Un joven de veintiséis años está decidido a consagrarse como escritor a toda costa, incluso teniendo que tomar un camino empantanado para lograrlo. Luego de hacer rebotar sus escritos por editoriales prestigiosas, mientras trabaja en una empresa de mudanzas, Mathieu Vasseur (Pierre Niney) va a parar a la casa de un hombre recientemente fallecido en donde encuentra sus diarios personales. El joven tiene una idea: tomar las notas del anciano sobre sus vivencias en la guerra de Argelia, pasarlas a computadora y publicarlas como propias. Su sueño se cumple: en poco tiempo se convierte en un escritor reconocido y no solo cautiva la atención de la prensa y editores –convirtiéndose en un claro best seller por el modo en que narra un acontecimiento que no presenció- sino también de Alice (Ana Girardot) una crítica literaria que hasta ese momento parecía inalcanzable.
Es verano de 1910 en la Bahía Slack, al norte de Francia. Dos familias opuestas se encuentran. Los Van Peteghems pasan con su carro último modelo, mientras que los Bréfort vuelven a pie de recolectar mejillones. Entre las dunas, los inspectores Machin y Malfoy -algo así como el Gordo y el Flaco, con una pizca de Tintin- están tras las huellas de un caso: turistas que llegan hasta esa zona están desapareciendo sin dejar ningún rastro. "Ma Loute" se basa en oposiciones. La clara diferencia entre los pertenecientes a la clase alta y la baja se remarca con tonos claros -sobre todo pasteles- en el vestuario de los primeros y decididamente oscuros en los segundos. Sólo cuando Ma Loute (Brandon Lavieville), el hijo mayor del barquero, se enamora de Billie –una niña que es también niño- la brecha parece quedar suspendida. En medio de la sorpresa de los Van Peteghem sobre el flamante amor entre esa pareja de outsiders, la distancia y la incomodidad de clase se hace imposible de saldar.
Los Ángeles, 1965. Alice (Elizabeth Reaser) vive junto a sus dos hijas (Annalise Basso y Lulu Wilson) en la casa que su marido recientemente fallecido les dejó como herencia. La mujer, algo chanta, trabaja leyendo manos con poco éxito, hasta que un día decide expandir su negocio y compra una ouija. Las tres reglas son claras: jamás hay que jugar solo ni en un cementerio y no hay que irse sin decir “adiós”. Y, ¿qué es lo primero que hace la madre? pone el tablero sobre la mesa y arranca sola, lo mismo que después hará la más pequeña de sus hijas. Sin respetar las reglas, las cosas entonces comenzarán a ir de mal en peor. Con una estética sixties, la película se desarrolla centrándose en Doris, la menor de las hermanas, una rubiecita con cara tierna -lugar común que siempre resulta cuando hay niños de por medio en las películas de terror- que tiene la posibilidad de hacer de medium y comunicarse con los espíritus que se convocan a través de la ouija. El primero es el de su padre muerto en un accidente de tránsito y el de un “nuevo amigo”, ese con el que conversa y la ayuda con los deberes de la escuela -no en vano sus compañeros de curso la tildan de rara.
Tomando como punto de partida el ignorar qué rayos están haciendo en Estados Unidos en diferentes aspectos estratégicos, el realizador con la gorra pegada, Michael Moore, comienza un recorrido por distintos países para ver de qué forma se los puede invadir. Siempre haciendo uso de una irreverencia forzada, el término poco feliz de invasión, le sirve al director para ir a cada uno de sus destinos con el propósito de llevarse de ellos lo que sirva para la cultura y un mejor desarrollo de Norteamérica. Italia es su primer destino. De ellos aprende la necesidad de otorgar ocho semanas de vacaciones pagas, para un mayor rendimiento de los trabajadores. De Francia toma la dieta nutritiva de las cafeterías escolares -con quesos de todo tipo, claro- y donde el almuerzo de una hora es una clase más donde los niños aprenden sobre una alimentación balanceada que les servirá para toda su vida. De Finlandia observa otros aspectos de la educación donde hay una menor cantidad de horas de clase y más de dispersión, pero donde lo importante es enseñar a ser felices y el respeto por el otro.
El reconocido Profesor Langdon (Tom Hanks) despierta en un hospital, con una conmoción cerebral. No puede recordar qué fue lo que le sucedió, sólo tiene algunas visiones aisladas y una doctora que lo intenta ayudar a que vuelva sobre sí, luego de explicarle que una bala rozó su cráneo. Mientras ésto ocurre, las persecuciones comienzan mucho antes de que el hombre comprenda el motivo de las mismas. Una mujer desconocida, vestida de carabineri, entra en el hospital e intenta dar con él de una forma poco amigable. La doctora Sienna Brookslo (Felicity Jones) ayuda a escapar al catedrático y lo refugia en su casa. Allí, Langdom -experto en simbología- trata de entender qué es lo que está sucediendo e idear un plan para poder escapar de los que van tras sus huellas.
