Extraordinario y prefabricado Thor Heyerdahl quiso probar concluyentemente una idea bastante arriesgada: la Polinesia fue conquistada de este a oeste por nativos americanos. Ante el descreimiento de la comunidad científica, y la potencia de su ego, decidió hacer una expedición en una balsa rudimentaria construida con métodos de los antiguos pobladores peruanos, para viajar por el Pacifico a merced del océano hasta llegar a la Polinesia. Todo esto obviamente publicitado hasta el hartazgo para causar el mayor impacto posible. El 7 de agosto de 1947 la balsa Kon-Tiki llega a una de las islas del archipiélago, y la expedición y sus tripulantes se vuelven célebres y testimoniales del famoso “espíritu humano para alcanzar sus propósitos si se lo propone”. En rigor lo que probó este viaje es que era posible que algunos habitantes americanos hubieran llegado a la Polinesia en la antigüedad; también la capacidad de Heyerdahl para sacar provecho de su expedición ya que escribió un libro que se convirtió en best seller y produjo un documental muy interesante que hoy se puede ver en Youtube, y que ganó el Oscar en 1951. Entonces ¿a qué viene esta película de Joachim Rønning y Espen Sandberg? En principio digamos que es una actualización de este pequeño mito del Siglo XX, ya un poco olvidado, aunque con justicia, ya que su verdadera trascendencia fue por aquellos años de fin de la década del cuarenta. Los directores pretenden ver en Heyerdahl un ser épico, alguien que va en contra de los obstáculos con vehemencia porque piensa que está en lo correcto, y un poco de eso hay en este personaje, sólo que la película lo cuenta desde un lugar más bien exagerado. Más allá del viaje dificilísimo, una durísima prueba de carácter, lugar en que – dicho sea de paso- Heyerdahl se metió solito; los obstáculos que nuestro explorador noruego tuvo que enfrentar para lograrlo son absolutamente lógicos. Entonces vienen los lugares comunes de este tipo de biopics: la comunidad científica desconfía de la validez y necesidad de la expedición, su esposa tiene miedo de que se muera y luego de empezado el viaje sus propios compañeros comienzan a dudar de él. De hecho la película tarda unos cincuenta minutos en explicar esto y se vuelve bastante monótona. Pero… ¿y qué esperaban? Heyerdahl es un egoísta megalómano y quiere hacer esto para demostrarles a todos que están equivocados. Alguien debió decir eso en la película. Rønning y Sandberg parecen querer encontrarle matices a su personaje, pero siempre de algún modo terminan tratándolo demasiado bien y exagerando la importancia de su travesía. Me recuerda a un chiste maravilloso de Los Simpson, cuando el señor Burns le dice al equivalente mexicano de Spielberg, Spilimbergo, que quiere que haga con él lo mismo que Spielberg hizo por Schindler. Kon Tiki: un viaje fantástico intenta todo el tiempo hacer de Heyerdahl y su expedición una literal odisea desde su concepción hasta su finalización, si hasta tiene que mostrar una escena con unos tiburones que los persiguen que es sangrienta, sensacionalista e imposible, por el tamaño de los tiburones que muestra la película y por lo que hacen con ellos. Más hermosa, rigurosa y bien lograda es la escena del encuentro con el tiburón-ballena que es un momento realmente extraordinario, el sueño de todo naturalista. Kon Tiki: un viaje fantástico termina contando cuál fue el punto de inflexión de la vida de Thor Heyedahl. Como consecuencia de este viaje se volvió célebre y rico y también divorciado. También desnuda sin querer lo artificial de todo el asunto, el viaje del Kon Tiki es más bien una gran movida publicitaria de cierto interés científico. Dos décadas después este lugar sería ocupado por la carrera espacial.
