Los superhéroes han alcanzado tal dimensión en la pantalla grande que sus películas han empezado a volverse más y más complejas, con el uso de dichos personajes en géneros diferentes a los habituales de acción y aventuras –drama en The Dark Knight, thriller de suspenso en Iron Man 3-. Captain America: The First Avenger era una introducción como lo era Thor, una preparación a The Avengers que permitía explorar en detalle a Steve Rogers antes de ceder a la tentación del slow motion y las secuencias de combate vistosas. La primera mitad de esa película, con el recorrido del escuálido soldado por las filas de un Ejército norteamericano que lo rechazaba, era de lo mejor que Marvel había entregado, pero se abandonaba ante el ascenso a la gloria de la figura patriótica, conformándose con ser una más del montón. Captain America: The Winter Soldier no cae en ese problema y de principio a fin logra sostenerse, lo que permite identificarla fácilmente como una de las mejores producciones en solitario que la compañía haya hecho hasta el momento. Los hermanos Anthony y Joe Russo ofrecen un thriller político de espías propio de los años '70, en la línea de Three Days of the Condor –no por nada Robert Redford es uno de los protagonistas-, con idas y vueltas permanentes, sin poder confiar en nadie. Lo hacen con un ritmo vertiginoso, manteniendo la tensión en todo momento y no dejando que esta se quiebre. En términos narrativos, es un film impecable, así como en el resto de las facturas técnicas que hacen de esta una superproducción del género. El gran aliciente –que estaba presente en Iron Man 3 pero el affaire Mandarín impidió que se notara- es que se permite hacer declaraciones políticas y tomar postura sobre cuestiones importantes como el control gubernamental a los ciudadanos, la libertad y los aparatos represivos del Estado, todo sin necesidad de incurrir en posturas solemnes ni de engolar la voz. Es una respuesta a DC de que se puede hacer una película compleja y comprometida, sin perder de vista la fórmula de acción y comedia –no hay tanta como en la última de Tony Stark o la de Thor, pero sigue ahí- que ha estado presente en la construcción de este Universo Cinematográfico. Captain America: The Winter Soldier funciona a la perfección como una película en solitario así también como una parte dentro de la Fase 2. Iron Man 3 solo lo hacía en el primer aspecto, con consecuencias que solo afectarían a Tony y a los suyos pero sin incidencia en el entramado que los rodeaba. Esta, por otro lado, tiene un fuerte impacto sobre un Steve Rogers que debe cuestionarse todo lo que conoce, sus lealtades, sus motivos y el si debe o no seguir acatando órdenes. Pero así como la serie Agents of S.H.I.E.L.D. debe pensarse como una previa a los eventos que aquí se ven, los sucesos retratados en el film de los hermanos Russo, sobre todo lo sufrido por Nick Fury y su agencia, afectarán a todo el Universo en su conjunto. Chris Evans vuelve a mostrarse sumamente cómodo como el héroe de la bandera estadounidense, bien flanqueado por una cada vez más seductora Scarlett Johansson y por un Anthony Mackie que prueba ser una excelente adquisición para el ensamble de superhéroes. Se produce un desfile permanente de personajes en los que nadie puede terminar de creer, dado que los directores junto a los escritores Christopher Markus y Stephen McFeely se cuidan de mantener un velo sobre todos hasta que es el momento oportuno de desenmascarar al traidor. Uno solo desearía que Disney hubiera mantenido ese mismo resguardo al momento de trabajar en la campaña publicitaria, en la que revelaron la identidad del Soldado del Invierno cuando es uno de los objetivos de los cineastas el mantenerlo oculto. Así como la cuestión de las peleas merecía un apartado especial en The First Avenger, también lo necesita en The Winter Soldier. Se ha aprendido del abuso del slow motion –no todo es cool por una cámara lenta, gente- y los combates aquí son más duros, con los pies en la tierra, de golpes veloces que lastiman y se sienten. Si la memoria no me falla, solo hay una secuencia en la que se utiliza un ralenti y se aprecia mucho que solo sea así, porque la espectacularidad de la propuesta lo merece. En un terreno diferente, también hay un claro paso adelante en lo que a "villano" se refiere, dado que tras una serie de némesis que necesitaban más trabajo -Malekith, Aldrich Killian, Whiplash-, se ofrece una maraña de terror que tiene al guerrero del título como la tenebrosa cara visible. Como uno de los que no disfrutó plenamente de la primera parte y que consideró que había muchas cosas por mejorar, es notable cómo ha cambiado todo para bien de una producción a la otra. Captain America: The Winter Soldier tiene todo lo que se espera de una gran película de superhéroes. Se permite lidiar con asuntos complejos como el trauma post-guerra –Rogers puede haber despertado décadas más tarde, pero sus últimos recuerdos eran los nazis- mientras el héroe busca su lugar en un mundo que ya no conoce, todo a la vez que se explora el concepto de un peligroso panóptico y de que el fin justifica los medios –unos pocos deben morir para el bienestar de la mayoría-, sin perder de vista que se trata de un thriller repleto de suspenso, acción y comedia, lo que hace de él un combo difícil de superar.
