En apenas un par de años, Jordan Peele se ha instalado como un necesario aire de cambio en el terror. Un ávido fanático del género, desde sus sketches de Key & Peele daba cuenta de un acabado conocimiento en la materia y sus códigos, herramientas que trasladó con éxito hacia su aclamado primer largometraje como realizador, Get Out. Aquel no solo fue una de las grandes sensaciones del 2017, el cual coronó con un Premio de la Academia por su guion original al año siguiente, sino que además pavimentó un presente de éxitos para el novel realizador, también productor de la reciente BlacKkKlansman y del relanzamiento de The Twilight Zone. No eran pocas las expectativas por su segundo trabajo detrás de cámaras. Contundente, pero menos redonda que su ópera prima, Us es otra muestra de la capacidad del cineasta para trabajar en un género que ama, en tanto que tiene el potencial de instalarse como una fuente de intenso debate.
Con The Prodigy me encuentro con una situación particular. El hacer la crítica de la película que vi y disfruté o de la que sé que es. Entiendo que el planteo pueda generar ciertas dudas, pero lo cierto es que mi experiencia se vio radicalmente afectada por una situación personal repudiable: llegar tarde a la función. Sí, unos cinco o diez minutos de demora cambiaron completamente la óptica con la que vi este film de terror. Al buscar aquello que me había perdido descubrí, muy a mi pesar, que se trataba de una secuencia que por alguna razón revelaba las cartas demasiado rápido. Un absoluto sinsentido si tenía en cuenta que lo que acababa de ver en pantalla mantenía en vilo al espectador, que descubría la incógnita junto a la protagonista. Subestimar a la audiencia es grave, sobre todo cuando genera tanto daño al propio proyecto.
Con el estreno de Captain Marvel, el Universo Cinematográfico salda una deuda pendiente desde hace años, al poner a una mujer por primera vez al frente de una de sus películas. No fue Black Widow, como siempre se hubiera supuesto, la que sacó al MCU de su déficit sino que se introdujo a una superheroína poco conocida para quienes no son del mundo de los cómics. Carol Danvers es una poderosa y noble guerrera de habilidades inconmensurables, cuya única referencia dentro de este armado colectivo era su logo en el final de Avengers: Infinity War, cuando Nick Fury dedicó sus últimos instantes de vida para solicitar su ayuda. Inmediatamente establecida como la única capaz de equilibrar la balanza contra Thanos, necesitó su film individual para desarrollar sus habilidades e instalarse ante una audiencia global. Y lo hace, con lo que el objetivo puede darse por cumplido. Pero lo hace con una película que sigue los pasos de 20 anteriores, y que no ofrece demasiado cambio a una fórmula que ya es suficientemente familiar.
Facundo Arteaga zapatea con pasión. Entre sus quehaceres cotidianos –clases de baile, atender a su familia, el trabajo en el campo-, se prepara para competir una vez más en el Festival Nacional de Laborde, el súmmum para un bailarín de malambo. Entre los ganadores de dicho evento hay una regla tácita, un código inquebrantable. Coronarse campeón implica no volver a competir en esta danza tradicional, por el resto de su vida. Una vez campeón, se es campeón por siempre. No hay que defender la corona. Llegar al olimpo es quedarse en él. La gloria supone una renuncia personal, pero una vida en el podio lo vale. Y eso lo entiende Facundo, que una vez más va por el campeonato.
Happy Death Day fue una agradable sorpresa, con una bienvenida vuelta de tuerca a la Groundhog Day dentro del gastado terreno del slasher. Como buena película nacida del modelo Blumhouse, se presentó como una propuesta original de género con un presupuesto bajo, el cual multiplicó con creces en la taquilla mundial. Aquello básicamente garantizaba una segunda parte y así se llega al estreno de Happy Death Day 2U, secuela que tiene el mérito de no contentarse con ser una mera repetición de lo que se hizo previamente y querer ser algo más, más allá de que no siempre se salga con la suya y se le vean las costuras.
The LEGO Movie fue un éxito absoluto e inesperado. Uno de esos que toman a uno por asalto, al estilo “van a hacer la película de Facebook, no saben qué inventar” y la respuesta es The Social Network, uno de los grandes clásicos cinematográficos de los últimos 20 años. La dupla de Phil Lord y Chris Miller es una que se siente cómoda con proyectos que no deberían funcionar, y con dicho film animado tocaron nuevos cielos creativos. Inventiva e irreverente, propusieron una sátira anticapitalista envuelta en una comedia para todas las edades, inteligente, colorida, explosiva y permanentemente divertida. Debería haber ganado el Oscar al que no estuvo ni siquiera nominada, y en el proceso sentó las bases para construir un universo de películas encastradas con ladrillos de plástico. Quizás dejó la vara demasiado alta para su secuela, con la que uno no puede evitar sentirse algo decepcionado por no estar al nivel de su predecesora.
