DESILUSIONES Y CRECIMIENTOS No es difícil definir a Lady Bird en pocas palabras, podríamos decir que es una comedia dramática adolescente de crecimiento, con la estética del indie norteamericano, que apuesta a un tono realista que hasta puede considerarse naturalista en algunos casos puntuales. Pero todo lo anterior es pura pedantería fría y autosuficiente, que poco sirve a la hora de hablar de un relato cálido y emocionante como el que cuenta es este film dirigido por Greta Gerwig. La historia gira en torno a la vida Lady Bird, así es como se hace llamar Christine McPherson, una adolescente interpretada por Saoirse Ronan en una actuación que según el consenso mundial (al que adherimos) es brillante. Lo que se nos cuenta son una serie de sucesos en torno a su último año de preparatoria, su situación familiar, sus amigos, el futuro, el despertar sexual y todo aquello que nos estresa cuando está por terminar la secundaria y de repente debemos ser adultos y tomar decisiones. Gerwig se concentrará en mostrarnos el origen de todo lo que es Lady Bird y en lo que intuimos se convertirá; lo que le importa son las emociones y su significado, ya que crecer es, de alguna manera, descifrar el significado de lo que sentimos. La acción transcurre en 2002/03 y un relato arquetípico de la adolescencia de toda una generación, aquella que creció mientras veía al mundo reconfigurarse post 9/11, cuando junto con las torres se vino abajo la herencia conceptual del Siglo XX. No hay nada extraordinario en la vida de la protagonista, viene de una familia de clase media con más o menos dificultades económicas cuyos valores son puestos en crisis diariamente. Una vida un poco mediocre y frustrante como la de cualquiera, una vida que terminará desilusionándola y de la cual reniega con razón. Pero todos sabemos que crecimiento es desilusión, el problema es ver qué hacemos con nuestras frustraciones: nos juntamos a leer El secreto, o a Coelho, o recurrimos a la homeopatía (o cualquier solución fácil y falaz equivalente); o nos redimimos y crecemos. El camino que nos cuenta Lady Bird es el segundo, y Gerwig, en esa mezcla de fluidez narrativa, sensibilidad y cariño por su personaje principal, hace que el clásico relato de crecimiento sea una bienvenida a para la vida. Por otro lado, más allá de que el arco argumental principal es la relación de Lady Bird con su madre y de qué manera ese contrapunto constante forja la identidad de la protagonista, resulta interesante ver el lugar que ocupan los hombres en la historia, que parece ser el lugar de la desilusión y la tristeza. Esto no es sistemático ni puramente discursivo, ahí está la bella relación que tiene Lady Bird con su padre, un sujeto cariñoso que genera empatía pero que también está derrotado y muchas veces es distante. Sin ser explicito, sin haber una bajada de línea, y en consonancia con la bella naturalidad con la que transcurre la película, se dice algo sobre lo que pueden llegar a significar algunos hombres en la vida de algunas mujeres, y ese algo no está muy bueno. Por lo demás la película de Greta Gerwig se parece a muchas, pero logra identidad y funciona en todos los frentes. Logra ser una película personal con temas universales, habla de las emociones sin facilismo y emociona genuinamente. Una película que a pesar de su melancolía nos dice, despojada de todo cinismo, que todavía hay un espacio para querer la vida aunque sea un poco.
