La fenomenal “Pequeños Secretos” nos interpela como espectadores llevándonos a cuestionarnos si existe, en definitiva, una clara línea divisoria entre el bien y el mal. Esta indagación moral sobre la condición humana, que se centra en una investigación policial y en el cauce de las vidas privadas de los oficiales de la ley que llevan a cabo dicha pesquisa, nos arroja una considerable cantidad de preguntas sin respuestas. La hondura psicológica que ofrece la nueva película de John Lee Hancock nos remite a abordajes similares que el género ha realizado con anterioridad, como la imprescindible “Pecados Capitales”. En el presente film, conoceremos el modus operandi de un escurridizo asesino (¿uno o más?), también la incertidumbre que se posa sobre una serie de víctimas desaparecidas y masacradas. Por momentos la duda gravita sobre un asesino aún no identificado que replica a serial killers de antología. En este punto, cabe mencionar que la atención que cada guiño merece sembrará las claves que resuelvan (o no) la incógnita final. En “Pequeños Secretos” ningún plano desestima su valor simbólico ni ninguna línea de diálogo del guion prescinde de información que el espectador deberá codificar, exigiendo al máximo su atención. Pistas se nos revelarán en forma de guantes, maleteros, kilometrajes, llamadas misteriosas, objetos punzantes, latas vacías, botas, cruces, autos misteriosos y un sinfín de elementos íntimos como prueba del crimen. Sabremos también, que no hay acusación posible sin cuerpo de delito ni evidencia que no pueda ser plantada (o bala por accidente disparada luego desaparecida por arte de magia). En los pliegues de la historia se desliza la ambigüedad permanente, sin jamás abandonar su tono crítico hacia el abuso de poder de las fuerzas policiales, en franca directriz a una de las instituciones más cuestionadas de Estados Unidos, reescribiendo la típica historia policial de héroes y villanos enfrentados bajo los más previsibles antagonismos. Si se quiere, también, trama un pormenorizado replanteo argumental sobre las típicas películas buddy-movies: la dupla despareja de policía veterano versus novato que forman los personajes de Washington y Malek dista completamente del canon instituido por años. Las carreras y vidas familiares espejadas hasta la más llamativa coincidencia, entre uno y otro, no hacen más que confirmarnos la riqueza de detalles que pueblan un diseño de caracteres de perfecto acabado y en peligrosa sincronía. Veterano y especie en extinción de Hollywood, la artesanía de un director como John Lee Hancock, responsable de obras como “El Sueño de Walt” y “El Álamo”, remite al corte clásico de un Clint Eastwood y nos prueba la inteligencia de un thriller orquestado como una precisa pieza de relojería. Sobre su figura recae la responsabilidad de que el film jamás defraude. Recurriendo a los diálogos elaborados, aquí ninguna pista se verá librada al azar. Su conclusión no da respuestas tranquilizadoras ni conciliadoras, aspecto que nos habla de un final anti-convencional para lo que suele ofrecer la industria. Epílogo a un laberintico desarrollo argumental que al Hollywood del nuevo milenio parece ya no importarle. El acompañamiento musical no resulta un simbolismo menor. Canciones melódicas de la época conforman la banda sonora y parecen filtrarse con absoluta gracia en ambientes tan claustrofóbicos y macabros; también en tensas persecuciones tomando la carretera o haciendo de nuestro ánimo un puñado de nervios, testigos de los clásicos embotellamientos de tránsito en la siempre bulliciosa y colorida L.A.. Magnífica en sus rubros técnicos, vestuario y escenografía, laboriosos emplazamientos nos legan esta precisa adaptación de época, sobre una historia que el propio Hancock escribiera hace casi treinta años. Conozcan al mito, al hombre y la leyenda. Tan grato resulta ver nuevamente a Denzel (pasaron tres años de ausencia en pantalla luego de “El Justiciero”), arriesgándose a un producto poco convencional. El eterno magnetismo del oscarizado intérprete afroamericano muta bajo la forma de un lenguaje corporal de inusual tono sombrío. ¿Cuánto esconde y deja ver realmente el personaje de Denzel? Lejos de su habitual retrato del policía seguro