La actriz Greta Gerwig hace su debut como directora en un film del estilo coming of age titulado “Lady Bird”. La película le valió una nominación como Mejor Director en la próxima entrega de los premios Oscars y se alzó con varios reconocimientos. Gerwig comenzó su carrera trabajando para directores como Noah Baumbach (“Greenberg”) y Joe Swanberg (“Drinking Buddies”), y es por ello que se la comenzó a vincular con el subgénero indie conocido como Mumblecore (un género de bajo presupuesto que tiende a la actuación y a los diálogos naturalistas, muchas veces improvisados, y poniendo el énfasis en ellos por sobre la trama. Además, suelen enfocarse en las relaciones personales de gente que se encuentra entre los 20 y los 30 años). Siguiendo con la línea de las películas en las que participó como actriz, la directora debutante nos ofrece una comedia dramática sincera, modesta, honesta, personal y autorreferencial. La cinta cuenta la historia de una joven estudiante que se hace llamar “Lady Bird” (Saoirse Ronan). Ella se muda con su familia a la ciudad de Sacramento, California, donde transita su último año en la secundaria. La joven, con inclinaciones artísticas y que sueña con vivir en la costa Este, tratará de ese modo encontrar su propio camino y definirse fuera de la sombra protectora de su madre (Laurie Metcalf). El argumento no trae nada que no hayamos visto previamente, pero lo que resulta realmente interesante, atractivo e innovador es el estilo y la forma en la que se nos presenta la historia. De manera sutil y cuasi minimalista, el relato nos irá llevando por un camino de aprendizaje que va viviendo la protagonista, la cual deberá lidiar con las dificultades que van más allá de los problemas juveniles que pueda a llegar a tener una chica de 17 años. Su entorno familiar se encuentra asediado por problemas económicos bastante profundos, y su educación universitaria está en peligro por el mismo motivo. A su vez, entra en juego el presente de Lady Bird, que asiste a una escuela secundaria privada con una fuerte instrucción religiosa, y donde algunos de sus amigos y/o compañeros tienen un mejor pasar financiero, generando un contraste social bastante fuerte. No obstante, también habrá espacios para los típicos problemas de una adolescente, pero creando interesantes debates en relación al vínculo madre-hija, a la amistad, al amor y a las primeras relaciones sexuales. Lo más atractivo del largometraje recae en el realismo con el que fue tratada esta comedia dramática, que a diferencia de grandes coming of age del pasado, se ve bastante natural y verosímil con situaciones efectivamente motivadas. Los puntos más altos de la cinta están representados en la dirección de Gerwig, que desde el primer momento nos exhibe su visión sobre los tópicos enumerados previamente de una forma clara, concisa y sin condescendencia; y en las actuaciones de Laurie Metclaf y de Saoirse Ronan, que nos otorga una de sus mejores actuaciones hasta la fecha. Ronan no solo tiene un gran abanico de matices para componer a esta chica confundida y en etapa de descubrimiento, sino que también se consolida como una intérprete madura a través de una compleja naturalidad a la hora de encarar las situaciones tragicómicas que atraviesa. “Lady Bird” es un film indie con mucha alma, estupendamente actuado y dirigido, que busca ubicarse en el olimpo de las historias sobre el alcance de la madurez. Todo esto es el resultado de una naturalidad inherente a priorizar los diálogos y a los personajes por sobre la historia en sí. Una cálida y agradable sorpresa para el género y el cine en general.
