Casas malditas para alquilar o vender Todos (y todas) sabemos que una casa donde sucedió una masacre o crimen violento baja notablemente su precio para compra o alquiler. Incluso afecta el valor de las propiedades adyacentes. Aunque seriamente no sabemos si lo anterior se aplica a la realidad, es una regla clásica de las películas de terror. Además, mejor si la casa está ubicada en medio de la nada o por lo menos cercana a un bosque. Quienes haya visto algunos ejemplares del género sabrán más o menos qué va a suceder: o hay fantasmas o se materializa una vieja leyenda urbana justo cuando se acaban de mudar los protagonistas. Entonces una propuesta como La casa de al lado nos obliga, en principio, a pensar “¿en serio van a intentar este argumento otra vez?”. El póster. Silencioso, nos responde: y sí. Nos enteramos rápidamente que en la casa vecina a la que se mudaron las protagonistas sucedió un asesinato terrible: una niña mató a sus padres, pero su hermano sobrevivió porque estaba viviendo en otro lugar cuando todo sucedió. El rumor o leyenda que se dispersó por el pueblo es que esta niña desquiciada aún vive en el bosque y merodea por ahí con sed de sangre. La principal diferencia entre La casa de al lado con un 90 % de las películas de argumento similar es que cuenta en el reparto con dos actrices de reconocido talento: Elisabeth Shue (Jennifer en Volver al futuro 2 y 3, Los secretos de Harry, entre otras) y Jennifer Lawrence (Lazos de sangre, La doble vida de Walter, Los juegos del hambre y un largo etcétera). Madre e hija respectivamente, quienes al comienzo parecen sostener el evidente bofe propuesto por Mark Tonderai. De hecho, hay una interesante (no brillante) construcción de la relación madre/hija, tangible por ejemplo en un montaje paralelo donde se muestra la reacción de cada una en respuesta una misma situación. Sin dudas un momento filmado con gracia, algo de sentido del humor, buen ritmo y posiblemente lo mejor en un contexto bastante pobre. Lamentablemente, el peso de la convencionalidad y torpeza del guión cae sobre la historia y cualquier cosa que puedan hacer estas actrices resulta insuficiente para dejar pasar por alto estas fallas. Shue es sólida; y Lawrence tiene fotogenia, talento, curvas y hasta canta con dulce voz en este film, pero no alcanza. De repente, Tonderai nos quiere recordar que La casa de al lado es un film de terror, y entonces nos aturde con violinazos mentirosos, sustos de cabotaje o una luz prendida en una casa donde no debería vivir nadie, todo subrayado por un estruendo guarango. La casa de al lado es entonces dos películas: un drama adolescente medio y una de terror mala. Con respecto a la “sección terror”, vale mencionar un buen momento, con alta tensión (ATENCIÓN, A CONTINUACION SE CUENTAN DETALLES IMPORTANTES DE LA TRAMA): es cuando descubrimos que la niñita asesina y loca está viva, encerrada por su hermano en el sótano del sótano de su extraña casa. Se escapa desquiciada, casi poseída, y va corriendo a la casa de la protagonista, seguramente para matarla (aunque no sabemos por qué). Esa corrida por el bosque es un momento de esperanza para quien está mirando, pero no se engañen: la resolución torpe y los ridículos giros en la trama acaban con cualquier posibilidad de redención de La casa de al lado.
