Detective Pikachu: ¿Quién engañó a los Pokémon? Finalmente llega a la pantalla grande la primera película Live Action de una de las franquicias más queridas en tierras niponas: Pokémon. ¿El resultado? Un mundo maravilloso pero alrededor de un guion plano y bastante básico. “Pokémon”, también conocido como “Pocket Monsters” en Japón, es una franquicia que inició su camino en el año 1996 comenzando como un videojuego RPG, pero gracias a la tremenda popularidad que alcanzó en su tierra de origen, logró expandirse a otros medios de entretenimiento como series de anime, manga, juegos de cartas, películas animadas, entre otras tantas cosas, alcanzando un reconocimiento a nivel mundial. Siendo un producto tan exitoso era esperable que se confirme una adaptación live action hollywoodense, y de hecho la idea ha estado rondando desde hace tiempo, pero siempre hubo un par de inconvenientes: En primer lugar, el complejo trabajo de animación que requería el proyecto, y por otro lado, los reiterados fracasos de los estudios norteamericanos por adaptar series japonesas y videojuegos. Cabe destacar que “Detective Pikachu” no solo es el primer intento de llevar estos personajes del anime al cine sino que también adapta un videojuego de Nintendo titulado de igual forma. En ese sentido el desafío era doble. Y ahora que la película desembarca en las salas de nuestro país podemos decir que pese a varias falencias, el resultado es mejor de lo esperado. El largometraje cuenta la historia de la desaparición de Harry Goodman, un detective privado. Tim (Justice Smith), su hijo de 21 años, debe averiguar qué le sucedió. En la investigación lo ayuda el antiguo compañero Pokémon de Harry, el Detective Pikachu (Ryan Reynolds), una criatura adorable y ocurrente que padece amnesia y no recuerda nada acerca de la desaparición de su compañero. Tim y Pikachu se dan cuenta que increíblemente pueden comunicarse, y unen fuerzas en una aventura para develar el misterio enmarañado. Mientras buscan pistas en las calles resplandecientes de Ryme City, una vasta metrópolis moderna donde los humanos y los Pokémon habitan tranquilamente de forma armoniosa y sin la locura de las batallas Pokémon (están prohibidas), encuentran distintos personajes Pokémon y descubren un complot impactante que podría destruir la convivencia pacífica y amenazar a todo el universo Pokémon. Este dúo improbable contará con la ayuda de la periodista Lucy Stevens (Kathryn Newton), quien tiene algunas sospechas acerca de la desaparición del detective, y su fiel compañero Psyduck. La película busca mezclar el cine de animación con ciertos momentos de comicidad y con el policial negro. Por otro lado, la dinámica que tienen Pikachu y Tim también nos recuerda a las buddy movies de los ’80. El problema es que la mezcla de comedia y policial está tocada de una forma bastante superficial y no tan atractiva o funcional como sí pasaba en un film como “¿Who Framed Roger Rabbit?” (1988), obra a la que esta película aspira e intenta emular. A su vez, si bien el diseño de los personajes, el CGI y todos los efectos visuales de la cinta son verdaderamente sorprendentes, algo que no es poco teniendo en cuenta que era el verdadero desafío de esta obra, el guion es bastante básico y plano, plagado de gags simplones, lugares comunes y giros predecibles. Queda claro que el público al que apunta esta propuesta es al más infantil (lo cual no está mal), estando reflejado en la inmensa cantidad de diálogos explicativos de la trama que tienen los personajes y sus interlocutores. Ahora bien, aquí hay una especie de ironía, ya que es probable que si el espectador no es fan de la franquicia, le cueste comprender ciertos pasajes donde la narrativa se torna algo caótica. Por el lado interpretativo, Justice Smith parece algo perdido al igual que su personaje mientras que el que se roba la película es Ryan Reynolds como Pikachu, igualmente su interpretación sigue en consonancia con lo visto en Deadpool y puede resultar algo agobiante y agotador el parecido de aquel personaje con el que aquí nos convoca. Por otro lado, Kathryn Newton (“Ben is Back”, “Big Little Lies”) sí se ve más cómoda que su partenaire y sigue mostrando grandes cualidades como joven actriz. Los personajes secundarios de Ken Watanabe y Bill Nighy están bastante desaprovechados teniendo en cuenta que ambos son tremendos actores y pudieron haber enriquecido la narración de haber tenido papeles con mayor dimensión. Pokémon – Detective Pikachu es un relato con varias lagunas narrativas y falencias que igualmente divertirá y asombrará a los más chicos por el increíble mundo que nos presenta el director Rob Letterman (“Monsters Vs Aliens”). Teniendo en cuenta que no se usaron los personajes principales y los elementos más característicos de la franquicia, podemos decir que el resultado es mejor del pensado y que incluso nos motiva a seguir explorando el mágico mundo de los Pokémon en entregas venideras. Un film que podríamos comparar con «Space Jam» (1996), en el sentido de que si lo vemos con ojos de niños nos parecerá maravilloso pero que si inspeccionamos con una mirada más adulta nos parecerá convencional y caótico.
