Puede que no exista un solo director de primera línea en la potencia cinematográfica número uno del mundo más apto, capaz y profesional que Damián Szifron para ponerse a dirigir una película como “Misántropo”. Nadie podría discutirle el puesto; Szifron, por derecho propio, es uno más dentro del Planeta Hollywood. Porque fue a la meca a hacer lo que los americanos mejor saben y podría tranquilamente pasar desapercibido como uno más. Pertenecer a la élite. Porque hay que tener las ideas claras y la conjunción de talento y personalidad, como para rodar allí y hacerlo de modo sobresaliente. Motivo de orgullo nacional, ante semejante vidriera y desenvoltura en el cine de habla inglesa. Tamaño desafío fue emprendido por quien fuera capaz de hacer en nuestro cine nacional una típica película buddy movie, más Hollywood imposible, como “Tiempo de Valientes” (2005). Parece norteamericano, sí, pero es argentino y se trata del cineasta más brillante de su generación. Nueve años después de “Relatos Salvajes”, el creador de “Los Simuladores” nos sorprende con uno de los films más interesantes de la cosecha 2023. El realizador de exitosos films como “El Fondo del Mar” filmó en Canadá, en medio de la pandemia y durante un total de cinco meses, este audaz relato policial. Contando en el reparto con figuras reconocidas de la talla de Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Jovan Adepo y Ralph Ineson, concibió un thriller de investigación modelo, de aquellos que los americanos adoran reproducir por generación espontánea. De modo inteligente, recurre a esquemas propios a la construcción del autóctono género policial que sirven como escenario para reflexionar acerca del enquistado síndrome de la violencia en una sociedad que produce tiradores en masa a ritmo récord durante el presente año. Un asunto que, literalmente, quema en las manos. En una gélida Baltimore el frío cala en los huesos. Un tirador anónimo, resentido contra el sistema y dispuesto a hacernos cambiar de parecer respecto a lo que entendemos por la palabra víctima, dispara a mansalva en medio del festejo en la noche de año nuevo. Fuegos artificiales enmascaran un reguero de balas que empaña la algarabía y la euforia propia. De cierto modo premonitorio, el film, cuyo guion data de principios de la década pasada, antecede la idea de asesinatos en random cada vez más frecuentes: episodios aislados en diversos estados del país del norte aterrorizan a la indefensa población. Nutriéndose del cine sobre criminales seriales que prolifera en la industria mayormente desde los años ’90, el cineasta nativo de Ramos Mejía lleva a cabo una producción de enormes proporciones. “Misántropo” nos sitúa dentro de un paradigma que ostenta suma actualidad y que bien podría inspirarse en titulares de noticiarios: el germen de la virulencia instalada se ha convertido en uno de los males sociales que a Estados Unidos le cuesta cada vez más vidas extirpar de su núcleo. El largometraje, producido por Filmnation Entertainment y RainMaker Films, exhibe la precisa y elaborada manufacturación de un abordaje audiovisual con sello hollywoodense. Szifron nos lega una auténtica clase de dirección, sabiendo bien a qué herramientas y recursos recurrir para valerse de las bondades del lenguaje cinematográfico y aprovecharlo al máximo. La música incidental del maestro Carter Burwell es una delicia. El empleo del espacio en off para escenificar los impactos de bala en favor de la tensión in crescendo en el espectador resulta brutal. Las profusas persecuciones filmadas en precioso plano cenital se vuelven un deleite. En las manos y en la inventiva de Szifron, un asesinato se convierte en un bello acto poético resuelto con originalidad y contundencia estética. Y como todo gran autor, adapta su forma al contenido, porque el cine es un vehículo válido para pensarnos desde lo humano. El caldo de cultivo de la violencia sobreviene como materia de análisis cinematográfico para