Michael Bay y 200 millones de dólares más Debo admitirlo, Michael Bay es un blanco fácil para casi todo aquel que haga crítica de cine. En él convergen todos y cada uno de los peores vicios del cine norteamericano. Sin embargo no se puede obviar el estado de emoción violenta que deja cualquier entrega de Transformers en nuestras almas, por lo tanto este texto es en principio una catarsis y también un intento de destrucción sistemática de todo lo que tiene que ver con el bueno de Michael. Estilo Bay Hay un principio fundamental para Michael Bay y para el capitalismo en general: más (mucho mucho más) es mejor. La saga de Transformers ha ido aumentando en duración (144 minutos, 150, 157, 165, respectivamente) y explosiones, una a la vez como si la única forma de contentar al espectador fuera atiborrándolo de destrucción cada vez más aturdidora y más duradera. Por supuesto tendremos aquí más minas que están buenas y además pelean y son implacables; también tendremos minas que están buenas pero indefensas y que dejan que el director haga planos desde el comienzo de sus ajustados shorts que son literalmente acoso sexual; y minas que no están buenas y son insoportables. Esta es una marca registrada de Michael Bay, aquellos que no son atractivos son insoportables y hacen chistes que no funcionan todo el tiempo. No encontramos aquí la apología descarada hacia la milicia, a la que nos tiene acostumbrados el director, sobre todo porque los Autobots aquí son outsiders y perseguidos, como me señalaba el amigo Mex Faliero, por lo cual el Gobierno es el malo; igual esto queda compensado por todo el resto de giladas a las que Bay sigue muy aferrado como la colocación de productos en el sector juvenil. A veces sorprende la incapacidad, o mejor, la falta de interés de este director por generar climas, o dosificar la narración, en el cine de Bay todo es sobredosis. Al ritmo de su cámara inquieta y ansiosa hace lo que mejor sabe, nos distrae, de ahí viene esa sensación de haber sido lobotomizados cada vez que salimos de ver alguna de Transformers. Pero Bay no nos distrae del mundo exterior al cine, nos distrae de su película que es ingobernable e inabarcable porque nunca está quieta en ningún lugar físico o mental o cinematográfico. Transformers es la existencia inauténtica de Heiddeger toda junta en tres horas, y por más sesudos y concentrados que estemos, saltamos de una cosa a la otra y nunca nos podemos agarrar de nada, ni de una historia, ni de cierta épica, ni siquiera de empatía hacia los personajes, caemos a un vacio total. Y cuando queremos acordar salimos del cine una fría madrugada de julio sin saber qué decir. Personajes Trasnformers: la era de la extinción contiene toda una galería de personajes humanos nuevos, quizás el único y gran acierto de esta película. Imaginamos que el anterior elenco (una banda de imbéciles sin remedio) habrá tenido algo mejor que hacer. Pero hablando en serio, si no fuera porque casi no se nos permite generar empatía con ellos, la incorporación de Mark Wahlberg y de Stanley Tucci y también, si se quiere, de Kelsey Grammer, le dan cierta frescura a la parte humana de la historia que desgraciadamente no le importa a nadie. Por otro lado los Transformers siguen con los mismos problemas de siempre, son incomprensibles, hablan mientras todo explota y cuando se quedan un segundo quietos para digamos… hablar, dicen una sarta de obviedades o explican un guión imposible. Para aquellos que vieron Titanes del Pacófico o -mejor- Gigantes de acero, comparen la relación que generan aquellos robots con el espectador y la que generan los Transformers. Lo robots de Bay no generan ni épica ni empatía, ni nada. Optimus Prime es un violento testarudo que cuando cambia de opinión, en general es para peor, y cuyo su acto de cabecera es siempre ser vengativo e implacable con sus enemigos que terminan decapitados o descuartizados. Nosotros y el mal ¿Se puede condenar al público de Transformers y Bay por seguir llenando las salas y justificar su existencia? No lo sé, al menos no soy quién para dar ese dictamen. Me he entregado sistemáticamente a cada una de las entregas de la saga. Sin embargo, vale la pena subrayar una cosa, el concepto de El Mal o maldad no quedado obsoleto aún, y eso se puede constatar porque todavía existen claramente los faros de maldad: El Papa, Israel en Gaza, Caruso Lombardi, la FIFA, Monsanto y también Michael Bay, no nos olvidemos.
