Probablemente sea el año 2016, siglo XXI, capitalismo, urbanismo, anonimato. Y los primeros planos que inundan la pantalla parecen documentales de un pasado remoto en el cual el hombre abrazaba la naturaleza para fundirse con ella, no para dominarla. El idealismo que siempre va a entrar en conflicto con la práctica. Un relato que se sitúa fuera del sistema pero que aún así sabe que jamás podrá librarse de su sombra, aunque mostrando siempre que hay una vida por fuera del tiempo contemporáneo.
Allá por el 2003 fuimos capaces de apreciar un relato de vampiros y hombres lobo, personajes clásicos de la mitología literaria. Uno que enfrentaba a estos dos bandos en una guerra que había comenzado en tiempos antiquísimos y que ahora se libraba en nuestro mundo contemporáneo. Underworld trasladaba a estos seres la acción y estética característica de los films de género que enfrentaba a bandos organizados, y el terror que no podían dejar de infundir estas criaturas, ahora que se ven (no) insertos en la sociedad del nuevo milenio. Lo más importante fue que conoceríamos a Selene, la justiciera vampiro encarnada por Kate Beckinsale, a partir de la cual conocemos la disputa entre estas facciones. 13 años más tarde, con tres secuelas directas y una precuela, Underworld: Blood Wars parece darle el necesario cierre que la saga pedía a gritos.
Preguntarse sobre la imagen a partir del siglo XX es preguntarse por la imagen cinematográfica, ya que el séptimo arte se ha encargado desde sus inicios de cuestionar la propia representación de la realidad. ¿Cuánto de ella hay en una imagen y cuánto de artificio? Se pueden plantear gran cantidad de interrogantes, pero lo que hace Sebastián Perillo en su ópera prima es indagar sobre la fascinación por la representación y la confianza que puede depositarse en ella. El director y co-guionista del film elige como protagonista a Martín, muy bien interpretado por Esteban Lamothe, quien no casualmente trabaja en la televisión como parte de un equipo de producción. Esta decisión se convierte en un gran punto de partida para explicar la fascinación del personaje central con una mujer a la cual descubre a través de un video pornográfico. Ella, Isabel, pronto entra a la vida de Martín. No obstante, comenzamos a conocerla a través de la mirada de un hombre que empieza a espiarla. ¿Conocida temática? Claro, Sebastián Perillo disfraza su obra de un homenaje explícito al cine y más que nada al maestro del voyeurismo y suspense cinematográfico, el legendario Alfred Hitchcock. Es inevitable no encontrar las referencias a Vertigo, explícitas pero sin caer en una parodia o exageración. Por el contrario, el film se desenvuelve con su propio sello a pesar de las licencias que el director se tome con respecto a la trama, que aluden de forma clara a los relatos hitchcockianos. Esta libertad es la marca de un quiebre, el pasaje de un trabajo intenso con los interrogantes de la imagen, con un gran clima de suspenso, a una trama que rumbea para convertirse en un thriller policial, inverosímil e ilógico. Esta dirección adquirida se caracteriza más por resolver un conflicto forzado y sus revelaciones. A partir de esta trama comienza a aflorar una estilización de la imagen dada por la iluminación y los ángulos de cámara que se amalgaman adecuadamente, pensando en que la idea del film es interrogarse sobre la imagen. Sin embargo, es cuando el propio conflicto comienza a supeditarse a esta estilización que la narración revela sus injustificaciones, cabos sueltos y estereotipos de personajes que impiden el desarrollo fluido. La actividad logra un cometido tan inteligente como poco común en narraciones clásicas, que es sacar al espectador de su estado de comodidad y pasividad para que el mismo reaccione a lo que está en pantalla. Probablemente la clave de lo que le sucede al espectador se deba al suceso que origina el quiebre que parte en dos al film. Decisión arriesgada que somete al público a quedarse sin objeto de identificación, pero que a la vez refería a lo más interesante del film que el director no logra reemplazar. Un relato poco común encontramos en Amateur, lleno de preguntas y perversión de la imagen que demuestra que el cine no es solo un relato natural. Por esto, que el concepto se diluya en la mitad intensificando un policial común y corriente, es una verdadera lástima. Muy a pesar de todo, Perillo se las ingenia para que el policial no resulte del todo frustrante. El film es la expresión de un director que declara que es posible dibujar sobre la ilusión a la que el cine nos somete.