La industria de animación japonesa suele brindarnos pequeñas joyas como el film más reciente de Mamoru Hosoda (“El Niño y la Bestia”, “Los Niños Lobo”). Una obra sumamente bella tanto por su impresionante y sofisticada animación como por su extrema sensibilidad para narrar la niñez y sus distintas miradas sobre la familia, el crecimiento y sobre nuestros padres. El largometraje nos sumerge en el punto de vista de Kun, un niño mimado y consentido de cuatro años al que sus padres dejan de prestar atención cuando nace su hermana Mirai. No es que lo marginan pero lógicamente un bebé demanda más tiempo, por lo que Kun ya no representa el 100% del enfoque de sus padres. Ahí es cuando los celos del infante salen a la luz y comienza a concebir cierto rechazo por su recién nacida hermana. Pero entonces, la versión adolescente de Mirai viaja en el tiempo desde el futuro para vivir junto a Kun una aventura extraordinaria más allá de lo imaginable. La película constituye un trabajo maravilloso de guion al demostrar situaciones de la vida cotidiana relativas a la vida familiar pero más que nada en la percepción de los niños sobre ciertas cuestiones que muchas veces escapan a su completo entendimiento. Hosoda hace un impecable trabajo como director en lo que quizás sea su trabajo más maduro hasta la fecha, por eso no es de extrañar que la película haya recibido nominaciones a Mejor Largometraje Animado en los Annecy, los Golden Globe y los Oscars. Una propuesta para grandes y chicos que podrá ser disfrutada en distintos niveles interpretativos. Esto es quizás uno de los aspectos más ricos e interesantes de la película, porque estamos ante un drama de tintes fantásticos que podrá encandilar a los niños pequeños desde lo visual e imaginativo pero también busca fundar un relato humano sobre la familia, los métodos de crianza y el círculo/ciclo de la vida donde ciertos patrones se van repitiendo a lo largo del tiempo. Otro de los aspectos destacados del film radica en su realismo para retratar la paternidad/maternidad y sus conflictos diarios, mezclados con esos momentos de fantasía donde se unen el pasado, presente y futuro de la familia protagónica para señalar ciertos patrones de educación y conducta fundados en cuestiones que les pasaron a los padres como hijos cuando eran pequeños. El destino y las casualidades también son de los tópicos que plantea la pieza audiovisual haciendo que todavía el encanto y el impacto de la narración sean aún mayores. Visualmente impactante y narrativamente relevante, “Mirai” representa uno de los relatos más tiernos y geniales que ha producido Japón en los últimos años.
Peter Hedges (“Dan in Real Life”) escribe y dirige este duro drama familiar en el que una madre hará todo lo posible para rescatar a su hijo de las drogas. “Ben Is Back” (título original de la obra) narra la historia de Ben Burns (Lucas Hedges), quien regresa a casa en la víspera de Navidad. Su madre, Holly (Julia Roberts), le da la bienvenida contenta, pero rápidamente se da cuenta de que está sufriendo. Durante las siguientes 24 horas, Holly hará todo lo posible para evitar que su familia se derrumbe. Neal (Courtney B. Vance), padrastro de Ben, y Ivy, su hermana (Kathryn Newton), desconfían de la vuelta del joven desde el primer momento pero su madre mantiene la esperanza de que esta Navidad sea diferente a las dos anteriores. Si bien el largometraje toca un tema un tanto trillado últimamente, sigue la línea de films como “Beautiful Boy” (2018), que buscan darle un lado más realista al enfrentamiento que tienen los adictos con las drogas y cómo sus familias lidian con ello. Esto hace que la historia se presente de una forma atrapante e inquietante, donde, aunque sabemos que probablemente el joven tenga algún que otro traspié en el camino, no sepamos hasta el final qué pasará con los personajes. El guion trabaja muy bien el manejo del suspense y la revelación gradual de la información al espectador, ya que sabemos que Ben ha decepcionado a su familia en el pasado pero no sabemos por qué tiene varios enemigos, por qué algunas personas lo quieren golpear, quién lo secuestró y revolvió toda la casa a la familia mientras estaban en la Iglesia, entre varias otras cuestiones. El trabajo de escritura de Hedges demuestra su pericia como guionista (de hecho comenzó en esa área con películas como “About a Boy” y “What’s Eating Gilbert Grape” y luego pasó a la dirección) al dedicarle más cuidado a sus personajes que a la historia que está contando en sí. Tanto Ben como Holly son individuos con psicologías bien definidas que se mantienen por sí solos y que son los responsables de que la trama vaya tejiéndose alrededor de ellos más que nada. Es por ello que la cinta necesita de dos interpretaciones tan maravillosas como acertadas como las que nos brindan Lucas Hedges y Julia Roberts. Ambos actores mantienen momentos sumamente emotivos entregando absolutamente todo en sus composiciones de madre e hijo. Especial mención para Roberts que otorga una matizada actuación de esa mujer que pasa por diversos sentimientos como la lucha, la frustración, la tristeza, el enojo y la ternura en cada pequeño momento que se va gestando desde el instante en que el personaje de su hijo aparece en escena después de un largo período de rehabilitación. “Regresa a mí” es un film potente, con unas interpretaciones excepcionales y con un sólido trabajo de escritura y dirección por parte de Hedges. Quizás, la familiaridad de la trama le juegue un poco en contra ante tantos puntos altos pero lo cierto es que el largometraje termina siendo una experiencia satisfactoria gracias al buen manejo del suspense, ante la sutilidad y la falta de exageración con ciertos elementos típicos de este tipo de relatos y a la atmósfera sombría que rodea al dúo protagónico que parece meterse cada vez más en el turbio submundo de las adicciones y la venta de drogas.
