Nadie posee mayor maestría para narrar una historia que Steven Spielberg. El director de clásicos como “Tiburón” (1975) y “La Lista de Schindler” (1993) nos vuelve a deleitar con una trama basada en hechos reales que probablemente en manos de otro realizador habría pasado por los cines sin pena ni gloria. Sin embargo, en las manos del Rey Midas de Hollywood tenemos un relato atrapante, excelentemente ejecutado y con poderosas actuaciones de su elenco estelar. La película cuenta la historia del diario The Washington Post y la valiente posición que tomó junto con otros periódicos norteamericanos en 1971, para hacer valer la libertad de prensa y expresión, informando sobre un encubrimiento masivo por parte del gobierno sobre secretos de Estado que atravesaban a varias gestiones gubernamentales. En ese momento, Katherine Graham (Meryl Streep), primera mujer editora del Post, y el director Ben Bradlee (Tom Hanks) buscaban cambiar la imagen del medio grafico que había entrado en decadencia. Juntos tomaron la audaz decisión de apoyar al The New York Times y luchar contra el intento de la Administración Nixon de restringir la primera enmienda. El film arranca con un ritmo avasallante donde se nos muestra el campo de batalla de Vietnam a través de un observador que mira la acción desde afuera. El sujeto en cuestión es Daniel Ellsberg (Matthew Rhys) que va a terminar siendo pieza fundamental para la exposición de los archivos del pentágono y para la trama de la cinta que nos convoca. Spielberg es un creador cinematográfico que oculta su complejidad narrativa y creadora bajo un manto de aparente simpleza. Su comprensión del espacio y del lenguaje audiovisual es tremendo y lo podemos ver continuamente en el excelso manejo de la cámara y el ambiente. El uso que le da a la “Long-Take” es inigualable y siempre está motivada por los personajes y por los movimientos internos al cuadro. Su ambición no es generar planos-secuencias largos y complicados desde lo técnico, sino que busca transmitir la información que necesita el espectador de una manera efectiva y puramente visual. Sus tomas largas son relativamente cortas e intentan más que nada permanecer invisibles para dotar al relato de cierto dinamismo y elegancia, al igual que para ofrecer cierta tensión y/o suspenso. Es así como a lo largo de la historia iremos siguiendo a los personajes bien desde cerca (casi desde un punto de vista de testigo) para meternos en ese mundo periodístico y su vertiginosa rutina. Spielberg es un director que sabe graduar las dosis de información que necesita el espectador al igual que manejar el tiempo y el espacio diegético. Por otro lado, también representa a uno de esos autores que logra sacar a relucir lo mejor de sus actores y lo podemos ver representado en las magníficas interpretaciones de los protagonistas. Meryl Streep realiza un trabajo discreto pero efectivo, y Tom Hanks es verdaderamente quien se destaca como el gran actor de la cinta (increíble que no haya sido nominado como Mejor Actor en los Oscars 2018). Acompañan muy bien Bob Odenkirk (“Breaking Bad”), Bruce Greenwood, Tracey Letts, entre otros. Lo que resulta realmente interesante de la propuesta es que el guion, además de ser un trabajo meticuloso y detallado del contexto histórico planteado en el film, fue ejecutado metódicamente por un narrador que supo balancear acertadamente los extensos diálogos y la charlatanería que traen aparejados los hechos. Como es habitual, Spielberg contó con dos colaboradores frecuentes para desarrollar la película. John Williams en la banda sonora que conjuga armónicamente varias de sus melodías características, y Janusz Kaminski que realiza un trabajo impecable en la Dirección de Fotografía. De esta manera, “The Post” nos ofrece un thriller político potente que resulta ser una oda al periodismo y a la libertad de expresión. Una historia impactante basada en hechos reales, que presenta un ritmo ágil que se beneficia del talento y la pericia de su director, y de las estupendas actuaciones de sus expositores.