Una Mujer Fantástica: Lo fantástico de la aceptación. Finalmente se estrena la película chilena favorita a quedarse con el galardón a Mejor Película Extranjera en la próxima entrega de los premios Oscars. Los últimos años el cine chileno fue brindando grandes películas, Una Mujer Fantástica no es la excepción. El director Sebastián Lelio (Gloria, Disobedience) nos ofrece un relato magnífico que viene a profundizar ese clima de intolerancia, homofobia y creciente discriminación que rodea a las sociedades latinoamericanas contemporáneas. El largometraje cuenta la historia de Marina (Daniela Vega), una joven camarera aspirante a cantante, y Orlando (Francisco Reyes), veinte años mayor, quienes planean un futuro juntos. Tras una noche de fiesta, Marina lo lleva a urgencias, pero él muere al llegar al hospital. Ella debe entonces enfrentar las sospechas por su muerte. Su condición de mujer transexual supone para la familia de Orlando una completa aberración y buscan apartarla mediante el destrato y un nivel de violencia que va escalando a medida que avanza la trama. Ella tendrá que luchar para convertirse en una mujer fuerte pese a la opinión ajena, e irá combatiendo contra la segregación en busca de la aceptación y el reconocimiento. Lo primero para destacar del film es la tremenda interpretación que ofrece Daniela Vega. Un papel difícil de encarnar por todo lo que conlleva la narrativa, en la que seguramente haya mucha autorreferencia y catarsis en la interpretación de la actriz, como en todo proceso artístico, puesto que aquí la situación se ve muy sentida y vehementemente construida, en una clara alusión a las experiencias personales. El guion escrito por el mismo Lelio y Gonzalo Maza nos adentran en una historia de amor que de un día para el otro se convierte, por esas vueltas del destino, en una situación dignas de un policial (cuando comienzan a sospechar de ella en la muerte de su pareja) y luego en un profundo drama con raíces antropológicas y sociales. El opus de Sebastián Lelio no solo se destaca a nivel narrativo e interpretativo sino que además cuenta con una impecable realización técnica donde sobresale la dirección de fotografía a cargo de Benjamín Echazarreta y la música compuesta por Mathew Herbert que ayudan a construir esa atmósfera opresiva que rodea a la protagonista en busca de una tan merecida aceptación. Una Mujer Fantástica representa un film de protesta ante la intolerancia y la ignorancia que rodean a la sociedad chilena en particular y al mundo entero en un plano más macro. Una cinta que sorprenderá por su honestidad, sus buenos valores y su decorosa compasión.
“…Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio…” Julio Cortázar Este año las películas que compiten por los premios Oscars son muy disímiles entre sí. En la heterogénea oferta se destaca este film de Luca Guadagnino (“El Amante”), quien sorprende con un coming of age que nos trae una historia de amor durante los años ’80 en el norte de Italia. “Call Me By Your Name” cuenta la historia de Elio Perlman (Timothée Chalamet), un joven de 17 años que atraviesa un cálido y soleado verano de 1983 en la casa de campo de sus padres en el norte de Italia. Pasa el tiempo descansando, escuchando música, leyendo libros y nadando, hasta que un día el nuevo ayudante americano de su papá llega a la gran villa. Oliver (Armie Hammer) es encantador y, al igual que Elio, tiene raíces judías; también es joven, seguro de sí mismo y atractivo. Al principio Elio se muestra algo frío y distante, pero pronto ambos empiezan a salir juntos de excursión y, conforme la historia avanza, la atracción mutua de la pareja se hace más intensa. El film que nos ofrece el italiano Luca Guadagnino no es otra cosa más que una historia de romance, particularmente de aquel llamado primer amor, el que se da en el paso hacia la vida adulta y que nos transforma a nivel personal y emocional. Uno de esos amores que vienen y se van inesperadamente. Esos vínculos tan fuertes que trascienden en el tiempo. Para tal ciclópea tarea de representar ese lazo o relación, el director contó con la participación de Armie Hammer (“The Lone Ranger”) y Timothée Chalamet (“Interstellar”, “Lady Bird”), la pareja protagónica que realiza un tremendo trabajo en sus roles. Principalmente hay que destacar la interpretación de Chalamet, que compone a un adolescente conflictuado en pleno autodescubrimiento y formación de su identidad sexual. El actor norteamericano con raíces francesas nos muestra su talento a partir de una composición inspirada que le significó una nominación como Mejor Actor a la próxima entrega de los premios de la Academia de Hollywood. En relación al guion, James Ivory (“A Room With a View”) fue el encargado de adaptar la novela homónima escrita por André Aciman. La narrativa que presenta la película nos expone el conflicto interno del protagonista vinculado con el despertar sexual, y quizás lo más destacable es que se centra más en los sentimientos de los involucrados que en las reacciones o pensamientos de los que los rodean. Generalmente, se suele hacer hincapié en los padres y la oposición de estos a la homosexualidad de su hijo/a, pero este largometraje evita el cliché para centrarse en la esencia del afecto, la pasión y el cariño de la pareja protagónica. Tal vez el mayor problema de “Call Me By Your Name” radique en su extensión y en el manejo del ritmo narrativo. La película se desarrolla con parsimonia y sin apuro, no obstante, no llega a aburrir y esa duración prolongada es funcional al desarrollo del personaje de Elio. La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom y la música de Sufjan Stevens realizan un estupendo trabajo para generar ese clima de amor veraniego e instructivo para las partes involucradas. En síntesis, “Llámame por tu Nombre” es un relato atractivo, bien ejecutado y estupendamente actuado, que se nutre de evitar los lugares comunes de la temática propuesta, pero que igualmente no es tan innovadora como se proponía. Una obra que se hubiera beneficiado de una mayor síntesis narrativa.
