A veces es personal “Dentro de cada hombre hay una lucha entre el bien y el mal que no se resuelve”. La frase se la escuchamos decir a Homero Simpson, y es aplicable también a un grupo de hombres y mujeres pequeños e intrascendentes que se definen a sí mismos como Críticos de cine (la C mayúscula en críticos, lo “de cine” es circunstancial). La lucha en el corazón del crítico es un poco más mezquina y menos filosófica. ¿Soy yo el que está mal y se lo adjudico a este pobre film independiente, o es la película la que está mal junto con todo el maldito sistema? ¿Qué pasa cuando hay un cierto consenso positivo generalizado acerca de lo que vale un film y a nosotros no nos movió ni un pelo? ¿No nos gusta el fútbol, o somos como Gago y no nos importa en lo más mínimo? Preguntas que invaden la paz del crítico conseguida a fuerza de maratones de Volver al futuro y queso cheddar. En mi caso, una historia de venganza como la de Cenizas del pasado me obliga a replantear algunos criterios. La venganza es uno de esos temas casi infalibles: contiene furia, dolor y odio pero canalizados hacia alguien que lo merece, al menos desde nuestro punto de vista en empatía con el del protagonista. Pensemos, sin ir más lejos, en Bastardos sin gloria: sólo podemos disfrutar de esos nazis despellejados con toda justicia. Bueno, en Cenizas del pasado es un poco más ambiguo, aunque el protagonista, el mendigo Dwight (Macon Blair), no duda y se prepara casi desde el inicio del film para descargar su furia contenida contra la persona que evidentemente destruyó a su familia. Aquí encuentro el principal argumento en contra de la película: me parece imposible lograr empatía con Dwight, principalmente por su expresión de androide, su frialdad constante, y esa distancia que parece separarlo del mundo de los vivos. Sencillamente no me importa nada de lo que le suceda. Esto, sin embargo, es poco y superficial como para justificar el 6 que le quiero poner pero es difícil encontrarle defectos graves. Jeremy Saulnier, que dirige, escribe y fotografía, hace todo dignamente. La historia es lógica y sin lagunas, está contada con buen pulso y ritmo, no se apura ni se demora y contiene planos de indudable belleza. Además cuenta con un elenco efectivo, en el que cuesta destacar negativamente a ninguno de los actores. Y por último, los colegas: todos la valoraron positivamente y con calificaciones muy altas, y uno tiene vocación de enfrentarse a todos, pero difícil decirle a alguien que esta película no es un 7 y hasta un 8 un día de felicidad desbordante, aunque un 9 ya es decir pavadas. Pero homenajeando a un cantautor español que gusta de cancelar recitales en Mar del Plata para tocar al día siguiente gratis en Tigre, digamos que entre Cenizas del pasado y yo hay algo personal, y cuando alguien o algo no nos interesa es imposible que nos interese una historia que incluya a ese alguien o algo como protagonista.
Estoy hecho un demonio (nadie me para esta vez) Desde la escena de la masturbación con el crucifijo de El exorcista sabemos que el camino preferido que toma Lucifer para la posesión de las almas es el sexual. El Diablo representa el mal absoluto con un toque pícaro de perversión, ya que como nos enseñan las innumerables referencias literarias y cinematográficas que lo mencionan, es un molesto que pierde el tiempo tentando a muchachas y muchachos puros, inocentes e intrascendentes. Pero cuando el Diablo se pone serio es una clara alegoría de uno de los actos más perversos y malvados de los que es capaz el ser humano, el abuso sexual de menores. Donde se esconde el Diablo pretende abarcar estas y otras facetas de la presencia demoníaca, además de un par de subgéneros y lugares comunes del cine de terror. La confusión que rodea esta película es grande. TOPICOS El querido Satanás se engolosina con las comunidades religiosas como menonitas y amish, o como los candorosos de La aldea, o lo que sea que represente la comunidad de Donde se esconde el Diablo. En serio aquí está todo: una profecía, un asesino de cara cubierta al mejor estilo Mike Myers, y un alma noble y pura que cuesta mucho poseer, y un alma insidiosa que es poseída de inmediato. Un cura pedófilo (Colm Meaney) y el personaje de Rufus Sewell que quiere quedar bien con todos y cuya inacción es la culpable de todo lo horrible que le pasa a su hija interpretada por una correcta Alycia Debnam-Carey. Donde se esconde el Diablo es ese tipo de proyectos que pretenden servirse de unas cuantas fuentes y vertientes cinematográficas y literarias pero que sólo se queda en la superficie de esa exploración, por lo cual se nota de inmediato que es un pastiche medio bobo. El caótico guion de Karl Mueller nos regala una serie de personajes unidimensionales como Rebekah interpretada por Jennifer Carpenter (la intensa de El exorcismo de Emily Rose), cuya función es estar enojada con la protagonista hasta que la sorprende la muerte, o Abby (Katie Garfield), amiga sexualmente excitada de la protagonista, un clásico del cine de terror, que por supuesto muere miserablemente. FINAL CANCHERO El final de Donde se esconde el Diablo es esencialmente el mismo que el El último exorcismo parte 2, es decir la protagonista deja de luchar contra su destino y se convierte finalmente en una posesa autoconsciente y chistosa que desata rápidamente una ola de maldades y atrocidades. El problema es que en la película que nos compete el final está pegado con plasticola y es un obvio intento de acomodar los desacoples de su guión lagunero. Termina dejando una sensación de menor tedio pero no alcanza para salvar una película que nos hace sufrir de falta de cohesión y convencionalidad durante sus 86 minutos.
