Principio y fin de una pasión La Palme d'Or del festival de Cannes a la mejor película fue otorgado este año a la épica y extraordinaria historia de amor La Vida de Adèle, que se estrena esta semana en cines argentinos. Tan descomunal es la película que el jurado y su presidente, el mismísimo Steven Spielberg, insistieron en que el premio fuera compartido entre su director, Abdellatif Kechiche, y sus dos protagonistas: Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Es que este film es uno de los retratos más apasionantes y desgarrantes del amor que se ha visto en el cine en los últimos tiempos. Cuenta la historia de Adèle (Exarchopoulos), una adolescente francesa que comienza a explorar su sexualidad y se da cuenta de que le falta algo. Pero su vida da un giro inesperado cuando en el medio de una calle transitada cruza miradas con Emma, una chica de pelo azul interpretada por Léa Seydoux. El famoso coup de foudre, o amor a primera vista. Las chispas que nacen entre las dos las llevan a una desenfrenada relación sexual y amorosa. Una escena de sexo explícita que dura más de siete minutos haría orgulloso al mismo Bertolucci –y quizás también lograría hacerlo sonrojar. Las tomas largas y la abundancia de los primeros planos de Kechiche crean una historia íntima e inolvidable, que diferencia a La Vida de Adèle de cualquier otra simple película romántica. Y también muestra los dos capítulos de casi todas las historias de amor: el apasionado y excitante comienzo y la ineludible colisión concluyente. Y, por supuesto, la inevitable ambigüedad final. El film dura tres horas. En esas tres horas lo que llena cada plano es Adèle: Adèle atándose el pelo, desatándoselo y volviéndoselo a atar; Adèle llorando; Adèle comiendo; Adèle durmiendo con la boca abierta, o desparramada en la cama con unos joggings, o corriendo un colectivo para ir al colegio mientras se levanta los jeans para que no se le caigan. En esta película no hay maquillaje ni embellecimientos. Las chicas se visten como chicas y no como Barbies perfectas, y discuten como personas reales –hubo un guión muy preciso pero se les pidió a las actrices que trataran de improvisar sus escenas. Cada detalle no hace otra cosa más que ofrecer un relato real y sincero, como las calles de la ciudad de Lille, normal y cotidiana, que contrasta con el casi omnipresente París de los films franceses de moda de los últimos años como Amélie. Y la actuación de sus protagonistas merece un capítulo aparte. Léa Seydoux (Medianoche en París, La Belle Personne), de 28 años, es ya una actriz consagrada en Francia, una fama que se está proyectando internacionalmente. Su retrato de la elitista y andrógina Emma es casi chocante con sus anteriores papeles, extremadamente femeninos. Y Adèle Exarchopoulos es simplemente una revelación. Con tan sólo 19 años –ahora 20- logró otorgarle a su personaje una franqueza y una madurez que resultan más que refrescantes hoy en día. Una sumersión emocional total de las actrices y una fotografía poéticamente realista hicieron de La Vida de Adèle una joya cinematográfica, y una de las mejores películas del año.