CINISMO INGLÉS EN TERRITORIO NORTEAMERICANO Una manera prejuiciosa y desinformada de describir el alma del habitante medio de Inglaterra sería más o menos así: misántropos graciosos y cínicos, que comen cosas espantosas como la tarta de anguila, y escuchan la mejor música del mundo que es el rock/pop que allí se produce. Asumir que el director Martin McDonagh tiene aquellos atributos ingleses falaces, nos ayuda a describir en una primera aproximación lo que es 3 anuncios por un crimen: lo que un misántropo gracioso y cínico entiende por América profunda, blanca y decadente. Y si hay algo que se ha encargado de dejar claro el cine norteamericano es que la América profunda (Texas, Missouri y el sur en general) es un territorio infernal atravesado por todos los traumas colectivos posibles, y habitado por parias cuya moral se ha ido diluyendo hasta directamente desaparecer. 3 anuncios por un crimen no viene a corregir estos estigmas, pero sí viene a deformarlos y a burlarse un poco. Mildred Hayes (la impecable Frances McDormand), una mujer de mediana edad cuya hija ha sido asesinada, inicia una guerra contra la policía local al considerar que no hacen lo suficiente para resolver el caso. Su primer paso es alquilar los anuncios publicitarios que se mencionan en el título, que están en el camino que hace el sheriff Willoughby (Woody Harrelson, también impecable) hacia su casa y les pone un filoso recordatorio acerca del crimen. Esto digamos que agudiza las contradicciones en el pueblo que, como podíamos imaginar, esconde un infierno grande. Más allá de que 3 anuncios por un crimen cuenta fundamentalmente la historia de Mildred, es también un film coral que despliega una galería de personajes más o menos interesantes. A nivel moral los podríamos dividir entre los que son redimibles y los que no. Los que son redimibles son los que le otorgan un poco de humanidad a la cosa, como Red Welby (Caleb Landry Jones) quien ayuda a Mildred con los anuncios porque piensa que es lo correcto; o James (Peter Dinklage), quien está enamorado de Mildred sí, pero que la ayuda desinteresadamente; también el mismo personaje que interpreta Woody Harrelson, que tiene uno de los momentos más emotivos y mejor logrados del film. En la otra esquina están los personajes no tan redimibles, más deformes y caricaturescos quizás, como la misma Mildred y también Dixon, un policía racista y alcohólico interpretado por la que parece ser la persona menos confiable y más decadente del mundo, Sam Rockwell. Con ellos, con sus historias, McDonagh se permite ser cínico, pero también les otorga un maravilloso sentido del humor, incómodo, potente y efectivo con el cual parece burlarse de ese punto de vista oscuro que de alguna manera impregna toda película. Por suerte en este mundo no todos los misántropos son imbéciles como Iñarritu. La comedia probablemente sea la clave del éxito en 3 anuncios por un crimen, la historia hace equilibrio entre lo terrible y lo gracioso todo el tiempo. Afortunadamente McDonagh nunca le escapa a hacer reír y corre el límite imaginario cada vez que puede. Salvando las distancias se parece en estética e intenciones a la buenísima Sin nada que perder de David Mackenzie, aunque 3 anuncios… es un poco más discutible.
TERRITORIO Creo que ya ha llegado el momento de preguntarnos qué tan válido es utilizar viejos manicomios y casas embrujadas como territorios de miedo en las películas de terror contemporáneas. En realidad es una pregunta pavota de respuesta fácil: cada tanto aparece una, y generalmente fallida. Son un mal evitable si pensamos que ya ni Carpenter puede hacer algo bien con ese material (recordemos la existencia su fallida The ward, y juremos jamás volver a mencionarla). Entonces, el prólogo de No dormirás es una elaborada excusa para que un grupo de personajes más o menos definidos se reúnan en la convenientemente tenebrosa locación. Una intensa dramaturga interpretada con notable intensidad (valga la redundancia) por Belén Rueda intenta montar una obra de teatro vanguardista dentro del famoso manicomio, para lo cual contrata a Bianca (un correcta Eva De Dominici) y a Natalia (una menos correcta Natalia de Molina), que competirán por el papel principal; el reparto también incluye al personaje de Eugenia Tobal que anda por ahí medio trastornada y sin dormir, intuimos que forma parte de la obra en cuestión, luego nos enteramos que sí. Dada la teoría del personaje de Belén Rueda, ambas deberán mantenerse despiertas todo lo posible para alcanzar una especie de trance que les