Fórmulas repetidas, pero eficaces Mike Flanagan viene de dirigir Ausencia, una película de tan bajo presupuesto como calidad, que por alguna razón fue bastante defendida por buena parte de la crítica. Me tocó escribir la reseña de aquel film, que no lograba sobreponerse a los escollos de su factura independiente, aburría de lo lindo y tenía unas actuaciones tan artificiales que molestaban la concentración. Pero en el año del mejor mundial que me ha tocado vivir, Flanagan planta el equipo y se aparece con la que quizás sea una de las mejores películas de terror que se vayan a estrenar en este periodo. El cine de terror (por lo menos el que se estrena aquí en las salas masivas) se mueve como un péndulo por tendencias, fórmulas y subgéneros hasta que no dan más de sí y luego vuelve a empezar. En ese movimiento cada tanto aparece algún exponente interesante como Oculus. Este film es otro más de casas, o mejor, objetos embrujados, en este caso, un espejo. Acá podríamos referirnos a Borges y demás sarasa acerca de los espejos, los tigres y los laberintos, pero mejor sigamos. Flanagan hace bien en ocuparse del guión, la dirección y el montaje, porque logra un resultado orgánico y prolijo. La historia transcurre en un presente que poco a poco es invadido por un traumático pasado, luego se equiparan y finalmente el pasado invade definitivamente la vida de los personajes. En el medio se permite el tiempo para reflexionar acerca del recuerdo, de cómo reconstruimos lo que nos ha pasado y cómo descartamos y editamos los detalles que terminan siendo los más importantes. Obviamente todo esto abordado superficialmente aunque con criterio y respetuoso de la inteligencia del espectador. Por suerte el truco le sale bien a Flanagan, ya que la cuestión de los recuerdos hace avanzar al guión y de pasada desorienta. Porque, claro, Oculus nos engaña para que su final sea más o menos sorpresivo o no lo podamos inferir durante el metraje; aunque lo interesante es que nos engaña desde la empatía con los personajes y no por algún giro en el aire sacado de la galera. Ellos no saben qué pasa, nosotros tampoco. Hay fórmulas repetidas por supuesto, como utilizar la tecnología para desenmascarar a fantasmas y demonios (en este caso tecnología Apple, ya que se encarga de mostrarnos la manzanita a cada rato) pero son justificadas y si hay algo que Oculus no hace, y se agradece, es apelar al susto repentino injustificado para tapar la falta de climas. A medida que el film avanza, nos encontramos con atmósferas cada vez más asfixiantes y el miedo que se genera es del genuino, el de la incertidumbre, el del descontrol y la indefensión. Hay que recordar que Dolina dice en Bar del infierno algo así como que el infierno debe de ser imperfecto, debe permitir ciertas cantidades de esperanza en sus habitantes para ser verdaderamente monstruoso. Es lo que hace el torturador y también el espejo de Oculus, que nos distrae un momento para que creamos que el mal se puede vencer, para que al final nos demos cuenta, con creces, que es imposible.