47 Ronin y la destrucción de una leyenda No hay nada más molesto que los protagonistas de una película hablen inglés en un film que transcurre en un lugar en el que se habla otra lengua. Esta incongruencia es a veces perdonada a favor de grandes épicas como Doctor Zhivago o Gladiador –Russell Crowe y el latín no pegarían demasiado. Pero ya hay un problema serio cuando los integrantes de un elenco casi enteramente japonés luchan por mantener cierta credibilidad al recitar líneas de un guión en un idioma que no es el suyo, enfundados con trajes de samuráis, mientras Keanu Reeves habla con marcado acento americano. La ilusión se desvanece. Pero el debate "inglés versus japonés" en 47 Ronin es el más pequeño de los detalles. El film adapta para la pantalla grande una de las leyendas más famosas y míticas de Japón. Cuenta la historia de un grupo de 47 ronin –samuráis sin señor al que servir- que deciden vengarse por la muerte y el deshonor de su maestro. De esta manera, acompañados por un mestizo al que discriminaron y torturaron por muchos años (Keanu Reeves), planean una estrategia para lograr su cometido y volver a recobrar el honor perdido de la estirpe de su pueblo y el linaje de su amo. Además de agregar de la nada al personaje de Reeves a una historia verdadera del siglo XVIII-que queda más fuera de lugar que un pingüino en el desierto- en un intento de seducir a la taquilla, la película se toma otras libertades. El film de Carl Rinsch transcurre en un Japón en la época feudal, en tiempos de "magia y misterio", según autoproclama. Es así que los ronin luchan con criaturas míticas y hechiceras que pueden transformarse en zorros blancos. Pero estos elementos fantásticos -que le proporcionan al largometraje un toque de color y atractivo a la casi aburrida trama- resultan chocantes y no logran ensamblarse bien con la premisa básica. A un ritmo un tanto lento por momentos, y con un promedio de 20 minutos de diálogo en las dos horas que dura la película, 47 Ronin se cree más épica y profunda de lo que realmente es. Éste es el debut cinematográfico de Rinsch, protegido de Ridley Scott. Y se nota. Sin importar la cantidad de CGI y bestias fantásticas que meta no puede dejar de ocultar la falta de emoción y substancia, a pesar de tratar temas como la redención y el honor. Pero no está solo en este circo, y el crédito por esta película insulsa y olvidable es compartido con los guionistas Chris Morgan y Hossein Amini, cuyas pocas y superficiales palabras –algo que en realidad le viene bastante bien a Keanu Reeves- contribuyen a la caída en picada del film a medida que van pasando los minutos. Capítulos aparte, sin embargo, son las actuaciones de Rinko Kikuchi (Brothers Bloom y Babel) y Hiroyuki Sanada (Wolverine y Sunshine: Alerta solar), que le dieron a la película toda la fuerza y la épica que les fue posible, y lograron que no terminara siendo un fracaso total. Contrastan notablemente con Keanu Reeves, que supuestamente es el personaje principal pero cuya presencia emocional brilla por su ausencia. 47 Ronin es, entonces, el resultado de lo que pasaría si tomamos una de esas típicas películas de artes marciales que pasan los domingos en los canales de aire y la maquillamos con efectos visuales y mucho presupuesto. Lejos de ser un buen ejemplo del cine japonés, de ahora en más será sacrilegio siquiera mencionar a este film en la misma categoría de Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa.
Juegos de niños Entre entrenamientos de lucha en Gravedad Cero, naves espaciales y video juegos se asoma El Juego de Ender, la aventura astro-espacial basada en la novela homónima de ciencia ficción de Orson Scott Card, publicada en 1985. Con efectos visuales impresionantes y reflexiones sobre los deberes morales y la culpa aplastante de la guerra, el film, a pesar de sus varias fallas estructurales, logra una historia desgarradora y atrapante, siempre manteniendo una fidelidad innegable con la obra original. En un futuro lejano, niños y niñas son entrenados para luchar contra flotas espaciales de razas enemigas. Un régimen cuasi-fascista los elige jóvenes, porque sus mentes son más elásticas y estratégicas que las de los adultos, que son más cuadradas y menos aptas para las nuevas tecnologías. Entre estos niños se destaca Ender -Asa Butterfield, de El Niño con el Pijama de Rayas y Hugo- que, entre el borde de la empatía, la estrategia y el sadismo violento, es pronto designado como "El Elegido" para salvar al mundo y derrotar a los Formics. La trama recuerda sutilmente a Harry Potter, con sus referencias a una especie de "niño elegido" para destruir a las flotas enemigas y liberar a la humanidad de un miedo constante. También a Los Juegos del Hambre, por la historia de un juego de adultos que se convierte de golpe en responsabilidad de chicos. El film no escasea de pequeños detalles que harán que esta película no sea la más memorable del año, y menos si la comparamos con otros grandes logros de la ciencia ficción de distinto calibre de la última década y media, como Donnie Darko, Los Niños del Hombre y Minority Report. Pero si obviamos todas estas fallas, El Juego de Ender arma un relato sólido y entretenido. Gavin Hood, director de X-Men Orígenes: Wolverine y Tsotsi, no crea un desarrollo creíble del personaje de Ender, que pasa de chico violento y retraído, a líder nato en un pestañeo. Uno de sus mentores, interpretado por Harrison Ford, le provee una especie de figura paterna, muy lejana a la imagen estricta y fría que proyecta en el libro original. A pesar de todo, El Juego de Ender es un film de ciencia ficción recomendable, que afronta grandes temas que dejan mucho para pensar, como el poder, el genocidio y la manipulación despiadada a favor de "el bien mayor".
