Introduciéndonos en un mundo oscuro y perverso, con reminiscencias del cine de terror religioso de los ’70, el film El Espanto aborda sucesos perturbadores que tienen que ver con el despertar sexual de un joven descendiente de una familia mapuche, que habita una casa de campo junto a sus padres. Allí, en medio de un panorama siniestro, aparecerá la figura de un sacerdote rural para cumplir un rol clave, alertado por los padres del adolescente. Con guión de José Celestino Campusano y un permanente acompañamiento de la música incidental, la historia es un thriller que combina el terror psicológico, lo sobrenatural y el suspenso, cuyo desarrollo está recreado en medio de un contexto desolado. El relato está basado en un hecho real, acerca en una masacre que ocurrió en los años ’70, la cual el guionista libremente recrea con el fin de sugestionar al espectador, bajo un planteamiento que aborda temáticas religiosas y prácticas zoofílicas desde un costado grotesco y macabro. Lo ingenioso de la propuesta de Lasso lleva a dudar sobre lo bestial que se sugiere, si efectivamente es verdadero lo que sucede o si en realidad forma parte de la imaginación de su protagonista. Producida por Noelia Balbo, El Espanto fue concretada de forma absolutamente independiente, rodada en una sola locación a lo largo de una semana durante el año 2016, su realización formó parte del proyecto desde el Clúster Audiovisual de la provincia de Buenos Aires y luego de dos años de postproducción el film está participando de numerosos festivales y proyecciones, destacándose su inclusión en el FESTIVAL DE CINE INUSUAL de Buenos Aires, edición 2018.
“Las Olas” fue estrenada en el reciente Festival de San Sebastián celebrado en el pasado mes de septiembre, y constituye el tercer largometraje Adrián Biniez, sucediendo a “Gigante” (ganadora del Cóndor de Plata al Mejor Film Iberoamericano) y “El 5 de Talleres”, respectivamente. El realizador bonaerense –radicado en Uruguay- consuma en su última obra un relato lacónico que intentará dar respuesta a inquietudes existenciales. Con un elenco encabezado por los intérpretes Julieta Zylberberg, Alfonso Tort y Fabiana Charlo, “Las Olas” se configura como una propuesta fuera de lo común. Desde lo observacional a lo costumbrista, el registro cansino de la narración se adivina como un calmado oleaje que va construyendo un film experimental, que a su paso arroja buenas dosis de sorpresa mientras nos disponemos a adentrarnos en su mundo por demás particular. Ese río de La Plata que divide las orillas de Buenos Aires y Montevideo es el escenario de esta historia, localizada en la entrañable metrópolis uruguaya. La historia utiliza al agua de mar como elemento transformador, mientras sigue la maduración de su personaje a través de las diferentes etapas de su vida (y sucesivas vacaciones), mediante constantes guiños nostálgicos acerca de la construcción de relaciones: desde las amistades de la niñez al noviazgo de adolescencia y de allí a la responsabilidad paterna. Nos encontramos ante un protagonista que va mutando a medida que el relato avanza y que necesitará de la complicidad del espectador para otorgar la cuota necesaria de introspección para hacer de esta aventura un momento revelador, como todo viaje hacia el interior de nuestro ser. Absolutamente despojada desde lo técnico, “Las Olas” abreva su mensaje desde la concepción de la vida entendida como una gran aventura en donde prima la incerteza. Todos los acontecimientos que conocemos acerca de este personaje, nos hablan sobre sus motivaciones y construyen una radiografía pormenorizada de este ser bien singular. Por otra parte, el guiño fantástico a las novelas de islas y tesoros nos resulta elocuente acerca de las influencias literarias que son parte de la cosmovisión del autor. Si bien el tono elegido para la actuación del protagonista (y la representación de las sucesivas edades que se nos muestran) no parece la elección más apropiada a fines dramáticos, nuestro héroe improvisado viaja hacia una dimensión onírica del que somos exclusivos acompañantes. La evocación como disparador emocional intenta, con mayor o menor atino a lo largo del metraje, hacernos partes de un naufragio emocional donde las mentadas olas otorgan un simbolismo evidente a esta indagación acerca del amor y el olvido. El secreto es descubrir que nos espera del otro lado de la orilla.
