El demonio no tiene quien le escriba El estreno de El último exorcismo en 2010 había sido toda una sorpresa, una película fuertemente influenciada por la moda temática y formal de los últimos tiempos del cine de terror, que lograba por la solidez y decisión de su director Daniel Stamm salir muy por encima de la media. Y todo, gracias a que, a diferencia de sus similares, lleva hasta las últimas consecuencias el par de buenas ideas que lo fundamentan. No vamos a subrayar aquí el hecho de que aquel film se llamaba El último exorcismo y que por lo tanto, claramente, no necesitaba secuela, ya que lo mencionaron un 90 % de los críticos, al menos en la Argentina, alineados en cierta línea de cinismo insoportable. Tras una buena secuencia de tensión al comienzo, vemos un resumen frenético de la anterior película y nos encontramos nuevamente con Nell Sweetzer (Ashley Bell, actriz joven cuya expresión de anciana sin arrugas desequilibrada es por lo menos perturbadora), en un estado casi autista, aterrorizada y frágil. Se nos hablará de su recuperación, de sus ansias y de cómo el viejo demonio Abalam no la quiere dejar en paz. Nuevamente tenemos algunas buenas ideas; desde la locación, Nueva Orleans, una ciudad que parece siempre estar bajo una luz tenue descascarada y hermosa. La secuencia del carnaval con un obvio sentido religioso, pero que funciona de maravillas; qué mejor lugar para un demonio que acecha que la fiesta pagana y seductora por excelencia (al parecer no hay horribles comparsas de bajo presupuesto en Nueva Orleans). Y la aparición del sexo en la vida de Nell. No es nada nuevo en los films de terror que sexo es igual a catástrofe, sin embargo, aquí es completamente consecuente con la búsqueda interior que realiza el personaje principal, una persona rota e incompleta que se redescubre. Lamentablemente para ella el sexo la llevará directo a la tragedia. Y por último, la mejor idea del film es abandonar el registro falso documental, que está agotado y limita demasiado. Lo que venimos enumerando son ideas, cosas que salen bien, pero cuyo resultado es un tanto decepcionante. El director Ed Gass-Donnelly carece de la habilidad narrativa de Stamm, por lo que el potencial buen film que pudo haber sido El último exorcismo – Parte 2, se diluye en la incapacidad de su director y montajista, para lograr fluidez en el relato y una buena construcción de los personajes. Gass-Donnelly falla tanto que hace naufragar a su película, como quien tiene una canoa de río bien hecha con excelente material pero que absurdamente la conduce a la Garganta del Diablo (literalmente y en el peor de los sentidos). El binomio que forman El último exorcismo y su segunda parte, recuerda a El exorcista y El exorcista 2: el hereje, de hecho en cierto lineamiento argumental las segundas partes se parecen bastante y son igual de decepcionantes. Este caso también tiene su correlación con El proyecto de la bruja de Blair, es decir, en aquello de hacer la primera parte en registro falso documental y la segunda como una película convencional que sólo hace un poco de referencia a la original. Y ahí terminan las similitudes porque El proyecto de la bruja de Blair esta sobrevaloradísima y su secuela es infinitamente inferior a esta segunda parte de El último exorcismo. Las comparaciones no sirven para nada más que, en este caso, establecer el nivel de influencia de aquellos pares de películas con este par. Para la secuencia del final, donde Nell explota al mejor estilo Carrie la película de repente termina. Entonces nos quedamos con ganas de un premio por haber soportado esos 45 minutos de sustos injustificados y berretas. Nos quedamos con la potencial buena película que pudo ser y con la esperanza de que Ed Gass-Donelly no dirija una probable tercera parte.
