Resulta difícil recordar que en una época Liam Neeson fue un actor sumamente versátil y con interpretaciones tan variadas como disímiles. El artista de origen irlandés comenzó su carrera en el cine a fines de los años ’70 y poco a poco fue demostrando su talento en diversos trabajos que iban desde el género fantástico como en «Excalibur» (1981) de John Boorman hasta dramas históricos como «The Mission» (1986) de Roland Joffé. No obstante, la fama y el reconocimiento le llegarían en los ’90 donde inició con un protagónico bastante importante en «Darkman» (1990) de Sam Raimi pero consiguiendo su rol consagratorio 3 años más tarde con la película que lo pondría en el ojo de todos, «Schindler’s List» (1993) de Steven Spielberg. Dicho film lo marcaría para siempre, abriéndole varias puertas y consiguiéndole papeles importantes tanto dentro del mainstream hollywoodense como de trabajos por fuera de ese ámbito. El resto ya es sabido, participó en películas como «Star Wars: Episode I» (1999), «Batman Begins» (2005) y varias otras. Pero podemos decir que su vida/carrera (o al menos de ahí en adelante) cambiaría a partir del 2008 cuando protagonizó «Taken», un largometraje de Pierre Morel producido por Luc Besson, que lo tenía como un agente retirado de la CIA que llega a Europa para salvar a su hija, que fue secuestrada durante un viaje a París. Aquel film lo reconvertiría en un héroe de acción tardío, al estilo de Charles Bronson, que lo pondría en boca de todos, tanto las viejas generaciones que lo venían viendo en pantalla hace tiempo como las nuevas que directamente lo conocerían por esta faceta heroica y también por la amplia catarata de memes en internet. A partir de entonces fue protagonizando distintos vehículos de acción que iban desde las secuelas de «Taken» hasta varios relatos dirigidos por el español, Jaume Collet-Serra («Unknown», 2011; «Non-Stop», 2014; «Run All Night», 2015 y «The Commuter», 2018). Varias de estas películas funcionaban como entretenimiento pochoclero más que digno y otras parecían entrar en un espiral derivativo con poca imaginación. «Venganza Implacable» (cuyo título original es «Honest Thief») se encuentra en un lugar intermedio, sin destacarse del todo entre la gran oferta de películas de acción interpretadas por Liam Neeson del 2008 para acá pero tampoco sin ser un desastre como la reciente «The Marksman» (2021). El largometraje sigue a Tom Dolan (Neeson), un ladrón de bancos que tras varios robos exitosos conoce a Annie Wilkins (Kate Walsh), una estudiante de posgrado de psicología que trabaja en un lugar de alquiler de depósitos para el guardado de pertenencias. Ambos se enamoran y Tom decide dejar atrás su pasado como ladrón y entregarse a la justicia para de esta forma obtener una condena reducida y poder pasar el resto de su vida junto a la mujer que ama sin ningún tipo de secreto o culpa. El problema es que se sincera con unos agentes del FBI (Jay Courtney y Anthony Ramos) bastante corruptos que deciden quedarse con el dinero que Tom quería devolver e inculparlo del asesinato de otro agente. De esta forma el ladrón «honesto» deberá limpiar su nombre y utilizar sus habilidades como exmarine para sobrevivir. Este thriller de acción con toques de película romántica presenta varios lugares comunes, como el agente corrupto sin escrúpulos y su compañero con dudas, el protagonista que debe limpiar su nombre por un crimen que no cometió, el oficial que sí empatiza con el héroe (o antihéroe), y su interés romántico que tiene reparos, pero en el fondo ama al protagonista. Claramente este film no pretende reinventar la rueda y parece conocer sus limitaciones, pero se beneficia de un Neeson completamente comprometido con su rol, una buena química entre él y Kate Walsh, y una historia que a pesar de ser bastante sencilla sabe utilizar a su estrella sin comprometerla, algo que la tercera parte de «Taken» y otros relatos no pudieron lograr. En estos casos, hicieron que Neeson luzca un poco mayor a sus 69 años para realizar los stunts y las peleas en las que se lo situaba, algo que «Venganza Implacable» consigue enmascarar o disimular con bastante éxito. «Venganza Implacable» es un film que se queda a medio camino con un puñado de buenas ideas y otras un tanto predecibles, con un buen ritmo y escenas de acción logradas, aunque por momentos también peca de inverosímil e incluso de empalagoso.