La presencia del héroe Hace mucho que quiero poner el titulo La ausencia del héroe a una crítica sobre una película de superhéroes. Es el título de un libro de Bukowski que recopila algunos de sus textos perdidos e inéditos y que con suerte jamás leeré. Sin embargo este título me encanta, me parece pomposo y elegante, y un interesante punto de partida; aunque no me va a servir para comentar Kick-Ass 2, ya que aquí héroes o aspirantes a héroes sobran. En principio ahora descubro que este film de Jeff Wadlow me gusto más de lo que pensaba ni bien terminé de verlo. La primera parte de Kick-Ass era pariente de Súper (2010) y Defendor (2009), comedias violentas sobre tipos normales (un tanto mediocres) que decidían convertirse en superhéroes y hacer su propia justicia. Todas exploran las consecuencias de convertirse en vigilantes enmascarados con mayor o menor fortuna, así como también lo ha hecho Nolan con Batman (sobre todo en la segunda, cada vez me convenzo más de que la primera es irrelevante y la tercera desastrosa) y Alan Moore en Watchmen, el cual, como todos saben, es el mejor cómic de superhéroes de la historia. Las conclusiones son casi siempre las mismas: si te convertís en un vigilante enmascarado, te metés con fuerzas que no podés dominar, o tu enano fascista está ganando tu pulseada cerebral, o estás loco, o por ahí, con algo de suerte, al menos te convertís en un símbolo inspirador. Bueno Kick-Ass 2 está en la línea de El Hombre Araña 2 de Sam Raimi y de Iron Man 3: amplía su propio universo y pone a sus personajes a reflexionar sobre ellos mismos. Tenemos a Dave (Aarón Johnson), quien está “retirado” y no ha vuelto a ser Kick-Ass pero su vida normal lo aburre, siente melancolía y falta de adrenalina de sus días de desastroso superhéroe. Luego tenemos a Mindy (Chloe Grace Moretz), que intenta encajar en la sociedad como una adolescente más o menos normal, pero que sufre porque su padre, ahora muerto, la convirtió en una superheroína y ya no puede serlo. Y por último tenemos a Chris, a quien sus días de superhéroe sólo le han traído sufrimiento y también la muerte de su padre, por lo cual decide convertirse en un villano llamado Motherfucker. La construcción esquemática y de manual de este personaje es uno de los momentos altos de Kick-Ass 2, sobre todo los diálogos que mantiene con John Leguizamo, mientras está formando su banda de maleantes. Quizás debería detenerme en la participación de Jim Carrey, que hace de una especie de Capitán América religioso. Sin embargo, su intervención no es tan relevante. Vayamos a lo más interesante que desarrolla Kick-Ass 2, que es la relación entre Dave/Kick-Ass y Mindy/Hit Girl. En principio, Dave le pide a Mindy que le enseñe a ser como ella, es decir, una experta, fuerte y disciplinada asesina que no le tiene miedo a nada. A medida que van entrenando juntos van apareciendo las tensiones sexuales y morales que reciben un tratamiento de una naturalidad sorprendente. Para ser claros, a Mindy le empieza a gustar Dave, quien la ve como una niña a pesar de que ya tiene 16 años y podría arrancarle la cabeza de una piña. Además, ella intenta advertirle de alguna manera que deje de ser tan idealista y candoroso, porque ser héroe trae consecuencias, y el pobre Dave las va a terminar sufriendo igual. Por otro lado hacia el final, Kick-Ass 2 vuelve a caer en una espiral de violencia un poco injustificada, pero sin ese tufillo fascista o rarito de la primera parte, sino más bien como una marca de estilo (recordemos que el comic en el que está inspirado es casi gore). Aparte es agradable ver en qué se convierten Dave y Mindy hacia el final, sobre todo ella, que toma otra dimensión mientras se aleja, casi como en un western, hacia el horizonte montada en su moto violeta.
Goku no es un dios Es casi un lugar común decir lo que significa Dragon Ball, Dragon Ball Z, y ese innecesario estiramiento llamado Dragon Ball GT para los que tenemos alrededor de unos 25 ó 30 años. En mi caso marcó el fin tardío de la infancia: gracias a seguir con un fanatismo atroz la historia de Goku a lo largo de más de 350 capítulos (más películas y parafernalia) pude ser niño por más tiempo (demasiado tiempo). Cuando terminó, ya nada fue lo mismo: Goku se fue montado en un dragón gigante y yo me quede sin él para siempre. A partir de ahí, cada vez que me acercaba a algún producto Dragon Ball era sólo por melancolía barata. Por eso la llegada de Dragon Ball Z: la batalla de los dioses se formulaba en mi prejuicio como otra baratija contenedora de recuerdos. Sin embargo, esta película es una pequeña y linda sorpresa. Todas las películas de Dragon Ball Z son más o menos iguales en cuanto al argumento. Un enemigo súper fuerte viene a la Tierra con alguna ambición: o destruirla, o usar las esferas del dragón (conceden deseos) o matar a Goku y proclamarse el más grosso de todos. En fin, generalmente Goku enfrenta la amenaza y pierde la pelea, luego alguna fuerza exterior que puede ser la naturaleza, sus amigos o directamente toda la vida del universo le presta su energía y termina ganando. Dragon Ball Z: la batalla de los dioses comparte esa estructura pero con un rasgo de autoconciencia y de melancolía diferente a sus predecesoras. Vemos aparecer a Bill, el dios de la destrucción, quien ha oído rumores de un dios súper-saiyajin (saiyajin es la raza extraterrestre a la que pertenece Goku, lo de súper es porque cuando se enoja demasiado o supera cierto límite de poder cambia de apariencia y se vuelve más fuerte) y como es un dios aburrido y poderoso se va a la Tierra donde hay cinco saijayins viviendo, para preguntarles si ese dios existe y en última instancia pelear con él para aplacar su tedio, y de paso destruir la Tierra pues ese es su trabajo. Desde el principio los personajes se encargan de aclarar que es imposible que Goku derrote a Bills, pero todos los que hemos visto la serie