Las cosas que se terminan La honestidad no es una cualidad excluyente para ser crítico de cine, más bien uno se ubica casi sin quererlo en un lugar de soberbia y cinismo bastante cómodo e insoportable para los demás. Hoy como para romper con la costumbre voy a ser un poquito honesto, 21: la gran fiesta me gustó mucho más inmediatamente después de verla, que ahora que ya tuve la oportunidad de pensarla un poco. Creo que me interesaron algunas cuestiones que se plantean en el film, que hacia al final van quedando mal resueltas. El film de Jon Lucas y Scott Moore (principalmente conocidos por ser los guionistas de la saga The hangover, entre otras cosas), cuenta las historia de tres amigos mayores de 20 que están en su etapa universitaria, y se reúnen después de mucho tiempo de no verse para festejar el cumpleaños número 21 de uno de ellos. Para Miller (Miles Teller, que trabaja también en la aparentemente similar Proyecto X), Jeff Chang (Justin Chon) y Casey (Skylar Astin) parece que el tiempo no hubiera pasado desde la última vez que estuvieron juntos, pero a medida que transcurre el día nos vamos dando cuenta que las cosas han cambiado y difícilmente vuelvan a ser como antes. En el film aparece una chica llamada Nicole (la extrañamente bella Sarah Wright) que tiene cierta química con Casey y le dice una frase que es una de las ideas básicas de la historia. No la recuerdo exactamente, pero casi le dice algo como: “¿no se supone que este es el momento de que hagamos locuras? Luego vendrán la casa, los niños e ir todos los días a cumplir con un trabajo deprimente”. Una idea bastante manoseada por todas las American pie, pero que por suerte en 21: la gran fiesta la encontramos, al menos parcialmente, sin ese manto naif y un poco absurdamente optimista de aquellas películas. Hay un poco de ese dejo amargo y melancólico que tan bien conocemos los que miramos la maravillosa serie How I met your mother. Entonces, en tono de comedia descontrolada, con buenos gags y chistes con graciosas referencias de por medio, se habla aquí de algo angustiante para cualquier persona: el irrevocable paso del tiempo con sus consecuencias, y entre ellas, cómo poco a poco se desgastan incluso las relaciones que creíamos imprescindibles en nuestra vida. El problema principal en el desarrollo de 21: la gran fiesta es la irregularidad y tratamiento de los conflictos que plantea. Más allá de algunas lagunas menores, el guión hace agua hacia el final cuando se apura en explicar un montón de cosas, y los personajes literalmente corren en busca del final feliz y chistoso que algún productor preocupado debe haber mandado a modificar. Aparecen como por arte de magia desenlaces un tanto arbitrarios tanto para Miller, Jeff Chang, Casey y Nicole. Todo esto le hace daño a una película que podría haber sido bastante más. Por último digamos que Lucas y Moore logran un producto irregular pero fiel a su estilo. Deudora de The hangover y también un poco de Proyecto X, 21: la gran fiesta tiene la capacidad de por momentos hacernos reír de nuestras angustias aunque al final nos confunda un poco alejándose de su propia lógica y quizás de la verdad.
El verdadero terror es aburrirse Leo algunas críticas de los medios argentinos hablando de Ausencia, muchos elogios y optimismo. En alguna parte hasta llego a leer: “el cine de terror está pasando por su mejor momento”. Todo esto me hace reflexionar algunas cosas que, a usted como lector de FANCINEMA que quiere saber qué ir a ver, no le van a importar. La semana pasada se estrenó Posesión infernal, remake de la mítica Evil dead, que creo tan sólo va a funcionar como oasis en medio de un panorama amargo en cuanto a la producción de cine de terror que, como siempre, intenta reinventarse y encontrar su próximo filo. Ausencia demuestra que el género sigue en una crisis de ideas bastante profunda, ya que falla de principio a fin en casi todos los rubros, y la podemos calificar de, al menos, olvidable. Está claro, estamos ante una película de muy bajo presupuesto, digamos independiente. Subrayo esto porque al parecer es muy importante para despertar la indulgencia del espectador. A mí mucho no me importa, la falta de presupuesto sólo justifica un porcentaje de las fallas. Grandes películas se han hecho con presupuestos irrisorios, pero ejemplificaré sin pretensiones: la reina de las películas de bajo presupuesto El proyecto Blair Witch (aclaro que en mi criterio está muy sobrevalorada), contenía muchas más ideas y construía mucho mejor los climas que este artefacto poco simpático de Mike Flanagan. Desde el prólogo esta película huele a bodrio, y despliega de inmediato una subtrama al mejor estilo indie, o sea, además del misterio que promete ser aterrador está allí el glorioso drama familiar. Después de mostrarnos un túnel peatonal súper-misterioso conocemos a Tricia, interpretada por Courtney Bell (una versión rellenita de Alyson Hannigan), una chica cuyo marido ha desaparecido hace siete años y está a punto de declararlo legalmente muerto. También conocemos a Callie (Katie Parker), hermana de Tricia que al parecer tiene un problema de adicción y se ha refugiado en la religión. Las actuaciones de ambas son malas, poco creíbles y es imposible tener empatía con ninguno de los dos personajes. Pero el que está peor de todos es Dave Levine, que interpreta al detective Ryan Mallory, personaje que tiene un romance con Tricia y la intenta convencer de que declare muerto al marido. Entre esos conflictos medio pelo y los personajes estereotipados deambula un buen rato la película de Flanagan, y cuando ya es demasiado tarde como para que nos importe reaparece andrajoso y medio perdido Daniel, el marido de Tricia, justo cuando Mallory la había convencido de declararlo muerto. Qué pena por él y también por nosotros, que nos damos cuenta que falta un montón para que termine esta cosa. Entonces tenemos a partir de allí las indecisiones del director, guionista y montajista, que dan como resultado una falta de solidez notable. Hay climas de suspenso mal construido, un bicho invisible que persigue a los personajes y el bendito marido que es incapaz de decirnos dónde estuvo y qué le pasó. Como esos personajes de Lovecraft que se encuentran con la peor de sus pesadillas y dicen que lo que vieron es inenarrable, indecible y nos dejan con las ganas. Todavía no me explico las buenas críticas que recibe esta película que sin dudas es una de las peores del género este año, y ahora que la evoco para juzgarla me doy cuenta que incluso recordarla es pura amargura.
