El terror arribó a la sala a oscuras en Semana Santa, con el estreno de “El Exorcista del Papa”, ficción que se inspira en los hechos reales que recogen parte de la historia del exorcista jefe del Vaticano desde 1986, a quien se le atribuyen cerca de cien mil intervenciones. El corte autobiográfico llevado a cabo sobre la eminencia pretende imponerse en un film en donde traumáticas vivencias poseen peso específico a lo largo de la trama, basándose la misma en los libros publicados por el Padre Gabrielle Amorth. El resultado final será opacado por un mayúsculo ridículo. Incesante motivo de interés resulta para la gran pantalla la enésima mirada sobre un personaje acerca del cual se pronunciara William Friedkin, el eminente director de “El Exorcista”, quien estrenó en 2018 el documental “The Devil and Father Amorth”, narrando pormenores del noveno exorcismo realizado a una mujer por el reconocido hombre de fe italiano. Dirigida por Julius Avery, aquel que produjera “Overlord”, junto a J.J. Abrahams, el corte fantástico de endeble composición y algunas pinceladas de comedia resueltas de modos precario, priman en una obra ambientada en la España de los ’80. Más concretamente, en una abadía de San Sebastián. Allí, un demonio atrapado en el seno de una humilde familia amenaza con la tranquilidad imperante, requiriéndose los servicios del nativo de Módena. Proveyendo un equilibrio pobremente concebido, entre lo visceral y lo gráfico del horror, “El Exorcista del Papa” ejerce una metódica narrativa que nos hace partícipes más bien incómodos de la investigación que toma curso. El poco entusiasta film no tardará en salirse de control y dilapidar buen potencial. Un personaje con un carisma y un carácter muy particular, aquí cobra vida en la piel del ganador del Premio Oscar Russell Crowe, cuya versión actual se parece más y más a la de un veterano y obeso Orson Welles. La tentación lo confronta adquiriendo diversas formas: Satán se camufla tras la apariencia de un niño que escupe palabras pecaminosas, para luego mutar en curvilínea mujer. De un momento a otro, el se sale de carril cayendo en lo desmedido. Ni una aparición de la Virgen María (que la hay) podría salvarnos de semejante desproporción. El padre Amorth pareciera encarnar una versión impostada de Van Helsing. Blasfemia sería creer que esta película puede asustarnos. Crowe hace lo que al alcance encuentra para no perder del todo la fe en que sea posible resucitar a aquel fiable y taquillero actor de primera clase, aunque su carrera se haya hundido en el fango de la mediocridad durante la última década y media. Como parte de un género que no cesa en nutrir su historial con títulos de la clase de “Posesión Infernal”, “El Expediente Warren” o “La Luz del Diablo”, el presente film sigue la línea trazada en la más absoluta oscuridad por tales referentes, atiborrándose de efectos visuales, la mayoría de ellos más irrisorios que espeluznantes. Lejos de enmarcarse dentro del realismo e identificándose por fuera del canon que persigue una cinta de terror tradicional, “El Exorcista del Papa” resigna buenas intenciones, minuto a minuto, rumbo a un desenlace plagado de yerros. No obstante, y a pesar de hipotecar todo verosímil habido y por haber, nos ofrece una inédita mirada que el arte cinematográfico nos debía sobre uno de los personajes más singulares dentro de la iglesia católica.
