Los simuladores “Existe algo más importante que la lógica: la imaginación”. Alfred Hitchcock. En muchos casos, una película de acción raya el inverosímil a punto tal que resulta hasta divertido. Sin embargo la línea que separa esta superación de la realidad con el ridículo es verdaderamente fina. Y esto es algo que se tiene que tener muy en cuenta a la hora de analizar un film como Red. Porque si esperamos ver en la pantalla una cinta que intente mostrar cómo es la vida de un agente de la CIA retirado, pues esta no es la opción correcta. Empecemos por el principio. Bruce Willis encarna a Frank Moses (cuyo nombre no pude separar nunca de la mítica Moses supposes que bailan Gene Kelly y Donald O’Connor en Cantando bajo la lluvia, aunque eso fue un problema mío), un "Retired and Extremely Dangerous", que decide reunir a su viejo equipo de trabajo, luego de que un grupo comando intenta asesinarlo, para ir en busca de aquellos que ya no lo(s) quieren con vida. Y aquel “viejo equipo de trabajo” no es más que la conformación de un reparto de estrellas verdaderamente tentador. También hay que decirlo: las conocidísimas caras que están detrás de este proyecto forman parte de su principal atractivo. Además de los naturalmente disfrutables papeles de Morgan Freeman, John Malkovich y Richard Dreyfuss; lo destacable es ver a una actriz de la talla de Helen Mirren, encarnando a una asesina despiadada capaz de disparar incluso contra los que ama, sin perder el encanto de una “reina”. Pero en este combo de acción y comedia, que prolijamente logró armar el alemán Robert Schwentke (Plan de vuelo), también hay desatinos, que se notan principalmente en la parte humorística. Porque si bien el film evita el remate obvio, los pasajes que deberían ser graciosos (con el personaje de Malkovich en plano còmic relief), en realidad no lo son tanto y la ironía pierde el hilo que sí se sostiene de mejor manera con las escenas de acción. A esto se suma una pomposa banda de sonido que apabulla con la innecesaria imperiosidad de marcar el ritmo del relato. Basado en una novela gráfica de DC escrita por el gran Warren Ellis, la propuesta de Red se asemeja a títulos como Matar o morir, o Se busca. Básicamente se trata de una película desenfadada, con muchas balas, algunos chistes graciosos y una estética comiquera, fruto del legado que dejara Sin City en su momento. A diferencia de Mamma mía, donde parecía que sólo los actores se divertían, aquí el entretenimiento se traslada desde la pantalla exitosamente, prioritariamente por la buena química que se genera entre todo el elenco. Queda en el tintero la relación con –para nombrar filmes de este año- Los indestructibles y Un hombre solitario, donde cada uno a su manera buscaba la reivindicación no sólo de actores ya mayores, sino de personajes que no logran aceptar el paso del tiempo ni la posibilidad de alejarse de aquello que termina por convertirlos en lo que son. Algo similar sucedía con el sargento James que tan eficazmente interpretó Jeremy Renner en Vivir al límite. Para ser concretos. Quienes se dispongan a pagar una entrada para ver Red tienen que saber lo que van a encontrar, de otra manera, difícilmente sean seducidos por este metraje. Si están dispuestos a digerir una historia inverosímil pero entretenida, desfachatada pero prolija a la vez; entonces es muy probable que esta nueva cinta alcance su cometido: divertir con caras conocidas, ritmo frenético y algunas explosiones bien realizadas.