La parte por el todo La casa del miedo es la versión norteamericana de La casa muda, aquella película uruguaya de terror estrenada el año pasado, que se promocionaba como la primera película filmada enteramente con una cámara de fotos digital y en un solo plano. Ya limitada desde sus premisas iniciales y con algunos problemas de guión y ritmo, La casa muda lograba algunos buenos climas y sustos bastante dignos, aunque no siempre podía escapar del tedio. Los responsables de esta remake Chris Kentis y Laura Lau (Mar abierto), eligen mantener casi todos los elementos del guión aunque haciendo algunos cambios importantes (agregan algunos personajes por ejemplo) y mantienen la premisa de filmar todo en un plano-secuencia. Esta última decisión quizás no sea del todo acertada, como recurso el plano-secuencia es de los más efectivos y bellos que se pueden utilizar en la creación cinematográfica, sin embargo requiere de una gran planificación y virtuosismo técnico. La casa del miedo (y también La casa muda) técnicamente son irreprochables; sí es cierto, hay algo de trampa, hay algunos cortes encubiertos en ambas pero el efecto está logrado. El problema es que la utilización de este recurso no es más que una premisa, o una auto-imposición, que sólo sirve a algunos momentos de la historia que se quiere contar, y en los demás momentos falla. Se confunde la parte por el todo, se utiliza un solo recurso dejando de lado otros que también hubieran servido para la narración de la historia de La casa del miedo. La sensación de tensión y clima enrarecido que surge de la filmación de los recorridos de Sarah (Elizabeth Olsen) por esa casa siniestra de su infancia se van diluyendo a medida que se sucede la película y como el plano-secuencia no se detiene, y estamos en el transcurso de tiempo real, a veces no pasa nada, el tedio nos invade y los autores deben recurrir al susto fácil para no aburrirnos del todo. Sostener la tensión más allá de los límites tolerables invita a la llegada del aburrimiento o el desinterés, misma sensación que me produjo el visionado de Hard Candy, esa película con Ellen Page y Patrick Wilson que apelaba a la tensión e incomodidad con tal desenfreno y falta de resolución que daba como resultado absoluta falta de interés en lo que pudiera pasarles a aquellos personajes. Hasta aquí quizás nos excedimos un poco en la explicación de las fallas de la película de Kentis y Lau. Hay algunas mejoras notables con respecto a la versión original, sobre todo en el guion. En La casa del miedo se integra mucho mejor la subtrama de perversión sexual entre los personajes. Por supuesto no es nada original para el género, pero sin dudas está mejor contado que en La casa muda. Además debemos referirnos un poco a la buena actuación de Elizabeth Olsen que está bastante sólida y contrasta un poco con el amateurismo de Florencia Colucci, protagonista de la versión original. Entonces digamos que La casa del miedo repite algunas fallas de la película que re-versiona, y sin embargo agrega cierta solidez a la trama y a las actuaciones. A pesar de esto, tiene también la desventaja de ser una remake y a los que hayan visto La casa muda, les pesará un poco estar viendo casi lo mismo.
Frío en el pecho del Diablo A esta altura uno pierde la noción de la cantidad de films de posesiones demoníacas que se van sucediendo en los últimos años, generalmente con resultados pobres. Este año incluso tenemos Con el diablo adentro, Donde habita el diablo y ahora le podemos sumar esta última Posesión satánica, dirigida por Ole Bornedal (Nightwatch, Vikaren, entre otras). Si nos acotamos tan sólo a los estrenos comerciales de películas de terror, podemos hablar de una especie de crisis del género que aún no ha encontrado un nuevo norte en esta década. Hasta el glorioso y querido John Carpenter ha dirigido una película muy floja como Atrapada en estos años. Todavía se mantiene en pie y bastante sólida la saga de Actividad paranormal, que sin embargo va en camino de agotarse, y tampoco han aparecido buenas remakes (la nueva versión de La cosa es bastante pobre) aunque han habido algunos buenos casos aislados como Noche de miedo, con Colin Farrell. La productora de Sam Raimi, es responsable de una larga lista de films de terror bastante mediocres, aunque también algunos buenos. El caso de Posesión satánica entra entre los primeros. El film cuenta la historia de una niña llamada Emily (Natasha Calis) que compra una caja muy extraña en una venta de garaje. Inmediatamente comienza a comportarse muy extrañamente, cada vez más violenta y aislada. Sus padres se preocupan, hablan con especialistas y ya se imaginan el resto. Es un esquema que un tal William Friedkin estableció en 1973 en una película bastante aterradora cuyo nombre no logro recordar. Nombrábamos anteriormente a Sam Raimi, y venía al caso que, a simple vista, o mejor dicho en un examen superficial de Posesión satánica hay elementos que la emparentan con su cine, especialmente con sus películas emblemas de terror: la trilogía Evil dead. Y con esto me refiero en principio, a que al igual que en aquellas películas, un elemento maldito externo, físico y bien reconocible es el portador del mal. En Evil dead teníamos al Necronomicón, aquí tenemos esta cajita loca que contiene un Dibbuk, que es un demonio judío. No sé cuál será la diferencia con un demonio católico: imagino que no debe creer en que Jesús sea el Mesías o que sólo se alimenta de almas Kosher. Además, las manifestaciones de la niña poseída también tienen ciertas particularidades similares a los poseídos en la cabaña de Evil dead. Esto es: ojos en blanco, violencia, gritos desgarradores y cualquier acción que se aleje de la sutileza. También se puede emparentar con el cine Raimi la utilización de la música, que es constante, y que subraya y engorda cada secuencia. De hecho, a cada corte suena sostenida una nota grave en el piano, que nos dice: “¡ojo que acá explota todo!”. Esa es la gran mentira de Posesión satánica en la que nos envuelve el nunca mejor llamado Oooole Bornedal. Porque si hasta aquí hemos sido indulgentes con Posesión satánica es porque el film lo es con nosotros hasta que nos damos cuenta de que ya se termina y nunca llegó realmente al clímax que promete. Como un amante canalla, la película de Bornedal construye bastante bien la tensión necesaria, prepara el territorio, con unos cuantos lugares comunes y algún que otro efecto especial berreta (al parecer, tener un demonio milenario en tu cuerpo te produce unas monstruosas ojeras), pero narrativamente es correcta. Sin embargo, cuando llega el final, cuando hay que enloquecer y aterrorizar, Posesión satánica se queda en las vísperas y se convierte en el perfecto ejemplo del concepto de “película pecho frío”.