RoboCop es un relanzamiento innecesario de un gran film de 1987 que todavía se sostiene. Superémoslo: las remakes, reboots, nuevas versiones, reimaginaciones, vinieron para quedarse. Desde ya que puede no gustar, de hecho si tuviera que elegir mi propia aventura, lo haría con un Hollywood que proponga ideas originales de forma permanente y que no vuelva constantemente a morderse la cola. La película dio lugar a dos secuelas –la segunda parte no está a la altura, la tercera es directamente mala- y a algunas series de televisión, por lo que hay que preguntarse: ¿es esto lo peor que se ha hecho a partir de la original de Paul Verhoeven? Desde luego que no y, a decir verdad, es una realización interesante. Uno de los aspectos que hacía de RoboCop un film destacado, era el tratamiento de la violencia y el alto contenido de ella, algo que también podía encontrarse en Total Recall. Menuda suerte la del cineasta holandés, que cada vez filma menos y las producciones que a él lo hicieron grande se vuelven a hacer, con presupuestos elevados a la décima potencia y con una calidad inferior. En esta nueva producción de un género que ha vuelto a pisar fuerte como es la ciencia ficción, todo vuelve a ser pulcro, prolijo, aséptico, sin aquellos elementos que convertían a las primeras partes en proyectos notables. Pero si El Vengador del Futuro modelo 2012 no tenía nada que presentar más que una actualización de efectos especiales, no se puede decir lo mismo del trabajo de Jose Padilha. En principio hay una diferencia pequeña pero fundamental, que lleva a las dos películas en caminos separados. En la original, Alex Murphy muere en la línea del deber. En este relanzamiento, el oficial queda críticamente herido. Es decir, en la primera se pierde al hombre cuando se gana la máquina, pero en esta nueva versión, cuerpo y robot se funden en uno. De este modo, la familia del policía cumple un rol preponderante. La de Verhoeven tiene una notable economía de personajes que no se da en este reboot, que ya desde el primer minuto presenta a uno tras otro de los involucrados. El hecho de que Alex siga vivo, ya de por sí, permite explorar una faceta novedosa, que es el cómo se siente él respecto a ser convertido en una máquina. Del mismo modo, la presencia de Clara y David es plena y no circunstancial como en la del '87 –esposa e hijo solo existían para mostrar a Peter Weller como hombre de familia-. Explotar el costado psicológico del personaje, el lado humano del robot, ya le da al director brasileño un plus de distinción en materia de nuevas versiones. La RoboCop del 2014 pierde en comparación con la original, pero tiene los suficientes puntos a favor como para sostenerse y no resultar lo peor que le ha pasado a la franquicia. Michael Keaton y Gary Oldman ofrecen interpretaciones destacadas y la existencia de varios sujetos nuevos –a quienes un grupo de figuras muy importante le pone el cuerpo- ayudan a apuntalar a un Joel Kinnaman que, si bien sale bien parado, necesita tener un equipo sólido que lo acompañe. El guión del debutante Joshua Zetumer parte de una base demasiado rica como para que su reposición sea fallida. Dicho esto, se permite jugar con algunas referencias a la original y plantea ciertas temáticas ausentes en ella, más allá de que lo haga con una falta de sutileza que preocupa –lo obtuso del Pat Novak de Samuel L. Jackson como ejemplo del poder mediático llama la atención-. Este descargo con brocha gorda en aquellos tópicos –la corrupción policial se retrata de la forma más obvia posible-, restan notablemente frente a una película original de fuerte crítica social y satirización del consumo de masas, entre otros temas candentes. Esta RoboCop amplía su espectro y, guste o no, es una producción que aspira a ser diferente. No se han jugado con el traje -que por fuera del hecho de ser negro no presenta serios cambios respecto al gris con el que todos crecimos-, modifica completamente el tono para hacerla una producción apta para todo público, prioriza el CGI por encima de los efectos prácticos y se ha mantenido dentro de ciertos parámetros que ya establecía la primera, como el hecho de que Murphy vaya detrás de su propio crimen. Aún así, dado que los reboots son un mal de la industria actual, es bueno ver que Padilha fue capaz de tomar cierta distancia y seguir detrás de algunas búsquedas propias. Compro esto por un dólar.