La suspensión de la incredulidad es una convención que los espectadores aceptan a la hora de enfrentarse a una película. En realidad, es una expresión que viene desde el siglo XIX, más precisamente de 1817 y fue acuñada por el filósofo Samuel Taylor Coleridge, refiriéndose más que nada a las obras literarias y teatrales pero que hoy en día se extendieron a otros medios de expresión artística. Dicho pacto comprende una voluntad del espectador de aceptar ciertas premisas y/o elementos de la ficción aun cuando sean fantásticas o imposibles en la vida real pero que resulten creíbles en el verosímil que construye el propio relato. Todo esto comprendiendo una diegesis donde el público pueda adentrarse y disfrutar del viaje sin ningún tipo de reparos. ¿Por qué toda esta introducción pesada antes de hablar del más reciente trabajo de James Wan?, se preguntarán. Y es que «Malignant» (título original de la película) es uno de los largometrajes más osados del director y uno de los que más estira/manipula su verosímil al punto de que probablemente un gran sector del público no termine de acordar con dicho relato o lo sienta bastante caprichoso en algunos aspectos. Si uno ve los trailers del largometraje, todo apunta a que estamos ante otra película de casas embrujadas, algo que ya hemos visto infinidad de veces y que el propio Wan ya supo explotar tanto en «The Conjuring» (2013) como en su respectiva secuela «The Conjuring 2» (2016), y también en «Insidious» (2010), dos de las ahora ya extensas sagas que llevaron a James Wan a convertirse en una de las figuras más importantes del cine de terror del mainstream contemporáneo. No obstante, nada más alejado de la realidad, ya que «Maligno» es un film de terror que coquetea más con lo paranormal (a primera vista) y luego con el policial y el llamado «Body horror». Pareciera que el director decide alejarse momentáneamente de lo que supo hacerlo famoso y volcarse hacia un terreno más salvaje. En esta oportunidad, el director de «Saw» parece volver más a sus inicios, ofreciendo un relato que juega con lo absurdo y la excentricidad, algo que pudimos ver en parte en «Dead Silence» (2007). Igualmente, aquí se puede ver a un director más maduro donde se mantiene más el foco en una cuidada puesta en escena, un diseño visual impactante que se beneficia del virtuosismo del propio Wan para manejarse dentro del espacio escénico y ofrecer formas creativas de retratar los acontecimientos (especialmente con atractivos movimientos y posiciones de cámara que además de proeza técnica conllevan una gran inventiva a nivel visual). A modo de breve resumen sin spoilers que puedan arruinar la experiencia cinematográfica, el film sigue a Madison (Annabelle Wallis), una mujer embarazada que lleva una vida bastante complicada con su pareja, un alcohólico y golpeador que la vive maltratando. Luego de un episodio de violencia doméstica, una extraña criatura parece acecharla tanto a ella como a su esposo. Simultáneamente Madison comienza a tener extrañas pesadillas y visiones que la paralizan mientras presencia cruentos y espeluznantes asesinatos. Todo parece empeorar cuando descubre que esos «sueños» son en verdad hechos consumados en la realidad. James Wan, además de ser un director prolífico dentro del género, resulta ser un gran conocedor del mismo, y por eso no resulta extraño que en su obra podamos ver algunas referencias a ciertos films. Algunos erróneamente conciben a «Maligno» como el «giallo» de Wan, pero si bien homenajea a algunos directores como por ejemplo a Lucio Fulci y algunos de sus largometrajes como podría ser en parte «Siete Notas en Negro» (1977), además de utilizar algunos mecanismos del subgénero a su antojo (guantes negros, armas blancas, etc), aquí la obra representa un clásico film de terror que se nutre de la visión moderna de su autor para obtener un film tan particular como propio. Y es que como mencionamos antes Wan es un gran conocedor del género y decide acatar varios de los clichés y lugares comunes que habitan en él para subvertirlos, exagerarlos y llevarlos al extremo, desafiando toda lógica y realismo. Pareciera como si Wan se hubiera cansado de haber estado encerrado varios años en el Universo Warren y el de Insidious para volver a sus orígenes y ofrecer un relato tan desfachatado como personal, que homenajea a ciertas películas de Fulci y de Argento, pero también al cine de Cronenberg, el de Raimi y el de Brian De Palma. Incluso entre sus homenajes y su forma de abrazar por momentos el ridículo, podemos vislumbrar algunas cuestiones de «Basket Case» (1982) de Frank Henenlotter, componiendo una extraña mezcla de elementos que llevan a que el relato se sienta un tanto irregular, pero a la vez tan personal como atractivo. James Wan ofrece un film que no da respiro desde un prólogo que arranca a toda velocidad, situándonos en un mundo de ensoñación pesadillezca como el que sufre la protagonista para luego ir paseándonos por atmósferas opresivas llenas de violencia y sangre. Asimismo, nos presentará algunos giros sorprendentes que nos golpearán con ciertas dosis de absurdo y de extrañeza. Un film que probablemente no sea del agrado de todo el mundo, y que por momentos sufra de algunas inconsistencias en el guion, al igual que de diálogos algo acartonados que igualmente parecen puestos adrede como parte de los códigos que busca emular el director. «Maligno» es un film entretenido y osado cuya existencia representa una rara avis dentro del cine hollywoodense. Un film difícil de explicar (y vender) que desafía tanto a los espectadores como a la habitual suspensión de la incredulidad a la que invitan los relatos.