Resulta difícil hablar de este film como película en solitario, ya que corresponde a la conclusión de 11 años de trabajo de parte de Marvel Studios. Es por ello que el relato trasciende más allá de sus 3 horas de duración, porque fue algo que Kevin Feige y compañía fueron planeando a lo largo de esta década. Es verdad de que las películas de superhéroes fueron creciendo y haciéndose más frecuentes a partir de este universo cinematográfico que fue creando la Casa de las Ideas, y podríamos también hacerlos responsables del agotamiento que parece estar generando la gran cantidad de propuestas de esta índole, no obstante, algo que Marvel tiene bien en claro, a diferencia de su competencia, es que se reinventa entrega a entrega y va escalando en espectacularidad, producción y entretenimiento. Esto hace que la película deje de ser una simple experiencia audiovisual y que se convierta más en un evento/acontecimiento a nivel social (algo que probablemente comenzó “Star Wars”, cinematográficamente hablando). Cierta gente verá esto como un aspecto negativo y muchos otros como algo positivo, pero la realidad es que todo esto se convierte en un fenómeno que puede llegar a transformar al cine a corto o mediano plazo. Mucha gente teme por el futuro del cine, en términos de ir a un lugar físico a visionar una obra audiovisual, por el avance del video On Demand y el contenido vía streaming, pero productos como el que hoy nos convoca hacen que se mantenga la propuesta de continuar yendo a las salas de proyección. Más allá de eso y de las políticas que deberían adoptar las salas de exhibición para que no haya un monopolio en cuanto a acaparamiento por parte de las superproducciones (lo cual es algo que no analizaremos aquí), sí es cierto que parte de la crítica generalizada examina estos relatos desde el fandom, perdiendo cierta objetividad a la hora de analizar la cinta. A continuación, intentaremos investigar este fenómeno sin incurrir en ese terreno pantanoso. “Avengers: Endgame” es la continuación directa de “Infinity War” (2018), la cual también fue dirigida por Anthony y Joe Russo, quienes antes de incursionar en los films de La Casa de las Ideas habían dirigido “You, Me And Dupree” (2006) para cine y más que nada habían trabajado en varios productos exitosos de la TV como por ejemplo: “Arrested Development” y “Community”. Esta pareja directora le otorgó cierta impronta cada vez que le tocó dirigir un capítulo en las diversas Fases de Marvel, siendo el más notorio el de “Captain America: The Winter Soldier” (2014), que además de ser una obra sumamente entretenida se encargó de establecer un comentario político más que interesante sobre el gobierno de los EEUU y sus manejos. En esta oportunidad, el largometraje retoma luego de los eventos devastadores que tuvieron lugar entre el enfrentamiento de los Vengadores y Thanos (Josh Brolin). El mundo está en ruinas mientras que el Titán Loco descansa luego de haber alcanzado el objetivo. Pero los héroes no se quedarán con los brazos cruzados, y se reunirán una vez más para intentar deshacer las acciones de su temible oponente y restaurar el orden en el universo sin importar cuál sea el resultado final. Claramente no se puede decir mucho más de la trama sin entrar en terreno de spoilers, algo bastante evitado por los fans más acérrimos así que dejaremos ahí cualquier cosa que pueda ser considerada como tal. En primer lugar, podemos decir que más allá de ciertas cuestiones clásicas que se le pueden criticar a este tipo de películas como por ejemplo: la sobre exposición de información, ciertas incoherencias relacionadas con la línea de tiempo de este escenario compuesto por 22 películas, ciertas vueltas forzadas y demás, el film se presenta como una épica conclusión de un trabajo gigante que fue desarrollado en más de 10 años. Un cierre más que digno para una etapa que va a estar repleto de emoción, nostalgia, drama, acción, humor y hasta algunas lágrimas derramadas para aquellos que hayan sido parte del viaje desde la primera hora. La trama es sencilla, sin demasiadas vueltas y con ciertos momentos esperables pero otros tantos sorprendentes para constituir una gran despedida y cambio de página para este grupo de héroes que seguramente irá mutando (no tanto por cuestiones narrativas de quién queda vivo y quién no, sino más que nada por las confirmaciones de varios actores de dar un paso al costado para continuar su carrera más allá de Marvel). Los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely fueron los encargados de pergeñar la ciclópea tarea de darle un final digno a esta fase, y el gran acierto de ellos (y de todo el equipo creativo detrás del MCU) fue el de haber priorizado el protagonismo de los héroes principales/originales de la primera película, los miembros fundadores de los Avengers. Ellos son Iron Man (Robert Downey Jr.), Capitán America (Chris Evans), Thor (Chris Hemsworth), Hulk (Mark Ruffalo), Black Widow (Scarlett Johanson) y Hawkeye (Jeremy Renner). El relato se enfoca en ellos y en sus relaciones interpersonales, dando lugar a ciertos momentos dramáticos bastante llamativos relacionados con la pérdida de sus afectos y