Siempre es un placer ver un film de Guillermo del Toro. El realizador mexicano pertenece a ese grupo selecto de directores que se mueven bien en prácticamente todos los géneros cinematográficos. No obstante, se encuentra más cómodo en los relatos de fantasía y ciencia ficción. “La Forma del Agua” es su más reciente trabajo, al que podemos describir como una historia de amor. Obviamente esto sería simplificar demasiado la obra, ya que ésta además se destaca por la fantasía, los valores estéticos de producción y por ser básicamente una oda que celebra el cine. La película nos cuenta la historia de Elisa (Sally Hawkins), una joven muda que trabaja como empleada de limpieza en un laboratorio gubernamental durante 1963, plena época de la Guerra Fría. Es en ese lugar donde conocerá a una extraña criatura anfibia (Doug Jones), que es prisionera del malvado coronel Strickland (Michael Shannon), con el objetivo de sacarle alguna ventaja en el conflicto con la Unión Soviética. El film es un verdadero triunfo en todos los sentidos. No solo presenta una historia entretenida y emotiva, que atraerá tanto a los niños (tener cuidado con algunas escenas fuertes) como a los adultos, sino que también compone un trabajo superlativo a nivel visual. Se destaca el gran trabajo de dirección de fotografía, arte y vestuario para alcanzar una excelsa reconstrucción de época. A su vez, la música de Alexandre Desplat (“The Grand Hotel Budapest”) hace un estupendo trabajo con sus características melodías que atribuyen a crear ese mundo mágico de fantasía. Por otro lado, el elenco está conformado por un equipo perfecto, liderado por la siempre carismática Hawkins, que compone un histriónico y desafiante papel, en el cual tuvo que prescindir de su voz para el personaje. Además, la acompañan Jones (“Hellboy”, “Crimson Peak”), interpretando a la criatura y un estupendo reparto de personajes secundarios donde se destacan Octavia Spencer (“Hidden Figures”), Richard Jenkins (“Spotlight”) y Michael Shannon (“Noctural Animals”), acostumbrado a los roles de villano. “La Forma del Agua” es de aquellos films que no se hacen en Hollywood. Una de esas historias que lo tienen todo: romance, suspenso, humor, intriga, crítica social y un verdadero despliegue visual. Guillermo del Toro se encuentra en su mejor forma, en donde cada una de sus obras supera a su antecesora, demostrando que es un gran director y contador de historias con talento innato que en esta ocasión nos brinda un clásico instantáneo.