de sí mismo y en control total de la situación, observamos capas de profundidad bajo la aparente calma: tras su máscara, los fantasmas y el andar cansino de un ser atrapado en su pasado asoman amenzantes, también su conexión paranormal como prueba de su inclaudicable obsesión. La gloriosa escena en la sala de interrogaciones paga la entrada. El peso de cuatro Premios Oscar se hace sentir (dos de Washington, uno de Malek y uno de Leto) rubrica una Masterclass de actuación e improvisación. Otorgando tiempo de lucimiento a sus más jóvenes estrellas, el film confronta la transformación física del siempre inmenso Jared Leto con la intensidad gestual del cada vez más sorprendente Rami Malek. Del primero, nos asombra su perversidad sin límites. Del segundo, empatizaremos con su grado de obsesión y compenetración a fin de desentrañar el misterio. Mientras la incógnita habita reinante en la tierra angelina, la eminente cuestión acerca de la fe y la maldad humana atraviesan tangencialmente el relato. A lo largo de sus dos horas de metraje, “Pequeños Secretos” nos agobiará con su atmósfera inquietante, adentrándose en la psicología de tres seres lúgubres bajo una fórmula probada: nadie es lo que aparenta ni nos conforma la posibilidad de aquel que dice realmente ser. Aún escudriñando el rostro de Leto y su enésimo tic gestual no sabremos, en el fondo, si nos encontramos frente a un fanático del culto de Helter Skelter (observamos un ejemplar guardado en su biblioteca), quien no es más que un psicópata que juega con los nervios de la cúpula policial. En un momento, el personaje del siempre inconmensurable Denzel dice: <<Son los pequeños detalles los que te atrapan>>: podría referirse tanto al criminal atrapado en su coartada como a nosotros espectadores, atrapados en tamaña intriga. Un seductor tour-de-forcé actoral nos provocará un cautivante desasosiego, para este auténtico juego de gato y ratón que posee el infrecuente acierto de no otorgar a su historia ninguna vuelta de tuerca de más, sabiendo que será la audiencia quien deba colocar las piezas del rompecabezas en el lugar indicado. Relato profano que recuerda también a la sordidez en su máxima expresión, presente en relatos cinematográficos previos como “Nightcrawler” y “La Dalia Negra”, la cosmopolita ciudad californiana aquí es dimensionada en su más profunda oscuridad. No hay ángeles en la ciudad de Los Ángeles.
Revelándose como una pequeña gran historia que nos narra un vínculo familiar conflictivo entre padre e hija, “Una Casa Lejos” representa el debut de Mayra Bottero en el terreno ficcional, colocando la duda sobre la supuesta maldad inherente en el ser humano y nuestra siempre superadora capacidad de desconfiar de todo semejante, incluso sensibilizado el juicio de valor por el vínculo cercano. ¿Creeremos en las buenas intenciones de su protagonista principal? ¿O es que este hombre de la tercera edad persigue otras motivaciones sobre la joven a quien protege? En las relaciones interpersonales que narra y la motivación argumental central, favorece al resultado final del film el verosímil de una historia que se atañe a un realismo que no apela a ciertos relatos de dolor ya transitados por nuestro cine. Su autora nos deja en claro que la fuerza movilizadora de todo sentimiento genuinamente altruista resulta, a la postre, el principal motor de este ejercicio audiovisual. Un elenco de profesionales desconocidos al mainstream, provenientes del teatro independiente y la publicidad para TV, dan vida a esta inteligente formulación sobre el concepto de solidaridad, una fábula familiar hábil para trabajar el equilibrio dramático en la soledad intrínseca que habita a sus seres, así como la emoción exacerbada que requiere el melodrama, un género a veces subestimado pero siempre efectivo. El arco dramático de la historia escapa de los lugares comunes mientras nos visibiliza a personajes que dudan y se encuentran unos a otros; desnudando su esencia de íntegra nobleza. Solventada en la abundancia de diálogos y acompañada por una cámara que prefiere utilizar planos largos, “Una Casa Lejos” contrapone sueños de liberación y poco agradables descubrimientos a buenas intenciones ocultas y secretos planes que saldrán a la luz.