sabemos que no hay imposibles para nuestro querido héroe. Y aquí está la clave de la película y un gigantesco spoiler: Goku pierde dos veces y se resigna, por primera vez en la historia de Dragon Ball no hay nada que él pueda hacer. Pero no se agiten: Bills, el dios de la destrucción, es vago y caprichoso pero razonable, y decide no destruir la Tierra a cambio de que el año siguiente lo inviten al cumpleaños de Bulma para comer pudin (sí, así de ridículo). Está bien, lo acepto: Dragon Ball Z: la batalla de los dioses, es más una reunión aniversario de regresados que un homenaje-reescritura del universo de la serie. Pero con pocos elementos se encarga de mostrarnos que algo ha cambiado, que ya nada volverá a ser lo mismo, pues Goku ha encontrado un límite y nosotros como espectadores de la serie creciditos deberíamos encontrarlo también. Hoy, como adulto cínico que soy, recuerdo la batalla con Freezer (quizás el enemigo más sádico que ha tenido Goku) como la más interesante de toda la larga historia de Dragon Ball Z, porque Freezer obliga a nuestro héroe a matarlo y este termina ganando a fuerza de su ira y sed de venganza. De hecho, nunca más volveremos a ver a Goku tan bestial e implacable. Freezer fue el Joker de Goku. Todo lo demás fue estiramiento y agotamiento de la serie. Pero volvamos a Dragon Ball Z: la batalla de los dioses: como decíamos, la melancolía es un rasgo importante en la historia aunque también el humor. Lo que al fin de cuentas vemos son escenas más o menos logradas con gags más bien inocentes pero que en general funcionan. Es que la película quiere mostrarnos a Goku peleando otra vez, pero también se esfuerza en recordarnos su origen desenfadado y aventurero. Si hay algo que siempre ha sobrevolado en la moral del universo de Dragon Ball es que la gente de buen corazón termina prevaleciendo. Goku es el más poderoso porque es el más bueno, y porque es un tipo de más de treinta años (al menos en la línea temporal en la que transcurre la película) que piensa como un niño eterno. A pesar de su superficialidad, Dragon Ball Z: la batalla de los dioses pone por un instante en jaque la fe y el buen corazón de Goku y es todo un avance. Quizás en diez años Alan Moore tome las riendas de la historia de Goku y lo convierta en un alcohólico amargado que lamenta todo lo que ha hecho. En esta película al menos, nuestro héroe se da cuenta de que ser la mejor persona del universo no te habilita para ser un dios.
Con Jeff Bridges solo alcanza Algunos en la redacción de Fancinema manejamos la siguiente teoría: toda película donde trabaje Amanda Seyfried es mala, o cuanto menos mediocre (excepto Chicas pesadas). Para constatar esta afirmación tan sólo hay que chequear la lista de sus trabajos en IMDB: la rubia de ojos saltones es casi infalible. Me gustaría ampliar un poco esta teoría: Ryan Reynolds es la versión masculina de Amanda Seyfried, siendo su participación en casi cualquier proyecto cinematográfico una garantía de mediocridad. Y lo curioso es que ninguno de los dos es particularmente malo para actuar, son actores promedio que parecieran impregnar todo lo que tocan con su aura medio pelo. En lo que concierne a R.I.P.D. – Policía del más allá, no es lo peor en lo que se ha visto involucrado Reynolds, pero no gracias a él sino más bien al ritmo disparatado y bastante entretenido que le imprime el director Robert Schwentke a la narración y también a la participación del maravilloso Jeff Bridges. R.I.P.D. nos cuenta la historia de Nick (Reynolds), un policía un tanto corrupto que es asesinado en medio de un operativo por su mejor compañero y amigo Hayes, que es interpretado por Kevin Bacon. A estas alturas todo el mundo debería saber que no se puede confiar nunca en Bacon, cuya única labor en cualquier película siempre es hacer el mal; o se vuelve loco (El hombre sin sombra), o traiciona (R.I.P.D.), o es el enemigo de turno (X-Men: primera generación), o vota por Nixon (Frost/Nixon). Entonces Nick muere y de repente aparece en una oficina celestial donde le dicen que tendrá que trabajar en una agencia que se dedica a controlar que las malas almas no se escapen de su ruta al infierno. Allí conocerá a Roy (Bridges), quien será su compañero, y juntos terminarán descubriendo que un caso que parecía de rutina es parte de algo mucho más grande. Hagamos lo que hicieron todos los críticos del universo al hablar de esta película, es decir, enumerar las similitudes que tiene con Hombres de negro: las dos son adaptaciones de un cómic, las dos son una buddy movie (película de compañeros que empiezan llevándose mal y terminan llevándose bien) mezclada con elementos sobrenaturales y de ciencia ficción y… sí, R.I.P.D. es en principio Hombres de negro pero con muertos en lugar de aliens. Pero si hilamos un poco más fino, nos damos cuenta del principal problema de R.I.P.D.: Hombres de negro tiene como fundamento explorar la relación entre Tommy Lee Jones y Will Smith, dos personajes absolutamente opuestos. A R.I.P.D. le cuesta realizar la misma operación, simplemente porque Bridges lo acapara todo, es al mismo tiempo Will Smith y Tommy Lee Jones, lo que da como resultado un personaje desquiciado, una especie de Rooster Cogburn, de Temple de acero, pero sin moral y con un poco de merca encima. En consecuencia, no queda lugar para Reynolds, a pesar de que la historia que Schwentke esboza lo tiene como principal protagonista. Por suerte el realizador de RED se da cuenta de lo liviano que es lo que tiene para contar y acelera la cosa. Trata superficialmente los conflictos morales y las relaciones de Nick con su novia y con su amigo, pues a nadie le importa. Agrega unas buenas secuencias de acción, se apoya en Bridges y le da como resultado un artefacto divertido que se disfruta y se olvida. También nos deja una certeza: si Bridges estrenara al menos una película por año, el mundo sería un lugar mejor.