El legado de Greengrass La cuarta parte de la saga de Bourne tiene, a priori, un par de importantes carencias: la ausencia del director de las dos anteriores y mejores partes de la saga, Paul Greengrass, y también la evidente falta del protagonista de la saga, Jason Bourne es decir Matt Damon. Para reemplazarlos, se puso al mando de la dirección a quien ha sido guionista de todas, incluso esta ultima parte de la saga, Tony Gilroy (Michael Clayton, Duplicidad) y a Jeremy Renner en el papel del agente de la CIA superdotado que escapa de todos los peligros posibles, Aaron Cross. A lo anterior, podemos sumarle el problema: ¿qué se puede contar luego de tres sólidas películas (sobre todo las últimas dos)? Y lamentablemente (lo digo como fan reciente de la saga), es en este punto donde Gilroy falla, y el edificio enclenque de El legado de Bourne se desmorona. Gilroy opta por contar una historia paralela a lo que le sucedió a Bourne en las anteriores películas, entonces se presenta a Aaron Cross por un lado y al personaje de Rachel Weisz, la científica Marta Shearing. Como si dijeran: listo pareja nueva, saga nueva. El problema es que la película se demora casi una hora en vincular a estos personajes, poniendo en el medio un montón de diálogos que incluyen a personajes nuevos y a otros de las anteriores películas, que explican muchas cosas que, o no se entienden o no importan y tienen como objetivo justificar todo lo que van a hacer Jeremy Renner y Rachel Weisz. Aparece de repente Eric Byer (Edward Norton), quien va a dirigir las operaciones, además de, por supuesto, intentar atrapar a Aaron Cross y cada cierto tiempo mencionar prolijamente a Jason Bourne, pues ese es el título de la película ¿no? Como si se hiciera una película de Rocky que cuenta la historia de otro boxeador, y donde todos los personajes mencionen cada cierto tiempo lo grosso que es y fue Rocky… Momento… ¡eso es Rocky 5! En fin. Tanto tiempo se demora en llegar la acción pura y fluida (que ha sido lo mejor de la saga y como mejor se contaba la historia de Bourne), que luego de esa hora palabrera todo nos sabe a poco. Porque realmente muchas de las escenas y secuencias de acción están a la altura de las circunstancias, sobre todo una mini batalla en la casa de Marta Shearing, un asesinato masivo en un laboratorio, y la persecución final en motos. Hay otro elemento que jugaba a favor de las anteriores entregas de la saga, además de todo lo que sucede (que es mucho y a ritmo frenético) debíamos averiguar quién era realmente Bourne. Aquí sabemos desde el principio quién es Aaron Cross, y rápidamente (sobre todo porque Gilroy se empeña en subrayarlo) sabemos cuál es su problema y también su objetivo, que por otro lado es bastante pequeño en comparación al universo que pretende retratar la película, con infinidad de programas de asesinos, cadenas de mando interminables y absurdas. Y al final, tanto Jeremy Renner como Rachel Weisz son muy buenos actores pero no alcanza. Podríamos decir que este es el legado de Greengrass que hizo dos excelentes películas junto a Matt Damon, y ahora, que intentan reinstalar la saga, El legado de Bourne nos sabe a poco. Sin embargo, más cercano a la verdad es quizás que no había demasiado para contar y que Tony Gilroy es peor director que Greengrass, y simplemente no está a la altura de las circunstancias.