el debut en la industria norteamericana del laureado autor argentino. La ficción trata una realidad urticante a nivel social, mientras aún resuenan ecos del 9.11.01. Si la barbarie no ha sido adjudicada por un grupo terrorista, la intuición sintoniza con el malestar generalizado. Szifron analiza con profundo acierto las dinámicas de los medios masivos de comunicación, al tiempo que las opiniones dividen su veredicto respecto a la tenencia de armas: ¿la culpa la tiene la cultura? El contexto ficcionado asimila a la perfección las frágiles texturas sociales que explora, soltando una sentencia macluhiana: para el tirador, el arma es una extensión del propio cuerpo. Fabricando villanos para una sociedad necesitada de estos, se nos descubre que el sistema está corrupto de cabo a rabo y acaba empujando a cada individuo a la explotación de sí mismo. “Misántropo”, de manera sublime, provee una concienzuda crítica al aparato consumista y capitalista por el cual Estados Unidos vive y muere. Y en el cual produce películas como estas… ¿Quién es el asesino? Un antisocial sin base ni sustento alguno. Su dedo en el gatillo apila víctimas inocentes. ¿Es el único culpable? También hay daños colaterales y batallas internas que libran las instituciones que deberían proteger a la comunidad. Con la intervención del FBI y la policía local hundiendo sus narices en una guerra de egos, la cacería humana ha dado comienzo. En la urbe donde reina el terror y los barrios de inmigrantes son escrutados con desconfianza y prejuicios, un juego de gato y ratón se echar a andar. De modo llamativo, puede que los extremos opuestos -dentro y fuera de la ley- acaben rozándose: los niveles de perfección que determinan las acciones de un implacable asesino (Ineson) se reflejan, peligrosamente, en la obsesiva conducta que adopta el investigador (Mendelshon) decidido a darle captura. La película siembra guiños y señales (tácticas de disuasión psicológica inclusive) que nos aseguran que quien dirige ha consumido gran parte de este cine producido previamente en Hollywood. Un criminal se escabulle con total impunidad. Poco a poco, el identikit va cobrando forma. El rostro que perseguimos podría ser el de uno cualquiera, como cualquiera de nosotros. Definamos normalidad, porque, en definitiva, tan distinto no se es a aquel desplazado del sistema que solo está comprando tiempo y añorando un poco de silencio entre tanto ruido y tanta furia. La microscópica mirada que ejerce “Misántropo” no omite, por si fuera poco, cuestiones de interés a nivel social como el sexismo (¿quién debe calmar el llanto de un bebé?), la igualdad de género (resulta clave en el desarrollo y en el curso que toma el desenlace de la historia la desenvoltura, determinación y valentía de una joven policía en busca de redención personal, sanidad mental y justicia a cualquier precio), la hipocresía reinante en las altas esferas de poder (¿cuál será la historia que una medalla póstuma contará?) y el matrimonio igualitario (el experimentado Lammark dice estar casado desde que ‘se lo permitieron’). Diálogos precisos que son auténticas citas filosóficas elevan el nivel de calidad de un producto que recurre a metáforas y paralelismos constantes para sostener su tesis. Vivimos en una sociedad en donde el más fuerte devora y elimina al más débil. Son los eslabones de una gran cadena conformada por individuos de una misma especie compitiendo entre sí. Definamos desequilibrios y competencias, exclusiones y marginalidades, para así lograr una idea más acabada. En este sentido, la analogía que se realiza con nuestra naturaleza carnívora y depredadora es brillante. La maquinaria reproduce, sistemáticamente, una lógica monstruosa que avalamos, mientras el destino ensaya la enésima mueca macabra: los malnacidos van a seguir caminando por este planeta. Es hora de elegir si se prefiere ser odiado por lo que se es o amado por lo que no. Fijate de qué lado de la mecha te encontrás.