Sólo contra el mundo La carrera de Ben Affleck ha sido toda una montaña rusa no sólo para él en sus diversos roles (guionista-actor-productor-director) sino también para nosotros, desde este lado de la platea. Porque si En busca del destino (película por la que ganó un Oscar) era el inicio de una prometedora carrera como escritor de films, sus constantes baches como intérprete y sus correrías mediáticas al lado de parejas que eran las delicias de los paparazzi comenzaron a ser un karma para esta joven promesa en potencia. Sin embargo, el 2007 fue un año revelador para mister Ben: por primera vez se sentaba en la silla de realizador. Y honestamente, entregó un film memorable. Desapareció una noche era la reivindicación de todo lo malo que hasta allí había logrado. En ese punto de su carrera, una nueva película sería trascendental… corroborar su talento como narrador o poner en evidencia que aquel desgarrador drama era sólo producto de la casualidad. Para erradicar cualquier tipo de duda, llegó Atracción peligrosa (otra vez, un desacertado nombre local para The town, su título original). Y a esta altura hay que decirlo. Affleck es un excelso realizador. Porque con esta película entrega un policial como hace tiempo no se veía en el cine norteamericano. Por suerte para él, Atracción peligrosa puede tener ciertos rasgos en común con Los infiltrados, o Fuego contra fuego (es decir, con el cine de Scorsese y Michael Mann). En la cinta, Affleck encarna a Doug, el líder de una banda de ladrones de bancos en un barrio bajo de Boston. Después de un golpe en el que deben secuestrar a la gerente del lugar (Rebeca Hall) tendrán que seguir de cerca a la única mujer que podría colaborar con el FBI y entregarlos. A partir de allí, el propio jefe del grupo comando se verá en una paradoja: acercarse a la mujer que fue su víctima para alejarse del mundo en el que vive. La verdadera fuerza del relato no está en su originalidad. Sino en el clasicismo que inteligentemente plantea el Affleck director. De la misma forma, una rica gama de personajes secundarios complementan el film y disparan historias secundarias que motivan y dan fuerza al resultado general. El resto del elenco, entre los que aparecen un genial Jeremy Renner (protagonista de la oscarizada Vivir al límite), el siempre eficiente Pete Postlethwaite y Chris Cooper, entre otros, también le aportan credibilidad y química a la interacción de los personajes. Atracción peligrosa, no desborda originalidad, pero sí ofrece una película de género con momentos verdaderamente buenos (las persecuciones en autos y la escena en el estadio de los Red Soxs), que no buscan generar en el espectador una sorpresa audiovisual, sino mostrar un contenido sólido, fuerte, crudo y por supuesto crítico. En un cine donde merma el relato por sobre la secuencia, este Ben Affleck director llega para demostrar que es uno de los nuevos y más interesantes realizadores que Hollywood haya brindado en los últimos años. Y por otro lado, refuerza la idea que detrás de la calidad, también puede haber entretenimiento.
¡Explotemos al chico Disney! Nada más lejos de la realidad para este drama meloso que intenta colgarse de la fama de su protagonista, mediando entre una fotografía interesante y un guión que presenta giros presuntamente originales, pero histriónicamente mal utilizados. Sumado a ello, el empecinamiento que tiene Zac Efron (afrontémoslo, un actor que vende y que potencialmente puede convertirse en un buen intérprete) por alejarse de la híper marketinizada franquicia High School Musical y terminar eligiendo papeles que, irónicamente, lo encasillan insistentemente como el joven de moda –tal vez pasajera, tal vez no, dependerá de cómo desarrolle su capacidad- que aún tiene demasiado por demostrar. Y ese es el problema principal de Más allá del cielo: lo que supone ser una historia con tintes de fuerte contenido emocional, termina convirtiéndose en una liviana versión romántica que parece salida de la propia Disney. La historia nos muestra a Charlie St. Cloud (el propio Efron, encarnando al personaje que le da nombre al film originalmente) una joven promesa de un pequeño pueblo norteamericano, que luego de perder a su hermano menor en un trágico accidente, decidirá dejar todo de lado y comenzará a trabajar en el cementerio local, donde el vínculo con el pequeño fallecido no se ha roto y parece haber superado incluso a la propia muerte. De esta manera, todos los días, en un horario específico, Charlie irá al encuentro de aquel hermano difunto, para jugar béisbol y compartir diversas experiencias. Sin embargo, la aparición de Tess, una joven con sus mismas pasiones, pondrá en duda todo aquello que ha creído el muchacho después de aquel fatídico suceso. Lejos de las comparaciones obvias con Sexto sentido e incluso con la vieja serie Regalo del cielo, que en su momento realizó Canal 9 (donde, a pesar de lo estúpida que pueda sonar la comparación, se guardan no pocos lugares en común con el film) las cosas en esta película, realizada por Burr Steers (quien volvió a dirigir a Efron luego de la