Reconstruyendo la leyenda diabólica Como toda remake, esta nueva versión de Posesión infernal (o sea Evil dead de 1981, que aquí fue conocida como Diabólico) invita a remitirse al original. Hablamos de una saga de películas muy particular, de un director bastante sólido y ecléctico como Sam Raimi. De las tres Evil dead originales, podríamos decir que la primera se diferencia bastante de las otras dos en cuanto a que intenta a ser una dura película de terror salvaje y gore, cosa que logra a pesar de sus evidentes limitaciones. Fue un film hecho con muy bajo presupuesto, y de hecho, es bastante conocida la historia de su accidentado rodaje lleno de anécdotas, como que se quedaron sin sangre artificial y en muchas de las escenas podemos ver un líquido lechoso que sale de los endemoniados, o que el elenco que inicia la película (salvo Bruce Campbell) es distinto al que la finaliza ya que no había dinero para pagarles, por lo tanto muchos de los demonios que vemos ya avanzada la historia son amigos y parientes de Raimi. Para la realización de Evil dead 2 y 3 la historia fue diferente: con presupuestos acordes a sus pretensiones y su director más maduro, los resultados fueron muy superiores a aquella historia deforme filmada en 1981. Evil dead 2 (Noche alucinante) es una remake homenaje a la primera parte en tono de comedia y Evil dead 3 (El ejército de las tinieblas) el final disparatado y divertido que merecía la saga, con un Bruce Campbell en un estado de locura de la buena, como casi nunca ha logrado repetir en su carrera. Entonces, Evil dead 1 es la leyenda de culto de la saga, y la simple idea que quiero introducir con toda la anterior parrafada es que esta versión de Fede Alvarez es quizá la película que Sam Raimi imaginó hacer en 1981, ya que es buena en general, pero es muy buena si la pensamos en función de la “leyenda” que es para muchos la original en la que se basa. Se cuenta por ahí que Raimi vio el corto Ataque de pánico, único trabajo conocido (es decir, el que está en YouTube) de Alvarez, y decidió apadrinarlo (no sé a qué se refieren con eso). Es así que este talentoso uruguayo de 35 años llega de repente a filmar Posesión infernal. En principio, vale decir que Alvarez logra todo lo que se le puede pedir a una reversión: mantiene el espíritu original y la actualiza argumental y técnicamente. En algunos casos, las remakes son mejores que la original, pero no me atrevo a decir que este sea el caso. Por ejemplo, en la original un grupo de amigos se encierra en la cabaña más decrepita y escondida del bosque más tenebroso del universo para divertirse (al parecer a los jóvenes de los ochenta no se les ocurría otra idea), y en esta nueva versión un grupo de jóvenes se encierran en la cabaña mas decrépita y escondida del bosque más tenebroso del universo para hacer que una amiga supere su adicción a la cocaína y ayudarla a atravesar el síndrome de abstinencia. Ninguna de las dos premisas me parece sólida lógicamente hablando, pero es una de las convenciones del género que uno soporta para deleitarse con lo que viene. Por otro lado, si había un rasgo particular de la primera Evil dead, era la violencia caótica, explosiva y llena de gore, en la cual se regodeaba con toda desvergüenza. Pues bien, esta nueva versión no sólo no se queda atrás, sino que es tan o más violenta que su predecesora. Y si somos un poco más incisivos desglosando estos films, digamos que lo que le importaba a Raimi en aquel entonces y también ahora le importó a Alvarez, es el efecto. Evil dead (ambas) no apuesta casi nunca a la generación de climas o suspenso, sino que más bien se enfoca en el susto guarango explícito, en arrojar terror, vísceras y locura a la cara del espectador sin la más mínima piedad. Posesión infernal de Alvarez supura energía e ideas, homenajea a la original pero también se atreve a irse de mambo un poco más allá, incluso eliminando al personaje de Bruce Campbell y repartiendo responsabilidades entre todo el elenco, con la protagonista -encarnada por Jane Levy- estallando de locura y miedo. Concluyendo, quizás el último punto a favor de esta película es que es diferente a todo lo que se viene haciendo en la actualidad del género, que se está sosteniendo apenas en los últimos pifies de Actividad paranormal y las pavadas sobrevaloradas como Mamá. Sin la carga moral pelotuda de El juego del miedo, Posesión infernal nos trae violencia pura, dura, divertida sin miramientos. Se cuenta entre las anécdotas de filmación de la Evil dead original que Raimi filmó los desplazamientos de cámara que simulaban el desplazamiento de los espíritus demoniacos sobre una motocross. En la versión de Fede Alvarez, el demonio va en Harley.