Mensaje Es difícil entender qué nos quiere decir Drake Doremus con Pasión inocente. O mejor, uno preferiría pensar que intentó algo que no salió y se perdió en la monotonía, el acartonamiento y el lugar común. Se nos cuenta un drama de tema típico: una familia más o menos funcional recibe a una estudiante de intercambio de enigmática mirada, que con su sola presencia empieza a desnudar todas las contradicciones, haciendo salir a la luz viejos remordimientos. Los personajes se acomodan rápidamente en sus roles unidimensionales: Keith Reynolds (Guy Pearce) es un profesor de música que no está contento con su vida; Megan Reynolds (Amy Ryan), la esposa, es una ama de casa controladora y absurdamente coleccionista; Lauren Reynolds (Mackenzie Davis), la hija adolescente con… problemas de adolescente; y Sophie (Felicity Jones), la estudiante de intercambio que viene a inmiscuir su mirada incómoda en la familia. Obvio, luego de unos minutos, nos damos cuenta de que la mirada incómoda de Sophie no es un extrañamiento constante y bastante impostado hacia el nuevo entorno, sino que es, lisa y llanamente, su forma de expresar que le gusta Keith, como si a Bella de Crepúsculo la hubieran trasplantado a esta película, y todos los que hayan visto esa pavada de vampiros giles sabrán lo que eso significa: amor virginal y frases berretas disfrazadas de filosofía. Pero no nos detengamos tanto en Sophie, que es una adolescente pretenciosa más que esbozará Hollywood, sino que vayamos con Keith, que es un ser despreciable, un cobarde incapaz de enfrentar un solo conflicto, y cuyo claro problema es su incapacidad para enfrentarlos, cosa que la película de Doremus omite, aunque sí se encarga de su vida un tanto aburrida pero no tan opresiva como para justificar sus ansias de irse. Keith jamás muestra afecto por su mujer y su hija y se enamora del talento y la pose snob de Sophie al instante, aunque nunca se resuelve la tensión sexual de la relación. De hecho, Doremus trata el sexo con una distancia extraña, con incomodidad, sus personajes a penas lo mencionan y no lo llevan a cabo. Digamos que Pasión inocente tarda mucho en avanzar, y luego hace aparecer la concreción de la relación que pretende contar y sus consecuencias en los últimos 40 minutos. Es decir, los primeros 55 estuvo desarrollando personajes de cartón en situaciones de papel maché con una fotografía perfecta. Este tedio generado en la primera parte hace que a lo último las reacciones exageradas de los personajes nos parezcan un tanto absurdas. Encima todavía nos queda el final, que es conservador y barato, pero justo: Keith queda donde se merece, donde no quiere estar. Pasión inocente es una película de mensaje, pero todavía no sabemos cuál es el mensaje: por un lado se intenta justificar las acciones del deplorable Keith, y además Sophie se la pasa construyendo un discurso enredado acerca de las elecciones y la libertad que se pierde en el absurdo. Entonces podríamos concluir la siguiente moraleja: intenta dejar a tu familia por la primera pendeja con aires de artista que te cruces y tras las consecuencias arrepiéntete y vuelve a tu casa a sentir remordimiento e indiferencia. En fin.
Llegará la muerte y tendrá tus ojos El pacto me hizo recordar inmediatamente a Ausencia (Absentia, 2011, que aquí se estrenó en abril del 2013), film bastante malo con el que comparte la estructura y la estética del cine independiente norteamericano, pero que se diferencia en principio en un elemento fundamental: la protagonista. El personaje que interpretaba Katie Parker en Ausencia estaba mal construido y sobreactuado, y como aparecía en cada escena, molestaba mucho. En El pacto tenemos a Caity Lotz (falsa sobrina de Donald en Mad Men) que no es ninguna genia, pero es mucho más sólida para el tipo de personaje que interpreta (una chica callada de evidente oscuro pasado) y no desentona ni molesta. Ambos films intentan unir un argumento típico del cine independiente, que incluye a personajes solitarios que regresan a un lugar de angustia para recuperar un pasado que los agobia y del que han estado escapando por mucho tiempo, con algún argumento del género de terror, por lo que se produce un choque del cual es difícil salir airoso. Esto sucede básicamente porque la historia indie requiere verosimilitud y solemnidad, y la historia terrorífica necesita que el espectador acepte otras convenciones y arbitrariedades, lo cual genera un extrañamiento y luego la afirmación univoca: “¡qué pelotudez!”. Ahora bien, el guionista y director Nicholas McCarthy logra en El pacto subsanar un poco esta grieta que produce la premisa de su película: a veces entiende la necesidad de generar climas, aunque en el momento de la verdad apela al susto fácil y la música guaranga para subrayar. También tiene cierta pereza a la hora de crear personajes secundarios, que son todos de cartón, rutinarios y predecibles. No dejemos de lado lo peor de todo: abusa de las escenas contemplativas y los largos planos con la protagonista sola poniendo cara de desamparada. Y aquí una digresión: deberían dejar de robar por dos años con la contemplación de los personajes solitarios. Si no hay nada que contar, mejor no contar, pero no pongan un filtro de Instagram y un tipo mirando un árbol por diez minutos porque me doy cuenta de que me están mintiendo ¡A veces las personas angustiadas hacen cosas además de llorar mirando una foto! Volvamos a El pacto: para el final nos queda claro lo de siempre, hay familias que esconden oscurísimos secretos, y la gente con un ojo azul y otro verde no es de fiar. Es cierto que en la comparación con Ausencia, El pacto luce en general más sólida, por lo menos se nota que McCarthy realiza una búsqueda honesta, pero que lamentablemente falla.