Robinson Crusoe tiene una nueva adaptación. Animada y con tantas licencias que lo único que permanece del libro es el nombre del personaje. Esta co-producción belga-francesa de animación por computadora se orienta plenamente a los más pequeños, esta nueva generación que en medio de la contemporánea globalización apabullada por las pantallas y los medios, se encuentra con un clásico relato de aventuras. Aquí, un joven Crusoe cartógrafo y debutante en hacerse a la mar, naufraga en compañía de su perro. Para que los chicos disfruten un relato así, no puede faltar ese simpático y heterogéneo grupo familiar de animales que habitan la isla y que son realmente los protagonistas de la película. En este escéptico grupo, que se ve amenazado por la llegada del humano, no puede faltar aquel curioso miembro perceptivo de que el mundo no es solo una isla, y ve en Crusoe la prueba perfecta para confirmar sus teorías. Por supuesto que de esto no puede faltar el nacimiento de una amistad especial. Aún así estos personajes logran en escasos momentos provocar la simpatía del espectador. Podría ser su humor exagerado, trillado e infantil o, lo más probable, que los niños de estos pagos temporales superan este tipo de entretenimiento, con lo cual dejan dirigido el relato a un espectador en sus primeros años que se impresiona más por los personajes que por los chistes en sí. En ocasiones, encontramos planos subjetivos en estos personajes que darían la impresión de que con sus diálogos le hablan al espectador y no al par que tiene enfrente. Con este recurso en que los animales dan indicaciones, parecería que se esta frente a un capítulo de Dora la exploradora. No obstante, así como el recurso resulta ridículo por una parte, por otra se convierte en la excusa perfecta para que Martes, el guacamayo adoptado por Crusoe, narre la historia de cómo el humano llegó a la isla y superó distintos tipos de adversidades, convirtiendo a la película en un agradable relato enmarcado. Para producciones infantiles, qué mejor que la animación para dar vida a situaciones fantásticas e imposibles. El enorme avance tecnológico en la generación de imágenes por computadora pone en evidencia la falta de innovación y el grado obsoleto en que queda la película en relación a las grandes productoras norteamericanas, exceptuando un distintivo trabajo en las sombras y luces. Pareciera que los films infantiles pasaron de moda debido a que los niños conocen cosas a una determinada edad que antes era impensable. Las locuras de Robinson Crusoe es quizás más importante por demostrar que una historia clásica, puede igualmente llevar a los más jóvenes a dar vueltas por mundos que no conocen todavía.
Aquellos familiarizados con el MCU sabrán con qué se irán a encontrar a la hora de otra película en el universo. Los hitos en este armado colectivo destacan por comenzar o cerrar una fase, o por contener un suceso extraordinario para la linea narrativa de Marvel Studios. Lo que significa que en mayor o menor medida los films no distarán mucho en su estructura, sería muy extraño encontrarse con una producción que desafíe las características fundamentales del estudio. Esto no quiere decir que la compañía y sobre todo Kevin Feige, el padre de todo esto, no hayan hecho un maravilloso e inteligente trabajo para construir un andamiaje sólido y prácticamente sin agujeros, con un tono característico e hilos que de a poco se van uniendo entre sí, tomando los recaudos necesarios para achicar el margen de error.