comedia 17 otra vez) no quedan del todo claras. En principio, porque el espectador no sabe muy bien qué tipo de relación establece el protagonista con los personajes que se van sucediendo, principalmente su hermano. ¿Es un fantasma? ¿Es un ente que permanece en el limbo? Debido a que el contacto físico entre los dos existe, uno no sabe muy bien qué pensar al respecto. Por otro lado las apariciones rutinarias (misma hora, mismo lugar) y desapariciones azarosas (en realidad nunca queda claro si su hermano se “esfuma” o si se dispersa concretamente) tampoco ayudan al respecto. Y por ello la insistencia en afirmar que el film parece salido de la propia casa creadora de Mickey. Porque donde debería haber una narración verosímil y efectiva, aparecen surcos de sospechoso posicionamiento ideológico, filosófico y hasta religioso –para quien no recuerde, Walt Disney, más allá de su talento, era exageradamente moralista-. A pesar de cuestiones puntuales, el film tampoco sirve para alejar a su protagonista de la saga que lo llevó a la fama. Porque si bien aquí no canta ni baila, todo se orquesta bajo su propia exaltación. Así, el personaje demostrará conocimientos en deportes atípicos, carpintería, cocina, recitará poesía, aparecerá con el torso desnudo y un largo etcétera que no hace más que repetir los mismos lugares comunes que lo llevaron tan lejos años atrás (para tener una idea, consultar el afiche en el cine). Curiosamente, actores como Kim Bassiger y Ray Liotta tienen escasos momentos delante de la pantalla que ayudan a ponerle un poco de variedad al metraje. A pesar del intento del joven Zac por despegarse de su popular personaje, Más allá del cielo parece ser una historia que queda a mitad de camino: demasiado formal para el público adolescente y definitivamente liviana para el más adulto. El problema no es el disfrute o no del film, sino el hecho de querer encontrar algo realmente distinto, cuando tal vez no haya sido esa la prioridad.
Los caminos de la vida Durante la visión de Sin retorno uno puede preguntarse por momentos si el debutante director y coguionista Miguel Cohan reflexiona sobre escapar del destino. En realidad la base del film se sustenta en esta posibilidad. El hombre como consecuencia de una serie de sucesos. Porque hay que reconocer que a pesar de su relación con títulos como Cuatro vidas y un destino, Crash e incluso con la insufrible Siete almas, este film de factura nacional logra momentos muy logrados en base a un buen guión (quizás muy calculado para algunos) sólidas interpretaciones y un desarrollo técnico impecable. La duda sobre qué hacer en momentos límites flota constantemente en el aire, poniendo en duda incluso al espectador, generándole un compromiso y una identificación que bien podría resultar aleccionadora, aunque termina por volcarse hacia un costado mucho más digno gracias a la destreza del director. Todo comienza con un accidente. O con dos. Primero Federico (Leonardo Sbaraglia) quien esquiva una señal de obra en plena calle y termina chocando con la bicicleta de un hombre que había bajado del rodado para recoger papeles importantes. Tras una discusión por la rotura del pequeño vehículo, Federico se aleja, enojado por la casi tragedia. Segundos después, Matías un estudiante de 22 años de clase media-alta, va a impactar contra aquel hombre perplejo en la acera, a quien dejará inconsciente mientras escapa. Y allí empezará una serie de sucesos que dan cuenta del planteo multilineal del relato. Porque de manera coral, aparecerá el padre de la víctima (Federico Luppi), quien acompañado por los medios de comunicación intentará dar con el responsable del incidente. En el medio, falsas acusaciones, presiones mediáticas y políticas, coimas, arreglos burocráticos falaces y todo tipo de chicanas serán las que pongan en evidencia la trunca realidad del sistema argentino en varios niveles. A partir de ello, Cohan compone una obra por momentos eficaz y por otros excesiva, principalmente por la utilización de la venganza como mecanismo de autodefensa. Es cierto, una serie de sucesos hacen al destino de un hombre, pero también la vida puede jugarnos una mala pasada (será necesario no olvidar que el motivador de toda la trama es un ciclista que está mal parado en la calle y genera no uno, sino dos accidentes). De esta manera, el estilo narrativo de la película nos llevará a pensar en un padre sin consuelo, un hombre acusado que es inocente y un joven que debe callar la verdad para salvar su propio pellejo. Y seguramente habrá tantas sentencias sobre los personajes como espectadores dentro de la sala. Está dicho. Con algunos momentos que fuerzan el relato, Sin retorno es un film que apuesta nuevamente por un cine comercial de calidad. A pesar de los puntos en contra que puedan encontrarse, no hay duda que las grandes interpretaciones (con Sbaraglia, Luppi, Luis Machín, Ana Celentano y Martín Slipak conformando un enorme elenco) y la historia que se apunta desde la pantalla, seguramente generará no sólo una buena experiencia en la sala, sino una aún mejor sensación fuera de ella.