Valioso largometraje documental que recupera la última crónica de Haroldo Conti, acerca de la Isla Paulino de Berisso, locación que visitara en diciembre del ’75. No hay mapa en donde conste su existencia, pero Haroldo se propone a descifrar su esencia. Hallará en su razón de ser una quejumbrosa historia de lugares y personas. El texto, titulado “Tristezas del vino de la costa (o la parva muerte de la isla paulino)”, fue publicado en abril del ‘76, un mes antes de su secuestro y desaparición de quien fuera considerado uno de los escritores más destacados de su generación. El director Igor Galuk recupera material fílmico rodado en aquella época: un documental inconcluso de Roberto Cuervo, amigo personal de Haroldo, cineasta aspirante y autor del inacabo documental “Retrato Humano a Haroldo Conti” (tesis de grado para la Escuela de Cinematografía, filmado en 1975), así como también el cortometraje de pescadores “Hombres del Río”, restaurados por la Escuela de Cine de La Plata. Resulta imperiosa, a tales fines, la labor del colectivo “Movimiento Audiovisual Platense”, quienes, junto al realizador nativo de Berisso, confluyen en cinco años de trabajo con la intención de refrendar la principal motivación de Haroldo: plasmar el desolado ritmo de vida de un entorno geográfico que pareciera detenido en el tiempo. La muerte pisa los talones, todos podemos desaparecer de un momento a otro. Con un anotador y un grabador, más a siniestra que a diestra, tal como se apunta, el escritor toma nota. Observa la piel curtida de aquel que desmaleza al sol. Manos agrietadas de seres olvidados son rasgos inconfundibles de aquellos que no conocen otra rutina. Los rostros se parecen unos a otros; en total no superan los ciento ochenta habitantes. Cuatro estaciones vertebran los tiempos del relato. La isla es un refugio del tiempo y las coordenadas cronológicas nos detienen en un hito insoslayable: la negra fecha del 15 de abril del ’40. A la memoria sumergida; un periodista acude a su rescate. La sensación es semejante a la de aquel que tantea un cuerpo en la oscuridad. Esta, como tantas otras, es una historia de despojo. La pregunta que se les formula a los lugareños es la siguiente: ¿qué esperar de la vida? La cara de tristeza de un noble caballo imita a la de su dueño y lo dice todo. Resignación de sombras dolientes que se confunden en el presente, demandando mínimas condiciones de vida. No hay resquicio para más ambición aquí. La tierra les pertenece por entero: desde el techo de chapa que los cobija al lote de fantasmas que deambulan. Pero, por alguna extraña razón, la historia parece haberlos olvidado. Próxima a estrenarse en los Espacio INCAA de la ciudad de La Plata, “Silencio en la Ribera” sigue la fundamental huella de una figura preponderante de nuestro periodismo y literatura, trazando un marco histórico-geográfico-cultural de indispensable revisión y puesta en presente.
Llega a las plataformas de streaming una singular película de ficción, en una clase de abordaje que escasea en nuestro medio. En “Cuentos de la Tierra”, la fuerza de la cultura de los pueblos originarios cobra vida cinematográfica a través de cinco historias que se van amalgamando, con sensible trazo poético, para conformar un relato orgánico en consonancia con el concepto ancestral mapuche. Luego de profusa investigación a lo largo de dos años recorriendo territorios autóctonos, el trabajo de investigación implementado por el realizador Pablo Nisenson y la guionista Vivi Suárez traza puntos en común con una ficción que pretende dar voz a un pueblo semi olvidado. Ocho mil años de preexistencia coloca en perspectiva la importancia y permanencia mapuche. En búsqueda de nuevos paradigmas posibles de interpretar la esencia de la comunidad, Pablo Nisenson transita sentires y tamiza su mirada autoral por fuera del esquema antropocentrista que rige la vida. La raigambre que identifica, consolida e identifica el territorio sobre el cual se erige. Armonizan los elementos de la Tierra… Filmada en locaciones como Río Negro, el rodaje sortea dificultades. De modo fortuito, cierta magia parece estar del lado del equipo creativo. “Cuentos de la Tierra”, bellamente fotografiado en blanco y negro, valoriza ciertos detalles técnicos: a los efectos de recrear símiles condiciones, construye canoas que se asemejan a las utilizadas por los pueblos originarios; entre texturas sonoras, una voz a capella e instrumentos ancestrales suplantan a la música incidental de película. La temática ambiental no escapa a los intereses de un realizador que se ha involucrado en elogiosos proyectos de la talla de “La Mirada del Colibrí”. Protagonizada por Juan Palomino y por la artista mapuche Luisa Calcumil, “Cuentos de la Tierra” porta consigo un noble mensaje. Con guion de Vivi Suárez, cada segmento particular traduce, en tono de fábula, un valor específico de conciencia acerca de la preservación de las especies versus la salvaje destrucción de la naturaleza.