permita acceder a estados de conciencia más sensibles, una especie de actuación esencial. Pasado en limpio: si se quedan despiertas mucho tiempo van a ver fantasmas, y eso, según Rueda, es actuar mejor. A partir de allí se desencadenan una serie de secuencias terroríficas efectivas en un ritmo aceptable. No dormirás no falla desde el punto de vista técnico. Gustavo Hernández había demostrado bastante pericia en La casa muda, que es un larguísimo y virtuoso plano secuencia, y que aunque a veces perdía efectividad conseguía unos cuántos buenos climas. De hecho, No dormirás está muy por encima del promedio de cine de terror norteamericano que se estrena masivamente un nuestro país. Sin embargo, en cierto punto la trama se estanca un poco, todo lo interesante del método extremo de actuación que experimentan los protagonistas, y cierta reflexión acerca de cómo los actores canalizan emociones, se pierden en una historia cuyo rumbo es un poco enclenque, o digamos carente de contundencia, como si Hernández no estuviera del todo convencido en lo que nos está contando. Para cuando llegamos a la resolución que incluye giro argumental y todo, es muy probable que hayamos perdido el interés. No dormirás es una de esas películas que sufre la falta de originalidad y de riesgo, apenas es correcta, nunca brilla y siempre le falta algo. Ser mejor que espantos relativamente contemporáneos como 7 deseos o Jigsaw no compensan lo opaco de su resultado final. Todo empezó a salir mal cuando alguien eligió el territorio equivocado: el manicomio.
ADOLESCENTES QUE SE (NOS) DIVIERTEN Hubo un momento, hace diez años, en el que algún inescrupuloso productor de Hollywood decidió llevar al cine una serie de novelitas de vampiros inexpresiva y conservadora, hablamos de Crepúsculo y sus secuelas. Su éxito rotundo generó la oleada de adaptaciones de estas novelas juveniles que tienen (salvo excepciones) un poco el mismo molde e intención: historias diseñadas para venderle a niños grandes la ilusión de identidad individual y la moral de los años 50. A través del cine convertimos a los adolescentes en proto-suicidas adictos a los teléfonos, gente apesadumbrada que cree que Harry Potter es importante y entretiene, o que piensan que la comedia es una pavada como los fans de Marvel. Lejos estamos de aquel cine adolescente ligero y medio grasa de los 80 y 90: los slasher y los slasher post-Scream; y las comedias como Porky’s, Fin de semana de locura o American Pie. Por suerte Feliz día para tu muerte llegó para rescatar un poco de aquella ligereza. En todos lados, incluso dentro de la misma película, vamos a escuchar que Feliz día para tu muerte se inspira en la estructura de Hechizo del tiempo, también conocida como El día de la marmota (Groundhog day), aquella comedia con la versión divertida de Bill Murray. Es cierto, ambas nos cuentan que el o la protagonista están condenados a repetir el mismo día hasta que, suponemos, resuelva alguna especie de lógica universal que restablezca el curso del tiempo. De todas maneras creo que es más útil compararla brevemente con una pésima película contemporánea, una adaptación de una novela juvenil llamada Si no despierto. Básicamente Feliz día para tu muerte y Si no despierto son la misma película: más o menos la trama de El día de la marmota. La diferencia es el tono y la autoconciencia, lo que termina definiendo cuál de las dos es una desfachatada comedia adolescente con slasher incluido a puro ritmo, gracia y buenos chistes; y cuál una pesada alegoría moral repleta de personajes planos que nos somete a una serie de estupideces de guión para que todo cierre con un poco de coherencia. Es fácil adivinar cuál es cuál. Sin ser perfecta, Feliz día de tu muerte transita al filo del cinismo con soltura. La preocupación del director Chirstopher Landon para hacer que su película entretenga todo lo que se pueda es encomiable, pero nunca esquiva la oportunidad de alguna escena emotiva que permita desarrollar más algún personaje y que a nosotros nos permita desarrollar cierta empatía. Salvando las distancia, Feliz día de tu muerte es una especie de Scream melancólica, y a diferencia de la película de Wes Craven que nos informaba cómo era el estado del cine para adolescentes de aquel momento, más bien anhela un cine joven y despreocupado, no que olvide todo lo que se viene haciendo o pasando, pero sí que lo absorba y siga adelante. Quizás estemos exagerando pero eso es lo que pasa cuando las películas se disfrutan y la Feliz día de tu muerte es una película para disfrutar.