El precio del poder Hay una diferencia sustancial entre la primera parte de Wall Street y ésta segunda, que hasta podría sonar estúpida: el mundo ya no es el mismo. De aquel 1987 (año en que Oliver Stone estrenó la aventura financiera de Gordon Gekko) hasta aquí, han pasado básicamente un atentado terrorista y una crisis financiera, sin precedentes. Pero hay algo que no ha cambiado: occidente sigue siendo dominado por el dinero (aquel que “nunca duerme“, tal como predica el subtítulo de esta secuela) y el capitalismo permanece como excusa para que sólo algunas cabezas decidan el destino de la mayoría. Pero en esta idea que suena a folleto socialista se sienta la base de un título que dice mucho y a la vez no descubre nada. Stone vuelve a apostar por un elenco de gran jerarquía en el que se destaca la vuelta del enorme personaje que le dio a Michael Douglas un premio Oscar -el mencionado Gekko- pero en el que también merodean secundarios que hacen grande al film; Susan Sarandon, el gran Frank Langella, Josh Brolin, y hasta Eli Wallach; el reparto de Wall Street 2 es un verdadero aporte de estrellas que le ofrecen versatilidad a la pantalla. El título nos muestra a Jacob (el oto protagonista del film, Shia LaBeouf) un joven con un futuro prometedor en la bolsa y pareja de la hija de Gekko. Con la salida de prisión de éste, su intento por reinsertarse en el mercado y el difícil desafío de la crisis bursátil, cada uno intentará hacer su jugada para sobrevivir en el competitivo mundo de las finanzas. A pesar de un trabajo solvente, la aparición de LaBeouf no logra ocupar el espacio que Charlie Sheen dejó vacío luego de la primera parte. Si bien los personajes no tiene relación alguna, el papel de aprendiz dentro del mercado es de similar origen. Pero claro, en este momento, el protagonista de Transformers no podrá nunca con el carisma que el actor de Pelotón le imprimió a su Bud Fox. Con una estética muy cuidada, la resurrección de Gekko bien podría ser pensada como la caída y el regreso de un Estados Unidos golpeado por la recesión. Lo sabemos, el director de JFK es una de las caras más “de izquierda” que Hollywood permite mostrar, sin embargo no resulta casual que la visión mitad reaccionaria, mitad cómplice (la película contó con un presupuesto de 70 millones de dólares) llegue en pleno reacomodamiento económico en el país del Tío Sam. Si Michael Moore reflexiona sobre la situación financiera de EE.UU desde un lugar que no le permite exhibición en salas (su última película Capitalism: a love history se estrenó directamente en DVD en varios países incluyendo a la Argentina) Stone decide decorar su filosofía política con un gran elenco, un montaje vertiginoso y un guión sólido y entretenido; es decir, algunas piedras pesadas guardadas en un enorme y hermoso paquete con moño. Porque no deja de haber al menos un sesgo de hipocresía en un film que ha alcanzado status de culto (el cual comparto) en una segunda parte que resulta definitivamente menos reaccionaria y hasta más liviana que aquella primera que bien merece el lugar que ocupa. A pesar de ello, no pierde el atractivo para cualquier cinéfilo que haya disfrutado de la primera historia; tener la posibilidad de volver a ver a Gordon Gekko en pantalla grande y, deleitarse con un reivindicado Michael Douglas es todo un placer. Por supuesto, y como es costumbre en una industria que tiene como prioridad llevar la mayor cantidad de gente a las salas, no es necesario haber visto la cinta original. Wall Street: el dinero nunca duerme, puede disfrutarse tranquilamente desde cero. Ahora sí, para aquellos que así decidan hacerlo, sepan que tienen una cuenta pendiente. Porque el film de 1987 es casi una película imprescindible.