Los entretelones de un gran escándalo americano A David O. Russell no le interesa la trama de sus películas. Lo que le importa son los personajes, pero no la clásica evolución moral de la típica película hollywoodense. A David O. Russell le gustan los personajes que son personajes, que desbordan de personalidad, y es uno de los pocos directores de cine que escribe papeles para mujeres que realmente tienen algo para decir, que también piensan como los hombres, y que no son sólo un simple accesorio de la masculinidad americana. Escándalo Americano es el film de la temporada. Con 10 nominaciones para los Oscars, todos sus actores, principales y "de reparto" son posibles ganadores. Y esto parece haberse vuelto rutina para Russell, quien vio llover nominaciones de todo tipo y color para su film anterior, El Lado Luminoso de la Vida. Son los protagonistas de aquella película los que se reúnen nuevamente en Escándalo Americano: Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. También se reencuentran Christian Bale y Amy Adams de The Fighter, otro de sus films más aclamados. Y son estas dos parejas las que hacen explotar la pantalla. El largometraje sigue –a veces hasta con narraciones a lo Scorsese- a Irving Rosenfeld (Christian Bale), un brillante estafador que encuentra en Sydney Prosser (Amy Adams), una socia y amante igual de inteligente y traicionera que él. Los dos se ven obligados a colaborar con el FBI cuando un agente (Bradley Cooper) los agarra con las manos en la masa. De esta manera, los tres deberán trabajar para destapar tramas mafiosas y de corrupción entre los políticos más poderosos de los '70. Y es la neurótica esposa de Irving, Rosalyn (Jennifer Lawrence) la que podría hacer que todo se destape. Los guiones de Russel desbordan de historias casi surrealistas y personas desequilibradamente fascinantes. Un ejemplo es Rosalyn, el personaje de Jennifer Lawrence, que fue nominada como Mejor Actriz de Reparto sólo para que no compitiera con Amy Adams. Y no sorprendería en lo más mínimo que se lleve el Oscar por segunda vez consecutiva. Pero otro protagonista indiscutido de esta comedia negra dramática es el vestuario. Los personajes aman, putean y respiran envueltos en la vulgaridad de sus atuendos. Es que es la época disco: Christian Bale con una panza kilométrica y cadenas doradas; Amy Adams con escotes infinitos, Jennifer Lawrence con aros gigante y uñas de lince; y Bradley Cooper con ruleros y camisas abiertas. Escándalo Americano es una película ridícula por momentos, y es esa ridiculez la que la convierten en una genialidad. Los personajes se toman demasiado en serio y viven cada emoción al extremo. No hay ni buenos ni malos, sólo gente desesperada por sobrevivir y por conseguir el éxito.