Nos encontramos frente a una valiente película que nos muestra la desintegración que ocurre en la vida de una profesora de sociología universitaria a partir de un hecho traumático que atraviesa. Bajo esta premisa argumental, “Un Crimen Común” resulta un film comprometido, que nos habla acerca de las víctimas inocentes acaecidas por las fuerzas represivas del estado y que, al posicionarse sobre el rol que cumple la protagonista -en el desenlace de los hechos en los cuales accidentalmente se ve inmersa-, nos lleva a indagar sobre como cualquier individuo podría éticamente transitar lo delicado del caso, una vez que un acto criminal deja ser de un hecho noticioso para invadir el territorio de lo real y cotidiano. La película nos coloca, invariablemente, en la piel de la protagonista y su entorno degradado. Un profesional instruido y con formación académica, con quien empatizamos en su estado anímico alienado. El espacio laberíntico en el que se mueve, como clara alegoría, nos presenta su interior resquebrajado, pleno de dilemas morales. Dentro de sus profundas capas de análisis, “Un Crimen Común” nos permite reflexionar acerca de la crueldad de aquellos que detentan el poder, también de la condena que implica vivir en lo indigno para las clases más desfavorecidas. Con gran acierto, interpela desde el dolor sin juzgar, sino involucrándonos intelectualmente para generar un pensamiento bienhechor. Indagando en nosotros espectadores, en lo colectivo e individual, como mecanismo fílmico de discurso abierto que presenta ciertas fisuras sociales en donde el problema se verbaliza, podemos apreciar las delicadas connotaciones que la trama propone. Mixturando el uso de actores y actrices no profesionales, muestra un abordaje sensible a la historia, al tiempo que nos alerta acerca del abuso de poder que visibiliza grietas sociales como factor naturalizado. Conceptual y estéticamente, es interesante el trabajo que se hace desde el uso del lenguaje fílmico: desde lo minimalista lo sutil, destaca la fina artesanía en donde el trabajo sonoro y visual se complementa para la construcción del sentido. En tal dirección, resulta interesante observar como operan los simbolismos y el uso del espacio como medio narrativo y su fin expresivo, faceta que enriquece la propuesta. Su director, Francisco Márquez, realiza una inteligente tarea, prefiriendo la construcción de un sentido desde una mirada cercana, íntima e invasiva, como forma honesta de comprometerse con el conflicto que plantea. Lo común que refiere el título llama nuestra atención: la poca trascendencia y la acepción que alude a la normalidad de estos casos agrava la elocuencia de cifras alarmantes cuando la injusticia social está sostenida por instituciones corruptas.
Valientes retratos de la realidad afroamericana en Norteamérica, a lo largo del siglo XX, han sido llevados a la gran pantalla con encomiable entereza. El talento de insurgentes cineastas, como Barry Jenkins, Ava DuVernay, Jordan Peele, Ryan Coogler y Nate Parker, se ha establecido en la industria, como estandartes de una camada dueña de unas convicciones estéticas e ideológicas francamente poderosas. Hay cine de color en Hollywood después de Spike Lee. Y existen valiosos eslabones que han actuado de elemento de cohesión, como Lee Daniels, Antoine Fuqua, John Singleton o Denzel Washington. Brillantes visionarios que, detrás de cámara, han testimoniado el padecimiento, la segregación y la xenofobia sufrida por su comunidad, de generación en generación. En búsqueda de la igualdad y la integración, en tiempos del Black Live Matters, el orgullo negro alza su puño y voz al cine hegemónico: es hora de que conozcamos la otra cara de la historia. El presente film ofrece una justa perspectiva a la polémica coyuntura política, social y cultural que rodeara los años de proliferación del partido de las Panteras Negras, organización revolucionaria que se mantuviera activa desde 1966 a 1982. Centrándose en su líder, el activista Fred Hampton, el relato se inmiscuye en la implacable persecución que realizara el FBI, perpetrando arrestos, manipulando confesiones, forzando delaciones y cometiendo asesinatos. Relato profano de intención documental, crónica electrizante de un tiempo violento, “Judas y el Mesías Negro” se conforma como una arriesgada mirada hacia el volcánico epicentro de un país que destilaba el primitivismo de la supremacía blanca, al tiempo que patriarcas negros como Martin Luther King o Malcolm X caían acribillados a balazos. El realizador Shaka King se muestra como un vibrante y laborioso artesano del lenguaje cinematográfico, llevando a cabo un retrato que exuda crudeza y salvajismo. Sus elecciones estéticas recuerdan a la osadía que ostentaban ciertos ejemplares del Neo-Hollywood, fértil usina vanguardista que coloca las coordenadas espacio-temporales en idéntico emplazamiento a esta historia real: el núcleo social de una potencia mundial resquebrajada en lo moral y enferma de intolerancia. Por su retrato del revolucionario Hampton, el intérprete Daniel Kaluuya obtuvo el Premio Oscar al Mejor Actor de Reparto, continuando la senda trazada por el afroamericano Mahershala Ali, quien alcanzara dos de dichas estatuillas a lo largo de las anteriores cinco ceremonias. Un reconocimiento que contempla la apertura con la que la Academia lava sus culpas pasadas, mensura el revisionismo y compensa la honestidad intelectual de la hermandad artística negra como aporte inestimable a su fragmentado presente cinematográfico.