Se te ve la tanga Mientras voy pensando qué es lo que se puede decir acerca de G.I. Joe: el contraataque, me doy cuenta de que estoy a punto de enumerar una serie interminable de fallas que contiene y que podría describir con el más desenfadado sarcasmo. Pero, sólo por hoy, intentaré ser un poco más justo, porque estoy pensando esta película en función de su detestable predecesora. Y la verdad, es que si hay algo que Jon Chu intenta en esta segunda parte de la franquicia es despegarse de aquel fallido bodoque, aunque el problema quizás es que esto se nota demasiado y ese es uno de los problemas de esta secuela. Pero vamos por partes. Allá por 2009 aparece G.I. Joe: el origen de Cobra que es el ejemplo de película de acción mal hecha. Durante sus dos horas de duración se nos contaban un montón de sucesos con una lógica cada vez más cuestionable, flashbacks en escenas de pura acción y las tetas de las dos protagonistas femeninas danzando por ahí sin la más mínima gracia. Solo se salva una muy buena secuencia que trascurre en París con unos trajes al mejor estilo Iron Man y la Torre Eiffel hecha pedazos. Las actuaciones también fueron bastante deplorables e impostadas destacando el insoportable Marlon Wayans, que por suerte ha sido borrado de un plumazo de esta secuela junto con las dos chicas tetonas. Entonces contratan a Jon Chu que viene de filmar películas 3D con bailarines (Step Up 2 y 3D), y llaman a Dwayne Johnson que es tan grandote como carismático y a Bruce Willis que es el mejor actor que ha interpretado héroes de acción en las últimas tres décadas. Y además uno veía el tráiler y podía pensar que los creadores de esta secuela iban a intentar borrar con toda la caradurez del mundo el mal recuerdo de la anterior película a pura burla y acción. Y luego de verla, queda la sensación de que no ha sido del todo satisfactoria esta obvia maniobra de los productores. En principio porque G.I. Joe: el contraataque se queda a medias con eso de olvidar a su predecesora. Con un prólogo medio apurado se nos explica por qué Chaning Tatum todavía está en la película y por qué es tan amigo de Dwayne Johnson, ni una palabra de qué fue de la vida de los otros. En seguida una misión, una trampa y todos los Joe’s muertos menos tres, entonces uno de ellos dice que hay que volver a las fuentes y obvio, la respuesta es Bruce Willis. Y uno piensa: “ahora sí se va todo a la mierda”. Y sí… pero no tanto. La decisión más acertada en cuanto a la trama es haberle dado protagonismo y mayor entidad a Snake Eyes y Storm Shadow (el ninja negro y blanco respectivamente), que otorgan la alegoría gruesa de la lucha entre el bien y el mal necesaria en ciertos films de acción de trazo grueso como este, y hasta se animan a relativizar esa dicotomía demostrándonos que el malo (Storm Shadow) no era tan malo después de todo. Jon Chu y los guionistas se terminan preocupando demasiado en justificar lo injustificable, eso se nota y daña el resultado general del film. Hablábamos de ser un poco justos, y hay que destacar el buen oficio del director en algunos aspectos: en principio las actuaciones son mucho más naturales y efectivas; apela bastante al sentido del humor por lo cual también mejora el ritmo del film; y digamos que logra una buena secuencia de ninjas en la montaña con rapel, espadas y coreografía perfecta. Chu logra que su película sea superior en todos los aspectos cinematográficos a G.I. Joe: el origen de Cobra y sin embargo no deja de ser un film menor de una franquicia que quizás haya tocado su techo rápidamente y que no parece tener un futuro prometedor. Seguramente veamos una o dos partes más de esta saga y también seguramente sean poco apetecibles. Al menos esta vez no nos aburrimos.