Escape Room parte de una buena premisa. No es una original, porque se la siente como un rompecabezas armado a partir de muchas piezas ya conocidas, principalmente tomadas de Saw o Hostel. Pero sí había terreno fértil como para encarar un proyecto sólido, aprovechando el boom que tienen las salas de escape. Y más allá de que tiene algunos elementos inspirados a destacar, que permiten que se la pueda ver sin padecerla, lo cierto es que es bien diferente el poder jugar en una de estas salas que el ver cómo se juega.
Tengo mis sensaciones encontradas con Dragon Ball Super: Broly. ¿Hay que escribir sobre ella por lo que es como película o por lo que representa para los fanáticos? Supongo que tiene que ser más por el lado de la segunda opción, dado que es para quienes está destinada. En lo personal, Dragon Ball y Dragon Ball Z marcaron a fuego cierta etapa de mi vida, precisamente durante el colegio primario y secundario, que hace tiempo quedó atrás. En su momento también vi Dragon Ball GT, mucho no importó siendo chico que Akira Toriyama no estuviera a bordo, y varias de las películas que salían en video y no formaban parte del canon, entendiendo por esto último la continuidad del animé. A pesar de la insistencia de amigos, no vi Dragon Ball Super. Quizás debería hacerlo, pero lo cierto es que a esta altura del partido me da fatiga. Viéndola con ojos objetivos, no puedo decir que esta nueva película me haya gustado. Hay quienes hablan de nostalgia… ¿Dónde queda la añoranza si la nueva etapa de la serie se emitió hasta el año pasado? Además se trata, después de todo, de la tercera película en estrenarse en la pantalla grande en el último lustro. Pero hay un nuevo orden de las cosas con Akira a bordo y la inclusión de este antagonista -aquí de un diseño más sobrio-, que no formó parte de la serie original y sin embargo se volvió un gran favorito del público, ameritaba otro paso al cine. Uno que, básicamente, se propone eliminar lo hecho previamente y dar un cauce diferente a la historia que se sabe, sumando cierta confusión en el proceso. Desde el principio se viaja a un pasado conocido, al tiempo del nacimiento y posterior exilio de Broly por decreto monárquico. Aquello sienta las bases de la futura venganza contra la raza saiyan. Como es bien sabido, la destrucción del planeta a manos de Freezer depura a la galaxia de la mayoría de estos poderosos guerreros, con lo que la represalia por parte del incontrolable luchador y su progenitor Paragus se correrá hacia el descendiente del Rey Vegeta, el orgulloso príncipe homónimo. Toda la primera etapa del film es bien rescatable, con la animación a punto y con la paternidad como un tópico que sobresale. Hay varios padres en acción, cada uno haciendo lo que considera mejor por su hijo. King Cold cede el mando del ejército a su hijo Freezer, el Rey Vegeta toma una decisión cruel y despiadada para mantener el futuro mandato de su descendiente, el Coronel Paragus renuncia a su planeta para salvar a Broly, Bardock envía a Goku a la Tierra para protegerlo de la destrucción de Vegita. Esta larga introducción da pie a la historia, con una nueva vuelta de Freezer que ve en Broly a la herramienta para finalmente destruir a Goku. Lo que sigue es una larga batalla entre este y Vegeta contra el imparable guerrero, de un poder inconmensurable. Hay que poner énfasis en la extensión del combate, que se siente como unos 40 minutos de piñas, patadas, muchos gritos, poderes sin nombre y transformaciones intrascendentes. Es que la fuerza del guerrero legendario es inimaginable y no hay supersaiyajin, con pelo rojo o azul, que se le pueda comparar. El combate es intenso, pero las apuestas son bajas. La ausencia de otros personajes por fuera de los guerreros mantiene la acción contenida, y lejos de alcanzar el nivel épico de peleas del pasado. El mayor logro de Dragon Ball Super: Broly es el de humanizar al personaje del título, a quien se le da una historia de origen y se justifican sus acciones como parte de una dura crianza de su padre. Es una máquina de combate desquiciada, pero no el sádico de las versiones previas. No puede dominar su vasto poder y en batalla pierde por completo el control, pero ahora posee rasgos de bondad. Es un ser con una fuerza bestial, pero que esconde un gran corazón, y ahí es que puede conectar con ese enorme personaje que es Goku. En caso de que se decidiera continuar la serie, bien podría seguirse su historia. No hay mucho más que decir respecto a esta nueva película, que mantiene la tendencia de reescribir lo hecho previamente y solo preservar algunos elementos que funcionan mejor. Los fanáticos tendrán suficiente con que emocionarse, incluso hay algunos cameos de personajes poco justificados que pueden despertar entusiasmo, ni hablar de las voces originales que están siempre dispuestas a volver. Pero en líneas generales se percibe como una producción apresurada, que desarrolló a su antagonista hasta cierto punto y de ahí en adelante lo soltó para pelear. Ese apremio se nota. Lejos de los cinco minutos eternos previo a la explosión de Namek, aquí una hora de batalla transcurre en segundos y con ello se pierde cierta contundencia en varios aspectos. Como sea, servirá como una digna introducción de Broly para las nuevas generaciones y no mucho más que eso.