Amapola del 66 El apellido Zanetti es, en general, asociado al éxito en Argentina: tenemos al Pupi, jugador de fútbol un tanto sobrevalorado pero de carrera respetable y con un sentido de la caridad similar al de Facundo Arana (sí, es el Facundo Arana del fútbol); también tenemos una distribuidora de golosinas de gran éxito en Mar del Plata y Miramar con ese nombre; y cómo no, a Eugenio Zanetti, diseñador de producción ganador del Oscar por Restauración en 1995 y también nominado por su labor en Más allá de los sueños. También trabajó en la maravillosa El último gran héroe y ahora dirige Amapola. Digamos que las críticas argentinas han sido, con toda justicia, duras con Amapola. Sin embargo, varios de esos críticos trataron con demasiada benevolencia a Metegol, de otro ganador del Oscar argentino, el omnipresente Campanella. Y digamos que Amapola es mala y fallida, pero Metegol es un desastre indignante y sobrevalorado. Con tan sólo ver el tráiler cualquiera podría sospechar que algo anda mal en la película de Eugenio Zanetti, y luego de verla completa podemos confirmar las sospechas. Hay una larga lista de elementos malogrados en el film. Espero poder recordar los más importantes. Principalmente, lo desastroso del film es el guión, que en principio cuenta con una estructura simple: Amapola (Interpretada por Camilla Belle, que tiene la cualidad de elegir días clave en la historia Argentina reciente para contar sus historia) pide un deseo el 26 de julio de 1952, día de la muerte de Eva Perón. Su deseo se cumple el día del golpe de Onganía en 1966, pero justo suceden algunas arbitrariedades que poco tienen que ver con ella y el día termina en tragedia, ella se desmaya y su conciencia viaja en el tiempo a 1982 cuando estalla la guerra de Malvinas y puede ver las consecuencias de aquel día trágico de 1966. Hay un obvio esfuerzo por hacer un paralelismo entre la historia argentina y la vida de Amapola, pero se nota lo forzado de la situación y queda en evidencia que no tienen nada que ver. Además, el principal drama que sufre Amapola en 1982 es la muerte de su abuela Meme (Geraldine Chaplin), que poco tiene que ver con lo que sucede en 1966. ¡La vieja murió de vieja! En fin, Amapola vuelve en el tiempo y arregla todas las cosas que sucedieron ese día que tendrán consecuencias en el futuro y todo termina en una gran pijamada general que parece el fin de una orgía producida para Disney. Así de caótico es el guión, al cual le podemos sumar fallas más pequeñas pero que suman al desastre, como por ejemplo el esfuerzo de la bonita de Belle por hablar en español con acento argentino que distrae durante toda la película. De hecho, el romance que tiene con el personaje de François Arnaud esta “hablado” en inglés porque sino la falta de fluidez sería insostenible, pero se nota el horror cuando habla con Lito Cruz o con Leonor Benedetto. La actriz hace lo que puede y si se fijan bien, en algunos instantes podemos ver en su cara cierta expresión, como si pensara “debo cambiar de representante”. Si hablamos de las actuaciones es evidente que Arnaud y Chaplin provienen de cierta escuela de actuación que les permite salir más o menos bien ante la cámara de cine. Digamos lo obvio de las actuaciones de argentinos: Leonor Benedetto hace de mujer que está muy bien para su edad (aunque eso ya no es así); Lito Cruz, como siempre, sobra su papel porque alguien le dijo que es el mejor actor de su generación; Nicolás Scarpino exagera; Juan Acosta exagera y se emborracha todo el tiempo sin que nadie le haga notar su grave alcoholismo; Nicolás Pauls hace de “soy el Pauls más inofensivo, el menos pretencioso y el absolutamente olvidable”; Elena Roger canta; Esmeralda Mitre es injustamente despreciada por los protagonistas; y por alguna razón la cámara esquiva la evidente fotogenia de Liz Solari por lo cual es difícil descubrirla hasta los créditos. No recuerdo si hay algún agradecimiento para el museo de arte de Tigre ya que allí sucede toda la historia, de todas formas vale la pena visitarlo, ya que es muy bonito, aunque puede llegar a provocar que sus visitantes voten por Massa. Por último, dado que me aburrí bastante viendo esta película, sintiéndome desconcertado durante la mayor parte del metraje me premio dándome el lujo de titular esta crítica como lo hacen en el suplemento cultural de Pagina/12, es decir, haciendo referencia a otra manifestación cultural que poco o nada tiene que ver con la que se está reseñando.