Juan José González es un joven decide incorporarse al ejército, dispuesto a comenzar un nuevo camino. Tiene 19 años y lo hace para satisfacer los deseos de su madre. Allí le asignan el puesto de tambor en la banda militar. Su ritual en el regimiento consiste en combinar el entrenamiento propiamente militar con los ensayos musicales al mando del instrumento. También es una metáfora de la ejecución militar, porque las instrucciones rígidas y las reglas para efectuar el instrumento de determinada manera, remiten al ritual del ejército. De manera que, su nueva rutina diaria combina entrenamiento de guerra con ensayos musicales. Allí, el tratamiento visual y sonoro nos ofrece una puesta en escena precisa, cuyo uso de planos, angulaciones y contraste en fuera de campo refuerzan el formalismo de esta mirada cinematográfica. El ejército argentino, una institución de tradición corrupta hoy es observada por el ojo público con pasiva inactividad y cuestionable autoridad. A lo largo de los últimos 35 años de democracia y aun manchada por sucesos condenables, la reputación del ejército nada tiene que ver hoy día con conflictos armados ni sangrientas dictaduras. El cine argentino está plagado de representaciones del Ejército que formó parte de la última dictadura militar, un tema que agotó su tránsito en nuestro cine, volviéndose cada vez más y más reiterativo. Sin embargo, el retrato que elige contar Manuel Abramovich es una historia particular y pequeña, acerca de la condición humana. Y como experiencia cinematográfica, no entrega al público todas las respuestas, sino las herramientas propias del lenguaje dispuestas para generar una subjetiva reconstrucción. Premio FIPRESCI en el Festival de Mar del Plata de 2017, “Soldado” combina escenas más observacionales, con otras de recreación ficcional, poniendo empeño en la potencia pura de la imagen.El director se plantea como objetivo un retrato neutro y seco, una radiografía de un soldado inmutable, inserto en una rutina inalterable y mecánica. Será tarea del espectador completar el sentido del documental con su propia interpretación, cuando el tema en cuestión invita a hacernos interrogantes acerca de un elemento tan sensible en la fibra social de nuestro pueblo.
Polaroid de locura ordinaria El veterano realizador sueco Jan Troell suma a su vasta filmografía un valido relato que mezcla el drama, el cine social y las referencias autobiográficas. De su autoría se recuerda Los Inmigrantes (Utvandrarna, 1971), un film que data ya de cuatro décadas y por el cual obtuviera nominaciones al Oscar y que cuenta en sus filas protagónicas a los enormes Max von Sydow y Liv Ullmann. Ambientada a principios del siglo XX en medio de una convulsionada comunidad sueca, la película narra la historia de cómo una mujer -una de las primeras fotógrafas suecas- enfrenta las adversidades que una sociedad desestabilizada le depara, así como al mismo tiempo también deberá sortear las crisis personales que le afectan irremediablemente con el paso de los años. Si Ingmar Bergman era el costado sugerente, onírico y poético del cine sueco, Troell representa la cara que expone el concepto social de un cine de indudable carácter y tradición. Con tintes autobiográficos (la protagonista de la historia es la abuela de Troell) el autor estructura su película en base a pretextos sociales y búsquedas artísticas definidas. Momentos que duran para siempre (Maria Larssons Everlasting Moments, 2008) es un mosaico de sensaciones y relaciones humanas que poseen una cuota de insatisfacción. Desencuentros amorosos, engaños y desilusiones varias confrontan al individuo ante cuestiones existenciales en donde el arte como expresión humana es un canal emocional valido y necesario. Troell, paralelamente, retrata a un pueblo y una familia conviviendo con la violencia y el miedo. El clima familiar es desgarrador y en permanente destrucción. Mientras tanto, afuera en el mundo, la realidad socio político entrega un quiebre que resignifica una época, plagada de crisis sociales, injusticia, hambre y desempleo. El sufrido rol de la mujer en la sociedad machista de comienzos de siglo es otro aspecto preponderante, aquí presa de los avatares