Kathryn Bigelow viene de darnos dos vibrantes propuestas basadas en hechos reales. “The Hurt Locker” (2008) y “Zero Dark Thirty” (2012) funcionaron a modo de relatos documentales/ periodísticos con un estilo cinematográfico innegable por parte de su autora, a quien no le tiembla el pulso a la hora de transmitir la tensión por la que atraviesan sus personajes. En esta oportunidad, “Detroit” nos ofrece un relato ambientado durante los disturbios raciales que sacudieron la ciudad del título, en el estado de Michigan, en julio de 1967. Todo comenzó con una redada de la policía en un bar nocturno sin licencia, que acabó convirtiéndose en una de las revueltas civiles más violentas la historia de los Estados Unidos. Los vecinos afroamericanos empezaron una protesta contra la brutalidad policial, producto de una segregación generalizada y un racismo latente en la sociedad norteamericana. Todo esto desembocó en una serie de saqueos, incendios y disturbios. El evento fatídico terminó con un total de 43 muertos y cientos de heridos. Bigelow decidió focalizarse en los sucesos que tuvieron lugar en el Hotel Algiers, donde la violencia de las autoridades escaló a un nivel inesperado, culminando con el fusilamiento de varios hombres negros. El relato que nos brinda Bigelow funciona más como una crónica de lo acontecido que como película en sí. Es impresionante el pulso y la tensión con la que la directora nos transmite los hechos, especialmente con el continuo uso de la cámara en mano. El problema narrativo que presenta el film pasa por la cuestión de que no termina de profundizar en ningún personaje y más que nada busca documentar lo ocurrido a nivel general (cosa que no pasó en sus cintas anteriores). Sí hay varios interlocutores, y cada uno puede presentar más o menos motivaciones que el resto, pero al no ahondar en ellos, terminan sintiéndose poco desarrollados. Larry (Algee Smith), un cantante de soul que busca un contrato con Motown records, el policía Krauss (Will Poulter), racista/fascista de gatillo fácil, y en última instancia viene Dismukes (John Boyega), un guardia de seguridad negro que busca mantenerse al márgen y hacer la vista gorda a ciertos actos de violencia para no quedar pegado, cosa que igualmente le juega en contra porque termina afectado al convalidar involuntariamente ciertos hechos. De todos estos personajes el único que tiene un mayor desarrollo es el del nefasto policía, mientras que los otros dos que deberían tener más peso por estar afectados racial y emocionalmente, se los siente desaprovechados (en especial a Boyega que es un actor que puede afrontar el desafío interpretativo). Aún así, la película presenta algunos elementos interesantes, como su elaborada realización técnica y artística. La reconstrucción de época es impecable, la fotografía es prolija y funcional, el manejo de la cámara se sitúa en un lugar privilegiado de testigo siguiendo a los personajes con una frenética cámara en mano que transmite el desenfreno y el caos. Todos estos elementos sumados a la idea de presentar un contexto histórico que vale la pena revisitar para entender un poco más a la sociedad norteamericana, hacen que la película no se vea del todo empañada por los problemas antes mencionados. Resumiendo, “Detroit” es una crónica cruda sobre una época que fue bisagra en EEUU para lograr los derechos civiles de los ciudadanos afroamericanos. Kathryn Bigelow es una directora que maneja los tiempos como nadie, haciendo que la tensión vaya en aumento hasta el punto álgido del drama. Pese a los personajes poco desarrollados, las actuaciones representan un punto alto del film. El discurso que se nos ofrece está trabajado con sumo cuidado y respeto, por la vigencia del tema y, a pesar de sus falencias, es un relato que merece la pena un visionado.
