En 2014 se estrena la primera entrega y tres años después su secuela. El capítulo tres llega a la gran pantalla en 2019. “John Wick” no temió a lo excesivo, a lo reiterativo y a lo burdo a la hora de erigirse como un referente comercial y rendidor del cine de acción contemporáneo. No necesita refundar el género con tal de mantenerse fiel a unos preceptos conceptuales y estéticos en los que confía ciegamente. Reflejo de las modas que imperan, entre sagas, secuelas y reboots a rabiar, a pesar de las limitaciones que la describen, y maquillando ciertas flaquezas evidentes, “Wick” hace de lo cool su pan de cada día. Mérito nada desechable para un film que, sin tener una major detrás para su promoción, prolonga su permanencia en el tiempo y su proyecta a futuro como un micro universo con entidad propia. Con casi un año de retraso llega a las salas un abordaje ciertamente violento y profano. La cuarta entrega de Wick no otorga respiro alguno, atiborrándose de escenas coreografiadas y una leve excusa argumental ligada a su predecesora. Derek Golstat firma el cuarto guion de la serie, concibiendo una entrega que bordea las tres horas de metraje. La narrativa se desprende lo más posible del canon genérico: un nimio argumento no escatimará recurrir a armas más o menos convincentes a la hora de validar su primer mandamiento espectacularidad y violencia bruta ¡Qué manera de matar gente! ¡Qué nivel de abstracción total y absoluto! Un mundo fantástico abarrotado por asesinos. Desaparece la teatralidad en detrimento de un bucle de escenas de acción, y el irrompible superhéroe exhibe sedienta búsqueda de venganza. En versión extendida llega la violencia excesiva, compensando desequilibrios… Dirigida por el otrora doble de acción Chad Sathelski, con producción del también efectista David Leitch (“Tren Bala”), esta franquicia sobrecargada de luchas cuerpo a cuerpo, expande la barbarie en ampulosas persecuciones y estruendosos tiroteos. Nos abruma de acción y coreografías, porque la abundancia es virtud según sus cuestionables preceptos. La propia absurda condición, dispuesta a entretener a cualquier precio, valida el enésimo cliché, presentándonos una maratón de situaciones irreverentes que nos programan de antemano a no contradecir lo expuesto en pantalla, al punto de sobornar todo verosímil habido y por haber. El lenguaje cinematográfico utilizado se presta a la artificialidad: picados, contrapicados, tomas cenitales; el espíritu gamer en su cenit toma control. Hay mil formas de matar, bajo un haz de luces de neón saturadas. “Wick 4” firma una portentosa estética de la violencia. Como aspecto positivo, una variopinta banda sonora sirve de acompañamiento a tan imaginativa puesta en escena. Los asesinatos saben bien dónde desenvolverse; abundan trenes, pistas de baile, museos y salas de espejos. Al otro lado, un hombre debe prepararse lo suficiente para enfrentar a la muerte. Porque siempre hay algo por lo cual morir y alrededor vagan fantasmas, en busca de su propio cementerio, tal y como el argumento nos alecciona. Cada quien es dueño de su pequeña por porción de paraíso, y Sathelski lo sabe. El sicario vestido de negro se reconoce mortal y elige su epitafio. ¿Hacia dónde ir ahora? Inexplicable resulta que el director lo haga estrellar contra el asfalto con insistencia, aunque milagrosamente no sufra rasguño alguno. Wick es el colmo de la falta de sentido. Mal que nos pese, el carácter del renacido Keanu Reeves mucho tiene que ver con el fabuloso éxito de la saga. El veterano héroe de acción otorga inseparable impronta a un personaje que le ha otorgado segunda vida a su menguante carrera en Hollywood. Ian McShane, Bill Skarsgård y Laurence Fishburne (¿es posible no pensar en Orfeo y su nostálgica reunión con Reeves casi dos décadas después de “Matrix”) secundan al bueno de Reeves, estoico en la piel de un legendario asesino retirado y doliente esposo, al encuentro de nuevos pleitos. Así y todo, rueda exageradamente por las escaleras. Pero sobrevive. A lo largo de una interminable noche piden su cabeza; se anuncia un duelo al sol en la ciudad de la luz. Las balas silbaban cerca, pero el héroe muere de la forma más románticamente insulsa. ¿Qué me cuentan de las hazañas de un perro indestructible? La película acumula cuerpos desparramadas, masacrados. No es precisamente una obra de arte lo que ocurre a los pies del Arco de Triunfo. Escenas después, “Wick” corre peligrosamente los límites vídeo juego filmado. No menos irrisorio resulta que cierta corriente crítica levantara comparaciones entre este film y el cine de Martin Scorsese o Walter Hiil. El clasicismo narrativo se ríe a carcajadas, porque “Wick” está en pañales cinematográficos y empalaga de artificiosa. Antes de levantarse de sus asientos, presten especial atención a la desechable escena pos-créditos para convencernos de que la cuarta entrega se debe a una nula capacidad de decisión y criterio. Mejor, aguardemos nueva vida gestándose en el spin off “Ballerina”, protagonizado por Ana de Armas y en la serie de Amazon “The Continental”, con fechas de estreno para el corriente calendario 2023.