Algunos malentendidos Leer Bazin, Deleuze y El cine según Hitchcock no está mal, pero a veces la verdad se esconde en otra parte, como en la genial Ted, cuando el personaje de Mark Wahlberg dice, mientras mira Flash Gordon junto al oso de peluche, una frase fundamental para quienes pretendemos hablar de cine: “es tan mala que es buena”. Esta frase describe perfectamente el encanto de algunas dudosas producciones que rebosan de tal cantidad de ideas y demencia que se le puede perdonar sus guiones imposibles o la precaria puesta en escena. Roger Corman es un ejemplo de esto, también la serie sesentosa de Batman y, de hecho, a modo de ilustración definitiva del concepto, podemos decir que una película realmente mala es Batman eternamente, pero una película que es tan mala que es buena es Batman y Robin. Se esperaría por contexto que Terror en el bosque fuera una película un tanto demente, pero carece de las ideas y la garra fundamental. Al parecer, hacer una película que es tan mala que es buena es más un hecho fortuito que un efecto buscado: por algo las películas que deliberadamente buscan tal efecto generalmente fracasan al menos en ese aspecto (ver Rubber, la canchereada de Tarantino en Grindhouse o esas producciones del canal SyFy como Sharknado). El director Eduardo Sánchez retoma en Terror en el bosque el estilo de metraje encontrado o cámara en mano que le trajo tanto éxito y le abrió las puertas de su carrera con El proyecto Blair Witch. Sucede que a diferencia de aquella mítica aunque sobrevalorada película, en Terror en el bosque el realismo generado por simular las particularidades de la grabación casera agrega más confusión a la narración de un guión bastante perezoso. Entiendo que todos queremos ser Spielberg en Tiburón o Ridley Scott en Alien pero, querido director, deje quieta la cámara porque no entiendo la forma del monstruo siquiera. Eduardo Sánchez es un malentendido, y El proyecto Blair Witch, en tanto se la siga juzgando como un éxito de gran efecto e influencia, seguirá siendo un malentendido. Es una pequeña película de unos chicos entusiastas con algunos momentos bien logrados, nada más. Hay un montón de gente dispuesta a creer en un montón de pelotudeces: Pie grande, la Atlántida, la integración Latinoamericana, etcétera. Gracias a la grabación esa de los setenta y a Pie Grande y los Henderson hemos creído, no sólo que Pie grande -o el Sasquatch- existía sino que era un tipo tímido y amable. Bueno no, gracias a Terror en el bosque descubrimos que es una máquina asesina capaz de una crueldad infinita y único elemento capaz de aportarle algo de ritmo a una historia excesivamente previsible. La ira excesiva del monstruo es quizás lo que nos salva del tedio en Terror en el bosque: falta autoconciencia, falta oficio, algo que Eduardo Sánchez debió haber aprendido mientras contaba el dinero generado por una película que filmó hace 15 años.