“Molly’s Game” representa la ópera prima como director del célebre guionista Aaron Sorkin (“Cuestión de Honor”, “Steve Jobs”, “La Red Social”). Decidió dar el salto detrás de cámaras con una propuesta bastante lograda desde lo narrativo y el guion, como era de esperarse. Para ello, contó con una de las intérpretes más destacadas de la actualidad, la enorme Jessica Chastain (“La Noche más Oscura”, “Interestelar”). La película en cuestión consiguió una nominación a Mejor Guion Adaptado en la próxima entrega de los Oscars, y nos cuenta la historia basada en hechos reales de Molly Bloom (Chastain), una esquiadora profesional que llegó a ser millonaria antes de los 21 años. Tras perderse los Juegos Olímpicos por un terrible accidente, Molly se trasladó a Los Ángeles, donde incluso trabajó de camarera. Gracias a su inteligencia y a sus dotes empresariales, la joven acabó ganando millones de dólares en el mundo del póker clandestino antes de que el FBI la investigara. La vida de esta mujer da un giro de 180 grados cuando conoce a Dean Keith (Jeremy Strong), un hombre vulgar que la toma como asistente y que comienza a encomendarle la tarea de organizar sus partidas semanales de póker con distintos empresarios y personas de gran poder adquisitivo. Luego de que Molly corte el vínculo con este sujeto, se dará cuenta que puede montar sus propios juegos a partir de los contactos que fue generando. Todo esto la llevó a lograr encuentros impresionantes con estrellas de Hollywood, empresarios y millonarios varios. Sorkin demuestra su enorme capacidad para desarrollar un relato atractivo a partir de la forma en la que está contado. El film presenta una estructura que va y viene entre el presente y el pasado, alternando situaciones que están relacionadas según las necesidades narrativas. Un atrayente e interesante ejercicio cinematográfico que pudimos ver previamente en otros relatos que Sorkin escribió como “La Red Social” y “Steve Jobs”. El director logra generar un ritmo ágil e intrépido que no nos da respiro a pesar de los 140 minutos que dura la cinta. Por el lado interpretativo, Jessica Chastain se carga la película al hombro, convirtiéndose en el principal sostén de la obra. Su composición de Molly es brillante y nos da muchísimas ganas de verla más seguido en papeles importantes como este. Kevin Costner, Idris Elba y Michael Cera acompañan muy bien a la protagonista con personajes bien delineados que buscarán interponerse (para bien o para mal) en su camino. “Apuesta Maestra” es una cinta vibrante, entretenida y bien actuada que cuenta con el sello característico de Aaron Sorkin. A pesar de ser su primera película como director, los personajes y las situaciones cuentan con su firma particular y con momentos de excelentísima verborragia. Un film que pese a que por instantes se siente demasiado largo, termina sorprendiendo y gustando por su destacado guion.
Barrefondo: Agua turbia. Llega la primera incursión en el cine de ficción del documentalista Jorge Leandro Colás. Barrefondo es un policial argentino que consigue una lograda mixtura entre la venganza, la familia, la diferencia de clases y la crítica social. Barrefondo está basada en la novela homónima de Félix Bruzzone, la cual narra algunos eventos de ficción inspirados en sus experiencias laborales como piletero al igual que el protagonista de la historia. Es así que el relato tiene lugar durante un verano caluroso en el seno del conurbano bonaerense. Allí, Tavo (Nahuel Viale) trabaja como piletero en un country de la zona, formando parte silenciosa de una comunidad que lo discrimina y lo margina por una cuestión de clase, pero aun así lo utilizan a fines prácticos. En ese lugar, es testigo de una situación extraña que lo envuelve en una trama policial de la cual terminará convertido en pieza fundamental, cuando comience a intercambiar información sobre las casas en las que trabaja con una pandilla de delincuentes liderada por Pejerrey (Sergio Boris). Tavo se verá entre la espada y la pared debido a que por un lado lo tienta el dinero y el sentimiento de venganza, mientras que por otro lo presionan tanto los criminales como las autoridades en un ida y vuelta que no le permite salir de ese circulo vicioso. El director nos ofrece un relato vibrante que pese a un ritmo pausado logra insuflar a la trama de un realismo tremendo que también se atreve a entrar en el terreno de cine de género con mecanismos de suspenso y del cine policial. Se nota el pasaje del autor del documental a la ficción, ya que utiliza ciertos recursos del registro de esta modalidad audiovisual para dotar de cierta frescura a la historia. El espectador es como un testigo privilegiado de los acontecimientos narrados, por medio de un punto de vista muy cercano a Tavo. La cámara se halla en constante movimiento, siguiendo sus pasos como si se tratara de un documental de observación. Esto hace posible que el espectador genere mayor complicidad y empatía con el personaje, ya que uno atestigua los eventos en primer plano. La película se siente más viva, presente y real por todo lo mencionado y esto es un gran triunfo del director. El trasfondo social está muy arraigado al contexto que rodea al protagonista y a los contrastes que se dan con él y con el submundo criminal que lo acecha. El ambiente se siente enrarecido por medio de la dicotomía moral que rodea al personaje que se debate entre lo que está bien y la “justicia” poética que ejerce mediante la venganza. Es sumamente interesante que todo pase por la visión de Tavo. Es realmente destacable la interpretación de Nahuel Viale que navega entre la duda, el miedo, el revanchismo y la atracción ante la propuesta criminal. Sergio Boris y María Soldi acompañan muy bien al actor principal como las dos caras opuestas de la situación. Con respecto al aspecto narrativo, a pesar de algunos traspiés respecto a la construcción del protagonista (un poco rápida la progresión que lo lleva de trabajador a cómplice de los delincuentes), el film sale adelante gracias al excelente manejo de los tiempos y los climas que rodean a los sucesos. En síntesis, Barrefondo comprende un prolijo debut ficcional de Jorge Leandro Colás y un producto atractivo por su tensión progresiva y su aproximación policial. Un trepidante viaje que yuxtapone los sectores enriquecidos en contraste con las clases bajas y la delincuencia. Un film con buenas actuaciones que se nutre del realismo brindado por la utilización de ciertos fundamentos del documental.