EL VENGADOR ANÓNIMO ES MÁS PROGRE Durante la década anterior no había película de terror, no importa cuál fuera el argumento, que no incluyera torture porn: esa variante del gore que focaliza sus esfuerzos en mostrar violencia extrema, exagerada pero con la suficiente verosimilitud como para sentir repugnancia y empatía por el dolor de los personajes. Películas como Hostel, incluso la recomendable El despertar del diablo (remake del film de Wes Craven The hills have eyes), pasando por las francesas Martyrs, Frontière(s) o A l’intérieur eran exponentes de una de esas modas que suelen capturar al cine de género, como el slasher en los 80 o el thriller erótico en los 90. El juego del miedo fue la saga que explotó el recurso al máximo, y también la que, con una velocidad y voracidad admirable, lo agotó (desde 2004 hasta 2010 hubo una entrega de El juego del miedo por año). Si dejamos de lado la primera dirigida por James Wan (hoy un referente del cine de terror), básicamente porque fue la más lograda en cuanto a la atmósfera y la tensión, y también la única en la que no se conoce la identidad del asesino (el famoso Jigsaw), todas las películas de la saga tienen el mismo esquema: un largo montaje paralelo en el cual se muestran varios juegos mortales ridículos y violentos, los cuales las víctimas de Jigsaw, o de alguno de sus continuadores, deberían superar si es que quieren salvarse (generalmente no lo logran y mueren de formas espantosas); por otro lado siempre se cuenta una trama de policías corruptos inoperantes que intentan resolver el caso, y ocultar pruebas comprometedoras. Al final, por si el público no entiende algo, siempre hay un montaje que explica y ata todos los cabos sueltos. Nunca entenderemos por qué a Jigsaw: el juego continúa no le pusieron El juego del miedo 8, ya que comparte el molde con todas las anteriores. La película de los hermanos Spiering arranca con una secuencia de acción relativamente lograda: un tipo se escapa a toda velocidad de la policía y cuando queda acorralado pide hablar con un tal detective Haloran, amenazando con que de lo contrario cinco personas morirán; la situación se pone tensa, el muchacho aprieta el gatillo de un detonador remoto y en algún lugar arranca el mecanismo de uno de los juegos típicos de la saga. Y eso fue lo mejor del film, porque a partir de allí nos vemos atrapados por los mismos problemas que siempre ha tenido El juego del miedo, aunque esta entrega inaugura otros. Estamos ante uno de los peores guiones de toda la saga, tan inconsistente que nos saca de la película cada cinco minutos para preguntarnos si es posible que existan escritores tan perezosos. Se explican obviedades y se dejan huecos insostenibles, por ejemplo nunca sabemos cómo hace Jigsaw para conseguir la información detallada que maneja de sus víctimas. A veces la víctima justo vivía al lado de su casa con lo cual sabía todo lo necesario, otras veces es alguien que le hizo algo a un primo (literal), y siempre es una estupidez. Porque por si alguien no estaba al tanto, Jigsaw está vivo en la obra de sus seguidores y es el asesino más estúpidamente moralista de la historia, ya que mata a gente que supuestamente no respeta el milagro de la vida. Con lo cual, ya que estamos, se nos deja entrever la peligrosa idea de que sus víctimas son tan mala gente que merece morir. Y lo cierto es que, salvo en la primera -volvemos a repetir-, las películas de El juego del miedo no se corren lo suficiente del punto de vista de Jigsaw y si me apuran, diría que lo justifican. En resumen, el problema de Jigsaw: el juego continua es que no comprende el cambio de época, se ve vieja porque es incapaz de reflexionar sobre sí misma y de reírse un poco de tanta ridiculez; y sin humor sólo queda la ridiculez, el fascismo berreta, y una colección olvidable y mal hecha de personajes horribles.