¡Oh mamá! ella me ha aburrido… Podríamos decir que el cine de terror es el rock de los géneros cinematográficos: desde su aparición nunca se ha dejado de producir; tiene viejas glorias dormidas en los laureles; cada vez que aparece alguna pequeña buena idea rápidamente se la convierte en tendencia y pronto se agota; y nuestros padres piensan que lo mejor se hizo en los setenta. Mamá es un fiel exponente del tipo de cine de terror que se ha estado filmando en el periodo de, digamos, los últimos dos años. Es decir, es bastante mala. Es que en este tiempo, los responsables de hacer películas del género parecen querer, por un lado, estirar a fondo su último filo ganador, es decir subproductos y secuelas de Actividad paranormal, y por otro, volver a las fuentes a ver si encuentran algo que se haya contado menos de 300 veces. Y seamos claros, el verdadero problema no es la originalidad, sino más bien, la lectura y relectura que se hace del género y su historia: directores como Andrés Muschietti filman cine industrial de terror como si Hollywood no existiera. Mamá carece de muchas cosas, no hay allí una mirada, una reflexión o una actualización del género, o sea, no hay ideas y lo peor, ni siquiera hay una historia más o menos articulada. En la historia oral del cine de terror (¿?), se cuenta que Sean Cunningham (productor, director y mercenario) se robó los elementos más superficiales y efectivos de la maravillosa Halloween de John Carpenter y filmó la, generalmente mediocre, Viernes 13. Esta historia, salvando las distancias (enormes distancias), es análoga a lo que gente como Muschietti está haciendo al filmar cosas como Mamá, es decir, reducir la narración a su más rudimentaria expresión. ¿Saben qué? el cine de terror, como todo género tiene tópicos, lugares comunes, convenciones de todo tipo sobre las cuales construir una historia, pero también necesita de alguien que sepa contar y que tenga algo para contar. Quizás como crítico, debería dejar de mostrarme erudito y pedante y debería hablar un poco de la película. Muy bien, digamos que Jessica Chastain es linda, y su personaje imposible. Interpreta a una roquera que toca el bajo estilo Sid Vicius, y que todo el tiempo avisa, a su novio, al psiquiatra de turno y a nosotros, que ella no puede (y no debe) hacerse cargo de las niñas protagonistas. Pero como esta película además de todo, es también bastante conservadora, apela al imperativo social que reza “toda mujer es en el fondo una madre” y convierte a Annabel (Chastain) en una protectora madraza. Por supuesto, esto se logra mediante un millón de arbitrariedades, y no entendemos cómo, pero pasamos rápidamente de Annabel resistiéndose a tremenda responsabilidad a Annabel sola en una gran y terrorífica casa con dos niñas muy desequilibradas emocionalmente, que encima son acosadas por un fantasma/monstruo bastante violento. Además tenemos la subtrama del psiquiatra que pretende seguir explicando con sus teorías la evidente y constante aparición de un gigantesco fantasma, y también la historia del tío de las niñas que sueña con su hermano gemelo (el padre de las niñas) que, por alguna razón jamás explicada, un día salió corriendo con ellas y las terminó dejando a su suerte en un bosque hostil y, al parecer, inexpugnable. No hablaremos de las niñas aquí, bastante bien interpretadas por Megan Charpentier e Isabelle Nelisse, ellas no tienen la culpa. Por último, el camarada y amigo Gabriel Piquet me contó un detalle, que hace un poco más interesante este engendro. El fantasma o monstruo en cuestión es interpretado por Javier Botet, un simpático actor español con una extraña enfermedad que hace que sus extremidades crezcan mucho, lo que le da un aspecto bastante particular, y con lo que ya se ha ganado un espacio como monstruo cinematográfico por ejemplo interpretando a la niña endemoniada en la saga de [REC]. Así que si por alguna razón se cruzan con esta bazofia, esperen a ver al monstruo que es bastante terrorífico y en un 80 % real.