El amor es complicado, no solo implica “querer” o tener afecto por una persona, sino que además involucra una entrega a dicho deseo de unión. Es algo que nos alegra y nos motiva anhelando la compañía de alguien, pero que también envuelve a la presencia en los momentos adversos, desfavorables y contraproducentes. Como suele decir la frase hecha “En las buenas y en las malas”. Especialmente en las malas, en algunos casos. Dentro de los sentimientos, el amor es uno de los más complejos, ya que afecta al ser humano y, por lo general, no suele corresponderse mucho con su manifestación en el ámbito cinematográfico. Decimos generalmente, porque como en todo espacio representativo suele haber excepciones, y “The Big Sick” (su título original) es el más reciente y uno de los más distintivos de los últimos tiempos. La película está basada en la historia real del comediante de origen pakistaní Kumail Nanjiani (“Silicon Valley”) y su novia Emily, una pareja que se conoce durante un show de stand up. Cuando parecía que todo iba a quedarse en un encuentro de una noche, su relación empieza a avanzar y eso le implica problemas a Kumail que viene de una familia musulmana conservadora que todavía sigue rigiéndose por los matrimonios arreglados y por la preservación de las tradiciones y costumbres de su doctrina religiosa. Es así como la pareja entrará en crisis y el círculo familiar del comediante también se verá comprometido cuando se lo obligue a elegir entre su familia o su novia. Hasta acá todo perfecto y resulta una historia bastante convencional, la cuestión pasa porque la película da un giro de 180 grados pasada la primera media hora de relato, y las cosas se ponen bastante interesantes. A veces en la vida nos enfrentamos ante vicisitudes inesperadas que nos ponen a prueba a nosotros y a las personas que nos rodean, a Kumail le pasó luego de pelearse con su novia y cortar relación por diferencias culturales. Emily cae internada y el único que puede inmediatamente acudir en su ayuda es Kumail, quien además se ve obligado a llamar a sus padres que viven en otro Estado. Beth (Holly Hunter) y Terry (Ray Romano) acuden rápidamente al auxilio de su hija, y conocen a su ex novio en un primer acercamiento frío y desconfiado. Pero con el correr del tiempo la enfermedad de la muchacha los unirá como toda experiencia traumática. Por un lado, Kumail comenzará a distanciarse de su familia pero entablará un vínculo con la de ella. Esto comprende uno de los elementos más atractivos del film. La película resulta ser un relato que le da un giro fresco y original a la fórmula de las rom-coms (comedias románticas). Su guion excelentemente escrito nos hace adentrarnos en la intimidad de una familia de origen musulmán que busca mantener sus costumbres en tierras norteamericanas mientras que el hijo menor de esa familia intenta abrirse camino a experiencias propias alejadas de los tradicionalismos pero con un profundo respeto por su origen. La historia se beneficia de la presencia de Kumail, Romano y Hunter que representan los puntos más altos del film. Sus capacidades actorales les permiten pasar de la comedia al drama sin escalas y de una forma totalmente armónica. En síntesis, la película nos ofrece una mirada mucho más realista a las relaciones de pareja que la mayoría de las comedias románticas y/o dramáticas. Con un guion estupendo y una dirección inspirada de Michael Showalter (“Wet Hot American Summer”, “Love”), que viene de una larga trayectoria en dicho género, podemos decir que “Un Amor Inseparable” es uno de esos relatos de perfil bajo que sorprenden por su honestidad y la prolijidad con la cual fue construida.