Los 5 puntos restantes Más allá de su salvaje comienzo, Cacería macabra es una película dubitativa, y es un claro ejemplo de la película que falla en cada uno de sus planteos. Adam Wingrad acumula elementos que no logran comprometerse en un todo orgánico, y esto se nota tanto que hacia el final la película aburre a pesar de su duración estándar. A continuación, cinco observaciones que terminan convirtiéndose en los puntos que le restamos al puntaje total. 1-Guión: a priori, lo simpático de Cacería macabra era contar esto de una familia burguesa acomodada norteamericana que es atacada por uno o más asesinos salvajes e implacables. Algo así como Funny games de Haneke pero sin la pesada carga ideológica a la que nos suele someter el director austríaco. Esto que parece divertido al comienzo se diluye de inmediato, no sabemos qué nos quiere decir Wingrad, o si le importa decirnos algo. Lo huecos en la historia se van acumulando y uno empieza a intuir que se viene un giro que todo lo cambia, un cambio previsible que debió ser imprevisible. Para cuando nos damos cuenta resulta que estamos viendo una novela de Agatha Christie. Y aquí vamos con el spoiler (no importa, mi intención es que no la vean), resulta que estos asesinos con máscaras de animales quieren matar a todos para que uno de los hermanitos de la familia cobre toda la herencia, nunca explican por qué deciden cometer este homicidio múltiple de la manera más salvaje y poco práctica. 2-Personajes: Cacería macabra es una galería de personajes arquetípicos que no sólo no logran esquivar el lugar común, sino que son incapaces de generar empatía. El único que escapa a esta regla es Joe Swanberg, quien interpreta a Drake, el hermano odioso congraciado con los padres y que pelea con todos sus hermanos; los mejores momentos de humor tienen que ver con este personaje. El resto son un montón de idiotas cínicos o imbéciles que sólo están ahí para morir o para ser los responsables de las muertes. Los tres asesinos pasan de ser implacables a convertirse en una versión retorcida de Los tres chiflados. Y por último la protagonista-heroína Erin (Sharni Vinson), que es una mezcla de Jamie Lee Curtis en Halloween y Mac Gyver, que se termina convirtiendo (demasiado arbitrariamente) en una asesina salvaje sedienta de sangre y venganza mucho más peligrosa que los asesinos de las máscaras. No hay justificación que alcance. 3-Música: la música de esta película es un pastiche en sí mismo. Hay una cosa interesante que funciona: un disco que se repite constantemente a medida que los personajes aparecen en la casa del vecino que está convenientemente muerto y cuya última acción en vida fue poner ese disco a reproducir para siempre. La idea es buena y sirve para ponernos en clima cada vez que hay una referencia a ese lugar en la película. El resto es música incidental y sonidos estruendosos cuando hay cámara lenta. Y también una inexplicable melodía de sintetizador ochentoso que remite a lo que hacía Carpenter a fines de los setenta y los ochenta, a la música de Asalto al precinto 13 y Halloween o La cosa por supuesto. El problema de este sintetizador es que no tiene nada que ver con el tono de la película, quizás Wingrad quiso homenajear o hacer referencia a Asalto al precinto 13, también por aquello de personas encerradas siendo atacadas por una amenaza exterior; o quizás es sólo mi imaginación. 4-Humor: hay una clara intención humorística en Cacería macabra, el problema es que la mayoría de los chistes no funciona. Como decíamos anteriormente, los mejores chistes se logran en las situaciones que rodean al personaje de Drake pero no mucho más. El resto es cinismo y falta de timing, y lo que decíamos -también- anteriormente no logramos empatía con ningún personaje por lo tanto es muy difícil que nos hagan reír. 5-Director: no he tenido la oportunidad de ver otro largometraje de Adam Wingrad, aunque el tráiler de Autoerotic me pareció interesante. Sin embargo su trabajo en VHS 1 y 2 me pareció regular. En Cacería macabra demuestra ser alguien que ha visto mucho cine de terror pero que tiene un criterio más bien caótico a la hora de filmar. Quizás en adelante mejore, se ve que tiene potencial, pero hasta aquí su trabajo son sólo buenas intenciones mal ejecutadas.