Buscando lo oculto Ser crítico de cine es, en parte, tener la pretensión de obtener de las películas algo más que su simple argumento, un análisis y búsqueda constante de lo que está más allá de la superficie. Por supuesto las películas son algo agradable que escudriñar, distinto es cuando se quiere analizar a una persona poseída, por ejemplo, que es lo que le pasa al profesor Joseph Coupland (Jared Harris) en Silencio del más allá. La película de John Pogue forma parte de la filmografía del resurgimiento de la mítica productora Hammer, que hasta el momento en esta nueva etapa sólo tiene una buena e innecesaria adaptación de Déjame entrar, vamos a dejar de lado a La dama de negro. Los setenta fueron, entre otras cosas un poco más importantes, una década que le dio su lugar al fenómeno paranormal, la gente estaba ávida de casas embrujadas y fantasmas; mejor dicho, estaba ávida de fotografías y sonidos grabados de fantasmas, entre otras cosas. En esa época tuvo lugar esa farsa conocida como los sucesos de Amityville, que fueron explotados en una gran cantidad de libros y películas; se hizo famoso el matrimonio de psíquicos Warren quienes estuvieron en Amityville y cuya historia es retratada en la interesante El conjuro de James Wan. Y también en esa gloriosa década apareció el caso de Carla Moran, quien al parecer era abusada sexualmente por un fantasma. Su caso fue documentado y estudiado científicamente, también inspiró una interesante película: The entity. Se manejaba la tesis de que ciertas afecciones mentales graves podían manifestarse de manera paranormal, es decir como si el enfermo pudiera materializar el síntoma, moviendo objetos cercanos o afectando el campo eléctrico circundante por ejemplo. En general, la gente que estudiaba “científicamente” estos casos eran un montón de entusiastas sugestionables que no entendían demasiado la tecnología que manejaban e intentaban vanamente sujetar el campo de lo desconocido mediante las riendas de la ciencia. La mayoría de las veces la verdad termina siendo la más patética de todas: no hay nada más allá. Y siguiendo con este caprichoso paralelismo, ser crítico de cine es ser un falso científico que no entiende del todo las herramientas con las que analiza. Porque ¿qué es aquello en lo que realmente me tengo que concentrar? ¿Cuáles son los mecanismos mentales válidos para analizar un film? No lo sé, no me interesa. No podemos culpar a Silencio del más allá por intentarlo, pero lo cierto es que falla. La presencia del bueno de Jared Harris no alcanza para levantar al resto del elenco medio pelo que lo rodea, mención especial para Sam Claflin que está particularmente tosco. Tenemos también a Olivia Cooke, la poseída, que es una reencarnación de Christina Ricci con todo lo que eso significa. Y a Krissi interpretada por Erin Richards, personaje plano con lógica de actriz porno que se la pasa seduciendo y desahogando sexualmente a los protagonistas. Más allá del estiramiento innecesario que sufre esta película que avanza bastante bien en su primera hora y se descalabra en la última media, Pogue no termina de decidirse en contar contundentemente el destino obvio de sus personajes. Lo sabemos desde Scream (en realidad lo sabíamos de antes): el que coge muere (Krissi), el obsesivo al estilo capitán Ahab (el personaje de Harris) muere, el bueno y dubitativo (Claflin) termina loco, la poseída se salva o muere horriblemente, pero la mayoría de las veces muere. Sólo hay que conducirnos amablemente al infierno final pero Silencio del más allá no lo consigue. También es más fácil ser crítico de cine que director, sólo hay que saber cómo arruinarle la fiesta a todos.