Jaume Collet-Serra (“The Shallows”, “Non-Stop”, “Unknown”) vuelve a aliarse con Liam Neeson (“Schindler’s List”) para otorgarnos otro de sus característicos thrillers de acción. El director español suele ofrecernos propuestas que apelan más que nada al divertimento puro y, en esta ocasión, no falla por más de que el relato pueda transitar algunos lugares comunes y mostrarnos ciertos elementos un tanto inverosímiles en lo que respecta al pacto ficcional que se realiza con el espectador. La película cuenta la historia de Michael MacCauley, un hombre de negocios felizmente casado, que todos los días toma el tren al finalizar su jornada laboral. Un día la rutina se ve interrumpida por una misteriosa pasajera (Vera Farmiga), que le propone una especie de juego a cambio de una importante suma de dinero. Nuestro protagonista comienza a dudar de la veracidad del ofrecimiento hasta que encuentra parte de la cantidad acordada en el baño del mismo tren. Pronto el hombre se verá envuelto en una conspiración criminal que amenaza con poner en peligro tanto su vida como la de sus seres más cercanos. Es ahí donde Michael se debatirá entre hacer lo correcto o tomar la plata que lo sacará de sus problemas financieros. Lo más interesante de esta cuarta colaboración entre Collet-Serra y Neeson tiene que ver con el dinamismo y el talento del realizador para generar suspenso e intriga desde el primer momento. La película presenta un ritmo intenso, no se detiene hasta la resolución. El protagonista tendrá que encontrar a una persona en el tren y para ello deberá poner a prueba sus habilidades como investigador que están un poco oxidadas luego de dejar la policía 10 años atrás. Este hábil juego donde deberá resolver el misterio sobre a quién busca y quiénes pertenecen a esa fuerza antagonista que amenaza a su familia, nos recuerda un poco a ciertos relatos de Agatha Christie como “Murder On The Orient Express” y a algunos films del gran Alfred Hitchcock (salvando las distancias), en especial en la utilización de los mecanismos del suspenso. Quizás el desenlace se sienta un poco predecible pero es realmente destacable todo el adrenalínico periplo en el que nos vemos sumergidos desde el primer momento. Con un aire a los thrillers clase B, en especial por ciertos elementos narrativos estrafalarios e inverosímiles, y algunos efectos visuales algo acartonados en el tramo final, la película se sustenta gracias a un elenco estelar compuesto por Neeson, Vera Farmiga, Elizabeth McGovern, Sam Neill, Patrick Wilson, Jonathan Banks y Clara Lago. “The Commuter” o “El pasajero” es un gran entretenimiento de fin de semana que si bien no ganará puntos por originalidad, demuestra ser un buen pasatiempo gracias al compromiso del protagonista, el atinado acompañamiento del resto del elenco, una gran habilidad narrativa del director y un manejo de los tiempos sumamente efectivo. Bonus Track: Prestar atención al plano secuencia de la pelea de Liam Neeson con el hombre de la guitarra. Un ejercicio bastante logrado.
Martin McDonagh (“In Bruges”, “Seven Psychopats”) nos presenta su tercer largometraje sobre una madre en busca de justicia. Mildred Hayes (Frances McDormand) decide que la forma más práctica para llamar la atención de las autoridades de una pequeña localidad en Missouri es alquilar tres carteles o avisos, dejándole un mensaje al sheriff local (Woody Harrelson) para reclamarle la falta de resultados en la búsqueda del asesino de su hija. Así es como comienza a gestarse un drama con mucho humor negro y situaciones totalmente inesperadas. Como ya es habitual en la filmografía de McDonagh, sus personajes son individuos de moral cuestionable que buscan hacer las cosas de forma poco ortodoxa. Habitualmente resulta difícil empatizar con ellos. “Three Billboards Outside Ebbing Missouri” es una película que sorprenderá por el ingenio y la frescura de su guion. Un relato que por medio de la acidez se encargará de hacer una crítica a la sociedad sobre el abuso policial, la falta de compromiso de las autoridades, la discriminación racial, entre muchos otros temas. A través del relato iremos viendo cómo los personajes irán transformándose a partir del contexto, y principalmente lo veremos plasmado en la excelente interpretación de Frances McDormand, componiendo a una mujer fuerte y decidida que cruzará barreras con tal de conseguir justicia. Un papel que quedará grabado en la memoria del espectador y que ya estuvo obteniendo su reconocimiento en la temporada de premios al igual que Sam Rockwell, quien también realiza un estupendo trabajo con un personaje complejo que tendrá un fuerte cambio a lo largo del metraje. Acompañan muy bien a la protagonista Woody Harrelson con un peculiar Sheriff atravesado por su estilo característico, Peter