Escritor y director de la impresionante pieza “El Padre” (2021), Florian Zeller concibe en esta ocasión un previsible panfleto fílmico acerca del suicidio. Autor de la trilogía teatral conformada por las obras “El Padre”, “La Madre” y “El Hijo”, no alcanza el presente film el superlativo nivel de aquel que le valiera al gran Anthony Hopkins su segundo Premio Oscar, convirtiéndose oficialmente en su precuela. Un abordaje extremadamente difícil y delicado de afrontar es al que Zeller se apunta aquí. La ignorancia y la falta de empatía a la hora de la crianza describen una relación paterno filial resquebrajada, Lejos de la maestría del citado largometraje, moldes y estereotipos retratan la depresión y los alarmantes indicios de la autodestrucción. Un elenco de ilustres, liderado por Hugh Jackman, Laura Dern y Vanessa Kirby, encabezan el reparto. El reconocido dramaturgo hace de la exageración su mayor aliada. El punto de vista del padre nos intenta hacer entender la clase de perturbación que atormenta al joven. Con parsimonia y lentitud, “El Padre” repite conceptos en desmesurado lastre, que refieren al traspaso de los traumas de modo generacional y prefiere la contemplación a la tensión. En un drama que tiene como centro la salud mental, lo desgarrador debe lucir natural, pero aquí, se ve forzado. Contrastan de modo evidente los cinco minutos de masterclass actoral brindada por Anthony Hopkins, en una breve pero potente aparición, con la irregularidad en el abordaje al conflictivo personaje adolescente que encarna el novel Zen McGrath.
Mar adentro y en la más absoluta desprotección, la embarcación a la deriva que suele encerrar a un grupo de personajes, aliados o enfrentados, empáticos o en cortocircuito, ha dado réditos a la inagotable creación cinematográfica, conformando un estilo que ha cobrado vida propia como subgénero. Ejemplos abundan, aunque no en el terreno del cine nacional, aspecto que convierte a “Asfixiados” en una de las más gratas y anticipadas novedades que arriban a nuestras salas. Dirigida por Luciano Podcaminsky (“The Back of my Mind”), esta producción de alto presupuesto, rodada en Montevideo y Punta del Este, alterna locaciones naturales y sets con efectos especiales, resultando en un producto sobresaliente. La premisa argumental nos coloca en el centro convergente de la problemática extrema que arrastra a un matrimonio, luego de veinticuatro años juntos, a punto de replantear la convivencia y su futuro como pareja. Nacho y Lucía viven, junto a su hija Cami, en una gran mansión, entre los lujos y el confort que la clase alta ostenta, acompasando lo tedioso de la rutina. Un viaje de unos días se presenta como prometedora inyección de aire fresco y energías renovadas. En un magnífico descapotable, mientras suena Charles Aznavour, deleitándonos con “Et Pourtant”, parten por la carretera, a través de un paisaje ensoñador. No estarán solos en la escapada mar abierto: los acompaña una pareja amiga, varios años menor. Detonante inmediato al quiebre que subyace, evidente. Afines al poliamor, Ramiro y Cleo viven en libertad y espontaneidad la pasión que los une; despojada de cualquier clase de encasillamiento. Se contraponen formas de concebir el amor en pareja. Para la dupla de mediana edad asoma la crisis en la cama, el efecto espejo en la flor de la juventud confronta paradigmas, despierta fantasías en traje de baño y levanta suspicacias. Terceros en discordia alimentan dudas, ¿qué tiene de atractivo el nuevo chef del distinguido restó? Hay situaciones incómodas: cuando cada polvo se convierte en un drama y los deberes de padre y madre llaman en el momento menos oportuno, el disfrute es ajeno en el cuarto de al lado. Pretextos para desencontrarse abundan, peor es enfrentar la verdad. Si es el momento de confesar alguna aventura, que sea