“Hermosa Venganza” esconde un plan perfecto para que cazadores sexuales se encuentren con su naturaleza y con el arrepentimiento. Si bien, en realidad, el acto de ajusticiamiento resignifica las razones de un duelo. Para Cassie (Carey Mulligan) el desquite es una forma de catarsis. El reciente film, dirigido por la realizadora Emerald Fennell, viene a redefinir que entendemos por relaciones consensuadas y, bajo tal paradigma, su concepción se vuelve en extremo pertinente para las coordenadas sociales que nos atraviesan. Pretende la autora reconstruir la idea del abuso en pos de un cambio de conciencia. Película urgente en forma de comedia sarcástica, que pretende abordar aspectos difíciles y dolorosos. El asunto es, ¿cómo lo hace? Llama la atención la iconografía elegida, contrastante con la amargura de los eventos relatados. Colores pastel y una escenografía pulcra, donde todo luce en perfecta armonía, ambientan y dan atmósfera a una historia que elige una singular propuesta estética para reflexionar acerca del ser humano (en verdad, un género masculino) portador de un depredador instinto presto a ser liberado. El choque de estilos excede el estilizado enfoque visual, el problema es francamente narrativo, conceptual. Puede que el film aquí demonice cierto patrón y todo varón circundante se cierna como objeto de peligro. ¿Es necesaria tanta literalidad? El hombre es un ente maligno, débil e insensato. También hay mujeres que callan por conveniencia. A ojos de una platea ávida por defender a la víctima de su potencial abusador, a quien lapidará, despedazará, la balanza se inclinará por propio peso. Fuera de toda luz de ambigüedad, le quita capas de complejidad al análisis la represalia tomada por esta ‘joven prometedora’, curando las heridas provocadas por un orden social sistematizado en su machismo. Un tópico frágil para abordar en nuestros, que refleja la medida justa con la que se mide nuestra libertad de opinión a la hora de impartir un juicio que podría sensibilizar a ciertos sectores. Aquí es donde el análisis se complejiza. En tiempos de inclusión, los absolutismos solo generarán más segregación. Y el retrato burdo, de trazo grueso, solo generará más violencia. Que no es menor acto violento que subestimar la inteligencia del espectador. No todo es blanco o negro, y poco puede evolucionar una sociedad que mire, piense y sienta sin cotejar las zonas grises. ¿Qué mirada tenemos del género opuesto? ¿Es realmente justa la vara con la que medimos a aquel cuyos actos juzgamos? ¿Cuánto toleramos y comprendemos, del dicho al hecho? Puede la inversión radical de roles propuesta por el film llevarnos a visibilizar dinámicas sociales bajo la lupa hipócrita, es cierto. Villana número uno de su propia vida, cobija a Cassie un mundo de colores pastel de su infancia atrapada en el tiempo. Duplica su intención un espíritu empoderado que la coloque fuera del radar de su zona de confort, dispuesta a replantearse hasta donde está dispuesta a llegar. Tiene todo calculado. Cínica y retorcida, “Hermosa Venganza” respalda la fortaleza femenina con resultados insuficientes. Pesquisa las consecuencias del trauma y evalúa efectos devastadores; satura una olla a presión a punto de estallar…pero ofrece su mensaje de la forma más condenable. La siempre impecable Carey Mulligan prueba el amargo bocado de su propia realidad llevada al absurdo. Que el mensaje sabotee el producto final no le quita un ápice a su maravillosa actuación.