Dinklage y Abbie Cornish, ambos con roles discretos pero efectivos. McDonagh ofrece un gran trabajo como director y guionista, proporcionando uno de esos largometrajes sorprendentes. No solo funciona a nivel narrativo e interpretativo sino que además cuenta con una vibrante banda sonora y una fotografía que logra crear una atmósfera opresiva, fría y melancólica. Quizás la mayor virtud de la película radica en dejar de lado la investigación policial en sí, para centrarse en el trasfondo de una familia, y en especial una madre, destrozada por la muerte de su descendencia y todo lo que conlleva ese entorno. La trama prioriza o motiva narrar los acontecimientos relacionados a la reaccionaria actitud de esta mujer que busca justicia sin importar los medios con los que se la obtenga. También resulta sumamente atractivo profundizar en ese contexto de pueblo chico donde todos se conocen, y donde cada acción tiene una reacción inmediatamente cercana. A su vez, tenemos la contraparte de las autoridades tratando de defenderse y salir de aquel letargo, para mostrarles a los ciudadanos y a aquella familia que no se encuentran indiferentes ante el hecho. En síntesis, “Three Billboards Outside Ebbing Missouri” es una película que cuenta con grandes actuaciones, una labor técnica impecable, diálogos inteligentes y audaces, vueltas de tuerca inesperadas, y mucha personalidad narrativa. Un relato sorprendente, formidable, fuerte y entretenido al mismo tiempo. El director nos ofrece una mirada cínica y ácida sobre el racismo, el sexismo, la burocracia y la procrastinación. ¿Cómo un film puede ser tantas cosas a la vez? Pregúntele a la poderosa pluma de McDonagh.
La película francesa nos trae un duro relato sobre la lucha contra el virus del HIV a principios de los años ’90. A veces el cine no solo nos cuenta historias, sino que busca trascender y hacernos reflexionar, atravesar por distintas emociones y/o presentarnos una idea que surge de la mente del autor. En esta ocasión, “120 Pulsaciones por Minuto” intenta concientizar sobre los derechos y la lucha de las personas afectadas por el virus del SIDA. Si bien la cinta nos muestra el período histórico correspondiente a la etapa inicial, donde se sabía poco y nada de la enfermedad, se nos expone que algunas cosas no cambiaron demasiado y siguen siendo parte del prejuicio social y la falta de políticas por parte del Estado. El relato se sitúa en París, a principios de los años 90. Un grupo de jóvenes activistas intenta generar conciencia sobre el SIDA. Un nuevo miembro del grupo, Nathan, quedará sorprendido ante la radicalidad y energía de Sean (Nahuel Pérez Biscayart), que gasta su último aliento en la lucha. La historia irá alternando las protestas y eventos relacionados con la agrupación Act-Up París, que se nos presentan de forma cuasi documental, donde lo que importa son las palabras y el aprovechamiento del tiempo para las personas que pelean por tener un día más, con la relación que comienzan a desarrollar estos individuos. Porque seguir viviendo, enamorarse, salir y convivir es parte de la lucha. Robin Campillo (“Les Revenants”) nos otorga un relato puro y duro donde nos cuenta, sin pelos en la lengua, la vida de estos activistas que se ven involucrados en política y en protesta social con el objetivo de informar a las personas de una enfermedad en pleno surgimiento. A su vez, la cámara tomará un rol privilegiado de testigo con la cual podrá conocerse más de la intimidad de estas personas tanto en el plano militante como en el plano social, personal y afectivo. El elenco esta magníficamente elegido y se destaca el actor argentino Biscayart que nos otorga una de sus mejores actuaciones hasta la fecha. La banda sonora es otro de los puntos altos y toma un rol preponderante en esos momentos donde los personajes buscan liberar tensiones y relajarse entre cada enfrentamiento frente a los médicos y la industria farmacéutica. Resulta interesante ver esos vaivenes entre el colectivo de personajes y el protagonismo que toma Sean al combatir en el grupo y contra el deterioro de su propio cuerpo. A su vez, la película utiliza la ironía para manejar ciertos pasajes de la narración. Cuando Nathan comienza a conocer a Sean, le pregunta: “¿Qué haces? ¿De qué trabajas?” a lo que el otro responde: “Soy HIV Positivo”. Duro pero real, un grupo de personas marginadas por la sociedad y sin ningún proyecto de vida digna en puertas, como consecuencia de la ignorancia y el rechazo colectivo. “120 battements par minute” es un ejercicio cinematográfico tanto interesante como necesario. Una crónica de un período de la historia que muestra cómo un grupo de personas logran hacerle frente a la indiferencia, día a día, minuto a minuto, 120 latidos a la vez (la frecuencia cardíaca media).
