Alexander Payne vuelve a usar la comedia como medio para hablarnos de inquietudes de la clase media americana, personajes patéticos y satirizar la sociedad actual. Una lástima que la excesiva extensión de la película haga que el chiste se agote rápido. El cineasta Alexander Payne disfruta de hacer dramedys personales y corrosivos con mucha sátira social y comentarios sobre la condición y los comportamientos humanos. Payne utiliza su sentido del humor como un vehículo para hacer reflexionar al espectador y a veces conmoverlo con películas como Nebraska (2013), Los Descendientes (2011) y Entre Copas (Sideaways, 2004), hasta convertirse en uno de los autores más interesantes del cine independiente americano. Pequeña Gran Vida (Downsizing, 2017) marca su primera producción de gran presupuesto con una premisa de ciencia ficción y un fuerte despliegue de efectos especiales. Un grupo de científicos noruegos descubre la fórmula para reducir el tamaño de los seres vivientes, al poco tiempo presentan su invención como una herramienta revolucionaria para salvar al planeta y evitar crisis de superpoblación, falta de recursos y contaminación. Es que al reducir a una persona a unos 13 centímetros de altura se necesitaría muchísimo menos espacio para vivir, se reduciría el consumo, etc. Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) son un matrimonio de clase media que desean mudarse para “cambiar” su vida, pero las deudas les impiden aspirar a un nivel de vida mayor. Ambos deciden atravesar el proceso de miniaturización para aportar su granito de arena en la salvación del mundo y el cuidado del ambiente, pero también persiguiendo mayor lujo y confort. Al necesitar menos dinero para mantenerse, sus ahorros de familia de clase media se convierten en una fortuna y pueden experimentar la vida perfecta de los millonarios en un coqueto resort gentrificado para familias en miniatura. Los problemas para Paul comienzan cuando Audrey decide dar marcha atrás con la miniaturización en pleno proceso, dejando a su esposo solo y más pequeño que un celular. A partir de ese momento Paul deberá rehacer su vida; este hombre pequeño ansioso por dejar una gran huella en el mundo descubrirá que las injusticias y las diferencias sociales no son propiedad exclusiva de las personas de tamaño “normal” y tendrá su oportunidad para cambiar el mundo… o tal vez no. A pesar de ser un director que siempre se movió como pez en el agua cuando se trata de películas independientes o de presupuesto medio, Alexander Payne sale muy bien parado en su primera incursión dentro de las grandes producciones. Con su ácido humor y sus acertadas observaciones Payne nos entrega una película que habla sobre el cambio climático y el desastre que la humanidad hace con el medio ambiente, la pobreza y la exclusión, los refugiados, el inconformismo de la clase media americana y más; todo sin un discurso panfletario. Él se encarga de presentar a los personajes y sus motivaciones, las valoraciones corren por cuenta del espectador. Así, a lo largo del film podemos simpatizar con el patético Paul, su vecino serbio hedonista Dusan (Christoph Waltz), la activista luchadora por los derechos humanos Ngoc Lan Tran (Hong Chau) que siempre está dispuesta a ayudar a los necesitados, el grupo de científicos noruegos encabezado por el Dr. Jorgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård) que devinieron en una comuna de hippies amantes de la naturaleza y hasta una pareja interpretada por Neil Patrick Harris y Laura Dern que parecen vivir en un eterno infomercial; todos ellos vistos de una manera satírica sin llegar a convertirse en una caricatura. Más allá del buen trabajo de guion y los personajes bien definidos, el principal (y gran) problema de la historia está en su extensión, no solo en el tiempo de metraje, sino también en la estructura narrativa, que se siente como si la película tuviera 4 actos. Sin embargo, esta falencia no logra ensombrecer del todo una historia sólida, reflexiva y entretenida con un más que correcto despliegue de efectos especiales.
Jumanji: En la Selva aprovecha sus el carisma de su elenco y lo divertido de su premisa para entregar una graciosa aventura que se ríe de algunos estereotipos y clichés de videojuegos. Quienes crecimos durante la década menemista apreciamos Jumanji (1995). Esta aventura familiar dirigida por Joe Johnston (Captain America: The First Avenger, 2011) nos contaba la historia de Alan Parrish (interpretado por Robin Williams, fallecido en 2014), un hombre que fue absorbido por un juego de tablero varias décadas atrás y tuvo que sobrevivir en una selva salvaje. Cuando unos niños encuentran el juego logran liberar a Alan de su prisión, pero muchas criaturas de la selva y un temible cazador escapan al mundo real. El estudio decidió no correr riesgos a la hora de meterse con un material muy valorado por tanta gente y decidieron jugar a lo seguro: no hacer una remake de Jumanji, sino un reboot. Una nueva historia dentro del mismo universo. Para la tarea confiaron en un director con un prontuario… cuestionable como Jake Kasdan (Bad Teacher 2011, Sex Tape 2014) y cambiaron el concepto de un juego de mesa que atrapa a sus jugadores por una vieja consola de juegos. Y sorprendentemente funciona. Spencer (Alex Wolff), Fridge (Darius Blain), Bethany (Madison Iseman) y Martha (Morgan Turner) son adolescentes arquetípicos que por distintos motivos coinciden en detención. Mientras limpian un cuarto lleno de objetos descubren un videojuego para cuatro jugadores llamado Jumanji. Tras elegir a sus personajes ellos son succionados dentro del juego y se ven transformados en los avatares de sus personajes: El cobarde Spencer se convierte en un valiente e invencible aventurero (Dwayne Johnson), la sexy y superficial Bethany tiene que acostumbrarse a vivir dentro del obeso cuerpo de un profesor sabelotodo (Jack