Will Gluck («Easy A», «Friends with Benefits») había sido el responsable de brindarnos la primera entrega de «Peter Rabbit», aquel simpático y travieso conejo proveniente de la imaginación de la escritora inglesa, Beatrix Potter. Sus aventuras datan de 1902 y tuvo una aparición en 6 libros hasta el año 1912. Obviamente, el conejo tuvo sus diversas apariciones en otros medios y adaptaciones, pero nunca como protagonista indiscutido de un film hasta el 2018. Su primera aventura cinematográfica mezcla entre live action (con actores reales) y CGI para los animales, tuvo un recibimiento bastante aceptable por parte de la crítica y un buen desempeño en la taquilla, cosa que hizo acelerar su secuela que nos termina llegando en pleno contexto pandémico. La fábula pergeñada por Potter relata las travesuras de Peter, un conejo que siempre logra meterse en problemas por más que intente mantenerse alejado de ellos. En la primera entrega cinematográfica protagonizada por este simpático mamífero, Peter Rabbit (con la voz de James Corden) debía lidiar con su vecino Thomas McGregor (Domhnall Gleeson) quien no solo intentaba alejarlo violentamente de su huerta, sino que además, estaba interesado afectivamente en la dueña y protectora de Peter y sus amigos, la tierna vecina Bea (Rose Byrne). En esta oportunidad, luego de que la pareja de Thomas y Bea hayan decidido casarse y formar una familia, los conejos parecen haber hecho una especie de tregua con McGregor, aunque igualmente los problemas no tardarán en llegar para Peter y sus amigos. El clan vivirá una aventura que los llevará a la ciudad y los pondrá en peligro, al mismo tiempo que la carrera de Bea como escritora será amenazada por Nigel Basil-Jones (David Oyelowo), el director de una editorial que busca explotar comercialmente el primer libro de la mujer basado en las aventuras de sus conejos mascotas. Con el éxito de la entrega anterior, no era de extrañar que «Petter Rabbit» siga un camino similar al del oso «Paddington» (otro reconocido personaje de la literatura inglesa) que también contó con su secuela años después de la buena recepción de la primera parte. Nuevamente nos encontramos con un largometraje que apunta directa y exclusivamente al público infantil. No obstante, hay ciertos gags y momentos que llamarán directamente la atención de los adultos, haciendo que la experiencia no sea del todo aburrida y aporte algo más que humor básico e inocente. El CGI está muy bien empleado y contrastado con los actores de carne y hueso, haciendo que en este relato se vea menos forzado que en otros. Al igual que en la primera parte, la obra atraviesa algunos pasajes de slapstick y comedia física, así como también algunos instantes de violencia caricaturesca. Por otro lado, algo que le da a esta película un valor añadido respecto a su predecesora es cómo por momentos se incurre en una autorreflexión y autoconsciencia inspirada en la que se contrasta la existencia de la propia secuela con los fines materiales del personaje de Oyelowo que sugiere algunas ideas disparatadas para las aventuras literarias de los personajes de Bea que después terminan replicándose en la estructura del propio film. Obviamente, que «Peter Rabbit 2» no busca reinventar el género ni mucho menos, e incluso tiene algunos momentos predecibles y esperables dentro de los tropos del cine infantil y/o familiar, pero logra brindar una hora y media de entretenimiento alocado para los más chicos y sus padres. Will Gluck parece sentirse cómodo dentro de este universo y logra aggiornar la magia del personaje literario en un film que mantiene el espíritu de la obra original.