Mundo muppet Los muppets tienen un aura especial, de ese que está reservado sólo a algunas cosas realmente buenas. Una especie de energía contenida que hace pensar que lo que están mostrando es sólo la punta del iceberg que reposa en una base de un millón de ideas. Uno puede rastrear o al menos imaginar la gran influencia de los muñecos de Jim Henson en la cultura norteamericana y mundial, podemos visualizar a un joven Matt Groening viendo a Kermit y su banda y lo mismo con los muchachos de Pixar. El punto es que pareciera que todo lo que tiene que ver con estos maravillosos personajes es bueno, y el caso de Muppets 2: los más buscados no es la excepción. La película arranca inmediatamente después del fin de la última entrega, rápidamente Kermit y compañía deciden qué van a hacer en el futuro (canción genial mediante), y también con mucha rapidez son engañados por un falso manager que los utilizará para cometer unos cuantos crímenes por Europa. Bobin se encarga de que la acción no se detenga nunca, lo cual ya es un clásico muppet; el esquema es muy simple: o pasa algo o se resuelve con un chiste o ambas cosas. Además de la gran cantidad de cameos, los tres secundarios que son los personajes humanos que interactúan la mayor cantidad de tiempo con los muppets están excelentes. Me refiero a Ricky Gervais, Ty Burrel y Tina Fey, quien por ahí confiesa un profundo amor secreto por Kermit, haciéndonos recordar un segundo a su gran Liz Lemon de 30 rock. Quizás la principal diferencia con su antecesora inmediata (una obra maestra) es que claramente esta secuela es bastante menos emotiva, y esto se debe sin duda a la historia que se pretende contar. Mientras que la película con Jason Segel hablaba de la melancolía y exploraba las tensiones entre el mundo real y el mundo muppet, Muppets 2 se entrega de lleno al argumento de policial ridículo sin miramientos, por lo cual el resultado es una buenísima comedia de intriga internacional con los muppets y nada más. Y ese resultado no está nada mal, no todos los films pueden tener a Jason Segel como protagonista ni apelar a la profundidad y a la emotividad. Bobin demuestra que mientras se tenga cariño por estos muñecos se puede hacer cualquier cosa con ellos que va a salir bien. Los muppets también son una tentación para hablar de lo mucho que entienden en Estados Unidos de humor y entretenimiento, y de lo poco que entendemos nosotros al respecto (o mejor dicho el gran público, no tengo por qué incluirme entre esos paganos). Pero aquí en el sur no podemos superar la supuesta genialidad de Olmedo, y terminamos regodeándonos en alguna pavada de Suar. Un día Estados Unidos va a ganar el mundial de fútbol con una selección de muppets y nosotros seguiremos hablando de Bilardo.