Antes de abocarme de lleno a Spider-Man: Into the Spider-Verse quiero tomarme un momento para celebrar a la dupla de Phil Lord y Chris Miller. Cada vez que suenan sus nombres es momento de prestar atención y así lo ha sido desde hace algunos años. Juntos han entregado joyas como Cloudy with a Chance of Meatballs, las dos Jump Street o The LEGO Movie y al menos dos de esas cuatro películas se pronosticaban fracasos al momento de su anuncio. El dueto creció en prestigio con cada apasionante nuevo título y así es que se ganaron la posibilidad de dirigir Solo: A Star Wars Movie, aunque su modalidad de trabajo los dejó afuera del proyecto con apenas semanas para finalizar su rodaje. Pero la fortuna favorece a los osados. Mientras que nosotros nos perdimos la oportunidad de disfrutar un film de la Guerra de las Galaxias con la firma de la irreverente pareja –la versión de Ron Howard no estuvo mal, pero poco tuvo de innovadora-, ellos pasaron a dedicarse a esta entrega animada del Hombre Araña. El éxito de crítica y taquilla, así como el Globo de Oro en su poder y la potencial candidatura al Oscar, ya le dan la derecha a estas mentes creativas que siempre parecen inclinados hacia proyectos que tienen las de perder. Y es que ellos son los hombres indicados para evitar la saturación de una nueva Spider-Man en el cine, consiguiendo en el proceso una de las mejores películas que se hayan hecho sobre el personaje. Vivimos en una época en la que se va de un extremo al otro y las redes sociales no hacen más que exacerbar ese criterio, siempre en busca de otro RT. Cada estreno es la mejor o peor película, pareciera que no hay punto medio. Bohemian Rhapsody no puede ser un 6 -7 con ese final alucinante-. O es mala o se gana el Globo de Oro. Así es que se lee mucho que Into the Spider-Verse es la mejor película del Hombre Araña, con una tendencia a olvidarse de las dos genialidades que hizo Sam Raimi en su momento –hace 15 años, una eternidad, deme otro reboot-. Pero lo cierto es que, en este caso, los elogios están bien justificados. Un Nuevo Universo vive a la altura de las expectativas y las supera. No solo es una gran película sobre el personaje, sino que es una gran película y punto. Una que entiende a fondo al héroe y lo celebra, así como a su historia. Una que innova dentro del rico terreno de la animación, que goza de un inusitado dinamismo y busca nuevos techos imaginativos. Como quedó claro desde los avances, Spider-Man: Into the Spider-Verse opta por una técnica animada diferente y novedosa. Desconozco si lo propuesto por los realizadores tiene un nombre, pero la sensación es la de un cómic que cobra vida en pantalla, con una perfecta fusión de CGI y 2D. La técnica regala un resultado eximio. Vibrante de principio a fin, es una hazaña creativa eléctrica que cuadro a cuadro opta por ofrecer la mejor imagen posible, con una explosiva mezcla de color, iluminación y movimiento que realza la experiencia. Lejos del conformismo en lo previamente hecho, opta por abrirse un camino nuevo y se luce al hacerlo. La apuesta es absolutamente ambiciosa y paga con creces. La dupla de productores ensambló un trío de realizadores con perfiles y experiencias diferentes en Bob Persichetti –que viene del terreno de la animación y debuta con esta en la dirección-, Peter Ramsey (Rise of the Guardians, cuyo aporte fue en el terreno de la acción) y Rodney Rothman, un colaborador de larga data con los arriba mencionados. El último escribió junto a Phil Lord el guion que, como se podía esperar de sus trabajos previos, es uno que rebosa de energía, además de humor irreverente y autoconsciente, así como también de corazón. Miles Morales es un adolescente afroamericano de Brooklyn, hijo de una puertorriqueña y un policía negro, que busca encontrar su lugar en el mundo. El hecho de recibir sus poderes y adentrarse en una