El increíble hombre menguante El cómo enfrentar el paso de los años ha sido generador de historias de todo tipo y para diversos soportes. Es que, de alguna manera, la principal lucha que encarna el hombre consigo mismo es contra el miedo a la muerte y al irremediable paso del tiempo. Y El hombre solitario resulta una eficiente metáfora de aquello a lo que el individuo posmoderno le teme: la vejez. Porque no es casual que el nuevo film codirigido por Brian Koppelman y David Levien sea una reivindicación de lo longevo, de lo socialmente desechable, de aquello que normalmente no forma parte de la prioridad… el hombre adulto. Ben es un sujeto divorciado que supo ser exitoso en la venta de autos. Ha formado pareja con la hija de un empresario importante del sector para poder revitalizar aquel éxito perdido; sin embargo no está dispuesto a dejar de lado su conducta seductora y su atracción por las chicas más jóvenes. La serie de problemas profesionales y personales pondrán al protagonista en la cornisa en la que deberá elegir qué es lo que quiere para su vida. Desde tiempos inmemoriales, Hollywood se ha encargado de hacer a un lado a aquello que, por viejo, ya no era “comercialmente” sustentable. Incluso logró dejar afuera de la industria a grandes talentos como Billy Wilder, Gene Kelly e incluso al propio Alfred Hitchcock, durante sus últimos años de vida. Y en ese sentido el film rescata la presencia de actores que supieron llenar la pantalla en décadas más felices cinéfilamente hablando. Así no sólo la presencia de un Michael Douglas que llena la sala como hace mucho tiempo no lo hacía; sino que la historia se va a desarrollar entre la relación que éste tenga con su ex esposa (Susan Sarandon) y un amigo al que no visita desde hace 30 años (Danny de Vitto). En medio de esa diáspora, el personaje de Douglas merodea entre una conflictiva relación con su hija (Jenna Fischer, o Pam en la versión americana de The Office), su salud y el interés sexual que despiertan en él generaciones menores. Porque al igual que el Randy Robison que encarnara Mickey Rourke en El luchador, el principal enemigo de Ben es él mismo. Algo se desestabilizó, algo lo puso en la cornisa y a cambio de no enfrentar el problema se alejará de todos lo que lo rodean. Por supuesto, de nada serviría un film de estas características si no se juntaran una serie de factores. El primero y principal es la increíble performance que lleva a cabo Douglas, no sólo cargándose la película en las espaldas, sino transformándose en ese Ben que cree tener un as bajo la manga cuando la situación lo amerita. La película se sostiene y se eleva por el alto nivel de un actor que, al igual que en cintas como Wall Street o Bajos instintos, demostró que es un verdadero talento delante de la cámara. Por otro lado está el guión, que teniendo la posibilidad de caer en la lección moralista y la sensiblería prefabricada, elige respetar y respetarse a sí mismo. Resulta difícil no implicarse con ese protagonista, tal como las chicas a las que seduce, a pesar de conocer sus peores características y sus defectos más evidentes. El hombre solitario resulta una alegoría muy precisa del desinterés que muestra la sociedad contra la adultez (todos los superiores del personajes serán más jóvenes que él), mientras reflexiona sobre la capacidad de equivocación del ser humano. Se trata de un film atrapante, de precisión milimétrica y de suscitado interés. Por supuesto, la posibilidad extra de ver a grandes actores en papeles a su medida la convierten en una opción para nada despreciable dentro de la oferta comercial de hoy en día.