Callen a Waltz Es redundante ponerse a destacar las características personalísimas del cine de Tim Burton. Hablar de la puesta en escena y de su estética, o de su manía por trabajar con intérpretes con claros trastornos psicológicos como su ex Helena Bonham Carter o Johnny Deep, es seguir puliendo en una superficie que no tiene más brillo para mostrar, cosa que suele suceder con los artistas cuyo estilo es groseramente identificable. Además, es de esos realizadores que, como Woody Allen o Stanley Kubrick, generan un público acérrimo que los defiende a capa y espada a pesar de sus evidentes traspiés: nada podemos hacer con esa gente que aprendió cómo se debe lucir cuando se está triste gracias a El joven manos de tijera. Pero el bueno de Tim es un cineasta de péndulo que oscila entre por ejemplo esa horrible versión de El planeta de los simios, y esa pequeña obra maestra que es Frankenweenie. Y también hace productos sin alma como Alicia en el País de las Maravillas y el biopic que venimos a reseñar, Big eyes, que tiene el desganado agregado en español de retratos de una mentira. Burton y los guionistas de Ed Wood, Scott Alexander y Larry Karaszweski, se proponen contarnos la vida de Margaret Keane, artista plástica norteamericana que, al igual que nuestro querido director, tiene un estilo groseramente identificable. En rigor, hace retratos de niños con ojos desproporcionadamente grandes (de ahí el título de la película) que por alguna razón fueron un éxito incalculable en el mundo del arte a principio de los sesenta. El tono caricaturesco que tan bien funciona en Ed Wood, en Big eyes – Retratos de una mentira se torna confuso. Burton merodea entre la comedia y la exageración del drama como si no terminara de dar en la tecla justa. Mientras tanto, la voz en off edulcorada del periodista interpretado por Danny Huston resta, o suma ceros al total de un film que va perdiendo gracia a medida que se acomoda en su duración. Tampoco ayuda que la trama vaya acumulando personajes unidimensionales y de cartón. Además de la correcta Margaret de Amy Adams y del estereotipo de mujer liberal de los 60 interpretado por Krysten Ritter (el elenco abunda en mujeres de previsibles ojos grandes), podemos sumarle las dos versiones de la hija de Margaret, Jane: una más joven y cínica, y otra más grande y demasiado naif. Pero detengámonos en el personaje más insoportable y peor actuado del film, que es el Walter Keane de Christoph Waltz. Sí, lo sé, cinco minutos de Waltz en Bastardos sin gloria justifican una vida. Sin embargo, no podemos negar cierta tendencia del austríaco a la intensidad injustificada. En Big eyes – Retratos de una mentira está tan insufrible que parece que alguien le hubiera robado el psicofármaco que Tarantino le administra tan bien. Lamentablemente, siempre está uno o dos escalones más intenso de lo que requiere la escena y la película en general. Por detrás aparece un discurso feminista de escuela secundaria que sólo se sustenta en que sentimos empatía con el personaje femenino porque el masculino es la representación de todos los males. Eso que en Mad men se nos muestra tan bien, aquí aparece como bandera obligatoria de una historia que en realidad se reduce a un par de malentendidos y a una baja autoestima. Burton, succionador de almas y capturador de esencias, esperemos que te quede algo por filmar que sea mejor que esto.