“Mudbound” es de aquellos films que exploran la crueldad de la guerra y el clima sociopolítico que se vivía en Estados Unidos en la década de los ’40, donde también se aprovecha a examinar el racismo y el contraste de las clases sociales, producto de esa época oscura del siglo XX. Lo más interesante de este relato tiene que ver con la narrativa que nos ofrece la realizadora afroamericana Dee Rees (“Pariah”, “Empire”). La película cuenta la historia que rodea a un poblado rural en Mississippi. Es allí donde Henry McAllan (Jason Clarke) y su esposa Laura (Carey Mulligan) intentarán ganarse la vida plantando y cultivando alimentos. En el mismo lugar habitan Hap Jackson (Rob Morgan) y su cónyuge Florence (Mary J. Blige), que conforman una familia de clase baja que trabaja para los McAllan. El problema radica en el racismo imperante en esa época y en el maltrato de los caucásicos hacia los afroamericanos. Henry y su padre (Jonathan Banks) viven humillando y oprimiendo a los Jackson. Hasta aquí no hay nada que no hayamos visto en infinidad de películas. Pero lo interesante es que la trama toma un tono disruptivo al introducir a varios narradores que irán mostrando su punto de vista y cómo les tocó vivir ese período. No obstante, luego de una breve introducción, el relato centrará su atención en el hijo mayor de los Jackson (Jason Mitchell) y en el hermano de Henry (Garret Hedlung), dos hombres que regresan de la Segunda Guerra Mundial a su hogar y que tendrán que readaptarse a sus nuevas vidas. Ronsel y Jamie, los veteranos, irán entablando una amistad producto de las secuelas que les dejó el conflicto bélico. Este vínculo no será del agrado de la familia McAllan y producirá exabruptos que les cambiará la vida para siempre, incluso después de haber estado en el campo de batalla. El largometraje presenta un elenco sólido con buenas interpretaciones, entre las que se destacan las de Mitchell, Banks y Hendlung. Mullingan, Blige y Banks secundan muy bien a los protagonistas en papeles muy difíciles a raíz de las implicancias raciales y los conflictos surgidos de esa sombría época. Todo esto es embellecido por un gran trabajo de fotografía de Rachel Morrison (“Black Panther”), labor que le valió una nominación como Mejor Dirección de Fotografía en la próxima entrega de los Oscars, convirtiéndola en la primera mujer nominada en esa terna. La atmósfera realista, angustiante y enrarecida que genera con su cuidado aspecto visual, compone uno de los elementos sobresalientes de la cinta. Otro elemento interesante que propone el film tiene que ver con su guion. El libreto fue escrito por Virgil Williams junto a la directora y se basa en una novela de Hillary Jordan. La trama fue tejida con inteligencia y balanceando un gran número de personajes y subtramas. Esto hace que el trabajo de Rees sea realmente destacable al conseguir un resultado más que atractivo. “Mudbound” es una película elegantemente confeccionada que se destaca por su extrema sensibilidad y emotividad. Una película que apela a la denuncia e irritación del espectador ante tanta intolerancia e inhumanidad del mundo el siglo pasado. Un trabajo superlativo a nivel narrativo e interpretativo que no dejará a nadie indiferente.
Como es habitual, la temporada de premios suele incluir entre los galardonados a varias películas basadas en hechos reales o biopics que nos muestran las vidas de grandes personalidades de la historia, la cultura o de la política global. Estos films sirven de vehículos para que los actores puedan destacarse más que en otros relatos y así conseguir estatuillas por sus composiciones que traen aparejadas grandes transformaciones y/o sacrificios. El aclamado director inglés Joe Wright (“Pride & Prejudice”, “Atonement”, “Anna Karenina”) nos ofrece un drama político que retrata a uno de los mandatarios más importantes de la historia mundial, en