El nuevo film de Disney Pixar es una fantástica historia sobre el amor, los recuerdos y la importancia de la familia. Como ya es costumbre, Pixar nos vuelve a sorprender con un relato que desborda originalidad. El contexto elegido para desarrollar esta fábula es en la tierra de México y más precisamente, durante la popular festividad de “el día de los muertos”. Allí conoceremos a Miguel (Anthony González), un joven con el sueño de convertirse en leyenda de la música, al igual que su referente musical Ernesto De La Cruz (Benjamin Bratt). A pesar de la peculiar prohibición de sus parientes, su pasión lo llevará a adentrarse en la extravagante y por demás colorida “Tierra de los Muertos” para conocer su verdadero legado familiar. Para ello contará con la ayuda de Dante, el perro callejero del pueblo, y Héctor (Gael García Bernal) un adorable timador que también lo acompañará en la epopeya por motivos poco altruistas. Al igual que estos queribles personajes que vuelven del más allá, la historia presenta un alma enorme, garantizando la presencia en la memoria tanto en chicos como en adultos, siendo testigos de una narrativa interesante, entretenida, tierna y reflexiva (gran composición de Adrián Molina y Matthew Aldrich, guionistas de la película). Además, podrán disfrutar de un trabajo de animación impecable, plagado de colores vivos, un diseño de personajes atractivo y una detallada labor de texturas y fondos. Por otro lado, Michael Giacchino (“Up”, “Inside Out”) nos otorga una excelente banda sonora que nos introduce en melodías de origen latino que acompañan muy bien al maravilloso aspecto visual de la historia. El elenco que aporta sus voces a los personajes está muy bien seleccionado y fue verdaderamente un acierto buscar actores latinos o hispanohablantes, ya que le dan un toque personalizado y más fiel, que intérpretes norteamericanos no hubieran podido otorgarle (probablemente cayendo en estereotipos). Se destacan las labores de Anthony González y Gael García Bernal. Las canciones y los números musicales son verdaderamente atractivos y no llegan a causar agotamiento como solía pasar en las películas más clásicas de Disney. Lo interesante y más destacable de la producción tiene que ver con algo que Pixar sabe hacer muy bien, y que muchos otros estudios no hacen. Y es la cuestión de no subestimar a los chicos. El relato que presenta “Coco” es realmente atractivo y complejo, debido a que intenta introducir a los niños a temáticas más adultas como por ejemplo: la muerte, la recordación de los seres queridos y la importancia de los vínculos familiares. Es muy difícil explicarles a los más pequeños qué es la muerte y qué pasa con las personas luego de fallecer. Es ahí cuando Pixar (muchas veces al borde de caer en lo macabro pero saliendo airoso) logra ofrecer una mirada respetuosa, conmovedora y entretenida sobre el final de la vida. La realidad alternativa que crea es divertida, tierna e inteligente, dejando también guiños para los adultos, recordemos que ese perro/guía espiritual lleva el nombre Dante haciendo alusión al poeta italiano Dante Alighieri, quien en “La Divina Comedia” narró una historia sobre la vida después de la muerte. Con este libro que se divide en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso, podríamos decir que esas separaciones se condicen con los tres actos del relato. En la primera parte Miguel tiene prohibido ser quien quiere ser, un músico y tocar para la gente. Es ahí cuando vive un verdadero infierno. Luego en el segundo acto se ve llevado involuntariamente a la tierra de los muertos donde debe conseguir la forma de volver a la vida (purgatorio) y en el desenlace comenzará el ascenso al paraíso donde intente alcanzar su objetivo. “Coco” representa una travesía extraordinaria que gustará a todas las edades. Un trabajo sumamente cuidado tanto desde la narrativa como desde la animación, que si bien puede tener algunos conceptos que nos recuerden a la mitología Burtoniana (en especial a “El Cadáver de la Novia” y a “Beetlejuice”, ambos films también trataban sobre la vida después de la muerte), logra desarrollar una voz propia por medio de un cuidado estudio de la cultura mexicana. Es la película más importante de la era Trump, mostrando que el arte busca romper muros en vez de crearlos. Un film sincero, lleno de corazón y personajes dimensionales muy atractivos. Nuevamente Pixar vuelve a triunfar por medio de una historia original, franca y emocionante.