El sueño de Walt Disney y el origen de Mary Poppins "Sé lo que él va a querer hacer con ella. La va a hacer juguetona, y centelleante, precipitándola hacia un final feliz como un kamikaze", advierte P.L. Travers, la mítica escritora de Mary Poppins, sobre el plan de Disney de adaptar la historia de la niñera mágica para el cine. No está nada contenta. Mary Poppins es su obra, y nació de experiencias y recuerdos de su infancia que a veces preferiría olvidar. Pero Disney es insistente: hace 20 años que lucha por los derechos, tratando de convencer a la novelista de que sería una gran idea hacer de su personaje el centro de una película. Travers no coincide, pero se deja doblegar. El Sueño de Walt (Saving Mr. Banks) es la historia de cómo Disney –interpretado por Tom Hanks- logra persuadir después de 20 años a la escritora P.L Travers – encarnada por la brillante y siempre cómica Emma Thompson- a que acepte que su obra Mary Poppins sea adaptada para la pantalla grande. Eso sí, nada de "dibujitos ridículos". Travers era conocida por ser especialmente irritante, fría y de salirse con las suyas. Había escrito los libros de Mary Poppins basándose en hechos de su infancia, y por eso era muy protectora de su personaje. Walt Disney, a su vez, era sagaz. Era un negociador nato que conseguía todo lo que quería con su encanto y con un par de trucos bajo la manga. Pero encontró en Travers una contrincante a su altura: estuvo 20 años tratando de convencerla para que le cediera los derechos sobre Mary Poppins, y casi no lo logra. No sorprende, entonces, que los realizadores de El Sueño de Walt hayan elegido a Hanks y a Thompson para interpretar a este par de personalidades. Ambos ganaron el Oscar dos veces cada uno, y ambos están incluidos entre los mejores actores de cine, no sólo en sus países natales de Estados Unidos y el Gran Bretaña, sino en el mundo entero. Y como este film cae constantemente en momentos emocionales –énfasis en el "constantemente"- durante los flashbacks sobre la niñez de Travers, o cuando Disney habla sobre su infancia, el director de Un Sueño Posible John Lee Hancock también parece haber sido la elección correcta. Ésta es una película sobre cómo Mary Poppins llegó a realizarse, pero sobre todo es un estudio sobre sus protagonistas. En un principio, Travers no tiene ninguna intención de que su novela sea destruida por la maquinaria hollywoodense, pero su representante la convence de que si no acepta, le espera la ruina económica. No que P.L. Travers le haga caso a ningún hombre. Para Disney, lograr que Travers viaje desde Londres a Los Ángeles a comenzar el proyecto es la parte más fácil. Así comienza una larga sesión de eternas reuniones y de continuas objeciones ridículas de la autora: "Nada de rojo en la película. ¡Absolutamente nada!". Los hermanos Sherman, creadores de la música y de las canciones del film, son las víctimas más frecuentes de los comentarios maliciosos de Travers, que insiste en que Mary Poppins no es una historia que se preste a la música, y que cree que palabras inventadas como "Supercalifragilisticoespialidoso" son simplemente grotescas. Pero El Sueño de Walt es principalmente un estudio de las personalidades, y de porqué alguien es como es: porqué Disney llegó hasta donde llegó, y porqué Travers se comporta de la manera en que lo hace. Quizás sea demasiado presuntuosa por momentos –y una ingeniosa forma de propaganda de Disney- pero es un film que logra conmover, con una historia que atrapará a muchos, y que revela el lado oculto de una de las películas más admiradas y queridas de todos los tiempos.
