Warren, el matrimonio más freak del universo, en la esperada secuela de ese elegante e implacable film de terror que fue El Conjuro. Los expertos, capaces de percibir con dones naturales –ella-, coraje, corazón y técnica –él- la presencia de espíritus demoníacos, piensan en dedicarse a dar conferencias, afectados por tanto contacto con fuerzas del infierno. Pero en Inglaterra, una familia en apuros los necesita. Y los Warren enfrentan sus propios miedos para responder al llamado. El director James Wan vuelve a mover las palancas del miedo en su paleta clásica: una puerta que se abre, una hamaca que se mece sola, una niña que ve cosas en la oscuridad cuando todos los demás duermen. Primer gran punto a favor: no estará sola en ese lado oscuro. Son terrores que laten en el corazón de una familia que lucha contra eso diabólico que se apodera de la pequeña Janet, de 11 años. Durante más de dos horas, Wan regala una película suculenta y absoluta, gozosamente terrorífica, como los grandes ejemplos del cine de género de cuando éramos chicos, los que no se olvidan nunca. Pero El Conjuro 2, acaso mejor la 1, no es sólo una acumulación de sustos. Wan trenza una doble vulnerabilidad: la de la familia inglesa necesitada y la de los Warren, pareja de profundo y melancólico romanticismo, aferrados el uno al otro como dos niños carenciados. El terror funciona como una maquinita en la que lo previsible no atenta contra la eficacia, porque Wan y sus guionistas construyen personajes de peso, que nos importan, y mucho. Cuando termina -y por favor no se vayan antes de la magnífica secuencia de títulos-, queremos seguir al tanto de cómo les va. Todo envuelto en una bellísima recreación de la estética de finales de los setenta, con posters de Starsky & Hutch y música de Elvis.
Se llama Crespo, nació en Crespo, Entre Ríos, y vive en Villa Crespo. Es el joven director de esta película que lleva su nombre y habla de un lugar, la capital avícola de Argentina, pero sobre todo de un padre, recientemente fallecido. Film sobre la ausencia, el duelo y el dolor de un hijo que recurre a distintos elementos y recursos expresivos –a veces cerca del documental intimista, a veces más experimental- para poner en palabras e imágenes el desgarro de la pérdida. Crespo es una película tristísima, poética, algo desflecada en su estructura, pero también capaz de un humor absurdo, tanto como esa ciudad franqueada por dos gallos y un castillo alemán que dan la bienvenida al viajero. Crespo, el director, puede mirar con la distancia de un cineasta aunque cuente su dolor más personal. Un ejercicio valioso del cine como despedida.
Excepto por Historia de un Clan, Luis Ortega es un director ultraindependiente del cine argentino. Autor de verdaderas rarezas como Monobloc o Los santos sucios, con un particular interés por los submundos y los bordes más outsiders de la sociedad. Ahí encuentra sus historias y sus personajes, como esta pareja formada por Ludmila –Ailín Salas- y Lucas –Nahuel Pérez Biscayart-, que vive en una casucha bajo una avenida y deambula por la ciudad. Él va armado, no está claro si con balas de verdad, pero armado baila, o asusta, o juega. Entre Jules et Jim, Godard y una versión porteña de Los amantes del Pont–Neuf, Ortega sigue y quiere a sus personajes y logra -aún con su regodeo en la fealdad que se siente excesivo y recargado- instalar a estos raros clochards voluntarios en la iconografía del cine argentino.
El cine rumano nos sorprende. En cada estreno descubrimos una cinematografía pródiga en jóvenes autores capaces de hablar de muchas cosas grandes a través de cosas chicas, historias simples, cotidianas casi. Después de El Tesoro, llega El Vecino, con varios puntos en común, pero ésta dirigida por Radu Muntean, el mismo de "Martes, después de Navidad". Aquí, la simpleza de una anécdota de consorcio se pone hitchckokiana: el protagonista tiene un encuentro casual con unos vecinos que parecen tener problemas de pareja. Al día siguiente, la mujer es asesinada. La película se encarga de observar cómo reaccionan los personajes después de esa irrupción de la violencia en unas vidas que parecen normales, sin grandes asuntos, pero satisfactorias. Cómo sigue la vida en el micromundo vecinal, cómo las reacciones individuales influyen en las familias, en la vida cotidiana. El mejor no saber, dice la película, es también una elección que dice mucho sobre una sociedad, una historia, un país.