Machete acaba con los malos, salva el día y se queda con todas las mujeres. Y hace todo eso y más con la inconfundible cara de pocos amigos de Danny Trejo, un hombre que pasó por cualquier cantidad de cosas en su vida y que a los 69 años, tras décadas de ser el rudo secundario, se puede dar el lujo de encabezar una franquicia. Ese es el chiste en esta película de Robert Rodriguez y también lo fue en la anterior, un homenaje ya gastado al grindhouse –el movimiento viene desde el 2007-, a las producciones exploitation clase B, con escenas de sexo, violencia y gore, con metraje quemado y secuencias completas perdidas en la proyección. Ya es hora de decir basta y seguir adelante, pero el director evidentemente no lo tiene en sus planes. Machete es el nombre del personaje que el mencionado actor interpretaba en la saga Spy Kids, otro producto que se ha extendido por más tiempo del necesario en la filmografía del realizador. Reaparecido con un tono más adulto como un avance falso en Grindhouse, la producción doble que realizó junto a Quentin Tarantino, el mismo pasó después a tener un film que, con sus fallas, aún lograba funcionar. Rodriguez no se conformó con haber hecho una película a raíz de un trailer para un proyecto que no existía y hace otra, el problema es que repite lo producido anteriormente y no tiene nada nuevo que ofrecer en la mesa. Es que se sabe que la idea del federal mexicano está extinguida y que no alcanza para más que algún gag efectivo, por lo que se la llena de figuras que ayuden a empujar hacia adelante el concepto de parodia que sin mucho tino se propone. Así, al igual que en la primera parte, el hombre cuyo nombre aparece en el título es nuevamente un personaje secundario. Machete mata. Machete no twittea. Nadie conoce a Machete. Rodriguez plantea a su protagonista como una suerte de James Bond improbable, el federal mexicano que nunca muere y al que todo le sale bien. Al ser esa la idea central y que la gracia se sostenga en comentarios sobre su condición de extranjero, no se tarda en notar que el realizador y su guionista Kyle Ward no tienen otra cosa que entregar, por lo que presentan una inagotable lista de figuras en papeles menores para reforzar la broma, todas con mayor o menor participación. En Machete Kills su titular es otra vez un personaje secundario porque no se le permite salir del arquetipo en el que está planteado y así resulta mucho más interesante la presencia de Demian Bichir -en un rol más importante del que se podía inferir durante la campaña publicitaria- o de Mel Gibson, cuyo villano recién aparece bien adentrados en la segunda parte y para el cual se lamenta que no tenga más participación. Más allá de lo dicho, no hay que pensar que Machete Kills no tiene sus momentos. Es un producto de entretenimiento moderado, llevadero, pero con un tópico tan agotado que resulta curioso el encono de Rodriguez para con la franquicia. Austin Powers y Johnny English son ejemplos de parodias a la saga de James Bond, con la primera sobre todo como una especialista en ofrecer disparatados cameos de figuras destacadas de Hollywood. Con esos antecedentes, esta secuela tiene muy poco que la distinga más que la mexicanización del héroe de turno, un legendario agente incapaz de equivocarse. La broma divierte y su lista de actores ayuda –a pesar de que haya chistes que se espera funcionen porque sí, como que Charlie Sheen sea el Presidente o Lady Gaga una asesina llamada Camaleón-, pero no es suficiente. Menos aún cuando se considera que el tejano quiere llevar a cabo una tercera parte que seguramente no ofrecerá ningún aliciente más que un traslado al espacio.
El gran problema de Thor (2011) residía en el haber sido hecha como una previa obligada a The Avengers. Hulk e Iron Man habían tenido películas independientes del futuro ensamble, con la posibilidad explícita en los créditos de que un encuentro entre ambos podía darse, pero sin depender permanentemente de mostrar el premio que aguardaba al final del arcoíris. Un vehículo para que Kenneth Branagh volviera a abordar sus intereses shakesperianos, suponía un paso en falso para una Marvel que necesitaba de un film individual para presentar al cuarto Vengador, al futuro villano de turno e incluso a Hawkeye en un cameo. Thor: The Dark World, por su lado, tiene un fuerte vínculo con el resto del Universo Cinematográfico que la compañía ha dispuesto –hay una escena que no solo la conecta con la Fase 2, sino que presenta un McGuffin para la Fase 3-, no obstante no se apoya en ello en forma constante y esa posibilidad de un desarrollo propio es lo que la lleva a ser una mejor producción que la original. Esto no implica de ninguna forma que esta secuela dirigida por Alan Taylor (Game of Thrones) no tenga problemas, los tiene y son importantes, pero la película tiene fuerza y se permite avanzar, antes que nada como una corrección de las dificultades de la primera. De movida ya se nota un mejor balance entre lo que es la comedia y la acción, sin necesidad del recurso a lo payasesco de que el Dios del Trueno no se adapta a las costumbres terrestres. Es innegable el talento de Tom Hiddleston como actor –quienquiera que lo haya visto bailar, sabe que es un showman con todas las letras- y vuelve a superarse como el carismático villano Loki, capaz de tocar las mejores notas del film en lo que se refiere a humor y drama. Sí, Kat Dennings tiene más presencia de la que debería como un comic-relief permanente y las secuelas de The Avengers hicieron estragos con el doctor Selvig de Stellan Skarsgård, pero el film ha logrado imbuirse de la gracia que caracteriza a las producciones de Marvel y fue capaz de encontrar el tono adecuado. El guión de Christopher Markus y Stephen McFeely –la dupla de Captain America: The Winter Soldier- junto a Christopher Yost –de muchas series animadas de la compañía- demuestra un serio inconveniente a la hora de tratar a sus personajes, algo que Taylor tampoco atisba a corregir desde la dirección. Se trata de una dificultad propia de una carrera mayormente televisiva, que permite el desarrollo de estos a lo largo de distintos episodios. Por fuera de