Cuando el sentido se desploma Advertencia: intentaré en esta crítica no referirme a Madonna como “la reina del pop”, o hacer referencia a Like a prayer o Like a virgin. La película de Madonna es en realidad dos: una burda aunque aceptable, la otra mala y aburrida. Desde el título argentino y el póster se nos vende que nos van a contar la historia de Eduardo III y su amada Wallis Simpson, en lo que es, si se quiere, una precuela de El discurso del rey, y algo de aquella película hay aquí. Sin embargo, existe otra historia contada en paralelo que lucha con la otra; la historia de Wally (Abbie Cornish) una deprimida chica neoyorquina que vive un matrimonio en decadencia y tiene dos exageradas (e injustificadas desde el punto de vista de la lógica del film) obsesiones: la vida y circunstancias de Wallis Simpson, y quedar embarazada lo más pronto posible. La ejecución de la premisa inicial del film, o sea, esto de encontrar ambas historias, entrelazarlas mezclarlas e intercalarlas, es por lo menos torpe en un principio ya que el montaje confunde, y es cada vez más insostenible a medida que se desarrolla la película. Cuando ya pasó la primera hora no queda nada en pie, excepto el emparejamiento absurdo de dos historias que se aplastan y que no se resignifican, ni se sostienen una a la otra. El párrafo anterior ya dice bastante de los problemas de dirección de la buena de Madonna, pero seamos un poco más malvados y no dejemos de mencionar la guarangada constante que es el sonido, subrayando, y lo que es peor, buscando dar sentido a cada hecho trágico que sucede. Por ejemplo, hay un momento en que Wally se inyecta una droga de fertilidad, en el que cada uno de los pinchazos está acompañado con el sonido de un trueno que no se le ocurriría poner ni a la producción de un programa de Chiche Gelblung. Decíamos que la parte de la película que cuenta la historia de Eduardo III y Wallis Simpson podía ser considerada una precuela El discurso del rey. Con aquella comparte, además del contexto histórico, esa forma de mostrar a los personajes secundarios como caricaturas (ver cuando aparece la ridícula caracterización del padre de Eduardo) y la excesiva piedad en cómo se retrata a esos personajes históricos (recordemos que en El discurso del rey Bertie, o sea el rey, es apenas retratado como un pobre tartamudo que debía recuperarse para liderar una nación, cuando las cosas nunca son tan lineales y menos en estos personajes). Pero bien, la que salva las papas en este tramo es Wallis Simpson, interpretada correctamente por Andrea Riseborough, que es el personaje más interesante y complejo de este artefacto filmado por… la reina del pop (perdón tenía que decirlo). La otra parte del film es la menos interesante y más aburrida. Wally, esta chica deprimida encarnada por Cornish, no despierta la más mínima empatía y como venimos diciendo desde el principio, la interacción de su historia con la otra le aporta cada vez menos interés a medida que pasan los minutos. Una historia que además es una bolsa de lugares comunes acerca de todo. Y seamos sinceros: Abbie es muy bonita y elegante, pero despierta menos sentimientos que un partido del Chucho Acasuso. Y les pido perdón queridos lectores pero no puedo reprimirme más: Madonna ya no es una virgen en cuanto a dirigir cine, aunque ya debería ir abandonando esta cruzada, o rezar una oración que la haga mejorar.
Homo Politicus Locos por los votos quizás sea la más floja y menos arriesgada película de las últimas que ha protagonizado Will Ferrell (recordemos que viene de la muy buena Policías de repuesto y ese delirio astronómico que es Casa de mi padre), y sin embargo funciona bien parodiando al show democrático mediante unos cuantos gags muy divertidos. La película de Jay Roach cuenta la historia del congresista Cam Brady (Ferrell), una especie de Alcalde Diamante pasado de rosca, que va en busca de su quinto mandato consecutivo. Cargos que obtiene siempre sin elecciones mediante, ya que nadie se presenta como oponente. Sin embargo, este año, deberá enfrentarse a Marty Huggins (Zach Galifianakis) quien hace peligrar su continuidad en el cargo. Roach presenta el asunto muy rápidamente en una certera introducción. Lo que se verá a continuación será la violenta campaña entre ambos candidatos. Como decíamos al principio, Locos por los votos se centra en hablar acerca del show democrático, ese concurso de popularidad, esa hipocresía casi obligada de la que se ven rodeados los candidatos a algún puesto político elegido por el voto del pueblo. Roach se regodea deformando y exagerando la estupidez de estos personajes, y atacando a los principales lugares comunes de la democracia, incluso aquel que reza que “los políticos son maniquíes de las grandes corporaciones”, presentando a dos personajes caricaturescos, los hermanos Glenn y Wade Motch (John Lithgow y Dan Aykroyd respectivamente), dos industriales ridículos que manejan todo el escenario político desde las sombras. Esta película deja implícita una vieja idea (que comparto desde mi humilde lugar): la política, lejos de ser el racional instrumento de cambio y lucha