El diplomático Mathieu (en la piel del siempre soberbio Gilles Lellouche) ha bailado con la mujer equivocada (la bella Joanna Kulig, de “Cold War”), pero puede que haya peores crímenes de los cuales se lo acuse, porque el fin justifica los medios. La palabra ‘kompromat’ que da título este intrigante thriller designa una táctica militar en clave, que recurrirá a documentos falsos comprometedores utilizados para perjudicar a algún agente enemigo del estado ruso. Basada -libremente- en hechos reales, esta notable película gala formó parte del último Tour de Cine Francés, celebrado durante el pasado verano en nuestro país. Con buen pulso, el realizador Jerome Salle retrata la fuga de un político francés radicado en Siberia, víctima de un acto extorsivo, en complot orquestado por los servicios secretos rusos. Encarcelado y aislado, es despojado de todo instrumento de la ley. El objetivo se adivina con nitidez: deberá escapar de un mayúsculo entramado mafioso y a toda costa intentar probar su inocencia. Un hombre que de la noche a la mañana pierde todo, se ve involucrado en un nudo político y social que lo excede, sentando las bases narrativas de un thriller político hecho y derecho, con suficientes tintes hitchkockianos como para identificar cuál será el derrotero que seguirá la víctima encuadrada dentro del inescrutable punto de mira. La cacería se ha desatado en el gélido bosque e inmerso en un callejón sin salida, sufrirá el francés el hostigamiento y la difamación del nada amistoso séquito soviético. El conflicto divide las aguas entre ambas embajadas y la tensión escala de modo intermitente del otro lado de la pantalla. Aún con las previsibilidades del caso, no podemos más que empatizar. “Kompromat” se erige así como un film de corte clásico rodado con estilo y sapiencia técnica, mostrando buen gusto por la tradición del cine de espionajes.
De madre ordinaria a patrona legendaria, esa es la premisa que intenta sostener como principal atractivo un producto como “La Heredera de la Mafia”. Dirigida por Catherine Hardwicke, un endeble guion firmado a dúo por Michael J. Feldman y Debbie Jhoon, adapta a la pantalla una historia originalmente concebida por Amanda Sthers. Nulo timing de comedia y un nivel de humor pobrísimo acaban por derribar demasiado pronto cualquier expectativa posada sobre disparatado rollo. Pecando de un ínfimo gusto estético (la tipografía elegida recuerda demasiado a la de “El Padrino” y podría haberse obviado), dinamita cada plano con todos los estereotipos esperables del cine de gángsters. Incluso, si se trata de una parodia. A la hora de cumplir con los clichés, el empoderamiento femenino es el asunto que más importa dentro de esta guerra mafiosa declarada. Un infortunio de cadáveres, disparos y sangre de utilería. La inmensa Toni Collette hace lo que puede con un personaje delineado con trazo bien grueso, pero el resultado es insalvable. Menos argumentos de defensa encontramos para una caricaturizada consiglieri interpretada por Monica Bellucci, quien nos hace añorar aún más a la actriz de films como “Malena” o “Irreversible”. Lo criminal, realmente, es que este film exista.
Tenemos aquí una nueva adaptación del personaje del mismo nombre que ha tenido infinidad de películas y telefilms en su haber. Philip Marlowe, el icónico detective de cine negro de los años ’30, quien llenara de gloria la pantalla en blanco y negro durante la era dorada, continúa generando incesante interés, y en esta ocasión se nos presenta bajo la piel de un Liam Neeson perfectamente ataviado. Estrenada en la sección oficial fuera de concurso del Festival de San Sebastián, “La Sombra del Crimen” representa el enésimo regreso al ruedo del irlandés Neil Jordan, años después de la fallida “La Viuda” (2018). “La Sombra del Crimen”, ambientada en plena Segunda Guerra Mundial, nos adentra en la búsqueda de una glamorosa dama (Diane Kruger) involucrada sentimentalmente con un narcotraficante, envolviéndonos en una intrincada red de mentiras, chantajes y sobornos, prontos a desentrañarse. ¿Dónde se ha escondido el misterioso Nick Peterson? Monkey bussiness para clientes de la casa…’los amantes siempre terminan yéndose‘, resuelve, apunta con sapiencia Marlowe. Es hora de agudizar los sentidos y desenmascarar al culpable. No exenta de clichés, el film dispone que a las chicas lindas les toca acostarse con productores por puro afán de ascensión, mientras que el racismo y el machismo imperantes en la época dejarán hondas marcas. Con bienvenidas intervenciones en sendos roles de villano de Alan Cumming y Danny Huston, sumado al siempre distinguido aporte de la bella y legendaria Jessica