que le provoca un marido irresponsable. La fotografía es ese oasis en medio de la tormenta, donde los momentos eternos pueden captarse y evadirnos de la realidad. Un punto de huida e inspiración fuera de una realidad que deja caer ante si su falsa fachada de aparente felicidad, de sólidas bases construidas y hábitos sanos. El vuelo visual del film es un gran apoyo a la hora de justificar el relato de un personaje desamparado, que busca sobrellevar la pobreza –material y afectiva- por medio de la fotografía. El autor, en un tono pausado, va jugando junto al espectador con aspectos referentes a la imaginación y sus límites a veces poco marcados entre ésta y la realidad. La instantánea fotográfica desnudará las penurias económicas, los problemas domésticos, la sociedad liberal, los amores secretos, los instantes que la retina no olvida jamás y la cámara fotográfica congelan en la eternidad. Es allí donde el film se asienta sobre las bases del retrato social: creencias políticas, la guerra, el matrimonio y la conflictiva adolescencia son varias de las aristas que con mayor o menor profundidad y con más o menos suerte, el film aborda. La cámara se convierte en los ojos de esta mujer, sus capturas son el deseo de detener el tiempo, aunque sea por un instante. La historia así deja ver la mirada sobre esta afición como una vía de escape a sus penas, y toda la carga dramática que estas esconden detrás. Allí el film se encumbra como uno de crítica social sosteniendo que en medio del caos -incluso- puede existir el arte, o la vida.
Sos de mentira, ya no servís Estamos frente a una comedia negra sobre el marketing encubierto, The Joneses (2009) es una crítica social que coloca los puntos sobre las “íes” acerca de la nulidad de criterio de una sociedad consumidora al extremo, de la que se observan serias carencias de comportamiento individual y un perseguir colectivo de la felicidad material. Una interesante propuesta para ver en la comodidad del hogar aún no estrenada comercialmente en Argentina. La familia Jones esconde un secreto. Como toda familia que se precie de ser perfecta, las mentiras se esconden y no dejan verse. En los Jones tal mentira toma un matiz altisonante: estos cuatro integrantes son en realidad empleados de una empresa de mercadeo encubierto que vende productos indispensables para el estilo de vida acomodado mediante alardes de la corrompida y sofisticada clase burguesa. The Joneses combina el drama y la comedia. Intenta reflexionar sobre un gran mal de la sociedad de estos días como es el consumismo. Una sociedad abocada a la pasividad y al inconformismo, despojada de valores culturales, los que han sido ultrajados. Donde el blanco mas vulnerable son los jóvenes, estimulados en el consumo de alcohol y estupefacientes, inmersos en un autentico paseo inmoral de vida salvaje. Allí cuando las agencias de publicidad nos aseguran la felicidad por el solo hecho de poseer uno de sus promocionados productos. Como asegura el tagline del póster publicitario: “Ellos no están viviendo el sueño americano, te lo están vendiendo”. Y esa verdad que se instituye como promesa de vida de los Joneses es el vivir en una mentira, que pasa delante de nuestros ojos y no nos damos cuenta, porque terminamos creando y creyendo lo que nos venden, como el súmum de la comodidad y el bienestar. Por momentos el novato Derrick Borte parece agotar su pirotecnia de ingenios en el planteamiento inicial de la historia, perdiendo algo de ese toque de ironía a lo largo del desarrollo de la misma. La superficialidad en la que conviven sus personajes termina por camuflarse en los propios designios argumentales del film el cual culmina con un mensaje moralizante que tiene que ver con los convencionalismos que el cine norteamericano ha alimentado por siempre. The Joneses no deja de ser un valiente intento, pero su desenlace desperdicia algo del desparpajo insinuado. El monstruo publicitario hollywodense se apodera del sarcasmo y también fagocita esa cuota de irreverencia tan necesaria. De todas maneras, una sociedad culpógena de su triste realidad puede ser el comienzo de una toma de conciencia de la futilidad y la insignificancia que la rodea.