de intereses que pretende, es en cambio el escenario donde se debaten nuestros instintos más bestiales. El viejo renovado circo romano con ideas berretas que se utilizan como lanzas rotas en este triste espectáculo. E intentando alejarnos de las propias alegorías berretas podríamos citar una frase de Churchill que ya es un lugar común siempre que hablamos de la democracia: “la democracia es el peor sistema de gobierno inventado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Por supuesto mi querido Winston, y no sólo eso, sino que también es la demostración de la incapacidad de la especie humana de organizarse mejor tanto racional como moralmente. Luego de la increíble “lucidez” del anterior párrafo, volvamos a hablar un poco más de la película. Un chiste que atraviesa todo el film es que los personajes políticos no hablan de política casi nunca. Es que obviamente para ganar una elección no hace falta hacer tal cosa. De hecho, Cam Brady enloquece cuando un joven asesor le sugiere algunas ideas progresistas. Incluso los propios realizadores se cansan de hablar de política y hacia al final, en contrapunto con todo lo que nos vienen contando apelan a la humanidad escondida en lo profundo de los perversos personajes. La parodia funciona, y divierte a fuerza de la capacidad de Ferrell y Galifianakis, a pesar de ciertas irregularidades y el final esperanzador. En cuanto al plano político, Locos por los votos no tiene nada nuevo para decir, pero por lo menos adhiere a aquella sospecha que desde aquí compartimos: los políticos fueron personas, antes de ser unos codiciosos hijos de puta.
Escepticismo a medias En un capítulo de las últimas temporadas de Los Simpsons, Homero asegura que el lema de la familia es: “abandona mientras vas ganando”. Inmediatamente Marge se encarga de contarnos que una vez fueron a ver Carrie y salieron del cine cuando la protagonista es coronada reina del baile ya que se veía tan feliz. El chiste está bueno e ilustra lo que muchos cientificistas escépticos hubieran tenido que hacer de haber sabido de antemano el final de Luces rojas. La película de Rodrigo Cortés (Enterrado) cuenta cómo dos científicos universitarios, la doctora Matheson (Sigourney Weaver) y el físico Thomas Buckley (Cillian Murphy), se dedican a desenmascarar falsos videntes, curanderos, psíquicos y médiums. Y además relata cómo el más famoso y hábil de estos falsos profetas, Simon Silver (Robert De Niro), vuelve a la actividad luego de 30 años de reclusión, y la obvia relación entre estas dos historias. Para ser justos, Luces rojas, hasta minutos antes del final, es un thriller muy bien construido, que dosifica bien la información y construye sólidos personajes. Todos los actores son de talento y están en perfecto registro de acuerdo a lo que la historia les reclama, incluso De Niro está soportable. Asimismo, la actuación de Sbaraglia (este es un momento Catalina Dlugi) está muy bien. Como ya habrá descifrado el lector, el principal problemas de Luces rojas se encuentra en el final y por dos razones claras que describiremos a continuación intentando no develar ningún detalle de la trama. La primera razón es que Rodrigo Cortés aquí juega a ser M. Night Shyamalan, no sólo porque el final es sorpresa o revelador de una supuesta verdad oculta durante todo el film, sino también por el tema que está tratando: en este caso, lo sobrenatural contra lo natural, creyentes y no creyentes, etcétera. Son tópicos que disfrutaba contar con su habilidad y sensibilidad el director de Sexto sentido en sus años felices, antes de El fin de los tiempos. El problema de Cortés es que no incluye la posibilidad de lo sobrenatural en la realidad lógica del film. Nosotros los espectadores estamos del lado de los escépticos aunque no lo seamos, porque en esa característica policial reduccionista de Luces rojas, los malos son los psíquicos y los buenos los científicos, nunca se cuestiona esta relación. Por lo tanto, el desenlace final es en contra de la lógica de la historia. La otra razón, que se desprende de la anterior, es el problema de la postura que toma la película. Antes de la vuelta de tuerca infantil a la que nos somete Cortés, Luces rojas es un film que tranquilamente hubieran visto muy contentos y tomados de la mano Carl Sagan, Richard Dawkins y el querido Christopher Hitchens (que en paz descanse). Hombres de saber, que a grandes rasgos nos han dicho que no hay razón para meter a Dios (o cualquier otra explicación imbécil) en cualquier hueco de ignorancia abierto en el saber científico y filosófico. Es que mientras la película sostiene una lógica, también sostiene una opinión, y en este caso una opinión fuerte sin concesiones, hasta esos tres minutos de montaje guarango finales. El señor Shyamalan (en otras épocas) hubiera sido mucho más habilidoso, hubiera dejado que la posibilidad de lo sobrenatural nos invadiera y, en esos tres minutos finales, nos hubiera bombardeado con su inverosímil verdad. Pero estas son cuestiones de narración. Lo que aquí se devela es la imposibilidad que tenemos de aceptar la absoluta carencia de magia que hay en nuestro mundo.