Todo es demasiado raro en la vida de la joven Emma (Sofia Black-D’Elia): mientras comienza a enamorarse de su nuevo vecino Evan (Travis Tope), sus padres desaparecen sin dar motivo, y su mejor amiga, Gracie (Linzie Gray), es la primera víctima conocida de un virus que comienza a avanzar rápidamente en la población. Estados Unidos entra en cuarentena y Emma, junto a Stacey (Analeigh Tipton en el papel de hermana mayor rebelde), se encierran en su casa para protegerse. Mientras los medios no dan noticias certeras acerca de lo que está sucediendo, el único que lo explica en detalle es un joven incógnito a través de un video subido a internet -viralizado, claro. Pronto queda establecida la ley marcial, las comunicaciones se cortan y las revisiones de hogares comienzan a hacerse a diario, llevándose con paradero desconocido a los infectados.
Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge) es una médica francesa que llega hasta Polonia, como parte de una misión de la Cruz Roja, para atender a los últimos heridos de la Segunda Guerra Mundial. Un día acude hasta ella una monja que, quebrando las reglas de obediencia, se escapa del convento para pedir ayuda. Cuando ambas arriban al lugar, el panorama que se encuentra es bastante oscuro: un grupo de monjas embarazadas por el Ejército Rojo, solas, a punto de dar a luz. Nadie más que Mathilde sabe lo que ocurre, y están decididas a que así sea. El inconveniente es que la joven médica no da a basto, hay una barrera idiomática de por medio y, encima, las mujeres se encuentran reacias a que cualquier persona las revise. Sus cuerpos aparecen convertidos en un motivo de vergüenza, un padecimiento, algo de lo cual sienten culpa por tener y por haber incumplido el voto de castidad -incluso contra su voluntad. Mientras las calles de Polonia se llenan de huérfanos de guerra que juegan en las calles y hacen travesuras, las monjas dan a luz y luego entregan los recién nacidos a quien se encarga, supuestamente, de hacérselos llegar a alguno de sus familiares.
Después del estreno en 2003 de Yo no sé qué me han hecho tus ojos (co-dirigida junto a Lorena Muñoz), Sergio Wolf vuelve con un nuevo documental sobre Ada Falcón que, si bien no hace de continuación, sirve como su paralelo. Luego de la primera entrevista con la cantante, un accidente de autos (la maldición de Ada podrán decir algunos), hizo que la palabra de la mujer se pierda y queden sólo las cintas con el fílmico. Leer más... Un segundo encuentro con ella daría el material suficiente como para hacer el largometraje del 2003, pero cuando éste se pudo realizar, los años habían pasado para la artista y los huecos en su memoria se volvieron profundos, haciendo que parte de su discurso varíe y quede relativizado. Cuando una caja con las imágenes de la primera entrevista aparece, el director comienza una búsqueda exhaustiva por recuperar el registro sonoro que las acompañaba.
Don Evans (Alejandro Sieveking), el viejo capataz de una estancia en la Patagonia, toma las directivas de preparar a uno de los hombres que llega a trabajar en la época de esquila. ¿Preparar para qué? todavía no lo sabe, pero algo comienza a sospechar y a ver al Correntino -así lo llama- como una amenaza. Cuando la temporada pasa, el relato de "El Invierno" se desdobla y comienza a seguir el cause de dos historias: la del hombre obligado a renunciar por su edad y la del joven que toma su puesto. La rutina del trabajo estacional, de cinco de la mañana a cinco de la tarde, y su ritmo quedan descritos en detalle en la ópera prima de Emiliano Torres, ganadora del Premio Especial del Jurado y de la Concha de Plata por Mejor Fotografía en el Festival de San Sebastián. El Sur de Argentina es el gran escenario, mostrándolo en toda su grandeza a través de planos generales de sus paisajes, pero también en toda su crudeza con personajes que se aferran a las escopetas y a las botellas de alcohol para que el frío hostil pase más ligero.
Nadezhda (Margita Gosheva) podría haber sido una abogada exitosa pero optó por casarse y hacerse cargo de un hombre al que no parece amar pero tampoco es capaz de dejar, aunque le traiga más amarguras que alegrías. Todo en su vida parece ser motivo de conflicto: en uno de sus trabajos tiene un alumno ladrón, y ella no puede descubrir quién es; en el otro, el jefe incumple con los pagos por sus traducciones; en su casa, el marido ex-alcohólico la ha endeudado por un motorhome inservible, y las financieras van por ellos de manera rapaz. Con una casa y una hija a cargo -de quien apenas tiene tiempo para ocuparse- ella se ve obligada a pensar cómo puede hacer para conseguir el dinero suficiente para salir adelante. En un gris eterno, con matices cada vez más oscuros, la cámara se instala sobre la mujer y la sigue de manera invasiva en ese intento de darles una lección a los niños, a la vez que es consciente de que está cada vez más lejos de ser un ejemplo a seguir para ellos.