Track`Em, find`Em, kill`Em Si jugamos a aquello de utilizar una sola palabra para hacer un juicio de valor de tal o cual cosa, diría que la palabra justa para definir Los indestructibles 2 es exageración, divertida, descocada, explosiva exageración. Una película construida para que sus protagonistas sólo puedan resolver sus conflictos a fuerza de balazos, y que además reúne a los hombres que se han convertido en los héroes de acción más emblemáticos de las últimas décadas cinematográficas, pareciera que no puede fallar, y no lo hace. Lejos de quedarse con el chiste y el conflicto de la primera entrega, que trataba de la propia vejez e imposibilidad de los protagonistas en seguir trabajando de algo que requiere de la potencia y resistencia física que ellos están perdiendo, esta segunda parte pone al querido grupo de veteranos mercenarios en un escenario que les queda mucho más cómodo, que hace fluir y combinar mejor el humor, la acción vertiginosa, y hasta el absurdo que componen la historia: la venganza. Aquí ya no hay especulación, planteamiento moral, imposibilidad física o stress mental que los detenga. Simon West comienza la hecatombe dándoles a los duros personajes la más peligrosa libertad que puede tener un hombre con un arma de fuego gigante, les permite que se dejen llevar por sus emociones. West compone un film de estructura simple, un molde conformado básicamente por tres grandes secuencias de acción y sus correspondientes previas. En una secuencia nos pone en situación, en la segunda todo sale mal y en la tercera todo va a salir bien siempre y cuando mueran todos los malos. Por supuesto, los antagonistas no tienen verdadera entidad, hay un jefe malísimo (Jean Claude Van Damme) y su mano derecha (Scott Adkins), y un ejército de secuaces ignotos que son la comida de las balas de Barney Ross (Stallone), Lee Chrismas (Jason Statham), y demás aliados. Sólo sabemos entonces que son malos, que quieren una cantidad exageradísima y poco probable de plutonio para dominar al mundo. El director, se da cuenta que no conviene profundizar en ellos para que el film no tambalee en cuestiones que no puede resolver sin ser verdaderamente reaccionario. Entonces aquí no mueren ni dictadores, ni comunistas, ni coreanos, etcétera, sólo unos desalmados hijos de puta, que quieren hacer de este feo mundo un lugar peor. Por otro lado, el punto fuerte de este film al igual que el anterior es el sentido del humor. En Los indestructibles 2 el humor se apodera de timón y atraviesa las secuencias de acción que están entre buenas y excelentes. La película hace reír con sus diálogos, con los cuerpos en movimiento, con las referencias y la autoconciencia explicita que llega al absurdo. Merodea por allí el espíritu de reunión de 25 años de graduación, cuando las personas se juntan a recordar con melancolía los viejos tiempos de escuela. Cuando vemos tres o cuatro planos de Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger disparando al unísono y haciéndose bromas entre sí, en medio de una matanza salvaje parecieran decir, “te acordás cuando hace veinte años cada uno de nosotros hacíamos una “movie” de estas, ¡cómo pasa el tiempo!”. Coincidimos con Mex Faliero y Gabriel Piquet, que el mejor y más memorable chiste del film es la aparición inexplicable de Chuck Norris, no voy a detallar nada para no arruinar el momento para el espectador pero digamos que salvando las distancias y detalles, es comparable a la aparición de Hulk en Los vengadores. Dos palabras insuficientes pero rigurosas para la descripción de Los Indestructibles 2: exageración y diversión. Y la verdad es que a veces el mejor plan es contemplar un bien montado asesinato en masa.