ahora. ¿Veinte años no son nada? Cada uno hace su la suya; ‘vos sabrás, es tu vida’, se dicen mutuamente. El cielo comienza a oscurecerse y, enfrentando la tormenta en ciernes, parece la armonía haber llegado hasta aquí. Atrapados en la telaraña que alimenta la incomunicación, Lucía y Nacho intentan descifrar el sentido. El diálogo casi siempre termina mal y un secreto revelado, en el momento menos oportuno, amenaza con arruinarlo todo por completo. ¿Quién llevará el timón de este pase de facturas, calenturas, conjeturas y sacudidas? Luego del éxito de sus dos anteriores films (“Hoy se Arregla el Mundo” y “El Gerente”), Leo Sbaraglia encarna un personaje radicalmente distinto, haciendo gala de su notable histrionismo, en la piel de Nacho. Absorbido por la rutina, este productor de TV trabaja veinticuatro por siete: sumido en su propio mundo virtual, no sabe escuchar, a no ser que se trate de conversaciones laborales que mantiene a través de su celular; casi una extensión de su propio cuerpo. Leo, ocurrente hasta lo sublime y bendecido con un talento prodigioso, nos arranca carcajadas en la sala a oscuras. Pide, exige y cuestiona desde su oficina en ultramar. Es una cuestión de principios que las cosas se hagan a su tiempo y manera. Todo lo encasilla; las etiquetas a través de las cuales ve el mundo son las que codifican su noción de realidad, para que todo cobre sentido, siempre y cuando no lo obnubilen la bebida y las pastillas. Sube a cubierta, atiende el llamado del timeline laboral que no espera. La superestrella a la que corteja no puede decir que no. Un writer’s room lo respalda. Tambalea la producción, naufraga en proa la serie. Pero no, no todo está perdido. Díganselo a Francis Ford Coppola en “Apocalypse Now” y aquella producción desmesurada, caótica e improbable. Cuatro años después de su último protagónico en cine (la excelente “La Forma de las Horas”), la brillante Julieta Díaz retorna a la gran pantalla dándole vida a Lucía. Ella es una mujer de mediana edad en descontento con el rumbo de su vida y su vida de pareja. Y sueña con hacer de la fotografía una forma de vida; también sabe cantar aunque su compañero la desprestigie. No obstante, tímidamente, acompaña como segunda voz en “Adoro” de Armando Manzanero. ¿Qué pasa por la mente de Lucía? Su mirada luce ausente, su semblante deja ver descontento. La apatía se filtra a través de su ser, y es imposible ocultarlo, aun tras sus gafas de sol. Alguna vez fue tapa de revista…pero eso fue hace muchos años, dice. Mérito del amplio registro interpretativo de la enorme Julieta, Lucía desdibuja su sonrisa, completamente ajena a la dinámica diaria que la circunda. Está allí, ¿pero adónde en realidad? El oleaje la marea. En busca de la cresta, presta a tomar velocidad y con la o de destino en sus manos, resguarda un deseo hecho de postergados anhelos. “Asfixiados”, nutriéndose de tonos de comedia de humor negro y una concepción estética que recuerda a films de corte vanguardista europeo, registra pormernores de relaciones amorosas y la toxicidad que envuelve a un vínculo de dos claramente fracturado. ¿Somos equipo se trata de una performance individual? ¿Qué es amor y qué narcisismo? Táctica y estrategia infalibles con tal de colocar a su par contra las cuerdas, Nacho recurre a la manipulación y al egocentrismo. Maquiavélico, abunda lo que suele ocurrir cuando un vínculo se agrieta en desconfianzas. Llueve sobre mojado, hay síntomas que estandarizan modos de interactuar y competir. Lucía, con acierto, advierte sobre ciertas frases hechas que coartan la evolución personal. Allí, la película ejerce una inteligente mirada acerca del rol de la mujer en la sociedad y el derecho a la propia realización personal. La pareja va a los tumbos, aun con el infinito cielo sobre ellos; la condición los ha vuelto asfixiantes. Irremediable