una etapa oscura de dirigencia durante la Segunda Guerra Mundial. Winston Churchill no solo fue el primer ministro de Inglaterra sino una de las figuras clave para que los Aliados consiguieran derrotar al Tercer Reich. Los hechos que narra la película tienen lugar en 1940 cuando Churchill (Gary Oldman) se conviertió en el mandatario británico en un momento realmente complicado para su Imperio, pues los nazis avanzaban imparables conquistando prácticamente la totalidad del continente europeo y amenazando con una invasión a Inglaterra. Churchill debía entonces explorar la posibilidad de un tratado de paz con Alemania o ser fiel a sus ideales y luchar por la liberación de Europa. Winston se vio obligado a transitar un camino arduo y poco gratificante donde hasta algunos de sus colegas habían decidido dar un paso al costado para no fracasar en el intento. Fue así que, ante la adversidad y el panorama desalentador, pudo gestar la Operación Dínamo, aquella gigantesca evacuación de soldados ingleses y franceses que pudimos ver en la pantalla grande a principios del año pasado en el opus de Christopher Nolan que aconteció en Dunkerque. Todos estos acontecimientos formaron al líder que necesitaba Inglaterra para afrontar ese período oscuro. Empecemos por lo más obvio. La composición de Gary Oldman es realmente brillante. Su transformación es impresionante y los matices que ofrece, en especial en los discursos que pronuncia el mandatario británico y su actitud frente al común de la gente y a su propia familia, hacen efectivamente disfrutable el relato. Nos otorga a un Churchill humano y dubitativo que estudia fríamente las posibilidades de su dirigencia en el momento menos pensado por cualquier político. El excelso trabajo de maquillaje hizo que apenas podamos identificar los rasgos distintivos de Oldman, algo que puede desembocar en una difícil tarea para el actor, cuyas expresiones pueden llegar a verse modificadas. Sin embargo, el trabajo es impecable y probablemente le valga el Oscar a Mejor Actor en la próxima entrega de los premios. El resto del elenco acompaña muy bien al protagonista, en especial Kristin Scott Thomas (“The English Patient”) como la esposa de Churchill y Lilly James (“Baby Driver”) como la secretaria personal del gobernante. Pero lo más destacable del film viene por otro lado. Generalmente, como mencionábamos al principio de esta reseña, las biopics buscan potenciar a los actores pero se quedan en el molde en lo que respecta a narrativa y a algunos apartados técnicos. Este no sería el caso de “The Darkest Hour”. El diseño de producción es impecable, como es de esperar en una película hollywoodense de época, pero también la dirección de fotografía y el trabajo de cámara de la obra elevan al producto final por sobre la media. El largometraje presenta momentos muy destacados y planeados desde lo visual, ya sean por un montaje logrado que propone algunas transiciones entre escenas bastante interesantes, hasta un breve plano secuencia que nos muestra la llegada de Churchill al Nº 10 de Downing Street conocido como la residencia del Primer Ministro. La dirección de Wright también es otro punto a mencionar, dándonos la sensación de que su trabajo como director buscó distinguirse de esa infinidad de retratos de personalidades reconocidas. En síntesis, “Las Horas más Oscuras” es una película sobre la fuerza y el liderazgo, que se destaca por el gigante trabajo actoral de su protagonista y de una dirección que tuvo bien en claro desde el primer momento el curso que quería darle al relato. Un film bélico que muestra la cocina del asunto, donde se toman decisiones que afectarán a millones de personas. Una experiencia satisfactoria y reflexiva cuyo ritmo es mucho más vertiginoso de lo que podía llegar a esperar antes de su visionado, como resultado de una gran labor de montaje y de la técnica en general.