Batallas de Agosto "La vida es demasiado larga". Con esta frase de T.S. Eliot, Beverly Weston, el personaje de Sam Shepard, parece adelantarnos su despedida. Poco después se lo ve navegando en un bote, y luego, el bote está vacío. Agosto (August Osage County en inglés) es una adaptación a la pantalla grande de la ganadora del Pulitzer y obra maestra de Tracy Letts sobre una familia extremadamente disfuncional, que se reúne en la casa de su matriarca (Meryl Streep) en Oklahoma para un funeral. Y las peleas no tardan en surgir -peleas que más podrían ser batallas campales. Aunque los hombres que completan el elenco ofrecen actuaciones memorables –ésta debe ser la primera vez que Benedict Cumberbatch (12 Años de Esclavitud, Caballo de Guerra) no interpreta a un personaje con intelecto superior al resto de los humanos- las que brillan en este film son las mujeres, y especialmente Streep, que se roba la película a mano armada. Pronto nos damos cuenta de que el cáncer de boca que sufre Violet Weston, el personaje de Streep, es una metáfora bastante obvia de su personalidad. Escupiendo veneno con cada palabra que forma su lengua, Violet no para de generar conflictos y atacar a su familia con comentarios hirientes, y a Johanna, una empleada aborigen que su difunto marido había contratado como cocinera, que parece la única persona mentalmente estable en ese lugar. "Soy una adicta a las drogas. Amo la droga", dice Violet, un tanto irónicamente, pero no por eso menos falso. Pastilla tras pastilla, su vicio vuelve loca a Bárbara, su hija mayor interpretada por Julia Roberts, la "armas tomar" de la familia. Dirigida por John Wells (The Company Men), y adaptada para el cine por la propia Tracy Letts, la película cuenta con una cinematografía gloriosa, que muestra la nostalgia y la soledad del paisaje desértico del sur de Estados Unidos, y que es acompañada majestuosamente por una impecable musicalización por el argentino Gustavo Santaolalla. Pero las palabras no bastan para describir la sensación de tristeza y angustia inherente de toda una familia, que se ve torturada y abatida por problemas personales, que salen a la luz en el momento menos inoportuno, y sirven como munición para el resto de sus parientes, especialmente para los integrantes femeninos del clan. Meryl Streep fue nominada al Oscar -junto con Julia Roberts- por su actuación en el film, interpretación que hasta podría ser una de las más impresionantes de su extensa y prestigiosa carrera. Con un ensemble de actores envidiable, Agosto es sin dudas una de las pequeñas grandes joyas de la temporada.
Crímenes y castigos de 12 Años de Esclavitud Solomon Northup cuelga de un árbol, su cuello rodeado por una soga que se le clava en la garganta, sus pies apenas tocando el suelo, sus pulmones rogando por aire. Así permanece por horas. El día se convierte en noche, y Solomon Northup sigue colgado del árbol, en una silenciosa lucha por su vida. 12 Años de Esclavitud de Steve McQueen es quizás una de las películas más perturbadoras y a la vez profundamente magníficas de los últimos tiempos. Con una fotografía espléndida y una historia más que aterradoramente real, se impone como uno de los mejores films del año y como uno de los retratos más fieles sobre la esclavitud. McQueen narra la trágica historia de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un hombre afroamericano libre que es secuestrado mediante engaños, y vendido como esclavo. El film muestra algunos de los momentos más impactantes de su vida en cautiverio, bajo las órdenes de sádicos que no necesitan ni una excusa para humillar y lastimar. La película está basada en la historia real de Northup, que contó todas sus vivencias el homónimo libro de 1853. Solomon es un hombre culto y toca el violín, pero, para sobrevivir, debe ocultar sus talentos y actuar como "el hombre blanco" lo considera: un simple animal, no más inteligente que un perro. Es obligado a desnudarse y es víctima del látigo continuamente. En su paso por las plantaciones de Louisiana, cae bajo el comando del cruel –un adjetivo que le queda chico- Edwin Epps, interpretado por el brillante Michael Fassbender, que ya había colaborado con McQueen en Hunger y Shame. Pero esta vez no encarna a un adicto al sexo sin remedio, sino a un sádico empedernido que hace todo lo que está bajo su poder para torturar a sus esclavos. Se encapricha con Patsey, el personaje de la novata candidata al Oscar Lupita Nyong'o, que tiene que afrontar la atención no requerida de su amo, además de constantes maltratos y hasta violaciones. Benedict Cumberbatch (Agosto, Expiación Deseo Y Pecado), en cambio, es Ford, uno de los pocos dueños de plantaciones con algo de conciencia, que ve a la esclavitud como un mal necesario. Trata de ser lo más humano posible y hasta le muestra su respeto y agradecimiento a Solomon regalándole un violín. Este film es un gran paso para la carrera de McQueen, que hasta ahora perfilaba más que nada para el cine independiente y de arte. Pero con 12 Años de Esclavitud, el director avanza en hacer de su nombre y de su filmografía en cine de autor con todas las letras, creando historias y personajes inolvidables y reales.