AMITYVILLE: EL ABURRIMIENTO Ese lugar común pavote en el que cae a veces el público, y muchas otras nosotros los críticos, acerca de la falta de ideas en Hollywood podría servir para explicar un poco el presente del cine de terror. Y no es porque no haya buenas películas, por ahí andan la hermosa El conjuro 2 o la brillante No respires, sino que es la superabundancia de películas mediocres, malas y horribles la que nos hace preguntarnos dónde va a terminar un género que a pesar de todo este reclamo sigue siendo exitoso, reciclable y rentable. Insistimos, hay una enorme producción de películas burocráticas y sin alma, que fallan incluso en lo técnico, incapaces de generar incluso el más elemental de los climas. Amityville: el despertar es otro de esos exponentes. No hay película que transcurra en la casa de Amityville donde no se mencione lo convenientemente barata que resultó comprarla, es que claro, allí sucedió una masacre no ficticia: en 1974 Ronald DeFeo mató a escopetazos a toda su familia mientras dormían, y en el juicio dijo que unas voces en su cabeza le decían que los mate a todos. Es un punto en la constelación de asesinatos masivos que conforman, lo que imagino, ese corpus infinito llamado historia criminal estadounidense. Por lo demás, la casa real tiene fama de estar embrujada, en el 75 la familia Lutz (que obviamente la había comprado barata) abandonó la casa alegando que básicamente ella (la casa) los echó a puro poltergeist y fenómeno paranormal, todo fue un fraude claramente. Los Lutz escribieron un libro, que luego se convirtió en una franquicia de películas de dudosa calidad que ahora la productora Blumhouse resucita dentro de su factoría de cine redituable. Aquí una madre soltera y sus tres hijos (la eternamente desequilibrada Jennifer Jason Leigh) llegan a la barata y embrujada casa de Amityville. Uno de los hijos, James, está en estado vegetativo aunque a partir de su llegada a la casa comienza a mejorar sospechosamente. La continua manifestación de hechos paranormales llevará a los protagonistas a concluir que la casa está embrujada y que tienen que enfrentarse a las fuerzas demoniacas que los amenazan. A grandes rasgos la película de Franck Khalfoun tiene el mismo argumento genérico de cualquier película de casas embrujadas, y también el mismo argumento de casi todas las películas que se han hecho sobre la casa de Amityville. Pero claro que eso no es malo en sí mismo, el problema es la falta de pericia con la que se nos cuenta esta desgastada historia. Khalfoun es rutinario en todos los rubros, incapaz de generar desde la puesta en escena algún clima, alguna emoción. Todo en Amityville: el despertar, desde la iluminación hasta el montaje, es genérico, estándar, indiferente y hasta a veces deficiente. Khalfoun no logra ni siquiera apoyarse en el elenco relativamente capaz con el que cuenta: la pequeña Mckenna Grace demostró su talento y gracia en Un don excepcional, Jennifer Morrison es una rendidora actriz de series, incluso uno puede decir que Bella Thorne es lo suficientemente capaz de protagonizar esta película. Sin embargo las actuaciones lucen descoloridas, esforzadas sí, pero sin lograr un registro común; es decir, están mal dirigidas. Capítulo aparte para Jennifer Jason Leigh que siempre está intensa y poco creíble, todavía está bajo el efecto de haber trabajado en la peor película de Tarantino. Se han hecho alrededor de 14 películas sobre la supuesta casa embrujada de Amityville, quien esto escribe ha visto algunas, siempre aburridas, y poco dignas, como un discurso de Sergio Massa y, lamentablemente, Amityville: el despertar no es la excepción.