con el hecho de convivir con el fracaso y la derrota. En sus 3 horas de duración la historia le dará mayor importancia a estas cosas más que a la acción desenfrenada de otras películas. Eso juega como un punto a favor más allá de que por instantes, y debido a todos los personajes que tiene que abarcar y todos los aspectos que intenta cerrar, la película pueda tambalear ante la mirada más inquisidora y minuciosa en términos de narrativa cinematográfica, pero lo cierto es que, dejándose llevar, la cinta se convierte en un espectáculo puro a una escala demencial donde reinará el humor, la acción, la emoción, escenas conmovedoras y varios momentos intensos. Además, la pieza audiovisual cuenta con un elenco estelar más que afianzado con una química innegable, donde se destacan principalmente Chris Evans y Robert Downey Jr como los dos líderes con miradas opuestas que tendrán que dejar sus diferencias de lado si quieren salir victoriosos y derrotar a Thanos de una vez por todas. Ambos serán los encargados de llevar adelante la trama y terminan redondeando grandes interpretaciones de sus queridos personajes en esta especie de epístola de despedida marveliana. Es cierto que muchos otros héroes no presentarán el tiempo de pantalla que muchos demandarán y algunos estarán brevemente en pantalla, pero la realidad es que sería prácticamente imposible desarrollar o exhibirlos a todos por igual, ya que son más de 45. Por otro lado, y si bien el humor de Marvel a ciertos espectadores les puede resultar excesivo, en esta oportunidad funciona para distender y para servir de contrapunto ante tanto drama junto. Incluso a veces cumple como fan service y para hacer guiños hacia la cultura pop y otros films como por ejemplo “Back To The Future”, “Bill & Ted”, “Terminator”, entre otros, por motivos obvios sugeridos por el trailer y por ciertos elementos vistos en “Infinity War”. En síntesis, “Avengers: Engame” es un film que por momentos sufre su gigantesca envergadura pero que se favorece de la espectacularidad ofrecida. Una película tremenda y gigante en todo sentido, un entretenimiento asegurado con varios momentos de ingenio, de comicidad y de emotividad. Un gran cierre para esta primera década de películas superheroicas que culmina de la mejor manera posible, a pesar de que en el trayecto (en todo el MCU no solo en esta película) muchas veces incurrieron algunas cuestiones argumentales que no terminan de cerrar, flashbacks forzados, etc. Un cóctel repleto de acción, efectos especiales impresionantes, momentos inesperados y unos instantes que llenarán los ojos de lágrimas a todos aquellos que vengan siguiendo la franquicia comiquera. Un final satisfactorio que nos deja expectantes sobre lo que ocurrirá a futuro, ya que Marvel dejó la vara bien alta, no solo para la competencia sino también para sí mismo.
“El Conjuro” o “The Conjuring” (2013) fue un exitoso film de James Wan (“Saw”, “Aquaman”), que sin quererlo fue la primera parte de un Universo Cinematográfico que comenzaría a expandirse exponencialmente. El problema es que de todos los films que fueron estrenándose como spin off o secuela de aquella película, solo podemos destacar a la entrega original y a su continuación directa dirigida también por el mismo Wan. Si bien la idea de armar un mundo audiovisual compartido por varios personajes del ámbito del terror parece una buena idea, todos los relatos que fueron derivándose de aquella novedosa propuesta cayeron en los vicios y los clichés del género, cosa que los relatos del director de origen malayo evitaban enérgicamente. “The Curse of La Llorona” no es la excepción lamentablemente, aunque se encuentra un escalón por encima de las películas de “Anabelle” (2014) y la de “The Nun” (2018). A diferencia de aquellas, esta tiene a una actriz interesante como lo es Linda Cardinelli (“Bloodline”, “Green Book”, “Scooby Doo”), la cual ha sido ignorada muchas veces por la industria sin tener el lugar que merece, y también por la dirección de Michael Chaves, que si bien es su ópera prima. demuestra ser un digno sucesor de Wan al incorporar varios de los elementos/recursos característicos de su estilo (pero con voz propia), generando momentos y atmósferas verdaderamente terroríficas. El problema principal es la falta de originalidad de la historia y el desarrollo de la misma en el guion (al igual que un abuso de los jumpscares). El largometraje se centra en la historia de un espectro de origen mexicano conocido como “La Llorona”. Cuenta la leyenda, que el fantasma corresponde al alma de una mujer atrapada entre el Cielo y el Infierno, con un destino terrible sellado por su propia mano al descubrir que su marido le era infiel y matando a los dos hijos suyos en modo de venganza. Al darse cuenta de lo terrible de sus actos, la mujer comenzó a lamentarse profundamente y luego se suicidó. Ahora aquellos que escuchan su llamada de muerte en la noche están condenados. Se arrastra en las sombras y ataca a los niños, desesperada por reemplazar a los suyos. A medida que los siglos han pasado, su deseo se ha vuelto más voraz y sus métodos más terroríficos. Esto nos lleva a los años ’70, donde Anna Tate-Garcia (Cardinelli) es una asistente social y reciente viuda que investiga casos de abuso doméstico. En el medio de lo que parecería ser un caso normal, termina liberando al espíritu de la Llorona, haciendo que comience a perseguir a sus propios hijos. Ante este panorama adverso buscará la ayuda de Rafael (Raymond Cruz, Tuco de “Breaking Bad”), un ex cura devenido en chamán que intentará alejar al temible fantasma. Si bien la dirección es interesante, la puesta en escena y la recreación de los ’70 es impecable, las actuaciones son correctas y el manejo de la cámara junto con la fotografía de Michael Burgess termina de generar una atmósfera asfixiante, la falta de originalidad de la historia y su convencionalismo hacen que el relato se vuelva repetitivo y de fórmula. Aunque tenemos ciertos momentos bastante terroríficos, el resultado final se ve pobre en comparación con “El Conjuro”. También, se nota un poco forzada la unión con el universo, ya que lo único que tienen en común los films es al personaje del Padre Pérez (Tony Amendola), a quien pudimos ver en “Anabelle”, pero aquí tiene una participación bastante menor. A su vez, el relato desaprovecha algunos elementos atractivos como por ejemplo el hecho de que los compañeros de trabajo de Anna comienzan a dudar de ella por los golpes y marcas que comienzan a exhibir sus hijos luego de sus encuentros con La Llorona, cosa que no hacía más que enriquecer la trama con esa ironía de que la protagonista se vea en el rol de los padres que ella tiene que supervisar cotidianamente en su ámbito laboral. Este aspecto nunca termina de ser desarrollado al igual que el personaje del Detective Cooper compañero de trabajo de su difunto esposo que en un principio parece tener relevancia pero que luego desaparece prácticamente por completo en el tercer acto del film. “La Maldición de la Llorona” es un film fallido en varios aspectos pero bastante entretenido para aquellos que disfruten del cine de terror. Dentro del universo de “El Conjuro” es el spin off mejor hecho aunque tampoco es mucho decir. Con semejante leyenda detrás uno podría haber esperado algo más que unos cuantos jumpscares y Linda Cardinelli luciéndose en medio de un guion convencional.
El actor devenido en director, Brady Corbet (“The Childhood of a Leader”), nos trae esta atípica e interesante propuesta que busca inmiscuirse tras bambalinas para mostrar los pormenores del mundo del pop. Esta película retrata de manera episódica cómo una niña atravesada por una tragedia escolar del tipo Columbine encuentra en la música su refugio. El tema es que un productor musical (Jude Law) decide aprovechar el revuelo mediático para convertirla en artista. El problema es que como toda artista precoz se ve obligada a crecer de golpe haciendo que todo esto tenga grandes repercusiones en su futuro. El guion escrito por el mismo Corbet erige el ascenso y caída de una personalidad pública evitando todo tipo de lugares comunes y metiéndose de lleno en la psiquis de la protagonista. Un personaje audaz y psicológicamente bien definido que le da dimensión al film por medio de sus decisiones y sus actitudes. Para ello fue necesario contar con dos intérpretes maravillosas que supieron dotar al personaje de un carácter fuerte y determinado, Raffey Cassidy componiendo a la Celeste de adolescente, y Natalie Portman como su versión adulta. Así vemos cómo la dulce niña que sobrevive a una matanza y es descubierta por una empresa discográfica que la termina convirtiendo en una cantante drogadicta, narcisista y soberbia que ningunea a su hermana la cual ayudó a atravesar por ese período fatídico, a componer las canciones que la hicieron famosa y a cuidar a su hija (Raffey Cassidy nuevamente) la cual tuvo de joven y con la que mantiene una relación complicada y casi de ausencia maternal. La atmósfera opresiva que construye el director junto con la composición de Portman nos recuerda un poco a “Black Swan” (2010) de Aronofsky aunque aquí la cuestión transita por un costado más al estilo crónica realista sobre la escena musical y menos por el lado del thriller psicológico. Asimismo, la fotografía de Lol Crawley ayuda a crear también ese contexto asfixiante y angustioso que aporta ciertos recursos narrativos bastante atractivos como por ejemplo cámara rápida, planos secuencia y largos travellings de acompañamiento donde nos quieren mostrar la intimidad y el frenesí que rodea a estas personas obligadas por contrato a cumplir con ciertos eventos. Por otro lado, en lo relativo a lo musical tenemos a Sia encargándose de las canciones originales del film, siendo un poco irónico el hecho de que se denuncie las exigencias y las miserias del mundo del pop y se llame a una de los exponentes actuales más grandes del momento para componer la banda sonora. “Vox Lux” es un relato presentado a modo de cuento (y narrado por la extraordinaria y funcional voz de Willem Dafoe) sobre el precio de la fama a una edad temprana y las exigencias que presenta la industria del entretenimiento. Un film interesante que evita las convenciones de este tipo de historias y que nos mantiene en vilo hasta su conclusión anti climática y necesaria.