Thor, Loki, Odín y Jane Foster, es difícil interesarse por la suerte de alguno de los otros que aparecen en pantalla. Fandral, Volstagg y Hogun no tienen oportunidad de brillar cuando corresponde –el combate del comienzo, por ejemplo- y solo son un relleno hecho con caras conocidas con una ocasional participación, algo similar a lo que ocurre con Lady Sif, cuyo intento de interés romántico para el protagonista queda solo en eso. Este desaprovechamiento no se da con el Heimdall de Idris Elba, por otro lado, ya que este ha ganado suficiente peso como estrella en el último tiempo como para que se lo use más que hace dos años atrás. En términos de no explotar a sus figuras, algo similar ocurre en el caso de Frigga (Rene Russo), demasiado fría y circunstancial, pero peor es lo que sucede con Malekith y los elfos oscuros. Estos son villanos débiles, sin peso, carentes de emoción –la máscara inexpresiva que oculta sus rostros tiene algún significado, después de todo-, que no logran trasladar sus motivaciones a un público que se encuentra indiferente, sobre todo a partir de la compleja explicación que se requiere para dar cuenta del plan maligno. Aún así, Thor: The Dark World es una muy buena película en la línea de lo que Marvel ha acostumbrado a hacer. No asume los riesgos de la otra producción de la Fase 2, no aspira a ser un thriller de suspenso con un superhéroe como Iron Man 3 –Tony Stark demostró que hay un hombre detrás de las armaduras, el guerrero nórdico no puede dejar de usar a Mjolnir-, pero es un logrado film de acción y aventura que transcurre en diferentes mundos y supera con creces lo hecho en la original, que sólo interesaba cuando se desarrollaba en Asgard. Loki se confirma como uno de los grandes personajes que la compañía ha ofrecido en su salto al cine y, fundamentalmente, se avizora que hay potencial para que el Dios del Trueno tenga un tratamiento fílmico individual y no como un simple escalón hacia un ensamble más grande. Esta película no demuestra concretamente que Thor depende exclusivamente de él como para tener un lugar de privilegio –es decir, películas particulares- en el Universo Cinematográfico de Marvel, ya que la necesidad de Loki es una constante. Es, no obstante, un mejor esfuerzo que el de la primera vez y termina de confirmar que se está en el camino de hacerlo.
"Así que tu vida debe ser una completa mierda, sino no estarías aquí" (Joel, Adventureland, 2009) La industria no siempre premia el esfuerzo y son muchas las historias de quienes se cansaron de buscar su oportunidad mientras atendían mesas en un restaurante. Otras veces lo hace y gente que lo merece menos tiene la chance de su vida. Para Nat Faxon y Jim Rash, dos actores secundarios de mucha trayectoria frente a cámaras, el verdadero reconocimiento llegó detrás de ellas. Si, el segundo es un preferido del público por su destacado rol del Decano Pelton en la genial Community, pero el Oscar que recibió junto a su compañero por el guión adaptado de The Descendants -galardón compartido con el director Alexander Payne-, indudablemente fue el punto de inflexión en la carrera de ambos. El premio mayor al que puede aspirarse en Hollywood supuso el apoyo necesario para que pudieran ocuparse de su ópera prima, una película escrita cuatro años antes de aquella pero que no habían podido sacar adelante. El recorrido de The Way, Way Back viene desde hace mucho, mucho tiempo, cuando Faxon y Rash eran simplemente dos figuras de reparto. Ya en el 2007 su guión se había hecho un lugar en la Lista Negra de los mejores libretos no producidos por la industria, algo que la fuerza del señor Oscar pudo revertir. Llega años después de que lo hiciera Adventureland, una de las películas memorables de la última década, y con eso vuelve inevitable la comparación, no obstante esta juega en un terreno algo más acotado que le permite encontrar más diferencias que el hecho de transcurrir una en un parque de diversiones y la otra en uno acuático. Un Camino Hacia Mi es uno de esos films con los que uno difícilmente se moleste, es un trabajo cuidado, medido –en ocasiones puede llegar a pecar de excesivo en ese terreno-, de esos que llevan a que uno se sienta bien consigo mismo y con lo que se ve. Faxon y Rash no tienen más pretensiones que las de contar una historia pequeña, la de un adolescente incómodo de 14 años en busca de su identidad y su lugar en el mundo. Desde los primeros dos minutos logran algo muy difícil para cualquiera que siga su carrera, que es la de convertir a Steve Carell en un ser detestable. Su diálogo inicial con el joven Duncan es de lo peor que hará a lo largo del film, porque si bien parece decir las cosas con "buenas intenciones", en realidad lo que hace es destrozar a un chico en una edad delicada. No hay forma de no sentirse cercano a este muchacho, que ya no es un nene pero que sufre más de lo que debería. Liam James, que con 17 años ha trabajado bastante, hace una muy buena labor como el vergonzoso joven, encorvado y con una torpeza propia de la edad, que refleja en cada expresión facial su sentir en cada situación que los directores prepararon. Es que todo está dispuesto para él, algo que limita a la película y no la deja llegar a lo que podría haber alcanzado. Hay una razón por la que transcurre en un parque acuático en una zona de veraneo, así como Adventureland tenía lugar en un parque de diversiones. La idea es la del trabajo estacionario, durante el período de vacaciones, un tiempo de cambio para el protagonista que se abre a un nuevo mundo a partir de integrarse a un grupo de viejos conocidos que año a año vuelven a verse las caras en un empleo que no disfrutan. En la de Greg Mottola –que además tenía una banda sonora envidiable- conocíamos a sus personajes, nos interesábamos por ellos, todos tenían una historia, un contexto que los hacía regresar una y otra vez a limpiar vómito de la montaña rusa o a entregar animales de peluche a los ganadores de cada juego. The Way, Way Back hace referencia a un pasado desde el título, pero este en realidad no existe. Sam Rockwell es la persona que todos quieren conocer. Amigable y extrovertido, es quien ayuda