El precio El sorprendente Hombre Araña 2 no le escapa a la tendencia reinante de las últimas películas de superhéroes: todo tiene que ser enorme (duración, marketing, pretensiones, presupuesto y ganancias) y, si bien en otro momento uno pensaría que esto terminará destruyendo el género, todavía parece haber bastante por explotar. Nacida del puro afán de dinero y pelea por los derechos de explotación, en esta nueva serie de películas sobre Spiderman se ha acertado en algunas cuestiones, como por ejemplo la elección el director Marc Webb, quien sin duda ha logrado dar el enfoque justo para el superhéroe más cool de todos. Si inmediatamente después del 11-S el Hombre Araña de Sam Raimi lograba lo imposible (consciente de la responsabilidad que implican moralmente sus poderes, salvaba a todos y se reivindicaba a fuerza de pura esperanza y buenas intenciones) el personaje que construye el bueno de Andrew Gardfield, acompañado de Emma Stone y manipulado por Webb, tiene otra carga más devastadora y sombría, discute de otra manera aquel famoso lema “un gran poder implica una gran responsabilidad”, una manera más humana porque tiene que ver con los deseos y sus sueños. Entonces Webb, Electro y el Duende Verde, y nosotros desde nuestras butacas de jueces de turno, le vamos hacer pagar el precio de ser quien es. Lamentablemente, El sorprendente Hombre Araña 2 tiene algunos problemas para llegar a construir el drama existencial de Peter Parker. Un guión mal dosificado, que amontona al principio y sólo logra acomodarse cuando llegamos a la primera hora de película -luego entendemos que se intenta engañarnos: contar una cosa por otra-, aunque es necesario para eso mostrarnos a Parker enfrentar dos millones de conflictos (algunos irrelevantes e irresueltos como lo que tiene que hacer la Tía May para llegar a fin de mes). Y todavía falta el principal problema del film, el que hace que no tenga la solidez de la primera entrega de la saga: Electro. Un villano torpemente construido, un imbécil con motivaciones imbéciles y demasiado poder que todavía no se entiende por qué odia tanto al arácnido. También vemos el nacimiento del Duende Verde, con mucho mejor timing y sustento, que termina siendo quien de verdad está a la altura de ser el némesis de Peter Parker. En el apartado técnico, a pesar de ciertas secuencias interesantes El sorprendente Hombre Araña 2 se pierde en un océano plástico digital que no termina de convencer, especialmente si la comparamos con otros productos como Capitán América y el soldado de invierno, que es mucho más sólida a la hora de mostrar efectos especiales y batallas. Al final, lo que más interesa de Peter Parker/Hombre Araña es que, a pesar de ser el Facundo Arana de los superhéroes -un tipo bueno que supera adversidades, cool, querido por la gente, que ama ser quien es, hay cosas que no puede vencer a pesar de sus increíbles capacidades. A Peter, como todos nosotros cuando somos derrotados por el peor de nuestros miedos, sólo le queda hacer lo sabe hacer, una y otra vez.
¿De qué hablamos cuando hablamos de Jesús? Llama la atención el estreno comercial de Hijo de Dios, tanto por su origen televisivo (recordemos que este largometraje es un recorte de la serie La Biblia que se emitió originalmente en History Channel), como también por su increíblemente anacrónica propuesta que ya se explicitaba en el tráiler, una mirada absolutamente convencional y gastada de la vida de Jesús. En Mar del Plata -por ejemplo- se estrena en más salas que Divergente que es la última súper-exitosa saga juvenil. Así las cosas, cualquiera que haya tenido que ir a catequesis de pequeño se encontrará con una descarada reafirmación de lo que le dijeron que significó Jesús. Hijo de Dios La película de Christopher Spencer es hija fiel del estilo de History Channel para sus recreaciones ficcionales. Tanto ciertos planos televisivos característicos como el tono melodramático y solemne están allí dándose una panzada de casi dos horas y media. Vale remarcar el espantoso montaje. Dado que esta película es un recorte de la serie La Biblia que dura unas cuantas horas más, uno piensa que había material suficiente como para armar al menos un par de horas técnicamente decentes. Sin embargo, veremos que allí están los cortes abruptos y sin sentido, y constantes panorámicas de una Jerusalén digital que intenta regresarnos a la acción después de unos comerciales que en la sala de cine no existirán (al menos durante la película). Y más allá de esta molestia constante, Spencer y su montajista Robert Hall, fallan en encontrar una buena cantidad de escenas previas a la última semana de Jesús en Jerusalén que ayuden a comprender y a construir al personaje. Sí, hay algunas