Lucía Van Gelderen nos trae una película en donde el componente marino y las aguas cristalinas disponen una paleta de colores precisa pero insuficiente. Entre los follajes de la región, paralelos y meridianos de la vida encuentran a Justina, quien cumplió treinta años y emprende su propia búsqueda existencial. ¿Qué la lleva a retornar al pueblo? Ella está en busca de respuestas y una misión: volver, por amor, al lugar de pertenencia, en donde se transitó la infancia; es parte del desafío. El encuentro con el pasado idealizado como elemento fundamental trama un relato que desaprovecha el nivel metafórico que sugiere la sabiduría y dinámica de vida de las autóctonas ballenas. Promediando el metraje, nos preguntamos: ¿adónde van destinados los fondos del INCAA? Diálogos intrascendentes se acumulan y el intercambio es irrisorio. Se desarrollan superfluas escenas que parecen sacadas de mediocres telenovelas vespertinas. Un tono melancólico pareciera primar, la anodina rutina nos ahoga en sopor. El estereotipo deglute a cada uno de los personajes intervinientes en la historia: el monocorde tono de Florencia Torrente y la inexpresividad de Luciano Cáceres se amalgaman a la perfección. El amateurismo y la desprolijidad para hacer cine compiten, imponiéndose como sonado insulto a la inteligencia del espectador. Más desproporción aporta la lastimosa participación de Daniel Melingo, desafinando un tango alrededor del fuego. Abundan postales naturales cuya caprichosa inserción entre secuencias responde a un inútil intento de brindar algo de sustento estético a una propuesta sin inventiva alguna. “Reparo”, rodada durante la pandemia en locaciones de Puerto Pirámides -una localidad patagónica de escasos habitantes y afluencia turística-, fue estrenada en el último Festival de Cine de Mar del Plata. Llama poderosamente la atención semejante vidriera. Su autora es la también directora del cortometraje “Aguamadre” (estrenado en el BAFICI, en 2013).
La flamante “Air” recrea el acuerdo millonario concertado entre la firma Nike y la estrella baloncelista Michael Jordan, ocurrido a mediados de los ’80. Gestando una asociación que devendrá en inseparable: la icónica marca de zapatillas con la que se identificará a ‘Su Majestad’ por el resto de su ilustre carrera es también hoy insigne brand en las musculosas de cada una de las treinta franquicias de la NBA. El influyente empresario Sonny Vacarro (interpretado con prestancia por Matt Damon) lleva a cabo un minucioso proyecto de convencimiento acerca del futuro del incipiente escolta surgido de la Universidad de North Carolina y con destino a Chicago Bulls, prometiendo a los padres de la entonces ascendente figura un lucrativo contrato con rédito económico sin precedentes para un deportista profesional. Tarea nada sencilla, no se trataba de solo desearlo y pronunciar las palabras mágicas: ‘just do it’. Porque Nike es la cultura… Ben Affleck, quien obtuviera enorme reputación con films policiales de la clase de “The Town” (2010) y “Live by Night” (2016), y cuya transición detrás de cámaras representara un salto de calidad a su fluctuante carrera como intérprete, retorna a la silla de director con un producto sobresaliente. Cuestión de negocio absoluto, los números mandan a la hora de cerrar tratativas de esta índole. Porque las reglas que se rompen son las cuales por lo que se nos recordará, y en el búnker de Nike, que decora sus paredes con arte gráfico de dudosa calidad pero desborda ambición y espíritu revolucionario, se han escrito diez mandamientos que garantizan el éxito. Dato no menor que cotejar, el mentado acuerdo salvaría a Nike de una estrepitosa caída en las acciones por ventas de calzado deportivo, superado en aquel entonces por las dominantes Adidas y Converse. La salvación adquiría la forma de ensueño para relato de celuloide. “Air” nos presenta un casting fenomenal. Mientras Damon regresa a colaborar con su fraternal Affleck tres décadas y media después de “En Busca del Destino”, mientras Viola Davis, Jason Bateman, Chris Tucker y Marlon Wayans se suman a un reparto plagado de talento. En la piel del gurú CEO de Nike, el bueno de Ben regresa a la gran pantalla en el que representa su quinto largometraje como director. Luego de ganar tres Premios Oscar con Argo (2012), quien también oficia aquí como productor ha sabido mostrarse en el pasado como un especialista en el thriller, ejerciendo en esta ocasión un rotundo cambio de timón hacia el drama deportivo que la platea americana gusta explorar de modo profuso. Sabido es que el básquet se conforma como un subgénero con entidad propia dentro de la nutrida historia del cine, sin embargo, lejos de nutrirse de epítomes como “Hoop Dream,”, “Blue Chips” y “El Juego Sagrado”, prefiere orientarse al costado del juego que se disputa en oficinas, puertas adentro. Con aire de David Mamet y