La exitosa novela de Paula Hawkins tardó un año y medio en tener su adaptación cinematográfica. No es para menos ya que su conflicto, uno que recuerda a las películas de Alfred Hitchcock y sobre todo a Strangers on a Train, era idóneo para ser llevado a la pantalla. No obstante la sola premisa no basta, lo más importante radica en cómo se narra. The Girl on the Train nos sumerge en un thriller en el cual lo que sucede es menos importante que los implicados. Porque jamás daremos en la tecla correcta a la hora de imaginarnos a una persona mirada a través de una ventana. El ser humano es ambiguo, es lo que aprenderá la protagonista Rachel Watson una vez que cruce la barrera que separa la mera observación de la acción. Tate Taylor encuentra en el conflicto el modo esencial de mantener al espectador atrapado en la trama: la caracterización de los personajes. Lo que es el punto más álgido para mantener la ambigüedad del nudo argumental es, a la vez, la lógica que arma las relaciones entre los personajes. Unos que tienen un pasado que los describe y los mortifica. La trama se convierte en un armado de relaciones más que una sucesión de acciones. Y dentro de esta red de personajes se encuentra Rachel (Emily Blunt), una mujer torturada por la bebida y la imagen de su ex esposo. Es su condición de alcohólica la que le impide rememorar los acontecimientos del conflicto en el que se vio implicada, la muerte de Megan (Haley Bennet), la mujer que idealizaba cada vez que la miraba desde el tren. Vamos armando junto con la protagonista un rompecabezas caracterizado por sujetos tan turbios como violentos y, no obstante, tampoco podemos estar tan seguros de confiar en sus visiones borrosas. El enigma que revela el homicidio se toma ciertas licencias para facilitar la información que se tiene de los involucrados, así como el guión que se torna por momentos condescendiente con el espectador. A pesar de estos dos factores, la narración es por demás interesante e intensa. Todo radica en la información que se le da y niega al espectador y a la propia Rachel. Sus recuerdos vagos y borrosos, que se encuentran en el inconsciente, tienen un carácter atemporal que se traslada al relato, que se mueve inflexiblemente por distintos momentos de la historia de los personajes, desde meses hasta días atrás, para ir progresivamente deduciendo lo que sucede. A partir de intertítulos, estos saltos están especificados y se ligan con la complacencia que a veces se encuentra hacia el público. Aquí se establecen dos juegos, uno el que juega el espectador que posee mayor información, y el otro, el que juega Rachel en desventaja. Dos juegos con una meta final, averiguar quién asesinó a Megan. Párrafo aparte para una Emily Blunt descollante, más que nada en la primer parte del film, que aún incentivada por resolver el crimen mantiene el tono lastimoso y trágico que caracteriza a su personaje maltratado por el alcohol y por el abuso machista, que también alcanza a los personajes de Megan y Anna (Rebecca Ferguson), y del cual se hace una fuerte crítica. Los primeros planos que saturan la pantalla orquestan un desfile de emociones intensas que sumergen al espectador en el dolor a flor de piel de los personajes femeninos. The Girl on the Train es una lección de construcción de personajes teñida de thriller y una crítica en tiempos de violencia hacia la mujer. Un rompecabezas que se arma con información que puede ser tan falsa como verdadera, aunque todo dependa de si formamos parte del juego o miramos desde la ventana.