Película demorada por años, producto nacido a destiempo desde su mera concepción y auténtico pandemonio reinante en interminables lapsos de rodaje interrumpidos, repletos de vicisitudes. Poca homogeneidad puede ofrecer esta cinta situada en un futuro distópico. Puede leerse el pensamiento de los seres humanos. ¿Adivinaremos la falta de criterio de los productores responsables de este despropósito? En “Caos: el inicio” el orden social se presume extinguido. Es el espacio de huida perfecto para que dos extraños generen un lazo, aunque la química entre sendos protagonistas se convierta en un lastre duro de sobrellevar. Bajo la intención de una trilogía, se pone en marcha este auténtico caos caminante, si es que vale el intento lúdico por colocar las palabras de su título original en el incómodo lugar al que pertenecen. El tema de los pensamientos expuestos, como disparador argumental en la saga literaria novelada autoría de Patrick Ness, merecía mejor tratamiento. Cuesta creer que, detrás de cámaras, la ausencia de ambición por llevar a buen puerto la propuesta recaiga en Doug Liman, un experto del cine sci-fi gracias a películas como “Al Filo del Mañana”. Más pronto que tarde, el metraje se verá poblado de revelaciones sofocadas e impacto narrativo minimizado. El material ha sido francamente dilapidado. La aventura dinámica y emotiva se topa con sus propias limitaciones, finalmente maniatada y desdibujada. Un flujo de imágenes, palabras y sonidos atraviesa el verosímil de toda criatura viviente. Un noise virtual que dice mucho acerca de los tiempos que vivimos, regulados por barata consumición y viral consumación de lo vacuo y endeble como ley primera.
“Habitación 212” nos ofrece una típica comedia adulta francesa, abordando personajes maduros en pleno acto reflexivo que los conduzcan a (re) encontrar una manera acertada de amar. Su tono desprejuiciado invita a un divertido, surrealista y estimulante viaje. Confronta el juicio ético de sus criaturas, evaluando vínculos pasados como ejercicio de liberación. Ejercita una mirada efervescente hacia escondidas infidelidades. Ensaya un retrato de viejos amantes que regresan como espectros fantasmales; acaso también en un intento de psicoanalizar el sexo. Christophe Honoré, realizador, guionista y escritor de novelas juveniles, suele abordar temáticas polémicas, en films como “Canciones de Amor” (2007) o “Les Bien-Aimés” (2011), dos de los más destacados de su abultada filmografía. Aquí, decide dar un drástico giro a sus anteriores largometrajes, prefiriendo cierta nostalgia cinematográfica que se filtra a través de la convención de esta variante de absurdos, fuertemente influida por clásicos hollywoodenses de la screwball comedy, autoría de George Cukor o Ernest Lubitsch. La protagonista -interpretada por la sutil Chiara Mastroianni, premiada en Cannes- es un frágil voyeur de su propia vida. Una decisión trascendental la aguarda. El dispositivo cinematográfico la coloca en el centro de esta escena teatralizada, convertida en necesario ritual de liberación. Honoré se decanta por un juego de espejos que se vale del artificio: “Habitación 212” sortea la oscuridad de su noche onírica bajo la visión de amor romántico desmontado. Un lúcido observarse a sí misma desde ‘el afuera’ detiene el tiempo a su alrededor. Pasado, presente y futuro parecen confluir. La eternidad se condensa en un instante repetido en bucle. Mastroianni reconstruye su esencia, propósito y sentido. Con ingenio e intensa intimidad, la película consuma su anárquica fantasía.
Apoyado por el instituto de cine de Misiones, esta película cuenta la trágica historia de este aguerrido guardaparque, inmerso en un triángulo de celos que tiene lugar en el calor de la selva. Filmada en locaciones naturales y protagonizada por Pablo Echarri y Mora Recalde, “El Silencio del Cazador” nos habla de cazadores furtivos y pasiones humanas, en donde la escalada de violencia en la que se verán envueltos los protagonistas representa el síntoma de una sociedad que porta conflictos ancestrales. Partiendo de un proceso de investigación en el lugar que demandó años, “El Silencio del Cazador” destaca en la habilidad por mixturar los elementos del género thriller y western. Martín Desalvo denota una notable capacidad para utilizar a los mismos en función de trabajar una problemática social y humana real y concreta. El realizador de “Unidad XV” apuesta a la heterogeneidad de registros dramáticos para contar una película atrapante sin quitarle importancia a la preocupación ecológica por los animales autóctonos, proveyendo una mirada a la ecología desde una verdad despojada de liviandades. Acaso también busca posicionarse como una válida película testimonial, denunciando el peligro de extinción del yaguareté de la selva misionera. La aparición en escena del mítico animal, constituirá una metáfora particularmente llamativa como disparador argumental de estas rivalidades sosegadas, buscando el autor una verdad consecuente y comprometida y visibilizando el impacto en los pobladores de allí, fresco social que otorga al film un fuerte sesgo documental.