Hablando de otra cosa Terror en Chernobyl es uno más de los productos post Actividad paranormal, incluso, el responsable de su escaso guión es Oren Peli, director (y creador en general) de la primera película de la saga de los fantasmas esquivos a las cámaras familiares y las eternas elipsis. No me voy a detener a hablar mal de Actividad paranormal, porque me gusta y además creo que en el balance general sigue siendo mayor su efectividad que su carencia de verosimilitud. Y sin embargo, tampoco quiero detenerme más de lo necesario con Terror en Chernobyl, porque es mala e intrascendente por algunas razones que inmediatamente intentaré explicar, para luego hablar de otra cosa: [REC 3] Génesis. Sobre Terror en Chernobyl. Entonces, decíamos que Terror en Chernobyl es otra de las herederas de Actividad paranormal. En principio estamos hablando de la forma de contar la historia, filmada con la famosa “cámara en mano” con un artefacto digital corriendo con los protagonistas. Pero, a diferencia de otros films del mismo estilo, aquí no es un protagonista quien va filmando sin parar, ni las cámaras de seguridad de algún edificio, ni la cámara web que quedó prendida y registro todo. No, sólo se utiliza el aspecto de este tipo de filmaciones en crudo. Con esta elección los autores se liberaban de los límites autoimpuestos por el subgénero, y no debían apelar a estupideces para que los personajes sigan filmando. Y a pesar de todo, el director Brad Parker (quien ha trabajado en efectos especiales de muchos films como Let me in, 2010 y hasta esa locura llamada Lake Placid de 1999), se choca con un guion inexistente, como si los guionistas hubieran pensado: “un grupo de turistas norteamericanos imbéciles, van a conocer una ciudad abandonada post incidente de Chernobyl, y ahí vemos qué onda”. Se sugiere que el peligro son zombies o animales alterados por la radiación, la misma radiación, o vándalos y delincuentes, en fin, para cuando se deciden ya no importa, la película se pierde en estos potenciales, y es incapaz de despertar nuevamente el interés. Es que, parece imposible luchar contra el principal atractivo del género: películas hiperbaratas que funcionan demasiado bien en taquilla. Sobre [REC 3] Génesis. La tercera parte de la saga española REC, iniciada por Jaume Balagueró y Paco Plaza, es también una de las herederas de aquello de filmar “cámara en mano”. Con una potente primera parte y una irregular pero interesante segunda parte, REC se ha mantenido sólida y rebosante de ideas en cada una de sus entregas. La tentación de escribir sobre la tercera parte de la saga surge porque, hasta ahora, tres de las cuatro películas estrenadas del subgénero que estamos tratando han sido particularmente flojas (Con el diablo adentro, Donde habita el diablo y Terror en Chernobyl). Entonces me parece justo reseñar la única que está bien, y que por diferentes causas (sobre todo su intrascendencia y estreno tardío en Mar del Plata) no ha tenido reseña en FANCINEMA. Continúen leyendo que va a ser corto, lo juro. REC 3, pasados los primeros minutos del film Paco Plaza, explicita fuertemente su intención, destruye la cámara del protagonista y comienza su film convencional de zombies. Abandonando la atmósfera espesa y llena de peligro de las anteriores entregas de la saga, Plaza va transformando su versión del comienzo de la historia en un homenaje guarango a los films de Romero (el padre nuestro de los zombies) y con rastros de aquella película maravillosa de los ochenta dirigida por Dan O´Bannon (El regreso de los muertos vivientes). Llena de humor, mala leche, gore y un cura leyendo el libro génesis por unos parlantes gigantes que al parecer atonta aún más a los zombies (al parecer leer la Biblia atonta aunque no seas zombie), [REC3] Génesis es una de las películas más divertidas de este año y que demuestra que para hacer algo mejor sólo hay que guardar la cámara de aficionado y ponerse a filmar de verdad, con ideas y un poco de talento.
La imposibilidad de contar Siempre que se estrenan cosas como Donde habita el diablo, todos (al menos los críticos en general) nos vemos tentados de hablar de este subgénero del cine de terror, es decir, el falso documental, al estilo “cámara en mano”, tan popular desde la aparición en 2007 de Actividad paranormal (sobre todo por ser películas baratas y redituables). Y rastreamos el origen de estos films en El proyecto de la bruja de Blair en 1999, o los más maduros nos hablan de Holocausto caníbal, esa película de culto de fines de los años setenta. Yo mismo he hecho aquellas consideraciones, y sin embargo, ahora creo que estamos yendo demasiado lejos. Porque los films anteriormente mencionados han sido fenómenos más o menos aislados: la primera sólo tiene secuelas y algunas copias; mientras que la segunda, casi nada que se le parezca hasta la aparición de Actividad paranormal (AP a partir de ahora). La saga iniciada por Oren Peli con AP recurría a la utilización del material de grabación casera de una pareja que intentaba explicar los extraños ruidos y sucesos inexplicables de su hogar, jugando con una básica cuestión ambigua: ¿están ellos sugestionados o realmente sucede algo paranormal en ese lugar? La terrible respuesta se encontraba en los asfixiantes últimos 20 minutos de la película. Y con mayor o