En 2004, el ahora reconocido James Wan (creador de «El Conjuro» e «Insidious») adaptó un cortometraje que había coescrito junto a Leigh Whannel («Upgrade», «The Invisible Man») a la pantalla grande. Ambos realizadores comenzarían un ascenso meteórico con esta pequeña película titulada «Saw» que marcaría el comienzo de una longeva y exitosa saga. Aquel film inicial presentaba una atrapante premisa donde dos personas eran sometidas a juegos macabros por medio de un despiadado asesino serial y la investigación policial que se desprende de la búsqueda de dicho homicida. La película recordaba un poco a «Cube» (1997) pero más tirando a un thriller policial, lo cual le daba un toque más atractivo e intrigante a la trama. «Saw» comprendía una obra pequeña que tuvo un costo cercano a los 1.2 millones de dólares y llegó a recaudar 103.9 millones. Obviamente, el éxito fue tan gigante que las secuelas fueron encargadas prácticamente de inmediato. La saga fue exprimida hasta tal punto que desde el 2004 hasta el 2010 hubo una película por año para el mes de octubre durante la época de Halloween. Luego hubo en 2017 intentaron revivir la saga con una entrega más, la cual sufría de los mismos problemas que tenían el resto de las continuaciones, que solo buscaban explotar el costado gore y más grafico del asunto, con tramas y actuaciones pobres que eran una mera excusa para ver formas elaboradas y creativas de torturar a los personajes. Cuando años más tarde se conoció que se estaba trabajando en un reboot de la franquicia producido y protagonizado por Chris Rock, parecía algo extraño, pero ligeramente atractivo como para ver si se rompía el molde. Luego apareció el primer trailer donde también se lo podía ver a Samuel L. Jackson («Pulp Fiction») haciendo de las suyas, y un look aggiornado seguido de lo que se podía ver como un presupuesto mucho más alto al que estaba acostumbrada la franquicia, con lo que hubo un mínimo interés en ver qué pretendía Lionsgate para resucitar a uno de sus productos más exitosos. Sin embargo, viendo el resultado, si bien «Spiral: From the Book of Saw» puede ser más interesante que varias de las secuelas de la saga, no ofrece nada nuevo y termina siendo más de lo mismo. En esta oportunidad, el largometraje se centra en el detective Ezekiel «Zeke» Banks (Chris Rock), quien vive a la sombra de su padre, el cual fue una figura importante dentro de la fuerza policial. Eso sumado al hecho de que Zeke denunció a su excompañero por corrupción, hace que nadie quiera trabajar con él. Un oficial novato (Max Minghella) entra al departamento de policía y es asignado como el nuevo compañero de Zeke, justo cuando comienza una investigación relacionada con una serie de asesinatos que albergan ciertos paralelismos con los de Jigsaw. Todo parece indicar que apareció un imitador o incluso un seguidor del viejo asesino serial, y a medida que van apareciendo los cadáveres, Zeke descubre que las nuevas víctimas son oficiales de policía corruptos, tales como el compañero que denunció. De esta forma se convierte en el epicentro del juego macabro del inteligente homicida. Probablemente podamos advertir y justificar el resultado en el hecho de que el encargado de llevar a «Saw» hacia nuevos horizontes no es otro más que Darren Lynn Bousman, director de «Saw» 2, 3 y 4 y otras tantas películas de terror menores que pasaron sin pena ni gloria. Acá podemos encontrar el primer error ya que traen a un viejo conocido para tratar de brindar algo «nuevo». Otro de los problemas del film recae en las paupérrimas interpretaciones que nos trae su elenco, principalmente Chris Rock que parece estar en un tono y registro distinto. Igualmente, «Saw» nunca se caracterizó por presentar grandes actuaciones, pero aquí esto es llevado al extremo, como también sus escasos recursos narrativos, entre los que se encuentran una enorme cantidad de flashbacks (algo habitual en la saga), para tratar de encontrarle algo de coherencia y cohesión al asunto, al mismo tiempo que busca intentar generar giros sorprendentes, pero pobremente motivados. No obstante, ¿Quién pretende algo nuevo de «Saw 9»? Hay que ser realistas y no pedirle más a una franquicia que parece haber desbarrancado hace rato y cuyos creadores han desaparecido tras la primera entrega y solamente han oficiado de productores. Si dejamos de lado las pretensiones y somos justos con el producto que se nos ofrece probablemente podamos disfrutar de algunos pasajes de esta película. En definitiva, es entretenida y no pretende ser más de lo que termina siendo. A esta altura el film no conseguirá nuevos seguidores ni tampoco nuevos detractores, es un film que se queda en el molde y no representa nada nuevo. Tal como sucede en el film, está entrega parece sufrir del efecto copycat del original tratado de emular la formula exitosa, pero sin llegar a convencer.