Cuando J.K. Rowling anunciaba la realización de una adaptación basada en su libro Fantastic Beasts and Where to Find Them, todos se preguntaron qué podía salir de una enciclopedia ficticia sobre el universo mágico, al mismo tiempo que brotaba la alegría de los fanáticos por volver a disfrutar, aunque sea del aroma, a Harry Potter. Más noticias llegaron: el guión estaría escrito por la propia autora, el protagonista sería el investigador de criaturas Newt Scamander, se situaría 70 años antes de los hechos conocidos por todos, el terrorífico precursor de Voldemort, Gellert Grindelwald, podría tener cierto protagonismo; y, lo que más expectativa generaba, el relato nos introduciría en la sociedad mágica estadounidense. Si pensamos que todo estaba preparado para que la película triunfara por las remembranzas del famoso mago, nos equivocamos. El film se desliga, obviamente no de forma total, y nos presenta una historia extraordinaria, madura y que vuela por sus propios medios. Cuando el introvertido y extraño Newt pisa el suelo norteamericano, los problemas ya están a la orden del día. La radical sociedad mágica del país, encabezada por el MACUSA -el homólogo del Ministerio de Magia británico-, se encuentra sumida en una crisis que podría revelarlos ante los no tan escépticos nomaj (equivalente a muggles). Newt viene a representar un problema más, por el escape de sus criaturas. Y frente a todo esto, los magos responden agresivamente para intentar solventar el problemático evento que significaría ser expuestos ante la sociedad no mágica, ya sea por la amenaza de Grindelwald o los accidentes que puedan provocar estas bestias. A diferencia de sus hermanos ingleses, aquí la sociedad vive en completa distancia con el mundo corriente, algo que el film enfatiza de forma constante e inteligente. Los conflictos se van a ver envueltos permanentemente en el peligro que representa el ser descubiertos. Esta problemática funciona como más que un contexto, es el punto de partida a considerar de todas las decisiones que los personajes tomen y que genera en el espectador una incertidumbre subrayada por aquellos lideres nomaj, reticentes y decididos a eliminar cualquier rastro de experiencia mágica. critica-fantastic-beasts-and-where-to-find-them2 Aquí aparece en forma paralela Mary Lou Barebone, la líder nomaj de un grupo fundamentalista anti-magia conocido por el nombre de los Segundos Salemers -en clara referencia a la quema de brujas de Salem a finales del siglo XVI-, que busca concientizar a la sociedad de la hechicería y el peligro que esta representa. Si el film ya acarreaba un tono sombrío desde su introducción, aquí aparece el terror y la densidad representados en la figura de esta cabecilla, capaz de azotar a destajo a sus propios hijos adoptivos. Por el otro lado se encuentra la Presidente de Macusa, Seraphina Picquery, orgullosa pero decidida a dar caza a Grindelwald y proteger a su propio pueblo de una posible guerra bajo cualquier medio necesario, incluso llegando a la muerte, describiendo de forma perfecta el pánico y el extremismo de los magos norteamericanos. A su lado se encuentra un misterioso ¿auror? llamado Percival Graves, quién irá a relacionarse con Creedence Barebone, el hijo adoptivo de Mary Lou. Si esto no bastaba por si mismo, el escape de las criaturas de Newt vienen a generar otro problema con el cual las dos sociedades, mágica y nomaj, debe lidiar. Independientemente de cómo el mago británico intenta recuperar a sus amados animales fantásticos, la trama se encarga de presentar a grandes personajes que no hacen añorar para nada a Harry, Ron y Hermione. Uno es el propio Newt, extraño pero entregado y cariñoso con aquellos seres por quiénes daría la vida, bien interpretado por Eddie Redmayne. Además están las hermanas Tina y Queenie Goldstein, así como también un nomaj, Jacob Kowalski, que se verá accidentalmente involucrado en la fuga y por tanto en el mundo mágico, convirtiéndose en el comic relief del film. Este cuarteto no solo representa la trama principal, sino el entretenimiento y el humor que no satura la película y atenúa ese tono oscuro y malicioso tan propicio para una Nueva York sumida en el caos. critica-fantastic-beasts-and-where-to-find-them3 Claro que las criaturas no iban a pasar desapercibidas en el relato. Resultan queribles, carismáticas y amplían el universo mágico, dándonos una idea