a Duncan a soportar su miseria. Pero el argumento mismo lo vuelve un personaje circunstancial. Al no ahondar en sus propósitos o su vida por fuera de los toboganes y las musculosas, no es más que alguien que ayuda al chico a sobrellevar con una sonrisa algunas situaciones que se le ponen en frente, sin diferenciarse de los papeles que Maya Rudolph o los propios Rash y Faxon interpretan. Que los directores hayan confundido la sencillez de la historia con una visión de túnel, no oculta el hecho de que es una buena película. Lo estrecho del relato resiente su resultado final, no obstante en líneas generales es un film cálido, acogedor y veraniego, que no necesita de chistes sobre computadoras, redes sociales o cultura general para convencer a su audiencia de que compre lo que se vende. Es una oportunidad para que el importante elenco de figuras se luzca en sus actuaciones –es digno de elogios tanto lo de Carell como lo de Rockwell, Toni Colette se repite-, para que el público sienta la recompensa de una historia bien contada y para que la dupla de eternos secundarios convertidos en guionistas y ahora directores, tengan la posibilidad de volver a lucirse.
"¿Who watches the Watchmen?" (Alan Moore, Watchmen, 1986) La primera vez que vi Kick-Ass tuve un problema que finalmente superé en posteriores visionados hasta identificarla como una película realmente buena. Me costaba lidiar con la fórmula de humor y violencia salvaje, capaz de pasar de un acto risible de torpeza y genuina locura del protagonista hacia una secuencia en la que un hombre es quemado vivo delante de los ojos de su hija. Kick-Ass es irónica y por eso la mezcla de géneros funciona, algo que no detecté en un principio. Transcurre en un mundo real, donde los superhéroes pueden no existir pero sí lo hacen los sujetos heroicos, y cuando las cosas se ponen peligrosas y la muerte es una opción real, la sangre brota de verdad y no hay miedo de ensuciarse las manos. Matthew Vaughn, que ya había hecho las cosas bien con Layer Cake (2004), logró con ella un acierto real, una película autoconsciente que traía aires de renovación en un género –el de los superhéroes- que había empezado a abrirse su camino propio, y se convirtió junto a Mark Millar, el creador del cómic, en una suerte de voz autorizada en lo que a transposiciones se refiere. Y entonces es lógico que se estrene una secuela. Kick-Ass 2 es una buena continuación, una progresión que sigue un lineamiento provisto años antes por Alan Moore, el autor de Watchmen. El alza de hombres ordinarios como héroes enmascarados en los años '40, la era de los Minutemen, está caracterizada como el tiempo de sensación de Youtube del solitario Kick-Ass –un Rorschach moderno y aceptado socialmente, por ser menos maniqueo, psicópata y violento-, lo que conduce al surgimiento de una serie de figuras de diversa estofa con motivaciones particulares, que acaban por ser prohibidos por las autoridades y perseguidos por las fuerzas de seguridad estatales. La historia fue demarcada a mediados de los '80 en la mencionada novela gráfica del autor inglés, con un argumento revulsivo que miraba la figura del superhéroe a través del cristal de la opinión pública y los temores de la sociedad. La secuela de Kick-Ass anticipa algo así, lo hace asomar, pero descarta mucho de lo obtenido por un tratamiento burdo que hace a un lado lo irónico en pos de un humor más berreta. En su adaptación, Jeff Wadlow hace a un lado el trazo fino del sarcasmo y opta por una comedia básica que juega mucho en el terreno de lo escatológico. Aquí sí se produce entonces la dificultad para conciliar un género con otro, porque la violencia es igual o más seria que la de la primera parte. No hay personaje que no pueda ser eliminado de la forma más cruenta posible, la muerte es capaz de tocar el timbre de cualquiera. Y ante semejantes tragedias que atraviesan los protagonistas, el chiste propio de películas universitarias directas a DVD no cuaja. Kick-Ass 2 compensa su dificultad en el terreno del humor con importantes dosis de acción, algo de drama y con la presentación de notables individuos nuevos, renovando plantilla tanto en el lado de los buenos muchachos como en el de los villanos. Juega con una relación paternalista entre Javier (John Leguizamo) y el Chris D'Amico de Christopher Mintz-Plasse que progresa por lógica hacia El Hijo de Puta, a la vez que refleja por otro lado el empuje de Dave por querer ponerse la máscara otra vez por oposición a su papá y las restricciones de Mindy de volver al ruedo por respeto a su tutor. Los padres siempre fueron una parte importante en la primera y el lidiar con la pérdida de los mismos es una clave de esta segunda, sobre todo cuando Kick-Ass se siente más cerca del genial Coronel Barras y Estrellas –Jim Carrey es de lo mejor que tiene para ofrecer la película, es una lástima que se haya arrepentido de hacerla- que del hombre que lo crió. Si bien defrauda por no poder recapturar del todo un espíritu original, Kick-Ass 2 es una más que digna segunda parte. Wadlow puede ser responsable de ciertas decisiones o criterios que perjudican el resultado final, pero en definitiva logra ofrecer una continuación coherente. El camino del héroe como arco central es el núcleo duro de esta secuela y también lo es de la primera. Fácilmente se pudo haber tocado un techo creativo en torno a los personajes, con una mera extensión de lo alcanzado anteriormente y con un simple reemplazo de Big Daddy por otro adulto sediento de justicia. El desarrollo de cada uno de los participantes es uno de los principales puntos a favor, por el contrario, profundizando líneas argumentales planteadas en la original, como la búsqueda de una vida normal y el interés por hacer una marca, positiva o negativa, en el mundo. Kick-Ass debe lidiar, como ocurre con otra franquicia autoparódica y celebratoria como es The Expendables, con la dificultad de encontrar el tono justo entre la comedia y la acción, algo que podría perfeccionar con una tercera parte. Y ojalá que el cierre de trilogía vuelva a contar con Hit-Girl, uno de los mejores personajes que el género entregó en mucho tiempo.