No es otro cuento para niños Sugestivo como buen film de terror que se precie de serlo, Hansel y Gretel (Hansel and Gretel, 2007) da una vuelta de tuerca bastante ostensible al popular cuento infantil que le da titulo al film. Esta vertiente coreana y dark del clásico literario consigue mantener el interés y la inquietud a medida que su trama avanza. Basada libremente y con algunas especificas referencias al cuento de los hermanos Grimm, el film cuenta la fábula de una idílica casa de ilusión habitada por niños quienes, entre su mundo idealizado de juegos e inocencia, esconden el destino trágico que les deparará a los adultos. Con un matiz siniestro agregado a al cuento originario de la tradición medieval alemana, el film va descubriendo su propio potencial visual a medida que construye su impronta. Revelaciones complejas a lo largo del mismo nos harán participes de este tortuoso recorrido a la perdición, donde los caminos del bosque son apenas el comienzo de un cuento para nada feliz. Empleando con destreza y sin excesos nocivos los recursos cinematográficos mas mentados del j-horror, esta revisión truculenta de Hansel y Gretel se dota de un aura pesadillesca, apoyándose en una atmósfera opresiva y asfixiante. Yim Pil Sung se desenvuelve con soltura en el género y su mano creadora manipula y dota a la historia de interés gracias a su gran factura visual, algo que habla a las claras del talento aun por pulir de este realizador que va forjando su estilo. El film es un compendio de géneros que le sienta. Definida como una fantasía oscura que se nutre del thriller para adquirir su identidad genérica. Con puntos en común con films como El Orfanato (2007) o El Laberinto del Fauno (Pan,’s Laberynth, 2006) que también han tenido a niños como protagonistas, la historia nos habla de los miedos de la niñez, los mundos aparentes, la perdida de la inocencia y la dimensión psicológica de lo irracional. Lo que se dice, todo un mandato surrealista. Atrapados en un mundo de eterna niñez, esa prisión aislada del mundo exterior se revela como un arma disparadora de los temores humanos mas intrínsecos. Sin embargo, la inexperiencia del realizador le juega en contra a la hora de cerrar la historia, la cual será resuelta de modo más bien esquemático en términos narrativos y el clímax final no estará a la altura de lo esperado,. En su tramo final el film evidencia cierta falta de criterio y varios pasajes de más, tornándose por explicativa innecesariamente. Su reverso es una travesía de horror.
Plegaria para el sueño del niño El último film de Andrzej Jakimowsky trae a las carteleras locales un cine con mucha tradición. Con Roman Polanski a la cabeza, el cine polaco ha dado una notable cantidad de autores a lo largo de su historia. Un cuento de verano (Tricks, 2007) se nutre de sus antepasados cinematográficos y nos ofrece un pequeño retrato urbano, una fábula condimentada con las pequeñas tragedias de la vida real. En una alejada región polaca, un niño solitario y taciturno pasa sus días recorriendo las calles de su barrio. La figura de su madre apenas si interviene en la vida del chico, abandonado por su padre. El film aborda la ilusión de este joven por recuperar la imagen parterna y los trucos, juegos y artimañas que emplea para convencer a un hombre (a quien cree su padre) para que permanezca en el pueblo y se reencuentre con su familia. El film, al igual que la corriente cahierista de la Nouvelle Vague allá, en los años ‘60, valoriza los tiempos muertos de las acciones y contempla el transcurrir más elemental de la vida del hombre. Cercana también a cierto espíritu neorrealista, la película se adentra casi con documentalismo en lo cotidiano de su gente, su pueblo, sus calles. Andrzej Jakimowsky traza con paciencia y letargo la transición que representa ese periodo de la vida tan traumático como es el abrirse paso hacia el mundo de los adultos. La perdida de la inocencia, el fin de la ilusión, el descubrir la vida que espera del otro lado del umbral, son algunas de las temáticas que atraviesan a esta historia simple, pero conmovedora. Con la espontaneidad y la frescura que transmite la niñez, Un cuento de verano rescata con pureza infantil la magia del amor. Allí donde las vías ferroviarias sirven de escenario, el ir y venir del gentío que lleva y trae miles de rostros desconocidos no son más que el paisaje diario de un niño añorando el regreso de su padre.