Woody Allen es de esos directores que no paran. El realizador de joyas como “Love and Death” (1975), “The Purple Rose of Cairo” (1985) y “Match Point” (2005) nos ofrece un promedio envidiable de una película por año a la edad de 82. Incluso en estos tiempos convulsionados donde salen a relucir ciertas polémicas que rodean al autor, no influyen en su apretada agenda cinematográfica que continúa a pesar de las denuncias en su contra. Más allá de que cierto sector de la industria lo sigue encubriendo y de lo repudiable de su comportamiento, aquí no juzgaremos su desempeño como persona sino como cineasta. A principios de este año estrenó este largometraje conocido en nuestras pampas como “La Rueda de la Maravilla”, el cual nos cuenta una historia que transcurre en la Coney Island de la década de los 50. La misma está protagonizada por el joven Mickey Rubin (Justin Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y su esposa Ginny (Kate Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco la vida de todos se complica cuando aparece Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty, que está huyendo de un grupo de mafiosos. Como es de esperar, el film traerá ciertos elementos dignos de una tragedia griega, donde los personajes actuarán y tomarán decisiones que serán determinantes en el resto de sus vidas. También se trabaja, como es habitual, la incidencia de las fuerzas del destino que proceden de manera definitiva en las profundas o nimias existencias de cada personaje. Es así como Mickey comenzará un romance con Ginny, haciendo que ésta se sienta querida nuevamente y produciendo un enamoramiento que para una de las partes puede ser un amor de verano y para la otra un acto de escapismo de la pesada rutina de la vida cotidiana. Romance, engaño, peligro y un destino fatídico conforman varias temáticas que se viene trabajando en la filmografía de Allen. Una comedia dramática con mayor profundidad que sus homólogas hollywoodenses, donde los enredos y los problemas que tienen los protagonistas calan más hondo que en muchas otras películas de este estilo. Este particular romance de época cuenta con un elenco envidiable, donde todos sus intérpretes logran redondear una estupenda performance. Sumado al excelente (como es habitual) trabajo de Kate Winslet, consigue ser realmente destacable la actuación de Jim Belushi, quizás una de las mejores de su carrera. Por otro lado, tanto Timberlake como Temple demuestran su joven talento al poder plasmar esa cuota de ingenuidad, producto de su floreciente amor juvenil. Si bien el largometraje transita ciertos temas y lugares comunes que vimos en tantos otros relatos del director, “Wonder Wheel” resulta una digna adhesión a su filmografía. Lo más destacable de la obra en cuestión reside en el aspecto visual del film. Desde que Woody Allen comenzó a incluir al Maestro Vittorio Storaro (“Apocalypse Now”) en sus trabajos, la fotografía y el manejo de cámara de sus películas pasaron a ser algo realmente excelso. Generalmente, las últimas cintas de Allen comprendían grandes tareas narrativas pero que se veían como teatro filmado. No es por desmerecer el compromiso del artista de turno, pero genuinamente podemos decir que se destaca el poderío audiovisual del largometraje gracias a la tremenda labor del director de fotografía italiano. Quizás haya vuelto ese gran aspecto artístico que veíamos en relatos como “The Purple Rose of Cairo”, donde Gordon Willis sacaba a relucir un trabajo estético impecable para acompañar a la usual verborragia narrativa del director octogenario. “Wonder Wheel” resulta ser una tremenda maravilla visual al exteriorizar los sentimientos de los personajes y sus destinos por medio de los colores saturados y ese mundo de fantasía compuesto por la feria que rodea/tapa las miserias de la vida cotidiana de sus trabajadores. Un film que si bien no es la mejor obra de Woody, sí podríamos decir que es realmente disfrutable.