Monjas sádicas y falsos pecadores Stephen Frears es lo que podría llamarse un director multifacético, o quizás inquieto. Sus películas (La Reina, Alta Fidelidad) abarcan todo tipo de temáticas, y toman como base hechos reales, libros de ficción o fantasía. Salta de la comedia al drama de una manera inverosímil, como un experto malabarista. Y en Philomena -nominada al Oscar como mejor Película- logra crear un mix perfecto entre humor y tragedia, y lleva a la pantalla grande una de las historias más desgarradoras de los últimos tiempos. "Te perdono porque no quiero permanecer enojada". Philomena Lee es una anciana irlandesa y una católica devota, que, luego de 50 años, decide buscar a su hijo del que fue despojada por un grupo de monjas cuando era apenas una adolescente. Para ello, cuenta con la ayuda de Martin Sixmith, un periodista caído en desgracia que decide cambiar de rumbo y trabajar en una "historia de interés humano". Las investigaciones de esta extraña pareja los llevan al tétrico convento donde Philomena pasó su juventud trabajando casi como una esclava –para pagarle a las Hermanas por "el favor" de haberla acogido- y a Estados Unidos, en una constante travesía en búsqueda de su hijo perdido. El film está basado en la historia real relatada en el libro del propio Sixmith, "The Lost Child of Philomena Lee". Judi Dench interpreta a la actriz principal, y logra un personaje tierno y maravilloso, que dista mucho de sus usuales papeles de mujer dominante y matriarcal como M en James Bond. En Philomena, Dench muestra un costado vulnerable que no había dejado ver antes, de una anciana torturada, por su pasado y por la culpa impuesta por la Iglesia católica por su "pecado", que es descripto por una monja como "incontinencia carnal", por haberse quedado embarazada sin estar casada. El cómico británico Steve Coogan –quien adaptó el libro para la película- interpreta al ateo y cínico Sixmith que contrasta radicalmente con el personaje de Dench, creyente y con una sólida base moral y predisposición para el perdón, lo que Sixmith –y cualquiera que vaya a ver el film- no puede llegar a comprender, luego de enterarse de las atrocidades de las que fue víctima, como la venta de su hijo a una pareja estadounidense por parte del convento en donde se encontraba. Pero uno de los temas más importantes del film es el perdón. Philomena no busca venganza por lo que sufrió, sino la verdad y la redención a través de una fe inquebrantable, que provee un leve equilibrio a una película que es una clara crítica a la opresión y el dogma estricto e hipócrita de Iglesia católica del siglo XX.