retrotrayéndonos a la más reciente “Moneyball”, se conforma como una oda al capitalismo en plena era del marketing. Este gran relato americano acerca de la conquista de la hazaña (firmar a la superestrella afroamaericana más codiciada, cuando solo contaban con el veterano Moses Malone), se encuentra musicalizado por emblemas de la época como “Money for Nothing” de Dire Straits y “Born in the USA” de Bruce Springsteen. Bebe de las fuentes clasicistas de Clint Eastwood, demostrando Affleck una sobriedad notable y un gusto estético por radiografiar con pormenorizado detalle una magnífica recreación de época: carteles luminosos, góndolas de supermercado, revistas deportivas, la tv a colores en la era MTV y cadena ESPN. Con gran sentido pop, la fotografía tamiza texturas y opaca los colores como si de un antiguo soporte en VHS se tratara. Así es como “Air”, con total agudeza, savoir faire de balón anaranjado y quirúrgica mirada sobre las modas ochentistas, construye un relato con filigrana retro, llevándonos directo hacia el corazón de la década que rubricó la dominancia emergente de la NBA. Eran tiempos de Erving, Magic, Isiah y Bird. Nombres propios que cotizaban alto en las álgidas noches de apuestas…pero Jordan estaba arribando para cambiar por completo el panorama. Un estratégico plan se ponía en marcha: era hora de apalabrar a sus padres, James y Deloris. Casi no vemos al joven Mike, la película elige no mostrarlo. En ninguna instancia y la decisión es objetable. Apenas lo vemos de espaldas, o asistiendo en un segundo plano (casi desatendiendo, falto de carácter) vitales conversaciones rumbo al acuerdo. Aquí los focos de luz no se posan sobre el GOAT, claramente, sino que detienen sobre el cazatalentos Vaccaro y sus kilos de más, un lastre que el fenomenal Damon no está dispuesto a ocultar. Vive y muere por su descabellado sueño, firmar a la figurita más difícil y demandada, porque el riesgo lo vale: cree firmemente que ha descubierto una estrella de nivel superlativo. Y suda como en minuto final de séptimo partido de playoffs. Una reunión clave en la agenda podría decidir el destino de una compañía entera. Tan fundamental como aquel tiro en pleno clutch que un impávido y relajado Mike tomara, rumbo al triunfo en la final NCAA, salvando el pellejo de los suyos y de su mentor, Dean Smith. En esta ocasión, la pelota está en manos de la mujer del hogar, porque las madres afroamericanas saber llevar las cuentas y el timón. La historia detrás para que el milagro ocurriera y MJ no firmara con la competencia, cobra calibre de leyenda cinematográfica. Porque al séptimo arte le encanta que todo sea una cuestión de negocios. Y primero lo primero, inclusive presumir de atesorar (y no subastar) el discurso escrito de Martin Luther King. Las ‘Jordans’ no correrían igual suerte y una estatua de bronce a las puertas del United Center soporta vendavales en la ciudad de los vientos. El instaurado “Be Like Mike” cambió de parecer a todos aquellos que dudaban de la genuina capacidad del futuro emblema, subestimado dentro de un concurrido draft que depararía una de las colecciones de talento más impresionantes de la historia: Hakem Olajuwon, Sam Bowie, Charles Barkley, Sam Perkins y John Stockton. Todos ellos se declararon elegibles aquel año: 1984. “Air”, merced a tales valores e intenciones, coloca en relevancia los factores que incidieron para que una marca adquiera forma de running shoe (porque todos corren en Norteamérica) y luego se convierta en un logo antropomórfico. La silueta voladora del legendario número veintitrés, aquel a quien todos querríamos imitar, firma sobre letras doradas un lema de grandeza para generaciones por venir. Corrían tiempos de furioso cambio para el deporte norteamericano; sentimos en la piel la bisagra evidente que existe entre el romanticismo setentista y la era moderna. Un quiebre radical en el concepto del derecho a obtener ingresos inclusive antes de arribar a la práctica profesional, manifestándose semejante hito en favor de las ganancias que reciben jugadores por la explotación mediática de su imagen. Síntomas de un tiempo actual en donde la evolución del aspecto mercantil hacia cifras astronómicas otorga al deportista nuevas y empoderadas obligaciones. De cara al pleno efecto de mercado a nivel global que cambiará el curso de la historia del baloncesto, el de Jordan resultó el puntapié inicial al derroche de dólares que coronará a resonantes estrellas del nuevo milenio como rostros de su propia marca personal. La piedra angular de una mitología deportiva a la cual el clip de highlights durante los créditos no hace justicia. Pese a ello, no es opaca lo logrado entre pecados de omisión que desestiman regalarnos el plano que todos queríamos ver: el joven Mike calzándose por primera vez aquel modelo perfectamente diseñado en furioso rojo, blanco y negro.