La cita insufrible Resulta casi imposible despegar a la figura de Nia Vardalos del gran éxito que fue Mi Gran Casamiento Griego (My Big Fat Greek Wedding, 2002). Como sucedáneos de aquel notable acierto, la filmografía de Vardalos ha vivido bajo el peso que genera la obligación de volver a repetir una conquista que guarda un gran recuerdo en el inconsciente colectivo del espectador. Así como no lo estuvo exenta su reciente Mi Vida en Grecia (My Life in Ruins, 2009) tampoco lo estará, sin duda alguna, Al Diablo con el Amor (I Hate Valentine’s Day, 2009). La historia nos presenta a una florista (Nia Vardalos) que lleva consigo el fracaso reciente de una relación amorosa. Es entonces que en sus próximas citas pondrá en práctica una especie de teoría en la cual un conjunto de reglas a seguir le evitarán un futuro desengaño, y por ende volver a sufrir. Dicha teoría a priori infalible para la protagonista, es puesta a prueba cuando conoce a un candidato (John Corbett) que en cuestiones de citas parece ser su opuesto perfecto. Buscando recuperar la magia perdida, aquí las expectativas y la promoción del film se duplican, púes Vardalos ejerce el rol de directora y su co-protagonista es nada menos que John Corbett quien también contara con un rol preponderante en Mi Gran Casamiento Griego. Desde entonces hasta nuestros días Vardalos ha transitado estos terrenos de la comicidad con irregular suerte y, como señalado anteriormente, cada incursión en el género que sale a la vista es irremediable la comparación con aquel su predecesor, lo que trae aparejado la exigencia de repetir tales virtudes. Esta comedia romántica desnuda sus falencias desde muy comenzado el relato. Con fallidos intentos de querer pregonar un dogma sobre el amor verdadero, ironiza sobre ese periodo de enamoramiento y de conocimiento mutuo alertando de los peligros y las consecuencias que trae aparejado los daños sentimentales de una separación, momento al que debe evitarse por medio de un juego de citas. En gran parte este tropiezo puede explicarse en la falta de experiencia de Vardalos detrás de cámaras. Hoy Vardalos y Corbett lucen insípidos en pantalla y solo en contadas ocasiones logran transmitir algo de emoción genuina a la historia. Con el día de San Valentín como marco para su desarrollo, este film coral parece un compendio de todo lo que se debe hacer si uno pretende que la comedia sea un fiasco, algo así como un pequeño diccionario de fracasos asegurados: desde diálogos nimios que aportan poco y nada a la trama, pasando por un relato que transcurre en la intrascendencia total hasta llegar al ápice de la ausencia de imaginación. Uno puede fácilmente anticipar lo que va a suceder en la historia y eso es señal que no se han hecho las cosas bien. Esto se debe a que la trama esta inundada de pasajes comunes, sin brillo ni originalidad donde Vardalos transita poniéndose las ropas de una suerte de heroína para mujeres seducidas y abandonadas. Y no sin un enorme esfuerzo por tratar de llevar a buen puerto una historia a la que 90 minutos le son notoriamente exagerados. Como esa cita con la chica equivocada donde uno busca excusas para salirse del compromiso lo antes posible.