y cotidiano. La silueta del sol desaparece en el horizonte. La propuesta se refuerza en impecables rubros técnicos, en donde destaca la fotografía de Nicolás Trovato. Zoe Hochbaum y Marco Antonio Caponi resultan dos aciertos a la hora de erigirse como personajes secundarios que fungen como elemento disruptivo en la trama, mientras que Natalia Oreiro, en participación especial haciendo de sí misma, completa el reparto de un film cuya banda sonora está compuesta por el histórico Cachorro López. “Asfixiados” sabe sacar partida de su anunciada tempestad a la vista. A babor y estribor, explorando las raíces del conflicto, el guion escrito a ocho manos (Silvina Granger, Alex Kahanoff, Andrea Marra y Sebastian Rotstein) recurre a metáforas reconocibles para reforzar la idea: entre los pliegues de las sábanas en donde Nacho y Lucía se recuestan es más lo que envejece que lo que amanece. Pero el cine, que sabe de finales felices y heroicos rescates bajo la furia de las aguas agitadas. Nuevamente, sabrá inspirar el reencuentro en medio de la desolación. Las luces del día asoman a lo lejos, junto a la orilla aguarda un puerto adónde amarrar…
Uno de los años más crudos de la dictadura chilena titula a la ópera prima en la pantalla grande de la actriz y realizadora Manuela Martelli. El gen de una historia familiar se traslada a la ficción, para esta nominada a Mejor Película Iberoamericana en los Premios Goya, y también participante competidora del 26° Festival de Lima. La coproducción argentino chilena visibiliza el trauma latente de dictaduras cuyas heridas abiertas hermanan a ambos países, a un lado y otro de la Cordillera. Durante los años ’70, Chile se encuentra hundida bajo el oscuro mandato de facto de Augusto Pinochet, sumiéndose en un toque de queda que se prolongará por décadas. Una detallada puesta en escena presta atención a lo simbólico en cada plano, en pos de resaltar lo paradójico de un tiempo atravesado por el dolor. “1976” describe la complejidad que anida en un estancamiento político, social y cultural. El rimo y movimiento de la cámara, el manejo de tiempos y recursos técnicos, así como la música incidental, se convierten en herramientas valiosas que recrean, con detenimiento, tan amargas sensaciones. Con ideas claras, la directora indaga en la memoria de un pueblo, porque lo ambiguo y resbaladizo de la moral conoce lo que ocurre alrededor: gran parte de la sociedad hace oídos sordos; cómplices de instituciones que espejan la peor de las condenas. Porque ‘el no querer ver’ (o no elegir ver) encarna de lleno en nuestra idiosincrasia. En las calles se palpa la paranoia circundante que instala una suerte de relación interpersonal, desde la desconfianza que inscribe un carácter colectivo hasta modelar y perdurar en el individuo social de la actualidad. Porque aún quedan daños por sanar. Semejante panorama turbulento, previamente llevado al cine por una obra más que loable como “Machuca” (2004), ejemplifica la búsqueda de la industria trasandina por revisar hechos históricos. Heredera de la calidad de films de exponentes locales notables como Sebastián Lelio y Pablo Larrain, “1976” remueve con contundencia siniestros mecanismos y cimientos sociales. La violencia, implícita o explícita, se impregna en una porción social putrefacta. De modo sugerente, la naturaleza delatora a veces se resuelve en off, describiendo el accionar de aquellos ocultos tras las máscaras: parásitos de la patria arraigados dentro de una estructura dividida y contaminada desde su propio centro. Con valentía, no teme el film causar incomodidad a la hora de denunciar. Indagando en la humanidad de sus personajes, entabla un diálogo constructivo, con miras a comprender el presente, porque sabe que no hay provenir próspero posible sin mejorar el pasado que nos trajo hasta aquí.