En busca de Simon Pegg La autoayuda es un género infravalorado con toda justicia. No festejamos desde aquí al intelectual cínico que se burla de Stamateas, Coelho o Bucay y demás millonarios de la superación personal sin siquiera acercarse a un metro de sus libros, pero formulémoslo de otra manera: gran parte del corpus de obras enmarcadas dentro del género autoayuda es cuanto menos despreciable. La autoayuda es en lo que deviene la filosofía cuando deja de dudar y comienza a afirmar cosas. “Tu desgracia es culpa de tu actitud negativa”, “El problema es que estableces vínculos con personas toxicas”, “Si algo que querés no sucede es porque no lo has deseado lo suficiente” y variaciones de estas obviedades componen las verdades reveladas de los gurús del buen vivir. Mas o menos lo mismo nos prepara el director Peter Chelsom, pero protagonizado por Simon Pegg y Rosamund Pike. Héctor (Pegg) está aburrido de su existencia, que por suerte, es bastante acomodada. Es un psiquiatra de éxito casado con una mujer exitosa y cariñosa (Pike) pero le falta lo más importante, el sentido de su vida. Es curioso cómo el occidental burgués alienado que suele protagonizar algunas películas busca el sentido de la vida una vez que ya siguió sin problemas todos los mandatos sociales que lo separaban de esa búsqueda personal y profunda. Lo que pasa con Héctor es que ya alcanzó unos cuantos objetivos personales y los siguientes pasos, según su estrecha manera de ver las cosas, son tener hijos y morir. Por eso decide dejar a su esposa un par de meses sin explicar demasiado, y emprender un viaje mundial en busca del objetivo mayor La Felicidad. Elije tres lugares, como la protagonista de Comer, rezar, amar: Shangai (China) porque allí se mudaron los decadentes tiburones de Wall Street para tomar merca y hacerse ricos; Africa, porque como todos sabemos es el peor lugar del mundo y si alguien se ríe allí todos podemos ser felices, y Los Angeles porque… allí vive su novia idealizada de la universidad. La arbitrariedad no tiene límites. Mientras tanto, el film que arranca como una comedia con cierto ritmo que se va diluyendo hacia un tono solemne propio de los temas que pretende tratar. Su lógica absurdamente simple va moldeando el contexto banalizándolo a niveles estratosféricos, a tal punto que, por ejemplo, ni siquiera diferenciamos en qué país de Africa trascurre la acción, sólo es un nido de lugares comunes: leones, hambre, pobres, narcos hispanoparlantes que controlan las comunidades pero que en el fondo tienen problemas como cualquiera de nosotros. Pero a la boludez maliciosa de esta película hay que agregarle el caos conceptual que merodea su reflexión. ¿Qué es la felicidad? ¿El placer inmediato? ¿Un estado de paz interior y armonía con el universo? ¿Preocuparse por los demás? ¿La tranquilidad de saber que uno nunca será torturado pero que la tortura existe y la sufren otras personas? ¿Que Boca salga campeón cada dos años? La verdad es que no sabemos cómo orientar el rumbo del pensamiento que pretende la película, su protagonista va lanzando máximas acerca de lo que es ser feliz equiparando literalmente pasar una noche con una prostituta sin saber que lo es, con sobrevivir a un simulacro de fusilamiento, con hacer las paces con un amor de la juventud, y con analizar porciones mesurables de actividad cerebral. Y todo esto para llegar a la conclusión que la felicidad está dentro de nosotros, y se puede expresar mejor en el contexto del matrimonio blanco cristiano y monógamo. A nosotros nos queda perdonar a Simon Pegg por este ínfimo pecado y respaldarlo en su próxima película dirigida por Edgar Wright.
Yo, autómata Hay un recurso narrativo un tanto perezoso pero muchas veces útil que consiste en informar, al principio de un film o una secuencia, mediante un texto en pantalla, acerca del contexto en el cual se desarrollará la acción. A veces es una sutileza, una referencia al lugar o a la fecha y otras veces es, como en el caso de Autómata, puro Mumbo Jumbo (chamuyo) científico confuso e innecesario. Descripción inicial innecesaria y perezosa Aclaramos que a pesar de la cantidad de cuestiones negativas que señalaremos sobre ella, Autómata tiene una primera media hora aceptable. Luego comienza a ponerse un poco tediosa hasta que aparece Melanie Griffith y el ambiente se enrarece, porque no sabemos si es un chiste autoconsciente o sencillamente un cameo disparatado de dudoso gusto. Sin embargo, la llegada al desierto, con su larguísimo tramo final, marca el desbarranco absoluto de la película de Gabe Ibañez, haciendo recordar al peor Michael Bay de Transformers: la venganza de los caídos. Asimov Si hay algo que todos sabemos sobre Isaac Asimov es que escribía ciencia ficción y que creó las famosas leyes de la robótica, en torno a las cuales giran algunos argumentos de sus novelas o cuentos, y que son las siguientes: Un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá que un ser humano sufra daño. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. Podríamos agregar que (como diría Homero hablando de Edison) era un auto-promotor desvergonzado con un ego interesante, y personalmente me he cruzado con mejores artículos de divulgación que ficción de su autoría. Bueno, los robots de Autómata se rigen por dos “protocolos inalterables”: Un robot no puede causar daño a un ser humano, y un robot no puede modificarse a sí mismo. Es decir, el primero es una copia menos elaborada de las layes de Asimov y el segundo es una arbitrariedad absoluta que sirve sólo para justificar el argumento deshilachado de un film enclenque. Y sí, Antonio Banderas es básicamente Will Smith, salvando las distancias. Misma distancia que separa las secuencias de acción de Yo, robot con las de Autómata, que a pesar de tener 10 años más tienen mejor calidad. Desierto Las distopías vienen a mostrarnos el reflejo de lo humano. Podemos inferir que nuestras acciones conjuntas nos llevan a la muerte, al desierto. La deshumanización y jugar a ser Dios no traen más consecuencias que la muerte reseca del desierto en que se convirtió un planeta que nos olvida. Eso, o como sucede en Autómata, una catástrofe natural hace todo añicos, incluso los guiones cinematográficos y, como especie, no nos queda otra que crear máquinas potencialmente más poderosas que nosotros en todo sentido, que por supuesto llegan a la obvia conclusión de que somos irrelevantes. Entonces aparece nuestro único héroe, Antonio Banderas, que a pesar de estar solo en el desierto por un día o dos ya se está volviendo loco, y siente atracción sexual por un robot de perturbadora apariencia. Antonio descubre el plan malévolo de los robots: construir una cucaracha gigante súper inteligente (literalmente), e irse a vivir a una zona altamente radiactiva inalcanzable para el hombre. Uno, que ya se olvidó cuál era el problema inicial y también por qué algunos mueren y unos malos de sobretodo negro persiguen a nuestro héroe y su familia, entiende súbitamente que por cosas como esta película la humanidad merece el desierto.
Diablos Hace unos años habíamos olvidado a los fantasmas como tema en las películas de terror, nos hemos ido interesando en esos entes lovecraftianos que evocan un terror no-humano, antiguo, esencial, e inexplicable que religiosamente podríamos llamar Demonios (no confundir con el genio maligno de Descartes que sólo estaba empeñado en hacernos fallar en operaciones matemáticas simples). Luego de que esos seres de maldad pura, cuyo único motivo de existencia es la degradación del alma humana, irrumpieran en el cine de terror moderno a través del cuerpo de Linda Blair en El exorcista nada ha sido lo mismo, aunque luego de Actividad paranormal se le llame película de terror a cualquier filmación entusiasta barata y con aspecto de video amateur de Youtube. Invocando al demonio se llama originalmente The possession of Michael King, una herencia de una película de exorcismos más famosa y entretenida, El exorcismo de Emily Rose y una prueba más de cómo cierta línea de películas de terror industriales se hacen más o menos modificando algunas variables que van desde el título a la trama, y la forma. Hoy por ejemplo se filma casi todo al estilo de El proyecto de la bruja de Blair o la anteriormente mencionada Actividad paranormal, porque es muy barato y efectivo, y además el público por alguna razón llena desesperadamente las salas cuando se estrenan estas películas decididamente menores. En fin, Invocando al demonio utiliza en principio al ente maligno como una metáfora, a Michael King se le murió su mujer en un accidente horrible por lo cual podremos deducir que en su interior se está gestando algo espeso y oscuro, la angustia rabiosa que emanan los poseídos del cine. ¿Qué representaba el demonio que poseía a Regan en El exorcista? Para pubertad parece demasiado. El vacío oscuro en el pecho de Michael King es rápidamente llenado por la maldad de un demonio y vemos todo en primer plano filmado con gopros y sus amigas ya que Michael King es convenientemente un documentalista obsesionado por filmar absolutamente todo lo que hace, incluso cuando esta poseído o se auto-exorciza. Es curioso lo ambicioso que son los documentalistas de las películas de terror que piensan que todo problema se resuelve filmándolo. El director David Jung nos arroja una cantidad de secuencias de la degradación paulatina de Michael King y su paso al lado oscuro con más o menos la misma pericia que George Lucas al filmar el Episodio III, es decir: nada por aquí, nada por allá y aparece Darth Vader. Es que desde el punto de vista del protagonista exageradamente unitario se vuelve imposible construir algún otro personaje o crear algún tipo de expectativa. Como espectadores siempre estamos en la “zona caliente” de la historia donde sucede todo, así que nada es sorpresivo, no hay suspenso y no se juega con el fuera de campo. Jung no termina de entender que el demonio tiene que estar escondido en lo más oscurode un sótano o del corazón, y que cada tanto su sola sugerencia alcanza para que se vaya gestando el monstruo.