EL ARTE COMPARTIDO Quien ha tenido la oportunidad de enfrentarse a un planteo artístico de cualquier clase, comprenderá rápidamente la diferencia radical que existe entre abordarlo de manera individual o de manera colaborativa. Las problemáticas son diferentes, sobre todo porque, en general, es mucho más fácil cuestionar el trabajo del otro que el de uno mismo. Es cierto que hay disciplinas que son fundamentalmente colectivas, como el cine, pero en las artes tradicionalmente individuales e individualistas, como la literatura (en Argentina tenemos el paradigmático caso del tándem Borges/Bioy) o las bellas artes, pareciera que trabajar en colaboración es algo extraño, inaudito, algo a construir. El documental A 4 manos, coproducido por UNTREFMEDIA junto con el Laboratorio Audiovisual de Investigación y Experimentación (LaIE) de la Maestría en Periodismo Documental, explora un poco la cuestión de la pintura y el dibujo en colaboración, contando las experiencias de dos parejas de artistas: Felipe “Yuyo” Noé y Eduardo Stupía, de un lado. Guillermo Roux y Carlos Alonso, del otro. Luego de un comienzo un tanto confuso (no queda claro quién es quién, ni quién presenta qué cosa), la película de Osvaldo Tcheraski se acomoda rápidamente en las cuestiones en las que le interesa indagar, es que su corta duración no le deja espacio para el divague. Queda clarísimo que en A 4 manos no interesa la búsqueda formal, sino más bien que quede expresado con claridad el contenido y que quede planteado el debate, es decir, pareciera que se busca una técnica documental correcta y precisa que tampoco agrega mucho a la cuestión. Lo que veremos será cómo ambas parejas dan testimonio de cómo ha sido su experiencia de trabajar una tradición individual de manera colaborativa: cómo decidieron hacerlo, de qué manera se manifiesta el contrapunto, qué significa un cuadro a cuatro manos, cuáles son los límites y los resultados de esta manera de trabajar. También se incluyen intervenciones de curadores, críticos y especialistas del arte que explican y le dan un marco teórico al trabajo de los protagonistas. Hasta aquí todo correcto -demasiado-, y sin dejar de señalar que hay alguna manipulación innecesaria aunque no tan grave, digamos que el mayor acierto de Tcheraski es cruzar algunos testimonios que dejan al descubierto las diferencias de cosmovisiones, sobre todo entre Noé y Roux. Ambos manifiestan de alguna manera que no podrían trabajar juntos, básicamente porque interpretan el arte de manera diferente. Por un lado tenemos la visión filosófica, pretensiosa y disruptiva de Noé, con todo ese discurso acerca del caos y una gran consideración de sí mismo; y por el otro la visión más intuitiva, más humilde, clásica, y aún así muy virtuosa de Roux. Sí, desde este lado nos unimos al #TeamRoux sin dudarlo, que de los cuatro protagonistas de A 4 manos es quien demuestra algo que parece perdido en los ámbitos de la pintura: sentido del humor. Dicha esta digresión personal, es justo señalar que A 4 manos, a pesar de estar lejos de la perfección, logra contar su tema con suficiente eficiencia y deja plantado un debate interesante acerca del arte compartido.
UNA ESTAFA CON GRACIA Steven Soderbergh quiere ser un autor, ese rasgo siempre está presente en su cine y hace de todo para que recordemos que estamos viendo una de sus películas. Adapta novelas importantes, toca temas “importantes”, le gusta retratar la sociedad, y en sus elencos suele acumular nombres y renombre. Soderbergh es insoportable, sí, pero no nos confundamos, no es el pedante de Aronofsky, ni un ser despreciable como Iñárritu, y esto es básicamente porque a veces es capaz de despegarse un poco de sus pretensiones para dejar fluir una historia hacia donde debe. Ese es el caso de La estafa de los Logan. Y sí, el tipo que abusó de la franquicia de Ocean’s eleven vuelve a hacer una de robos sofisticados, aunque esta vez logra que la pasen bien los espectadores y no sólo George Clooney y sus amigos. Luego de ser despedido a causa de su renguera, Jimmy Logan (Channing Tatum y su solidez) planea junto a su hermano Clyde (Adam Driver) y su hermana Millie (Riley Keough) un robo innecesariamente