Lange, el sólido reparto constituye uno de los aspectos más salientes de la obra. El prolífico realizador de “El Juego de las Lágrimas” (1992) muestra excelente forma en el empleo de rubros técnicos, producción cinematográfica y recreación de época. Con gran detalle, no deja elemento en el plano sin atender. La suya es una pormenorizada ambientación en los bajos fondos. El film encuentra en Neeson a un sólido intérprete dispuesto a salirse del repetitivo rol de héroe de acción que le hemos visto últimamente, aunque nada renuente a repartir golpizas a diestra y siniestra. No obstante, subraya: ‘estoy viejo para esto. Citas cinéfilas (Hitchcock y su impecable narrativa) y literarias (desde Joyce a Shakespeare, pasando por el epónimo Marlowe) abundarán a lo largo de un metraje cuyos elaborados diálogos portan algo del encanto que nos recuerda a los grandes clásicos del género. Inspeccionando los bajos fondos angelinos, el relato cobra cuerpo propio gracias a la adaptación, por parte del guionista William Monahan (conocido por “The Departed”), de la novela editada en 2014 por John Banville y titulada “The Black Eyed”. Tomando ciertas libertades creativas sobre el material original, y aún resolviendo algunas escenas mejor que otras, el irlandés Jordan elige el camino más conocido y recurre a elementos básicos del cine negro, reutilizando el legado de Raymond Chandler y su personaje de ficción más trascendental. El canon que sentara precedente en films como “El Gran Sueño”, “Adiós Muñeca” y “La Dama del Lago” permanece relevante en nuestro tiempo, y se dispone a insuflar nueva vida en este drama policial atestado de corrupción y dobles intenciones.
Coproducida por Meridional (España), Oeste Films y Patagonik, llega a nuestras salas locales una road movie de identidad tanguera, en donde tres artistas se reúnen en Argentina, décadas después que uno de ellos se marchara para triunfar en tierras ibéricas. Dirigida por Marina Seresesky, quien ha desarrollado su carrera mayormente en España, este film pendula entre el drama y la comedia, ofreciéndonos un revelador viaje con paradas inesperadas. Un secreto a voces podría alterar por siempre el futuro de este extraño triángulo amoroso. La funesta excusa que utiliza como disparador inicial no acaba de cuajar del todo. Circunstancias impensadas de la vida los llevarán a través de un disparatado itinerario, con destino en Mendoza. Premiada en el último Festival de Cine de Málaga, “Empieza el Baile” pretende imponerse como una entrañable aventura otoñal. Lo consigue de a ratos, sobre todo en su primera media hora de metraje, apoyándose en su excelente talento actoral. Jorge Marrale, Darío Grandinetti y Mercedes Morán son tres estupendos intérpretes que conforman un elenco de lujo, aunque presos de una serie de decisiones narrativas (que no es conveniente adelantar) que acabarán desfavoreciéndolos y desdibujándolos. De reconocibles postales porteñas a la patria federal y rural, “Empieza el Baile” traza un contorno geográfico en donde se desarrollarán reproches, disputas, discusiones y confesiones varias. Con intermitencias, modela un relato que se hace de baches y curvas narrativas propios de la interacción entre personajes que por conocerse demasiado saben bien cuando y cuando no pelear. Y, en adición, donde el paisaje funge como elemento descriptivo: lo que cambia en el afuera imita a las emociones que se transforman en el interior. No obstante, con desacierto, quien mucho abarca poco aprieta. Lo sinuoso del tejido vincular que une a tres personajes divertidos, coloridos y emotivos, será revestido por idéntica dosis de cabronada, ternura…y sabor a insuficiencia. De a ratos, busca hacer del humor negro su aliado, pero tropieza. Amaga con cierto paneo observacional acerca de realidades contrastantes con el Viejo Continente, pero se estanca en lo previsible. Proveyendo una mirada puesta en el pasado y otra en el presente, Seresesky abre múltiples subtramas, sin adentrarse en consolidar ninguna de ellas. Con buen tacto, sondea en el universo tanguero y su iconografía, con el afán de alterar ciertos estereotipos machistas y conservadores. Con menos tino, apenas roza la superficie a la hora de indagar en la paternidad y las crepitantes cenizas de un viejo amor. Contribuyendo en favor de cierta lograda atmósfera, la notable banda Escalandrum -liderada por Pipi Piazolla-, es responsable de la omnipresente banda sonora del film. El guiño emotivo no se hará esperar: también suenan reconocibles melodías del inolvidable Astor. No será el único guiño utilizado, echando mano a la permanente autorreferencia sobre glorias añejas de nuestro espectáculo.