Captain Phillips es una película necesaria en la carrera de muchos de los involucrados en ella. Es que con una premisa sencilla y sin demasiadas pretensiones permite barajar y dar de nuevo, especialmente para su director y su protagonista. Porque si bien es indudable que Barkhad Abdi, quien trabajaba como chofer al momento de ser elegido para interpretar a uno de los piratas somalíes, se ha encontrado frente a una gran oportunidad, la realidad es que tanto Tom Hanks como Paul Greengrass logran sacudir ese resentimiento en los músculos que les dejó haber hecho cosas similares durante tanto tiempo. El realizador se ha vuelto un sinónimo del "shaky cam" (cámara temblorosa), técnica que convirtió en fetiche y que ha llegado incluso a perjudicar su propio trabajo. Desde ya que la cámara no para de sacudirse en Captain Phillips, no obstante esto se siente correcto y se muestra como una variante interesante de explorar, su marca personal funciona a la perfección arriba de un barco, donde el movimiento es una constante inevitable. Hanks, por su parte, en los últimos años ha optado por una filmografía acomodaticia y libre de riesgos, una zona de confort que bien podría ser digna del directo a video (Extremely Loud & Incredibly Close, Larry Crowne) de no ser por el peso que su nombre aún tiene. El actor optó por dejar de abrirse hacia terrenos inexplorados y en casi una década no ha tenido roles destacados (su Viktor Navorski de La Terminal es el último), acercándose al Robert Langdon de los libros de Dan Brown que tampoco lo han ayudado. Y si Cloud Atlas fue un comienzo en la búsqueda de nuevos desafíos laborales, su interpretación del capitán Richard Phillips es una confirmación de que se dirige en ese sentido. El hombre no es un héroe, aunque las circunstancias lo hayan convertido en uno. Es quien lidera un buque de carga en su tránsito por las peligrosas aguas internacionales cercanas a Somalía y, como buen capitán de barco, es quien debe tomar responsabilidad frente a cualquier infortunio. Hace de tripas corazón y gana fuerzas al enfrentar una amenaza para la que no está preparado o para la cual los simulacros no ayudan. Y Hanks ofrece una actuación descarnada, sincera y emotiva como hace años no entrega, con un llanto desesperado, un quiebre del espíritu tan honesto y real que toca todas las fibras de nuestro ser. Esto lo hace en el marco de una historia muy bien llevada por Greengrass, con un ritmo notable que impide que esta se caiga aún con sus 134 minutos de duración. Estos, que parecen extensos a sabiendas de qué es lo que ocurrirá con el barco desde la sinopsis, no se sienten pesados, gracias a una conducción dinámica del realizador y a un guión como el de Billy Ray que elige no caer en solemnidades o golpes bajos. El patriotismo bien pudo haber hecho destrozos en este film y sin embargo no es así, dado que en ningún momento se percibe una parcialidad semejante. De hecho director y escritor se ocupan de mostrarnos las motivaciones del personaje que interpreta de forma excelente Barkhad Abdi –uno de esos no actores que la rompen en su primera prueba delante de cámaras-, enseñándonos que él también es preso de las circunstancias y haciéndonos mover como un péndulo ante dos individuos que, si bien están enfrentados, en cierto sentido son víctimas. Greengrass tomó distancia de Matt Damon y volvió a retratar un acontecimiento real de secuestro de un medio de transporte masivo como hiciera en United 93. Lo hace como él sabe hacerlo, con una narrativa tensa y apasionante, sostenida a lo largo de más dos horas y con el quiebre en el punto justo, cuando espectador y personaje ya no pueden tolerar una agonía que devuelve a su intérprete al centro de la escena.