El día de la bestia Una vez más, la propuesta de ubicar al espectador como testigo principal de hechos terroríficos llegan a la pantalla grande, esta vez de la mano de El último exorcismo. Y no es que la película en sí no tenga nada para ofrecer, pero luego de algunos buenos ejemplos del denominado género Mockumentary (ficciones realizadas en formato documental como si fueran reales), las sorpresas empiezan a caer en la bolsa de los reciclados. La cinta narra la historia del Reverendo Cotton Marcus, un ministro evangélico cuyo abuelo y padre fueron exorcistas. Debido a que Marcus no cree en demonios y fantasmas, ha creado un verdadero espectáculo que incluye efectos especiales para liderar su iglesia y darle a sus seguidores “lo que necesitan”. Decidido a mostrar la farsa detrás de su trabajo, escoge al azar un último caso que filmará al mejor estilo documental para TV, sin saber que esta vez, se enfrenta a algo más grande de lo que imagina. Así acompañado por una microfonista y un camarógrafo (cuyo registro se convertirá en lo que el público ve) se dirige a una granja familiar. Básicamente, la idea de la película es adentrarnos en el show business religioso que el pícaro, tramposo, estafador, pero carismático protagonista ofrece. Para ello, una muy cuidada introducción permite conocer las intenciones y los objetivos de los personajes. Pero lo cierto es que, en el momento en que la historia debe mostrar sus mayores virtudes… algo falla. Porque el film juega de manera muy inteligente con el fuera de campo e incluso utiliza recursos que por momentos pueden ser escalofriantes (la niña poseída con cámara en mano), pero durante la mayor parte del tiempo las intenciones del director alemán Daniel Stamm parecen quedar a medio camino. Porque si el título se emparenta de manera obvia con El Proyecto Blair Witch y El exorcista, no logra ni la sorpresa del primero, ni –por supuesto- el efecto del segundo. De todas maneras tampoco causa esa sensación de claustrofobia que hizo grande a la primera [Rec], ni le encuentra la vuelta narrativa que sí tuvo la decepcionante Actividad Paranormal. De todas maneras, y esto hay que reconocerlo, las interpretaciones de los personajes principales (Patrick Fabian y Ashley Bell como reverendo y poseída respectivamente) son puntos que hacen creíble un film que, de otra manera, hubiera caído en el estrepitoso ridículo. Producida por Eli Roth (director de la saga Hostel y amigo/aprendiz de Quentin Tarantino), El último exorcismo intenta merodear en un campo ya demasiado explotado. Atrapado entre El bebé de Rosemary, Holocausto Caníbal y El exorcismo de Emily Rose, invita a debatir con los polémicos temas que toca (violencia en la familia, armas en Estados Unidos y, por supuesto, la fe como un recurso económico) para generar diferencias respecto a un final que, por apresurado y poco eficaz, invita a varias lecturas. Por el resto, sólo una película que no logrará revitalizar el ya vapuleado género de terror en el cine norteamericano.
Sangre, sudor y balas Silvester Stallone es un nombre que genera tantos odios como amores. Pareciera que el hecho de encausar la mayoría de sus proyectos dentro de un género como la acción fuera algo para objetar en una carrera que sin dudas ha tenido altibajos, pero que supo dejarlo en lo más alto del mainstream norteamericano. Y en los últimos tiempos demostró porqué. Si Rambo IV era una carnicería de noventa minutos en donde Sly demostraba detrás de cámara cómo podía hacerse una película de acción entretenida, frenética y con ciertos rasgos de gore, pues en Los Indestructibles indica que sabe distinguir entre un proyecto y otro. Porque con su última película estrenada, Stallone le dice al espectador que hay una diferencia grande entre cada uno de los títulos que dirigió. Y ahí radica, quizás el mayor punto a favor del nuevo trabajo realizado por quien le pusiera cuerpo a Rocky Balboa. Desde un principio, Los indestructibles fue un film pensado como un estreno que homenajeara a todo ese cine de acción de los ‘80 que hoy se esconde en estanterías de VHS o en los clásicos reeditados de los videoclubes. Y por eso, en algún sentido, este film logra con creces su cometido. Nadie puede negar que los amantes del género no sean seducidos con la posibilidad de ver en una misma pantalla no sólo a Stallone, sino a Jason Sthatam, Jet Li, Dolph Lundgren (el mítico Iván Drago de Rocky IV), Mickey Rourke, Randy Couture, Steve Austin y hasta apariciones como las de Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger (sin dudas las grandes faltantes son Jean Claude Van Damme y Chuck Norris). Pero entre tanto nombre conocido ¿Qué ofrece Los indestructibles? Pues básicamente la historia de un grupo de para-policías que trabajan para el mejor postor y que deberán enfrentar al dictador de un pequeño país de América del Sur que domina el lugar en sociedad con un empresario norteamericano (el