Julio Midú y Fabio Junco, creadores del ciclo “Cine con Vecinos”, comparten créditos de dirección y guion, para este film rodado en tiempos de pandemia, en la localidad de Saladillo. Una historia de amor entre dos hombres cobra vida en un entorno rural. Dos cercanos amigos de la infancia se vuelven a encontrar luego de veinte años. Sendas existencias transcurrieron en dicho lapso, y lo que fuera un férreo lazo se desdibujó por completo. Por ello, el regreso al lugar en el mundo donde se fue feliz trae implícita la búsqueda de la sanación, que es, principalmente, consigo mismo. Lugar común habido y por haber, es momento de enfrentar, no solo a la realidad, sino también al lugar de pertenencia que los encuentra. En 1984, una época de menor apertura respecto a temáticas de índole homosexual, se establece la coyuntura en la cual el citado vínculo podría llegar a escandalizar a la mayoría. Cuatro décadas después del tiempo cronológico que contiene al relato, prima un mensaje de amor, tolerancia y libertad, a la hora de reflexionar respecto a los interrogantes que desata la necesidad del postergado reencuentro. ¿Cómo convivir con las ausencias afectivas? ¿Cómo atemperar los deseos y las expectativas paternales que contraponen la propia naturaleza? El humo no se puede ocultar debajo del agua, se subraya explícitamente: veinte años después, renacen cuentas pendientes que no habrán desaparecido por completo, desatando una pasión indomable. La dupla de directores indaga a través de escenas íntimas que resultarán claves para demostrarnos que a la hora de expresar un sentimiento las palabras sobran. El lenguaje audiovisual cuenta más y las miradas resuelven el estado emocional, esta es una película de exigua manipulación en sala de montaje.
La nueva película de Christopher McKay irrumpe en la gran pantalla haciendo gala de un hype fenomenal y contando con Nicolas Cage en su reparto, bajo la piel del Conde Drácula. El nativo de Long Beach, próximo a cumplir sesenta años y en su regreso a la cartelera luego de la disfrutable “El Precio del Talento”, une fuerzas con el director de “La Guerra del Mañana” (2022), a quienes se les adosa Ryan Ridley, guionista de la serie “Invencible”, en co-autoría junto a Robert Kirkman. “Renfield” representa un descalabro a toda velocidad y un homenaje a la historia del cine de Drácula, profusa por antonomasia. A través de imágenes mimetizadas con estilo se nos recuerda al mitológico conde llevado a la gran pantalla por Tod Browning para el film estrenado en 1931, con Bela Lugosi como protagonista. La narrativa en hipertexto y la cultura de la hipérbole confluyen confiando el destino del producto en una series de clichés que se saben tan inmortales como la sed vampírica. La aventura da comienzo, con música del histórico Marco Beltrami, e indaga en los códigos del humor terrorífico que, con sapiencia, conocen en sus respectivas trayectorias Ridley y Kirkman. Sendos nombres propios que se escriben con mayúscula en el mundo de la novela gráfica; currículum al que “Renfield” pretende sacar partido. Las películas de vampiros constituyen un subgénero con vida propia, inagotable y es así como la presente obra incorpora ingredientes preexistentes para sazonarlos con intermitente creatividad e ingenio. El poder y el sometimiento son conceptos a explorar en esta moderna historia de monstruos. “Renfield” trasciende la referencia mera, la parodia y el guiño, con miras a ensayar un salvaje divertimento autoconsciente de su condición. McKay coloca la violencia al servicio del espectador: sangre a borbotones inunda el plano en una New Orleans atestada de corrupción policial y dominancia gangster. Gore en digital y carcajadas se confunden, para regalarnos un festival de amputaciones y explosiones de cuerpos. Nicholas Hoult y Nicolas Cage se combinan en este desaforado y auténtico festín carnal (coincidiendo en un set por segunda vez luego de “El Hombre del Tiempo”, de Gore Verbinsky, estrenada en 2005). Lo desaforado en Cage luce amenazante en igual medida que patético. Grotesco y delirante, entrega una perfomance de la cual solo él es capaz. Resulta atractivo el modo en que el film confronta sendos caracteres, paliando así otras carencias. Los intérpretes ofrecen antagonismo puro, reflejado en relaciones tóxicas, abuso intelectual y físico. Técnicamente inobjetable, colores pop, intensos y vibrantes, sumado a una música grandilocuente y a un nada desechable dinamismo en el uso de la cámara, se ejecutan en sincronía para diagramar una criatura cinéfila mixturada con vigor y espíritu comercial.