Delirios y locuras en Nebraska La primera vez que nos encontramos con Woody Grant (Bruce Dern) lo vemos caminando al costado de una autopista de Montana con temperatura bajo cero; rengueando pero con paso decidido. Un patrullero para a su lado y sale un policía, que, con una amabilidad propia del Noroeste de Estados Unidos, le pregunta hacia dónde está yendo. Más tarde conocemos a su hijo David, que lo va a buscar a la comisaría, y se entera de que su padre pretendía caminar hasta Lincoln, Nebraska –casi dos estados más abajo-, a reclamar un premio por un millón de dólares que cree haber ganado. Woody: "Voy a ir a Lincoln aunque sea lo último que haga, y no me interesa lo que piense la gente". David: "Escuchame, no ganaste nada. Es una estafa total, así que tenés que parar, ¿ok?". Nebraska es el último film de Alexander Payne, el mismo cineasta de Entre Copas y de Los Descendientes. Con esta película rodada completamente en blanco y negro, Payne crea una historia que intenta retratar –lejos de la condescendencia- una sociedad oportunista y dejada, y un par de soñadores que quedaron atrapados en el medio. Y Bruce Dern se luce de una manera nunca antes vista, inaugurando una nueva etapa fílmica de su carrera con la encarnación del viejo y frágil Woody, golpeado por años de abusos del alcohol y al borde de la senilidad. Su interpretación es enternecedora y tragicómica; la de un anciano "de pocas palabras" que ya perdió los cabales, pero que mantiene resplandecientes esos reflejos de una juventud dolorida. El ex SNL Will Forte, June Squibb de A propósito de Schmidt y el abogado chanta de Breaking Bad, Bob Odenkirk, terminan de completar la familia Grant, un ensemble humorístico perfecto para el guionista Bob Nelson, que se especializó por mucho tiempo en escribir sketches, y que le da a Nebraska una frescura que contrasta con el drama de trasfondo, que ronda entre la melancolía y la locura. Es que la historia de Payne es la de un hombre en una búsqueda terca e implacable por algo más. Lo único que planea comprarse con su "fortuna" es una nueva camioneta y un compresor que le prestó una vez a un vecino y nunca le devolvió. "¿Por qué querés ese millón de dólares?", le pregunta su hijo. "Quiero dejarles algo", responde simplemente. Nebraska es eso; es el camino hacia la estabilidad emocional, disfrazada de una ilusión financiera. Es una de las joyas cinematográficas más desequilibrantes de la temporada, que juega con el espectador, dejándolo a veces al borde de las lágrimas, pero siempre con la carcajada a flor de piel.
Los hombres que salvaron el arte "Podés borrar del mapa a una generación entera; podés incinerar sus casas y de alguna manera van a encontrar el camino de regreso. Pero si destruís su historia, destruís sus logros, y es como si nunca hubieran existido. Eso es lo que quiere Hitler, y eso es exactamente por lo que luchamos". Con este solemne discurso, George Clooney, en la piel del historiador Frank Stokes, resume en Operación Monumento (The Monuments Men)el cometido de un grupo de soldados muy quiméricos, compuesto por artistas, curadores y expertos del mundo de la cultura, que emprenden una misión muy peculiar: rescatar y preservar el arte en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. En 1945, un grupo de personas –las mentes más brillantes del mundo del arte- de 13 países formaron un "pelotón" que recuperó obras por doquier, que habían sido saqueadas de casas de judíos, universidades y museos. Y durante los seis años posteriores, un grupo reducido de alrededor de 60 continuó sus pesquisas en Europa, actuando como "detectives de arte". Clooney es un activista político y ganó el Oscar dos veces –como mejor actor por Syriana, y como productor por Argo- pero, a pesar de sus anteriores grandes logros en la silla de director en films tales como Good Night, and Good Luck y The Ides of March, esta vez no llegó a ofrecer una producción consistente. Pero, aunque Clooney no parece ponerse de acuerdo consigo mismo sobre qué género está tratando de abordar –comedia incompleta o drama muy flojo-, y deja al film flotando en una nube de indeterminación, consigue hacer escuchar su mensaje clara y firmemente: la destrucción del arte implica la desaparición de una cultura. Y para proteger este legado, reunió a algunos de los actores más codiciados de Hollywood para formar parte de su equipo de soldados rimbombantes, que, como acierta en mostrar Clooney, están muy viejos o son muy finos para pasar por militares comunes, pero que deciden dejar sus vidas cómodas en New York, Londres, París y compañía para ayudar en una guerra de la mejor manera que pueden. Y así, cuenta con un elenco estelar compuesto por John Goodman, Bill Murray, Matt Damon, Hugh Bonneville, Jean Dujardin, Cate Blanchett y Bob Balaban. Operación Monumento no es una obra de arte, pero trata, a su manera, de recordar a los héroes que salvaron la cultura. Es demasiado sentimentalista quizás, pero es un homenaje a todos aquellos hombres que lucharon para no sólo proteger el patrimonio cultural de generaciones, sino el legado histórico de los pueblos.