Producida por el veterano Sam Raimi, en compañía de Scott Beck y Adrian Woods (dupla de creadores de “Un Lugar en el Silencio”, también desempeñándose aquí como directores), llega a las salas una historia de sobrevivencia. Una nave estrellada en un planeta sesenta y cinco millones de años atrás nos coloca en coordenadas muy precisas. La catastrófica colisión da rienda suelta al más imaginativo mundo de ciencia ficción, un diamante en bruto que acaba dilapidándose, más pronto que tarde, a ojos de los amantes del género. Exigua creatividad no iguala potencial a expectativas. El relato coloca a dos humanos a la deriva ante el amenazante ataque de una serie de criaturas de CGI bajo la forma de dinosaurios sacados de la franquicia “Jurassic Park”. El panorama no puede ser más hostil. La narrativa, en busca de resaltar el costado más vulnerable de dos que llevan las de perder, explora el pasado de sus personajes protagonistas (encarnados por la estrella Adam Driver y la joven Ariana Greenblatt), potenciando el vínculo que los une. Sin embargo, deja gusto a poco. Escapatoria de túneles y arenas movedizas como experiencia inmersiva funcionan de modo inconsistente. “65” carece de tensión, rebalsa de vacío emocional y se vuelve reiterativa.
La presente es una idea que nace en 2016, cuando se lanzó un proyecto convocatoria del Instituto de Cine. Antes de la filmación de “El Silencio del Cazador” (2019), el destacado director Martín Desalvo, junto a Francisco Kosterlitz, escribe una libre adaptación del cuento corto “El Hijo” de Horacio Quiroga, publicado en la antología “Más Allá”, en 1935. Filmada en la provincia de Misiones, durante meses previos a la pandemia, Desalvo se reúne de un gran elenco. Retorna a colaborar con la actriz Mora Recalde, quien participara tanto de “El Silencio del Cazador” como de “Unidad XV” (2018). A ella se unen Jazmín Esquivel y Bruno Vázquez. El montaje es una herramienta fundamental en un film donde priman paisajes y territorios contorneados por elementos mágicos y fantásticos. La mirada esotérica y sugerente del autor sabe qué matices indagar a la hora de subvertir ciertas normas de género. La extrañeza y la sospecha prefiguran cierta atmósfera mientras la joven protagonista se interna en la búsqueda de una verdad de rigor existencial. Explorando los vínculos y la identidad de sus personajes, forma y contenido se encuentran al servicio de una narrativa como excusa para que el experimentado realizador ejerza su lúcida mirada sobre el mundo que lo rodea.
Tres historias de amor convergen en “Quizás Para Siempre”. Una escena de hotel, un encuentro en un cine, una propuesta de matrimonio. Si vimos antes el trailer, ya sabremos (y es probable de antemano) que las historias estarán entrelazadas. Lo previsible no es menos disfrutable a medida que repasamos el ilustre elenco que aquí se congrega: Diane Keaton, Susan Sarandon, Richard Gere, William H. Macy y Emma Roberts garantizan la calidad actoral del producto. Aún hay mercado para este tipo de cintas y estrellas veteranas dispuestas a no desvanecer por completo. Las subramas atan cabos, si bien vemos venir el desenlace. Lo cursi y lo edulcorado van de la mano a través de conversaciones íntimas reveladas de modo tragicómico. Podrían cuestionarse ciertas reacciones inverosímiles; hay parejas que no vuelven de determinada situación, no obstante, el film elige el tono liviano a lidiar con las consecuencias sentimentales. Lo grave es tomado desde el absurdo, bajo la perspectiva de un Michael que Jacobs escribe y dirige este abordaje coral romántico, con cierto dejo del abordaje que solía hacer Garry Marshall, pero bajo una fórmula mucho más simplista. Más placer inofensivo que culposo inclina la balanza a la hora de ejecutar una mirada sobre el matrimonio, el sexo y el compromiso a largo plazo.