Black), el atlético y fuerte Fridge es un pequeño y débil zoólogo (Kevin Hart) y la tímida Martha debe habitar el cuerpo de una fuerte —y escasamente vestida— guerrera (Karen Gillan). Juntos deberán combinar las habilidades de sus personajes para avanzar a lo largo de los distintos niveles, recuperar un Macguffin que cayó en manos del villano del juego (Bobby Cannavale) y escapar de la consola, pero si llegan a perder sus tres vidas podrían no salir vivos de Jumanji. Jumanji: En la Selva no es una película perfecta (de hecho, está bastante lejos de serlo), pero sin embargo es un entretenimiento pasatista muy divertido para toda la familia. Lejos de la habitual horripilancia de las películas basadas en videojuegos, Jumanji es un film sobre los videojuegos. Constantemente a lo largo de la película vemos como los personajes destacan o se burlan de ciertas mecánicas inherentes al funcionamiento de los juegos (un mapa que se revela a medida que van explorando, NPCs que hablan en loops constantes y solo interactúan con ciertos personajes, cinemáticas para explicar el trasfondo del villano de turno, menús de habilidades, etc) y como también la película se ríe de los estereotipos habituales en los fichines. No es casual que el joven flacucho y cobarde sea un aventurero de físico imponente o que la adolescente popular deba acostumbrarse a ser un hombre gordo. La película juega con las personalidades estereotipadas de los chicos y los obliga a salir de su zona de confort al ponerlos en la piel de personajes completamente opuestos a lo que ellos son en el mundo real. Esto de pie a situaciones hilarantes como Jack Black comportándose como una adolescente caprichosa y Dwayne Johnson intentando no llorar y mantener la compostura en los momentos de crisis. La calidad del trabajo de CGI no termina de convencer por momentos (hay algunas escenas que están DEMASIADO cargadas de efectos digitales y se nota bastante falso) y los espectadores atentos encontrarán algunas referencias al film original. Con un fuerte hincapié en las situaciones cómicas, sabiendo como abrazar el ridículo de su propuesta y un elenco super carismático, Jumanji: En la Selva termina redondeando un espectáculo bastante entretenido que se deja ver.
Los Últimos Jedi es un excelente film que celebra la magia y la épica de Star Wars y sin dudas logrará deleitar hasta al fan más exigente de la franquicia. Las escenas de acción son electrizantes, con coreografías de pelea excelentes, duelos de sables de luz, persecuciones y las infaltables batallas de naves espaciales que te mantendrán al borde de tu asiento. La película también se toma su tiempo para explorar el pasado de ciertos personajes y ahondar en los misterios de la Fuerza.
Thor Ragnarok explota al máximo el talento para la comedia de Chris Hemsworth (los que han visto la nueva Ghostbusters saben que lo hace muy bien), la locura de su irreverente director y el carisma y talento de su elenco para entregar un espectáculo de ciencia ficción diseñado para divertir a todo el mundo. Así como el Ragnarok es un ciclo de muerte y resurrección para la cultura nórdica, Thor Ragnarok revitaliza a un personaje que venía bastante flojo y de capa caída. Cuando nada bueno espera en el horizonte, a veces es mejor romper todo y empezar de vuelta. El Universo Cinematográfico de Marvel (MCU) está cerca de cumplir 10 años y se aproxima a la veintena de películas en su haber. Con un amplio abanico de propuestas que mantienen una misma línea y tono, pero de “sabores” y estilos distintos (el thriller de espías de Capitán América y el Soldado del Invierno, la space opera de ciencia ficción presente en Guardians of the Galaxy, una heist movie con Ant-Man) hace que el formato de “pelis de superhéroes” no se agote tan pronto —aunque una cierta fatiga de la crítica especializada para con el género es bastante notable, ningún film fue un decidido fracaso de taquilla y las audiencias masivas suelen salir más que satisfechas—. Sin embargo, uno de los eslabones de la cadena del MCU quedó marcado como el más débil de todos. Hablamos de Thor, el dios del truebo. Un Avenger legendario que blande el poderoso martillo Mjolnir y en sus dos aventuras en solitario no logró capturar del todo la magia de sus raíces mitológicas ni la aprobación generalizada del público y la crítica (al día de hoy Thor: The Dark World es la película peor criticada del MCU) como si lo hicieron sus compañeros de equipo. En su primera incursión Kenneth Branagh intentó con un tono más épico y diálogos cuasi shakespereanos, pero más allá del carismático elenco y un villano memorable, la película fue recibida con tibieza por parte del público, más como un paso necesario para poder llegar al film de los Avengers. La segunda aventura en solitario de Thor nos ofreció un antagonista aburrido y vacío, un comic relief molesto y espantoso (sí, estoy hablando de vos Darcy), un secundario que se roba la película y termina siendo más interesante que el protagonista (Loki) y un guión que no sabía que hacer con el interés amoroso (tanto es así que de esta película en adelante la doctora Jane Foster, interpretada por Natalie Portman, desapareció del mapa sin decir adiós y sin dejar rastro). Lo mejor del personaje se vio en sus participaciones junto a sus compañeros Vengadores. La dinámica de equipo, su espíritu jocoso y la relación con los demás héroes sacaron a relucir la mejor cara de Thor. Es una lástima que hasta el momento no pudieran sacarle el jugo a su rica mitología y las posibilidades que ofrece su trasfondo nórdico. Para esta nueva entrega Kevin Feige convocó al director neozelandés Taika Waititi (What We Do In The Shadows 2014, Hunt For The Wilderpeople 2016), hombre reconocido por su talento para la comedia con cierta sensibilidad dramática en films de menor presupuesto. Como quedó de manifiesto con el cambio de logo, la película también cambió