complicado durante una masiva carrera de NASCAR. Para tales fines, contratarán a un experto en explosivos llamado convenientemente Joe Bang, interpretado por un divertido Daniel Craig. El principal acierto de Soderbergh aquí es dejar que el tono paródico le gane al resto de sus vicios autorales. Y funciona, porque no sólo se ríe de las películas de robos, se ríe de sus propias películas. Por allí aparecen sus ganas de comentar algo sobre la América blanca profunda un poco olvidada y sus bacanales de deportes, comida chatarra, cerveza y cosificación, pero es un elemento que aparece de manera lateral y del que se burla sin cinismo. Incluso, sorpresivamente, en algún momento se deja llevar por el melodrama familiar, contando la relación del personaje de Tatum con su hija Sadie (Farrah Mackenzie) con soltura y sensibilidad, como si nunca hubiera filmado ese bodoque sin emoción llamado Contagio (2011) o esa montaña rusa del aburrimiento que es Efectos colaterales (2013). La estafa de los Logan no es una película perfecta, es despareja y se estira innecesariamente. Esto se nota sobre todo en la última media hora, una vez concluido el robo, donde hay toda una subtrama genérica sobre el FBI investigando toda la cuestión, llevada adelante por una agente interpretada por Hilary Swank, que es la persona que peor ha imitado el acento sureño en la historia. Bueno, quizás exagero, pero su actuación desconcierta y esa parte de la trama no lleva a ningún lado. Por supuesto, al final hay un montaje preciso con música canchera que cierra todos los huecos del guión, porque hasta ese momento en el que se atan todos los cabos, más allá de ser divertida la película es cualquier cosa. Soderbergh, como los Chalchaleros, anunció un retiro que parece que nunca llegará, y su obra, al igual que la de aquellos, alterna entre la irrelevancia y los buenos momentos. La estafa de los Logan, es uno de esos buenos momentos que, hay que decirlo, tiene uno de los mejores chistes del año que involucra a la sobrevaloradísima Juego de tronos, lo cual no es poco.
STRANGER IT Se puede explicar el éxito rotundo de It (Eso) con relativa facilidad, entendiendo el lugar que esta historia ocupa en el imaginario de toda una generación cuya infancia transcurrió en los 80, la década que estableció a los grupos de preadolescentes como protagonistas de grandes aventuras. No es la voluminosa novela de Stephen King la que quedó grabada en el inconsciente colectivo, sino la adaptación de 1990 dirigida por Tommy Lee Wallace, con Tim Curry como el payaso Pennywise, la que se recuerda con fervor, la famosa miniserie luego editada como película para video. Era una de esas salvaciones para quienes teníamos cierta fijación con pasar horas en los videoclubes eligiendo sin encontrar nada. Hay que decirlo, aquella versión no ha envejecido de la mejor manera, le falta oscuridad y violencia, y aunque logra con recursos limitados escenas de terror icónicas (inolvidable la escena inicial con el barco de papel, o la escena de las duchas, o a Ben viendo cómo su padre que murió en la guerra se transforma en Pennywise), también tiene momentos irreconciliables para el gusto promedio del espectador ( la insalvable araña berreta del final), con lo cual esta nueva adaptación de la novela que llega de la mano de Andrés Muschietti arriba en el momento justo. Un momento donde las personas de entre 30 y 40 estamos ávidos de (además de consumir cantidades ridículas de sobrevalorada cerveza artesanal) revivir las emociones audiovisuales de nuestra infancia, cosa que se puede probar fácilmente si vemos otro éxito rotundo como es Stranger Things, la serie de Netflix sobre las aventuras fantásticas de un grupo de niños en los 80. Es que It (Eso) es en gran parte Stranger Things, o al menos comparte esa mirada autoconsciente y moderna sobre los 80. Claro que Muschietti tiene la habilidad de captar aquello que le faltaba a la adaptación de Wallace: es más oscura cuando debe serlo, actualiza y mejora las secuencias de terror, y a medida que los personajes se encuentran con Pennywise, aumenta la tensión y la intensidad. El director dosifica con maestría el terror, la aventura y el humor: el grupo de