La teoría de un poco En rigor La teoría del todo cuenta la vida de Jane Wilde Hawking en relación con la de su ex esposo, la súper-estrella de la física Stephen Hawking (sí, el tipo parapléjico que habla a través de una computadora con voz robótica, que en general se refiere a los agujeros negros y supo aparecer en Los Simpson). Es decir, lo que nos vamos a encontrar son momentos más o menos significativos e icónicos de la vida del físico y cómo estos, desde el punto de vista de Jane, repercutieron en su familia. Hasta aquí todo correcto con la premisa, sin embargo, a medida que trascurren los minutos nos vamos quedando sin sustancia, como si lo que se nos muestra fuera hueco de alguna manera, personajes y trama. En principio es una sorpresa lo poco singular que resulta la mirada que La teoría del todo revela sobre Stephen Hawking, es decir, el tipo no es el Papa, pero si uno alguna vez se interesó tan sólo de haberlo visto en la tapa de alguna revista Conozca Más, sabe que es un físico de relevancia, con una enfermedad que lo paraliza casi por completo, y que se comunica a través de un aparato extraño. No puedo afirmar que esto sea un problema del libro de Jane Hawking o de la película de James Marsh, sin embargo no se profundiza mucho más que lo que ya contamos acerca de la vida y obra del científico. Hay sí, algún diálogo perdido sobre su ambiciosa investigación pero es cuanto menos paupérrimo, y hasta me atrevería a decir que falso dada la escandalosa simplificación que se hace de los conceptos. No es que se pretenda ver física de agujeros negros desarrollada ampliamente en una película como esta, sin embargo tampoco se espera ver una teoría compleja reducida a teología barata y libros de autoayuda. Si dejamos de lado que la historia de La teoría del todo incluye a Stephen Hawking, no se puede dejar de pensar lo parecida que es la vida real a un drama de pareja de Hallmark. La vida de Jane y Stephen es tan predecible que asusta lo aburrida que se ha puesto la realidad. Más allá del chiste, digamos que ya que vemos cómo la película se centra en lo inevitablemente escaso que ha sido Hawking como esposo, tampoco podemos decir que haya sido un padre excesivamente malo o un compañero desmesuradamente indiferente, realmente se ha comportado como la mayoría de nosotros sólo que tuvo su enfermedad como excusa. Por otro lado, además de esbozar mediante paralelismos entre la física y la vida en general para concluir verdades de cuarta, debemos decir que James Marsh logra algunos planos de notable belleza, donde se nota un interesante trabajo visual. Las actuaciones están correctas, (Eddie Redmayne se queda quieto con mueca de sonrisa con mucha naturalidad) y Felicity Jones hace bien lo que siempre hacen las actrices que interpretan a mujeres reales, ser más linda que la original. La teoría del todo termina demostrando que aquello de que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” es irrelevante y exagerado en ambos sentidos. Tanto Jane como Stephen fueron extraordinarios en sus términos y en tanto se lo permitieron las circunstancias, así y todo, esto no está del todo reflejado en esta floja película. Y además si creemos en que todos los hombres y mujeres merecedores de biopics han sido casi exclusivamente definidos por su historia amorosa y su locura galopante, entonces no hagamos más de estas películas porque son todas Una mente brillante, es decir, mentira.