su enfoque. Lo que parecía que se perfilaba como un relato épico y bastante tradicional sobre la caída de Asgard termina deviniendo en una aventura espacial con la (posible) destrucción del reino como condimento. Thor (Chris Hemsworth) regresa a Asgard después de viajar por el cosmos. Tras su visión durante Age of Ultron el dios del trueno está dispuesto a evitar el Ragnarok, la profecía que indica la destrucción de todo Asgard. Tras enfrentarse a Surtur (Clancy Brown), quien le afirma al dios nórdico que el Ragnarok se acerca y él no podrá evitarlo, Thor descubre que su hermano Loki (Tom Hiddleston) estuvo reinando en Asgard durante su ausencia y el paradero de Odín (Anthony Hopkins) es desconocido. La desaparición de Odín es acompañada por más malas noticias, Hela (Cate Blanchett), la diosa de la muerte ha despertado y planea quedarse con el trono de Asgard para conquistar los nueve reinos y todo el universo. Thor deberá detenerla, pero antes tendrá que encontrar una manera de escapar de Sakaar, un extraño planeta regido por Grandmaster (Jeff Goldblum) donde será forzado a luchar en una arena de gladiadores contra el mismísimo Hulk (Mark Rufallo). Thor: Ragnarok bien podría haberse llamado “Las Locas Aventuras de Hulk y Thor por el Universo”. La película rescata lo mejor de la estética cósmica creada por Jack Kirby y el encanto desfachatado de las historias de ciencia ficción más dementes de la silver age comiquera. Thor Ragnarok no le escapa al humor y tampoco le tiene miedo a abrazar el ridículo inherente en la historia y en la propia naturaleza de sus personajes (un gigante verde berrinchudo que rompe todo, un tipo que vuela sobre un puente de arcoiris revoleando un martillo) y ahí está la mano de Taika Waititi. El cineasta neozelandés tiene un timing y una prodigiosa habilidad para el humor absurdo y hasta se da el lujo de lanzar unos cuantos remates no tan ATP como el resto de las películas del MCU (una acidez más cercana al humor de Guardians of The Galaxy, de James Gunn). Thor: Ragnarok es por lejos la mejor de las tres películas del Avenger nórdico, la que se aleja de la fórmula de épica clásica asgardiana que tan poco cautivó al público y lleva a los personajes hacia nuevos horizontes. Por lejos también, una de las más divertidas y disfrutables películas del MCU. Su propia falta de seriedad y la voluntad de reírse de sí misma la llevan a ser un producto bastante único dentro de un universo de películas bastante similares. El contraste entre la acción antigua y asgardiana y la aventura de ciencia ficción pura y dura no se siente chocante ni desbalanceado. Simplemente es una historia que sucede en dos ambientes muy distintos. Los personajes nuevos funcionan muy bien: Cate Blanchett se divierte y parece disfrutar su rol de villana sádica y enferma de poder. Hela es amenazante y a la vez cautivadora debido al encanto natural de la actriz. Tessa Thompson interpreta a una valquiria caída en desgracia que trabaja para Grandmaster como una cazadora de guerreros para arrojar a su torneo de gladiadores. El soberano de Sakaar es un hedonista adicto a las fiestas y a la adoración que su pueblo le profesa, a los que mantiene domados con pan y circo. Jeff Goldblum le da rienda suelta a todos sus manierismos actorales y compone un antagonista totalmente extravagante. Hulk pasó años en Sakaar disfrutando su vida de guerrero campeón, decidió dejar atrás al debilucho Banner y sus traumas y nunca volvió a transformarse. Quienes tengan un oído atento, durante un momento particularmente emotivo podrán escuchar unos segundos del theme song de la clásica serie de televisión The Incredible Hulk (gran guiño por parte de Waititi). Y hablando de música, el soundtrack creado por Mark Mothersbaugh es de las mejores que se hayan escuchado en una película de Marvel. El compositor y ex lider de la banda de new-wave Devo matiza las escenas en Asgard con música orquestal bastante clásica, pero cuando la acción se traslada al planeta Sakaar aparece un pop de sintetizadores que nos retrotraen a las épocas de futurismo ochentoso.
Blade Runner 2049 es una excelente película, una de las experiencias cinematográficas más desafiantes y cautivadoras del año. Un lástima que su complejidad temática, ritmo cansino y excesiva duración la aleje del gusto del espectador medio. Un film que será de culto e inmensamente valorado, más allá de su rendimiento en la taquilla. Como pasó con el clásico de Scott. En 1982 Ridley Scott estrenó Blade Runner, película que adaptaba la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?. Recibida con frialdad por el público y con reacciones mixtas por parte de la crítica, el film de Scott fue cada vez más apreciado con el tiempo, ganando un enorme prestigio y una gran legión de fanáticos que diseccionaron la película hasta el mínimo detalle, teorizando sobre Deckard, los replicantes y los profundos temas que la película presenta (pero no llega a desarrollar del todo). Blade Runner se volvió un film de culto y cambió la forma de hacer películas de ciencia ficción. Puede sentirse la influencia de su estética cyberpunk y su relato de estilo neo noir, en gran cantidad de películas hasta el día de hoy. La historia está ambientada en un futuro distópico, oscuro y decadente donde la sociedad utiliza como esclavos a unos androides llamados replicantes. Rick Deckard es un Blade Runner (cuerpo especial de policías que se encargan de cazar y “retirar” a los replicantes rebeldes) encargado de cazar a Roy Batty (Rutger Hauer) y su banda de replicantes. Deckard piensa que los replicantes son “como cualquier otra máquina”, pero a lo largo de su viaje descubrirá que pueden ser más humanos que los humanos y también cuestionará su propia humanidad. En esta era de franquicias, universos compartidos, revivals, remakes, secuelas, precuelas y explotation de los 80′, muchos veían con escepticismo el