Técnicamente inobjetable, “La Extorsión” parece una película filmada en Hollyoowd, siguiendo el manual de género de aquello que los norteamericanos tan bien saben hacer: el cine de espionaje. Una arista de casi nula exploración en nuestro ámbito nacional, y que reúne aquí, a priori, todos los condimentos para la concepción de un gran thriller. Siguiendo la huella de películas como “La Fachada” o “La Conversación”, el film construye una trama de espionaje que involucra a los servicios de inteligencia y las fuerzas policiales, en atípico abordaje y registro para uno de los actores más destacados del cine y la TV vernácula. Guillermo Francella, en la enésima muestra de su descomunal talento, es el corazón de una película en donde la ambición cotiza en alza, la seguridad económica vende su alma al diablo y la corrupción está a la orden del día. Luego de atravesar varias versiones de guion -el inicio de su escritura se remonta a 2016-, arriba a la gran pantalla un producto con enorme potencial. Filmada en los aeropuertos de Barajas y Ezeiza, “La Extorsión” nos coloca empáticamente en el dilema de un hombre común que podría ser cualquiera de nosotros. El mentado modelo de inocencia envuelto en circundante paranoia patentado por el canon hitchcockiano. En esta ocasión, una situación fortuita cambia rotundamente el curso de vida de un experimentado piloto comercial, atrapado en una inmensa red de engaño y persecución. No obstante, su accionar no se encuentra despojado de conductas ciertamente cuestionables, que involucran una infidelidad y la alteración del resultado de un examen médico. El conflicto estalla en sus propias narices y la angustia macera horas, días y semanas por venir. Climas de constante tensión vertebran el discurrir de un relato que se amolda a los requerimientos del cine de género. Habrá bunkers, tapaderas, múltiples sospechas, líneas telefónicas intervenidas, contrabando de dinero. Son estos los elementos que priman, aunque no toda inquietud de resuelva. Ciertas conversaciones de paso maquillan la cara siniestra de algunos personajes; el enemigo está entre nosotros y la justicia brilla por su ausencia. Si bien ciertas decisiones narrativas desacertadas no logran evadir determinados estereotipos, o recaer en absolutismos que empañan de a momentos el verosímil construido, resulta interesante como “La Extorsión” visibiliza el extenuante juego psicológico al que es sometido el personaje de Francella, víctima en igual medida del viciado aparato de poder que regula ciertos mecanismos como de las propias decisiones que respectan a su vida privada (aspecto moral que el balance final del film elige pasar por alto). Próximo a estrenarse a través de HBO, gracias a la sociedad entre Particular Crowd (TNT) y Warner Bros, el largometraje representa una fuerte apuesta de Martino Zaidelis, director de “Re Loca” (2018), quien vuelve a colaborar junto al siempre inmenso Francella luego de la serie “El Hombre de tu Vida”. Al capocómico, afrontando un papel en notorio cambio de registro (similar a lo que fuera “Animal” hace algunos años), lo confronta un antagonista de fuste: Pablo Rago, en magistral performance y volviendo a coincidir con Francella luego de «El Secreto de sus Ojos», compone un antológico villano. A ellos se suma un elenco de primerísimo nivel, conformando una auténtica sinfonía interpretativa, reforzada en la intención de captar en logrados primeros planos aquellas verdades no verbalizadas que los gestos no saben ocultar. Andrea Frigerio, Alberto Ajaka, Guillermo Arengo, Mónica Villa y Carlos Portaluppi, completan un cast de