Viviendo con el Enemigo: Secuelas de posguerra. Una pareja británica se muda a la helada Hamburgo con el objetivo de reconstruir la ciudad luego de la Segunda Guerra Mundial. El problema es que ambos habitarán en una mansión de un ciudadano alemán que vive con su hija luego de que una explosión le haya quitado a su esposa. Los cuatro deberán convivir con todos los sentimientos de la reciente guerra a flor de piel. Uno diría que con una premisa tan atractiva como intrigante y con un elenco estelar compuesto por Keira Knightley, Jason Clarke y Alexander Skarsgård, “Viviendo con el Enemigo” (o “The Aftermath” en su título original) sería un éxito asegurado. No obstante, James Kent (Testament of Youth – 2014) nos otorga un melodrama bastante clásico, predecible y plagado de lugares comunes. El largometraje, como bien mencionábamos anteriormente, tiene lugar en 1946 en la Alemania de Posguerra, y tiene como foco principal de atención a Rachael Morgan (Knightley), una ciudadana inglesa que aterriza en las ruinas de Hamburgo en pleno invierno para reunirse con su marido, Lewis (Clarke), un coronel británico que ha recibido la misión de reconstruir la ciudad destruida. Pero cuando van a mudarse a su nueva casa, Rachael descubre con asombro que Lewis ha tomado una decisión inesperada: compartirán la enorme casa con sus antiguos propietarios, un viudo alemán (Skarsgård) y su atormentada hija. En esta atmósfera cargada de hostilidad, desconfianza y el dolor se darán una serie de acontecimientos relacionados con la pasión y la traición. Como verán, el panorama es bastante simple y previsible, ya que la desconfiada Rachael irá acercándose poco a poco a Lubert cuando se dé cuenta de que su matrimonio cayó en un pozo debido a ciertos hechos pasados bastante fatídicos. El joven personaje de Skarsgård representará un nuevo horizonte esperanzador y un alejamiento de aquel matrimonio estancado. El problema radica principalmente en que el comienzo del affaire es presentado de un momento para el otro y no resulta muy verosímil el vínculo afectivo desarrollado. A su vez, las subtramas que involucran a la hija del residente alemán y la de Lewis en su trabajo como coronel tampoco llegan a tener el peso necesario para ser intrigantes o atractivas más allá de la convergencia de ambas sobre el final de la película. En términos narrativos hay bastantes incoherencias y momentos que no terminan de encajar en la estructura general de la obra. La película termina siendo un conjunto de acontecimientos forzados y puestos en contraste con el solo objetivo de acrecentar el efecto melodramático que busca alcanzar. Por otro lado, podemos decir que el elenco sí logra destacarse más allá de las falencias enumeradas, componiendo un trío protagónico ejemplar. El trabajo de Clark es impecable al igual que el de Knightley (algo a lo que ya nos tiene acostumbrados hace tiempo), mientras que Skarsgård compone a un personaje estoico, enigmático y golpeado por la guerra que busca sacar a su familia adelante. En cuanto a los aspectos técnicos, no hay mucho que objetarle a la cinta ya que logra una reproducción de época maravillosa, una puesta en escena inspirada, un diseño de producción y vestuario excelso y una fotografía gélida y sombría que termina de redondear una atmósfera opresiva donde se sitúa el relato. Resulta bastante decepcionante que “Viviendo con el Enemigo” desaproveche todo su potencial interpretativo y técnico con un guion poco original, trillado y bastante fallido en bastantes aspectos. Un drama poco convincente y edulcorado que no le hace justicia al atractivo escenario histórico planteado. Solo para los espectadores que no tengan demasiadas exigencias.