proyecto de la continuación de un film tan icónico. Pero a medida que los nombres iban a apareciendo, la ansiedad y los nervios de los fans se calmaban: Denis Villeneuve (Prisoners 2013, Sicario 2015) probó que puede dirigir películas de ciencia ficción reflexivas y de un nivel excelente con La Llegada (Arrival, 2016). Hampton Fancher (guionista de la Blade Runner original) volvería a trabajar junto a Michael Green y la música correría por cuenta de Hans Zimmer (Dunkirk, 2017) y Benjamin Wallfisch. Pero el nombre que verdaderamente llamó la atención es el del británico Roger Deakins (Skyfall 2012, No Country for Old Men 2007, The Shawshank Redemption 1994), uno de los mejores directores de fotografía del cine contemporáneo que ya trabajó con Villeneuve en Prisoners y Sicario. Es el año 2049 y K (Ryan Gosling) es un Blade Runner que trabaja para el departamento de policía de Los Angeles, cazando replicantes de modelos viejos que escaparon después de un apagón que eliminó todos sus datos de los registros. K hace un descubrimiento que podría trastocar el orden de la sociedad y hacer que toda la ciudad descienda en el caos. Este descubrimiento será el inicio de la investigación de K, que lo llevará tras la pista de Rick Deckard (Harrison Ford) un ex Blade Runner que lleva 30 años desaparecido. Mientras K avanza en su pesquisa atando cabos y desenterrando pistas que llevan décadas enterradas deberá lidiar con las presiones de su jefa, la teniente Joshi (Robin Wright), el interés del misterioso Niander Wallace (Jared Leto), el empresario más poderoso del mundo, dueño de la industria que fabrica a los replicantes y la vida hogareña con su novia Joi (Ana de Armas), la única persona en la que confía plenamente. La historia de amor entre estos dos personajes es uno de los elementos mejor logrados y más reales en una película que está poblada por androides fríos y (aparentemente) sin sentimientos. Blade Runner 2049 hace todo lo que una buena segunda parte debería hacer: expandir y explorar nuevas aristas de un universo ya conocido, pero contando una nueva historia. Una historia que mantiene el mismo tono y estilo de la película original, pero sin “colgarse” de la nostalgia ni ser un calco de su predecesora. Algo que puede jugarle en contra a la película es su excesiva extensión (164 minutos), sumado a su ritmo poco fluido, más tirando hacia lo reflexivo, termina de configurar un film mucho más difícil de vender a la audiencia mainstream. La Blade Runner original también manejaba un tono cansino y algo lento, pero contaba con más secuencias de acción para mantener al público interesado. Aquí Villeneuve se la juega por un producto más introspectivo y dramático. El director manejó la película con demasiado secretismo, llegando al extremo de enviar un comunicado a los críticos especificando ciertos elementos de la trama que no deberían ser comentados en las reseñas. Villeneuve deseaba que el público se sumerja en Blade Runner 2049 sin saber lo que le espera y pueda experimentar plenamente todo el viaje emocional que se desarrolla a lo largo de la película. Más allá de algunos guiños y homenajes a la original, Villeneuve nos presenta un relato nuevo que se ensambla a la perfección con su predecesora. Son dos piezas independientes que se complementan para formar parte de un mismo universo. La “estética Blade Runner” es recreada con un nivel de detalle y respeto por la película original que asombra. Y hablando de estética, es en ese apartado que la película da el enorme salto de calidad. Blade Runner 2049 es una verdadera maravilla estética diseñada para disfrutar con todos los sentidos. Todo el aspecto visual fue tratado con una enorme dedicación, desde la bellísima fotografía de Deakins (firme candidato para otra nominación al Oscar), la composición de cada toma, los movimientos de cámara, las luces, el color, el juego de contrastes entre las enormes construcciones de concreto, los cielos oscuros y las vibrantes luces de neón, la lluvia y la nieve que azota los parabrisas y ventanas de la ciudad. La música compuesta por Zimmer y Wallfisch ayudan a generar una atmósfera futurista (aunque lejos están de llegar a la genialidad que hizo Vangelis en el soundtrack de la original) con buenos ritmos de sintetizadores y bocinazos símil-Inception (a esta altura ya es una marca registrada de Zimmer). Todos los grande actores que forman parte del elenco se lucen, sin importar cuan grande o pequeña sea su participación. Gosling compone un anti héroe complejo con máscara de hierro pero que esconde un conflicto interno que podría transformarlo o destruirlo con la misma facilidad. El alivio de sus traumas, sus problemas existenciales y su trabajo lo encuentra en Joi, un personaje muy bien interpretado por Ana de Armas que funciona como un bálsamo que aplaca toda la negatividad que rodea a K. Pese a que figura de forma prominente en el póster de la película, la participación de Harrison Ford es bastante breve, estando presente solo en el último tramo del film. Deckard es apenas una pieza de un rompecabezas más grande, pero la verdadera clave para resolver el misterio que K intenta desentrañar. Tampoco tiene demasiado tiempo en pantalla el personaje de Jared Leto. Sin embargo se las arregla para componer un personaje gris y ambivalente, una suerte de “villano” (no por su postura moral o sus acciones durante la película, sino porque sus intereses van en contra de los de nuestro protagonista) que prefiere mantenerse en las sombras y utilizar a su fiel replicante Luv (Sylvia Hoeks) como su brazo ejecutor. El elenco se completa con otros grandes papeles secundarios destacables como Dave Bautista en la piel de Sapper Morton, un antiguo replicante modelo Nexus y Mackenzie Davis, como un “modelo de placer” que aparece poco en pantalla, pero protagoniza una de las secuencias más bellas e hipnóticas de toda la película.
