La primera gran boda griega, escrita y protagonizada por Nia Vardalos, fue una comedia romántica que observaba choques culturales, sobre una mujer greco-americana que se enamoraba de un estadounidense. Y fue un gran éxito de su año, 2002. Esta segunda parte, que encuentra a la pareja sólidamente instalada como familia y parte del clan, tiene menos para contar y se reduce, desde la primera escena, a una serie de apuntes reiterados que rebotan, de un lado a otro, entre todos los estereotipos posibles. La coralidad de griegos americanizados -eso sí, no hay un sólo apunte a la realidad actual ni a la crisis de Grecia-, obsesionados con su cultura distante y el consumo religioso de manteca de ajo, empalaga tanto como la subrayada ternura de estas payasescas relaciones familiares. Si este clan no distingue entre el abrazo y la asfixia, Vardalos tampoco da con la supuesta gracia que podría tener la caricatura de semejantes lazos enfermos, así que todo se resuelve a brochazo gordo de sonrisa feliz. Aún como producto edificante, alejado del cine, la película hilvana torpemente una serie de chistes que cuando mejor son bobos, y ni siquiera provoca la sonrisa que promete.
Si la saga de Capitán América estuvo entre lo mejor de la factoría de Marvel/Disney, este virtual regreso de los Vengadores centrados en el enfrentamiento entre Steve Rogers y Tony Stark consigue cruzar con gracia géneros -acción, comedia, suspenso, film de espías, cómic de superhéroes-, subtramas y múltiples personajes -menos Thor y Hulk están todos, más algunos recién llegados- en dos horas y media siempre entretenidas y generosas. Los directores, Anthony y Joe Russo, responsables de El soldado de Invierno, consiguen que los distintos registros confluyan y fluyan en un tanque que se aleja del piloto automático agotador de las últimas entregas superheroicas, sean de Marvel o DC. Como resultado, son capaces divertir a carcajadas y de emocionar, con algo tan serio como lo que hace a la amistad profunda entre colegas que no siempre están de acuerdo. Todo desde el homenaje entrañable al cómic, su estética clásica que remite a viñetas impresas, sus guiños múltiples, para fans del universo Marvel y para otros, como los que disfrutarán de la escena que comparten Marisa Tomei y Robert Downey Jr. Capaces, en fin, de llevarnos gozosamente, a todos, hacia un mundo lleno de efectos y superpoderes que, sin embargo, se parece mucho a éste. PlayCapitán América Hay ahora una división en el grupo, entre los que quieren firmar un protocolo para trabajar bajo control de Naciones Unidas, con Stark a la cabeza, y los que quieren seguir funcionando de manera autónoma, con el capitán como líder. La primera parte se concentra más en esos vaivenes políticos, y es placentero el ejercicio de observar a los superhéroes colaborando, o no, con los funcionarios internacionales. En la segunda detona el conflicto interno, la grieta entre los avengers, que tiene un desarrollo dramático echando raíces en los traumas y dolores del pasado. Los vengadores, en “Capitán América: Civil War”, se toman el pelo a sí mismos -a sus músculos, a su dinero, a su descontrolado poder de destrucción-, pero también a las superproducciones de su género, para alegría de todos los que, después de la solemne Batman vs Superman, andaban necesitando una dosis de acción con humor e inteligencia, (que para el caso, van juntas). También supera, en ese sentido, a su propia antecesora, la más plúmbea y discursera La era de Ultrón, del venerado Joss Whedon. El aporte de las apariciones de AntMan, y especialmente la introducción de El Hombre Araña, recuperado para esta franquicia, son extraordinarias; el villano que compone el siempre competente Daniel Brühl es de lo más creíble, hasta conmovedor; las secuencias de acción no se lo comen todo y son un videoclipeo de piñas en el que no nos perdemos, porque forman parte de un todo. Un conjunto con el noble objetivo de que pases un buen rato en el cine, con esa compañía freak, simpática y letal. Y no te apures a irte de la sala, porque hay bonus, claro.