lujo. Cabe decir que no siempre habrá ingenio en la resolución de instancias claves, pero, aún así, Zaidelis demuestra valentía para zambullirse en un turbio ecosistema que emplaza una guerra librada en silencio entre dos bandos con intenciones bien diferenciadas. Trazando una probable analogía acerca del logotipo que identifica a las valijas de dudoso proceder, uno podría preguntarse si es tan argentino el mate y la carne vacuna como la actividad ilegal que se profesa en un tráfico aéreo contaminado a más no poder. Tal y como las reglas genéricas indican, tarde o temprano, todos caerán, uno a uno, aquellos que en las sombras elucubran actividades non sanctas, a manos del improbable héroe reconvertido. Y serán los esquivos peces gordos los últimos en morder el anzuelo…aunque un desenlace abierto nos sugiera que, en realidad, el delito acaba mutando de forma para maniobrar, a vuelo rasante y eludiendo toda detección, de la forma más impune.
De los creadores de “Malasaña 32” llega a las salas locales una nueva producción de cine del emergente terror español. En busca de explorar las posibilidades comerciales de una industria pujante, el presente film sigue la estela de la perturbadora “Verónica” (2017), solo para acaba contra sus propias limitaciones conceptuales y estética. No alcanza con nutrirse de la profusa producción del subgénero de posesiones demoníacas que naciera con William Friedkin, con “El Exorcista” (1973). ¿Para qué intentar imitarlo si no se es capaz de realizarlo de un modo digno? El debut en largometraje para el ibérico Jacobo Martínez nos trae una historia ciento por ciento ficticia, aunque inspirada en testimonios reales de exorcistas que han operado bajo el visto bueno de la Iglesia Católica. La flojísima “13 Exorcismos” trata la temática de forma explícita, pero risible: una sesión de espiritismo concluye del peor modo y se convierte en un acontecimiento que afecta a la joven Laura (el personaje principal, objeto de la usurpación diabólica) y a su entorno familiar. Sin mayor inventiva, y asegurándose de reproducir al dedillo cualquier ardid que podamos imaginar para estas circunstancias del modo más mediocre, el film choca contra sus enormes limitaciones. Por momentos, parece obra de un autor absolutamente amateur, incapaz de implementar con cierto atractivo el instrumento audiovisual sobre los padecimientos de la afectada. Con una previsibilidad que se puede telegrafiar por su obviedad, los artilugios empleados para simular la distorsión física y mental parecen, francamente, de principiante. Nominada a mejores efectos especiales para la última entrega de los Premios Goya (y no es broma, pero se le parece), se apoya en un abordaje lumínico evidente en un gusto por lo tenue y lo lúgubre, hacia la culminación de un ejercicio del terror que pretende impostar realismo para lucir más y más fuera de tono a medida que avanza el metraje. Coprotagonizada por el legendario José Sacristán (en el deslucido papel del crucial sacerdote que pondrá fin a los trágicos eventos), el film prefiere cierta reflexión respecto a la auténtica naturaleza de los acontecimientos, debatiéndose entre la explicación científica o la sobrenatural. Lo dual de sendas posturas contrapone las férreas creencias católicas del sacerdote y el cuestionamiento de la propia fe por parte de los padres de la muchacha. ¿Qué ocurre con aquel que desobedece a su credo? Aquí refleja algo de la búsqueda de “El Exorcismo de Emily Rose” (correcto ejemplar norteamericano dirigido por Scott Derrickson en 2005), pero resulta insuficiente a la hora de validar su endeble identidad.