En 1977, como parte del Plan Cóndor -la coordinación entre dictaduras de la región- los militares uruguayos mataron en Montevideo a los militantes argentinos Juan Alejandro Barry y su esposa Susana Mata. En el mismo operativo secuestraron a cinco niñas, entre ellas su hija Alejandrina. Este documental muestra, visitando hemerotecas y archivos, cómo la prensa uruguaya y las revistas de circulación masiva de la editorial Atlántida en Argentina hicieron largos reportajes con esa niña rubia de tres años a la que presentaron como abandonada por sus padres terroristas, que se habían suicidado sin importarles la niña. Una reconstrucción, entonces, de una de esas tantas terribles historias que le ponen nombre propio a la represión de los setenta.
En plena poscripción del peronismo, un grupo de la JP robó el sable corvo del general San Martín del Museo Histórico Nacional. Fue una acción política para vigorizar los ánimos de la resistencia. Ocupó titulares y terminó, para sus protagonistas, en la violencia y la muerte de la represión más brutal. Este documental cuenta con los valiosos testimonios de los sobrevivientes, material de archivo y el aporte de pasajes animados. Con esos elementos y buen ritmo narrativo, cuenta un episodio particular de nuestra historia política y alumbra aspectos de esa cosa inabarcable, y constitutiva de la política argentina, llamada peronismo.
Misterios de Lisboa dura más de cuatro horas. Si el chileno-francés Raúl Ruiz no hubiera sido un cineasta tan extraordinario, sería hoy una propuesta plomiza. Pero en manos del experimentado Riuz, la historia que se dispara con el huérfano que reencuentra a su madre condesa en pleno siglo XIX y se traslada de ahí en el tiempo y la geografía es una maravilla de puesta, de inventiva, de planos que remiten a Orson Welles o a construcciones de imagen que se inspiran en las artes visuales. Que se estrene un film así y de una duración así es un verdadero acontecimiento.
Cuarto largometraje de la directora Jodie Foster y nueva película sobre la crisis financiera, El maestro del dinero es la narración del asalto a un programa de TV en vivo. El conductor Lee Gates -George Clooney- es un payasesco host de un show sobre economía algo venido a menos que recomendó invertir en una empresa cuyas acciones se desplomaron. Uno de esos accionistas, furioso, lo toma de rehén y exige, siempre en vivo, explicaciones sobre lo que pasó con su dinero. Todas las bajadas de línea que imagines sobre las injusticias sociales derivadas del volátil sistema financiero están presentes en un guión que, promediando una primera parte de prolijo thriller tenso, empieza a resquebrajar cualquier verosimilitud, apurando resoluciones y tirando situaciones de los pelos. El trabajo de Clooney, en un papel perfecto para su estampa clásica, es lo mejor de una película que termina sucumbiendo en la cola de muchas otras parecidas que ya viste o adivinás.
Cuesta entender porqué le pusieron este título en Argentina a una película sobre dos hermanas, en la que no hay ningún hijo perfecto sino una exploración del mundo púber femenino. Esta película sueca tiene como centro a una divina niña actriz, Rebecka Josephson. Ella es la observadora del incipiente trastorno de alimentación de su linda hermana mayor, Katja. La relación fraternal, más poderosa e interesante que la familia ampliada, el colegio o cualquier otro ámbito, es en el fondo la verdadera protagonista de la película. Con delicadeza pero sin remilgos, la directora Sanna Lenken consigue , en su primer largometraje, un film luminoso y chispeante aún sobre un tema terrible como el de la anorexia.
Pequeña y muy atractiva película italiana que reúne a un grupo de veteranos habitantes de un pueblo cercano a Roma para evocar la presencia fantasmagórica del ermitaño que vivía en una cueva al final del valle. Mario de Marcella -por su madre- aparece entre recuerdos y rumores. Es la construcción de una leyenda popular, con toda la fuerza y el misterio que puede adquirir el loco, el tonto, el salvaje, el diferente, en las pequeñas comunidades. Dirigida por el joven Alessio Rigo de Righi, que vive un poco en la Argentina, y Matteo Zoppis.