El director David F. Sandberg, que dio sus primeros pasos en el cine de terror con “Lights Out” (2016) y “Anabelle: Creation” (2017), ahora hace un salto enorme en términos de producción para dirigir la primera aventura en solitario de uno de los héroes más poderosos de DC Comics, pero también uno de los más desconocidos por el público general que es ajeno al mundo de las historietas. Resulta peculiar la elección de Sandberg porque no se perfilaba como un cineasta dispuesto a hacer un cambio de género y de producción tan grande. No obstante, los resultados fueron más que positivos y este primer capítulo cinematográfico sobre “Shazam!” termina siendo interesante y entretenido. Ya quedó atrás el Universo DC concebido por Zack Snyder que buscaba una aproximación más oscura para competir con el humor y la solemnidad de las películas de Marvel Studios. Como contraposición, las nuevas producciones de Warner/DC exploran un camino intermedio entre la vieja y fallida concepción de la compañía y la propuesta de la competencia con películas que van marcando un nuevo rumbo e identidad. Como es de esperar, el resultado tiene sus fallas y cosas para corregir pero en líneas generales funciona esta nueva búsqueda. Para arrancar cabe mencionar que “Shazam!” es antes que nada una comedia, no busca replicar el humor de Marvel sino que plantea desde un principio moverse en este género. Ahora bien, todo esto está justificado por las características del personaje, ya que Shazam es un niño que termina convirtiéndose en adulto/superhéroe gracias a los poderes que le otorga un mago. Algo así como una especie de “Big” (1988) (O “Quisiera Ser Grande” como se la conocía en Latinoamérica), aquella película de fantasía protagonizada por Tom Hanks donde un niño se convertía en adulto tras pedir un deseo. En esta ocasión, se da un escenario similar e incluso se llega a parodiar y citar en ciertos pasajes aquel film. Billy Batson (Asher Angel), un niño de 14 años que ha crecido en las calles luego de que su madre lo abandonara en una feria, va pasando de familia adoptiva en familia adoptiva. Su vida parece no tener sentido ni rumbo hasta que se muda a un hogar con dos adultos que acogen a varios niños en su misma situación. Allí, conocerá a Freddy Freeman (Jack Dylan Grazer), un chico fanático de los superhéroes con el que fraternizará y comenzará a salir de aquella triste situación de soledad. Lo que no sabe es que este compañero se convertirá en una especie de entrenador/manager luego de que un antiguo mago (Djimon Hounsou) le otorgue superpoderes. Cada vez que grite la palabra ‘SHAZAM!’, se transformará en el superhéroe adulto homónimo (Zachary Levi). Dentro de un cuerpo musculoso y divino, Shazam esconde la ingenuidad y el corazón de un niño. Pero lo mejor es que en esta versión de adulto consigue realizar todo lo que le gustaría hacer a cualquier adolescente con superpoderes: ¡Divertirse con ellos! ¿Volar? ¿Tener visión de rayos X? ¿Disparar un rayo con las manos? ¿Faltar a la escuela? Shazam va a poner a prueba los límites de sus habilidades con la inconsciencia propia de un niño. Pero necesitará dominar rápidamente esos poderes para luchar contra el temible Dr. Thaddeus Sivana (Mark Strong), un hombre frustrado a quien el mago le negó los poderes cuando era chico y dedicó su vida a encontrarlo para reclamar lo que él cree que le pertenece y así demostrarle a su familia que no es la persona patética y débil que ellos creen. Hay varios aspectos interesantes, divertidos y diferentes en esta propuesta de DC. En primer lugar, la película no tiene ningún tipo de pretensiones. En muchos de sus pasajes busca explotar un humor simple apoyado en la premisa de que es un niño atrapado en el cuerpo de un adulto con las habilidades suficientes para salvar al mundo pero también para hacer todo tipo de travesuras. Por otro lado, su comicidad es el faro que marca el camino de este largometraje por encima de la acción. Algo así, como una especie de “Deadpool” pero menos irreverente y más ATP. Asimismo, si bien la película peca en algunos pasajes de ser un relato bastante convencional en términos de estructura de este tipo de films, logra brindar un villano correcto que incluso es establecido, formado y presentado antes que el mismo héroe, logrando que sus motivaciones sean suficientes (aunque no del todo innovadoras) como para presentar una fuerza antagónica decente. Respecto a la narrativa, resulta funcional a lo que se nos quiere transmitir aunque por momentos haya ciertas inconsistencias e incluso una sobreexposición de información que ensombrecen en cierta forma todo lo que se había logrado. Aun así, estos pasajes no terminan de empañar el trabajo final. Respecto al elenco, cabe destacar la química establecida entre Angel y Grazer, que es de lo mejor de la película, al igual que las interacciones de Grazer con Levi. Este trío lleva adelante la cinta con momentos realmente hilarantes. El casting es de lo más acertado de la obra, el personaje parece calzarle justo a Zachary Levi que con su timing para la comedia hace un trabajo destacado. Lo mismo cabe decir de Grazer que ya había demostrado su talento con su composición de Eddie en “It” (2018). “Shazam!” es una película que encantará a los fans de los comics ya que está bastante bien llevada del papel a la pantalla grande (se tomó como referencia el reboot del personaje de 2011 de Geoff Johns y hay momentos calcados de esa exitosa re-imaginación del héroe), pero que también gustará a los que desconozcan la historia del mítico personaje de DC. Una experiencia divertida, algo liviana e inocente y bien en sintonía con la vieja escuela superheroica. Un personaje con mucho potencial para seguir explotando en futuras entregas.