menor suerte, hasta ahora la saga de AP goza de cierta buena salud, ha sabido escapar al agotamiento del recurso con buenas ideas, y aunque a todas se les ve la costura y la trampa, todavía constituyen un artefacto funcional que transita la línea delgada que la separa del tedio y la estupidez. Intentaré acercarme un poco hacia lo que tengo que hablar en esta critica que es sobre la fallida Donde habita el diablo. Este año ya se habían estrenado dos herederas del recurso “cámara en mano”, Con el diablo adentro y REC 3. La primera, una película que con sus limitaciones lograba construir una historia que se autodestruye con uno de los finales más abruptos y arbitrarios de la historia del cine; la segunda, tiene un director más inteligente y cinéfilo, que se da cuenta de que si utiliza la misma fórmula para todo esto la película se le viene a pique por lo que con un nivel de autoconciencia muy explícito destruye en primer plano la cámara personal del protagonista y comienza un film convencional, pero que es un divertido homenaje al cine de zombis romeriano y afines. ¡Pero qué barbaridad! Tenía que hablar de Donde habita el diablo y hasta ahora sólo la mencioné. Sin embargo, si confías en FANCINEMA, con el 4 que pusimos al principio te alcanza. Y si no, seguro que vas a escribir un montón de comentarios subrayando mi estupidez. Bueno está bien… es evidente desde el comienzo lo fallido de Donde habita el diablo: un grupo de científicos paranormales (es un oxímoron ¿no?) van a la casa de un hombre que parece perseguido por el fantasma de su esposa para registrar los fenómenos e intentar echar a la “entidad maligna”. Torpemente (con realmente mucha torpeza) Carles Torrens intenta sugerir dos posibilidades: o alguno de los miembros de la familia tiene alguna fuerte patología psicológica o realmente es un fantasma. En el tonto final sorpresa nos damos cuenta qué es lo que sucedía, pero la verdad es que nunca logra construir la tensión necesaria. Cada susto, arbitrario y fugaz, es sólo para que en la ficha técnica se lea “Género: Terror” y no “aburrimiento”. Este estilo de películas se está desgastando y cada vez genera productos menos aceptables. Parece que esto se debe primero a la falta de buenas ideas e imaginación, y segundo a las propias limitaciones del recurso, que está demostrando cierta incapacidad para contar algo además de mostrar un montón de sketches supuestamente terroríficos. Seguramente el futuro será dominado por los resultados que entregue Actividad paranormal 4 allá por octubre.
Empezando de nuevo y ¿mejor? A tan sólo cinco años de la última entrega de la saga de El Hombre Araña dirigida por Sam Raimi, y con el protagonista Tobey Maguire aún permaneciendo en la memoria de todos como el Hombre Araña, Sony (que todavía tiene los derechos del personaje) decide que debe ganar más dinero con este filo y nos propone que olvidemos todo lo que vimos anteriormente. Es una decisión lógica, ya que no tenían disponibles ni a Raimi, ni a Maguire, ni Kirsten Dunst, y por lo tanto, a falta de mejores ideas, El Hombre Araña comienza de nuevo. Y quizás esta sea la única razón por la que tiene una nota menor a Los Vengadores (también tuve que reseñar aquel film para FANCINEMA, que obtuvo de mi parte un entusiasmado 9), ya que El sorprendente Hombre Araña me gustó tanto como aquella. El responsable aquí es Marc Webb, el director de la (500) días con ella, que a fuerza de pulso narrativo y una muy buena construcción de los personajes logra diferencias importantes con el primer film de Sam Raimi. Mientras Raimi se mantuvo quizás más fiel al viejo estilo de los comics con personajes fuertemente estereotipados, a veces unidimensionales y una visión moral maniquea, Webb apela a ser sutil, su manera de contar y decir sin subrayar complejiza la historia y le da otra profundidad a los acontecimientos y personajes. Para ser más claro, se nota (o pareciera) que Webb vio el film de Raimi y claramente decidió hacer hincapié en aquello que el director de la saga Evil dead: diabólico había tocado sólo en superficie. Por eso rápidamente veremos en determinado momento el nacimiento del Hombre Araña pero sin detenerse demasiado en eso que ya sabemos, y en cambio tendremos unas cuantas escenas de Peter Parker intentando averiguar qué sucedió con sus padres, y otras tantas mostrando cómo se desarrolla su relación con Gwen Stacy, siendo ambos los principales ejes de la narración en la película. Decíamos que los personajes que nos ofrece esta versión de Webb son más profundos y humanos que aquellos de Raimi. Tenemos a un divertido Tío Ben interpretado por el bueno de Martin Sheen y también una no tan insoportable Tía May (Sally Field). Pero el principal acierto en este rubro fue haber eliminado el personaje de Mary Jane Watson (ese pesado amor platónico de Parker que hacía Kirsten Dunst en la anterior saga) para reemplazarlo por el primer amor de Peter Parker en los comics, Gwen Stacy. Emma Stone encarna este personaje y ella es una chica con talento. Principalmente tiene mucho timing y gracia para la comedia y, además de ser linda es capaz de lograr que sus personajes sean adorables, inteligentes y sensibles siempre. Por otro lado tiene gran química con Andrew Garfield, y esto el director lo aprovecha al máximo logrando buenos momentos de