Sin historias Es una obviedad decir que el cine de terror se configuró en torno a la literatura de terror. Es decir el cine, cuando tuvo la necesidad de convertirse en un artefacto para contar historias, hizo suyos los temas y géneros de la literatura. Y más allá de Frankestein o Drácula, el autor más influyente y quien de manera más consciente transformó las bases del género para siempre fue el eternamente desgraciado Edgard Allan Poe, que venía de leer al bueno de Hawthorne e influiría en Lovecraft y llegaría hasta Stephen King. Poe se dio cuenta que un género como el de terror, necesitaba del efecto y todo lo que se construía alrededor debía estar al servicio del efecto. Por supuesto fue el maestro de todos los cuentistas que vinieron después de él. Todo esto para decir que, desde sus inicios, el género terrorífico se ha servido de las formas breves del cuento, y desde hace más de cien años, gracias a Poe, somos bastante conscientes de la necesidad del efecto poderoso dentro de esas historias breves. Las crónicas del miedo 2 es una antología cinematográfica de terror, filmada por un montón de gente que pareciera creer que el género se inventó en 1999 con El proyecto de la bruja de Blair. La película está estructurada de la misma manera que su antecesora: en este caso, un par de inverosímiles investigadores privados que buscan a un adolescente perdido llegan a una casa bastante terrorífica donde encuentran una habitación llena de videos y muchos televisores. Uno de ellos dice que se va a investigar alguna estupidez por ahí, y la otra (me olvidé de mencionar que era una chica) se queda solita viendo los videos que obviamente serán las historias que conforman la antología. Siempre los realizadores esperan que el espectador suspenda un poco el juicio en pos de disfrutar o creer en la historia, pero hay límites para esto y depende de la capacidad narrativa del realizador para que ese pacto tácito se cumpla. Hay tipos como Spielberg, que por ejemplo en Lincoln introduce una escena absolutamente fuera de registro, con una puesta en escena teatral y actuada con muchísima intensidad, con Day Lewis y Sally Field discutiendo a los gritos por la muerte de su hijo: trueno, rayos y perfección. El andamiaje narrativo de Spielberg es tan sólido que puede permitirse esa escena y encima hacerla memorable. Yo no le voy a pedir a este grupo de directores que sean Spielberg, pero sí que respondan alguna preguntas: ¿por qué la chica se queda sola en la habitación más peligrosa del mundo viendo a oscuras un montón de videos perturbadores? ¿Por qué los personajes se resisten a los formatos digitales y tienen todo un archivo de casetes, cuando incluso se puede apreciar que casi todo lo que vemos en la película fue originalmente filmado con cámaras digitales? ¿Un tipo con una melancolía a prueba de balas pasó todo a formato VHS? En fin, podríamos seguir para siempre. Además de lo absurdamente inverosímil de la estructura de la película, tenemos otros dos problemas: en primer lugar, la insistencia en este subgénero de found footage, la utilización de esta simulación del registro en crudo cámara en mano que está agotado casi desde su resurgimiento con El proyecto de la bruja de Blair. Incluso tenemos entre el staff de directores de Las crónicas del miedo 2 a uno de los creadores de aquella sobrevalorada película, Eduardo Sánchez. Y por otro lado, la incapacidad de casi todos estos realizadores de contar una historia bien estructurada en 15 minutos. Las cuatro historias son predecibles, tienen un final abrupto y además apelan a los movimientos nerviosos de cámara cuando no tiene nada para mostrar. Podemos adjudicarle el premio honorifico a la originalidad del primer segmento, Phase 1 clinical trials, de Adam Wingrad, donde el personaje principal tiene una cámara digital en reemplazo de un ojo y también al segundo segmento, A ride in the park, de Gregg Hale y Sánchez, que es una especie de 127 horas pero con zombies. El tercer segmento, Safe heaven, dirigido por Gareth Evans y Timo Tjahjanto, es una de sectas siniestras sin sorpresa y poca garra a pesar de la crueldad y el gore brusco al que apela. Del cuarto segmento, Slumber party alien abduction, de Jason Eisner, sólo queda decir que sobra en el metraje y resta puntos al conjunto total. La antología en el cine de terror ha sido un recurso bastante utilizado a la hora de filmar pequeñas historias y llevarlas a la pantalla grande. Creepshow, de George Romero y Stephen King, la película de La dimensión desconocida en los 80 y hasta Body bags, capitaneada por John Carpenter, son algunos ejemplos rápidos de esta forma de estructura. Sí, todas eran irregulares y cuestionables, pero siempre guardaban la sorpresa de alguna historia extraordinaria y un espíritu lúdico absolutamente ausente en Las crónicas del miedo 2.