Van Gogh en la puerta de la eternidad: Expiación, reconocimiento y maestría. Un verdadero tour de force para Willem Dafoe (el cual le significó una nominación al Oscar como Mejor Actor), que hace un trabajo excelso al componer al pintor holandés y sus tribulaciones. El alma torturada del artífice, la catarsis a través del hecho artístico y la búsqueda de identidad en todo proceso creativo. Todos elementos comunes a la vida y obra de los diferentes autores y creadores, en especial aquellos consternados y atormentados espíritus que vagaron a lo largo de la historia de la humanidad en la búsqueda de reconocimiento. El pintor holandés post-impresionista, Vincent Van Gogh (Willem Dafoe), se mudó en 1886 a Francia, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia pictórica, incluyendo a Paul Gauguin (Oscar Isaac). Una época en la que pintó las espectaculares obras maestras que son reconocibles en todo el mundo hoy en día; y lo que se propone Julian Schnabel (La Escafandra y la Mariposa -2007) es contar ese periodo en el cual Van Gogh tuvo que luchar contra la pobreza, el anonimato y su desequilibrado estado mental. Como era de esperar, el director nos ofrece un relato sentido y emocionante sobre uno de los artistas más importantes de la historia, lo cual no hubiese sido posible si no hubiera contado con un protagonista tan destacado y talentoso como Willem Dafoe (The Florida Project -2017). Una interpretación exquisita, medida e inescrutable. Igualmente, cabe destacar el trabajo a nivel guion que hizo el director junto con Jean-Claude Carrière y Louise Kugelberg, en el cual narra los acontecimientos desde el punto de vista de Vincent y con las lagunas mentales o la subjetividad de su propia persona. Eso enriquece la narración al hacer uso de ese narrador poco confiable que tiene una aparente bipolaridad o limitación psíquica. Por otro lado, ese estupendo trabajo de fotografía de Benoît Delhomme (The Theory of Everything – 2014) reproduce esa paleta de colores cálida característica del pintor expresionista, y embellecida por las subjetivas, la cámara en mano y esa visión distorsionada por medio del gran angular que nos mete de lleno en la percepción y la cabeza del pintor holandés. Un acertado trabajo visual que eleva todo el relato aún más. Puede que la segunda mitad se sienta algo más pesada y que se pierda un poco el rumbo en el final, cuando no se le dedique demasiado tiempo de pantalla al desarrollo de su muerte y los acontecimientos que la rodearon. No obstante, esto es funcional a la reproducción de esa desorientación que presenta el personaje principal en su vida personal y juega a reproducir ese sentimiento en el espectador. Como biopic resulta bastante refrescante e innovadora en lo que respecta a la narración, y también resulta ser conmovedora y emotiva a nivel humano. Algo similar a lo que ocurrió con Loving Vicent (2017), que además de ser estéticamente impresionante representaba un film más que correcto en términos narrativos y dramáticos. Así es como At Eternity’s Gate (titulo original de la cinta) representa un atractivo e interesante film que nos muestra el sinuoso sendero que transitó Van Gogh en su camino hacia el reconocimiento. Un reconocimiento que (como en todo gran artista) llegaría de forma póstuma e ingrata para el que fue uno de los grandes pintores del siglo XIX. Tal como lo dice el autor en una de las escenas más complacientes y sinceras del film: “El motivo representado desaparece, se esfuma pero la obra artística es eterna, inmortaliza lo efímero y transitorio”.
Federico Veiroj vuelve a la carga tras “El Apóstata” (2015) con un film muy personal que indaga en las inquietudes de la mediana edad, las metas en el trabajo y las relaciones de familia. Belmonte es un artista reconocido que goza de un buen presente laboral y un reconocimiento que se refleja tanto desde la repercusión que generan sus obras así como también en el dinero que obtiene por las mismas. Algunos podrían decir que lo tiene todo, sin embargo, algo lo inquieta, lo mantiene intranquilo y contantemente en movimiento. Sus pinturas buscan tratar al ser humano mediante una desnudez tanto física como psicológica. Está por estrenar una muestra de su larga obra en el Museo de Artes Visuales de Montevideo, pero se lo nota distraído con los cambios que vive su familia: su ex mujer está embarazada, fruto de la relación que mantiene con otro hombre, y percibe que su hija, Celeste, pasará menos tiempo con él cuando nazca su hermano. A su vez, su padre parece estar manteniendo una relación homosexual con un conocido, las clientas que suelen comprarle los cuadros se le insinúan sexualmente y la desestabilidad emocional parece tenerlo en la disyuntiva de querer que todo vuelva a ser como antes o resignarse y hacer las paces con su inconformismo. Veiroj cuenta con mucha sutileza este relato muy humano y realista que pone en tela de juicio temáticas cotidianas que aquejan a muchas personas en determinado período de su vida. El protagonista necesita una brújula, una solución a su involuntaria soledad afectiva que lo aísla y lo pone en el lugar opuesto de su increíble carrera. El largometraje se sumerge en la exploración de las preocupaciones que tiene Belmonte y en cómo intenta hacerse cargo de sus inseguridades buscando conectar con su hija que tiene sus propias preocupaciones más ingenuas, inherentes a la edad, pero fundadas. Un viaje introspectivo que se sostiene por la estoicidad de Gonzalo Delgado que compone su personaje con pericia y gran oficio. Lo que resulta interesante es la curiosa renuencia del personaje a ser encasillado por su arte o por sus acciones (cosas que lo llevan a confrontar con su hermano, su padre, entre otros) o también el que se divulguen sus proyectos, pero a su vez, el artista ya se encuentra auto-catalogado y encerrado en un aislamiento autoimpuesto. “Belmonte” es un film sincero y cuidado que podría haber ido un poco más allá con el conflicto pero que funciona gracias a un elenco afinado actoralmente y una dirección sentida de Veiroj que prioriza una puesta en escena minimalista y rutinaria como la existencia del personaje del título. Un film extraño que busca evitar las convenciones de este estilo de relatos.