Mítica saga que comienza en 1996 cuando el maestro Wes Craven se decide a subvertir la imagen de un género trillado por las anteriores “Halloween” (original de Carpenter, a quien homeanjea) o “Pesadilla” (un éxito ochentoso del propio Craven). Al año siguiente, dado el fenomenal suceso de la película conocemos la segunda parte, que tienen nuevamente al maestro detrás de cámaras. Lo propio ocurrirá en 2000 y 2011. ¿Qué garantiza el inmediato carácter rendidor de “Scream”? Tenemos aquí un meta slasher de un slasher consciente de sí mismo que analiza los códigos del subgénero para luego dinamitarlos. El tándem creativo (Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett) que se hiciera cargo de la quinta parte (estrenada en 2022, podés leer su reseña en: ) retorna a la gran pantalla y bajo el brazo porta un sugestivo menú, por anticipado y cierto peso histórico, podría ser interesante. Diversión es la clave de la esencia de la franquicia; un producto que supo funcionar, riéndose de lo realmente terrorífico y con sumo ingenio para integrar una irreverente serie de twists argumentales. Un equilibrio difícil de conseguir, y que la presente entrega parece haber extraviado por completo. James Vanderbilt (cuyo espectro como escritor abarca desde “Zodiac” a “Amazing Spiderman”) se hace cargo de unos personajes (o lo que queda de ellos, luego del desertar de añejas estrellas) creados por Craven junto al experto Kevin Williamson, pero el enfoque perseguido para la ocasión resulta en extremo básico y autoindulgente. Una pobre dirección de actores nos invita a pensar que, en realidad, estamos ante una propuesta de principiante. Continuista en lugar de rupturista, “Scream 6” paga caro su falta de ambición.
Con dirección de la actriz Sarah Polley (“Mi Vida sin Mí”), nos llega esta interesantísima opción a la cartelera. La autora, poseedora de una dilatada y destacada trayectoria, tanto delante como detrás de cámaras, concibe una obra sensible y favorablemente recibida por la crítica internacional, contando con dos nominaciones al Premio Oscar. Un hecho real, ocurrido entre 2005 y 2009, en una colonia menonita, inspira el relato al que otorga vida un espectacular elenco encabezado por Claire Foy, Jesse Buckley, Rooney Mara, Ben Wishaw y Frances McDormand (quien, además, oficia de productora). Veinticuatro horas serán decisivas para la vida de un grupo de mujeres que dirimirán qué hacer respecto a los actos de violencia que asolan el poblado. Disimiles puntos de vista acerca de traumas sufridos otorgan riqueza a una propuesta que se encumbra como una introspectiva mirada acerca de la criminalidad de los actos. Un ensayo de conciencia, porque las verdades nunca son absolutas. Polley, acertadamente, indaga en la fe, en el perdón, en la educación y en lo que provoca la falta de libertad. Estar a salvo es el objetivo, ajenas al alcance del hombre que las priva de ser. Tres palabras no se pronuncian a menudo: lo siento mucho. La base estructural de la propuesta es el diálogo continuo que se lleva a cabo en un único escenario, entre mujeres de diferentes edades que discuten sobre sus vidas. Con una mirada esperanzadora, “Ellas Hablan” puede entenderse como un canto al feminismo desde el respeto, la igualdad y el amor. Ellas habitan un mundo resquebrajado; delimitado espacio que no deja lugar al instante lúdico por parte de los pequeños que integran la comunidad. No ajenos al poder opresivo… ¿desampara Dios a sus hijos? Amenaza la seguridad aquello de lo cual no se quiere volver a hablar. Mejor huir, o reír. Porque la gente se ríe tan fuerte como llora. El tiempo cura, se anuncia, pero no hay camino cierto. El sendero de la violencia olvida el amor y violencia con violencia se paga para proteger a sus hijos. Ese amor allí no es fruto que inspire pensamientos violentos. Una sugerente banda sonora, rural y folclórica, interpreta con sentimentalismo este guion adaptado de la