comedia romántica. Los que vieron (500) días con ella sabrán que Webb entiende cómo filmar las relaciones de pareja. Detengámonos un poco en el protagonista de esta historia. El Peter Parker/Hombre Araña de Andrew Garlfield no contiene esa nobleza a prueba de balas del de Maguire. Es “bueno”, o es el héroe a fuerza de las circunstancias, o mejor dicho, es bueno porque sus enemigos resultan ser los “malos”. Esta aquí sólo sugerido aquello de “un gran poder implica una gran responsabilidad”, porque más allá de que le sucedan cosas terribles a este Peter Parker, no se vuelve adulto de un día para el otro, hay en él mucho de adolescente. Asume lo que le toca porque las circunstancias lo apuran, no sólo por un sentido moral de justicia, que era mucho más fuerte y explícito en el anterior Hombre Araña. Por último, algunas consideraciones: digamos que la última hora del film es de un ritmo sin descanso, muy entretenida, con secuencias de acción excelentes y llenas de ideas. Un detalle muy interesantes es cómo utiliza el Hombre Araña sus telarañas (que aquí son artificiales y provienen de unos aparatos en sus muñecas) lo veremos hacer piruetas de toda índole, a toda velocidad, en escenas bien filmadas donde todo se ve y se entiende (¡Sí! ¡fuck you Michel Bay!). Hasta ahora un buen año para los films de superhéroes, con dos buenas propuestas de Marvel bien diferentes, y si la tercera Batman de Nolan se acerca un poco a su anterior entrega, el 2012 será recordado como uno de los mejores años para el género (además del año donde Boca perdió todo y donde ocurre el fin del mundo).
La pregunta por el Ser Por Matías Gelpi Ridley Scott es un director generalmente muy pretencioso, lo que explica la irregularidad de su filmografía. Autor de algunos bodrios y pifies como Robin Hood y Hannibal, se ganó su prestigio componiendo dos grandes películas de ciencia ficción a fines de la década de los 70 y principio de la de los 80: Alien en 1979, con guión del querido Dan O’Bannon, y Blade Runner en 1982, adaptando a uno de los grandes novelistas del genero, Philip K. Dick. Y como todos queremos el retorno a un pasado que recordamos feliz, Scott intenta (o le sale) en Prometeo una pre-historia de Alien, de Blade Runner, de su propia filmografía y de la humanidad. Todo esto que suena tan interesante, no convierte necesariamente a Prometeo en una gran obra maestra, sino en un film (como diría José Pablo Feinman) profundamente filosófico, que con sus limitaciones a cuestas, se pregunta por el origen y obtiene algunas aterradoras respuestas. En Prometeo se comienza contando la historia de los arqueólogos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), quienes descubren cierta analogía entre pinturas y arte rupestre de diferentes lugares del mundo creados en diferentes épocas. Al parecer, todas las obras muestran un mapa intergaláctico, un sistema solar donde, según estos científicos protagonistas, pueden estar los creadores de la vida (sobre todo humana) en la Tierra. Por supuesto viajan allí y en ese lugar repleto de misterios comienza la aventura. Siempre va a ser tentador buscar las respuestas a la existencia fuera de nosotros: siglos de pensamiento, sistemas filosóficos y teorías científicas tienden a la conclusión de que nada tiene un verdadero sentido. Simplemente estamos, pero podríamos no estar. Mejor se lo explica Nanni Moretti a uno de los obispos de su maravillosa Habemus Papa, cuando le cuenta que la belleza del darwinismo es que demuestra la posibilidad de la existencia de la vida con una carencia absoluta de sentido. Y a esa búsqueda tentadora se lanza Scott en la nave Prometeo, viajando distancias imposibles arriesgando la vida sólo para preguntar ¿por qué?. Tal es esta angustia, que por eso los personajes del film están incómodos mientras viajan, pues saben que hay posibilidades muy altas de encontrarse con que todo en lo que elegimos creer no sea más que caos y nada. Y para recordarles a nuestros personajes lo que es jugar a ser Dios, deambula por la nave un androide llamado David, interpretado por el siempre sólido Michael Fassbender. Es decir, la parte explícitamente “Blade Runner” de esta historia. David es una maravilla tecnológica que imita y mejora la vida humana de manera altamente eficiente, y es una de las paradojas más interesantes del film: los humanos lo hicieron esencialmente porque podían hacerlo, entonces quizás nuestros creadores no tuvieron más pretexto que este para crearnos. De lo que se desprende que Darwin estaba equivocado y que ¡tenía razón Erich Von Daniken! Somos la creación de unos seres de las estrellas increíblemente poderosos que no tenían ningún pretexto, ni motivo trascendental para crearnos. Resultado: angustia y mas angustia. Entonces: ¿logra Ridley Scott convertir todo esto en un film que valga la pena? Sí, Prometeo vale la pena, más allá de cierta falta de ritmo y de alguna actuación floja como la de Noomi Rapace. Además es finalmente una precuela indirecta de Alien, aunque esa historia sea algo lateral en el film. Podemos decir que Scott sale bien parado con este proyecto, inmiscuyéndose una vez más con la ciencia ficción, género que le sienta bien. Y no deja que su recurrente solemnidad se apodere de todo, dejando espacio para la asquerosidad, el terror y, por supuesto, la angustia.