En 1992 se estrenaba «Candyman» de Bernard Rose, basada en un cuento de Clive Barker. El film de bajo presupuesto fue un éxito moderado que luego alcanzó un status de culto en el circuito de video hogareño. Por ese entonces, «Candyman» le dio una especie de aire fresco al slasher que había sido tan popular durante los ’80 y que había entrado en una especie de declive llegando al final de década, una pequeña revitalización que continuaría años más tarde «Scream» (1996) de Wes Craven. La película de Bernard Rose tuvo dos secuelas que no pudieron conseguir la originalidad de la entrega original y medio que la saga quedó ahí juntando polvo en un estante. Debido a la falta de ideas reinante en la industria hollywoodense era de esperar que un producto tan atractivo tuviera su «revival». Así como «Halloween» tuvo su reinicio hace unos años (y dentro de unas semanas tendremos la secuela de dicho reboot), acá le llegó la hora a «Candyman», aquel mítico personaje que hizo famoso Tony Todd con su interpretación. Incluso podríamos decir que el film de Nia DaCosta busca seguir exactamente los mismos pasos de «Halloween», ya que este relanzamiento compone una continuación directa del film original, desconociendo o ignorando al resto de las secuelas. Esta secuela/reboot o soft reboot presenta algunas ideas interesantes que buscan explorar el costado más atractivo de la leyenda urbana de «Candyman» para actualizarla y llevarla a los tiempos que corren. La cuestión racial, la gentrificación, la brutalidad y la discriminación policial, al igual que una profunda crítica al mundo del arte, son algunos de los tropos que busca trabajar este largometraje, que enriquecen la experiencia y llevan este producto un poco más allá, ya que son temas que se encuentran muy a flor de piel en la sociedad norteamericana actual. Obviamente, que hay cuestiones que ya estaban sugeridas y trabajadas tanto en el material literario que originó esta saga como en el film de 1992, lo cierto es que en esta oportunidad son llevados con una mirada más empática, con un protagonista afroamericano (a diferencia de la obra original protagonizada por Virginia Madsen) y con una necesidad de inmediatez mayor que la que reinaba en los ’90. Todo esto fue posible gracias a la fresca mirada de la joven directora Nia DaCosta y la visión del productor y guionista del largometraje Jordan Peele («Get Out», «Us»), uno de los realizadores más interesantes que dio Hollywood en los últimos años y que también trabajó en la temática de la violencia racial en EEUU. Con todo esto como antecedente, la expectativa era bastante grande y el resultado, aunque es más que digno, denota cierta preocupación en dejar subrayado su tópico, cosa que a fin de cuentas parece subestimar al espectador. A breve modo de introducción al film, sin caer en la tendencia «reseñista» de la crítica actual, el film se sitúa en Chicago, exactamente en el mismo barrio que la historia original. Cabrini Green, que era un distrito bastante pobre de la ciudad, comenzó a ser parte de la gentrificación que sufren muchos de los barrios y sectores de las ciudades estadounidenses, como una especie de tendencia empezada por los artistas que se mudan a dichos lugares debido a los bajos costos de las viviendas. Una década después de que la última torre de los proyectos de Cabrini fuese derribada, el artista visual Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen) y su novia Brianna Cartwright (Teyonah Parris), se mudan a un lujoso departamento de un barrio ahora irreconocible. Allí el artista comenzará a investigar y descubrir la historia del famoso (ahora olvidado) asesino del gancho en la mano, que era invocado repitiendo su nombre 5 veces frente al espejo. El film de 90 minutos, se toma casi un tercio de duración para introducir el tema, el lugar y sus personajes, algo que hace que se sienta largo, ya que para cuando empieza la trama principal, luego se vuelve todo muy apresurado y caótico. Asimismo, es sabido que el terror es uno de los géneros más propicios para construir una narrativa que dialogue con temas reales, pero aquí el trazo grueso y la obviedad de algunos momentos (especialmente el final de la película) le quitan peso a una historia con buenas premisas e intenciones, al igual que a una dirección más que lograda de Nia DaCosta con algunas ideas visuales muy interesantes. «Candyman» es una película que parece quedarse a mitad de camino entre lo obvio y lo necesario, entre las buenas ideas y las trilladas. Un film que resulta más interesante que lo que hemos visto últimamente dentro del género gracias a una interpretación sólida de Yahya Abdul-Mateen y una clara visión de Nia DaCosta en la dirección.
Guy Ritchie («Snatch», «Lock», «Stock and Two Smoking Barrels») parece haber encontrado nuevamente el rumbo en este film, en el cual se pueden vislumbrar algunos aspectos que vimos en sus comienzos y que lo catapultaron a la fama. El director de origen británico prácticamente desde «RocknRolla» (2008) que no encara una película personal o al menos una basada en una idea original que no se desprenda de la literatura, alguna franquicia o programa de televisión. Si bien podemos ver que hubo un intento reciente por volver a los orígenes con «The Gentlemen» (2019), Ritchie estuvo casi una década realizando grandes producciones por encargo, como las películas de Sherlock Holmes, la remake de «El Agente de C.I.P.O.L» (2015), su pobre aproximación a la leyenda de «El Rey Arturo» (2017) y la versión live action de «Aladdin» (2019). Si bien este film está muy libremente basado en una película francesa de 2004, en él podemos