Conmemorando diez años de la tragedia que enlutó a la ciudad de La Plata, en el Espacio Select ubicado en el Pasaje Dardo Rocha, se estrena “Desamparados Bajo el Agua”. El documental de Uriel Fernández recurre a testimonio de familiares de fallecidos, damnificados de la inundación y especialistas en la materia. Un acercamiento íntimo sobre la catastrófica inundación acontecida el 2 de abril de 2013, con miras de ejercer una mirada en retrospectiva: comienza en la actualidad y llega hasta la fatídica jornada. Este logrado producto audiovisual posa su mirada sobre un desastre que atravesó por completo a cada uno de los barrios de la ciudad de las diagonales. En colaboración con ProyectoRaiz.ar, el portal 0221 produce un material que indaga en conflictos causantes del desastre, y aun no resueltos habiendo transcurrido una década del acontecimiento. Nefasto hecho que dejara pérdidas económicas y afectivas enormes. Los números son contundentes, arrojando un treinta y cinco por ciento de la población afectada, un total de ochenta y nueve muertes y el resquebrajamiento moral de una urbe cuya diagramación la vuelve propensa a las inundaciones. “Desamparados Bajo el Agua” es concebida como una convocatoria para generar conciencia. El documental, a lo largo de una hora de recorrido, refleja la angustia de sus habitantes y la negligencia de la clase dirigente. Conscientes del riesgo, y convenciéndonos que no siempre lo peor podría pasarle al prójimo y no a uno, el film invita a generar políticas de estado preventivas.
Berlín, 1942. Cioma Schönhaus es un despreocupado joven judío de 21 años con un firme propósito: los nazis no le quitarán su entusiasmo. Buscando evitar ser deportado, utiliza la identidad de un oficial de la marina y descubre, del modo menos pensado, un talento que será su instrumento de supervivencia. Basada en la novela homónima y autobiográfica del protagonista de los hechos, este es un film que nos habla acerca de la identidad. En la piel de un muchacho que se rebeló al sistema, apropiándose del nombre y apellido de aquel a quien se considera enemigo. El fin justifica los medios, y el don adquirido se compagina con una vida inventada en medio de una sociedad y un panorama decadentes. “El Falsificador” hace una obra de arte del engaño con motivo de escapar de la muerte segura en horror circundante. La autora de “El Color del Océano”, basándose en los diálogos y acciones acaecidas, adapta esta novela de modo contrastante, la guerra aparece como telón de fondo: Con agudeza, retrata el antisemitismo desde la mirada de un judío que logró sobrevivir al genocidio. Antes de morir, el propio Cioma vio publicada sus memorias que hoy llegan a nuestros cines. Un as bajo la manga se convirtió en una carta de supervivencia vital.
Filmada en la provincia de Mendoza, “Cuando Ya No Esté” nos trae las peripecias que atraviesa en cuerpo y alma un personaje que, producto de un fuerte quiebre en su vida, replantea sus vínculos. Un hombre que, a sus sesenta y cinco años, recibe una devastadora noticia a la que hacer frente. ¿Cómo reconstruir, a partir de allí, el vínculo afectivo con su mujer e hijo? ¿Cómo logrará replantear el modo de relacionarse con su entorno? Martín Viaggio, un realizador que gestiona sus propias películas de forma independiente, deposita en nosotros tamaños interrogantes. Productor, guionista y director, elige la contingencia de una historia minimalista que refleja conflictos habituales de la vida de las personas, en la búsqueda de empatía. El responsable de “Amando a Carolina” y “Colegas” aborda una premisa sencilla, insuflándole una tonalidad ciertamente mágica que, minuto a minuto, se vuelve insostenible. De modo lamentable, elige llevar a cabo dicha premisa con un nivel de chatura, tedio, previsibilidad y afinidad a los lugares comunes francamente exasperante. Noemí Frenkel y Gustavo Garzón no escapan al sopor, incapaces de ofrecer matices a la transformación de sendos caracteres, desde la una lógica y ultra previsible progresión que ocurre en la vida de un matrimonio de cuarenta años, y que el film visibiliza de forma tan subrayada como la sintomática tos que repite el personaje de Garzón. “Cuando Ya no Esté” coloca delante nuestro un dilema existencial que se repite, escena a escena, con la intención de reflejar un pasado que cobra forma de ancla, desnudando ciertas maquetas generacionales respecto al prejuicio sobre la homosexualidad. Queriendo lucir tolerante, luce pasada de moda. Ineficaz en encontrar la sustancia que un buen drama requiere, rellena segundos con postales paisajistas, hilos de agua corriendo y una nostálgica música de piano cuya reiteración logra sacarnos de quicio. La angustia ante la muerte, la cura alternativa, los amores que se dejan en el camino y cómo estos continúan la vida luego de la partida física del ser querido, son temáticas demasiado profundas como para tratarse con semejante nivel maniqueísta, rumbo a un desenlace que da vergüenza ajena.