Duelo de titanes y batalla espectacular de míticas proporciones. Hiperbólico divertimento que cumple la profecía cuando la realidad nos desborda: desembarca ante nuestros ojos una saga blockbuster financiada por productoras que buscan abultar aún más sus bolsillos, a toda costa. Puro paradigma virtual sin corazón ni alma. “Godzilla vs King Kong” viene a hacer realidad la última de las fantasías cinéfilas, y es sensato decir que ambas leyendas del celuloide portan una profusa leyenda en sus espaldas. Se rastrean sus inicios en “King Kong” (1933), dirigida por la dupla Merian C. Cooper-Ernest B. Schoedsack y con Fay Wray en el antológico rol protagónico, bajo la producción de RKO Pictures. “Godzilla” (1954), por su parte, fue un emblema precursor de la industria japonesa de ciencia ficción y terror de 1954, dirigida por Ishiro Honda y con efectos especiales a cargo de Eiji Tsuburaya. Un ejemplar autóctono kaiju que se mediría con Kong en 1962, constituyendo un fenomenal y atípico precedente, también dirigida por el citado Honda. Productos independientes del cine de terror, como “A Horrible Way to Die” y “The Guest”, cimentaron el gusto de Alan Wingard por lo macabro; cineasta que se coloca tras de cámaras para otorgar pulso al último crossover monstruoso. La presente entrega ofrece un portentoso show de efectos especiales vacíos de contenido pero llenos de parafernalia. Contemplamos el peso propio de dos bestias dispuestas a hundirse en el barro de la historia. Las extrañas criaturas inclinarán la balanza hacia el gusto de la audiencia, mientras la supervivencia humana se sabe una quimera, en igual medida que el cliché masivo acaba por aburrirse de tanto encontrarse a sí mismo. Michael Bay reconoce a su espejo Roland Emmerich para consumar el desastre inminente bajo la firma del bueno de Wingard. Conformando la tercera vez en que tanto Godzilla como Kong arriban a la gran pantalla en la última década, sendos íconos fílmicos y culturales colisionan sin mayor interés. Un nulo desarrollo de personajes y una trama francamente porosa nos hacen olvidar todo demasiado pronto. Cuánto más grande sean más daño se harán al caer…
¿Quién fue Juana Ruoco Buela? Nacida en 1889, obrera trabajadora, anarquista de corazón y comprometida en cuerpo y alma con la emancipación de la mujer, a comienzos del siglo XX. Esta precursora feminista incursionó en el sindicalismo y fue una figura clave del periodismo, dirigiendo el periódico montevideano “La Nueva Senda”. Su postura ideológica sentó bases para una forma diversa de testimoniar la realidad, deslindándose del relato patriarcal dominante. Invisibilizada y deportada, fue presa política y polizona. Tamaña figura es la elegida por la prolífica documentalista Daiana Rosenfeld, cuyo minucioso trabajo de investigación coloca en perspectiva la agitada y poliédrica vida personal, política y social de este emblema secular. La búsqueda de la verdad en Juana, su propio deseo de corroer el paradigma, da vida a sus escritos, mientras el hilo argumental establece un diálogo lírico entre la realidad y la ficción. Con el presente largometraje, la autora completa una trilogía que comenzara con “Los Ojos de América” y continuara con “Salvadora”. Es de su interés desmenuzar el rigor de actualidad que poseen estas pequeñas grandes historias de lucha y perseverancia, ocultas a ojos de cierto sector social. En la intimidad de un arduo recorrido sobre el registro histórico que se preserva de Juana, podemos apreciar la emoción y la seriedad que vertebran la pesquisa sobre su objeto de estudio. La representación actoral que evoca la vibrante energía del personaje otorga vuelo poético a la propuesta. Los escritos que dejara la periodista, permiten reconstruir su imagen, otorgando voz y peso específico a una verdad sobre la cual era necesario manifestarse. En “Juana” conviven el alma y el espíritu de disidencia. ¿Qué futuro esperaba a una inconformista mujer fuera de los márgenes que regulaban las tradiciones sociales? Sin dudas, la inmortalidad que asegura todo acto de valentía.