Andrés Muschietti logra honrar la historia original de King adaptándola a la perfección y haciendo un film muy personal y centrado en los personajes. Actuaciones excelentes, buenos efectos especiales, geniales sustos y la dosis justa de sangre y nostalgia ochentosa hacen una película de terror genial que sin dudas se volverá un clásico. Pocas obras literarias han tenido tanto impacto en la cultura pop como It (1986) la más extensa y genial novela de Stephen King. A través de sus más de 1000 páginas King nos lleva de viaje a Derry en los años 50 (donde King experimentó su infancia), un pueblo en el estado Maine donde habita una terrorífica criatura interdimensional que existe hace siglos en nuestro planeta, cazando niños para alimentarse de sus miedos y consumirlos literal y figurativamente. Este mismo pueblo donde los niños desaparecen, suceden crímenes y tragedias horribles y los adultos parecen no darse cuenta de la violencia real y sobrenatural que acecha en las sombras, como una metáfora de la sociedad americana de la era Reagan en los 80, obsesionada con los valores tradicionales de un pasado cincuentoso idílico, pero fría, ignorante y anestesiada ante un clima opresivo y oscuro que sucede frente a sus ojos. Los protagonistas de la novela son un pintoresco y adorable grupo de marginados, inadaptados y víctimas de bullying que se hacen llamar el Club de los Perdedores (Loser’s Club): Bill Denbrough, un joven tartamudo; Stanley Uris, un niño obsesionado con la limpieza que es discriminado por ser judio, Richie Tozier, un bromista que habla hasta por los codos, motivo de burla por representar al típico arquetipo del nerd; Eddie Kaspbrak, un chico asmático e hipocondríaco que vive siempre medicado con su obesa madre sobreprotectora; Mike Hanlon; un joven negro en un pueblo de mayoría blanca (y en los años 50, para colmo de males); Beverly Marsh, una chica abusada por su padre que vive en la zona pobre de Derry, y Ben Hanscom, víctima de bullying por su obesidad. Este grupo de amigos se enfrenta a una presencia demoníaca que aterroriza Derry y mantiene a la población adulta hipnotizada para ignorar su presencia. It (Eso) no tiene nombre ni forma física real, pero se presenta ante los chicos como Pennywise, el payaso bailarín. El manjar favorito de Eso son los niños, a los que atrae como payaso para luego transformarse en sus peores miedos. El Club de los Perdedores logra vencer a Eso en las alcantarillas de Maine, pero no saben que 27 años después Pennywise regresará para matarlos cuando ellos sean adultos. Además de la novela, la historia de It se hizo muy popular por una miniserie para televisión de 1990 (Stephen King’s It) protagonizada por Tim Curry en el papel de Pennywise. Pese a contar con recursos limitados y no haber envejecido bien, logró cautivar a una generación y generarle fobia a los payasos a mucha gente. Cuando esta nueva versión de It comenzó a gestarse, en principio iba a ser dirigida por Cary Fukunaga (True Detective, Beasts of no Nation), pero por diferencias creativas y recortes presupuestarios el cineasta se bajó del proyecto. La película cayó en manos de Andrés Muschietti, director argentino responsable del film de terror Mamá (2013). Con un guion ya escrito por Fukunaga, Andy tenía la difícil misión de adaptar una de las historias de terror más populares y recordadas con un mítico personaje que se convirtió en un ícono de la cultura pop. ¿Cómo hacer para lograr una buena película y no cagarla? Hacer algo nuevo respetando el material original. El pequeño Georgie Denbrough (Jackson Robert Scott) desaparece en una tormenta tras perseguir a su barquito de papel y encontrarse con un siniestro payaso que vive en las alcantarillas llamado Pennywise (Bill Skarsgård). Su hermano Bill (Jaeden Lieberher) se obsesiona con su búsqueda, creyéndolo aún con vida, y con la ayuda de Bev (Sophia Lillis), Mike (Chosen Jacobs), Richie (Finn Wolfhard), Ben (Jeremy Ray Taylor), Eddie (Jack Dylan Glazer) y Stan (Wyatt Oleff); sus amigos del Losers Club intentará encontrarlo. Pero descubrirán algo mucho más terrible, una entidad sobrenatural capaz de transformarse en sus peores miedos y que acecha en Derry desde hace décadas o tal vez siglos. Esta criatura sin nombre a la que llamarán “Eso” despierta una vez cada 27 años para cazar niños a los que atrae con su apariencia de arlequín para después alimentarse de sus miedos y sus cuerpos. Los adultos del pueblo no parecen notar el patrón de muertes y desapariciones ni creen en monstruos metamorfos, así que estos niños marginados deberán unirse y confrontar sus peores terrores para acabar con el monstruo. It es una gran película por sí misma antes de ser una gran película de terror. Andy Muschietti logra con pericia experta manejar los tonos y géneros para hacer un film que combina en justas proporciones el terror, el drama sentido y personal, los chistes y el humor, el relato de coming of age y el tenso manejo del suspenso. La película sigue bastante al pie de la letra la historia de la novela, pero con un cambio: en lugar de ir y volver entre las dos líneas temporales (los niños del Club de los Perdedores y sus versiones adultas 27 años después) este film se centra en sus versiones infantiles. Esto permite desarrollar mucho