El realizador griego que alcanzó el reconocimiento y la popularidad internacional con “The Lobster” (2015) vuelve a deleitarnos con un relato de tintes surrealistas, que ofrece una mirada pesimista sobre los lazos familiares, la soberbia de las clases enriquecidas y una ética de trabajo paupérrima que acrecienta el sentimiento de desentenderse de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. “The Killing of a Sacred Deer” nos cuenta la historia de Steven (Colin Farrell), un distinguido cirujano casado con Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos Kim y Bob. Steven entabla amistad con Martin (Barry Keoghan), un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger aparentemente por una decisión altruista. Sin embargo, con el correr del relato iremos descubriendo que las cosas no son lo que parecen y que el protagonista busca mantener las apariencias y el status quo de su vida cotidiana. Ahí es cuando los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. La película funciona a modo de tragedia griega moderna donde el “héroe” transita un camino tortuoso, empezando con un evento fatídico que lo condicionará y le marcará un destino inevitable. Para ello, Lanthimos utiliza un discurso altisonante y metafórico que, como es usual, deja muchas cuestiones abiertas a la libre interpretación del espectador. Este film y su acercamiento surrealista y/o fantástico recuerda un poco al cine de Luis Buñel y a relatos como “El Ángel Exterminador” (1962), donde la narrativa sirve a modo de subterfugio para hacer una profunda crítica social. Es por ello que la figura de Martin cambiará con el correr de la historia para poner a prueba a nuestro protagonista y a su familia. A modo de semidiós, el personaje de Barry Keoghan (gran papel del actor irlandés que pudimos ver en “Dunkirk”) juzgará al cirujano bajo los códigos de “La ley del Talión” (El conocido “ojo por ojo” que plantea el Código de Hammurabi), luego de que este susodicho haya jugado a ser todopoderoso en el ámbito profesional y del poder que ejerce cuando practica la medicina. La cinta cuenta con un destacado guion que trabaja las frustraciones, el orgullo y el egoísmo del ser humano. Es así como los personajes irán revelando sus verdaderas caras cuando sus mundos estén a punto de quebrarse. Ese universo gélido e impersonal lleno de simbolismo que nos muestra el realizador. Para ello, contará con un enorme Colin Farrell que se carga la película al hombro, en un tremendo duelo actoral con el personaje de Barry Keoghan, ese individuo que solo busca justicia poética. En los apartados técnicos, la banda sonora resulta un elemento destacado que mediante su ejecución económica y minimalista logra dotar al film de un clima tenso y frío. Esa atmósfera termina de ser redondeada por un estupendo trabajo de fotografía que complementa ese espacio de opresión, angustia y nerviosismo. Las tomas cenitales y los travellings traseros que siguen a los personajes con lentes angulares y mediante steadicam sirven para destacar esa omnipresencia figurativa que rodea a los personajes (estos planos recuerdan un poco a “El Resplandor” de Stanley Kubrick). Un trabajo agudo y muy cuidado de encuadre y composición para completar un trabajo magnífico. “El Sacrificio del Siervo Sagrado” resulta una propuesta atrapante y sumamente interesante. Un film que si bien por momentos peca de pretencioso se convierte en atractivo desde el primer momento por su tremenda ejecución. Una película que dejará pensando al espectador y que lo llevará a esas tan preciadas charlas de café post cine que tanto gustan.
La Bóveda: Botín Fantasma. Llega un film indie bastante peculiar que busca mezclar un atraco a un banco con el cine de terror sobrenatural. ¿El resultado? Acá te lo contamos. La Bóveda o The Vault es un film Clase B que busca mezclar el thriller con el terror sobrenatural. No es la primera vez que se busca yuxtaponer dos géneros tan disimiles, la cuestión es que en esta oportunidad se hace de una forma ineficaz y poco amalgamada. Generalmente, los films de horror tienen como objetivo sacar a relucir los miedos más intrínsecos del ser humano ya sea tanto del espectador como de los propios personajes que protagonizan la historia. Los monstruos o entidades paranormales sirven a modo de representación de los propios miedos, miserias y demás yerbas del hombre encarnados en una sola forma. El problema del largometraje en cuestión radica principalmente en que los fantasmas o antagonistas sobrenaturales tienen poco sustento. Tienen tan poco peso que la película gasta un tercio del relato (aproximadamente 30 de los 90 minutos) en presentar el robo y los personajes, pero en ningún momento se hace mención a los antagonistas fantasmagóricos más que en la secuencia de títulos y en unos breves flashbacks surrealistas. El film cuenta la historia de dos hermanas que se ven obligadas a robar un banco para salvar a su hermano, pero lo que parecía un atraco habitual se convierte en una auténtica pesadilla. La situación gira 360 grados cuando el