El paraíso geek Hace dos años, Shawn Levy estrenaba Gigantes de acero, con Hugh Hackman, un filme que recuerdo haber disfrutado particularmente en la sala de cine. Una película deudora del cine de Spielberg, con el carisma y la garra habitual de Hackman, es decir, una maravilla. Recordando esto dan ganas de que Aprendices fuera de línea guste un poco más. Sin embargo, la liviandad de esta película pudo más a la hora de generar esta crítica. Desde el vamos, Aprendices fuera de línea es un filme con pocas posibilidades de fallar: tiene un director con oficio que sabe de comedia (Una noche en el museo 1 y 2); una dupla de comediantes (Wilson y Vaughn) siempre efectiva y con una gran química; un reparto con talento joven y con algunos de esos actores y actrices que nunca desentonan, como Rose Byrne, John Goodman y hasta Jessica Szohr si somos generosos; y la participación siempre genial, explosiva y delirante de Will Ferrell. Es muy raro que una comedia concebida así falle del todo y sea una catástrofe. Su problema es lo superficial y conformista que se torna, ya que durante todo su desarrollo es incapaz de salirse del molde y tirar una bofetada risueña. En un prólogo de buen ritmo se nos presenta la historia de Billy y Nick (Vaughn y Wilson respectivamente), dos vendedores de relojes del viejo estilo, es decir, lamebotas del cliente que aprovechan la simpatía, la manipulación y demás habilidades sociales para concretar ventas. El tema es que la compañía para la que trabajan cierra y quedan desempleados en un mundo como el actual, donde son básicamente obsoletos para cualquier trabajo de status medio, esos empleos que te garantizan, más o menos, alcanzar el famoso sueño americano. Entonces, en una claramente absurda decisión, deciden probar suerte en Google, una empresa que es lo absolutamente opuesto a lo que ellos representan. Para explicarlo sin rigor y a grosso modo, Billy y Nick son el arquetipo del charlatán ocioso y exitoso de los noventa y Google es la empresa que se dio cuenta del negoción que era la información que circulaba por Internet antes que cualquiera, y transformo la manera de hacer negocios en estos comienzos del Siglo XXI. Así, esto dos tipos sin ninguna otra herramienta más que un optimismo a prueba de balas, como si se hubieran leído todos los libros de Dale Carnegie y Chris Gardner, se embarcan en una pasantía donde quedarán seleccionados unos pocos para cubrir algunas vacantes de la compañía. Una de las cosas más molestas de la película es que muestra a Google como el mejor lugar de trabajo sobre la faz de la tierra, una especie de parque de diversiones para adultos, con café y comida gratis y geniales sueldos. Pero la verdad es que todos sabemos que Google es una empresa como cualquier otra con la fastuosa ambición de controlar todo el mercado informático posible, algo así como el Microsoft de nuestra década, salvando las obvias distancias. A pesar de esto, el film de Levy es sincero con su ideología: Billy y Nick no quieren redimirse ni evolucionar, sino que quieren demostrar que su visión del mundo no está caduca y que ellos, a fuerza de buenas intenciones, pueden formar parte de este tiempo sin modificar demasiado nada de su ser. En contraposición a lo negativo de Aprendices fuera de línea, debemos agregar que casi todos los demás elementos funcionan bien, los chistes intergeneracionales y referencias son buenos, la subtrama amorosa es correcta y viene al caso, y la verborragia de Vince Vaughn hace que cualquier guión parezca posible. Hay dos escenas interesantes: la aparición de Will Ferrell, que es el momento de mejor humor (de ese corrosivo y hasta incómodo) de toda la película, y la conversación entre los protagonistas y los casi adolescentes compañeros de pasantía, donde uno de ellos habla de las dificultades de ser un joven adulto en la amarga Norteamérica actual. Ese, parece, debió ser uno de los temas a desarrollar, pero toda la mención se reduce a esa sola escena. Por último, debo decir que tuve la oportunidad de ver Corazón de León (la de Francella enano) luego de haber visto Aprendices fuera de línea, y me hizo pensar cuántas cuestiones técnicas y de contenido nos falta resolver en la comedia masiva de la Argentina. Da un poco de vergüenza ver a cien adultos riéndose de un enano porque es enano y de las dificultades de comunicación de un sordomudo (esto último no es intencional por parte del film, la gente se rió solita). Lamentable.
Risa amarga En general uno escribe una crítica sobre la última película que le tocó ver, pero para mí hoy este no es el caso. Tuve la oportunidad de ver Ladrona de identidades hace un par de semanas, lo que me dio tiempo para reflexionar sobre ella y de digerirla, porque ciertamente no es una película fácil de tragar. Además, en el medio me sometí a la visión del Metegol de Campanella, que de tan escandalosamente mala se convierte en esclarecedora; su inmenso caudal de fallos es un esquema resumido de lo que los críticos olvidadizos como yo no debemos dejar de observar cuando analizamos un film. Pero concentrémonos en Ladrona de Identidades, que es indudablemente una experiencia más agradable. El director Seth Gordon venía de realizar la divertida y efectiva Quiero matar a mi jefe, protagonizada por el bueno de Jason Bateman. A esta dupla sumémosle la genial Melissa McCarthy, entonces se podía tranquilamente augurar buenos resultados para Ladrona de identidades. Y sin dudas estamos ante una buena comedia, una buddy movie al revés, una road movie averiada y a veces torpe, pero el adjetivo que mejor la describe es sorprendente. Y sorprende porque Gordon, a pesar de tener todo servido como para apelar a la efectividad que demostró en su anterior film, se embarca en la construcción de dos personajes complejos y con una pesada amargura a cuestas, una búsqueda extraña que por momentos daña a la película, hace que le sobren minutos, o que pierda en ritmo y gracia, pero que sin embargo es mucho más gratificante al final. Por un lado se nos muestra a Sandy Patterson, un hombre de familia del suburbio, tratando de realizar su sueño americano a base de esfuerzo y honestidad. Es como esos personajes bonachones de Adam Sandler o (a veces) Ben