En la vida de cada persona nada es del todo lineal, siempre se vuelve a una simultaneidad de pasados. Del mismo modo, en Un camino a casa -drama ficcional basado en una historia real-, los tiempos se mezclan. En 1984, Saroo (Sunny Pawar) está en medio de la imponente naturaleza de la India. Allí se lo ve, rodeado de mariposas amarillas, robando rocas junto a su hermano para luego cambiarlas en el mercado por dos míseras bolsitas de leche para llevar a su hogar. El pequeño quiere hacer todo lo mismo que esa figura masculina -cuasi paternal- a quien sigue como una sombra. Incluso una noche, cuando su hermano se va a trabajar, le suplica que lo lleve. Si las cosas ya no venían bien en medio de la miseria, todo empeora cuando en la salida a Saroo le agarra sueño y el hermano lo deja recostado en el banco de una estación pidiéndole que lo espere allí mientras resuelve la parte laboral. Cuando el niño despierta y no lo ve, comienza a desesperarse, y en medio de la confusión, se sube a un tren vacío que lo lleva a 1600 kilómetros de su casa.
Inés (Carla Crespo), escribe un libro sobre su pasado mientras espera la llegada de su primer hijo. Separada recientemente, emprende en soledad el embarazo, aunque con su madre (Rosario Bléfari) y su ex pareja (Juan Barberini) presentes durante todo el proceso. Él pretende que la mujer recapacite y vuelva a elegirlo, pero ella tiene como prioridad editar su libro antes de que el niño llegue y donar sangre para el banco de datos del Cuerpo de Antropología Forense, con un mismo objetivo: lograr cerrar una historia que tiene a su padre como protagonista. La casa familiar en el Sur hace de excusa para que tres temporalidades -distintas etapas en la vida de Inés- se intercalen teniendo al lago como el escenario de fondo y a los recuerdos como tema. En ese lugar, lo que llega, lo que se va, la infancia, los fantasmas, los momentos más alegres y los más dolorosos se encuentran.
El año pasado pudimos ver cómo los hermanos Coen rendían un sentido homenaje a la edad dorada de Hollywood con Hail, Caesar!, ahora le toca el turno de Damien Chazelle. Entre gags de comedia, piezas de musical filmadas en largos planos secuencias, citas a las grandes películas y figuras del star-system, La La Land narra la historia de amor entre Mia y Sebastian. Ella (Emma Stone) trabaja en la cafetería de los estudios Warner Bros, y va a todo casting que encuentra con la esperanza de que algún día la llamen, pero no parece tener éxito. Él (Ryan Gosling) es un pianista, amante del jazz que busca el modo de abrir su propio club en Los Ángeles. Tienen que pasar varios encuentros azarosos en medio de pequeñas multitudes hasta descubrir que son ese otro que, sin saberlo, andan buscando. De ahí en más, el relato nos enseña que no es necesario conocer a la persona más importante de tu profesión para lograr el éxito, sino encontrar a esa que motive y acompañe lo suficiente como para llegar a obtenerlo. original-1
Así como hay motivos para irse, hay motivos para regresar, asegura Louis (Gaspard Ulliel). En su caso el motivo es volver a su pueblo natal, tras doce años fuera, para darle a la familia una noticia: le queda poco tiempo de vida. Durante toda esta temporada, lo único que han sabido de este hombre fue por una seguidilla de postales, para las fechas especiales, pero nunca más de dos o tres palabras. Eso es él, según su madre (Nathalie Baye). Eso y una tímida sonrisa que cubre lo que piensa y siente.
Fatah Bellabes (Fatsah Bouyahmed) vive en medio del campo, en Argelia junto a su mujer Naïma (Hajar Masdouki) y sus dos hijas. En el establo duerme la tercera en discordia: Jacqueline, una vaca por quien Fatah siente un especial cariño y es el motivo de celos de su esposa. Él hace oídos sordos tanto a las escenas de su mujer, como a los hombres que se ríen en el mercado por cómo trata a su animal, y aprovecha los momentos a solas para prometerle que algún día irán al concurso de belleza del Salón de la Agricultura en Pa
Clara (Sonia Braga), vive en Aquarius, un edificio frente al mar, en Recife. Hasta su domicilio llegan los representantes de una megaempresa de construcción con una importante propuesta: comprarle el departamento por dos millones de reales. Ella se niega a vender. No queda nadie más en ese edificio, sus vecinos se han ido o muerto, pero la mujer no está dispuesta a que derriben el lugar por un negocio inmobiliario.