gerente del banco (James Franco), lleva a los ladrones a la cámara acorazada del banco que se encuentra en el sótano, pero ese lugar esconde algo que ni las cámaras de seguridad pueden ver. El director Dan Bush (The Signal) nos ofrece una premisa con potencial pero llevada a cabo de una manera atropellada, poco inspirada y con varios clichés a nivel narrativo. Una empleada del banco se pone a contarle el evento pasado en el que desemboca la actividad paranormal en un ejercicio de sobreexposición de información bastante poco sutil. Previamente, otro empleado del banco había hecho algo parecido con el personaje de Francesca Eastwood (Fargo, Heroes Reborn) que se había hecho pasar por candidata a un trabajo en el establecimiento bancario previo al atraco que iniciaría con sus hermanos. James Franco (The Disaster Artist) y Taryn Manning (Orange is the new black, Hawai 5.0) completan el grupo de personajes secundarios que también resultan ser poco atractivos. Franco fue vendido como protagonista cuando apenas cuenta con una participación relegada que solo cobra importancia en el transcurso final del relato. En síntesis, La Bóveda desperdicia su potencial atractivo para volverse un ejercicio mediocre a nivel narrativo, repleto de baches argumentales y de situaciones azarosas que desembocan en momentos predecibles y poco inspirados. La mixtura de géneros resulta ser poco armónica y pareció haber sido preparada de manera forzada. Es así que la cinta termina fallando tanto en el ámbito del terror como en el thriller criminal. En último lugar la vuelta de tuerca del final esta impuesta a los golpes con una explicación toscamente preparada que podría haber sido justificada de mejor manera.
Todo el Dinero del Mundo: El poder de la codicia. Ridley Scott vuelve a demostrarnos su poder narrativo luego de la floja Alien Covenant. En esta oportunidad, utiliza una historia basada en hechos reales para exponer el poderío de un multimillonario y el contraste con la avaricia y el ámbito familiar. Todos conocemos la historia detrás de All The Money in the World, no precisamente por su importancia histórica sino por todos los problemas que trajo aparejado el film de Ridley Scott. La película de Diamond Films corrió el riesgo de no ser estrenada debido a la participación de Kevin Spacey (House of Cards) que tras el escándalo en el cual se vio envuelto, la producción del largometraje decidió despedirlo y volver a filmar con otro actor, el enorme Christopher Plummer (Remember). Es así que los costos subieron excesivamente, haciendo que los actores y demás profesionales involucrados resignasen honorarios para poder llevar la cinta a buen puerto. Esto también trajo otra polémica en relación a lo que cobró la protagonista Michelle Williams (My Week With Marilyn) en contraste con lo que recibió Mark Whalberg (The Departed) por las mencionadas regrabaciones. Finalmente, el film pudo estrenarse e incluso conseguir una nominación a los Oscars 2018 en la categoría Mejor Actor de Reparto por el trabajo de Plummer componiendo al personaje que originalmente era para Spacey. La cinta cuenta la historia basada en hechos reales del secuestro en Italia en 1973 de John Paul Getty III (Charlie Plummer) y los desesperados esfuerzos de su madre (Williams) por conseguir que el abuelo del joven, el magnate del petróleo John Paul Getty Sr. (Chirstopher Plummer), considerado uno de los hombres más ricos del mundo, pagase el rescate. La propuesta de Scott es más que interesante. Si bien por ahí desde el punto de vista del guion no se nos presente nada que no hayamos visto previamente, la forma en la que el director nos exhibe el argumento es más que atractiva como para justificar el visionado de la obra. La dinámica y el ritmo con el que se nos exponen los hechos hacen que el relato presente una tensión inherente a la narrativa que nos muestra las distintas partes y cómo éstas interactúan con las otras. Se va alternando entre la visión detestable de John Getty Sr sobre la familia, el dinero y la avaricia en contraste con el enfoque maternal de Gail Harris Getty, y también se puede apreciar la relación entre el hijo cautivo y los secuestradores. De esta forma, la película no ofrece ningún tiempo muerto o escena de transición que no haga a la construcción del relato. Otra gran atractivo del largometraje lo presenta la fotografía de Dariusz Wolski (The Martian, Alien: Covenant), que eleva el aspecto visual de la obra en cuestión para generar esa atmósfera angustiante producto del rapto y la situación contextual. Por el lado interpretativo, se destaca con una actuación soberbia el señor Plummer que está muy bien acompañado por Michelle Williams y Mark Whalberg. Todo el Dinero del Mundo nos propone un relato vibrante, bien actuado y con una reconstrucción de época excelente, producto de un enorme diseño de producción y una bella dirección de fotografía. Una película que pese a ciertos convencionalismos y algunos giros predecibles, logra salir adelante por el talento que hay tanto detrás como delante de cámara.