Mi papá es un vampiro post-Cartoon Network Sony Pictures Animation intenta de a poco ingresar al mercado que ya dominan con mucha facilidad Disney/Pixar y Dreamworks. Ha sido responsable de Los pitufos y también de productos más interesantes como Lluvia de hamburguesas. Hotel Transylvania contiene elementos de ambas, pero además, está dirigida por Genndy Tartakovsky quien tiene experiencia en animación para niños (El laboratorio de Dexter, Las chicas súper-poderosas). El resultado de esta combinación es bueno aunque no brillante, principalmente porque aborda sólo en la superficie los conflictos que narra y los resuelve quizás con demasiada convencionalidad. Hotel Transylvania nos trae a el Conde Drácula, quien gerencia un hotel exclusivo para monstruos y cuyo principal orgullo es que allí jamás ha ingresado humano alguno. La utilidad del hotel es doble: no sólo sirve de alojamiento secreto para criaturas como Frankenstein, la momia o el hombre lobo (todos parientes del Conde) sino que también es útil para mantener aislada de los peligros del mundo humano a su hija Mavy. El problema es que ella acaba de cumplir su mayoría de edad y desea todo lo contrario, es decir conocer el exterior y tener nuevas emociones. Como decíamos al principio Hotel Transylvania tiene características que podríamos referenciar en otras dos producciones de Sony: Lluvia de hamburguesas y Los pitufos. Uno de los ejes del film es la relación padre-hijo al igual que en Lluvia de hamburguesas, sin embargo, la forma y el tratamiento que se le da a los conflictos está más emparentada con la de Los pitufos. Hotel Transylvania se asume como una película para niños y no tiene mayor pretensión que contar un cuento solido y divertido. Entonces aquí se habla con dulzura del amor ideal o verdadero que, al igual que Dios, no existe, y además muestra cierta esperanza en la mal reputada humanidad. No está mal asumirse como un film para niños y contar con liviandad un tema como el de Hotel Transylvania, pero si hemos visto dentro del cine de animación contemporáneo películas con temáticas similares como Buscando a Nemo, Enredados, Valiente o la misma Lluvia de hamburguesas es fácil darse cuenta que son superiores a Hotel Transylvania, sobre todo en la profundidad del relato y la emoción sincera que son capaces de provocar aquellas. Por otro lado la película apela a una forma de humor y caracterización de los personajes altamente emparentada a las producciones originales de Cartoon Network. A principios del milenio este canal especializado en animación para chicos produjo gran cantidad de series de mucho éxito, como Soy la comadreja, Las chicas súper-poderosas, El laboratorio de Dexter, Johnny Bravo, La vaca y el pollito y hasta Coraje, el perro cobarde, todas series originales que venían a renovar la forma, narración y sentido del humor en los viejos dibujas animados. Genndy Tartakovsky ha participado en diferentes rubros en la creación de alguna de aquellas series y sin duda hay bastante de ellas en Hotel Transylvania. Ya desde lo físico (y también en lo moral), el Conde Drácula es idéntico al profesor/padre de las chicas súper-poderosas y Mavy es muy parecida a Bellota, una de las pequeñas súper-heroínas. Y además uno de los temas recurrentes en aquella serie de televisión era lo sobreprotector que era el profesor con sus niñas, igual que Hotel Transylvania. Y sin entrar en más comparaciones, vale decir que en el film de Tartakosvsky nos encontraremos con un montón de secuencias de humor físico y verbal deudoras de aquel humor infantil pero irreverente que apareció alguna vez en las series de Cartoon Network. Por último mencionar que aunque Hotel Transylvania, por falta de pretensión y convencionalidad, se queda en las vísperas de ser una película mejor, no deja de ser un film entretenido y bastante sólido en lo que propone. Por lo demás, el espectador no debe dejar de prestar atención a una excelente secuencia con mesas voladoras y a un chiste muy divertido de cuando Drácula ve una escena de Crepúsculo.