Stiller pero sin chiste definitorio: me refiero a esos chistes que siempre hace Sandler sobre los problemas de ira que tienen sus personajes o a la verborragia llena de divagues y neologismos absurdos a los que suele apelar Stiller. Bateman hace que con Sandy Patterson uno sólo se pueda reír en situación pero nunca es un chiste en sí mismo. Por otro lado tenemos a la Diana de Melissa McCarthy, que como ya sabemos (al menos los que tuvimos la suerte de ver Damas en guerra), es una dama explosiva, siempre extravagante, con un timing maravilloso, capaz de hacer puro humor verbal con diálogos delirantes e incómodos como también de hacernos reír con guarangadas sexuales y escatológicas. La Diana de McCarthy es a grandes rasgos un ser vacio, desequilibrado y roto. Es también una delincuente que hace lo que hace para aplacar su inmensa soledad. Y a esta altura podemos decir que el director se ve obligado a usar ciertas explosiones humorísticas, ya que la tristeza intrínseca de la historia que va construyendo hace que sea difícil una risa fácil, por lo que intenta durante el metraje atajar una película que corre peligro de convertirse en algo diferente de una comedia lisa y llana. Ejemplo de esto que decíamos es la inclusión de la subtrama del caza-recompensas Skiptracer (Robert Patrick), que tiene como objetivo tan sólo producir un par de buenos chistes, pero que es absolutamente descartable. De ahí que la premisa de la película (Diana roba la identidad de Sandy, que vive en la otra punta de Estados Unidos, para utilizar sus tarjetas de crédito) es sólo una excusa para poner a los protagonistas en un auto en pos de un viaje larguísimo que los transforme y los complemente, y durante el cual deberán pensarse a sí mismos, contraponiendo el frío conservadurismo patético de Sandy frente al descarado nihilismo hedonista de Diana. Los resultados son risas y verdades durísimas que la película por suerte no suaviza: Sandy es un frío y calculador burócrata disfrazado de honesto políticamente correcto, mientras que Diana es alguien que merece cárcel o psiquiátrico, o ambos. Y sí, hacia el final ambos personajes han reflexionado e intentan ser de alguna manera mejores. Porque después de todo no hay razón para abrazar gratuitamente la desesperanza.
La simpleza de los muertos vivientes Los zombies (en el sentido que George Romero les ha dado en sus películas) han sido un artefacto apocalíptico bastante utilizado en el cine terror, en general como excusa para hablar de nosotros, los aún no muertos. De las películas del bueno de George se han dicho que son alegorías del comunismo, criticas al racismo, análisis sociológicos del consumismo y más. Digamos que el tipo es el maestro absoluto del subgénero (de hecho Max Brooks, autor del libro Guerra Mundial Z, le agradece su insustituible influencia) y algunas de sus películas de zombies (lleva hechas alrededor de seis) son muy buenas historias de terror y gore con bastante carga política y humor negro. Lamentablemente Guerra Mundial Z carece de casi todos los elementos que hacían interesantes los films de Romero, y a pesar de ser entretenida, al final queda en evidencia su importante superficialidad. En principio, esta producción de Brad Pitt viene a contar una vez más el escenario del inicio de la plaga zombie, con una demoledora introducción en la cual rápidamente entendemos que las cosas están muy feas para la humanidad y que Gerry Lane (Pitt), un funcionario poco definido de la ONU, es una de las últimas esperanzas de palear la crisis. Entonces el film que arranca siendo gigantesco y con varias cuestiones “importantes” por tratar, entra en un embudo y se va achicando hasta diluirse bastante, algo parecido a lo que sucede con El fin de los tiempos, del a veces poco afortunado M. Night Shyamalan, sólo que esta película de Marc Forster nunca llega a ser tan mala como aquella. Pero vayamos por partes, ya que hay cosas buenas en Guerra Mundial Z. Decíamos de la impresionante y coherente introducción, angustiante, furiosa y demoledora, pero también se presenta ante nosotros un conflicto enorme por resolver: todo empeora a cada minuto y tenemos un héroe bien plantado en pantalla que es Brad Pitt, con todo su carisma a cuestas. Forster se encarga de sostener la tensión y el suspenso durante casi una hora nerviosa y angustiante, y las tres grandes secuencias de acción que nos muestra son contundentes y filmadas con criterio. El problema empieza porque el film debe inevitablemente terminar de alguna manera y comenzar a cerrar algunas cuestiones. El guión empieza a flaquear y las cosas que la película dice sobre el mundo son un tanto simplonas. Nuestro héroe viaja por todo el mundo buscando soluciones. Se encuentra con un científico brillante pero inepto, unos militares sobrepasados, políticos inexistentes y un tipo en Israel que cuenta una versión un tanto particular y maniquea de la historia del pueblo judío. De hecho, en un principio la única ciudad en pie luego del ataque inicial es Jerusalén y sus grandes muros, una especie de referencia bíblica implicando aquello de la tierra prometida y demás sarasa. Todo esto no se dice pero se subraya de manera casi infantil. Estas fallas que van apareciendo cada vez más hacia el final se deben quizás a dos cosas: siempre en las películas de zombies hay un problema con conseguirle a la humanidad una esperanza, una ventaja ante el avasallador peligro. En general, los guionistas apelan a alguna arbitrariedad pelotuda y este es el caso de Guerra Mundial Z. Por otro lado, hay una notable diferencia de registro entre la novela de Brooks (no voy a decir que es el hijo de Mel) y la película. La novela (no la leí pero tuve la oportunidad de ojear su estructura) habla en pasado de la crisis zombie, está articulada como un conjunto documental de testimonios que van construyendo un relato global. Uno intuye que hacer una película coral de este subgénero, lo que hubiera sido una adaptación más fiel, es cuanto menos caótico. Aún así, esta película hubiera podido tener un desenlace con mayor complejidad, que la hubiera convertido en un film más digno. Pero Forster no se preocupa nunca por la profundidad de su película, y eso es lo que tenemos.