En una clase de pintura, como a la que ella solía asistir en su infancia, Cecilia Kang le pregunta a las niñas que concurren allí qué quieren ser de grandes. Seguido a eso, distintas escenas se concatenan, todas con dos factores en común: lo femenino y la sangre coreana toman el protagonismo. Se observa a mujeres en un almuerzo hablando de la necesidad de mudarse para no sufrir; recorriendo un shopping y en un cementerio con comidas y bebidas a modo de ofrendas. Un taller donde se muestra a otra de ellas -de quien la directora fue discípula- frente a cámara, un restaurant coreano, un bar exclusivo para la colectividad donde los jóvenes conversan, se sacan selfies y hacen karaoke: todas estas postales que filma la Kang intentan buscar una mirada alejada que le permita observar sus raíces con cierto exotismo. A partir de hacerse preguntas sobre ciertas naturalizaciones, el documental plantea otro modo de ver una cultura, cuestionando los discursos machistas que la atraviesan y donde, por ejemplo, las niñas se convierte en mujeres creyendo que su profesión no puede influir en su rol familiar e impera el deseo de las madres de que sus hijas se casen con hombres de su colectividad.
Jim Preston (Chris Pratt) despierta por un error. Él es uno de los cinco mil pasajeros de la nave espacial Avalon que va en camino al planeta Homestead II. El tema es que ese lugar está tan alejado de la Tierra que lleva ciento veinte años llegar, por tanto todos están en sus cápsulas de hibernación, y restan noventa años más antes de que vuelvan a la realidad. Cuando algo hace que una sucesión de fallas se desencadenen, y sin poder auto-repararse adecuadamente -ya que los tripulantes también están en sus respectivas cápsulas- la nave hace que Jim se despierte. Tras una ardua recorrida del hombre para buscar alguna respuesta acerca de lo que ocurre, se da cuenta que está solo allí, mientras todos duermen, y el único con quien puede charlar es Arthur, un mozo robot (Michael Sheen) devenido en su confidente y encargado, claro, de servirle los whiskys cada noche.
Sonja (Marie Hammer Boda) llega junto a su familia a un nuevo vecindario, en Sorgenfri, de casas bajas con césped prolijo y gente que se trata de un modo apacible. Gustav –Benjamin Engell como el hijo más grande de los Johansson- omnubilado por la belleza de la joven, se encarga de darle la bienvenida. Mientras tanto su hermanita menor juega con su conejo y mira todo lo que la televisión le ofrece. El clima cálido y natural, con sonrisas y tranquilidad da un giro rotundo cuando una anciana llega hasta una fiesta vecinal pidiendo ayuda urgente: su esposo dejó de respirar y se ha puesto azul. Cuando Dino Johansson (Troels Lyby) llega hasta su domicilio, el sillón está vacío y nadie sabe que sucedió con el hombre. Simplemente desapareció. En los noticieros, el alerta sobre una fuerte gripe comienza a correr, pero los pobladores no le dan demasiada importancia hasta que los primeros muertos aparecen y la ciudad queda en cuarentena. Las sirenas pronto se hacen oír, igual que los tiros. Los gobernantes no hablan y los noticieros desinforman. ¿Qué es lo que ocurre? nadie está del todo seguro de eso, sólo saben que si salen de sus hogares -los cuales están cubiertos con una especie de bolsas de residuos gigantes negras que no les deja mirar el exterior- todo puede empeorar.
Basado en una historia real ya conocida por muchos de nosotros -sobre todo por los que hayamos tenido la oportunidad de ver el documental Citizenfour, de Laura Poitras– la nueva película de Oliver Stone recae sobre la figura de Edward Joseph Snowden. Joseph Gordon-Levitt interpreta a este joven serio, de anteojos, en un recorrido que va desde sus días dentro de las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos en el 2004, hasta el momento en que entrega miles de archivos clasificados para que sean publicados en el periódico británico The Guardian.