Apocalypsis now total! En un mundo amenazado con ser devastado por un virus mortal, acentuando la paranoia que puede provocar por estos tiempos la gripe A, Portadores (Carriers, 2009) cobra relevancia y se permite de manera inteligente jugar con algunos de los miedos más recónditos de la psiquis humana. La historia de Portadores se desarrolla en pleno siglo XXI donde el hombre es incapaz de combatir un virus que se ha esparcido por la humanidad convirtiéndose en una enfermedad mortal. Aislados de la civilización y en medio de un panorama desolador, cuatro jóvenes intentan refugiarse hasta que algo sale mal y solo el instinto de supervivencia podrá salvarlos. Con una temática que se ciñe al género fantástico, no se puede ignorar la carga dramática que representa el destino -de inevitable tragedia- para los personajes. Allí el film buscará indagar en situaciones de extrema angustia y dilema existencial. Como un acertado ejercicio cinematográfico, la película no abusará de la situación para regodearse en la tragedia. Sin obviar los parámetros más tradicionales del género –y sin contar con los mecanismos y los recursos de una superproducción- los cineastas Alex y David Pastor se inclinan por un análisis psicológico de caracteres, lo que no quita que por momentos queden presos de alguna que otra marca convencional de la industria. Con inconfundibles guiños a Mad Max (1979), esta roadmovie del fin de los tiempos también se permite abordar un costado de crítica social. Porque en esta carrera contra reloj la muerte puede ser una aliada y el destino trágico de un semejante puede ser el vehículo de la propia salvación, trastocando los valores morales de un núcleo social de por sçi deteriorado. Los hermanos Pastor logran inquietar y perturbar con destreza mediante el clima de tensión e incertidumbre que generan. A veces lo peor no es la enfermedad, sino el remedio.
Destinos Cruzados Lo curioso del último film de Alain Resnais es que por primera vez en su dilatadísima trayectoria va a adaptar una novela, L'incident perteneciente a Christian Gailly, si bien en temas de transposición ya había incursionado en la obras de teatro. A sus casi 88 años, Resnais nos sorprende gratamente con una historia de encuentros y desencuentros, explorando una vez mas las relaciones humanas y las existencias insatisfechas de dos extraños seres. George es un hombre maduro y casado. Un día encuentra la cartera robada de una mujer llamada Margarite y este hecho fortuito les cambiara la vida. El acontecimiento casual deviene en un simple gesto de agradecimiento de la mujer. La historia va dejando su tono de azar para convertirse en una obsesión casi paranoica, enfermiza y con destino de llevar un desenlace no de los felices precisamente. Un evento fortuito –la cartera robada- resulta el disparador para una serie de enredos que nos generan desconcierto y que dejan ver en su planteo la sensibilidad de este pionero de la ola francesa de los ’60 que, con trazo firme y la profundidad que acostumbra, viste una historia de gracia y a la vez melancolía. Lúcido y fresco como en sus mejores años, el creador de Hiroshima Mon Amour (1959) nos habla del azar, casi de una forma lúdica jugando con sentimientos y sensaciones que se despiertan en una relación humana afectada, justamente, por un golpe de suerte. El film plantea un juego tan extraño como seductor mediante personajes, diálogos y situaciones emocionantes, por momentos excesivos y desequilibrados, que son parte de la ironía con la que el autor de Noche y la Niebla (Nuit et Broulliard, 1955) nos cautiva y se nos hace irresistible, pese a sus caprichos de genio. Con sapiencia desenvuelve su narrativa encadenando momentos y géneros cinematográficos sin dar demasiado tiempo para encasillar al film en un thriller, una comedia o un drama. El jugar con esas marcas de género es parte del puzzle que se nos plantea para parodiar a los mismos y provocar aun más interrogantes sobre la naturaleza del ser humano cuando este ha perdido su eje y se encuentra fugado de su rumbo. La excentricidad que le caracteriza a Resnais no esta ausente a la hora de contar esta historia del modo que elige hacerlo para retratar una obsesión mutua donde entre lo inverosímil y en lo contradictorio se encuentra el factor sorpresa que juegan los imponderables de la casualidad y el destino.