trama de superhéroes que involucra la apertura de la acción hacia diferentes universos no permite que se pierda el foco en el desarrollo de su protagonista, quien vive sus cambios personales con la misma intensidad en todas las áreas. Spider-Verse propone una gran introducción a este nuevo protagonista, un joven carismático y popular que se ve arrastrado hacia una nueva escuela en la que será todo lo contrario. Un artista callejero que busca dejar su marca impresa en la ciudad, lo logrará al convertirse en el amistoso vecino Spider-Man, en el marco de una película de un intenso espíritu colaborativo, como uno de los graffitis que el joven hace. Y eso queda bien en claro una vez que el multi-verso entre en funcionamiento y dispare la acción, porque este trae consigo lo que es el principal caballo de batalla: la presencia de varios Spider-Man. A Miles Morales se le suma Peter Parker –quien se convierte en su mentor-, pero también Spider-Gwen, Peni Parker, Spider-Ham y Spider-Man Noir. Es un gran logro de parte del equipo detrás de cámaras el haber conjugado a un grupo tan diverso de superhéroes, cada uno con un aporte diferente y, sobre todo, con un estilo propio. Peter es como la versión que hemos visto tanto en pantalla grande, pero una más cerca de los 40 años, algo cansada de salvar tanto a la ciudad de Nueva York, con panza y problemas propios a los que debería prestar atención. Gwen es una joven fuerte que ha sufrido su cuota de dramas personales, como todo buen Hombre o Mujer Araña. A su manera, los dos serán sostenes de Miles, mientras aprende a convertirse en héroe en sus propios términos. Con la integración de Peni, Ham y Noir, la animación da otro salto hacia adelante en término de sus pretensiones, al amalgamar estilos técnicos bien diferenciados como el animé, una animación inspirada en los Looney Tunes y una más oscura cerca del cine negro. La mezcla en pantalla es tan ecléctica como efectiva. Pensemos que Spider-Man ha tenido tres versiones cinematográficas live-action en poco más de 15 años (Tobey Maguire, Andrew Garfield, Tom Holland) y la saturación era un riesgo evidente. Spider-Verse la evita con gracia y movimientos ágiles, al reconocer a las otras películas se permite jugar con ellas y así extender sus redes hacia terrenos nuevos. Cargada de acción y un sentido del humor afilado que arranca varias carcajadas, se permite su eventual incursión en el drama con soltura y sin pesadez. A eso hay que sumar el notable elenco de voces reunido –Shameik Moore, Jake Johnson, Hailee Steinfeld, Nicolas Cage, Mahershala Ali, Liev Schreiber y muchos, muchos más-, que termina de realzar un combo innovador, tanto en el aspecto animado como en el de los superhéroes. Y, por si fuera poco, le dio a Sony las herramientas como para seguir al desarrollo de películas del Hombre Araña hasta el infinito. Mientras mantengan el nivel de esta, no habrá reclamos.
Y Clint Eastwood lo hizo de nuevo. Hace una década se estrenó Gran Torino y con ella se proponía una despedida que afortunadamente no se concretó, una que parecía haber comenzado en 1992 de la mano de Unforgiven. Con aquella le dijo adiós al western, el género que lo hizo grande. Con la de hace 10 años, le ponía un potencial fin a su carrera como actor. Eso no se cumplió, cuatro años después hacía Trouble with the Curve a las órdenes de su amigo y protegido Robert Lorenz, pero sí le daba una especie de gloriosa partida a ese tipo de personaje que bien representa Walt Kowalski. Por fortuna, no pudo mantenerse mucho tiempo alejado de las cámaras. Siempre siguió filmando, entre Walt y Earl Stone hay otras siete películas que dirigió, y eventualmente volvió a pararse frente a ellas para The Mule. Si es el adiós definitivo, lo desconocemos. En lo personal espero su vuelta en diez años, con otra media docena de títulos como director en el proceso.