siempre eficaz Eric Roberts). En ese contexto, por supuesto, aparecerán todos los clichés habidos y por haber: antihéroes dispuestos a todo por una mujer, países de tercer mundo transformados en pequeñas aldeas, habitantes de un país que ni siquiera hablan bien su lengua natal y varios etc. Pero Stallone es bien consciente del tipo de film que quiere hacer. Y por eso se encarga de ofrecer grandes escenas de acción que evitan el abuso del CGI (bastante tosco por cierto) y que privilegia los músculos y la fuerza bruta de todo su elenco. Porque en el marco de un film que rememora y homenajea al cine de los ‘80, el disfrute de la violencia no pasa por el mayor desmembramiento de los cuerpos (como sí hizo en Rambo IV); sino por la destreza y la capacidad física de los “artistas” (muchos de ellos provenientes de la lucha libre) que vemos en pantalla. Entonces, si pensáramos en Los indestructibles como un film de músculos, motos, balas, mujeres y tatuajes, pues bien, seguramente el espectador saldrá satisfecho de la sala. Por otro lado, para quienes busquen una profundidad temática (ideologías colonialistas incluidas) ésta definitivamente no es una opción para tener en cuenta. La película entretiene dentro de un género que ha sido desprestigiado por cinéfilos y especialistas, tal vez hasta de manera injusta. En ese regodeo de la fuerza física, donde Stallone logró los puntos más altos de su carrera, el título en cuestión representa quizás el cierre de una etapa que no sólo incluye al grupo de hacedores, sino también a los que supieron seguir entusiasmados todas sus aventuras.
La profesional No hace mucho, se estrenó en el país la película “Un loco viaje al pasado” una cinta de mediano calibre que invitaba a los mayores de 30 a disfrutar-recordar-divertirse con la melancolía de un grupo de amigos que se trasladaba en el tiempo y volvía a la década del 80. En inminentes días, llegará a las pantallas locales Los indestructibles, el nuevo proyecto de Sylvester Stallone que reúne a los mayores héroes de acción que supieron llenar la pantalla de balas, sangre y cadáveres años atrás con un estilo muy particular (queda a gusto del lector la simpatía o no por el género). Pues bien, no sería equívoco pensar en Agente Salt como un título ubicado precisamente en medio de las dos películas mencionadas. Para entender el concepto. Angelina Jolie es una agente del FBI acusada de ser una espía rusa por un inmigrante que acaba de entregarse. Ahora, se verá obligada a descubrir/demostrar la verdad detrás de tal aseveración. Y es que en realidad, Agente Salt, es una excusa para volver a contemplar a Jolie en papeles más físicos (como sucedió con las dos Tomb Raider, Se Busca y Sr. y Sra. Smith) de los cuales se había alejado. Así, veremos a la actriz saltar, correr, disparar, cambiar de identidad y un largo etcétera que hará las delicias de los amantes de este tipo de propuestas. Pero también es una reivindicación al cine de acción de otros años; aquel que exponía constantemente a dobles de riesgo a cambio de una mayor verosimilitud hoy olvidada gracias a los trucos de cámara y al CGI (o efectos especiales). Para reforzar la idea, léase la manera en que el título de Philip Noyce (realizador de exponentes del género como Juegos de patriota y Peligro inminente; y quien ya trabajó con Jolie en El coleccionista de huesos) vuelve a poner a los rusos del lado oscuro del tablero. Con ello, también regresan los agentes infiltrados, el inglés trabado propio de inmigrantes europeos y otros recursos que terminan emparentando al film con cualquiera de la saga James Bond. Cabe mencionar que el proyecto modificó su rumbo de manera brusca por el sorpresivo cambio de protagonista. Originalmente, el guión había sido escrito para Tom Cruise, quien finalmente decidió dar un paso al costado para realizar la poco atractiva Encuentro Explosivo. En este sentido, la elección de Jolie no parece desacertada. Por el resto, Agente Salt no deja de ser un film exagerado, un tanto obvio y de rápida digestión. Pasan desapercibidos las increíbles -desde el peor sentido de la palabra- hazañas de la protagonista, a quien veremos matar a diestra y siniestra, escabullirse insólitamente e incluso fabricar armas con un matafuegos; y por supuesto la bajada de línea política, (el asesinato de Kennedy es atribuido a una organización rusa). El film busca entretener de la manera más efectiva, recurriendo a trucos, persecuciones y situaciones que habían sido relegados del último Hollywood. Esto no es necesariamente malo, pero entre tanta corrida y escape, la película cae en la monotonía de un trabajo frío, distante, incapaz de congeniar con el espectador. Seguramente, algunos disfrutarán la propuesta más que otros. Para este segundo grupo, el título en cuestión no será más que una exhibición demasiado calculada de un cine post Jason Bourne. Para los primeros, pues bien, que conviden los pochochos.