secuencias famosas por ahí, pero contadas con displicencia, como un trámite. La escena de los cuarenta días de Jesús en el desierto tentado por un Satanás demasiado parecido al doctor Doom de los cuatro fantásticos da un poco de vergüenza. Judas Ninguna época está preparada a recibir a alguien que se autoproclame el hijo de Dios. En su momento Jesús terminó muerto clavado en una cruz. Hoy terminaría en un psiquiátrico, tan sólo por su extraña negativa a realizar milagros espectaculares que dejaran a todos sin la más mínima duda; Jesús no conoció a Roland Emmerich. Pero el principal problema de Cristo siempre ha sido su padre. Dios lo manda a la tierra a salvar a la humanidad corrompida (la misma humanidad que ya había destruido por corrupta en tiempos del diluvio universal). Jesús viene a este mundo con una fijación por las parábolas y las metáforas que nadie termina de entender, por lo cual cuando la cosa se pone difícil el pueblo lo traiciona, Pedro lo niega y lo más extraño de todo, las acciones de Judas. Abelardo Castillo tiene la teoría de que Judas era el discípulo que más amaba a Cristo y, también el más fiel, que hace lo que hace porque Jesús se lo pide para que los acontecimientos se precipiten según está escrito. Judas cumple y luego se suicida y su nombre es injuriado por los siglos de los siglos, el peor destino para el que más amaba a Jesús. A la manera de Abelardo, es la más triste y hermosa historia de todo ese mamotreto que es el final de la vida de Cristo. Jesús muere La crucifixión ha sido el símbolo perfecto para la propagación de la fe cristiana a pesar de su falsedad moral. Jesús muere en la cruz para conseguir clientes para su padre pero no por la redención de nuestros pecados. Está claro que si Dios existe, es un cínico patológico y también está clarísimo que, antes y después de su hijo, el mundo no ha hecho más que seguir igual de malo. Siempre mueren inocentes.
Ese momento incómodo Las novias de mis amigos es una película incómoda en el peor de los sentidos, de esas que dan la sensación de que uno vio por lo menos diez parecidas y mejores. Tom Gormican se esfuerza en esto de (como diría el lejano Coco Basile) hacer un mix entre una comedia de amigotes de joda en Nueva York y una lisa y llana comedia romántica. Sin embargo, su esfuerzo es en vano, ya que termina imponiéndose, o por falta de buenos chistes, o por la fotogenia inmoral de Imogen Poots y Zack Efron, la comedia romántica berreta. Entonces si vas a hacer una película de amigos guarra, no hay que olvidarse que Seth Rogen, Johah Hill y compañía han hecho las mejores, y como realizador uno debería plantearse el deber de al menos intentar emular un poco las virtudes de, por ejemplo, Supercool o Ni en sueños. Pero en Las novias de mis amigos están el bueno de Miles Teller, que solo no puede, ya que Michael B. Jordan (no se puede tener ese nombre) está bastante irregular y Efron, a pesar de tener cierto timing, no logra despegarse del todo de su rol de galán. Los tres son personajes laboralmente exitosos pero emocionalmente incapaces. Me pregunto: ¿ya no hay perdedores en Manhattan? ¿Philip J. Fry era una mentira? Seamos buenos entre nosotros: Sex and the city ya agotó esas escasas posibilidades. Decíamos que Tom Gormican opta por subrayar la historia de los personajes que interpretan Efron e Imogen Poots, quienes lamentablemente ya desde su construcción inicial tienen algunos problemas. Ella es la joven naif que viene a perseguir su sueño a la mejor ciudad del mundo y luego de intentar unos meses lo consigue con una facilidad abrumadora. No solamente es linda, sino que también es buena e inteligente y literalmente nunca hace nada egoísta. El es emocionalmente distante, a tal punto de que indefectiblemente siempre hace lo contrario a lo que siente y es absurdamente incapaz de tener un gesto copado con una chica que claramente es perfecta para él. De acá se desprende una mirada un tanto problemática de la película de Gormican, una especie de machismo al revés, unos cuantos prejuicios sobre el comportamiento de los tipos en general. Dos de los personajes varones son imbéciles que sólo piensan en sexo y videojuegos y en no comprometerse. Dos de las tres chicas son literalmente perfectas. La pareja de casados/divorciados que interpretan Michael B. Jordan y Jessica Lucas apuesta sin embargo al machismo convencional: ella engaña y lastima, él es una pobre víctima. Entonces lo incómodo de esta película es en un sentido negativo, ya que siempre festejamos la incomodidad generada por las buenas comedias. Aquí está la incomodidad de la ansiedad que provoca el aburrimiento, y la sensación de que esto ya se vio diez veces y mejor concretado en todos los casos.