más sus personalidades, historias, temores, angustias y su amistad. Muschietti insiste en el costado humano del film sin dejar el miedo de lado (pero si en segundo plano) y por eso la película funciona tan bien, el espectador conecta con los personajes a nivel emocional, siente lo que ellos sienten y sufre junto a ellos como si Pennywise lo estuviera acechando también. A pesar de que los chicos son la verdadera estrella del film, hay que destacar la enorme labor de Bill Skarsgård (Hemlock Grove, Atomic Blonde) en la piel de Pennywise. Lejos de querer parecerse al payaso encarnado por Tim Curry, en este caso optan por un diseño más antiguo y siniestro, similar a un arlequín del Siglo XVI. Esto le da un aspecto ancestral, como si fuera un monstruo que habita en la tierra hace tiempo. También se siente mucho más sobrenatural en su forma de hablar, sus expresiones faciales (cuando lo vean apuntar con sus ojos en dos direcciones diferentes, eso no es CGI, lo hace de verdad), su forma de moverse y caminar. Otro punto para destacar es el elenco, principalmente los actores infantiles. La química entre ellos es innegable y verdaderamente se sienten como un grupo de amigos que se hacen chistes y bromas pesadas. También se expresan de una manera más real, con insultos y groserías. El cast está muy bien elegido, con actores jóvenes de gran talento que son un calco de las personalidades de sus personajes. Jaeden Lieberher es la sangre que corre por las venas de la película y Sophia Lillis es el corazón. Jack Dylan Glazer se roba cada una de las escenas en las que interviene y Finn Wolfhard parece haber nacido para interpretar a Richie Tozier. En cuanto a los sustos, Muschietti logra generar un inquietante clima de tensión y nervios que se mantiene hasta culminar siempre en un susto bien construído. La película no abusa de los jump-scares y screamers y llega a asustar a plena luz del día. Lo único más terrorífico que las apariciones de Pennywise es su inquietante presencia, cuando el payaso está acechando en las sombras esperando el momento para dejarse ver. También juega con los miedos más personales e internos de los chicos, en lugar de colgarse de los productos nostálgicos (en la novela It aterroriza a los chicos como los monstruos de las películas clásicas de Universal) y prefiere utilizar imágenes perturbadoras de rostros deformes y cuerpos decapitados. It es una gran película, bien escrita, filmada y actuada con mucho corazón. Al verla uno puede sentir el amor y el respeto que Muschietti tiene por la novela original de King. Una historia donde el verdadero horror no se queda en el monstruoso payaso metamorfo sino que profundiza en el miedo a la muerte de un ser querido, a adultos que no te cuidan ni te creen, al bullying, los padres sobreprotectores, el abuso, la crueldad y la frialdad de la que somos capaces. La mayor arma con la que podemos enfrentar nuestros miedos siempre serán nuestros amigos.
Logra hacer que la famosa pintura de El Bosco vuelva a ser sujeto de debate y análisis de sus imágenes, sentidos y simbologías como en los tiempos de antaño. En 2016 se cumplieron 500 años de la muerte del legendario artista flamenco Hieronymus Bosch, Jheronimus van Aken o también conocido como El Bosco en España. Su figura, tan fascinante como esquiva, despierta la curiosidad de la comunidad artística y su obra es un gran interrogante, con pocas pinturas que le pueden ser atribuidas sin un atisbo de duda. Aún así su obra maestra, El Jardín de las Delicias (De tuin der lusten), ha logrado convertirse en una de las pinturas más misteriosas y renombradas de la historia del arte. Cada día unas 4000 personas se detienen para admirar la obra exhibida en el Museo del Prado. El tríptico cerrado muestra una imagen de la creación del mundo, pero al abrirse revela tres paneles distintos: El Jardín del Edén (izquierda) con Adán, Eva y Dios compartiendo el paraíso terrenal; El Jardín de las Delicias (centro), que muestra a la humanidad sucumbiendo a los placeres del pecado que serán su perdición, y finalmente El Infierno (derecha), sombrío y oscuro destino del hombre. El documentalista español José Luis López Linares reúne a más de 30 personalidades (sociólogos, filósofos, pintores, músicos, artistas plásticos, científicos, críticos de arte) que analizan, interpretan y dialogan sobre la obra, sus detalles, simbolismos y sentidos. El Jardín de las Delicias vuelve a ser tópico de debate y conversación como el historiador del arte holandés Reindert Falkenburg sostiene que lo era en tiempos de la corte de los Nassau. El Bosco: El Jardín de los Sueños no busca cerrar la conversación buscando una respuesta a la sugestiva obra, sino que pretende abarcar múltiples interpretaciones sobre ella y jugar con la búsqueda del sentido a cada detalle y fragmento de la pintura. El ejercicio polisemico es tan irresistible que el espectador no puede evitar hacerse preguntas y formar parte de la conversación como si fuera uno más de los invitados por Linares para analizar el tríptico. La pintura sirve también como punto de partida para rastrear las raíces del misterioso artista, su obra, sus revolucionarias técnicas artísticas, la hermandad a la que pertenecía y la influencia que su producción tuvo en el arte actual.