Con el correr de las décadas, “Evil Dead” fue cimentando su legado y poblando su universo de secuelas que constituyen el mítico cuerpo de una de las creaciones cinematográficas más preponderantes en la historia del cine de terror. Títulos como “Posesión Infernal”, “Terroríficamente Muertos” y “Ejército de Tinieblas” hicieron la delicia de una horda de fans ávidos de incesantes baños de sangre, quienes conservan en un lugar especial de la memoria cinéfila al mítico Bruce Campbell, en el papel de Ash. En 2013, en busca de su enésimo resurgir, el realizador Fede Álvarez reelaboró, a ojos de las nuevas generaciones, el concepto de la trilogía original de Sam Raimi, estrenadas en 1981, 1987 y 1992, respectivamente. El sentido lúdico de maridar comedia con horror, de modo salvaje y brutal, hizo un auténtico culto de esta clase de films de explotaition dentro del cine de terror. Años después, cómics y videojuegos se revelaron como nuevas formas de vida para este referente popular. El summum de lo sanguinario nacido del misterio que hospedaba una cabaña en medio del bosque, y que se traslada, para su reciente estreno en salas, a un apartamento emplazado en un decadente edificio sito en un marginal barrio urbano. Un libro secular trae consigo la maldición: el ángel caído invade cuerpos y utiliza armas de tortura en igual medida que epítetos bastante ocurrentes para atormentar y persuadir. La piedad se ausenta de la suerte que correrán inocentes niños que integran un núcleo familiar con absoluta ausencia paternal. El propio Raimi funge como productor ejecutivo, legando la tarea de director al irlandés Lee Cronin (autor del cortometraje “Ghost Train”), para esta flamante continuación de la saga, originalmente pensada para plataformas de streaming y producida por Warner Bros. No existe mejor lugar que la gran pantalla para disfrutar de suculentos homenajes a clásicos del cine de terror, y es de apreciar el buen gusto a la hora de recurrir a un trabajo analógico del maquillaje y sus efectos especiales correspondientes. Una estética cuidadísima, refinada y funcional, se aleja del realismo para contemplar la locura que estalla en pantalla ante nuestros ojos, sin pudor alguno. Orgiástica y endemoniada fiesta para los incondicionales de esta variante genérica que no cesa en encontrar una vuelta de tuerca más a la hora de atraparnos. No despojada de clichés y elementos random propios del tipo de impacto que vamos a buscar, “Evil Dead: El Despertar” sabe bien cómo utilizar el aspecto claustrofóbico que ahoga las esperanzas de salir con vida del edificio a esta familia. Cronin se muestra como en experto en narrar la descomunal pesadilla: una variada lección de lentes, angulaciones y perspectivas en cada plano vuelven al film impecable, inventivo y atractivo desde lo visual, mientras dos apartados técnicos como música incidental y edición de sonido resultan pilares fundamentales para conseguir el principal cometido de abrazar lo excéntrico al alcance de la mano y lo exageradamente descabellado. La devastación satánica desencadena la barbarie en modo ultra gore y no discrimina lazos sanguíneos. Peca de ambiciosa a su desenlace y un desaforado reguero de vísceras nos acaba bañando, apretujados a la butaca y debatiéndonos entre la carcajada y el escalofrío.