Heridas compartidas Luego de su traspié en Hollywood con la olvidable Apariciones (2007) el director de La caída (2004), Oliver Hirschbiegel vuelve a la trama política con un film de gran interés, estrenado aquí bajo el título Cinco minutos de gloria (equívoca decisión/traducción de Five minutes of heaven). La trama encuentra a Alistair Little (Liam Neeson) como un joven que en 1975 está por realizar su primer asesinato político para la IRA, en medio de la revuelta civil provocada en Irlanda del Norte. Pasados 25 años de aquel ataque, el criminal es invitado por una cadena de televisión para encontrarse cara a cara con el hermano de su víctima. El trasfondo de venganza que se avizoraba previo al film podía prever un destino moralista y vacuo en su cometido, pero lo cierto es que el director de El experimento (2001) logra una cinta completa, con grandes actuaciones y un excelente trabajo en el montaje. Cinco minutos de gloria tiene tres etapas bien definidas. La primera nos introduce en la historia que acontece durante los duros años del conflicto irlandés, donde más de 3.700 personas perdieron la vida, y que están representados de manera impactante a través de imágenes reales del enfrentamiento. La segunda es donde entran en acción el ya mencionado Neeson y un impecable James Nesbitt, como el hermano menor de la víctima, ahora devenido en adulto. A partir de la invitación de la productora televisiva (que se autorreferencia como una reconciliadora de las partes involucradas en el estallido social) el duelo entre los actores empezará a ganar espacio gracias al ajustado guión de Guy Hibbert. Si bien la película logra pasajes previos de buen calibre, es aquí donde Hirschbiegel muestra su costado más osado. Porque el título acierta en mostrar la peor cara del show business que representa la pantalla chica, en tiempos donde los reality show son la nueva cara de los contenidos mediáticos. Si el dúo protagonista toma la decisión más importante al acceder a un encuentro, la superficialidad improductiva del medio, que estará allí con la excusa de ser testigo directo del momento en cuestión, sólo servirá como un quiebre en la hasta aquí implícita relación. En este sentido, el film logra un eficaz resultado ideológico donde otros títulos con similar objetivo (como La muerte en vivo, con Eva Mendes) fallaron. La tercera parte pondrá importancia en esa falaz necesidad de los personajes (uno de perdonar, el otro de ser perdonado) que decidirá el destino de ese inevitable sentimiento que une a los protagonistas. Acostumbrados a recibir un tipo de cine que justifica la venganza por mano propia y la filosofía del ojo por ojo (sin entrar en ejemplos, gran cantidad de títulos consagrados así lo demuestran) la incorrección política del director alemán pasa por su manera de contar la historia. Una historia que por otro lado, bien puede ser pensada y adaptada a la falta de justicia, las cicatrices sociales y el pedido de respuestas de generaciones enteras que en toda Latinoamérica se promueve después de un largo período de impunidad. Porque, de alguna manera, Cinco minutos de gloria también nos toca, al menos, de costado. A pesar de las reflexiones que puedan aparecer, este film -que ganó el premio a mejor dirección en Sundance- es una opción más que recomendable dentro de una cartelera que por momentos parece predigerida. Entre tanto tanque innecesario, la película de Hirschbiegel logra con sus valores técnicos y apoyado en grandísimas actuaciones un thriller de fundamentado interés que bien podría resultar imperdible.