distinguir cierta personalidad o actitud donde Ritchie vuelve a demostrar su talento como narrador. Igualmente, estamos ante una obra que a simple vista podría haber sido dirigida por cualquier director, ya que no presenta un sello distintivo o un signo autoral claramente reconocible como si pasaba en «Snatch» (2000), en su ópera prima o incluso en «RocknRolla», pero sí estaremos ante un relato sólido, con un protagonista bien definido, una trama interesante y unas escenas de acción a puro ritmo y frenetismo. El largometraje sigue a la figura enigmática de H (Jason Statham, que había trabajado previamente en dos oportunidades con el director), un tipo rudo que se incorpora como guardia de seguridad a una empresa de camiones blindados. En plena rutina laboral su camión de caudales sufre un intento de robo y logra demostrar su poder y frialdad para deshacerse de los ladrones. En ese momento su jefe, y varios de sus compañeros, entre ellos Dave (Josh Harnett) y Bullet (Holt McCallany), se quedan sorprendidos y preguntándose realmente cuál es su pasado y experiencia. Algo que más temprano que tarde terminaran descubriendo ya que H tiene algunas ideas en mente. Por momentos heist movie, por momentos thriller de acción, el film se desenvuelve con un tono más oscuro al que nos suele tener acostumbrados el director y con un estilo más solemne sin su habitual despliegue técnico y visual impactante. Probablemente, Ritchie buscó una crudeza más realista que lo aleje un poco de lo que venía haciendo para sorprender por medio del mismo relato, sus giros y los ases que guarda bajo la manga que se develan poco a poco con la estructura que va y viene en el tiempo, entre pasado y presente, revelando algunas cuestiones del protagonista y tomando distintos puntos de vista de varios personajes. Si bien hay algunos momentos anticipables, la película comprende un viaje sumamente entretenido y disfrutable. «Wrath of Men» es una película que vuelve a mostrar a Guy Ritchie en gran forma, por medio de un relato atrapante que mezcla película de atracos, con revenge thriller y el cine de acción. Un film que se nutre de la visión del director (así como también de su vuelta al género que mejor le sienta) y de su colaboración con un Statham que sigue explotando su faceta de héroe/antihéroe de acción, pero en esta oportunidad, en un relato con más cabeza que fuerza bruta.
Lisa Joy (co-creadora y showrunner de «Westworld») hace su debut cinematográfico con «Reminiscence», un neonoir futurista con algunas buenas ideas que no termina de explotar del todo. El largometraje combina varios elementos del film noir con la ciencia ficción para contar la historia de Nick Bannister (interpretado por Hugh Jackman), quien junto a su colega Watts (Thandie Newton) trabajan en una calurosa y húmeda Miami, dominada por los terratenientes y sumergida en gran parte bajo el mar por el avance del calentamiento global. Ambos utilizan una máquina que les permite a los clientes que frecuentan el negocio, revivir o visitar ciertos recuerdos que guardan en lo profundo de sus mentes. Un día, la vida de Nick cambiará con la aparición de Mae (Rebecca Ferguson), una nueva clienta. Aunque Mae solo acude a su consulta para encontrar unas llaves extraviadas, se convertirá en una peligrosa obsesión. Mientras Bannister intenta encontrar el motivo de la desaparición de Mae, descubre una violenta conspiración que pondrá en jaque su vida y la de la gente que lo rodea. Por momentos, «Reminiscencia «parece remitirnos a relatos que aplican mejor los conceptos y los géneros sobre los que trabaja. Basta con pensar en «Inception» (2010) de Christopher Nolan en su mirada creativa para ahondar en la mente humana los sueños y la diferencia entre la realidad y lo imaginario, o incluso en la mirada distopíca de Philip Dick visitada en 2002 en la película de Steven Spielberg «Minority Report» para ver cómo aquellas personas metidas en cápsulas de agua (similares a las que usan los personajes en este largometraje) para tener visiones que los lleven a resolver posibles crímenes (un concepto que ahí apuntaba al futuro y que en este relato apuntan al pasado, desde la nostalgia hasta sus efectos que pueden influir en la investigación presente) como ejemplos que emplean mejor el escenario futurista y cientos de exponentes del policial negro donde la femme fatale (aquí representada en la figura de Ferguson) terminan acudiendo al héroe de la historia, sentenciando de manera taxativa el fatídico destino del protagonista también de forma más inspirada que en esta ocasión. Con esto no estoy diciendo que el relato sea catastrófico ni mucho menos, pero sí que la suma de sus partes no es del todo homogénea y que falla en varios aspectos. De todas formas, podemos destacar su bella dirección de fotografía y un tremendo diseño de producción para hacer realidad esa Miami distópica y corroída por la desigualdad social, pero incluso a nivel narrativo, a pesar de algunos giros interesantes, la película tiene un ritmo que no favorece a la intriga ni al suspenso. Por suerte siempre están Jackman, Newton y Ferguson para salvar el día brindando interpretaciones más que dignas y sobrellevar al relato cuando este tambalea. «Reminiscencia», al igual que a la nostalgia que apela el componente sci-fi de la película, quizás nos remite por momentos a exponentes mejores. Cuando intenta explorar las posibilidades que les ofrece el policial y deja, aunque sea algunos segundos el contexto futurista, es cuando el relato cobra vuelo y lleva al espectador a través de una laberíntica y entretenida trama. Una película interesante e imperfecta.