Un hombre, un héroe Inquebrantable es la extraordinaria historia de Louis Zamperini (interpretado por Jack O’Connell), un medallista olímpico que termina sirviendo en la fuerza aérea estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, más precisamente en la Guerra del Pacífico, y a quien veremos durante todo el metraje resistiendo todo tipo de adversidades y humillaciones, para que así podamos apreciar su espíritu indestructible, y por extensión el espíritu indestructible de toda su nación. ANGELINA A pesar de su intenso prólogo, lleno de ritmo y acción donde se nos cuenta la vida de Zamperini a través de viñetas precisas y cargadas de sentido a lo Clint Eastwood, la película de Angelina Jolie va poco a poco convirtiéndose en un bodoque antipático que ideológicamente atrasa 40 años. Inquebrantable avanza hasta encontrarse con su primer escollo que es el guión, porque lo que quiere contar son las peripecias de su protagonista durante las Segunda Guerra Mundial, lo que esencialmente consiste en que estuvo prisionero, primero de las circunstancias, luego literalmente. Angelina como directora cae prisionera junto con Zamperini: no termina nunca de conseguir la fluidez del principio y reduce su película a la acumulación de escenas más o menos rigurosas. EL RELATO Estados Unidos tal como lo conocemos es un país que termina de forjarse en la Segunda Guerra Mundial, de allí proviene su relato de heroísmo y gran parte de lo que muchos norteamericanos creen es la esencia de su ser nacional. Estado Unidos le ganó a los exterminadores alemanes y a los perversos japoneses, aunque no suele hacer referencia a cómo Rusia se desangró para tomar Berlín y conquistar el frente oriental, o a las atrocidades que cometieron los generales estadounidenses en Japón, que antes de arrojar las bombas atómicas incendiaron deliberadamente todas las ciudades japonesas que pudieron, matando a todos los civiles posibles. Inquebrantable es otra película que viene a sumar aquel ya caduco relato de buenos contra malos malísimos. No sólo el personaje de Zamperini es el prototipo del héroe de la Segunda Guerra, sino que además los japoneses son representados con estereotipos y prejuicios (el cabo Watanabe interpretado por Takamasa Ishibara es una vergüenza) y hasta los tiburones son unos giles que claudican ante la demoledora voluntad norteamericana. La película dice estar basada en hechos reales y no tengo por qué dudar de esa afirmación. El problema es que Jolie termina manipulando los hechos para que en la superficie termine flotando una de las ideas más estúpidas e inmorales, aquello de que si realmente querés, podés. Como si Zamperini hubiera sobrevivido por ser un testarudo insoportable, mal perdedor y nacionalista recalcitrante, y como si todo aquel que murió en aquella guerra fue por ser demasiado débil. Pero nuestro inquebrantable héroe además de voluntad de vivir tuvo suerte, muchísima suerte.
Un final difícil No he tenido la posibilidad de profundizar en la obra de Vinko Bresan, pero con una ojeada rápida en la información que de él circula en Internet y un análisis innecesariamente superficial de Con pecado concebidos (la traducción literal del título croata es Los niños del sacerdote) podemos extraer algunas conclusiones rápidas que pueden dar una idea de lo que aparecerá en pantalla cuando decidimos ver su última película. A Bresan le interesa: Croacia como concepto, es decir, contar su país a través de las acciones de una galería de personajes paródicos más o menos paradigmáticos, y también al menos rozar los temas nacionales como la guerra de Bosnia y el claro odio entre etnias que ha sido la marca registrada de la región; el encuadre y la fotografía al estilo Wes Anderson; y el tono y el estilo de diálogos de Nanni Moretti en al menos Habemus Papa. En fin, hablar de los rasgos del cine de Bresan en comparación con los rasgos de otros sólo sirve como ejemplo. La verdad es que en Con pecados concebidos consigue la puesta en escena y el tono perfectos para su historia, cuya misión principal es la burla corrosiva a la religión y a cierto pensamiento reaccionario extremo de ese que se aloja en las personas que uno menos se imagina. El film parece decirnos que el germen de los peores males descansa hasta en la viejita entrañable que atiende ese kiosco desabastecido en una esquina olvidada desde hace 30 años. La historia gira alrededor de la idea del candoroso padre Fabián de pinchar preservativos con una aguja para que las parejas de la pequeña comunidad donde ejerce su sacerdocio empiecen a tener hijos y, así, suba la cantidad de nacimientos cuyo número es desesperadamente bajo. Por supuesto, la idea es ridícula y exagerada pero a la vez verosímil, hay en el discurso religioso la ideología necesaria para guiar a algunas mentes a cometer algunas estupideces como esa. Con pecado concebidos va pasando de ser una entretenida comedia ligera a una comedia dramática cuando vemos las primeras consecuencias de las ideas del padre Fabián, y luego de que nos cae encima el amargo final deberíamos catalogarla de comedia negra, negrísima, porque finalmente la risa termina siendo nerviosa y da para preguntarse con todo el cinismo del mundo ¿de esto se ríen los croatas y nosotros? Y sí, aquella también es una tierra herida que debe reírse de las barbaridades. El final de Con pecado concebidos es lo que más molesta a la hora de juzgarla. Es muy interesante ver el proceso de deterioro moral de los personajes, y ver que esas cosas terribles que les suceden nos hace reír. Sin embargo, Bresan nos arroja hacia el final una subtrama terrible, difícil de digerir y demasiado forzada. El problema no es la incomodidad que nos genera sino que está metida a presión en el guión, lo que termina descalabrando una película cuya primera hora roza por momentos lo brillante.