novela de Miriam Toews, mientras una fotografía ínfimamente saturada viene a fungir como perfecto simbolismo: el entorno no tiene ninguna belleza alguna de la cual presumir. El mañana persigue una historia diferente a las de ‘ellas’. La gama de grises elegida refleja la vida de estas mujeres, entre atardeceres y amaneceres que no deslumbran. La opacidad es total. La actriz y directora, musa del cine indie de los ’90 (preferida de autores como Atom Egoyan, Michael Winterbottom y David Cronenberg) logra transmitir el dolor con sólidas claves narrativas. Un grupo de mujeres a las que ciertas prácticas avaladas despojaron de sus bocas el vocablo ‘piedad’ tendrá entre manos la decisión más urgente e importante. El interrogante indica si huir o quedarse. El miedo a Dios manda y el pecado que prohíbe la entrada al reino de los cielos, implacable, promete castigo. El miedo apremia, por partida doble. Al hombre (sus respectivos maridos) y a qué se van a convertir sus hijos. El hombre es una figura sin rostro. Su presencia, amenazante, potente, no necesita rasgos faciales reconocibles. ¿Qué será de nuestra descendencia? El monstruo replicado, la peor amenaza. De modo inteligente, el largometraje hace hincapié en la injerencia de la educación para mejorar a las generaciones venideras. Educar para la toma de conciencia. Film de fuerte componente teatral, evidenciamos el reflejo de una lucha, noblemente encauzada. La disparidad de caracteres buscando convencerse, unas a otras, implica favorablemente al espectador. Como telón de fondo, la idealización de un mundo cerrado sobre sí mismo prefigura las fronteras de esta sociedad en capsula. Aislada y fuera de su tiempo, cuyas reglas y códigos de conducta son fuertemente machistas. “Ellas Hablan” visualiza y denuncia sobriamente una realidad aberrante, en donde niñas y mujeres son recurrentemente drogadas, violadas, apaleadas, humilladas y vejadas. Una situación abominable, terrorífica. Y lo más alarmante: establecida a lo largo de los años. El comportamiento perverso se reproduce, de generación en generación.
Tras su celebrado debut con la poderosa “Girl”, el director Lukas Dhont, nuevamente reunido junto al guionista Angelo Tijssens, concibe el drama “Close”, uno de los films más premiados de la presente temporada. Fue nominada a mejor película internacional para los Premios Oscar, obtuvo en el Festival de Cannes el Gran Premio del Jurado (ex aequo), fue nominada a mejor película de habla no inglesa para los Globos de Oro y obtuvo la misma candidatura para los Premios César. “Close” examina traumas que derivan de ciertos tabús latentes en una porción social propensa a estigmatizar y encasillar modos de vincularse bajo roles sexuales que se asignan señalando con el dedo. El frágil lenguaje de los cuerpos se dispone a relatarnos un luminoso cuento de amistad en una infancia que trasciende hacia las orillas de la pubertad. Para quienes crecer implica desconectarse de ciertas sensaciones para conformar y no incomodar, la brutalidad es un elemento que corrompe toda la ternura, instalando el miedo a no encajar con lo esperado. El exterior, que no cede en prejuiciar, se convierte en un ser hostil y de mil rostros, incapaz de comprender una forma sana de dar amor. Entonces, lo íntimo estará cerrado. “Closed”. Nos sentimos cómplices de una búsqueda interior resquebrajada, a medida que el film hace hincapié en la extrema sensibilidad con la que deben tratarse ciertos asuntos. Aquello que pueda acomplejar o cohibir a un niño durante su formación emocional y no poseer retorno merece suma atención. La estupenda gestualidad de la dupla de jóvenes actores prima por sobre los diálogos. “Close” indaga en el dolor, el amor, la libertad y el remordimiento. Técnicamente inobjetable, hace un inteligente uso del travelling y conserva dentro del cuadro la esencia de unos personajes que marcan con sobriedad el tono dramático de cada secuencia.