Llega la conclusión de la saga basada en las novelas de E.L. James, que tras dos entregas soporíferas busca terminar de igual manera esta obra cinematográfica de bajo vuelo. El fenómeno iniciado por “Cincuenta Sombras de Grey” (2015) es inexplicable. Más allá de la obra literaria, la cual no pondremos en cuestión en este sitio, lo visto en la pantalla grande es muy pobre y deja bastante que desear. La historia del cine ofreció infinidad de relatos eróticos mucho más interesantes y consistentes que la saga Grey, películas como “Doble de Cuerpo” (1984), “El Último Tango en París” (1972), “La Secretaria” (2002) y “Ninfomaníaca” (2014), por poner algún ejemplo más reciente, nos brindaron relatos atrapantes y narrativamente más complejos y atractivos. Sin embargo, la tercera parte dirigida por James Foley (también director de la segunda película) nos entrega una cinta que está más cercana a los films eróticos que solían pasar en las madrugadas por The Film Zone, con actuaciones bastante pobres y acartonadas, un desarrollo técnico demasiado básico y frígido, y algunos momentos que parecen extraídos de una telenovela latinoamericana con ciertos eventos sumamente inverosímiles. Dakota Johnson y Jamie Dornan siguen sin generar la química necesaria y se los nota bastante incómodos por momentos. Si bien no parecen ser actores muy destacados, lo cierto es que los hemos visto dando interpretaciones mucho más superiores en relatos mejores construidos y escritos. Y aquí radica el principal problema del asunto: el guion. “Cincuenta Sombras Liberadas” resulta ser narrativamente insuficiente, insustancial y aburrida. Nunca hay un conflicto de peso y a lo largo del metraje parece que transitamos una serie inconexa de escenas puestas arbitrariamente para hacer avanzar la historia según las necesidades de la trama, como un gran y generalizado Deux Ex Machina. Los personajes secundarios y las subtramas no tienen razón de ser, ciertos eventos provocan abruptamente un cambio de género injustificado que nos traspasa del drama romántico al thriller. Todo esto resulta realmente inverosímil y se presenta de forma exacerbada con un antagonista o “villano” fuertemente estereotipado y con motivaciones poco claras, interpretado por un exagerado y poco creíble Eric Johnson. Dicho personaje pasa de ser un simple editor de libros a prácticamente un psicópata con conocimientos de hackeo y seguimiento desmedidos dignos de un agente de la CIA. Así es como iremos transitando por algunos momentos de tensión e incluso hasta una persecución que tiene poco ritmo y que se siente más como un comercial interesado en publicitar el Audi que maneja la protagonista. Pasando a las escenas de “alto voltaje”, éstas también son igual de insulsas. Todas parecen estar filmadas de la misma forma de desgano. Comienzan de manera “armónica” con una canción soft pop de fondo y terminan abruptamente cuando las cosas se están por poner calientes. Por el lado técnico, la fotografía resulta ser rescatable por momentos, pero muchas veces falla en provocar ciertos climas cuando pasa de un género a otro. Por el lado de la banda sonora, se la siente realmente impersonal y apabullada por el soundtrack de temas no originales, lo que hace realmente preguntarnos cómo fue que Danny Elfman decidió componer la música de esta saga. En síntesis, “Cincuenta Sombras Liberadas” concluye su camino de la misma manera en que lo comenzó. Sin ganas, con poco contenido cinematográfico destacable y unas interpretaciones que dejan bastante que desear. Un film que intenta ser transgresor, pero que nunca logró salir del molde.