de las maravillas que podría contener y desarrollar en las próximas producciones de la saga. Por supuesto que hay ciertos detalles en estas bestias que apelan directamente a los conocedores de Harry Potter, que harán que estos lo disfruten más, igual que la narración de las otras tramas. De manera acertada estos detalles no forman parte del argumento, por eso mismo la película triunfa por sus propios méritos. Fanático o no, todo es presentado ante nosotros como si fuera la primera vez que nos exponemos ante el mundo mágico. Más aún, hasta los del primer grupo se verán sorprendidos. David Yates vuelve a la dirección de un film del universo mágico. Se encuentran ciertos rasgos tanto técnicos como narrativos -el final del film exagera por su melosidad-, que caracterizan a las últimas cuatro películas de Harry Potter -más que nada The Order of the Phoenix y The Half-Blood Prince-, pero salvando esto el realizador logra una gran maduración para mantener el ambiente de crisis e incertidumbre en todas las líneas del relato. Esto sería imposible sin el gran trabajo de producción para recrear la Nueva York de las primeras décadas del siglo XX, entre el amalgamamiento entre imagen real y CGI para los planos generales y las criaturas mayormente, manteniendo esta verosímil conjunción que existía en la mayor parte de los films del niño mago. Rowling debuta con un guión solido, clásico y un plot twist que deja la boca abierta y sienta las bases para la secuela. Fantastic Beasts and Where to Find Them excede a las criaturas que existen en el mundo nacido de la mente de la escritora, es al mismo tiempo un abrazo hacia la naturaleza y una crítica hacia la xenofobia. Como relato, muy profundo, con la presentación y el desarrollo de una problemática que conocíamos por los relatos anteriores pero que realmente descubrimos que trascendió a la sociedad mágica británica y que en sus pares norteamericanos impactó mucho mas profundo, convirtiéndose en el mayor acierto de una narrativa que seguramente, y con esperanza, impregnará y repercutirá en las demás culturas mágicas. Llegando al final de Harry Potter ya habíamos dejado de ser muggles. Aquí hay algo totalmente nuevo, volvemos a mirar a través de los ojos de un nomaj, como en la maravillosa y emocionante escena en que Kowalski descubre el universo que Scamander escondía en su maletín. De pronto caemos en la cuenta de que lo que se encuentra frente a nosotros es solo la punta del iceberg de un cosmos emocionante.
La historia nos enseña que la contaduría es una profesión peligrosa. La avaricia lleva a las personas a cometer actos inmorales en busca de dinero o poder y, cuando el fraude es descubierto, la caída del avaro viene ligada al responsable de los libros, que termina emulando el mismo destino. En The Accountant no faltan los codiciosos, pero aquí el contador es alguien con autismo, lo que le permite ser un genio inigualable en su profesión, con una vida que lo obliga a desdoblarse en una persona que asesina para no ser asesinada.
La autocrítica es difícil, abstenerse de hacerla es fácil. Pero en esos movimientos contrapuestos, la primera siempre sobrevuela como la declaración de un deber al cual se quiere escapar. Es decir, autocrítica hay siempre, el reto es cuán profundo indaguemos en ella. Eso es lo que Michael Moore produce tan naturalmente como el acto de hablar. Y con el humor y acidez que lo caracteriza prosigue su misión de corroer el sistema ideológico cultural norteamericano, en un documental que compensa el hecho de no llegar a una autocrítica profunda con una estructuración entre imagen y tema que resulta tan fascinante como entretenida.
El terror es quizás el género más explotado en la actual industria cinematográfica. Un aprovechamiento que ha traído productos tan interesantes como olvidables. Lo seguro es que esta constante producción de películas ha dado lugar a un florecimiento de diferentes subgéneros y movimientos que, independientemente de estas distinciones, se ven unidos por el antes y el después que marcó The Exorcist. Aquel innovador film dirigido por William Friedkin sentó una fórmula, un tono y un nuevo imaginario para el deleite masoquista del espectador. Ouija: Origin of Evil se declara, sin lugar a dudas, como la seguidora más fiel del film de 1973 y, aunque no está lejos, su nivel logra desligarse aunque sea un poco de las recetas convencionales.