chicos es encantador, con casi todos los personajes bien establecidos. Probablemente lo único que falla es ese mecanismo de la trama, que también estaba en la película de Wallace, que consiste en mostrarnos uno a uno, el primer encuentro de cada uno de los protagonistas con Pennywise, algo que detiene el ritmo de la película y la alarga innecesariamente. Una vez que esquivamos este bache, la historia fluye a puro ritmo e intensidad. El tema fundamental aquí es nuevamente la amistad como refugio. Todos los niños en IT están oprimidos por sus familias, por la sociedad retrógrada de Derry (machista y racista, las piedras fundacionales de buena parte de la sociedad norteamericana), por el brabucón del pueblo y por el monstruo que de alguna manera es la sublimación de todo lo anterior. Los protagonistas encuentran en el grupo de amigos el único espacio positivo, pero, por supuesto, no saldrán ilesos de la batalla por sobrevivir a tanta hostilidad, pero eso lo veremos convenientemente en la ya anunciada secuela. Por último, lo que se consolida aquí es el nombre de Muschietti como director con talento para el cine de terror mainstream, quien, luego de Mamá, mejora en casi todos los rubros. Podemos agregarlo al podio de este oficio cada vez más olvidado junto a James Wan y a Fede Alvarez.
PRETENSIONES ATÓMICAS Antes de definir los elementos que hacen que Atómica no funcione del todo, es conveniente enterarnos de algunas cuestiones de su director David Leitch. Originalmente doble de riesgo, es socio de Chad Stahelski (director de Sin control, mejor conocida como John Wick) con quien fundó la productora 87 eleven. Antes de Atómica dirigió algunas escenas de John Wick y un corto promocional de Deadpool, además será el director de la próxima Deadpool 2. De alguna manera todos estos ítems de la biografía cinematográfica de Leitch se reflejan en el resultado final de la película protagonizada por Charlize Theron. Estamos ante un cine de acción muy físico que muchas veces apunta toda su atención a la pura forma. Rápidamente y sin matices podríamos definir a Atómica como una cruza entre John Wick y las películas de Jason Bourne, porque a esa plasticidad cool de John Wick le agrega un despliegue físico brutal (el trabajo de Theron en ese sentido es impecable), golpizas con vértigo y realismo, que hacen que a cada golpe que vemos nos tapemos la boca para comprobar que nuestros dientes siguen en su lugar. Sin embargo, la verdad de Atómica está en otro lado, en la pesada trama de espías en el fin de la Guerra Fría a la cual se aferra innecesariamente. Probablemente es material proveniente de la novela gráfica en la que se basa, o es un elemento que intenta darle relieve a una película que lamentablemente exigía cierta libertad poética. Todo lo que se nos cuenta acerca de dobles y triples agentes tiene tal peso que termina funcionando como un ancla para la acción. Atómica, que se vende como un film explosivo, es más bien una película aburrida y contenida, como si Leitch no hubiera aprendido las lecciones de los hallazgos de John Wick como film de acción moderno; esto es: contundencia, novedad y una trama que avanza al ritmo de las escenas de acción, que nunca se queda atrás ni se repite. Por el contrario, el director está demasiado ocupado por que su película sea un largo videoclip reluciente; agarra este personaje duro y medio osco que la buena de Charlize viene construyendo hace unos años desde Prometeo, pasando por Mad Max y hasta por Rápido y furioso 8, y le agrega el color de los tardíos años 80, un toque de 007 y mucha música buena, obvia y no tanto, para condimentar cualquier ocasión por más cotidiana e irrelevante que sea. Lo que importa es la pose, con lo cual, sobre todo en la segunda mitad, Atómica acumula videoclip tras videoclip, vuelta de tuerca tras vuelta de tuerca y muy poco de la acción catalizadora que necesita una historia estancada. Es ese tipo de cancherismo que hace que una película repleta de estímulos se vuelva tediosa. Es así como la película que se perfilaba como la John Wick femenina es apenas un reflejo de nuestra esperanza. Un pálido 1 a 1 con Venezuela de local con música de los redondos en la previa.