Una de fantasmas que viene de Australia, con clima onírico y un atormentado Adrien Brody como el psicologo acosado por los espectros de su pasado. En la línea de El sexto sentido y otros ejemplos similares, la película no encuentra el compás para que la historia fluya ni consigue crear el clima para que atrape más allá de su anécdota. El tedio aleja de cualquier susto.
Una noche de tormenta, un editor deprimido recibe la visita de una escritora decidida a pegarse un tiro si no lee su novela. Casi inmediatamente se hunden en una discusión intelectual, pero también personalísima, como si se conocieran de toda la vida, con largas parrafadas que parecen bajar la línea del director y autor, Alejandro Agresti, casi como vehículos para sus privados ajustes de cuentas con quién sabe qué, mientras otros elementos y personajes abren flashbacks a un pasado difícil. Pretenciosa, estática, grandilocuente y anticuada, más que provocar, irrita.
Documental biográfico sobre la fotógrafa Grete Stern, alemana de nacimiento y argentina por elección. Un pertinente -aunque didáctivo, divulgativo- registro de vida y obra, fundamental en la fotografía moderna de este país.
Declaración de amor al Hollywood de oro, la nueva película de los hermanos Coen funciona más como homenaje a aquellas superproducciones rocambolescas y maravillosas de sirenas a lo Esther Williams o romances con bailarines de tap a lo Gene Kelly, pasando, claro por los grandes tanques históricos, como Salve César, el fim que se rueda en uno de los estudios Capitol cuando a su estrella -un cómico George Clooney en sandalias-, la secuestra un grupo de comunistas: por supuesto, escritores. Sátira anárquica del cine de los grandes estudios hecha desde el cariño, es imposible no disfrutar de su humor y su simpatía, aunque no todos los chistes funcionen.
Inscripto en el subgénero daños colaterales de películas recientes, como La Otra Guerra o Francotirador, este film inglés tiene a la enorme Helen Mirren como coronel del ejército que lucha contra los terroristas en una guerra a distancia, donde los artefactos tecnológicos -drones, cámaras, satélites- ayudan a encontrar a una ciudadana inglesa en Kenia, en un refugio de terroristas. Con Alan Rickman en su último papel.
Esta película chilena se ocupa, como su compatriota El Club, de los abusos sexuales de la iglesia y, en particular aquí, del episodio real protagonizado por el cura Karadima (el excelente luis gnecco) que durante décadas mantuvo relaciones con uno de sus pupilos, interpretado por Bejamín Vicuña. Una narración prolija, a veces un poco chata, se tensa con las escenas íntimas entre el joven, de una belleza pura, y el cura corrupto que lo mancilla, en esta crónica de un drama íntimo que se erige, a la vez, como denuncia tristemente universal.
Con aire de comedia italiana, pero en la provincia de Buenos Aires, el debut de Helena Tritek, mujer de teatro, como directora de cine, es una simpática, amable y diáfana pintura de personajes unidos por su relación con Angelita, la enfermera enérgica y optimista que interpreta la estupenda Ana María Picchio. Son vecinos entrañables, presentados como pájaros de distinto comportamiento en la voz de Norma Aleandro, a los que se suma la tragicómica relación de Angelita con su hijo, adolescente errático. Una rara comedia retro, si se quiere, para toda la familia, que evita caer en el sentimentalismo y el abuso costumbrista.
Se presenta, ajustadamente, como una experiencia. La invitación a subirse a una especie de videogame y vivir, con el cyborg Henry, un sinfín de peleas ultraviolentas para recuperar a su esposa. Todo desde una cámara subjetiva, con efecto mareante: nunca dejamos de ver desde la mirada del protagonista. Una propuesta extravagante, y agotadora, filmada con camaritas GoPro y financiada vía crowdfounding.