Con Caíto, su cortometraje del 2004, Guillermo Pfening retrataba un día en la vida de su hermano, un joven para el que las tareas cotidianas que se hacen en automático suponen un gran esfuerzo a raíz de su distrofia muscular. El actor retoma aquel trabajo para su debut cinematográfico, un proyecto personal cargado de amor con el cual elude las clasificaciones. Pfening lleva adelante un documental sobre la película que su hermano encabezará, un diario del rodaje de una ficción que Caíto protagoniza y que a su vez se basa en él, mezclando elementos del día a día y aspectos del trastorno genético con detalles de la producción. Este acercamiento experimental funciona y tiene una duración justa, dejando el camino libre para que la ficción se haga cargo del resto del metraje, con imágenes muy bellas acompañadas de una gran banda sonora, que culminan en un emotivo final para el que las palabras sobran. Por tratarse de una producción de alto contenido sentimental, por momentos circula por una fina línea que la separa del golpe bajo, volcándose hacia ese lado en algunos pasajes que dan cuenta de cierta artificialidad y que aparentan una "puesta" para las cámaras.
Vin Diesel es un hombre afortunado. Ha hecho las películas que quiso y, a diferencia de lo que pasa con muchas figuras, la vida le ha dado una segunda oportunidad en la industria. Una vez más, a los 46 años, se encuentra en un punto álgido de su carrera, a más de una década de haber dejado pasar el tren que para muchos solo pasa una vez. Hacia el 2001, el actor había encabezado tres films que a su estreno reflejaron potencial de continuidad, The Fast and the Furious, xXx y Pitch Black. La razón por la que 2 Fast 2 Furious incorporó a Tyrese Gibson o por la que xXx: State of Union fue liderada por Ice Cube es porque el hombre detrás de Dominic Toretto eligió protagonizar The Chronicles of Riddick, un notable fracaso de taquilla que no vio nadie. Esta introducción no es casual, porque para entender a Riddick es necesario entender a Diesel y lo que ha pasado. Es obligatorio saber que se fue en picada durante 5 años –un mimo al alma debió haber sido ponerse a las órdenes de Sidney Lumet en uno de sus últimos trabajos, ¿pero cuántos pueden decir que han visto Find me Guilty?- hasta que Fast & Furious, esa suerte de reboot a cargo de Justin Lin, lo recuperó y devolvió al estrellato. El actor es uno de los más agradecidos de Hollywood, un hombre cercano a su gran base de fanáticos, un hombre de familia que quiere a los suyos y que elige hacer lo que le gusta. Y el ama a Richard B. Riddick. Pitch Black fue una buena película. Lo pensé la primera vez que la vi por Cinecanal cuando esta llegó al cable. No creí en la posibilidad de una secuela, después de todo se trataba de una producción pequeña, pero sí que había un gran personaje central, un antihéroe de aquellos, que podía dar mucho más que hablar. Los productores de The Chronicles of Riddick no entendieron lo que funcionaba con la primera parte hasta que los números del rotundo nocaut en las boleterías empezaron a llegar. La primera tenía un presupuesto bajo que duplicó y logró calar en cierto sector de la audiencia, que la tomó como un film de culto. La segunda siguió ese mismo derrotero, pero como costó el triple que la original, las cuentas no cerraron. Eventualmente su salida en el formato hogareño le dio la tracción que necesitaba y las pérdidas no fueron tan cuantiosas como se supuso, pero el daño estaba hecho. Pero pesar de haberse aguantado el descenso por años y tener que esperar para volver a jugar en primera, Diesel nunca se olvidó del mercenario intergaláctico y menos aún de quienes lo bancaron. Para él y ellos es esta nueva entrada en la saga, aunque no solo está dedicada a los seguidores, ya que no hace mucha falta haber visto la segunda parte para poder entenderla. Riddick es una bienvenida vuelta a Pitch Black, en todo sentido. En principio desde lo presupuestario, con un significativo recorte de los gastos de una secuela que se extralimitó al considerar el alcance de la saga, lo que llevó a acotar a esta producción hacia un terreno más conocido y manejable. Escasa cantidad de personajes, mínimas referencias a la mitología furyana y un planeta desolado repleto de peligros, son las claves de este retorno a los orígenes, sencillo, crudo, sin las pretensiones de grandeza de la segunda. No apta para todo público, cargada de violencia, insultos y sangre, es la película que el antihéroe necesita. El sol vuelve a calcinar la tierra, la lluvia anticipa la carnicería y los eventos de Pitch Black regresan para el deleite del público y para atormentar a Riddick. Un intento fallido fue lo que David Twohy necesitó para hacer la verdadera secuela a la original. No aporta nada necesariamente nuevo a la mezcla -la calificación para adultos es un plus, sí- y se apoya de forma completa en ella. Cuenta con esos diálogos algo torpes que quizás suenan incluso peor en boca de Vin Diesel, pero este tiene la actitud y la espalda suficientes como para sacarlos adelante. Hasta incluye uno de los mejores momentos de la franquicia, fácilmente identificable, cuando este forma una pequeña amistad con una suerte de chacal extraterrestre. El tener fuerzas renovadas en la taquilla de la mano de las secuelas a la potencialmente interminable saga Rápido y Furioso, el haberse vuelto una figura de acción reconocible una vez más -algo que es una rareza para actores menores de 50 años, como Jason Statham- y su próximo ingreso al Universo Cinematográfico de Marvel son consecuencia de su trabajo constante y dedicación a su público. Riddick es el ejemplo de un hombre que no olvidó quién es, y habló del mercenario tanto como del actor que lo interpreta.