Y el cuervo dijo: “nunca más hagan películas así” Luego de haberla visto, creo que no puedo decir que El cuervo sea una película pretenciosa. Es mala sí, pero, en todo caso, la palabra que la describe mejor es disparate. Aventuro una hipótesis: como espectadores, todos tenemos un nivel diferente de tolerancia a la estupidez, es decir, no todos podemos soportar el mismo nivel de incongruencias, arbitrariedades, falta de rigor o exageraciones. El cuervo (y el frío de la sala) superó mi tolerancia en treinta minutos, aunque me quedé hasta el final. Hablando un poco de la película, El cuervo pretende contar los últimos días de la vida de Edgar Allan Poe, o al menos así formula su mentira desde la placa del comienzo. En realidad, no hay demasiado misterio. Si bien hay un hueco en la biografía del escritor de Baltimore acerca de lo que anduvo haciendo los últimos días de su vida, lo que se sabe es que terminó enfermo, loco, intoxicado y triste. El film de James McTeigue (V de Venganza) viene a develar las últimas “aventuras” del bueno de Edgar. En rigor, transcurre en ese período de tiempo, pero lo que cuenta (o intenta contar) es otra cosa. Al fin de cuentas, El cuervo es un sórdido policial mal hecho, un caos de personajes e información mal dosificados. Y ya que estamos hablemos un poquito de literatura: Edgar Allan Poe inventó el género policial clásico. Me refiero a esos relatos con crímenes complejos que son resueltos por un detective muy racional e inteligente. Sin Dupin (el detective que inventó Poe para sus relatos) no hubieran existido ni Sherlock Holmes, ni Poirot, ni el Padre Brown, etcétera. Además Borges aclaraba (sí, cito a Jorge Luis es porque soy re culto) que el aporte más importante de Poe había sido la creación del lector de policiales, es decir un lector que duda de lo que le están contando, o mejor dicho, descree, porque sabe que le están mintiendo y en conclusión aborda la obra con una recelosa actitud. Si aplicáramos esta observación de Borges a nosotros espectadores de cine del siglo XXI podríamos ver que aún está vigente. Ya nos sabemos absolutamente todos lo “trucos”, giros dramáticos, sorpresas y mecanismos, miramos todo con desconfianza. Sin embargo, si estos yeites narrativos están bien utilizados, todavía funcionan. Bueno, ese es el principal problema de El cuervo: la falta de capacidad y pulso narrativo, sorprendente para McTeigue, quien había hecho bien las cosas en al menos V de Venganza. Entonces tenemos por un lado al bueno de John Cusak, intentando un personaje difícil, un Poe que nunca fue. Que está lleno de vida pero que sabemos deberá convertirse en un cadáver viviente en poco tiempo. Y encima, debido a la torpeza del guión (del cual uno de los autores se apellida, paradójicamente, Shakespeare), su Poe se la pasa presentándose, recitando sus poemas o explicando en qué se parece tal o cual crimen a sus relatos. Más allá de las torpes referencias, tenemos también una recreación post El juego del miedo de los crímenes de los relatos de Poe. Sin nada de sutileza, veremos hechos de sangre y violencia híper-explícita, fuera de registro y que además en muchos momentos son absolutamente arbitrarios. Hacia el final, este tipo de relatos debe acotar las posibilidades de resolución, para retener la atención y el interés. Jamás en sus 110 minutos hay un atisbo de esto en El cuervo. Entonces, cuando está por terminar, uno se pregunta: “¿por qué debería importarme? Si el asesino puede ser cualquiera y hace una hora que me estoy aburriendo”. Ojala Dios se haya apiadado de tu pobre alma Edgar, porque Hollywood no lo hizo.