Esa pavada de la sangre A veces uno conoce ciertas personas que confirman aquel dicho viejo y berreta que reza: “es un lobo con piel de cordero”. En un sentido ético negativo hablamos de personas feroces que se esconden bajo su disfraz de buena gente, y luego se nos abalanzan con todos su dientes carroñeros porque nosotros poseemos alguna boludez que ellos desean, o tan sólo porque son malos. ¿Qué tiene que ver todo esto con Masacre en Texas? Nada, pero hay tan poco para decir sobre esta pobre película de John Luessenhop que me pareció interesante reflexionar sobre cualquier otra cosa. En fin, más allá del chiste cínico y cool, digamos al menos que hay un lobo con piel de cordero en Masacre en Texas, Heather Miller (Alexandra Daddario), pero en otro sentido. Ella no sabe que es feroz todavía, porque no conoce su identidad, no sabe realmente nada sobre su pasado. Es cuando descubre lo que pasó, que se da cuenta de su destino. Brotará en ella instantáneamente una violencia mórbida y vengativa que está impresa en su alma desde que era un bebé. Esa idea, simple y casi siempre efectiva, es la que merodea en la película de Luessenhop. Pero lamentablemente hay un problema: está contada como el orto. En principio, sucede que tiene dos premisas auto-limitantes que son las causantes principales de las continuas fallas: primero, es una secuela directa de la mítica película de Tobe Hooper, lo cual hace que los múltiples guionistas se preocupen hasta el absurdo por moldear la continuidad que se nota forzada casi siempre. Segundo, es en 3D, lo que significa, entre otras cosas, que tiene que ser pirotécnica, con sangre y motosierras volando. Bueno algo de eso hay, pero no es ni siquiera divertido. Es demasiado obvio que sólo querían cobrar más cara la entrada, ya que no hay una sola escena bien pensada como para justificar un poquito ponerse esos anteojos. Luessenhop continúa con su film, y vemos de nuevo retratada la oscura América profunda que nos mostraba tan bien Hooper, pero aquí superficialmente, con comparaciones obvias como “los chicos lindos y divertidos que llegan de la ciudad en contraposición con los pueblerinos bobos y retrógrados del pequeño pueblo de Newt”. Nuestra niña Heather hereda una casa de una parienta que no conocía: es una mansión enorme, con un sótano muy escondido (adivinen quién está allí). Descubre muy rápidamente que es una Sawyer, más precisamente la primita de Leatherface (el asesino carnicero de humanos de la saga) y que toda su familia fue cruelmente masacrada, y también toma aires de venganza. “Porque la sangre tira”, parece decirnos Luessenhop, subrayando este subtexto cada vez que tiene oportunidad. Esta obviedad de las relaciones familiares entre asesinos de películas famosos y sus víctimas se ha utilizado en muchas de las sagas largas y de culto del cine de terror. Michael Myers siempre ha estado obsesionado, sin demasiadas razones, por matar al último descendiente de su familia, y del mismo modo Jason Voorhes y hasta Fredy Krueger se han peleado o aliado con algún pariente en sus películas. Además de ser cinematográficamente paupérrima, Masacre en Texas todavía pregona esa idea boluda de anteponer la familia incluso ante la moral, como esas madres que realmente hacen lo que sea por sus hijos, aunque sus hijos sean asesinos culpables, corruptos acomodaticios o… Jorge Lanata. ¿Qué hacen los jóvenes que heredan casas? Se van con amigos y arman una fiesta sexy. ¿Qué nos enseñaron las películas de los ochenta? Que van a terminar todos muertos. Bueno, eso pasa en Masacre en Texas, de forma rutinaria y sin clímax. Ni su brusco gore o sus escenas atrevidas aptas para menores apasionan. Para resumirlo: no divierte, y eso está muy mal para algo pensado como mero entretenimiento. Por último digamos que Alexandra Daddario posee una belleza grasa: morocha de ojos celestes, tetas de vedette y actuación tosca prototípica como le exige su papel. La película también es grasa pero fea.