Atómica es un gran film de acción que deleitará especialmente a los fans del género. La parte más explosiva y emocionante de la película por momentos logra eclipsar el thriller de espías, pero con semejantes escenas de acción y la potente labor de la actriz protagonista es difícil que alguien salga insatisfecho de la sala. The Coldest City es una novela gráfica publicada por la editorial Oni Press en el año 2012 con arte de Sam Hart y escrita por Anthony Johnston. La protagonista es Lorraine Broughton, una espía británica del M16 que se infiltra en Berlín a finales de la Guerra Fría para develar la verdad detrás de la muerte de un colega y descubrir a un traidor dentro de su organización. Mientras la obra original de Johnston y Hart tiene un estilo mucho más clásico y tradicional, cercano al film noir o las novelas de espionaje de John Le Carré, su versión fílmica corre por cuenta de David Leitch; uno de los directores de la exitosa y sorpresiva John Wick (2014) que hasta el momento era reconocido en Hollywood por su labor como doble de riesgo, coordinador de dobles y coreógrafo de peleas en numerosos films. La unión de estilos tan diferentes podría dar como resultado un film terrible con tonos dispares, no es nada fácil combinar una novela gráfica de suspenso, sobria, rígida, en blanco y negro con un film de acción entretenido, acelerado, electrizante y lleno de color; pero Leitch sale bien parado y nos entrega una de las mejores películas de acción del año. La película comienza con la agente del M16 Lorraine Broughton (Charlize Theron) siendo interrogada por su superior Eric Gray (Toby Jones) y el agente de la CIA Emmett Kurzfeld (John Goodman). Lorraine da el reporte de su última misión: fue enviada a una Berlín dividida con un muro a punto de caer para recuperar una lista con los nombres de todos los agentes aliados infiltrados en la Unión Soviética. Además, durante su estadía en Alemania deberá descubrir la identidad de Satchel, un doble agente que vendió información a los rusos por años y asesinó al último portador de la lista. Si esa información cae en manos soviéticas, pondría en peligro a todos los espías activos en Rusia. El contacto de Lorraine en Alemania es David Percival (James McAvoy), un excéntrico y libertino agente que lleva años viviendo en Berlín. Juntos deberán trabajar para recuperar la lista, aunque ninguno de los dos confíe plenamente en el otro. Atómica sigue bastante al pie de la letra la trama de la novela gráfica (salvo unos pequeños cambios), pero la principal diferencia es en su tono. La película está llena de escenas de acción, tiroteos, combate cuerpo a cuerpo y hasta una persecución. Todo realizado con coreografías prolijas y creíbles, tomas largas y hasta un (falso) plano secuencia de casi 10 minutos. Las peleas se sienten reales, con Charlize peleando “como una chica” en el mejor sentido de la expresión (usando codos y patadas, haciendo armas de objetos que la rodean, golpeando puntos estratégicos del cuerpo y utilizando su agilidad para contrarrestar la fuerza física de sus atacantes). La actriz protagonista ya demostró en Mad Max: Fury Road (2015) que se siente cómoda a la hora de interpretar heroínas de acción y con Atómica se consagra. Lorraine es inteligente, fría, calculadora. Por momentos parece frágil al caminar con gracia al interior de un restaurant con un vestido que quita el aliento y su mirada seductora, pero de un segundo a otro explota en un torbellino de piñas y patadas, bajando a todos los enemigos que se crucen en su camino hasta terminar con su rostro hecho una pulpa de tonos rojos y violetas. Charlize se entrega con todo al papel y eso se nota en la pantalla (de hecho, filmando las escenas de acción sufrió hematomas en las costillas, una lesión en la rodilla y se le partieron dos dientes). Otro punto a favor de la película es su estética, tanto visual como sonora. Ambientada en 1989, el soundtrack tiene varios hits de enormes artistas (algunos reversionados) del calibre de David Bowie, George Michael, New Order, Nena, Falco, A Flock of Seagulls y The Clash. Por otro lado, la estética ochentosa está muy bien recreada en las convulsionadas calles de Berlín, la ropa, los peinados y las luces de neón que inundan los boliches. Donde Atómica flaquea es en su aspecto narrativo. En varios momentos la historia corta de la misión de Lorraine al interrogatorio y el ritmo de la película se siente un poco desbalanceado, cada vez que el film agarra velocidad con la acción, de pronto clava el freno de mano y volvemos a la charla. Tampoco se aprovecha demasiado el contexto histórico, toda la agitación política y social de una Berlín a punto de estallar y el muro pronto a caerse lo vemos mediante flashes informativos de tv que aparecen cada tanto. El elenco secundario acompaña muy bien a la protagonista sin opacarla. James McAvoy se destaca en su rol de espía mujeriego y alcohólico que conoce como nadie las calles de Berlín y Sofia Boutella suma su encanto en el papel de Delphine, una espía francesa interesada en Lorraine y su misión.
Annabelle 2: La Creación levanta la mala imagen que dejó la película anterior de la muñeca maligna y renueva la fe en los spin-offs de El Conjuro. Esperamos con fe las nuevas entregas de la saga de James Wan y cruzamos los dedos pidiendo que el estudio vuelva a confiar en cineastas experimentados y talentosos para los films de La Monja y The Crooked Man. Es indudable el talento de James Wan a la hora de diseñar películas de terror. El director y guionista de Saw (2004) nos entregó dos de las mejores sagas de horror de los últimos tiempos: La Noche del Demonio (Insidious, 2011) y El Conjuro (The Conjuring, 2013). Especialmente esta última saga tuvo una excelente respuesta por parte del público y la crítica. Las historias (ficcionalizadas) de los casos (reales) investigados por Ed y Lorraine Warren fusionan el encanto old school, la buena creación de atmósferas de terror, personajes bien construidos y unos geniales sustos. Era imposible que el estudio no tomara su gema y la hiciera pasar por la máquina de crear franquicias. Los demonios, embrujos y fantasmas que se cruzan con el matrimonio Warren son el perfecto material para explotar con precuelas, secuelas, spin-offs y derivados varios. La primera incursión en el Universo Cinematográfico del Conjuro (?) vino con Annabelle (2014), película que expandía la historia de la muñeca poseída que aparece en el prólogo de The Conjuring. Annabelle resultó ser un desastre en la crítica más allá de su enorme éxito comercial. Por suerte, para esta nueva entrega el estudio decidió confiar en un director con experiencia a la hora de realizar films de terror y lo que parecía una receta para el desastre (la secuela que en realidad es la precuela de un spin-off cuya primera entrega fue todo menos buena) termina resultando en una película bastante competente. Samuel (Anthony LaPaglia) y Esther Mullins (Miranda Otto) son un matrimonio de fabricantes de juguetes que perdieron a su hija Bee (Samara Lee) en un horrible accidente. Doce años después de su tragedia reciben en su hogar a un grupo de niñas provenientes de un orfanato que cerró y a la hermana Charlotte (Stephanie Sigman), la monja que las cuida. Entre ellas se encuentran Linda (Lulu Wilson) y su amiga Janice (Talitha Bateman), una niña afectada por la poliomielitis con problemas para caminar. Ellas entran a un cuarto prohibido en la casa de los Mullins donde hallarán una siniestra muñeca que oculta el espíritu de la niña muerta… y algo más oscuro. Annabelle 2 se impone sobre su precursora debido a un factor fundamental: su dirección. No solo David Sandberg (director detrás de la más que correcta Lights Out, 2016) está mucho más capacitado que John R. Leonetti (cineasta detrás de grandes “gemas” como Mortal Kombat: Annihilation 1997 y Wish Upon 2017) para hacer un film de terror sino que también sabe manejar mucho mejor el relato y crear una buena atmósfera de tensión donde los sustos brotan naturalmente. La iluminación, el tratamiento sonoro y el manejo de la cámara están muy correctos, acentuando los momentos de mayor tensión. Los clichés típicos de cualquier film de terror (screamers, jump-scares, personajes incapaces de cumplir con instrucciones simples) están presentes, pero no se abusa de ellos y se los utiliza bien. Las actuaciones de todos están bien logradas, destacándose especialmente las dos niñas protagonistas que se ponen la película al hombro (Lulu Wilson ya tiene experiencia en películas de terror. Apareció en Deliver Us from Evil, 2014 y Ouija: Origin of Evil, 2016).