En 2017 se estrenaba la primera parte titulada «The Hitman’s Bodyguard», una buddy movie de esas que abundaban en los ’80 y ’90, que mezclaba acción y comedia que reunía a Samuel L. Jackson y a Ryan Reynolds, demostrando una gran química en pantalla a pesar de que la película no representaba nada nuevo u original. Un film entretenido, con momentos de comedia negra irreverente, que se beneficiaba de presentar un dúo protagónico atractivo que lograba una gran sinergia. Cuatro años después llega una secuela (bastante innecesaria, por cierto) cuyo título original es «The Hitman’s Wife’s Bodyguard», y que viene a subvertir la dinámica de la pareja protagónica incluyendo al personaje de Salma Hayek («From Dusk Till Dawn», «Traffic»), Sonia Kincaid, la esposa del personaje de Jackson, quien cobra mayor protagonismo que en la primera entrega. Esta secuela nos presenta al guardaespaldas Michael Bryce (Reynolds), pasando por un difícil momento tras los eventos de la película anterior, ya que le revocaron su licencia como protector. Bryce todavía se encuentra bajo investigación y decide tomarse un año sabático en las playas europeas y relajar después de tanto tiempo. No obstante, Sonia Kincaid (Hayek), la impulsiva e irascible esposa de Darius (Jackson), reaparece llevándole el peligro a Michael, cuando le pide ayuda para liberar a su marido quien fue secuestrado por unos matones. Lo que no sabe ninguno de los dos es que se verán envueltos en un peligroso complot mundial en el que está implicado un terrorista acaudalado de Grecia (Antonio Banderas) que busca la forma de demostrarle su poder a la Unión Europea la cual impuso severas sanciones a su nación. A su vez, el trío será perseguido por las fuerzas de Interpol comandadas por un agente de Boston (Frank Grillo), quien buscará la forma de utilizarlos para poder detener al terrorista. La película de Patrick Hughes, a pesar de tener un trío protagónico interesante, y de intentar corregir o diferenciar el rumbo de esta obra con la inclusión de Salma Hayek en un rol más principal, sufre de volver a repetir las fórmulas y convenciones de este tipo de films de «parejas disparejas» sin presentar nada nuevo u original en la ecuación. El humor en esta oportunidad tiene momentos en los que funciona y momentos en los que pifia, y hasta resulta un poco agotador ver como Ryan Reynolds sigue con el cassette de «Deadpool» pero sin la máscara. Incluso hasta hay mucho espacio para un slapstick medio inverosímil que no aporta demasiado en cuanto a gags. El guion tampoco ayuda y parece una mera excusa para poner a los personajes enfrentados y someterlos a unas elaboradas secuencias de acción con tiroteos y persecuciones atractivas que igualmente no compensan los desajustes narrativos. Por otro lado, todo parece demasiado exagerado y resulta excesivo en escena, algo que lleva por ejemplo a que los personajes estén bastante sobreactuados (más que nada podemos ver esto con Sonia, donde Salma Hayek hace lo que puede con lo poco que le da el guion). «Duro de Cuidar 2» es una secuela fallida que no aporta mucho al universo que vimos en el primer film y que a pesar de un par de buenas secuencias de acción y de tres actores comprometidos con la causa, resulta reiterativa, poco imaginativa, desmotivada e incluso exagerada. Un film que no logra aportar nada nuevo y que puede llegar a resultar aburrido en ciertos pasajes.
Shawn Levy («Night at the Museum», «Real Steel», «Date Night») es un director que hizo sus armas en la comedia (con películas buenas y malas) y que supo combinarla efectivamente con el cine de acción y aventuras. En esta oportunidad, nos trae una historia original (sin estar basada en ningún comic, película, producto audiovisual o literario preexistente) que cuenta con un guion de Matt Lieberman y Zak Penn. «Free Guy» se centra en Guy (Ryan Reynolds), un cajero de un banco que lleva una rutina bastante tranquila, monótona y repetitiva. Este solitario hombre, cuya existencia parece estar atravesada por una excesiva positividad, comienza a sentir que le faltan motivaciones u objetivos en su vida cotidiana. Un día el banco donde trabaja es asaltado y termina siendo rehén durante el atraco. Este hecho y algunas eventualidades dentro de Free City (su ciudad de residencia) junto con la llegada de una extraña y atractiva mujer (Jodie Comer) lo llevan a descubrir que en realidad es un personaje no jugable dentro de un videojuego de acción. Levy parece combinar conceptos de otros populares relatos tales como «The Truman Show» (1998) de Peter Weir o incluso la adaptación cinematográfica de la novela «Ready Player One» (2018) dirigida por Steven Spielberg (asimismo podríamos citar a «They Live» de John Carpenter con el recurso de los lentes que te hacen ver la realidad) para construir una historia que yuxtapone el atractivo mundo de los videojuegos con un relato del estilo «hombre descubre que su existencia es una farsa» brindando un film convencional en varios aspectos, pero efectivo en tantos otros. A esta altura