James Wan claramente entiende lo que hace y sabe cuándo es hora de decir basta. El malayo saltó a la fama hace casi una década atrás cuando introdujo a Jigsaw y a sus juegos del miedo, pero no se quedó en la comodidad del gore básico y las secuelas permanentes que han llevado hasta un Saw 3D, la séptima en la franquicia. A ello lo siguió con un débil uno dos en la forma de Dead Silence y Death Sentence –tengo un grato recuerdo de esta última-, dos películas del 2007 que no le hicieron mucho favor. Tres años más tarde volvió a llamar la atención con Insidious, un film de terror que tomaba distancia de los baldes de sangre y la pornotortura que había ayudado a instalar, una producción de género de bajo presupuesto y de trabajo artesano, más en la venia de la búsqueda de una atmósfera que en la del susto simplista. Como si de un patrón se tratara, tres años más tarde vuelve con dos golpes separados por cuestión de meses. Uno fue perfecto, The Conjuring, el cual le dio la chapa que detenta actualmente como una suerte de renovador dentro del vapuleado terror. Este no era fácil de seguir, menos con una secuela. El haber hecho Insidious: Chapter 2, quizás explique el por qué su próximo trabajo es Fast & Furious 7. Wan no puso distancia con su primer puñetazo y lanzó toda su potencia con el segundo, sino todo lo contrario. El Conjuro es su mejor película y La Noche del Demonio 2 padece de las comparaciones, primero porque la otra todavía sigue en cines, segundo porque no es la mejor forma de seguirla. Esto no implica que se trate de una producción pobre, de hecho es una buena secuela y eso dice mucho, pero sí palidece en relación a lo alcanzado por el director con su última entrega. Si hay algo destacable de esta realización es el hecho de sentirse como una segunda parte orgánica. La primera resultó en el film de mayor rentabilidad en el 2010, multiplicando en forma exponencial su ínfimo presupuesto, lo que llevó a una inmediata luz verde de parte del productor Jason Blum y equipo para una continuación. Si bien se dejaba una puerta abierta para una secuela, es evidente que no se trató de un simple gancho y que hubo dedicación en pensar cómo continuarla. El final fue un moño, pudo servir para cerrar en forma adecuada el paquete o como una invitación a desenvolver una nueva historia, algo que marca una llamativa distancia respecto a la franquicia Paranormal Activity creada por Oren Peli -que casualmente es productor aquí-, con la cabeza igualmente puesta en la recaudación pero con menos esfuerzo en materia de guión. Insidious: Chapter 2 funciona. El trabajo artesanal que se le destacó a Wan todavía está presente, en un film más atmosférico que de miedo. Una continuación directa de su antecesora -inicia su derrotero minutos después que el fin de la otra-, se recuesta mucho sobre ella y por momentos la recrea literalmente. Empieza el juego con una historia de corte más "realista" que la que se presentó en la primera -no hay una entidad demoníaca como en aquella- y abre varios frentes para tratarla de forma coherente en el ámbito temporal en los que está inserta. Así evita caer en una mera repetición de la fórmula, con el abordaje de un argumento con tintes de suspenso para dar cuenta de qué es lo que en verdad ocurre con estas proyecciones de las que la familia Lambert es víctima. Es cierto que el guión de Leigh Whannell goza de una rigurosidad nula en lo que se refiere a lo policial, con la improbable resolución de un caso de décadas de antigüedad en forma inmediata. Pero es un ejercicio que se agradece si se tiene en cuenta que la alternativa sería un calco de la primera parte, con una simple inversión de los roles entre padre e hijo para ver quién es el que rescata y quién es el rescatado. La película no depende exclusivamente de las actuaciones de Rose Byrne y de Patrick Wilson, dado que los secundarios cobran mayor protagonismo y se convierten en partes fundamentales, haciendo mover la trama por su propia cuenta. El núcleo duro de la familia Lambert por un lado, la proyección de Josh en el otro mundo y los investigadores de lo paranormal junto a Barbara Hershey, cada grupo conduce su etapa de la narración. Este avance en tres caminos diferentes debilita el resultado final, tras una llegada a destino que se siente gastada a diferencia de lo que hubiera sido una narrativa más compacta. Ocurre que durante buena parte de su metraje, el espectador está frente a dos o tres historias diferentes y en apariencia totalmente desconectadas. Este desconcierto eventualmente llega a buen puerto, cuando se evidencia que todo -incluso los eventos de la primera- estaba en relación. Pero el recorrido a los tumbos, las repeticiones respecto a la anterior y la idea de que se ha llegado a una suerte de techo creativo, son suficientes como para creer que el paso de Wan hacia la acción rápida y furiosa es una decisión acertada.