Un espectáculo visual con un diseño de producción muy cuidado y los típicos tropes de ciencia ficción hacen de Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas un film bastante entretenido más allá de la evidente falta de química de su pareja protagonista y su flojo guion. Valerian es un personaje que vio la luz en 1967 en una historieta de ciencia ficción que logró un gran impacto en la cultura pop. La influencia del comic Valérian: agente espacio-temporal (después pasó a llamarse Valérian y Laureline) creado por el escritor Pierre Christin y el artista Jean-Claude Mézières pueden rastrearse en varias películas de ciencia ficción y fantasía que la siguieron como Star Wars (1977), Avatar (2009) y El Quinto Elemento (1997). La historia de esta pareja de agentes que trabajan para el Servicio Espacio-Temporal embarcándose en peligrosas misiones y viviendo aventuras a través del universo estableció ciertas “reglas” o elementos básicos a la hora de crear una space opera que hasta el día de hoy son estándares para el género. El director Luc Besson (Subway 1985, Léon: The Professional 1994, Lucy 2014) es un gran admirador de las aventuras de Valerian en las viñetas (en varias entrevistas admitió que de niño era un fan del comic) pero nunca se planteó seriamente adaptarlo a la gran pantalla hasta que trabajó junto a Mézières en El Quinto Elemento (el dibujante se encargó de los diseños y el arte conceptual de la película), donde el artista del cómic lo incitó a llevar a sus personajes a la pantalla grande. Limitado por la tecnología de la época y el presupuesto, el proyecto se mantuvo en espera hasta que en 2012 se anunció oficialmente. La película arranca con dos prólogos. Por un lado nos sitúa en una estación espacial internacional que cada vez crece más y más al recibir en un principio a humanos de todas las naciones y luego a razas alienígenas de distintos planetas hasta que para el Siglo XXVIII se convierte en Alpha una enorme comunidad donde conviven distintas especies de todo el universo compartiendo su cultura y conocimiento. Por otro lado vemos a los Pearls del paradisíaco planeta Mül, una raza de extraterrestres pacíficos que viven de la tierra cosechando unas perlas llenas de energía y son aniquilados por motivos desconocidos. Los agentes Valerian (Dane Dehaan) y Laureline (Cara Delevigne) forman parte de una división especial de policía humana espacial destinada a preservar la paz en el universo. Luego de ser enviados en una misión a un mercado interdimensional para recuperar un animal único en su especie, los agentes descubrirán que una extraña fuerza radioactiva amenaza con destruir Alpha desde adentro. Valerian y Laureline desafían las órdenes del Comandante Arün Filitt (Clive Owen) y se meten en las peligrosas entrañas de la ciudad de los mil planetas para descubrir que se esconde en ese sector prohibido y salvar a todos los habitantes de Alpha. Además, el mujeriego Valerian hará todo lo posible para ganar el corazón de Laureline (aunque en primer lugar deba superar su miedo al compromiso). Valerian y la Cuidad de los Mil Planetas se destaca principalmente por el increíble estilo visual. Los efectos especiales y prácticos de la mayor calidad logran dar vida propia a los distintos planetas, Alpha y todos sus escenarios y la impresionante cantidad de aliens, monstruos y criaturas. Realmente vemos un universo gigante y nuevo desplegarse ante nuestros ojos con todo lo que eso conlleva. Lamentablemente, debido a que la película se centra en nuestro dúo protagonista, no tenemos demasiado tiempo para conocer nada en profundidad. Suponemos que detrás de cada especie, planeta, criatura u objeto hay una historia, pero no llegamos a conocer ni la mitad de lo que la película nos muestra. Los personajes principales no logran del todo convencer con su dinámica de pareja ambigua que va y viene debido a su falta de química en pantalla. Dane DeHaan no termina de vender su personaje de héroe de acción carismático y encantador a lo Han Solo, mientras que Cara (salvando su carencia de habilidades histriónicas) sale bastante airosa en su intento de hacer una ruda heroína sabelotodo con mala actitud. La historia y el guion se siente algo acelerado y superficial, más preocupado por hacer que el film avance hacia la próxima escena o locación antes que por involucrar al espectador en la historia o generar algún lazo emocional con los personajes. Sin embargo, la película fluye muy bien y en ningún momento se siente lenta, pesada o aburrida (aunque sí es verdad que su primera mitad es más emocionante y bien narrada). Sin dejar de tener en cuenta sus fallas, Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas es un film muy divertido que sin duda deleitará a quienes busquen en los cines un entretenimiento pochoclero con un gran despliegue de efectos especiales y entretenidas escenas de acción.