Reynolds parece verse encasillado en el humor que adquirió luego de haber personificado al personaje de Deadpool en dos ocasiones («Deadpool» -2016- y «Deadpool 2» -2018-), no obstante, su querible Guy junto con personajes secundarios bien desarrollados, entre los que se destacan la coprotagonista Millie (Comer) junto a su avatar dentro del juego y Keys (Joe Keery), un desarrollador y programador del mundo gamer, hacen que el relato cobre fuerza y se sostenga con un guion correcto sin demasiadas pretensiones. La creación del universo que logra el relato resulta ser mucho más inspirada y digna que la de muchas de las adaptaciones de videojuegos que inundaron la pantalla grande durante los últimos años. Probablemente, el buen timing para la comedia que logra Levy junto con los talentosos interpretes que reúne, hacen que la experiencia sea entretenida a pesar de algunas falencias y recursos trillados. Por otro lado, la crítica a las corporaciones, el abuso de la tecnología y la lucha de los emprendedores frente a las grandes compañías que terminan «robando» sus ideas parecen enriquecer la experiencia, aunque resulte algo irónico viniendo de las entrañas de la propia Disney dueña de 20th Century Studios, compañía productora de la película. En suma, «Free Guy» parece presentar algunas buenas ideas contrapuestas con igual cantidad de clichés. Aun así, el film se nutre de buenos personajes (exceptuando quizás a un Taika Waititi exacerbado como el villano), un buen ritmo en lo que respecta a la comedia y un despliegue visual seductor. Una propuesta pasatista pero entretenida.
En el 2016 el director uruguayo Fede Álvarez había sorprendido con su segundo largometraje en Hollywood (tras aquella digna remake de «The Evil Dead» de 2013), titulado «Don’t Breathe» y que representaba uno de aquellos films del estilo de «Home Invasion» pero con una vuelta de tuerca. Esta vez los jóvenes ladrones que entraban a realizar un aparente «atraco perfecto» en la casa de un solitario no vidente, terminarían siendo las víctimas al darse cuenta de que el ciego en realidad era un veterano de guerra psicópata y con sed de venganza. Aquella película de bajo presupuesto demostró ser un éxito en taquilla y no tardó en confirmarse su secuela. Al principio Fede Álvarez iba a ser el encargado de sentarse nuevamente en la silla de director, pero finalmente fue el turno de Rodo Sayagues, su compatriota y socio. Una secuela de esta película se veía como una mala idea porque probablemente iba a resultar repetitiva y redundante. Las primeras reseñas tampoco dieron demasiada esperanza con lo que podríamos llegar a encontrarnos en este nuevo capitulo de «The Blind Man» (así es como se acredita al personaje interpretado por Stephen Lang). No obstante, tanto Sayagues como Álvarez (ambos guionistas de la película) le encontraron nuevamente una aproximación fresca y novedosa que hace que esta secuela se mantenga por sí misma a pesar de ser inferior a la original. El largometraje se sitúa varios años después de los eventos de la primera película, y esta vez se centra en el personaje del ciego que parece estar llevando una vida tranquila y apacible en su residencia junto a su pequeña hija Phoenix (Madelyn Grace). Sin embargo, el oscuro pasado del veterano tocará nuevamente a su puerta y el hombre deberá luchar por su supervivencia y la de la niña. Resulta interesante el enfoque que Sayagues le dio a esta película, ya que esta vez el protagonista es el villano de la entrega anterior, y su rol pasa a ser más el de un antihéroe. Obviamente que sigue siendo un individuo moralmente cuestionable, pero uno llega a empatizar con él, por todo lo que sufrió (su arco tiene más desarrollo en esta entrega) y además por sus acciones para rescatar a Phoenix, un vínculo que guarda muchas sorpresas a medida que avanza el relato. Nuevamente contamos con un tratamiento visualmente interesante, donde se destaca una dirección de fotografía bastante atractiva y expresiva, junto a una puesta de cámara elegante y funcional. Incluso durante la entrada de los «villanos» a la morada del personaje de Lang, somos testigos de un elaborado plano secuencia que no solo se luce a nivel técnico sino también que cumple con una función narrativa que enriquece y adorna al relato. Sayagues demuestra ser un narrador sólido y realiza una dirección más que acertada que parece ir bastante en consonancia con la de su socio Fede Álvarez, manejando los mismos códigos narrativos. Por otro lado, esta entrega no demuestra timidez a la hora de retratar la violencia con una mayor dosis de gore y siendo más grafica que su predecesora. «No Respires 2» resulta ser una secuela más que digna y entretenida que se beneficia de un enfoque diferente logrando distanciarse un poco de los acontecimientos de la original y sirviendo como un nuevo vehículo para el lucimiento de Stephen Lang. Además, al igual que la primera logra generar una atmósfera opresiva y angustiante que crea una tensión asfixiante que no te dará respiro hasta el final.