Una joven mujer es asesinada y el crimen del mundo real, relatado por la autora francesa Pauline Guéna en su libro de reportajes “Testigo presencial” (2020), llega a la pantalla cinematográfica de modo inquietante. El destacado autor Dominik Moll, dos años después de sorprendernos con la brillante “Solo las Bestias” traslada a la ficción el guión del especialista Gilles Marchand, acerca de la infructuosa pesquisa policial por esclarecer lo sucedido. La fatídica fecha ‘del 12’ se convierte en una certeza acuciante. Ganadora de seis Premios César -incluyendo mejor película y dirección- sobre diez nominaciones obtenidas, “La Noche del Crimen” valida su excelencia mediante una construcción de los hechos sólida, fascinante y tensa. ¿Qué clase de mal anida en la lejana provincia francesa? De cara a un abismo que inspecciona el centro de la propia fuerza, y con miras a desenmascarar culpables sospechados, el misterio se desenvuelve con un reconocible aroma a Agatha Christie. La brutalidad del crimen cometido nos conduce a la falta total de explicación y sentido. El film, llevando a cabo una auténtica disección de la porción social examinada, ejercita la agudeza y la observación. Los investigadores lucen desconcertados, atrapados en pleno callejón sin salida, en este fenomenal thriller detectivesco que bebe de las fuentes del cine de David Fincher y Claude Chabrol. Evaluando las devastadores consecuencias del accionar violento e impune, Moll lleva a cabo un retrato pormenorizado, reafirmando el buen gusto y la tradición de la industria gala por el género policial.
Nada más letal que un oso hundiendo sus narices en una montaña de cocaína. “Oso Intoxicado” nos presenta a diferentes grupos de personas aliadas con propósitos, intenciones y misiones muy concretas: detener el andar del gigante descontrolado. Basada en un hecho real (un oso consume algunos gramos de cocaína con consecuencias desastrosas), la película se toma ciertas libertades creativas a la hora de evadir la pregunta obvia. ¿Quién en su sano juicio podría tomarse en serio esta premisa? “Oso Intoxicado” representa la auto conciencia de la banalidad. El derrotero encontrará excepciones a la regla dentro de un cúmulo de víctimas libradas a su suerte, valiéndose de efectos especiales que recrean al nefasto mamífero omnívoro. La ambientación ochentera funge como gancho inmediato, mientras la directora de “Los Ángeles de Charlie” (2019), reparte, a diestra y siniestra, lecciones de familia y amistad insertas en medio de la masacre. Elizabeth Banks dirige a un ensamble coral engalanado por intérpretes de lujo: Ray Liotta, Margo Martindale y Keri Russell, pero, el auténtico protagonista es un oso que adquiere identidad diabólica; una criatura imponente y temible, capaz de despertar climas de tensión, comedia y horror. Los resultados podrían ser catastróficos. Cierto descuido prima en la sala de montaje, al tiempo que un film que no se toma en serio a sí mismo deja librado al azar más de lo suficiente respecto a ciertos detalles visuales pasados por alto.